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lunes, 4 de mayo de 2020

“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí”





“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí” (Jn 10, 22-30). Le preguntan a Jesús acerca de su condición de Mesías, es decir, quieren saber si es Él el Mesías o no. Jesús les responde de un modo directo y práctico: las obras que hace “en nombre de su Padre”, testimonian acerca de Él. ¿Y cuáles son estas obras que testimonian que Jesús es no sólo el Mesías, sino también el Hijo de Dios, puesto que Él se auto-proclama “Hijo del Padre”? Esas obras son los milagros, signos y prodigios que sólo los puede hacer Dios, es decir, son obras que de ninguna manera pueden ser realizadas por naturalezas creadas, sean el hombre o un ángel. En otras palabras, si Jesús resucita muertos, si multiplica panes y peces, si expulsa demonios con el sólo poder de su voz, si cura toda clase de enfermos, entonces quiere decir que lo hace con el poder divino y se trata de un poder divino que Él ejerce no como derivado o participado, sino de modo personal y directo: por esto mismo, estas obras, estos milagros, dan testimonio de que Jesús de Nazareth, el Hijo de María Santísima y de San José, es el Mesías, el Hijo de Dios encarnado.
“Las obras que hago en nombre de mi Padre, dan testimonio de Mí”. Si los prodigios que hace Jesús dan testimonio de su divinidad, de manera análoga se puede aplicar la obra divina por antonomasia que hace la Iglesia Católica, la Eucaristía, para tomar por verdad lo que Ella afirma de sí misma, esto es, que la Iglesia Católica es la Única Iglesia verdadera. Parafraseando a Jesús, la Iglesia, para afirmar su origen divino, puede decir de sí misma: “La obra divina que hago, la Eucaristía, da testimonio de que yo soy la Verdadera y Única Esposa Mística del Cordero”.

viernes, 27 de marzo de 2020

“Las obras que hago dan testimonio de Mí”





“Las obras que hago dan testimonio de Mí” (Jn 5, 31-47). Los fariseos no quieren creer que Jesús es Quien dice ser: el Hijo Eterno del Padre, consubstancial al Padre, que proviene eternamente del seno del Padre. No quieren creer y es por eso lo persiguen, lo acosan y lo acusan de falsedades. Jesús les dice que si no creen a sus palabras, al menos crean en sus obras, porque estas dan testimonio de Él: sus obras testimonian que Cristo es el Hijo Eterno de Dios Padre. ¿Cuáles son estas obras? Estas obras son propias de Dios, nadie puede hacerlas, sino Dios en Persona: resucitar muertos, expulsar demonios, curar enfermos de toda clase, convertir los corazones a Dios. Sólo Dios puede hacer esta clase de obras y si hay un hombre en la tierra que hace estas obras, este hombre no es un hombre santo, sino Dios Tres veces Santo, encarnado en una naturaleza humana. Si un hombre resucita muertos, cura enfermos, expulsa demonios con el solo poder de su palabra, entonces este hombre es el Hombre-Dios, porque ninguna naturaleza creada, ni los hombres, ni los ángeles, pueden hacer este tipo de obras, propias de un Dios.
“Las obras que hago dan testimonio de Mí”. De la misma manera a como las obras que hace Jesús testimonian que Él es Dios Hijo encarnado y no un hombre más entre tantos, así se puede decir de la Santa Iglesia Católica, puesto que hay una obra que no la puede hacer ninguna otra iglesia que no sea la Iglesia Verdadera del Dios Verdadero y esta obra es la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, la Sagrada Eucaristía. La Sagrada Eucaristía entonces es la obra suprema, realizada por el mismo Dios Trino, que da testimonio de que la Iglesia Católica es la Verdadera y Única Iglesia de Dios.

jueves, 4 de abril de 2019

“Las obras que hago dan testimonio de Mí”



“Las obras que hago dan testimonio de Mí” (Jn 5, 31-47). El nudo de la cuestión en el enfrentamiento entre fariseos y escribas y Jesús y el hecho por el cual lo acusarán de blasfemo, lo condenarán a muerte y lo crucificarán, es la auto-revelación que Jesús hace de sí mismo: Él se auto-revela no solo como Hijo de Dios, sino como Dios Hijo, es decir, se revela como la Segunda Persona de la Trinidad. Para los judíos, esto constituye una herejía y una blasfemia y es causa de juicio y pena de muerte. En efecto, el Evangelio atestigua el deseo de los judíos de matar a Jesús por el haberse auto-revelado como Dios Hijo, en igualdad de condiciones –poder y majestad- con Dios Padre: “los judíos querían matarlo porque no solo violaba el sábado, sino porque se hacía Dios como Dios Padre”.
En su posición frente a su auto-revelación, para afirmar que lo que dice es verdad, Jesús les dice que, si no le creen a Él, al menos crean a sus obras, a sus milagros, porque estas obras, estos milagros, dan testimonio de Él en cuanto Hijo de Dios: “Las obras que hago dan testimonio de Mí”. Las “obras” que Jesús hace dan testimonio de su divinidad. En efecto, si alguien se presenta como Dios y hace obras que sólo Dios puede hacer, entonces esto significa que es el Dios que dice ser. Por el contrario, si alguien se presenta como Dios, pero no hace las obras que Dios hace, entonces no es Dios. Jesús se presenta como Dios Hijo y hace obras que sólo Dios puede hacer con su omnipotencia, como multiplicar panes y peces, resucitar muertos, curar milagrosamente, expulsar demonios con el solo poder de su voz.
“Las obras que hago dan testimonio de Mí”. Si alguien, después de ver a Jesús hacer obras que sólo Dios puede hacer, niega que Jesús es Dios, es porque está negando la gracia que lo ilumina para que pueda aceptar este hecho: que este hombre que dice ser Dios es, en realidad, Dios en Persona. Los fariseos y los escribas niegan voluntariamente los milagros que hace Jesús, lo cual significa que niegan la gracia voluntariamente, la gracia que podría iluminarlos y convertirlos y por lo tanto, esta negación es un indicio de que voluntariamente permanecen en su ceguera, ceguera que los lleva a crucificar al Hijo de Dios. Los judíos no creen en las obras de Jesús y eso los lleva al extremo de no creer en la divinidad de Jesús; los lleva a no creer que Jesús es el Hijo Único de Dios.
En nuestros días sucede algo análogo con la Iglesia Católica: la Iglesia Católica se presenta como la Única Iglesia del Dios Verdadero y como muestra de que lo que dice es verdad, ofrece un milagro que sólo la Iglesia del Dios Verdadero puede hacer y es el milagro de la transubstanciación, esto es, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. De la misma manera, tal como le sucedió a Jesús, a quien no le reconocieron sus obras, también lo mismo sucede con la Iglesia Católica: no reconocen que es la única que puede convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios. Esta negación conduce al error de pensar que todas las iglesias son iguales, así como los fariseos pensaban que Jesús no era Dios sino un hombre como todos los demás.
Parafraseando a Jesús, la Iglesia nos dice: “La obra que hago, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, dan testimonio de mi condición de Única Esposa del Cordero”. En otras palabras, la Eucaristía es el testimonio directo de que la Iglesia Católica es la Única Iglesia del Dios Vivo y Verdadero.

viernes, 28 de junio de 2013

Para construir sobre la Roca que es Cristo, basta con decir: "Jesús en Vos confío", y poner por obra sus palabras


         Jesús presenta los ejemplos de dos hombres que edifican sus respectivas casas sobre dos fundamentos distintos: sobre la roca y sobre la arena (cfr. Mt 7, 24ss). Uno y otro consiguen construir las casas, las cuales se mantienen erguidas en tiempos tranquilos, pero el destino de ambas será distinto en cuanto comiencen las alteraciones climatológicas. Cuando esto suceda, la casa que fue construida sobre arena, se vendrá abajo, mientras que la casa que fue construida sobre roca, seguirá en pie.
         ¿Cuál es el significado espiritual de esta parábola? La construcción de la casa sobre arena significa la espiritualidad construida sobre todo aquello que no sea Cristo: el propio yo, el ego, las pasiones, o también la religiosidad de tipo oriental –yoga, reiki, gnosticismo, esoterismo, religión wicca, etc.-, o cualquier otra espiritualidad “Nueva Era”: puesto que se basa en algo inconsistente, el edificio espiritual así construido, ante los embates de las tribulaciones, las pruebas, las dificultades, o los trances duros de la vida, como el dolor, la muerte, la enfermedad, se viene abajo, porque no tiene consistencia. El resultado final de construir sobre la arena, es la desesperación.
         Por el contrario, aquel que construye su espiritualidad sobre la roca que es Cristo, es decir, aquel que se une a Él por la fe y por el amor, y sella esta unión con la vida de la gracia, la oración y el auxilio al prójimo más necesitado, cuando lleguen las tormentas y tempestades, los vientos y los ríos crecidos, es decir, las pruebas duras de la vida –enfermedad, muerte, dolor-, permanecerá incólume, porque está unido a la Cruz de Cristo y a Cristo en la Cruz, y como Cristo crucificado es Dios crucificado, y Él transforma, con su poder divino, al dolor en alegría y a la muerte en vida, todo lo que está unido a Él en la Cruz sigue su misma suerte, y así el que construye sobre roca, es decir, el que une su vida a Cristo en la Cruz, sufrirá el dolor propio de la Cruz, pero Cristo lo hará desaparecer y convertirá la tribulación en paz, alegría y amor. El resultado final de construir sobre la roca que es Cristo, es la paz del alma y la victoria total y definitiva sobre el dolor y la muerte.

         Es inevitable que sobrevengan las tribulaciones, pero lo que no es inevitable es que la casa se hunda, es decir, que el alma se desespere: basta con decir: “Jesús, en Vos confío”, y en poner por obra sus palabras.

miércoles, 20 de marzo de 2013

“Crean en las obras, aunque no me crean a Mí”



“Crean en las obras, aunque no me crean a Mí” (Jn 10, 31-42). Los judíos intentan “apedrear” a Jesús porque “blasfema”, porque “siendo hombre, se hace Dios”.
Jesús pone sus “obras”, sus milagros, como prueba de que Él es quien dice ser, Dios Hijo encarnado, el Hombre-Dios que “está en el Padre” y que el Padre “está en Él”, y por eso les dice que “crean en las obras”, aunque no le crean a Él. De esa forma, “reconocerán y sabrán que el Padre “está en Él”, y que Él es tan Dios como su Padre Dios, aunque exteriormente se presente como un hombre como cualquier otro.
La prueba que certifica la auto-revelación de Jesús como Dios son las “obras” de Jesús, es decir, sus milagros: sólo Dios puede hacer milagros tales como resucitar muertos, dar la vista a los ciegos, el habla a los mudos, la audición a los sordos; sólo Dios puede expulsar demonios, calmar tempestades, multiplicar panes y peces, curar toda clase de enfermedades.
Lo que Jesús les quiere hacer ver es que si un hombre dice de sí mismo: “Yo soy Dios”, pero no hace los milagros que sólo Dios puede hacer, entonces no dice la verdad; pero si un hombre dice: “Yo soy Dios” y hace los milagros que sólo Dios puede hacer, entonces esos milagros son la prueba más fehaciente de que sus palabras son verdaderas y que su identidad y origen son verdaderamente divinos y no humanos.
Sin embargo, los judíos han cerrado voluntariamente sus ojos, sus oídos y sus corazones, y no quieren ver, ni oír, ni amar a ese Dios encarnado que por ellos ha venido a este mundo, e insisten con acusarlo de blasfemia y apedrearlo. No lo conseguirán en este intento, pero sí lo harán el Jueves Santo, logrando la condena a muerte de Jesús luego de un juicio injusto y plagado de errores, falsedades, contradicciones y mentiras.
Lo mismo que le sucedió a Jesús con los judíos, le sucede a la Iglesia con el mundo: las obras de la Iglesia demuestran fehacientemente que Ella es la Única y Verdadera Iglesia y Esposa de Cristo, porque sólo la Iglesia obra los signos y prodigios que revelan que el poder de Dios está y actúa a través suyo: la Iglesia, ante todo, obra impresionantes sanaciones espirituales, como el dar la vida a un alma muerta por el pecado mortal, a través del sacramento de la Confesión; con el Bautismo, expulsa al demonio y convierte a una simple creatura en hija de Dios; con la Confirmación, dona el Espíritu Santo en Persona a cada alma; con el Matrimonio, convierte a los esposos en imágenes vivientes del Amor esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa; con la unción de los enfermos, concede la gracia al moribundo disponiéndolo para la eternidad, cuando no cura sus afecciones corporales y dolencias físicas; finalmente, con el Sacramento del Orden, obra el Milagro de los milagros, la conversión de un poco de pan y vino en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo,la Eucaristía.
Todos estos signos, obras, milagros, demuestran que la Iglesia es la Única y Verdadera Esposa de Cristo, y aun así, el mundo intenta apedrearla y destruirla.
Pero lo más penoso es que dentro de la misma Iglesia, sus mismos hijos, buscan deformar su rostro y convertirla en lo que no es: una Iglesia mundana, del mundo y para el mundo, pagana, sin Cristo, sin caridad, sin el Amor de Dios, volcada hacia el hombre, del hombre y para el hombre, en donde paradójicamente Dios no tiene lugar.
Nuestra tarea como hijos de Cristo y de la Iglesia es, entonces, mostrar su verdadero rostro, el rostro del Amor, de la misericordia, de la compasión por el que sufre, y también el rostro de la piedad, de la devoción, del Amor a Dios que por nosotros baja del cielo en cada Santa Misa y se queda en la Eucaristía. Debemos mostrar el rostro de la Iglesia, que para los hombres es amor misericordioso, y para Dios es amor piadoso y filial. De esa manera, los hombres creerán en Cristo Dios.

miércoles, 4 de mayo de 2011

El que cree en el Hijo tiene vida eterna

El acto de fe en Jesucristo
es una respuesta a la gracia
y al Amor de Dios,
que atrae aún
más gracia
y más amor divino.


“El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (cfr. Jn 3, 31-36). La frase significa que quien tiene fe en Jesucristo posee, ya en esta vida, una nueva vida, una vida sobrenatural, la vida misma de Dios Uno y Trino.

No se trata de la fe natural, obviamente, esa fe que se usa todos los días en lo cotidiano –nadie se pone a averiguar si el nombre que el desconocido nos dio, corresponde con su DNI, y si su DNI es auténtico, y si se corresponde con su acta de nacimiento, y así al infinito-; se trata de la fe sobrenatural, la fe que viene dada como don, junto con la gracia divina. Luego de recibida la gracia, con esta viene la fe, que presenta al intelecto las verdades sobrenaturales del misterio del Hombre-Dios. “Creer” a estas verdades de fe, consiste, por parte del hombre, en el asentimiento que éste presta a la revelación divina[1]. En este acto de fe, es decir, en este acto asentir a la gracia, ya se tiene la vida eterna, porque por la gracia, el alma se hace partícipe de la vida sobrenatural de Dios Uno y Trino. Sin embargo, este acto de está aún incompleto, porque deberá ser acompañado por las obras, las cuales constituyen como un segundo momento de un mismo movimiento. Si no hay obras, el acto de fe queda trunco, y por lo tanto, es como si no se tuviera fe, por aquello de que “sin obras no hay fe”: “Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras (Sgo 2, 18).

Por lo tanto, si creer en Jesucristo es ya poseer la vida eterna, esto significa obrar movido por la fe, puesto que si no se obra según la fe, significa que no hay fe.

Otro aspecto importante a tener en cuenta es que el asentimiento mismo –creer- es un movimiento que secunda a la gracia, ya que es la gracia la que impulsa al hombre a creer en misterios tan altos y tan inaccesibles para el intelecto humano.

De esta manera, asentir a la fe, creer, o dar el “sí” a lo que nos presenta la revelación, es asentir, creer y dar el “sí” a la gracia divina. Cada vez que se reza el Credo, se canta el Gloria, se reza el Angelus, el Regina Coeli, el Padrenuestro y, por supuesto, cada vez que se asiste a Misa, se asiente, se cree y se da el “sí” a la gracia divina, que nos presenta los misterios sobrenaturales velados a los ojos del cuerpo, pero accesibles a la luz de la fe. Todos estos actos de fe son una respuesta del alma a la gracia divina, una especie de participación al “Sí” de María, pronunciado ante el anuncio del ángel.

Por el contrario, la negación de las verdades de fe, la primera de todas, que Cristo, Hombre-Dios, es el Salvador, no consiste en una mera negación sin mayores consecuencias: la negación de Jesucristo como Salvador –negación que se produce, en cada acto pecaminoso, porque en cada acto pecaminoso hay un acto de negación de Cristo y de desesperación del alma-, implica una negación previa, más alta, la negación de la gracia divina, que dio al alma la luz y la fe necesaria para aceptarlo, y el alma, libremente, lo negó.

La negación de la fe trae como consecuencia un oscurecimiento del alma y de sus potencias, convirtiéndola en objeto de la ira divina, que ve negada la gracia donada gratuitamente por amor. Del mismo modo, el acto de creer, atrae, como un imán irresistible, más y más gracia divina, y más y más Amor de parte de Dios. Es esto lo que sucede, por ejemplo, con el asistir a Misa: quien asiste a Misa -con fe sobrenatural, y no por mera costumbre, se entiende-, es porque no ve a Cristo visiblemente, pero sí con la luz de la fe, y lo ve en la Hostia consagrada, vivo y glorioso, como en el Domingo de Resurrección.

Quien asiste de esta manera, es decir, con fe, tiene ya la vida eterna, porque ha asentido a la gracia, que le hace partícipe de la vida eterna, que brota del Ser mismo de Dios Uno y Trino. Pero esta fe inicial, dada por la gracia, atrae todavía más gracia y amor divino, y de tal manera, que atrae a la misma Gracia Increada, que se dona en la Eucaristía. Y quien comulga con fe, como miembro de Cristo por el bautismo, se funde con Cristo, el Hombre-Dios, en una sola carne[2], y es unido, por el Espíritu Santo, a Dios Padre.


[1] Cfr. Scheeben, M. J., Los misterios del cristianismo, Ediciones Herder, Barcelona 1964, 578.

[2] Cfr. Scheeben, Los misterios, 578.