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sábado, 8 de mayo de 2021

Solemnidad de la Ascensión del Señor

 


         

(Ciclo B – 2021)

“Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo” (Jn 17, 11b-19). Jesús asciende a los cielos, glorificado, luego de resucitar y luego de vencer, en la Cruz, a los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, el Pecado y la Muerte. Pero antes de ascender, en la Última Cena, da a su Iglesia Naciente un mandato, que se extiende hasta el fin del mundo y es el de proclamar al mundo la Buena Noticia de la salvación, enviándolos a misionar, así como el Padre lo ha enviado a Él a sacrificarse por la salvación de los hombres: “Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. Este envío es específicamente misional, evangelizador, tal como lo dirá en otro pasaje: “Id y proclamad por el mundo la Buena Noticia; el que crea y se bautice se salvará; el que no crea y no se bautice, se condenará”. Por lo tanto, vemos que la actividad misionera, apostólica y evangelizadora de la Iglesia, es esencial para la salvación del alma: quien crea que Cristo es Dios y que la Iglesia Católica es la Verdadera y Única Iglesia del Cordero y reciba el Bautismo sacramental para la remisión del pecado original y la recepción de la gracia santificante que convierte al alma en hija adoptiva de Dios y en heredera del Reino de los cielos, ese se salvará; quien no crea y no se bautice, estará destinado a la eterna condenación.

Por gracia de Dios, la Iglesia inició, desde sus primeros comienzos, esta actividad misionera, apostólica y evangelizadora, convirtiendo a pueblos y naciones enteras al cristianismo, sacándolas de la oscuridad del paganismo, de las tinieblas del gnosticismo, del error de la idolatría. Esto sucedió en todos los continentes adonde fueron enviados los misioneros de la Iglesia y sobre todo en Europa y, desde Europa, específicamente desde España, la Santa Fe Católica de Nuestro Señor Jesucristo llegó hasta nosotros por medio de los Conquistadores y Evangelizadores de España, auténticos héroes y santos, que a costa de sus vidas y de su sangre, plantaron la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, iniciando una tarea evangelizadora que constituye la más grande empresa que una nación haya emprendido jamás en la historia de la humanidad.

Es a Dios Trino, por supuesto, a quien debemos agradecer el haber recibido la Santa Fe Católica, pero también debemos estar eternamente agradecidos a nuestra Madre Patria España, porque fue España la que conquistó, con la Cruz y la espada, el continente americano y también gran parte de Asia, para Nuestro Señor Jesucristo.

El envío de Jesús a su Iglesia, a misionar y a evangelizar, supone para la Iglesia la lucha contra “las potestades y principados de los aires”, es decir, los demonios, que dominaban y controlaban a los hombres antes de la llegada de los misioneros evangelizadores, en nuestro caso, desde España. España se convirtió así en instrumento divino de la Santísima Trinidad para conquistar millones de almas para el Hombre-Dios Jesucristo, incorporándolas a su Iglesia por el Bautismo y destinándolas a la eterna salvación.

Es un gravísimo error, por lo tanto, considerar a las religiones, creencias y supersticiones pre-hispánicas –como el culto a la Pachamama o madre tierra, o los cultos paganos amerindios idolátricos- como equivalentes o incluso superiores al mensaje de salvación que propaga la Santa Iglesia Católica por mandato del Hombre-Dios Jesucristo. De ninguna manera la Iglesia debe convertirse en “discípula” de otras religiones y en particular de las amazónicas y amerindias, caracterizadas por la siniestra oscuridad del paganismo, el ocultismo, el satanismo y la hechicería. Son los paganos los que deben convertirse al Evangelio e ingresar en la Iglesia Católica para así salvar sus almas; jamás debe la Iglesia abandonar su mandato misionero y evangelizador, que dejaría a las almas sumergidas en la oscuridad y siniestra tiniebla del culto panteísta a la madre tierra, la Pachamama, propia de los cultos panteístas paganos[1]. Otros cultos paganos, idolátricos y demoníacos, además de la Pachamama, son las devociones neo-paganas a ídolos demoníacos como el Gauchito Gil, la Difunta Correa, San La Muerte y todo lo que proviene del gnosticismo, del ocultismo, de la brujería y del satanismo: todo eso debe ser arrojado al fuego del Infierno y ser reemplazados por la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

“Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo”. Dios, que NO ES padre-madre, como lo afirman erróneamente los paganos indigenistas, sino que es Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, nos envía al mundo para que proclamemos la Verdad de la Encarnación de Dios Hijo en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; para que proclamemos que Jesús murió en la Cruz, resucitó, ascendió a los cielos y al mismo tiempo se quedó en el misterio de la Sagrada Eucaristía y allí se quedará, para estar con nosotros, hasta el fin de los tiempos. Estamos en esta vida para proclamar que Jesús es Dios, que ha venido a salvarnos y para combatir, en su Nombre, a las obras del Demonio, el paganismo, el ocultismo, el gnosticismo, la hechicería, el satanismo. Para eso hemos recibido el Bautismo y la Fe Católica y para eso nos envía el Señor Jesús al mundo, para proclamar la Verdad Eterna de la Santa Cruz de Nuestro Señor Jesucristo.

jueves, 1 de febrero de 2018

“Si la gente no los escucha, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos”


“Si la gente no los escucha, sacudan hasta el polvo de sus pies, en testimonio contra ellos” (Mc 6, 7-13). Jesús envía a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios, y les confiere, haciéndolos partícipes de su poder divino, del poder de curar enfermos y de expulsar demonios. Les aconseja que “no lleven para el camino más que un bastón” y que tampoco lleven “pan, ni alforja, ni dinero”.
que fueran calzados con sandalias, y que no tuvieran dos túnicas” y la razón es que están de misión y no de paseo o de vacaciones. Ahora bien, puesto que van en nombre de Dios y de parte suya, porque el anuncio del Reino de los cielos no es de invención humana, sino una realidad divina que se revela a los hombres por medio de Jesucristo, a todo aquel que reciba a los discípulos de Jesús, la paz de Dios descenderá sobre él y sobre su casa, pero a aquellos que no los reciban, es decir, que los rechacen, la paz de Dios no quedará en esa casa, porque el Espíritu Santo no descenderá sobre esa casa, a causa de su rechazo. Y esto se refleja en la acción que Jesús ordena explícitamente hacer a sus discípulos: que sacudan “hasta el polvo que se ha adherido a sus pies”, en señal de testimonio contra esa casa.

Quien rechaza el mensaje de salvación del Hombre-Dios Jesucristo, revelado y manifestado por la misión de la Iglesia y por sus misioneros, debe atenerse a las consecuencias, que es nada menos que poner en riesgo la eterna salvación de su alma, debido a que “no hay otro nombre dado a los hombres para su eterna salvación”. Quien rechaza al Jesús de la Iglesia Católica –no al Jesús de otras religiones o iglesias, y mucho menos al Jesús de las sectas-, que es el Jesús que está en la Eucaristía, rechaza la última oportunidad de salvación que tiene de su alma y esa es la razón por la cual nadie debe hacer oídos sordos a lo que la Iglesia, por medio de los misioneros, dice a los hombres el mensaje de Jesús: “Conviértanse, porque el Reino de Dios está cerca”.

martes, 5 de julio de 2016

“Jesús proclamaba la Buena Noticia del Reino y curaba todas las enfermedades y dolencias”


“Jesús proclamaba la Buena Noticia del Reino y curaba todas las enfermedades y dolencias” (Mt 9, 32-38). Existe una tendencia, dentro del cristianismo, a identificar la “Buena Noticia del Reino”, proclamada por Jesús en Persona, y la “curación de todas las enfermedades y dolencias”, realizadas también por Jesús. Para muchos cristianos –sean sacerdotes o laicos-, la “Buena Noticia” es buscar la curación o sanación de las enfermedades, sean corporales o psíquicas. Esto es lo que explican las denominadas “misas de sanación”, en donde la gente –legítimamente- busca ser sanada de sus dolencias. Sin embargo, la Buena Noticia de Jesús no radica en la curación de enfermedades y dolencias, por graves que sean: la presencia de la enfermedad y su eventual curación, cuando acontece -sea milagrosamente o sea por la ciencia-, es sólo un aspecto de la vida querido o permitido por Dios, pero para que la persona que sufre se acerque a Él y participe de su Cruz. Se puede decir que la enfermedad, con todo lo que esta acarrea –tribulación, angustia, dolor, ansiedad-, es una participación a la cruz de Jesús. En otras palabras, es Jesús quien, a través de la enfermedad que permite que le acontezca a una persona, está acercando a esta persona a Él mismo, que está crucificado en el Calvario –y, por lo tanto, la acerca también a María Santísima, que está de pie, al lado de la cruz-. Es absolutamente legítimo implorar a Dios, en la Misa, en el Rosario, en la Adoración Eucarística y en cualquier oración que el católico buenamente pueda hacer, pero ante la enfermedad, lo que nos enseñan los santos, como San Ignacio de Loyola, no es pedir, ni la curación, ni la prolongación de la enfermedad, sino que se cumpla la voluntad de Dios. Dice San Ignacio que el alma puede estar llamada a seguirla en la enfermedad, o también en la salud, y que por lo tanto, no hay que pedir ni salud, ni enfermedad, sino el cumplimiento de la voluntad de Dios en nuestras vidas. En otras palabras, podría ser que Dios quisiera que me santifique en la enfermedad, por lo que tengo que pedir el saber participar de la Pasión de Jesús, que eso es la enfermedad; o pudiera ser que Dios quisiera que yo me santifique con la salud, con lo cual tendría que pedir el sanarme. Ahora bien, como no sé a ciencia cierta cuál es la voluntad de Dios, si que yo me sane o continúe enfermo, entonces, lo que tengo que pedir, es que se cumpla la voluntad de Dios en mí, y el modelo para esta oración son María Santísima en la Anunciación –“Se cumpla en mí según tu voluntad” (Lc 1, 38) y Nuestro Señor en el Huerto –“Padre, que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya” - (Lc 22, 42).

“Jesús proclamaba la Buena Noticia del Reino y curaba todas las enfermedades y dolencias”. La Buena Noticia del Reino es la Persona de Jesús, Segunda de la Trinidad, encarnada en Jesús de Nazareth, muerto en cruz por nuestra salvación. La curación de “enfermedades y dolencias” es, en algunos casos y no en todos, el camino para llegar al cielo. En otros casos, la enfermedad y la dolencia es el camino para participar de la Santa Cruz de Jesús y así llegar también al cielo. No importan, ni la curación, ni la salud, sino que se cumpla la voluntad de Dios en nuestras vidas, que quiere salvarnos a todos, a unos en estado de salud, y a otros por la enfermedad. No pidamos, entonces, a priori, ni salud, ni enfermedad, sino que se cumpla su voluntad, que siempre es santa, en nuestras vidas.

sábado, 26 de marzo de 2016

Sábado Santo - Vigilia Pascual




(Ciclo C – 2016)

         “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?” (Lc 24, 1-12). El Domingo a la madrugada, las santas mujeres de Jerusalén van al sepulcro llevando los perfumes para ungir el cadáver de Jesús, tal como era la costumbre judía. Así, se retrasaba o atenuaban los efectos de la descomposición orgánica, además de ser una forma de honrar a quien había fallecido. Sin embargo, al entrar en el sepulcro, lo ven vacío, al tiempo que dos ángeles con vestiduras resplandecientes les dicen: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?”. Además, los dos ángeles les recuerdan las palabras de Jesús, de que Él debía “resucitar al tercer día”, luego de sufrir su Pasión. En ese momento, las mujeres recuerdan lo que Jesús había dicho y salen presurosas, llenas de alegría, a comunicar la noticia a los Apóstoles: Jesús ha resucitado.
         La Resurrección es parte esencial en la Buena Noticia de la Encarnación del Verbo de Dios: significa que el Hijo de Dios, asumiendo nuestra naturaleza mortal, haciéndose en todo igual a nosotros, menos en el pecado, ha derrotado a la muerte, venciéndola de una vez y para siempre con su muerte en Cruz el Viernes Santo y regresando a la vida el Domingo de Resurrección. Por la Resurrección, el Cuerpo muerto de Jesús recibe la gloria de Dios que inhabitaba en su alma y lo glorifica, es decir, lo colma de su gloria, su luz y su vida divina, insuflándole una nueva vida, la vida misma de Dios Uno y Trino, concediéndole unas características, las características de los cuerpos glorificados –impasibilidad, inmortalidad, impecabilidad, santidad-, que no poseen los cuerpos sin glorificar, aún en estado mortal. La Resurrección de Jesús, siendo él la Cabeza del Cuerpo Místico que es la Iglesia, representa por lo tanto el hecho central de la esperanza del cristiano en una nueva vida, no en el sentido material, terreno y temporal, como la vida que se desarrolla en la tierra, sino una nueva vida, que es la vida de la gracia primero y de la gloria después, vida que habrá de vivir en el Reino de los cielos por toda la eternidad, si es que vive y muere en gracia. La Resurrección representa, para el cristiano, la razón de ver el mundo, la historia, la vida humana, con sus tribulaciones, dolores y pesares, desde una nueva óptica, porque a partir de la Resurrección de Cristo, el cristiano sabe que esta vida “pasa como un soplo”, como dice el Salmo, y llega luego la vida eterna, y que si ha vivido y muerto en gracia, también él, el cristiano, habrá de resucitar para la gloria, para la dicha sin fin, para la alegría que durará por toda la eternidad.
Es esta noticia, la de la Resurrección de Jesús, la que las mujeres de Jerusalén van a anunciar a los Apóstoles, y es la noticia que nosotros, como Iglesia, debemos también anunciar al mundo, aunque además de la Resurrección, el mensaje de la Buena Noticia que debemos transmitir, tiene además un agregado y es que Jesús, el mismo Jesús que resucitó el Domingo, llenando de luz el sepulcro y dejándolo vacío, porque volvió por sí mismo de la muerte con un Cuerpo vivo y glorioso, ese mismo Jesús, que ya no está más muerto y tendido sobre la piedra con un Cuerpo muerto, está vivo, glorioso, resucitado, lleno de la luz y de la vida divina, en la Eucaristía, ocupando, con su Cuerpo glorioso, el sagrario. Ésa es la Buena Noticia que debemos comunicar al mundo: Cristo ha resucitado y está vivo, glorioso, lleno de la luz y de la vida divina en la Eucaristía, y esta es la razón de nuestra esperanza en la vida eterna; ésta es la razón de nuestra fe; ésta es la razón de porqué los cristianos, aún en medio de las tribulaciones, los dolores y las angustias de la vida, viven siempre serenos, calmos y alegres, aún con lágrimas de dolor en los ojos, aún con el corazón oprimido por la tristeza de algún acontecimiento doloroso, porque el cristiano sabe que Jesús no solo ha vencido a la muerte para siempre, dejando vacío el sepulcro, sino que ese Jesús, vivo y glorioso, está con su Cuerpo glorificado en la Eucaristía y está en la Eucaristía para darnos de su vida divina, participada por la gracia en esta vida y convertida plenamente en su gloria celestial en la otra vida. La Resurrección de Jesús y su Presencia gloriosa en la Eucaristía, nos dan la esperanza de la vida eterna al finalizar la vida terrena y nos alientan a vivir en estado de gracia en lo que queda de nuestra vida terrena, al tiempo que nos hace desear la pronta llegada de la vida eterna, la vida gloriosa en su compañía, en el Reino de los cielos.

viernes, 22 de enero de 2016

“Jesús llamó a los que Él quiso (…) para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, con el poder de expulsar demonios”


“Jesús llamó a los que Él quiso (…) para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, con el poder de expulsar demonios” (Mc 3,13-19). Jesús elige a los Doce apóstoles, constituyendo así a su Iglesia, la Iglesia Católica, como una realidad jerárquica. En el nombre –apóstoles- de este pequeño grupo de hombres que Jesús elige, se revela la misión que Él les encomienda: “apóstol” significa “enviado”; esto significa que son elegidos para ser enviados a cumplir una determinada misión. Es decir, Jesús instituye su Iglesia, que es eminentemente contemplativa –los llamó para que “estuvieran con Él”- pero al mismo tiempo es misionera, porque elige a su Apóstoles, para “enviarlos a predicar” el Evangelio de la Buena Noticia, la salvación traída a los hombres por Cristo Jesús. Esto nos hace ver que desde su máxima jerarquía, la Iglesia nace siendo misionera, porque los Doce Apóstoles, “columnas de la Iglesia” (cfr. Ef 2, 20) son “enviados” por Jesús para que evangelicen al mundo.
Ahora bien, en cuanto a nosotros, simples fieles bautizados –que, obviamente, no somos las “columnas de la Iglesia” como los Doce Apóstoles-, sí compartimos con ellos algunos de los aspectos de su nombre y misión: como los Apóstoles, a quienes llamó porque Él los eligió –“llamó a los que quiso”-, también a nosotros Jesús nos llama y nos incorpora a su Iglesia por medio del Bautismo sacramental porque Él así lo quiso, es decir, somos bautizados porque Jesús nos eligió: si Jesús no hubiera querido llamarnos, no formaríamos parte de su Iglesia, y si lo hacemos, es porque Jesús quiso llamarnos; y también, así como Jesús llama a los Apóstoles para que “estuvieran con Él”, así también nos llama a nosotros para que “estemos con Él”, unidos a Él por el Amor de su Sagrado Corazón y esto se da ante todo en la adoración eucarística; por último, así como los Apóstoles son “enviados para predicar”, así también nosotros somos enviados por Jesús al mundo para predicar la Buena Noticia de la salvación.
“Jesús llamó a los que Él quiso (…) para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Comentando este pasaje, un autor anónimo[1]  del siglo II dice que Jesús, reconociéndolos como “fieles a su palabra”, “les dio a conocer los misterios del Padre” y los “envió al mundo (…) para que todas las naciones creyeran en Él, que era (Dios) desde el principio”. De la misma manera, también nosotros somos llamados por Jesús desde la Eucaristía, para que nos comunique, en el silencio de la adoración y en lo más profundo del alma, los secretos del Padre, que sólo Él, por ser el Hijo Unigénito, conoce; nos llama desde la Eucaristía para que “estemos con Él”, para colmarnos de su gracia y de su Amor de Dios, un amor que es eterno, inagotable e incomprensible; nos llama desde la Eucaristía para que nosotros, saliendo de la adoración y habiendo sido colmados de dones y sobre todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, comuniquemos a nuestros hermanos, con obras de misericordia, antes que con palabras, el mismo amor misericordioso recibido de Jesús Eucaristía. Como a los Apóstoles, Jesús nos llama desde la Eucaristía, eligiéndonos con amor de predilección, para que transmitamos a nuestros prójimos la Alegre Noticia de la Presencia real y substancial, personal –y no imaginaria o “fantasmática”[2]- de ese Dios de la Eucaristía, al que adoramos y en el que confiamos; nos llama, como a los Apóstoles, para que demos testimonio en el mundo de la religión que nos lleva a despreciar lo mundano, porque “está cerca el Reino de los cielos”[3], que es eterno; nos llama para que anunciemos a nuestros hermanos que sólo Cristo Jesús debe ser amado y adorado en su Presencia sacramental eucarística, y no los falsos ídolos neo-paganos; nos llama para que anunciemos a nuestros prójimos que el Amor entre los cristianos es el Amor de Dios, un Amor que lleva a perdonar “setenta veces siete”[4] y “amar al enemigo”[5] y al prójimo como a nosotros mismos; nos llama desde la Eucaristía para que manifestemos al mundo que ya no somos simples creaturas, sino hijos adoptivos de Dios por la gracia y que viviendo en gracia esperamos serenos y alegres la muerte terrena, para comenzar a vivir en plenitud la alegría de la vida eterna en el Reino de los cielos, en la visión beatífica de Dios Uno y Trino; en definitiva, Jesús nos llama y nos envía, como los Apóstoles, para que anunciemos al mundo la Alegre Noticia de que Él no solo ha resucitado, dejando el sepulcro vacío, sino que está, vivo, glorioso, resucitado, en la Eucaristía.



[1] Carta a Diogneto (c. 200), XI; SC 33, 79ss.
[2] Cfr. Mc 6, 45-52.
[3] Cfr. Mc 4, 17.
[4] Cfr. Mt 18, 22.
[5] Cfr. Mt 5, 44.

martes, 14 de julio de 2015

“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación”


“Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15-20). Jesús resucitado se aparece a sus discípulos y los envía a la misión: el terreno a misionar es “toda la creación” (todo el mundo) y el objetivo de la misión es “anunciar la Buena Noticia”. ¿Cuál es la Buena Noticia? La Buena Noticia de que Él, el Hijo de Dios encarnado, ha muerto en cruz y ha resucitado, para no solo perdonar los pecados, destruir la muerte y derrotar al demonio, sino ante todo, para conceder la filiación divina a todos y cada uno de los que crean en Él, para convertirlos hijos adoptivos de Dios y en herederos del Reino. La Buena Noticia es también que Él se ha quedado en medio de nosotros, en la Eucaristía, en el sagrario, para acompañarnos “todos los días, hasta el fin del mundo”, para consolarnos en nuestras penas, para fortalecernos en nuestras debilidades, y para donársenos como Pan Vivo bajado del cielo, que concede a quien lo consume con fe y con amor, todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, que es el Amor trinitario de Dios Uno y Trino.

Es esta la Buena Noticia que todo cristiano debe anunciar: que Jesús no solo ha resucitado y ha dejado libre y vacío el sepulcro, sino que, a partir de Domingo de Resurrección, está en cada sagrario, en la Eucaristía, en acto de donación de su Ser divino trinitario y de todo el Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón. El cristiano debe anunciar esta Buena Noticia, que permite que todas las buenas noticias humanas sean verdaderas y buenas y tengan sentido, y sin la cual, ninguna noticia es buena en realidad. Pero a su vez, la Buena Noticia del Evangelio de Jesús, de su muerte y resurrección y de su Presencia gloriosa y resucitada en la Eucaristía, es a la vez el preludio de otra Buena Noticia: esta vida terrena es corta, muy corta, y da lugar a la feliz eternidad en la contemplación cara de las Tres Divinas Personas, en el Reino de los cielos. Por esta Buena Noticia, el cristiano considera a las cosas de este mundo como pasajeras, y por eso no se asusta, si son malas, porque no durarán mucho tiempo, y tampoco se alegra en demasía, sin son buenas, porque lo que la alegría que le espera en el Reino de los cielos es infinitamente superior a toda alegría terrena. Porque la Buena Noticia de Jesucristo, con su promesa de amor infinito, de alegría eterna y de dicha inimaginable, en la comunión de vida y amor con las Tres Divinas Personas, trasciende los límites espacio-temporales de esta vida terrena para proyectarse hacia la eternidad, es que el cristiano considera caducas a todas las cosas de la tierra y repite, junto con Santa Teresa: “Tan alta vida espero, que muero porque no muero”.

martes, 13 de enero de 2015

“Jesús se acercó a ella y la tomó de la mano”


Jesús cura a la suegra de Simón Pedro
(John Bridges)

“Jesús se acercó a ella y la tomó de la mano” (Mc 1, 29-39). Lo que llama la atención en este Evangelio, es el tipo de actividad desplegada por Jesús: cura enfermos, expulsa demonios, ora y predica la Buena Noticia. Comienza por la suegra de Pedro, a quien le impone las manos y la cura; luego, dice el Evangelio, “Al atardecer, después de ponerse el sol, le llevaron a todos los enfermos y endemoniados”; hacia el anochecer, se retira a orar: “Por la mañana, antes que amaneciera, Jesús se levantó, salió y fue a un lugar desierto; allí estuvo orando”; luego, se marcha junto a Pedro y a los discípulos, para continuar predicando y expulsando demonios: “Y fue predicando en las sinagogas de toda la Galilea y expulsando demonios”.
Es llamativo que la actividad de Jesús se repita: orar, predicar, curar enfermos, expulsar demonios, anunciar la Buena Noticia. Esto podría hacer pensar que la “Buena Noticia” de Jesús consiste en la sanación corporal y en la expulsión de demonios, y sin embargo, ésa no es la Buena Noticia: el curar las enfermedades y el expulsar demonios, son solo prolegómenos de la Buena Noticia: Él, que es Dios Hijo encarnado, ha venido no solo para librarnos del pecado, de la muerte y del infierno, sino para concedernos algo que supera infinitamente estos dones, y es el concedernos la filiación divina, su misma filiación divina, por medio de la cual somos adoptados como hijos por Dios, al recibir la filiación divina con la cual Él es Hijo de Dios por toda la eternidad, y además, luego de darnos la filiación divina, Jesús se nos dona Él mismo con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, en el Pan del Altar, Pan que contiene en sí mismo la Vida eterna, haciéndonos participar, ya desde aquí, desde esta tierra, un anticipo de lo que será la vida en la feliz eternidad, en la contemplación de la Trinidad. Ésta es entonces la Buena Nueva de Jesús, y para eso Jesús prepara el camino, curando enfermos y expulsando demonios: para preparar nuestros corazones para recibir los dones celestiales imposibles siquiera de ser imaginados, que nos hacen superiores a los ángeles y nos hacen participar de la vida y del Amor Divinos: ser hijos adoptivos de Dios y alimentarnos con el Amor del Sagrado Corazón, contenido en la Eucaristía.


viernes, 9 de enero de 2015

“El Espíritu del Señor está sobre mí"


Jesús en la sinagoga

“El Espíritu del Señor está sobre mí (…) Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos” (Lc 4, 14-22). En la sinagoga, Jesús pasa a leer la lectura que corresponde al profeta Isaías y luego de haber leído el pasaje, en el que el profeta describe la misión del Mesías, Jesús dice que ese pasaje “se acaba de cumplir”, aplicando directamente el pasaje a su Persona, dando a entender claramente que Isaías estaba hablando de Él o, lo que es lo mismo, que Él es el Mesías del cual habla Isaías, lo refiere . 
Al aplicarse como referido a sí mismo el pasaje del profeta Isaías, lo que nos dice Jesús es que Isaías describe, a cientos de años de distancia, cuál será la misión del Mesías, es decir, en qué consistirá su obra de salvación, una vez venido en carne a la tierra. La misión del Mesías, entonces, está especificada en la visión de Isaías de cientos de años atrás, que se actualiza y se cumple plenamente en Jesucristo, el Hombre-Dios; esta misión consistirá en: “Llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y dar la vista a los ciegos, y dar la libertad a los oprimidos”. Es importante saber en qué consiste la misión del Mesías, porque de esta misión mesiánica, se derivará la misión de la Iglesia, que es la continuación y prolongación, en el tiempo, del Mesías, de su Presencia salvífica y de su obrar en medio de los hombres. Si la misión del Mesías es meramente política y terrena, liberadora de realidades mundanas -tal y como lo pensaba la gran mayoría del Pueblo Elegido, que creía que el Mesías sería nacional y los liberaría, solo a ellos, de una opresión temporal y terrena, como era el Imperio Romano que los había sojuzgado-, entonces la misión de la Iglesia será meramente política y terrena, liberadora de realidades meramente mundanas, y así la Iglesia tendrá como cometido principal el dar techo a los pobres y saciar el hambre corporal de la humanidad, lo cual no la diferenciaría de una ONG terrena, más que en su orientación filantrópica.
Sin embargo, la tarea primordial del Mesías no será de orden terrenal, político y mundano, sino que será de orden espiritual y sobrenatural, por lo que la liberación será ante todo espiritual; esta misión la anuncia Jesús al leer al profeta Isaías y al aplicarse a sí mismo lo enunciado por el profeta siglos antes: su misión, por lo tanto, será el anunciar la “Buena Noticia” a los pobres, y esa Buena Noticia es la liberación a quienes están cautivos por el pecado, el error, la muerte y el demonio; dará la vista a los ciegos, sí, pero si bien Jesús hará milagros de curación física, la luz que hará ver a los ciegos es la luz de la fe, por medio de la gracia, en Él en cuanto Hombre-Dios, Redentor y Salvador de la humanidad; liberará a los oprimidos, sí, pero no a los que están oprimidos por meras enfermedades corporales, ni por problemas psicológicos, morales, espirituales o existenciales: el Mesías liberará a los oprimidos, porque los rescatará, al precio de su Sangre, de las “sombras de muerte” y de las “tinieblas” vivientes, los ángeles caídos, que son quienes oprimen a la humanidad desde la Caída Original.

“El Espíritu del Señor está sobre mí (…) Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos”. La misión del Mesías es eminentemente espiritual y sobrenatural, y por lo tanto, eminentemente espiritual y sobrenatural es la misión de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico del Mesías, el Hombre-Dios Jesucristo. 

lunes, 14 de julio de 2014

“Anuncien la Buena Noticia a toda la creación”


“Anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc 16, 15-20). Jesús envía a sus discípulos a anunciar la Buena Noticia a toda la creación y les dice que habrá prodigios que los acompañarán para aquellos que crean: la curación de enfermos y la expulsión de demonios. Estos prodigios son prolegómenos del Reino, de la Buena Noticia, y no constituyen en sí mismos la Buena Noticia; la Buena Noticia consiste en que Jesús, el Hombre-Dios, ha venido a este mundo, para derrotar, en la cruz, al demonio, al pecado y a la muerte, y nos ha concedido la filiación divina, dándonos la gracia de ser hijos adoptivos de Dios; la Buena Noticia es que Jesús nos ha abierto las puertas de la eternidad, al ser traspasado su Corazón en la cruz, y es por eso que luego de esta vida nos espera la vida eterna en el Reino de los cielos para quienes creemos en Jesús como nuestro Salvador.

“Anuncien la Buena Noticia a toda la creación”. Muchos cristianos confunden la Buena Noticia con los prolegómenos, con los prodigios: creen que la Buena Noticia son los prodigios que acompañan a su anuncio: la curación de las enfermedades y la expulsión de demonios, y esto constituye una desvirtuación del Evangelio, porque de esta manera se pierde el sentido de trascendencia, de vida eterna, que espera a aquel que cree en Cristo Jesús, para convertirse el Evangelio en simplemente un modo de vivir mejor en esta vida, quitando lo que la incomoda. Como cristianos, debemos tener bien en claro que la Buena Noticia no es la curación de enfermedades ni la expulsión de demonios, sino la vida eterna en Jesucristo, conseguida al precio de su vida, inmolada en el sacrificio de la cruz, sacrificio renovado cada vez, de modo incruento, en el Santo Sacrificio del altar.

jueves, 9 de enero de 2014

“El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”




“El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 14-22a). La intervención de Jesús en la sinagoga está signada por el Espíritu Santo, porque es Él quien lo conduce hasta allí y le indica qué pasaje de la Escritura debe leer. En ese pasaje, se habla de Él mismo, de Jesús, en cuanto Mesías e Hijo de Dios enviado a dar la “Buena Noticia a los pobres”. Jesús mismo dice que ese pasaje se refiere a Él. Ahora bien, ni la curación de enfermedades y la expulsión de demonios no son la Buena Noticia en sí, sino un prolegómeno de esta: la Buena Noticia es que Cristo ha venido para derramar su Sangre y dar su Vida en la Cruz y a prolongar este sacrificio y este don de su vida en la Eucaristía, para la salvación de toda la humanidad.
Esto que Cristo dice de sí mismo, también lo debe decir el cristiano al mundo, en cuanto que el cristiano forma parte del Cuerpo Místico de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”. Y así como para Cristo el curar enfermos y expulsar demonios son signos que no constituyen en por ellos mismos la Buena Noticia, así también para el cristiano, el tener dones de curación, de profecía, de sanación, no son la Buena Noticia que debe anunciar a sus hermanos. Lo que el cristiano debe anunciar a su prójimo es la salvación de Cristo en la Cruz, como también los “pobres” a los que debe llevar el anuncio no son ni pura ni  exclusivamente los pobres materiales, sino ante todo los pobres de espíritu, los que no conocen a Dios y a su Cristo.
En todo caso, si el cristiano quiere dones –que sean útiles en orden a su tarea específica, el anuncio del Evangelio-, debe pedir configurarse a Cristo, que fue tenido como maldito al ser crucificado, según lo dice la Escritura: “maldito el que cuelga del madero” (Gál 3, 13), y por ese debe pedir el ser “tenido como maldito a favor de sus hermanos”; y también, así como Cristo recibió todos los pecados de todos los hombres para expiar por ellos, así el cristiano debe pedir lo mismo y llevar una vida de penitencia y oración, como los santos que imitaron a Cristo, como la Beata Ángela de Foligno, cuyo proceso de conversión debería hacer suyo todo cristiano. Dice así la Beata, describiendo este proceso: “Tuve que atravesar muchas etapas en el camino de la penitencia o conversión. La primera fue convencerme de lo grave y dañoso que es el pecado. La segunda el sentir arrepentimiento y vergüenza de haber ofendido al buen Dios. La tercera hacer confesión de todos mis pecados. La cuarta convencerme de la gran misericordia que Dios tiene para con el pecador que quiere ser perdonado. La quinta el ir adquiriendo un gran amor y estimación por todo lo que Cristo sufrió por nosotros. La sexta adquirir un amor por Jesús Eucaristía. La séptima aprender a orar, especialmente recitar con amor y atención el Padrenuestro. La octava tratar de vivir en continua y afectuosa comunicación con Dios".
Sólo así, el cristiano podrá decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”.