Mostrando entradas con la etiqueta pesca milagrosa. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta pesca milagrosa. Mostrar todas las entradas

miércoles, 6 de septiembre de 2023

La primera pesca milagrosa

 



         Para entender la dimensión sobrenatural de ese episodio, debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales.

Así, la Barca de Pedro, es la Santa Iglesia Católica; el mar es el mundo, en donde viven los hombres; la noche, es la historia humana, con el tiempo y el espacio que la caracteriza; los peces que nadan en el mar, son los hombres que viven en el mundo, fuera de la Iglesia, sin siquiera saber que existe o también, sabiendo que existe, pero a la cual no le dan importancia; la pesca infructuosa, es la actividad de los hombres de la Iglesia, cuando intentan hacer apostolado, pero sin Cristo, es decir, con sus solas fuerzas humanas: toda la actividad apostólica y evangelizadora de la Iglesia, que no tenga a Cristo como principio y como fin, es infructuosa, es decir; la pesca abundante, luego de las indicaciones de Cristo, significa el fruto de la evangelización de la Iglesia, cuando la evangelización se realiza siguiendo los Mandatos y Consejos Evangélicos de Jesucristo.

La pesca infructuosa, el intento de evangelizar sin la adoración previa a Nuestro Señor en la Santa Misa y en la Sagrada Eucaristía, sin la oración, como por ejemplo el Santo Rosario, es un intento vano e inútil, porque falta el alma de toda evangelización, que es el Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo, que es a su vez el Alma de la Iglesia, la Iglesia se convierte en una gran Organización No Gubernamental, que podrá hacer obras buenas, pero que de ninguna manera obrará para el Reino de los cielos.

La pesca abundante nos enseña que, al contrario de la pesca infructuosa, cuando la Iglesia está guiada por el Espíritu del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, consigue una pesca sobreabundante, es decir, consigue la conversión eucarística de las almas, la única y verdadera conversión que necesita todo ser humano que habita en este mundo y en la historia.

Es por eso entonces que nosotros mismos, como miembros de la Iglesia Católica, debemos pedir incesantemente el don del Espíritu Santo, para que nos acompañe en nuestra misión evangelizadora, que comienza en el hogar, comienza con los más próximos a nosotros, hasta extenderse hasta el último hombre en la tierra.

sábado, 5 de febrero de 2022

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”

 


(Domingo V - TO - Ciclo C – 2022)

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar” (Lc 5, 1-11). En este episodio del Evangelio se destacan numerosos elementos sobrenaturales, ocultos en los eventos naturales que en él suceden. Para poder desentrañar a los elementos sobrenaturales, veamos qué es lo que sucede naturalmente. En el Evangelio se relata que Pedro había estado con sus ayudantes pescando durante toda la noche y sin embargo, a pesar del esfuerzo realizado, no habían logrado pescar nada. Es esto lo que Pedro le dice a Jesús: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada”. En efecto, Pedro y los demás pescadores a sus órdenes, se habían pasado toda la noche tratando de obtener pescados, pero no habían podido pescar absolutamente nada. Esto es lo que se conoce como la “pesca infructuosa”. Sin embargo, ahí no termina el episodio, porque Jesús le ordena a Pedro que, no obstante el haber fracasado en su intento de pescar, ingrese mar adentro y arroje igualmente las redes. Pedro, llevado por la palabra de Jesús, obedece y hace lo que Jesús le dice y, para sorpresa de todos, obtienen una cantidad de peces tan abundantes, que las dos barcas incluso corrían el peligro de hundirse, debido a la cantidad de peces. Esto último es lo que se conoce como “primera pesca milagrosa”.

Como podemos ver, hay dos situaciones que se encuentran en los opuestos: por un lado, la pesca infructuosa, llevada a cabo en la noche y bajo la guía de Pedro, en la que no se obtiene nada y por otro, la llamada “pesca milagrosa”, en la que, bajo las órdenes de Jesús, se obtiene una cantidad impensada de peces. Para poder desentrañar el significado sobrenatural, celestial, divino, que se encuentra en este episodio, es necesario reemplazar los elementos naturales que en el episodio aparecen, por los elementos sobrenaturales. Así, por ejemplo, en la pesca infructuosa, quien guía la pesca es Pedro y no Jesús; la pesca se lleva a cabo en la noche y la noche significa oscuridad, pero sobre todo oscuridad espiritual, una oscuridad causada por la ausencia de Jesús, que es Luz Eterna; la Barca de Pedro es la Iglesia Católica, que en la pesca infructuosa no está bajo el mando de Jesús, mientras que en la pesca milagrosa sí lo está; el mar es el mundo y también la historia y el tiempo de la humanidad; los peces, objeto de la actividad pesquera, son las almas de los seres humanos, quienes deben ingresar en la Barca de Pedro, es decir, la Iglesia Católica; la noche, que es cuando se lleva a cabo la pesca infructuosa, es la historia de la humanidad sin Dios y como Dios es Luz Eterna, al no tener a Dios, la humanidad se encuentra envuelta en una triple tiniebla: la tinieblas del pecado, de la muerte y las tinieblas vivientes, los demonios y son estas tinieblas en parte las causantes de que los peces no encuentren a la Barca de Pedro; el trabajo afanoso de Pedro y sus ayudantes, durante toda la noche, en la pesca infructuosa, significa la desvirtuación del trabajo apostólico de la Iglesia, que debe dirigirse a salvar almas, es decir, a hacer ingresar a los hombres a la Iglesia Católica, para que estos puedan salvarse, el hecho de que ningún hombre ingrese en la Iglesia, a pesar de los esfuerzos de Pedro y sus ayudantes, significa que la Iglesia emprende labores que nada tienen que ver con la salvación de las almas, además de predicar elementos extraños a la Palabra de Cristo, como el ecologismo, la ayuda meramente social, la ausencia de la predicación de la necesidad de salvar el alma, la ausencia de la predicación de la peligrosidad del pecado, sobre todo el pecado mortal y la ausencia de la predicación de la necesidad de la gracia santificante de Cristo, como requisito indispensable para salvar el alma. Por último, en la pesca milagrosa, llevada a cabo bajo la dirección y las órdenes de Jesús, el significado es totalmente distinto: la pesca obtiene frutos porque quien dirige la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, es el Hombre-Dios Jesucristo, con el Espíritu Santo y es Él quien llama a las almas para que ingresen en la Barca de Pedro, la Iglesia Católica; la abundancia de peces de la pesca milagrosa significan los hombres que han recibido, interiormente, la gracia de la conversión, por obra de Jesucristo y del Espíritu Santo y es así cómo han ingresado a la Iglesia Católica, porque se han dado cuenta de que necesitan salvar sus almas. Un último significado que podemos ver en este episodio es la actitud de Pedro: cuando Pedro obra por su cuenta, de noche, sin la guía de Cristo y el Espíritu Santo, toda la acción de la Iglesia es inútil, porque ningún hombre ingresa en la Iglesia Católica para salvar su alma; en cambio, cuando Pedro, dejando de lado sus razonamientos humanos y sometiéndose y humillándose él mismo con sus pensamientos humanos, al pensar y querer del Hombre-Dios Jesucristo, es entonces cuando la situación cambia y los hombres ingresan en masa en la Iglesia Católica, porque toman conciencia de que deben salvar sus almas de la eterna condenación, además de darse cuenta de que Jesucristo les abre las puertas del Cielo por medio de su sacrificio en la cruz. El ingreso de los hombres en la Barca de Pedro se debe entonces a la acción de Cristo y del Espíritu, que por medio de Pedro, anuncian a los hombres el Evangelio de la salvación, Evangelio que consiste en luchar contra las pasiones para evitar la eterna condenación y salvar el alma ingresando en el Reino de los cielos, un anuncio sobrenatural, celestial y divino, que nada tiene que ver ni con la inexistente justicia social ni con la ecología, ni con la migración, ni con la curación meramente corporal.

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. El episodio de la pesca infructuosa primero y milagrosa después, nos enseña claramente que la Iglesia, cuando es conducida solo por hombres, propaga un mensaje falso, de salvación intramundana, en la que la salud del cuerpo y la alimentación corporal importan más que la salvación del alma y el alimento del alma, lo cual conduce al abandono de la Iglesia por parte de los hombres; nos enseña también que cuando la Iglesia, bajo el mando de Cristo y el Espíritu Santo, predica la necesidad imperiosa de alimentar el alma con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, para salvar el alma de la eterna condenación y así alcanzar el Reino de los cielos, los hombres escuchan la voz del Buen Pastor Jesucristo e ingresan en la Iglesia y es eso lo que representa la pesca milagrosa.

 

domingo, 30 de agosto de 2020

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”

 


“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar” (Lc 5, 1-11). Pedro y sus compañeros han estado toda la noche pescando, pero no han conseguido nada; subido a la barca de Pedro, Jesús le da la orden de remar mar adentro y echar las redes; luego de hacerlo, recogen una gran cantidad de peces, en lo que se conoce como la “primera pesca milagrosa”. En esta escena, hay un sentido trascendental escondido en ella; para entender en su sentido evangélico esta escena, debemos reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, la barca de Pedro a la que sube Jesús es la Iglesia; Pedro es el Vicario de Cristo, el Papa; su fe es la fe de la Iglesia, la que todos debemos tener en Cristo Jesús; el mar es el mundo y la historia humana; los peces son los hombres; la red es Cristo, la Palabra de Dios encarnada; la pesca milagrosa es la acción apostólica de la Iglesia que obtiene el fruto de la conversión de las almas cuando está dirigida por Cristo; la pesca infructuosa, es la acción de la Iglesia que no está acompañada ni por la oración ni por la dirección de Cristo y su Espíritu y por eso se vuelve una acción infructuosa, en la que no hay conversión de las almas.

“Lleva la barca mar adentro y echen sus redes para pescar”. También a nosotros nos da Jesús la misma orden: pescar almas, en el mar de la historia humana, para el Reino de Dios. Aunque parezca que nuestros esfuerzos son estériles, hagamos como Pedro quien, en contra de toda opinión humana echó las redes, llevado por su fe en la Palabra de Cristo, y sigamos adelante con nuestra actividad apostólica, confiados en que quien obra en la Iglesia, la Barca de Pedro, es Cristo Jesús con su Espíritu, y que será Él quien nos dé el fruto de la conversión de las almas.

lunes, 13 de abril de 2020

Viernes de la Octava de Pascua



(Ciclo A – 2020)

         “¡Es el Señor!” (Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece a Pedro y a algunos de los discípulos “junto al lago de Tiberíades” en horas del amanecer. En esta aparición obrará la segunda pesca milagrosa, similar a la primera, pero la diferencia es que ahora Jesús está resucitado.
          Tal como había sucedido con la primera pesca milagrosa, que había sido precedida por una pesca infructuosa, aquí se vuelve a repetir la misma escena: Pedro y los discípulos habían estado pescando toda la noche, pero sin resultados y recién después de que Jesús les ordena dónde sacar peces, es que obtienen una pesca abundante.
          La escena tiene un significado sobrenatural, el cual se obtiene reemplazando lo natural por lo sobrenatural: así, la Iglesia es la Barca de Pedro; Pedro es el Papa, el Vicario de Cristo en la tierra; el mar es la historia de los hombres y el mundo en el que éstos viven; los peces son los hombres; la pesca sin frutos, realizada por Pedro y los discípulos durante la noche, significan el trabajo realizado por cierta parte de la Iglesia, trabajo que es loable por el empeño apostólico pero que es infructuoso porque le falta la oración y la contemplación, por medio de las cuales se obtiene la dirección de Cristo Jesús; la pesca infructuosa representa también al alma que piensa que todo depende de su esfuerzo y por lo tanto no confía en la gracia de Dios ni en la acción de Jesús, es decir, es el esfuerzo humano que no cuenta con el obrar de la gracia santificante. De modo opuesto a este activismo sin frutos, la pesca milagrosa, realizada bajo la guía y mandato de Jesús resucitado, es una representación de aquellos que obran en la Iglesia buscando la salvación de las almas, pero que tienen bien presentes las palabras de Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer” y es así que el trabajo apostólico está precedido y acompañado por la oración, la contemplación y la acción de los sacramentos.
             Quienes así obran, reconocen el accionar milagroso de Jesús en las almas y es por eso que exclaman, como Juan: “¡Es el Señor!” cuando ven los frutos de su obrar apostólico. 


sábado, 9 de febrero de 2019

“Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca”



"La pesca milagrosa", 
Codice aureo, siglo XI.


(Domingo V - TO - Ciclo C – 2019)

“Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca (…) hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse” (Lc 5,1-11). En el Evangelio se habla de dos pescas: una pesca infructuosa, y una pesca milagrosa, razón por la cual podemos hacer una comparación entre ambas pescas. La primera pesca, infructuosa, es llevada a cabo por Pedro y los Apóstoles, durante toda la noche, es decir, sin la luz del día. A pesar de haber estado trabajando toda la noche, como lo dice Pedro, el trabajo ha sido en vano, porque no han logrado sacar nada. La segunda pesca, la milagrosa, se desarrolla bajo diversas condiciones: los protagonistas son los mismos, Pedro y los Apóstoles, pero ahora, bajo la dirección de Jesús, que es quien les indica dónde arrojar las redes; ahora, a diferencia de la primera, que es infructuosa, la segunda pesca es tan abundante que las dos barcas casi se hunden debido al peso de los pescados. Otra diferencia es el tiempo: mientras que en la primera se lleva a cabo durante toda la noche, en la segunda pesca, la milagrosa, se lleva a cabo a la luz del día y en un instante.
¿Qué enseñanzas nos deja este episodio del Evangelio? Para responder a la pregunta, debemos considerar, por un lado, al milagro en sí mismo; por otro lado, el significado sobrenatural del milagro. En cuanto al milagro en sí mismo, es un prodigio realizado por la omnipotencia del Hombre-Dios Jesucristo: aunque a nosotros nos parece algo asombroso –los pescadores echan las redes al mar y en segundos las redes se llenan de peces, una y otra vez, hasta abarrotar las barcas-, en realidad, para Jesús, es un milagro insignificante: Él es el Creador del universo, tanto visible como invisible y para Él, hacer que un cardumen de peces se agrupen dentro de las redes, es igual a nada. Los peces, creaturas de Dios, se introducen inmediatamente en las redes, obedeciendo las órdenes de Jesús. Entonces, el Evangelio nos enseña que Jesucristo es Dios Omnipotente y es esto lo que podemos considerar en cuanto al milagro en sí mismo: es un milagro que se produjo y que demuestra la Omnipotencia de Jesucristo; es decir, demuestra que Cristo es Dios.
La otra enseñanza que nos deja el Evangelio está relacionada con el sentido sobrenatural del milagro, sentido que podemos deducir cuando reemplazamos los elementos naturales y los traspasamos al orden sobrenatural, porque en los elementos naturales están representadas realidades sobrenaturales. Así, por ejemplo, las dos barcas y sobre todo la barca de Pedro, representan a la Iglesia Católica; el mar, representa el mundo y la historia humana; los peces, son los hombres; la red es Cristo, la Palabra de Dios Padre enviada al mundo para llevar a los hombres al Reino de Dios; la noche en que se realiza la primera pesca, es el trabajo de los hombres de la Iglesia, pero sin la Presencia de Cristo y sin su Espíritu y eso es lo que explica que la primera pesca sea infructuosa, porque el trabajo del hombre, sin la ayuda de Dios, no vale nada: la noche significa el trabajo evangelizador realizado con las solas fuerzas humanas, sin oración, sin ayuno, sin sacramentos; por el contrario, la pesca realizada de día, a la luz del sol y bajo las órdenes de Cristo, significan los esfuerzos apostólicos y de evangelización de la Iglesia que sí dan fruto porque precisamente son llevados a cabo por Cristo y su Espíritu, mediante el trabajo y aporte humano del Vicario de Cristo y los miembros de la Iglesia. Entonces, la pesca infructuosa significa que podemos trabajar día y noche para conquistar almas, pero si no media la acción de Cristo y su Espíritu, por un lado y de parte nuestra, la oración, el ayuno, los sacramentos, todo el esfuerzo es en vano; la pesca milagrosa significa que, por el contrario, si obran Cristo y su Espíritu, entonces los frutos de la evangelización superan infinitamente los esfuerzos humanos.  
Otro elemento muy importante del Evangelio es el acto de fe que hace Pedro ante las palabras de Jesús: Pedro era un pescador experimentado; había estado trabajando toda la noche, y con muchos ayudantes y sin embargo, ahora, cuando Jesús le da la orden, Pedro podría haber objetado la orden y decirle a Jesús, siempre con respeto y caridad: “Maestro, soy pescador experimentado, ya es de día y la pesca se hace de noche; Tú me mandas echar las redes en el mismo lugar en donde no hemos pescado nada, es inútil intentarlo de nuevo”. Es decir, hay un doble motivo, desde el punto de vista humano, para no obedecer las órdenes de Jesús: ya no es hora de pescar, porque la mejor pesca es a la noche y, por otro lado, es intentar en un lugar en donde se ha comprobado que no hay peces. Sin embargo, Pedro, llevado por el amor a Jesús, deja de lado sus razonamientos humanos y, movido por el Espíritu Santo, dice algo que es, más que una frase, una hermosa oración: “Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes”. “Por tu Palabra, echaré las redes”. Cuando humanamente todo parece perdido, la intervención de Cristo cambia las cosas radicalmente y aquello que era un fracaso estrepitoso y rotundo, se convierte en un suceso admirable: si en un momento los esfuerzos evangelizadores de la Iglesia –sea en un alma, que puede ser la nuestra o  la de nuestros hermanos; sea en una sociedad; en una nación; en una civilización entera- parecen fracasar, solo hay que acudir a Jesús y obedecer sus palabras: “Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca”. Cuando los esfuerzos parezcan vanos, es porque en realidad hemos estado confiando demasiado en nuestras fuerzas humanas; entonces, lo que debemos hacer, es acudir ante Jesús Eucaristía, postrarnos ante su Presencia y decirle: “Maestro, por tu Palabra echaré las redes; por tu Palabra continuaré cargando la cruz de cada día; por tu palabra te seguiré por el camino del Calvario; por tu palabra subiré contigo a la cruz; por tu palabra amaré a mi enemigo”. Y Jesús Eucaristía se encargará de hacer el milagro de que nuestra pesca infructuosa se convierta en una pesca milagrosa.


viernes, 8 de septiembre de 2017

“Sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse”



“Sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse” (Lc 5, 1-11). La escena evangélica de la primera pesca milagrosa nos muestra cuán distinta es la actividad apostólica y misionera de la Iglesia, cuando es Jesús con su Espíritu quien la guía, a cuando somos los hombres los que, confiando solo en nuestras fuerzas, nos dedicamos a un activismo infructuoso.
Este activismo infructuoso está representado en la pesca realizada por Pedro y los demás durante la noche: la barca es la Iglesia y Pedro el Vicario de Cristo; la noche significa ausencia de oración, movilización continua, actividad frenética, planificaciones estériles y agotadoras. Así como la pesca fue infructuosa –no pudieron sacar ni un pez-, así es esta actividad que, sin el Espíritu de Jesús y so pretexto de “aggiornamento”, "modernismo" o “progresismo”, deja de lado la Tradición, el Magisterio y la contemplación y adoración eucarística.
Por el contrario, la pesca milagrosa, realizada en plena luz del día y bajo la guía de Jesús, significan que “lo que es imposible para el hombre, es posible para Dios” y que es Jesús quien, con su Espíritu, acerca a las almas a la Iglesia, representada en la barca de Pedro.

“Sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse”. Ser fieles a la Santa Fe Católica de hace veinte siglos, ser fieles a la Tradición, al Magisterio y a la Biblia de traducción católica, hacer adoración eucarística, rezar el Santo Rosario y recién, solo recién, el apostolado y la misión. Que serán fructíferos si Jesús, el Dios de la Eucaristía, así lo dispone.

miércoles, 31 de agosto de 2016

“No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”


“No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres” (Lc 5, 1-11). En este Evangelio se relata una de las pescas milagrosas realizadas por Jesús. Notemos el siguiente detalle: Pedro y los demás pescadores han estado tratando de pescar, infructuosamente, toda la noche, pero cuando Jesús se lo ordena, sacan una gran cantidad de peces. ¿Qué significa este milagro? Para saberlo, tengamos en cuenta que, al igual que sucede con las parábolas, en este caso, también cada elemento del milagro, se refiere a una realidad sobrenatural.
Jesús es el Hombre-Dios y, como tal, sube a la barca de Pedro, es decir, no sube a la otra barca, sino a la de Pedro, porque esta barca es la Iglesia, la barca del Vicario de Cristo, el Papa; el mar representa el mundo y la historia humana; los peces son los hombres; la noche, en la que han pescado infructuosamente, representa a una Iglesia sin Cristo y, al no estar Cristo, Luz del mundo y Luz eterna de Luz eterna, trabaja a oscuras, con las solas fuerzas humanas de sus integrantes, sin lograr ningún fruto, y es por eso que las redes, al final de la noche, están vacías; Jesucristo que sube a la barca de Pedro significa que es Él quien, con su Espíritu, gobierna la Iglesia; el día, iluminado por la luz del sol, y es el tiempo en el que se realiza el milagro, representa la gracia de Jesús, Sol de justicia y Gracia Increada, Fuente de toda gracia participada, por Quien el trabajo apostólico de la Iglesia, que busca salvar las almas, tiene frutos y frutos abundantes.

El milagro nos enseña, por lo tanto, que sin Jesucristo y su Espíritu, todo nuestro trabajo apostólico es en vano, y es esto lo que representa la pesca infructuosa realizada por Pedro y los demás apóstoles; por el contrario, el trabajo apostólico realizado bajo la guía del Hombre-Dios, supera todo cálculo humano. Por último, Pedro y los demás apóstoles se postran ante Jesús luego del milagro, invadidos por el santo temor de Dios, al descubrir, en Jesucristo, a Dios Hijo encarnado: esto representa al alma que, iluminada por el Espíritu Santo, reconoce a Jesús en la Eucaristía y se postra para adorarlo.

sábado, 6 de febrero de 2016

“Navega mar adentro y echa las redes”


(Domingo V - TO - Ciclo C – 2016)
         “Navega mar adentro y echa las redes” (Lc 5, 1-11). En este Evangelio llamado “de la primera pesca milagrosa”, hay en realidad dos pescas: una primera, hecha por Pedro y sus discípulos, sin Cristo, de noche, en la que no logran pescar nada; una segunda, milagrosa, de día, con Cristo, en la que pescan con abundancia. Jesús realiza por lo tanto un gran milagro, que es el de atraer los peces a la red. La escena evangélica, sucedida realmente, tiene además un significado espiritual y sobrenatural; para poder aprehenderlo, hay que considerar que cada elemento terreno, real, remite a una realidad sobrenatural. Así, por ejemplo: la barca de Pedro, a la que sube Cristo, es la Iglesia Católica, conducida por el Vicario de Cristo, el Papa, bajo las órdenes de su Cabeza, el Hombre-Dios Jesucristo; el mar, es el mundo y la historia humana; la noche significan las tinieblas del pecado, del error y de la ignorancia, además de las tinieblas vivientes, los demonios, que acechan a la Iglesia y la perturban en su tarea de salvar almas; el día –la hora de la mañana en la que se lleva a cabo la pesca milagrosa-, caracterizado por la iluminación con la luz del sol, significa la Iglesia iluminada por la luz de la resurrección de Cristo, el Sol de justicia que ilumina el mundo con su luz eterna desde el Domingo de Resurrección y significa por lo tanto el triunfo de Cristo, muerto en cruz y resucitado, sobre los enemigos mortales de la humanidad, las tinieblas que son el demonio, la muerte y el pecado; los peces en el mar, son los hombres a los que no se ha predicado el Evangelio; la red echada en el mar, con la cual se atrapan los peces, es el Evangelio de Jesucristo predicado por el Magisterio eclesiástico, con el cual la Iglesia salva las almas de los hombres; como toda pesca, y aunque no aparezca en este episodio, los pescadores separan a los peces buenos de aquellos que están muertos: los pescadores son los ángeles de Dios, que en el Día del Juicio Final, y bajo las órdenes del Sumo y Eterno Juez Jesucristo, separarán a los hombres buenos, aquellos en quienes la Palabra de Dios dio fruto en un treinta, sesenta y ciento por uno, de los peces malos, es decir, aquellos hombres muertos a la gracia y destinados a la condenación, por no haber creído en Jesucristo; la pesca infructuosa, realizada de noche, sin Jesucristo en la barca, significan los esfuerzos apostólicos de la Iglesia que no están precedidos por la oración y que por lo tanto no cuentan con el favor de Dios, pero también significa una Iglesia sin Cristo; la pesca milagrosa, realizada en una hora y en un lugar no aconsejados para la pesca, pero que a pesar de eso consigue abundancia de peces y realizada con Cristo en la Barca de Pedro, es la Iglesia que, junto al Vicario de Cristo sigue sus mandatos, y significa que los esfuerzos apostólicos, misioneros y evangelizadores de la Iglesia, aunque realizados en condiciones humanamente imposibles, obtienen sin embargo la conversión de numerosas almas, porque el que convierte los corazones con su gracia, es Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
         Hay dos pescas en el Evangelio, entonces: una infructuosa, de noche, sin la guía de Jesucristo, que no logra pescar nada, a pesar de hacerlo en la hora adecuada –la noche- y en el lugar adecuado; la pesca milagrosa, se realiza bajo las órdenes de Cristo, y obtiene numerosísimos peces, indicando así que no somos nosotros quienes atraemos a las almas, sino Jesús, aunque el hecho de que Jesús atraiga las almas por medio del trabajo de Pedro y los demás Apóstoles, indica que Él quiere atraer a las almas mediante nuestro trabajo apostólico en su Iglesia.
         El Evangelio de las dos pescas –la infructuosa, sin Cristo, y la milagrosa y abundante, con Cristo-, nos enseña que, tanto en la vida personal, como en la vida de la Iglesia, “nada podemos sin Cristo”, Presente en la Eucaristía: “Sin Mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5).
         Ahora bien, hay otro elemento para considerar, y es que cuando Pedro se da cuenta de que Cristo acaba de hacer un gran milagro y que por lo tanto es Dios Encarnado, se postra ante Jesús y le dice: “Apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Nosotros, reconociendo también en Jesucristo su condición de Hombre-Dios, también nos postramos ante Él, pero no le pedimos que se aparte de nosotros, sino que se quede con nosotros, porque somos pecadores y queremos ser convertidos por su gracia. Es por eso que le decimos: “Señor Jesús, no te apartes de mí, porque soy pecador. Quédate conmigo, quédate en mí, yo soy uno de los peces atrapados por la red de tu Palabra de Vida eterna. Quédate conmigo, entra en mi corazón por la Eucaristía y santifica mi alma con tu gracia, conviérteme en Ti, en una imagen viviente tuya. Jesús Eucaristía, no te apartes de mí, que soy un pecador. Quédate conmigo, y no te apartes nunca de mí”.


jueves, 3 de septiembre de 2015

“Navega mar adentro y echen las redes”


“Navega mar adentro y echen las redes” (Lc 5, 1-11). Mientras Jesús sube a la barca para enseñar sus parábolas, llegan los pescadores que han estado toda la noche pescando, pero infructuosamente, porque a pesar del esfuerzo, no han sacado nada. Sin embargo, a pesar de esto, Jesús le dice a Pedro que se interne en el mar nuevamente y que eche las redes: “Navega mar adentro y echa las redes”. Pedro obedece y, para admiración suya -y la de todos los presentes-, esta vez, sin el más mínimo esfuerzo, sacan tantos peces, que deben pedir ayuda a la otra barca. Lleno de temor de Dios, Pedro se postra ante Jesús.
La escena de la pesca milagrosa, real, tiene también un significado sobrenatural, pues cada uno de los elementos representa una realidad sobrenatural: la barca en la que está Jesús enseñando, es la Iglesia, y Jesús enseñando, es el Hombre-Dios, el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo, que es el Maestro de los hombres, que enseña, desde su Iglesia, la Iglesia Católica, el camino de la eterna salvación; el mar es el mundo y la historia humana; los peces, son las almas de los hombres; Pedro y los pescadores, representan al Papa y a los obispos, sacerdotes, monjas y laicos que trabajan en la Iglesia para la salvación de las almas; la red es la Palabra de Dios, que se ofrece a los hombres desde la Iglesia, para que se salven; la pesca infructuosa, es decir, la pesca que realizan los pescadores de noche y sin Jesús, significan los esfuerzos humanos por evangelizar, que son inútiles y vanos si no está de por medio Jesucristo con su gracia; la pesca milagrosa, realizada a plena luz del día, con Jesucristo, significa que el que salva en la Iglesia es Jesucristo con su gracia y con el Espíritu Santo. La parábola nos enseña, entonces, que el trabajo evangelizador por la salvación de las almas, sin Cristo y su gracia –representado en la pesca infructuosa, realizada en las tinieblas-, es un esfuerzo inútil, mientras que, si es Cristo el que guía la Barca que es la Iglesia, con su gracia y su Espíritu, la pesca es abundante, es decir, muchas almas se convierten, regresan a la Iglesia y se salvan, y esto está representado en la pesca milagrosa, en la que se pescaron tantos peces, que hubo llevarlos en dos barcas.

Ante el milagro de la pesca milagrosa, Pedro se postra, lleno de temor de Dios –es decir, lleno de gozo y de alegría- ante Jesucristo quien así le demostraba, con la abundancia de peces, que Él era el Hombre-Dios; frente a nosotros, en cada Santa Misa, Jesús hace un milagro infinitamente más grande que el de atrapar peces en una red, y es la conversión del pan y del vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, y así nos demuestra que Él es el Hombre-Dios. ¿Por qué entonces no nos postramos, al menos interiormente, ante su Presencia Eucarística?

viernes, 10 de abril de 2015

Viernes de la Octava de Pascua


(2015)

         “Jesús tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado” (Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece por tercera vez a sus discípulos, a orillas del mar de Tiberíades; toda la aparición, real, está cargada de elementos simbólicos sobrenaturales. La aparición sucede a la madrugada, luego de toda una noche infructuosa de pesca y Jesús, de pie, en la orilla del mar, luego de preguntarles si tienen pescados, les ordena que “tiren la red a la derecha de la barca”, que es donde había menos probabilidades de encontrar peces[1]; sin embargo, a pesar de esto, se produce la segunda pesca milagrosa, puesto que las redes se llenan con ciento cincuenta y tres peces. En la pesca milagrosa, hay dos hechos que llaman la atención: el número de peces, que simbólicamente ha sido relacionado con la universalidad de la Iglesia -por doctores de la Iglesia, como San Agustín y San Jerónimo-, y el hecho de que la red no se haya roto, es tomado como un indicativo de la unidad e integridad de la Iglesia[2]. Pero además, el hecho de que la aparición sea de madrugada tiene un significado simbólico: la noche representa esta vida; el trabajo infructuoso, en la barca, de los discípulos, sin Jesús, significa que la Iglesia, sin Jesús, "nada puede hacer", tal como Él lo dice. La aparición en la madrugada, resucitado, significa que Jesús conduce a su Iglesia al Nuevo Día, la Eternidad, con su Resurrección, y la pesca milagrosa, que sus palabras, según las cuales la Iglesia, sin Él "nada puede hacer", son verdad.
En cuanto a los discípulos, en un primer momento, y tal como sucede en las otras apariciones, no se dan cuenta que es Jesús, es decir, no lo reconocen. Y aunque luego lo reconocen, el primero en hacerlo es Juan, el Apóstol “a quien más amaba Jesús” (cfr. Jn 21, 20-25), porque es el Amor el que permite reconocer a Jesús. Al darse cuenta que era Jesús, Juan exclama, lleno de gozo y admiración: “¡Es el Señor!”, se viste la túnica y se lanza al mar, nadando hacia la orilla, en pos de Jesús.
         Luego de la pesca milagrosa, Jesús mismo les da de comer pescado asado y pan: “Jesús tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado”. Toda la aparición representa lo que hace Jesús resucitado en la Iglesia, desde la Eucaristía: así como Jesús está de pie, en la orilla del mar Tiberíades, esperando a sus amigos que están en la barca, así está de pie, en el sagrario, esperando por nosotros, sus amigos, que estamos en la barca, la Iglesia, para que vayamos a visitarlo; así como les dijo que tiraran la red a la madrugada y en un lugar en donde no había esperanzas de pesca, así también a nosotros nos envía al mundo, a buscar almas, a lugares en donde tal vez no hay esperanzas humanas de redención, pero así como Él produjo la pesca milagrosa, así también es Él el que se encarga de pescar las almas por nuestro intermedio; por último, a sus amigos les dio de comer pan y pescado, como signo de su amistad; a nosotros, como signo de su Amor infinito y eterno, nos da su Cuerpo Sacramentado y Sagrado Corazón Eucarístico y con Él, su Espíritu Divino. Y, al igual que Juan, el Discípulo Amado, nosotros, al contemplarlo en la Eucaristía, lo reconocemos con la luz de la fe y exclamamos, llenos de gozo, de asombro y de amor: “¡Es el Señor!”.





[1] Cfr. B. Orchard et. al, Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Barcelona 1957, Editorial Herder, 778.
[2] Cfr. Ibidem.

jueves, 4 de abril de 2013

Viernes de la Octava de Pascua



         “¡Es el Señor!” (Jn 21, 1-14). Jesús resucitado se aparece “por tercera vez” a los discípulos, esta vez, a orillas del Mar de Galilea, obrando una segunda pesca milagrosa.
         Como ya había sucedido anteriormente, también ahora, antes de la pesca milagrosa, hay una primera pesca infructuosa. Jesús repite el milagro con una única diferencia: ahora está resucitado. El mensaje, sin embargo, es el mismo que para la primera pesca milagrosa, porque en ambos está representado el misterio sobrenatural de la Iglesia en su peregrinar hacia el Reino de los cielos. Cada uno de los elementos de la escena tiene un significado sobrenatural: la barca de Pedro es la Iglesia; Pedro es el Vicario de Cristo, el Papa, que guía a la Iglesia bajo la guía de Cristo; el mar es el mundo y la historia humana; los peces son los hombres; la pesca infructuosa y de noche, significa el activismo apostólico, es decir, el voluntarismo, el obrar afanoso y bien intencionado, pero infructuoso, puesto que no se confía en la gracia divina y se piensa que todo depende de la propia voluntad. Es también el alma que todo lo quiere hacer por ella misma, sin confiar en Dios, sin confiar en Jesús, sin pedir la intercesión de la Virgen, de los ángeles y de los santos. En el fondo, esta actitud revela la existencia del orgullo humano que no deja lugar a la confianza en la acción de Dios a través de su gracia. La pesca infructuosa representa el obrar humano sin la guía de Jesús; es el afán apostólico sin oración previa y sin dejar todo en manos de Jesús y de María.
         La pesca milagrosa, por el contrario, representa a quienes en la Iglesia actúan movidos por la fe en Cristo y su gracia; son quienes, ante una empresa apostólica, oran y encomiendan el trabajo apostólico y misionero a Jesús y piden a la Virgen su intercesión; son los que obran como si todo dependiera de ellas, y rezan como si todo dependiera de Dios.
         Estos últimos, los que confían en Jesús y en su gracia y en el poder intercesor de María Virgen exclaman, al descubrir la acción milagrosa de Dios en los asuntos humanos: “¡Es el Señor!”, la misma expresión asombrada de Juan luego de la pesca milagrosa reconociendo que el milagro se debe a Cristo resucitado y a su poder divino. 

miércoles, 6 de febrero de 2013

“Navega mar adentro y echa las redes”



(Domingo V - TO - Ciclo C - 2013)
         “Navega mar adentro y echa las redes” (Lc 5, 1-11). A pesar de que Pedro y los demás pescadores han pasado la noche intentando pescar en vano Jesús, contra toda lógica y sin tener en cuenta el cansancio de los pescadores, le ordena a Pedro navegar mar adentro y echar las redes. Pedro pretende hacerle ver a Jesús que han pescado toda la noche, pero obedece el mandato de Jesús. Para sorpresa y admiración de todos, la pesca es tan abundante, que las barcas amenazan con hundirse.
         En este episodio de la pesca milagrosa cada elemento tiene un sentido y un significado sobrenatural: la barca es la Iglesia; Pedro y los pescadores, el Papa y los cristianos; el mar es el mundo y la historia humana; los peces, son los hombres; la pesca de noche, es el “activismo”, o el trabajo apostólico de la Iglesia sin Cristo, basado en las solas fuerzas humanas, destinado desde el inicio al fracaso; la pesca milagrosa, de día y bajo las órdenes de Cristo, significa la misión de la Iglesia, que es fructífera sólo cuando confía en Cristo y su gracia; los peces que no son pescados a la noche, son los hombres a los que el mensaje evangélico no les llega, debido al activismo de los religiosos, que piensan que con sus esfuerzos, sin contar con Dios, lograrán conquistarlos; los peces en la red simbolizan a los hombres que ingresan en la Iglesia por la gracia santificante, que bendice el esfuerzo humano por inculturar el Evangelio. El activismo religioso, representado en la pesca infructuosa, es la actitud más peligrosa para la Iglesia, porque el religioso enfermo de activismo, es decir, que hace apostolado sin oración y sin contar con la gracia de Dios, se comporta en el fondo como un ateo, con lo cual pervierte la esencia de la religión, que es unir al hombre con Dios en el Amor; el religioso activista –y pueden existir instituciones enteras contagiadas y enfermas de activismo- se convierte así en una paradoja, en un ser monstruoso: un “ateo religioso”, que niega a Dios con su misma religión.
         El episodio nos muestra entonces el valor de la fe en Jesús, demostrada por Pedro, como Vicario de Cristo, que obedece a pesar de que humanamente la empresa no parece ser éxito. Si hubiera razonado humanamente, si hubiera confiado en su sola razón, sin abandonarse en Dios –cuyos designios son insondables, como el mar en el que debe adentrarse-, Pedro no habría logrado nunca pescar tal cantidad de peces, porque humanamente todo era contrario: ya habían intentado pescar toda la noche, hora propicia para la pesca; en consecuencia, estaba suficientemente demostrado que el lugar no era el adecuado; se habían empleado todos los medios y todos los hombres necesarios para la tarea, y todo había resultado un fracaso; por lo tanto, nada justificaba el intentar con la pesca.
         Pero Jesús no se detiene en las consideraciones humanas, y no por temeridad o desconocimiento, sino porque Él es Dios; Él es el Creador de los peces; Él es Creador del mar en donde se encuentran los peces; todo el universo le obedece al instante; basta que Él solamente lo desee, y los peces acudirán en número incontable, como de hecho sucede, a las redes. Jesús, en cuanto Dios, sabe qué es lo que sucederá; sabe que los peces le obedecerán y llenarán las redes, porque todo el Universo le obedece como a su Dios y Creador.
         Todo el Universo le obedece, pero menos el hombre, que dotado de inteligencia y libertad, haciendo mal uso de esos dones, se ha rebelado contra su Creador, siguiendo en esa rebelión al ángel caído, el Príncipe de la mentira, el Homicida desde el principio.
         En este sentido, la obediencia de Pedro, basada en la fe en Cristo como Palabra eterna del Padre, representa la obediencia de la Iglesia, en donde se origina la Nueva Humanidad, la Humanidad nacida por la gracia y convertida en hija adoptiva de Dios. La fe de Pedro en la Palabra de Jesús repara, de esta manera, la desobediencia original de Adán y Eva, y si estos por la desobediencia perdieron todos los dones, la Iglesia, por la obediencia a Cristo, obtiene esos dones y más todavía, porque por la gracia redime a la humanidad perdida, Redención a su vez simbolizada en los peces que quedan atrapados en la red.
           “Navega mar adentro y echa las redes (...) Si tú lo dices, echaré las redes”. El episodio evangélico nos deja entonces como enseñanza que nuestra fe en Cristo debe ser como la fe de Pedro, el Vicario de Cristo. Si queremos saber en quién tenemos que creer y cómo tenemos que creer, lo único que debemos hacer es mirar al Santo Padre, el Vicario de Cristo y creer en quien cree él y como cree él. El Papa es nuestro modelo de fe en Cristo, el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada en una naturaleza humana, y es modelo de cómo debe ser nuestra fe en Cristo en todo momento: creer contra toda esperanza en la Palabra de Dios, aún cuando parezca humanamente que todo está perdido: "Si Tú lo dices, echaré las redes".           
         “Navega mar adentro y echa las redes”. Pedro y la Iglesia, simbolizados en la barca que se adentra en el mar, son enviados por Cristo, Palabra eterna del Padre; el envío misional de Pedro y de toda la Iglesia, se produce luego del encuentro con Cristo, Palabra encarnada del Padre, y el éxito -la salvación eterna de los hombres- está garantizado desde el inicio, desde el momento en que la misión está bajo la guía de Jesucristo y su Espíritu, y no bajo el mero esfuerzo humano del hombre sin Dios.
Este envío luego del encuentro con Cristo está anticipado en el Antiguo Testamento, en el episodio del profeta Isaías: es enviado a misionar luego de ser purificados sus labios con una brasa ardiente, símbolo de la Eucaristía. De la misma manera a como el profeta Isaías es enviado a la misión –“Aquí estoy, envíame”- luego de que sus labios son purificados por el contacto con la brasa ardiente tomada del altar con las pinzas, por el ángel de Dios, así el creyente que asiste a la Santa Misa es enviado a la misión, al mundo, al finalizar la Misa, luego de recibir el Ántrax o Carbón ardiente, nombre dado por los Padres de la Iglesia al Cuerpo de Cristo. Y si el profeta Isaías se enciende en ardor misionero –“Aquí estoy, envíame”, le dice a Yahvéh- y es enviado a misionar luego de ser purificados sus labios con una brasa, con cuánta más razón el cristiano debe ver encendido su ardor misionero, desde el momento en que no son sus labios los que son purificados por una brasa ardiente, sino que su corazón es abrasado en el Amor divino, al entrar en contacto con el Carbón ardiente, el Ántrax, el Cuerpo de Jesús resucitado en la Eucaristía. Inflamado su corazón en el Amor de Dios, comunicado por la Eucaristía así como el fuego del leño se comunica al pasto seco y lo hace arder, así el cristiano debe decir a Dios: “Aquí estoy, envíame al mundo, a proclamar tu Amor”. Así, enviado por la Palabra de Dios, navegará mar adentro, en el mundo y en la historia de los hombres, y bajo la guía del Espíritu de Dios, obtendrá algo más grande que pescar abundantes peces: obtendrá la salvación eterna de muchas almas.