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sábado, 7 de septiembre de 2024

Jesús sana a un sordomudo poniendo sus dedos en las orejas, tocando su lengua y diciendo “Efatá”, que significa”: “Ábrete”

 


(Domingo XXIII - TO - Ciclo B - 2024)

         Jesús sana a un sordomudo poniendo sus dedos en las orejas, tocando su lengua y diciendo “Efatá”, que significa”: “Ábrete” (cfr. Mc 7, 31-37). En esta curación del sordomudo, podemos preguntarnos porqué Jesús utiliza sus manos y su voz si, al ser Dios omnipotente, podía haberlo curado con su solo querer, como de hecho lo hizo con otros enfermos en otros momentos del Evangelio. La respuesta está en que Jesús lo hace por un doble motivo: por un lado, para resaltar el valor del cuerpo humano y por lo tanto de la Encarnación del Verbo y, por otra parte, para prefigurar el valor de los sacramentos de su Iglesia, tal como lo veremos brevemente.

         En cuanto al primer hecho, el uso de su Cuerpo para curar al sordomudo en vez de curarlo directamente con su solo querer, eso lo hace Jesús para resaltar el valor, tanto del cuerpo humano, que es creación suya, como de la Encarnación, obra del Espíritu Santo, por pedido de Dios Padre. Entonces, de esta manera, resalta el valor tanto del cuerpo como el de la encarnación: su cuerpo, asumido en el seno de la Virgen en la Encarnación, está inhabitado por el Verbo de Dios, y el Verbo de Dios que lo inhabita, es el que le comunica todo su poder y su fuerza de Dios, hasta la fibra más íntima de su cuerpo. El Verbo “ingresa” dentro de ese cuerpo y de esa alma por la Encarnación y obra a través de esa alma y de ese cuerpo; de esa manera, el cuerpo de Jesús es como un canal por donde pasa la energía divina, el poder divino; para darnos una idea, el Cuerpo humano del Hombre-Dios Jesucristo es como un cable por donde pasa la electricidad, siendo en este caso la electricidad, la energía o mejor dicho, el poder divino, la gracia de Dios, que es la que sana, la que cura, la que perdona los pecados, la que expulsa los demonios, la que diviniza y santifica las almas de los seres humanos.

         Pero al usar su Cuerpo como canal de energía que transmite el poder divino, también quiere hacernos ver el valor de los Sacramentos de la Iglesia, porque lo que sucede con su Cuerpo, así sucede con los Sacramentos, en el sentido de que así como el Cuerpo es el canal conductor de la energía o gracia divina, así también los Sacramentos son el canal conductor de la energía o gracia divina. Es decir, así como sucede con su Cuerpo humano, en el que inhabita la Persona divina de Dios Hijo y le comunica a su cuerpo material su Presencia divina y su fuerza de Dios, fuerza divina que fluye a través de su Cuerpo humano así como la energía eléctrica fluye a través de un cable, así en los sacramentos, que son elementos materiales –pan, agua, vino-, también se hace Presente Dios Hijo en Persona, y les comunica de su poder divino para que este poder divino fluya a través de los Sacramentos, y así como por su Cuerpo humano este poder divino fluía desde su Persona divina hacia fuera y producía los milagros –como la curación del sordomudo-, así en los Sacramentos, por la misteriosa Presencia del Hijo de Dios en ellos, fluye su poder divino desde su Persona divina, por los sacramentos, hacia quien los recibe.

Todo lo que sucede en el Hombre-Dios Jesucristo, en cuanto al fluir de la divinidad desde el Ser divino de su Persona divina a través de la naturaleza humana de su ser hombre humano, toda esa unión en el obrar conjunto entre lo divino y lo humano, se da también en los Sacramentos, en cuanto también en los sacramentos se da la unión entre lo creatural -pan, vino, agua, palabras, gestos- y lo divino -la gracia santificante- que fluye invisiblemente a través de lo visible. Es por esta razón que los Sacramentos, que tienen una parte visible, creatural, y una parte invisible, divina, tienen un poder divino, que es el poder de Dios, produciendo y comunicando la gracia de Dios, la gracia santificante y por esto no da lo mismo recibir o no recibir los Sacramentos: quien recibe los Sacramentos, recibe la gracia de Dios; quien no los recibe, no recibe la gracia de Dios. Al curar al sordomudo, lo que hace Jesús es simplemente usar el poder divino que fluye de su Persona divina a través de su Cuerpo humano y permitir que este poder divino cure al sordomudo, así como en el Sacramento de la Penitencia, por ejemplo, el poder divino fluye desde la Persona divina de Jesús Sumo Sacerdote a través del sacerdote ministerial, hacia el penitente.

         En este caso en particular, la acción de Jesús sobre el sordomudo está anticipando parte del rito de la Iglesia Católica en el Sacramento del Bautismo: en el Sacramento del Bautismo, la inmersión de Cristo en el río Jordán representa su muerte en la cruz y eso se significa y representa místicamente con el derramamiento del agua en la cabeza del que se bautiza; el emerger del río Jordán significa su resurrección y eso se significa con el secado de la cabeza del que se bautiza; luego, el signado de la cruz en los labios y en los oídos del que se bautiza, al mismo tiempo que se pronuncian las mismas palabras que Jesús pronuncia en el Evangelio: “Efatá”, que significa: “Ábrete”, significan la participación mística en la curación milagrosa del sordomudo por parte de Jesús en el Evangelio, quien así cura, no solo al sordomudo, sino a todo ser humano que recibe el bautismo sacramental, ya que por el pecado original todo ser humano nace como sordo y mudo a los misterios sobrenaturales del Hombre-Dios Jesucristo, los misterios sobrenaturales de su Pasión, Muerte y Resurrección y solo por el Bautismo, quedan los hombres no solo sanados de esta sordomudez espiritual, sino además incorporados a este misterio pascual de Muerte y Resurrección, lo cual es mucho más importante para la vida espiritual que el solo hecho de ser sanados.

En el Evangelio, Jesús sana a un sordomudo poniendo sus dedos en las orejas, tocando su lengua y diciendo “Efatá”, que significa”: “Ábrete”. En el Bautismo sacramental, cada uno de nosotros hemos recibido algo infinitamente más grande que simplemente haber sido sanados de la sordomudez corporal: se nos quitó el pecado original, fuimos sustraídos de las garras del Demonio, fuimos curados de la sordomudez espiritual y fuimos adoptados espiritualmente como hijos adoptivos por Dios Padre; por esto mismo, no podemos argumentar que no escuchamos y que no entendemos lo que nos dice nuestro Padre en la Sagrada Escritura y lo que nos dice es que debemos no solo escuchar a Jesús, sino seguir a Nuestro Señor Jesucristo por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, para morir al hombre viejo en el Calvario y así nacer al hombre nuevo, el hombre regenerado por la gracia santificante, el hombre que nace del Costado traspasado del Sagrado Corazón de Jesús. Para esto es que hemos recibido la sanación de nuestra sordomudez espiritual, para esto hemos sido adoptados como hijos espirituales por Dios Padre: para ser crucificados en el Calvario junto a su Hijo Jesús y así nacer a la vida nueva de la gracia, la vida de los hijos de Dios.

 

 

 

 


jueves, 13 de febrero de 2014

“Jesús cura a un sordomudo”


“Jesús cura a un sordomudo” (Mc 7, 31-37). Le presentan un sordomudo a Jesús para que lo cure. Jesús toca las orejas del sordo con sus dedos y con su saliva toca su lengua e inmediatamente el sordomudo recupera la audición y el habla. Como todos los milagros de curación física, este milagro este milagro es también un milagro que prefigura o preanuncia otro milagro de orden espiritual y sobrenatural, mucho más grande, y es el milagro obrado por la gracia, en el espíritu, al quitar el pecado. Así como la enfermedad daña al cuerpo y lo incapacita de diversas maneras, según sea el órgano afectado –en este caso, las lesiones afectan los órganos de la escucha y el habla-, así también el pecado original afecta misteriosamente a cada alma de modo distinto y así es como, teniendo todos el pecado original, hay algunos a quienes sin embargo les afecta más la avaricia, a otros la gula, a otros la pereza, a otros la ira, etc.
Ahora bien, que la curación física de la sordomudez por parte de Jesús sea simbólica y pre-figurativa de la acción de la gracia santificante en el alma -que va más allá de la mera acción curativa, porque no se limita a simplemente a una acción de sanación espiritual-, se ve en el hecho de que la Iglesia ha adoptado el gesto y las palabras de Jesús –“Éfata”- para el Bautismo sacramental, en el que por la acción del sacerdote ministerial el alma recibe la facultad sobrenatural, superior a su naturaleza y superior incluso a la capacidad de los ángeles mismos, de escuchar la Palabra de Dios y de proclamar esta Palabra, facultad que es acorde a su condición de hijo adoptivo de Dios. Esto sucede cuando el sacerdote traza la señal de la cruz en los oídos y los labios del niño que acaba de ser bautizado, es decir, que acaba de ser adoptado como hijo de Dios, pidiendo en la oración que pronuncia que “se abran los oídos al Evangelio y los labios para proclamarlo”[1].
“Jesús cura a un sordomudo”. Todos nosotros, en el bautismo sacramental, hemos nacido como sordos y mudos para escuchar la voz de Dios Uno y Trino y para proclamar el Evangelio del Cordero de Dios degollado en el Altar de la Cruz, pero a todos nosotros nos han trazado la Sacrosanta señal de la Cruz en los oídos y en los labios, de modo que no podemos hacernos los sordos a la Voz de Cristo que nos habla desde la Eucaristía y no podemos callar nuestra voz a la proclamación del Evangelio, que cuya Verdad exige ser proclamada desde las terrazas de los edificios. Si nos hacemos los sordos y si actuamos como perros mudos, durísimo será nuestro juicio particular.




[1] Cfr. Ritual de los Sacramentos.