Mostrando entradas con la etiqueta servidores. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta servidores. Mostrar todas las entradas

martes, 14 de noviembre de 2017

“Somos simples servidores”



“Somos simples servidores” (Lc 17, 7-10). Con esta parábola, Jesús no solo nos advierte contra la soberbia, que nos hace creer que toda obra buena es obra nuestra –con lo cual arruinamos lo bueno de la obra-, sino que nos revela también que todo “éxito” en el apostolado, no depende de nosotros, sino de Dios Trino. En efecto, del mismo modo a como un simple sirviente o criado no tiene que ensoberbecerse por cumplir bien la orden que le dio su patrón, como tampoco atribuirse para sí el mérito de una empresa llevada exitosamente a cabo por directivas de su patrón, y solo debe decir: “Soy un simple servidor”, así también el cristiano, cuando de una empresa apostólica pueden verse sus frutos.
La razón es doble: por un lado, el atribuirse la bondad de una empresa apostólica daña a la misma empresa apostólica, puesto que el alma se ensoberbece y cae fácilmente en el orgullo; por otro lado, es falso atribuirse el ser la causa primaria de la bondad de un apostolado, puesto que la Única Causa Primera de todo bien es Dios Trino y no nosotros. Los hombres somos meramente causas segundas, es decir, somos solo servidores –inútiles y esto, siempre y cuando hagamos la voluntad de Dios- del gran "Rey de reyes y Señor de señores" (cfr. Ap 19, 16), Cristo Jesús.


martes, 8 de noviembre de 2016

“Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”


“Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber” (Lc 17, 7-10). La aclaración de Jesús acerca de qué es lo que debemos decir cuando cumplimos nuestro deber –si es que lo cumplimos- es necesaria, toda vez que, llevados por nuestra soberbia y nuestro deseo de ser glorificados por los hombres –y hasta por Dios-, nos atribuimos cosas que sólo le corresponden a Dios y su gracia. Por ejemplo, si alguien se convierte, podemos caer en la tentación de decir que “fue por mis oraciones”; si algún desastre se evita, o si se consigue algo que puede ser considerado un milagro, todo lo atribuimos a nosotros mismos, como si nosotros fuéramos Dios, o como si Dios estuviera subordinado a nosotros mismos. Y cuando esto hacemos, no solo pecamos de soberbia, sino que nos olvidamos las palabras de Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer” (Jn 15, 5). Sin Jesús, no podemos hacer “nada”, literalmente hablando, porque Él es la Gracia Increada, de quien procede toda gracia creada y participada, lo cual quiere decir que es Él quien obra en las almas, siendo nosotros sólo “pobres instrumentos” –cuando lo somos-.

lunes, 11 de noviembre de 2013

“Cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’”


“Cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: ‘Somos simples servidores, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber’”. (Lc 17, 7-10). Para que no nos equivoquemos en nuestra relación con Dios, exigiendo recompensas indebidas por hacer el bien, Jesús nos narra la parábola de un servidor que no debe esperar recompensas de su amo por el mero hecho de cumplir su deber. Muchos cristianos pretenden doblegar a Dios con algunas oraciones y unas pocas buenas obras, como si Dios estuviera obligado a retribuirles por lo que hicieron, cuando en realidad somos nosotros quienes debemos agradecerle con todo nuestro ser el habernos creado y el habernos adoptado como hijos. Y la forma de agradecer es mediante el cumplimiento de sus Mandamientos y mediante el obrar las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.
Esta errónea pretensión, por parte de los cristianos, de recibir “remuneración” de parte de Dios por el simple hecho de cumplir lo que Dios pide en su Ley, se debe a que, en gran medida, se tiene una idea equívoca de la relación entre Dios y el cristiano: se piensa que es un “tomar y dar”: yo te doy algo –el cristiano ora o hace alguna obra buena- y tú me tienes que dar algo en retribución –Dios tiene la “obligación” de responder a lo que se le pide.
Como decimos, esto sucede cuando se piensa que la relación entre Dios y el cristiano es de esta naturaleza, pero no es así: puede ser la relación entre un empleador y su empleado, entre un dueño de una empresa y su obrero, pero no la que debe darse entre Dios y el hombre adoptado por él como su hijo. La relación con Dios va mucho más allá de un simple dar y recibir: es, por parte del hombre, el participar del misterio de la Cruz y del sacrificio de Jesús, Cruz y sacrificio por medio de los cuales Dios Trino redime a la humanidad, perdona los pecados de todos los hombres, derrota al demonio, el mundo y la muerte, los tres grandes enemigos de la humanidad, y concede a los hombres la gracia de la filiación divina, por medio de la cual los adopta como hijos suyos y los hace herederos del Reino de los cielos. A su vez, la participación en este misterio de redención, es un don de Amor por parte de Dios, quien por Amor y solo por Amor, quiere hacer partícipes a los hombres del sacrificio redentor de la humanidad, el sacrificio de Cristo en la Cruz. Y puesto que la forma de agradecer este don de Amor que es la participación a la Cruz de Jesús, es por medio del amor, demostrado de modo concreto y no con meras palabras, en el cumplimiento diario de los Diez Mandamientos y en el obrar las obras de misericordia, no se ve porqué el cristiano que obre de esta manera, tenga que exigir “recompensa” o “retribución”, por hacer lo que debe hacer: amar a Dios en acción de gracias por haberlo elegido para participar del sacrificio que salva a la humanidad.

Como vemos, Jesús tiene razón en advertirnos que no debemos “exigir” a Dios nada, mucho menos cuando nuestro deber es un deber de amor, porque se trata de responder con amor al Amor Eterno de Dios, que nos ha elegido para salvar al mundo uniéndonos a la Cruz de Jesús. 

lunes, 12 de noviembre de 2012

“Somos simples servidores que sólo hemos cumplido nuestro deber”



“Somos simples servidores que sólo hemos cumplido nuestro deber” (cfr. Lc 17, 7-10). La actitud del cristiano que cumple con su deber –es decir, procura vivir en estado de gracia permanente, evitando el pecado y sus ocasiones, y en todo busca de agradar a Dios, viviendo principalmente el mandamiento más importante, amar a Dios y al prójimo, cuando sea llamado a la Presencia de Dios, en el juicio particular, deberá considerarse a sí mismo como el siervo de la parábola: así como el dueño de casa no tiene que agradecer a su siervo por haber cumplido lo que era su deber, tampoco el cristiano que haya cumplido su deber de caridad, tiene que pretender que Dios le esté agradecido. Por el contrario, tiene que considerarse como “simple servidor” que lo único que ha hecho es “cumplir su deber”.
Esto no es una mera exhortación a la humildad por parte de Jesús, sino el reconocimiento de una realidad, también expresada por Jesús: sin la gracia santificante, el hombre nada puede hacer de bueno, en el sentido de que esa obra buena le granjee la salvación eterna: “Sin Mí, nada podéis hacer”.
El hombre necesita de la gracia santificante, que brota del Sagrado Corazón de Jesús como de su fuente inagotable, para poder obrar el bien. Todo buen pensamiento, todo buen deseo, toda buena obra, por más pequeños que sean, son mociones del Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, que quiere que el hombre responda libremente al bien participado, detrás del cual está el Bien infinito, el Acto de Ser de Dios Trino. Si el hombre responde positivamente, se hace merecedor de más y más gracias, que lo harán crecer cada vez en santidad. Lo que el hombre tiene que darse cuenta, por un lado, es que si no existe esta actuación del Espíritu Santo, nada bueno puede hacer el hombre para su salvación; por otro, el saber esto le sirve para reconocer la operación del Espíritu Santo en su alma: si tuvo un buen pensamiento, un buen deseo, o hizo una buena obra, era señal de la Presencia operante del Espíritu en él.
En otras palabras, la gracia santificante otorga la participación en la Bondad infinita de Dios, y le permite al hombre obrar el bien y ganarse, con este bien actuado, méritos para la vida eterna, y esta correspondencia a la gracia se ve en su máxima expresión en los santos. Ahora bien, los santos son santos por esta correspondencia a la gracia, y no por haber merecido ellos la santidad, y si no hubiera actuado la gracia antes, no habrían llegado nunca a ser santos: si no actúa Dios en primer lugar con su gracia, nada puede hacer el hombre para salvarse, y esto es lo que explica la condición del cristiano frente a Dios: la de “simple servidor” que “sólo ha cumplido su deber”. Aceptar este hecho requiere de humildad, y esto es ya Presencia del Espíritu en el alma.