sábado, 28 de agosto de 2021

“Hace oír a los sordos y hablar a los mudos”


 

(Domingo XXIII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Hace oír a los sordos y hablar a los mudos” (Mc 7, 31-37). Le presentan a Jesús a una persona sorda y muda y le piden que “le imponga las manos” para curarlo. Jesús toca los oídos y los labios del sordomudo, dice “Éfeta”, que significa “Ábrete” y de inmediato el sordo mudo recupera sus funciones auditivas y su capacidad de hablar.

         Se trata claramente de un milagro corporal, pero en el que está prefigurado otro milagro, de orden espiritual, que Jesús realizará, por su Espíritu, mediante su Iglesia –más concretamente, por medio del Sacramento del Bautismo-, sobre las almas, abriendo los oídos y los labios del alma. Para entender este milagro espiritual que obra la Iglesia en cada bautizado hay que recordar primero que, por causa del pecado original, toda alma que nace en este mundo, nace ciega, sorda y muda a la Verdad sobrenatural de Dios revelada en Jesucristo. Por medio del Bautismo sacramental, la Iglesia, con el poder de Jesucristo, concede al alma, por la gracia, algo que el alma no tenía naturalmente, esto es, la vista sobrenatural, la audición sobrenatural y la función de hablar, sobrenaturalmente hablando, y esto significa que por el Bautismo sacramental, la Iglesia hace capaz al alma de poseer y profesar la fe en los misterios sobrenaturales del misterio salvífico del Hombre-Dios Jesucristo.

         Que el milagro de la curación del Evangelio esté prefigurando otro milagro, de orden espiritual, por el que se abren la audición y la capacidad de hablar espirituales, se ve en el hecho de que la Iglesia toma las palabras de Jesús y las utiliza en el Sacramento del Bautismo, pidiendo que los oídos y la boca del alma se abran al Evangelio, de manera que el nuevo bautizado pueda escuchar la Palabra de Dios y proclamar el Evangelio, con un sentido sobrenatural y no meramente humano. Podríamos decir que el otro sentido espiritual, el de la vista, con la cual el bautizado puede contemplar a Jesucristo como Dios, Presente en Persona en la Eucaristía, es en el momento en el que se derrama el agua bendita y se proclama la fórmula del Bautismo, nombrando a la Santísima Trinidad.

         Por último, hay que decir que todos los bautizados hemos recibido un milagro infinitamente más grande que el de la curación del sordomudo, porque por el Bautismo, nuestra alma ha recibido la luz de la gracia y de la fe, que nos habilitan para contemplar a Cristo en la Eucaristía, para escuchar la Palabra de Dios con sentido sobrenatural y no meramente humano y para proclamar la Palabra de Dios a quien no la conoce; esto hemos recibido de Dios, pero lo debemos poner en práctica y hacerlo o no hacerlo, ya no depende de Dios, sino de nuestra libertad. De todas maneras, de una u otra forma, habremos de rendir cuentas, en el Juicio Final, de los talentos recibidos en el día de nuestro Bautismo sacramental.


jueves, 26 de agosto de 2021

“Por tu palabra, echaré las redes”


 

“Por tu palabra, echaré las redes” (Lc 5, 1-11). Jesús realiza el milagro de la pesca abundante: le ordena a Pedro que “navegue mar adentro” y que luego “eche las redes”. Pedro obedece a Jesús y de inmediato se produce la pesca milagrosa. Además del milagro realizado por Jesús, hay algo que se destaca en este episodio del Evangelio y es la fe y la confianza de Pedro en el poder divino de Jesús, lo cual indica que Pedro estaba iluminado por la gracia. En efecto, si Pedro se hubiera dejado guiar por criterios puramente humanos, podría haber objetado a Jesús que no tenía sentido echar las redes porque ellos ya habían intentado toda la noche y había sido en vano; por lo tanto, insistir en el mismo lugar, en donde en apariencia no había peces, sería hacer un esfuerzo inútil. Pero Pedro, como dijimos, iluminado por la gracia, confía en el poder divino de Jesús y llevado por su palabra, hace lo que Jesús le ordena, obteniendo una pesca super-abundante.

En el episodio se destaca, en primer lugar, el milagro de Jesús y la confianza de Pedro en la palabra y en el poder de Jesús, pero también se destacan otros elementos sobrenaturales: por ejemplo, no es casualidad que Jesús haya subido a la “barca de Pedro” y no a la de cualquier otro discípulo y esto porque la “barca de Pedro” es la Iglesia Católica y al subir Jesús a ella, indica que es Él quien conduce, con su Espíritu, a la barca de Pedro, la Iglesia Católica; otro elemento sobrenatural es que cuando Pedro obedece a Cristo, obedece a Dios Hijo encarnado y Dios Hijo encarnado hace, con su omnipotencia y con su amor, lo que el hombre, con sus fuerzas, no puede hacer: en otras palabras, el milagro de la pesca abundante está prefigurando la acción evangelizadora de la Iglesia en el mundo, que sale a pescar almas en el mar de la historia humana, bajo la guía del Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo. Un último elemento es la enseñanza que nos deja el milagro: con las solas fuerzas humanas, la Iglesia Católica se convierte en una gigantesca organización social, que no lleva almas al Reino de los cielos, pero cuando es guiada por el Espíritu Santo, la misma Iglesia, la Barca de Pedro, lleva a todas las naciones del mundo a adorar al Cordero en la vida eterna.

miércoles, 25 de agosto de 2021

“También tengo que anunciar el Reino de Dios a otros pueblos”

 


“También tengo que anunciar el Reino de Dios a otros pueblos” (Lc 4, 38-44). Los judíos habían sido elegidos por Dios para ser la nación que, en medio de pueblos paganos, creyeran y adoraran a un Dios Único y Verdadero y por eso eran llamados el “Pueblo Elegido”. Pero ahora, en Cristo, ese Dios Uno se revela como Uno y Trino; se revela como Dios Hijo encarnado por voluntad del Padre, para santificar a las almas con el Don de dones, Dios Espíritu Santo y para conducir a los hombres, así redimidos, al Reino de los cielos. Con la frase: “También tengo que anunciar el Reino de Dios a otros pueblos”, Jesús anuncia la construcción de su Iglesia, la Iglesia del Cordero, la Iglesia Católica, constituida por los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados sacramentalmente en la Iglesia Católica. Y así como fue Jesús quien, con su actividad apostólica evangelizó a judíos y paganos, quienes se convirtieron al catolicismo, así la Iglesia Católica continúa esta actividad apostólica de Jesús y la continuará hasta el fin de los tiempos y hasta el confín de la tierra, anunciando a todos los pueblos que Cristo es el Mesías, que ha muerto en cruz para salvarnos, que ha resucitado y que se encuentra vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía y que ha de venir por Segunda Vez en la gloria, para juzgar a vivos y muertos. Es en esto en lo que consiste el único y verdadero ecumenismo: que la Iglesia Católica anuncie a todos los hombres, de todos los tiempos, que Cristo es Dios y que ha venido para llevarnos a su Reino, el Reino de Dios, en la eternidad divina.

martes, 24 de agosto de 2021

“Sé quién eres: el Santo de Dios”


 

“Sé quién eres: el Santo de Dios” (Lc 4, 31-37). En este Evangelio se nos revelan por lo menos dos verdades de fe: por un lado, se da la revelación –implícita, pero revelación al fin- de la existencia del Infierno y además de que el Infierno no está vacío, pues al menos hay un cierto tipo de habitantes, los demonios que poseen los cuerpos de los seres humanos, aunque luego la Iglesia enseñará que, además de demonios, en el Infierno se encuentran también seres humanos condenados; por otro lado, se revela la condición de Jesús como Dios Hijo encarnado y esto por una doble vía: porque sólo Dios, con el poder de su voz, puede exorcizar, esto es, arrojar, del cuerpo de un poseso, a un espíritu inmundo y es esto lo que hace Jesús y la otra vía por la que se revela la divinidad de Jesús es por la confesión del demonio antes de ser expulsado por Jesús: “Sé quién eres: el Santo de Dios”. Cuando el demonio le dice a Jesús que es el “Santo de Dios”, no se refiere a Jesús como un hombre santo, como podría serlo un profeta, por ejemplo, sino como Dios Hijo en Persona, porque el demonio, que conoce a Dios y a su voz, por haber sido creado como ángel por parte de Dios, reconoce en la voz humana de Jesús de Nazareth a la Palabra Eterna de Dios, el Hijo de Dios, que es quien, junto al Padre y al Espíritu Santo, lo creó y luego de la rebelión lo juzgó y lo condenó al Infierno eterno.

“Sé quién eres: el Santo de Dios”. Existencia del Infierno, existencia de ángeles caídos y de condenados; poder exorcista de Jesús, derivado de su condición de Dios Hijo encarnado, son las dos verdades de fe reveladas en este Evangelio. Si alguien niega estas dos verdades –que el Infierno existe, que está ocupado y que Cristo es Dios-, las niega al costo de contradecir al mismo Jesucristo, que es Quien nos ha revelado estas verdades. Y contradecir al Hombre-Dios Jesucristo, además de pecado de apostasía, demuestra una temeridad, un orgullo, una soberbia, verdaderamente demoníacos.

sábado, 21 de agosto de 2021

“Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas”

 


(Domingo XXII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). Al ver que los discípulos de Jesús no cumplen con los requisitos legales del lavatorio ritual de las manos antes de comer, los fariseos ven la oportunidad de atacar a Jesús para hacerlo quedar en evidencia, a Él y a sus discípulos, por la presunta falta cometida[1]. Para los fariseos, constituía una grave falta el comer sin lavarse las manos, pero no porque se tratara de una medida higiénica, sino porque los fariseos no sólo se preocupaban por la observancia de los preceptos escritos de la ley mosaica relativos a la impureza legal, sino también por la tradición de los ancianos, la interpretación de la ley escrita y las demás disposiciones establecidas por los antiguos rabinos. En otras palabras, para los fariseos, la interpretación que los rabinos hacían de la ley de Moisés estaba al mismo nivel que la ley de Moisés, de ahí el reproche a Jesús y sus discípulos: los discípulos de Jesús habían transgredido una de estas tradiciones rabínicas, lo cual equivalía a transgredir la ley misma, porque para los fariseos tenían el mismo nivel de obligatoriedad[2].

         Ahora bien, Jesús, lejos de darles la razón, les reprocha a su vez y les pone en tela de juicio el principio de estas tradiciones y denuncia la falta de sinceridad y la hipocresía que caracteriza a la conducta de los fariseos. Jesús cita a Isaías y aplica la cita a los fariseos: “¡Qué bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos!”. Y luego agrega: “Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”. Lo que Jesús les quiere hacer notar con esta cita de Isaías y con su reproche es que los fariseos, en sus deseos por mantener las tradiciones que se originaban en los hombres –en los rabinos-, se olvidaban de las obligaciones fundamentales de la ley de Dios. En otras palabras, los fariseos tenían dos tradiciones: una, de origen humano, la interpretación de los rabinos; la otra, la ley de Dios y el error consistía en que ponían al mismo nivel la interpretación rabínica, humana, de la ley de Dios y a la ley de Dios en sí misma, llegando incluso a hacer prevalecer la ley rabínica por encima de la ley de Dios. Es este grave error el que les reprocha Jesús, porque en la vida cotidiana, el poner en práctica la tradición rabínica, llevaba a anular la ley de Dios. Es decir, por lavarse las manos antes de comer, por ejemplo, se olvidaban del amor a Dios y al prójimo; para ellos era más importante el aspecto sanitario de la ley rabínica, por así decirlo, que el aspecto espiritual de la ley de Dios, que mandaba amar a Dios y al prójimo. Otro ejemplo de esta hipocresía farisaica se da en el cumplimiento del Cuarto Mandamiento, que manda asistir a los padres cuando estos se encuentran en necesidad: para esquivar este mandamiento y para no tener que dar a los padres ninguna ayuda material, los fariseos declaraban a sus bienes materiales como sagrados, utilizando la palabra “corbán”, con lo cual, según ellos, quedaban exentos de ayudar a los padres. En otras palabras, si tenían cinco monedas de plata con la que podían ayudar a los padres, los fariseos decían: “Estas cinco monedas son corbán”, es decir, las declaraban como destinadas al templo, con lo cual, la acción que realizaban se ponía en clara contradicción con la ley de Dios, que mandaba en el Cuarto Mandamiento ayudar a los padres. De estos graves abusos está repleto el Talmud, que es el libro de las interpretaciones rabínicas de la ley, al cual ponen por encima de la ley de Dios: para los judíos, tiene más valor lo que los rabinos interpretan de la ley de Dios, que la ley de Dios misma, por eso Jesús les dice que siguen preceptos humanos y no la ley de Dios.

         Por último, luego de desenmascararlos en su cinismo e hipocresía y en su falso cumplimiento de la ley de Dios, porque anteponen las leyes rabínicas a la ley divina, Jesús revela cuál es la verdadera impureza del hombre, que no es material, corpórea, sino inmaterial y es el pecado, que nace del corazón mismo del hombre, corrompido por el pecado original: “(Es) del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre”. Es decir, todo lo malo que mancha al hombre, se origina en esa mancha original con la que nace el hombre en su corazón y es el pecado y lo único que nos limpia de esa mancha espiritual, es la gracia santificante, que se nos comunica por los sacramentos, sobre todo el Sacramento de la Penitencia, que perdona pecados mortales y veniales y también el Sacramento de la Eucaristía, que perdona pecados veniales y nos concede a la Fuente Increada de la Gracia, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

         Hagamos entonces el propósito de vivir en la verdadera pureza de cuerpo y alma, la que nos concede la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.

 

 

 



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei, Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 512.

[2] Cfr. Orchard, ibidem, 512.

viernes, 20 de agosto de 2021

“¡Ay de vosotros, sepulcros blanqueados!”


 

“¡Ay de vosotros, sepulcros blanqueados!” (Mt 23, 27-32). Jesús califica duramente a los doctores de la ley y a los fariseos, llamándolos “sepulcros blanqueados” e “hipócritas”. Así como los sepulcros recién acabados de pintar de blanco parecen limpios por fuera, pero por dentro están llenos de cuerpos en descomposición, así los doctores de la ley y los fariseos, por fuera parecen personas buenas incluso santas, porque en teoría son personas religiosas, pero en realidad, en su interior, en sus corazones, sólo hay maldad, perversión, corrupción, orgullo y apostasía, porque llegan a renegar del Verdadero Dios, aquel Dios a quien decían adorar y servir, porque cuando este Dios Uno se revela en Cristo como Uno y Trino, reniegan, apostatan de esta verdad y se encierran en sus razonamientos humanos. Todavía más, van más lejos de la apostasía y de la adoración de sí mismos, llegando en el colmo de su perversión a adorar al Ángel caído, Satanás, razón por la cual Jesús los desenmascara como “Sinagoga de Satanás”.

“¡Ay de vosotros, sepulcros blanqueados!”. Debemos tener presente que el reproche de Jesús no se dirige sólo a los doctores de la ley y a los fariseos de su tiempo sino que, extendiéndose a lo largo del tiempo y de la historia humana, llega incluso hasta nosotros y es por esto que se dirige a nosotros, toda vez que por fuera podemos aparentar ser buenas personas e incluso santos, pero por dentro, podemos rechazar a Dios, a su Hijo y a su Ley, convirtiéndonos en sepulcros blanqueados, de la misma manera que los doctores de la ley y los profetas. Para que esto no suceda, debemos blanquear nuestros corazones con la luz de la gracia que nos otorgan los sacramentos y así, iluminados interiormente por esta luz divina, debemos obrar la misericordia, para que nuestra fe concuerde con nuestros actos.

sábado, 14 de agosto de 2021

“Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida”

 


(Domingo XXI - TO - Ciclo B – 2021)

         “Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida” (Jn 6, 55. 60-69). Cuando Jesús se auto-revela como “verdadera comida” y “verdadera bebida”, muchos de los judíos se escandalizan de sus palabras: “Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: “Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?”. Es decir, los judíos se escandalizan porque como consideran a Jesús como al “hijo de José y María”, que “ha vivido con ellos desde que nació” y que “conocen a sus parientes”, no pueden comprender de qué manera Jesús les diga que su carne es “verdadera comida” y su sangre “verdadera bebida”. Piensan que Jesús los está instando a cometer una especie de canibalismo, que los está incitando a que literalmente se alimenten de su cuerpo todavía no glorificado y de su sangre, tampoco glorificada todavía. De ahí el escándalo de los judíos y la expresión que utilizan: “Son duras estas palabras”, como diciendo: “¿Cómo puede ser que tengamos que comer la carne del hijo del carpintero y beber su sangre”.

Lo que debemos entender es que lo que les sucede a los judíos es que ven a Jesús humanamente, con la sola luz de su razón y todavía no glorificado; lo ven como a un hombre más entre tantos, como al “hijo del carpintero” y no como al Hombre-Dios, que debe sufrir su misterio pascual de Muerte y Resurrección para así donar su Carne y su Sangre como alimento celestial en la Sagrada Eucaristía. En otras palabras, los judíos se escandalizan porque consideran que la carne de Jesús y su sangre, ofrecidos por Él como “verdadera comida” y “verdadera bebida”, son el cuerpo y la sangre de Jesús antes de ser glorificados, es decir, antes de pasar por el misterio salvífico de Pasión, Muerte y Resurrección, es decir, antes de ser glorificados. La realidad es que cuando Jesús dice que su carne es “verdadera comida” y su sangre es “verdadera bebida”, está hablando de su Cuerpo y de su Sangre ya glorificados, como habiendo ya pasado por el misterio pascual de Muerte y Resurrección, Resurrección por la cual habría de glorificar su humanidad. La Carne de Jesús y su Sangre, se convierten en verdadera comida y en verdadera bebida cuando Jesús muere en la cruz y luego resucita con su Cuerpo glorificado y luego, cuando la Iglesia renueva sacramentalmente su Pasión y Resurrección, al consagrar el pan y el vino y convertirlos, por el milagro de la transubstanciación, en el Cuerpo y la Sangre de Jesús.

Es decir, cuando la Iglesia Católica, luego de la transubstanciación –transubstanciación que se produce cuando el sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”-, ostenta la Eucaristía y dice: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, está ofreciendo la Carne de Jesús, su Sagrado Corazón glorificado y está ofreciendo en el Cáliz su Sangre, glorificada. Es entonces a través de la Santa Misa y por el milagro de la transubstanciación que la Iglesia no sólo repitiendo las palabras de Jesús, sino que da cumplimiento a estas palabras y ofrece a los fieles bautizados la Carne y la Sangre glorificadas de Jesús, en la Sagrada Eucaristía. Es en la Santa Misa en donde se cumplen, en la realidad y en el misterio sacramental, las palabras de Jesús dichas a los judíos: “Mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida”.

“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”. Con esta frase, Jesús anticipa y profetiza acerca del don de la Eucaristía, que es su Cuerpo y su Sangre, ya glorificados y es esto lo que la Santa Iglesia Católica ofrece a los hijos de Dios, cada vez que celebra la Santa Misa. Sin embargo, al igual que muchos judíos se escandalizaron y se apartaron de Jesús, manifestando que esas palabras eran “duras”, hoy también, en la Iglesia Católica, en el seno del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados, hay muchos que se apartan de Jesús, porque para recibir la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, el Cordero de Dios, debemos apartarnos del mundo anticristiano y del pecado. Muchos católicos, cuando se les enseña que la Eucaristía no es una “cosa”, sino la “Carne y la Sangre” del Cordero de Dios, Cristo Jesús y que deben dejar el mundo y la vida de pecado para recibirlo, repiten con los judíos: “Son duras estas palabras, ¿quién las puede creer? Mejor me quedo en el mundo y me aparto de Cristo, porque no quiero comer su Carne ni beber su Sangre, prefiero el mundo y el pecado”. Y así, apartados de la Eucaristía, se apartan –muchos, para siempre-, del Reino de Dios.

 

viernes, 13 de agosto de 2021

“¿Cuál es el Mandamiento más grande de la Ley?”

 


“¿Cuál es el Mandamiento más grande de la Ley?” (Mt 22, 34-40). Un doctor de la Ley le pregunta a Jesús cuál es el mandamiento más grande de todos y Jesús le responde que es “amar a Dios y al prójimo como a uno mismo”. Ahora bien, hay que entender que este mandamiento es válido hasta antes de Cristo, porque después de Cristo, el mandamiento, si bien seguirá siendo el más importante, poseerá un elemento que no lo posee antes de Cristo. ¿Cuál es ese elemento? El Amor de Dios, que no estaba presente en el Antiguo Testamento. En efecto, hasta antes de Cristo, el mandamiento más importante mandaba amar a Dios y al prójimo como a uno mismo “con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente”, es decir, se enfatiza que el amor con el que se debe cumplir el Primer Mandamiento, el más importante, es un amor humano, con todas las características que esto tiene. El amor humano, por definición, es limitado, porque el ser humano es limitado; además, está “contaminado”, por así decirlo, con el pecado original, de ahí su debilidad y su tendencia a hacer acepción de personas.

Entonces, hasta Cristo, el Primer Mandamiento, el más importante, se cumplía mediante el amor humano; después de Cristo, el amor con el que se debe cumplir el Primer Mandamiento es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque así lo dice Jesús: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Jesús introduce esta salvedad en el Primer Mandamiento y es el amar al prójimo –y también a uno mismo y por lo tanto a Dios- “como Él nos ha amado”, por lo que surge la pregunta: ¿con qué amor nos ha amado Jesús? Y la respuesta es: Jesús nos ha amado con el Amor de su Sagrado Corazón, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Entonces, a partir de Jesús, el Primer Mandamiento sigue siendo el más importante, pero ahora se cumple no con el amor humano, sino con el Amor del Sagrado Corazón, el Amor de Dios, el Espíritu Santo, quien es el que lleva al alma a dar la vida en la cruz por amor a Dios y al prójimo. Ésta es entonces la diferencia en el Primer Mandamiento, antes de Jesús y después de Jesús.

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo”


 

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo” (Mt 22, 1-14). Para comprender la parábola, hay que reemplazar sus elementos naturales por elementos sobrenaturales. Así, el rey es Dios Padre; el banquete de bodas para su hijo es la Santa Misa, en donde se sirve un manjar celestial: Carne del Cordero de Dios, Pan de Vida eterna y Vino de la Alianza Nueva y Eterna; las bodas que se celebran son la unión, en la Persona divina del Hijo de Dios, de la naturaleza divina con la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; los invitados son el Pueblo Elegido, que rechaza al Mesías y lo crucifica; los nuevos invitados son los bautizados en la Iglesia Católica, que por el Bautismo sacramental conforman el Nuevo Pueblo Elegido; por último, hay un detalle que no puede pasar inadvertido y es el invitado que no lleva traje de fiesta: es un bautizado que murió sin la gracia santificante, es decir, en pecado mortal y por ese motivo no lleva el hábito celestial con el que serán revestidos los hijos de Dios en el Reino de los cielos, la gracia santificante, que en la otra vida es gloria divina: puesto que no tiene la gracia, no puede ingresar en el Reino de los cielos y es condenado, porque el rey –que es Dios Padre- les dice que “lo arrojen a las tinieblas, en donde será el llanto y el rechinar de dientes” y ese lugar de tinieblas y de dolor no es otro que el Infierno, el Reino de las tinieblas.

“El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo”. Al recibir el Bautismo, somos invitados a ser partícipes del Reino de los cielos, pero nadie entrará al Reino de Dios por la fuerza; quienes rechacen su gracia santificante, otorgada por los Sacramentos y muere en ese estado, inevitablemente será arrojado al Reino de las tinieblas, el Infierno.

jueves, 12 de agosto de 2021

“El Reino de los cielos se parece a un propietario que sale a contratar trabajadores para su viña”

 


“El Reino de los cielos se parece a un propietario que sale a contratar trabajadores para su viña” (Mt 20, 1-16). Jesús compara al Reino de los cielos con un propietario que sale de madrugada a contratar trabajadores para su viña. Un primer elemento en el que podemos detenernos es en el derecho del hombre a la propiedad privada, concepto en un todo contrario al comunismo, en donde la persona humana individual no tiene derecho a poseer nada, porque todo es del Estado, todo es propiedad comunitaria. En la parábola, el hombre posee una propiedad que claramente es privada porque es suya y es él, como dueño de la propiedad, quien sale a contratar obreros. Esto se puede argumentar en contra de los falsos principios comunistas que atentan contra la propiedad privada.

Ahora bien, el centro de la parábola está en la paga que el dueño da a los obreros: a todos les da la misma paga, sin importar si han empezado a trabajar desde la mañana, al atardecer o a la noche. De hecho, esta igualdad en la paga es lo que provoca el reclamo de los primeros trabajadores, quienes pensaban que, por haber trabajado desde la mañana, iban a recibir más dinero.

Para entender la parábola, hay que reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, por ejemplo, el dueño de la viña es Dios Padre; la viña es la Iglesia Católica; los trabajadores son los bautizados; los que empiezan a trabajar primero son los que se convierten a temprana edad; los que comienzan a trabajar más tarde, son los que se convierten siendo adultos o incluso en la vejez, antes de morir; por último, la paga, es el Reino de los cielos. El Dueño de la viña, Dios Padre, concede la misma recompensa, el Reino de los cielos, a todo aquel que se convierte de corazón, sin importar su edad y sin importar si se convirtió de niño, de joven, de adulto o en su lecho de muerte. Por ejemplo, existe el caso de un condenado a muerte que fue catequizado por Santa Teresita de Lisieux y se convirtió de camino al cadalso: ése sería el ejemplo perfecto de quien recibe la paga del Reino de los cielos, aun habiéndose convertido en los últimos momentos de la vida.

“El Reino de los cielos se parece a un propietario que sale a contratar trabajadores para su viña”. No debe importarnos si nuestro prójimo recibe la misma paga que nosotros: lo que importa, en definitiva, es ganar el Reino de los cielos y así salvar el alma y esto es válido tanto para nosotros, como para nuestro prójimo. Trabajemos en la Viña del Señor, la Santa Iglesia Católica, para que tanto nosotros, como nuestros prójimos, recibamos la misma paga del Señor: la vida eterna en el Reino de los cielos.

sábado, 7 de agosto de 2021

Solemnidad de la Asunción de María Santísima

 


(Domingo XX - TO - Ciclo B – 2021)


La Iglesia celebra la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los cielos, fiesta conocida en la iglesia católica oriental como la “Dormición de la Virgen”. En realidad, este último título es adecuado para expresar el hecho previo a la Asunción, es decir, es útil para que nos demos cuenta acerca de qué es lo que sucedió en el momento de la Asunción. ¿De qué se trata la Dormición? Según afirma la Tradición Oriental, cuando llegó la hora en la que la Virgen debía pasar de este mundo al otro es decir, cuando debía morir- la Virgen no murió, sino que se durmió -eso es lo que significa el término "Dormición"- y, al despertar, despertó en el cielo porque había sido llevada, en cuerpo y alma, por legiones de ángeles, ante la Presencia de su Hijo Jesús, quien la recibió con todo el amor de su Sagrado Corazón. En otras palabras, según la teoría de la "Dormición" la Virgen, al dormirse y despertarse luego glorificada en cuerpo y alma en el cielo, no sufrió ni la muerte, ni mucho menos la corrupción que produce la muerte en los cadáveres -frialdad, rigidez cadavérica, etc.- y esto porque la Virgen nunca experimentó la muerte, esto es, la separación del cuerpo y el alma -que es lo que define a la muerte terrena- sino que en el momento en que debía morir, en vez de morir, su cuerpo y su alma permanecieron unidos y lo que sucedió fue que su alma, que estaba plena y rebosante de la gracia de Dios, derramó, por así decirlo, sobre su cuerpo inmaculado esta gracia santificante y lo colmó de ella y así esta gracia, convirtiéndose en gloria, glorificó tanto su alma purísima como su cuerpo inmaculado y así, sin sufrir la muerte, fue llevada al cielo por una legión de innumerables ángeles, ante la Presencia de su Hijo Jesús.

La Asunción de María Santísima demuestra, por un lado, que Ella era la Inmaculada Concepción, es decir, no afectada por el pecado original y al no estar afectada por el pecado original, no podía sufrir las consecuencias del pecado, como lo es la muerte, la separación del alma y el cuerpo. Esto nos lleva a considerar lo siguiente: si la Virgen no murió porque no sufrió la muerte, que es consecuencia del pecado original, ¿por qué sí murió Cristo, que al ser Dios Hijo tampoco tenía pecado ni podía jamás tenerlo? Cristo murió en la cruz, a pesar de no tener pecado, porque su Alma, unida a la Divinidad, debía descender al seno de Abraham para rescatar a los justos del Antiguo Testamento, mientras que su Cuerpo, al cual también estaba unida la divinidad, debía permanecer en el sepulcro para resucitar al tercer día, para que se cumplieran las Escrituras. 

Por otro lado, la Asunción de la Virgen refleja que la plenitud de gracia de su alma se convierte en plenitud de gloria para su cuerpo y su alma y por eso es Asunta, no con el cuerpo terrestre sin glorificar con el que vivía en esta tierra, sino con el cuerpo glorificado, lleno de la luz divina, de la gloria de la Trinidad. Por último, revela cuál es el destino que Dios Trino nos tiene preparados para nosotros, porque nosotros, siendo hijos de la Virgen al haber sido adoptados por Ella al pie de la cruz y al haber recibido el Bautismo sacramental, estamos destinados, como hijos de la Virgen, nuestra Madre, a seguir los mismos pasos que Ella, es decir, estamos destinados también a ser glorificados en cuerpo y alma y ser asuntos a los cielos, porque adonde está la Madre, ahí deben estar sus hijos. Para esto, debemos hacer el firme propósito de adquirir, conservar y acrecentar el estado de gracia y de vivir y sobre todo morir en gracia, para que así el momento de nuestra muerte sea el momento en el que seamos llevados al cielo, para estar en compañía, para siempre, con la Virgen María y el Señor Jesús, el Cordero de Dios.

Tanto la Virgen, como Jesús y la Santísima Trinidad, quieren que nosotros también seamos asuntos al cielo, con el cuerpo y alma glorificados, pero para que esto suceda, debemos vivir y sobre todo morir en estado de gracia. Es por eso que debemos hacer el propósito de evitar el pecado, de dejar atrás al hombre viejo y de vivir de ahora en adelante, hasta el día de nuestra muerte terrena, en estado de gracia santificante, para que al morir, la gracia se convierta en gloria divina que nos conduzca al cielo, para adorar al Cordero de Dios por toda la eternidad en unión con María Santísima, Asunta en cuerpo y alma a los cielos.

viernes, 6 de agosto de 2021

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”

 


“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 3-12). Los fariseos, pretendiendo tenderle una trampa a Jesús, le preguntan acerca de la posibilidad del divorcio: “¿Le está permitido al hombre divorciarse de su esposa por cualquier motivo?”. Jesús les responde con una cita del Génesis, en la que se revela, por un lado, la creación del hombre como varón y mujer y, por otro, la indisolubilidad de la unión entre ambos, lo cual es la razón de la imposibilidad del divorcio: “¿No han leído que el Creador, desde un principio los hizo hombre y mujer, y dijo: ‘Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, para unirse a su mujer, y serán los dos una sola cosa?’ De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Así pues, lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”. En otras palabras, Jesús les hace ver que el hecho de que el hombre sea varón y mujer y que al unirse en matrimonio se conviertan “en una sola carne” es obra de la voluntad creadora de Dios y que por lo tanto el hombre no puede modificar esa realidad. Es decir, el hombre no puede modificar la realidad de que Dios ha creado sólo dos sexos –varón y mujer- y que ha establecido que ambos se unan, para su felicidad en la complementación mutua- en matrimonio, convirtiéndose en una nueva realidad, en “una sola carne”, la cual es imposible de dividir. En otras palabras, tanto el hecho de que en la especie humana existan sólo dos sexos, como que estos dos sexos se unan en matrimonio indisoluble, no es invención del hombre, sino creación de la infinita sabiduría y del infinito amor de Dios. No puede el hombre, por más que quiera, modificar esta realidad, esto es, que la especie humana tiene sólo dos sexos y que ambos están destinados a conformar un matrimonio indisoluble.

Ahora bien, como fruto del pecado original, se enciende en el hombre la concupiscencia y la rebeldía, que lo llevan a querer modificar la realidad inmutable creada por Dios, para establecer una realidad según el gusto de la concupiscencia humana: así, surgen movimientos originados en el pecado, como la ideología de género, que afirma que el varón puede ser mujer y la mujer puede ser varón, o también movimientos laicistas que establecen leyes inicuas y anti-cristianas que permiten la disolución del matrimonio, esto es, el divorcio.

“Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”, les dice Jesús a los fariseos, haciendo referencia a la prohibición del divorcio. Nosotros, parafraseando a Jesús, podríamos agregar: “Y lo que Dios ha creado, varón y mujer, no pretenda el hombre invertirlo”, haciendo referencia a la prohibición de la ideología de género y sus postulados. Todo lo que pretenda cambiar la realidad creada por Dios, sea la única condición sexual de la especie humana, como varón y mujer, sea la indisolubilidad y santidad del matrimonio, no proviene del Espíritu Santo, sino del Ángel caído y por eso no puede nunca ser aceptado por el cristiano.

jueves, 5 de agosto de 2021

“Perdona setenta veces siete”

 


         “Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21–19, 1). Pedro pregunta a Jesús si debe perdonar a su prójimo “siete veces”, puesto que éste era el número perfecto para los hebreos; además, una vez superadas las siete veces, se pensaba que a la octava vez ya se podía aplicar la ley del Talión –“ojo por ojo, diente por diente”- para con el prójimo que cometía la ofensa. La respuesta de Jesús deja perplejo a Pedro y establece cómo ha de ser en adelante el perdón cristiano hacia el prójimo considerado enemigo, al tiempo que deja abolida la ley del Talión: Jesús dice que se debe perdonar al prójimo que nos ofende “siete veces siete”, lo cual significa, en la práctica, siempre, es decir, todo el día, todos los días, si la ofensa se repitiera todo el día, todos los días.

         El fundamento del perdón cristiano se encuentra en la Santa Cruz: es allí donde Dios Padre nos perdona, en Cristo Jesús, nuestros innumerables pecados, al lavarnos con la Sangre de su Hijo, que se nos derrama en nuestras almas por el Sacramento de la Penitencia. Esto significa que si Dios nos perdona a nosotros, siendo sus enemigos, en la Cruz y cada vez que nos acercamos al Sacramento de la Confesión, con un perdón que ha costado la Sangre de su Hijo y que por lo tanto es un perdón basado en el Amor infinito, divino y eterno de Dios, nosotros, pobres creaturas, no tenemos ninguna excusa para no perdonar a nuestro prójimo que nos ofende, con el mismo perdón con el que somos perdonados por Dios en Cristo Jesús.

         Para ejemplificar tanto el perdón divino como nuestra mala predisposición a perdonar al prójimo, Jesús narra la parábola del siervo que debía una inmensa fortuna al rey: llamado por este para que le salde la deuda, el deudor suplica el perdón de la deuda, a lo que accede el rey, perdonándole todo lo que debía, pero cuando el hombre, que acababa de ser perdonado sale y se encuentra a su vez con alguien que le debía una pequeña suma de dinero, lo hace apresar porque no tenía con qué pagarle la deuda. Al enterarse el rey, ordena a este hombre malvado, que no perdonó a su prójimo, que lo traigan ante su presencia y, en castigo, ordena que lo pongan en la cárcel hasta que cumpla todo lo que debe, cancelando el perdón de la deuda que había concedido antes. En el rey que perdona una deuda imposible de pagar, está figurado Dios Padre, quien nos perdona, por la Sangre de su Hijo Jesús derramada en la Cruz, la deuda imposible de pagar por parte nuestra, que es el pecado; en el hombre perdonado pero que a su vez no perdona a su prójimo, estamos figurados nosotros cuando, habiendo recibido el perdón de los pecados por el Sacramento de la Penitencia, al salir de la Iglesia nos encontramos con un prójimo que nos debe algo o nos causó algún daño y nos negamos a perdonarlo, exigiendo, en vez del perdón, la justicia para con él. Ese hombre que, a pesar de haber sido perdonado, se muestra rencoroso y malvado, somos nosotros, toda vez que nos negamos a perdonar “setenta veces siete”, como nos manda Jesús.

         “Perdona setenta veces siete”. ¿De dónde sacar el amor con el cual perdonar a nuestro prójimo? De la contemplación de Cristo crucificado, considerando cómo Dios Padre nos perdona siendo nosotros sus enemigos y alimentándonos del Amor del Sagrado Corazón de Jesús, contenido en la Sagrada Eucaristía. Sólo así podremos perdonar “setenta veces siete”, como nos manda Jesús.

 

miércoles, 4 de agosto de 2021

“Donde dos o tres se reúnen en mi Nombre, ahí estoy yo en medio de ellos’’

 


“Donde dos o tres se reúnen en mi Nombre, ahí estoy yo en medio de ellos’’ (Mt 18, 15-20). Ocurre con mucha frecuencia que los cristianos se sienten solos y como consecuencia de esa soledad, sobrevienen muchas tribulaciones, como la angustia, el miedo, e incluso la desesperación, en los casos extremos. Y estas situaciones se agravan en momentos como el que vivimos, en el que con el pretexto de una crisis sanitaria, los gobiernos toman decisiones autoritarias, propias de una dictadura, como por ejemplo los estados de sitio o los confinamientos prolongados a gente sana, algo que por otra parte es contrario a la ciencia y al sentido común. Todo esto incrementa el sentimiento de soledad, de angustia, de encierro, de soledad.

Ahora bien, en este Evangelio, Jesús nos anima a hacer oración y nos da un estímulo para hacerlo: cuando hacemos oración, sobre todo con el prójimo, Él está con nosotros. No sabemos de qué forma, pero con toda certeza está, Él, Jesús de Nazareth, el Hombre-Dios, cuando hacemos oración y esto es un gran estímulo para hacer oración.

¿Qué oración hacer? El Santo Rosario, la Adoración Eucarística y la Santa Misa. Si esto hacemos, jamás experimentaremos la soledad; por el contrario, experimentaremos la Presencia amorosa de Nuestro Salvador Jesucristo. Es por esto que, para el cristiano, no existe la soledad y mucho menos la desesperación, porque Jesús está con nosotros, nunca nos deja solos. Somos nosotros los que lo dejamos solo, cuando no hacemos oración; hagamos oración y experimentaremos la Dulce Presencia del Señor Jesús.

 

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto”


 

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto” (Jn 12, 24-26). Jesús utiliza la imagen de un grano de trigo que, para dar fruto, tiene que caer en tierra y morir. ¿Qué significa esta imagen? ¿Qué nos quiere enseñar Jesús con esta imagen? Nos está enseñando, con su sabiduría divina, acerca del misterio de salvación y por lo tanto, de la necesidad de imitarlo a Él en el llevar la cruz de cada día. En efecto, ese grano de trigo que cae en tierra y muere, dando fruto, es Él, que muere en la Cruz y da el fruto de la Resurrección. Por esta razón, es Cristo crucificado y resucitado nuestra única esperanza de vida eterna: si estamos unidos a Él orgánicamente por el Bautismo y espiritualmente por la fe y el amor que nos da la gracia, entonces estamos unidos a su muerte en cruz y si estamos unidos a su muerte en cruz, entonces estamos unidos a su resurrección. Esto explica la razón por la cual Cristo Jesús es nuestra única esperanza de vida eterna, porque sin Él, que es el “Camino al Padre”, no llegaremos nunca al Reino de los cielos. Por otra parte, de esto se deduce también la importancia de mantenernos unidos a Cristo por la fe, el amor y la gracia, la cual nos es concedida por los sacramentos, sobre todo el Sacramento de la Penitencia y la Eucaristía.

“Si el grano de trigo no cae en tierra y muere no da fruto”. Por el Bautismo sacramental, hemos sido unidos a Cristo, a su Cuerpo Místico; por la fe y por la gracia, debemos subir con Él a la cruz para así morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo, al hombre que vive de la gracia, el hombre que vive como hijo de Dios. Sólo así daremos frutos de vida eterna.

domingo, 1 de agosto de 2021

“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”

 


(Domingo XIX - TO - Ciclo B – 2021)

“Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo” (Jn 6, 41-51). Jesús se auto-proclama como “Pan Vivo bajado del cielo” y frente a esta revelación, los judíos se escandalizan porque lo ven humanamente, lo ven como a un hombre más entre tantos y por eso no pueden comprender de qué manera Jesús pueda ser “Pan Vivo bajado del cielo”. Para los judíos, Jesús es sólo un hombre más, es el “hijo del carpintero” y por eso se preguntan: “¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”. En otras palabras, los judíos -como así también los protestantes y los musulmanes- no pueden entender el motivo por el cual Jesús se llama a Sí mismo “Pan Vivo bajado del cielo”, si es sólo “el hijo del carpintero”. ¿Porqué les sucede esto? Esto les sucede porque no tienen la luz de la gracia santificante que, proviniendo del mismo Cristo, ilumina las mentes y los corazones, para reconocer a Dios en Cristo o, mejor dicho, para reconocer que Cristo es Dios. Ahora bien, también a nosotros nos puede suceder lo mismo, es decir, el no reconocer la divinidad de Cristo, lo cual implica reconocer, implícitamente, la virginidad de la Madre de Dios y la castidad de San José: un ejemplo de esta falta de luz de la fe católica es la monja apóstata Lucía Caram, la cual públicamente, en un programa televisivo. ofendió a la Virgen y a San José y también a Jesús, al negar la Pureza de María Virgen y la castidad de San José.

Lo mismo sucede en nuestros días con numerosos católicos, quienes cuestionan no solo la divinidad de Cristo, sino su Presencia real en la Eucaristía. Es decir, la fe católica afirma que Cristo es Dios y que por lo tanto, la Eucaristía es Dios, porque es Cristo Dios en Persona, oculto en apariencia de pan, pero muchos católicos cuestionan esta verdad de la divinidad de Cristo y de la Eucaristía, así como los judíos cuestionaban la divinidad de Cristo y su revelación de ser Él el Pan Vivo bajado del cielo.

         “Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”. Desde la Eucaristía, Jesús nos dice, en el silencio de la oración, lo mismo que le decía a los judíos: Él es el Pan Vivo bajado del cielo, Él es el Maná Verdadero que nos alimenta en el desierto de la vida, en nuestro peregrinar hacia la Jerusalén celestial, Él es el Pan Vivo que nos da la vida eterna, la vida misma de la Trinidad. No repitamos el error de los judíos y, reconociendo a Cristo Dios Presente en Persona en la Eucaristía, nos postremos en adoración ante el Cordero de Dios.