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miércoles, 3 de mayo de 2023

“Uno de ustedes me va a traicionar”

 


Judas traiciona a Jesús.

“Uno de ustedes me va a traicionar” (cfr. Jn 13, 16-20). Luego de lavarles los pies a sus Apóstoles y cuando ya están todos sentados alrededor de la mesa, en la Última Cena, Jesús les dice algo que los entristece. Primero, al lavarles los pies, lo que quiere Jesús es dejarles a los discípulos es la enseñanza de que unos a otros deben prestarse servicios mutuamente, aun en las cosas más humildes. Jesús les dice que no es el conocer que deben servirse mutuamente, sino el poner en práctica tales ejemplos, lo que hará la felicidad de los discípulos verdaderos. Con este ejemplo y con esta enseñanza, los discípulos experimentan felicidad, pero acto seguido esa felicidad se cambiará en un sombrío estado, al denunciar Jesús que uno de entre ellos lo traicionará: “Uno de ustedes me traicionará”. Jesús revela el hecho de la traición, pero no dice quién es la persona que lo traicionará. El mismo Jesús había elegido a los discípulos para que fueran sus Apóstoles y no es que Jesús no lo supiera; Él lo sabía y por eso dice: “Tiene que cumplirse la Escritura: El que compartía mi pan me ha traicionado”. El texto que cita Jesús es el del Salmo 40 (41) 10: se trata de la traición de Ajitofel, comensal y consejero íntimo de David, traición que por su brutalidad se describe como el cocear de un caballo contra su dueño. En este caso, Ajitofel, el que traiciona a David, es figura de Judas Iscariote, quien traicionó a Jesús por treinta monedas de plata[1].

A su vez, Jesús anuncia lo que va a ocurrir, para que esto sirva como una señal de su divinidad, ya que usa el mayestático “Yo Soy”, es decir, el nombre con el que los hebreos conocían a Dios: “Para que cuando suceda (la traición) creáis que Yo Soy”. En otras palabras, les dice: “Para que cuando suceda (la traición) creáis que Yo Soy el Hijo de Dios, el Mesías”.

“Uno de ustedes me va a traicionar”. En épocas de persecución, muchos cristianos han cedido a la presión de los perseguidores y han traicionado a Jesús y a su Iglesia; perseverar en la fe y en las buenas obras, aun a costa de la vida terrena, es una gracia que Dios la concede a quien Él más ama; pidamos entonces la gracia de no ser nosotros los traidores, en caso de persecución.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentarios a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 746.

lunes, 3 de abril de 2023

Miércoles Santo

 



Jesús confirma la traición de Judas Iscariote al exclamar, durante la Cena Pascual: "Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar (...) ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!, más le valdría no haber nacido". Judas Iscariote, al escuchar lo que dice Jesús, le pregunta si se refiere a él: "¿Soy yo acaso, Maestro?". Y Jesús le responde: "Tú lo has dicho". Al revelarle a Judas Iscariote que es él quien lo va a traicionar, comienza en Judas el proceso que los exorcistas llaman "posesión perfecta", que es la posesión, por parte del Demonio, de lo más sublime que tiene el hombre y el último baluarte que puede unirlo a Dios para siempre o separarlo para siempre y es la voluntad: cuando el Demonio toma posesión del cuerpo, el hombre todavía es libre para aceptar a Cristo como Salvador, pero cuando el hombre toma posesión de la voluntad, porque el hombre se la entrega libremente, entonces es cuando se da la posesión perfecta, porque el hombre no puede, porque no quiere ya nunca más, volver a Dios. La posesión demoníaca de Judas Iscariote en el momento de la Última Cena es descripta de forma exacta por el Evangelio: "Cuando Judas tomó el bocado (...) Satanás entró en él". Es la descripción más precisa y suscinta que el Evangelio hace de una posesión demoníaca. Luego dice el Evangelio, después de la posesión: "Judas salió (del cenáculo) Afuera era de noche". No se refiere solo a la salida física de Judas, ni tampoco hace referencia solo a las tinieblas cosmológicas, que sobrevienen a la tierra cuando el sol se oculta: se refiere a que Judas sale definitivamente, espiritualmente, de ese Cenáculo de Amor que es el Sagrado Corazón de Jesús, donde la luz no proviene de las lámparas de aceite, sino del Ser divino trinitario de Jesús, porque es Luz Eterna la que hay en el Corazón de Jesús y Judas se adentra en las tinieblas, pero no solo porque ya era de noche, sino porque al salir del Corazón de Jesús para siempre, se adentra en las tinieblas vivientes, también para siempre: "Afuera era de noche". Afuera del Sagrado Corazón, en donde brilla la Luz Eterna del Ser divino trinitario, solo se encuetra la siniestra oscuridad de las tinieblas vivientes, la terrorífica oscuridad del Reino de las tinieblas. No es indiferente estar o no estar en el Corazón de Jesús: fuera del Corazón de Jesús, solo hay oscuridad espiritual, tinieblas vivientes y muerte eterna, la muerte para siempre del condenado en el Lago de fuego. 

No pensemos que Judas Iscariote es el único traidor: cada vez que pecamos, cada vez que elegimos el pecado a la gracia, traicionamos al Amor del Sagrado Corazón de Jesús y por un nonada de treinta monedas de plata, nos arrojamos en los brazos del Enemigo de nuestras almas. Que la Virgen Santísima, que nunca abandonó al Sagrado Corazón de Jesús, sino que permaneció en Él en todo tiempo, sobre todo los momentos más amargos, nos impida salir del Cenáculo Viviente, el Sagrado Corazón de Jesús, encadenándonos al Sagrado Corazón con las cadenas del Divino Amor de su Corazón Eucarístico.

Martes Santo



    En este Evangelio Jesús anuncia la traición de uno de los Doce y la negación de Pedro; de esta manera, se muestra cómo obran conjuntamente, tanto la fragilidad humana, que cede ante la presión y persecución de los poderosos, como la actividad angélica del Ángel caído, Satanás, quien aprovechándose de la debilidad de los hombres, los induce no solo a abandonar a Jesús, dejándolo solo a merced de los enemigos, como sucederá en el Huerto de los Olivos, sino todavía más, los lleva a negar rotunda y explícitamente la Cruz, como en el caso de Pedro, que ya era Papa al momento de negar la Cruz, y también a pactar con el enemigo de Cristo, la Sinagoga, como en el caso de Judas Iscariote.

Si nos ponemos a considerar las palabras de Jesús, vemos cómo, desde el inicio mismo de la Iglesia, de su Iglesia, la Iglesia Católica, conspiran contra Ella dos grandes fuerzas, tanto humanas como angélicas, buscando su destrucción: conspiran desde afuera la Sinagoga, pero también conspiran desde dentro, desde el seno mismo de la Iglesia Católica, desde sus más encumbrados miembros, como Judas Iscariote, quien era sacerdote y obispo al momento de traicionar a Jesús y ambos enemigos, tanto externos como internos, cuentan con el apoyo incondicional del Ángel caído, Satanás. Así vemos cómo, desde su inicio primigenio, la Iglesia Católica es perseguida por sus enemigos, que no son solo externos, sino también internos, como Judas Iscariote, y son estos también los más peligrosos, como son mucho más difíciles de detectar y de combatir. Además, ambos, como ya lo vimos, cuentan con el apoyo y sostén del Infierno, en su lucha por ver destruida a la Iglesia Católica, la Iglesia del Hombre-Dios Jesucristo. Pero la defección de los miembros de la Iglesia se da también entre los buenos: el mismo Pedro, siendo ya Vicario de Cristo, cuando Cristo le profetiza su Pasión y Muerte en Cruz, rechaza de plano la Cruz, oponiéndose frontalmente a los planes salvíficos de la Santísima Trinidad, quien había decretado que los hombres fueran salvados por el sacrificio voluntario de Dios Hijo, a pedido de Dios Padre, en el Amor de Dios Espíritu Santo. 

Como vemos, los cargos eclesiásticos, por más altos que sean, tanto para laicos como para sacerdotes, no aseguran, de ninguna manera, la santidad y el seguimiento de Cristo por el Camino de la Cruz, el Via Crucis. Por el contrario, parecería que el orden sacerdotal muestra una fragilidad tan grande ante la tribulación -Judas lo traiciona, Pedro rechaza la Cruz, los Apóstoles se duermen en el Huerto de los Olivos, en vez de orar, en el momento de mayor peligro para Jesús, los Apóstoles lo abandonan, en el Huerto y en la Cruz-, que el hecho de que la Iglesia permanezca en pie, a pesar de los abandonos y traiciones desde su seno mismo, sumado esto a los ataques externos, es una comprobación del origen divino de la Iglesia Católica y de la asistencia a la Esposa de Cristo por parte del Espíritu Santo.

Al reflexionar sobre este Evangelio, nos damos cuenta que también nosotros podemos cometer los mismos pecados y errores; también nosotros abandonamos a Jesús, rechazamos la Cruz, lo traicionamos, cada vez que elegimos el pecado en vez de la gracia; también nosotros, como Judas Iscariote, nos dejamos tentar por el tintineo del dinero y no por los latidos del Sagrado Corazón. Al reconocernos capaces "de todo pecado", como decía San José María Escrivá de Balaguer, refugiémonos en el Corazón de quien nunca, ni lo traicionó, ni lo abandonó, sino que lo acompañó todo el tiempo, al pie de la Cruz, el Inmaculado Corazón de María.


miércoles, 6 de mayo de 2020

“El que compartía mi pan me ha traicionado”




“El que compartía mi pan me ha traicionado” (Jn 13, 16-20). Durante el transcurso de la Última Cena y luego de lavar los pies a sus discípulos, Jesús cita la Escritura, a modo de anticipo profético de la traición que Judas Iscariote habrá de llevar a cabo. Según Luisa Piccarretta, en los Apóstoles están representados los distintos tipos de fieles, tanto sacerdotes como laicos, que habrán de sucederse a lo largo de la historia, en relación a Jesús. De modo particular, se confrontan las personas de Judas Iscariote y la de Juan el Evangelista. En Judas Iscariote, el que lo traicionó y a quien Jesús menciona indirectamente cuando dice: “El que compartía mi pan me ha traicionado”, están todos aquellos clérigos y fieles laicos que, habiendo recibido el don del Bautismo y por lo tanto habiendo sido predestinados a la vida eterna, preferirán sin en cambio seguir, no a Jesús, sino al Ángel caído, por lo cual traicionarán el llamado y el destino que Dios Trino quiso para ellos desde la eternidad.
Del otro lado se ubican Juan Evangelista y todos los clérigos y laicos que, no sólo no traicionarán a Jesús, sino que, recostándose sobre su Sagrado Corazón, escucharán sus latidos y unirán sus corazones al Corazón de Jesús, participando así de las angustias, penas y dolores de la Pasión, pero también la gloria y la alegría de la Resurrección.
“El que compartía mi pan me ha traicionado”. ¿De qué lado estamos nosotros? Del lado de Judas Iscariote, que en vez de preferir escuchar los latidos del Sagrado Corazón, traicionó su Amor para escuchar el tintinear de las monedas de plata? ¿O estamos del lado de Juan Evangelista, que se recostó en el pecho de Jesús para escuchar los latidos de su Sagrado Corazón? Estaremos de un lado o de otro, no por lo que proclamemos con los labios, sino por lo que digan nuestras obras, que tienen que ser obras de misericordia y caridad.

domingo, 5 de abril de 2020

Martes Santo: “Junto con el pan, entró en Judas Satanás”


Agnus Dei: Martes Santo

“Junto con el pan, entró en Judas Satanás” (Jn 13, 21-33. 36-38). No hay en las Sagradas Escrituras una descripción más suscinta y exacta de una posesión diabólica. En el momento mismo en el que Judas Iscariote toma el pan con la salsa, entra en él Satanás y toma posesión de su cuerpo y también de su voluntad. Es la posesión más perfecta que existe. Jesús ya lo había anticipado: “Aquel a quien dé el pan untado, será el que me traicionará”. Judas Iscariote traiciona a Jesús porque prefiere, a diferencia de Juan Evangelista, escuchar el duro y metálico tintineo de las monedas que la habrán de ser entregadas por la traición. Juan Evangelista prefiere reposar sobre el pecho del Señor y escuchar así los dulces latidos de su Sagrado Corazón, permaneciendo fiel a su doctrina y a su amor; Judas Iscariote en cambio prefiere el dinero antes que el Amor de Dios, lo cual es incompatible en el hombre, tal como Jesús lo había dicho: “No se puede servir a Dios y al dinero”. Judas prefiere servir a dinero y, con él, a Satanás. No en vano el dinero es llamado “excremento de Satanás”. Pero además del amor vano al dinero, en el corazón de Judas hay un endurecimiento y un desentendimiento total de Jesús y sus enseñanzas. Nada le importan sus milagros, sus palabras, sus dones, sus gracias: sólo quiere el dinero, sin importar que para lograr este objetivo tenga que cometer el más abominable de los actos, la traición.
“Junto con el pan, entró en Judas Satanás (…) Judas salió (…) afuera era de noche”. Muchos autores afirman que el pan con el que entra Satanás no es la Eucaristía, la cual habría de ser consumida con amor y piedad posteriormente por el resto de los discípulos: se trataba simplemente del pan material, terreno, el que simplemente acompañaba a la comida terrena que se estaba sirviendo. Lo que impresiona es la descripción de la posesión diabólica de Judas: apenas consume el pan, con él ingresa Satanás y, como dijimos, toma control total, no sólo de su cuerpo, sino de su voluntad. Ya no hay marcha atrás para él: cuando el demonio toma posesión de la voluntad, eso constituye la posesión perfecta, en la cual ya ni siquiera Dios puede -ni tampoco quiere librarlo- porque ésa es la decisión final del alma que, inevitablemente, se condena. Cuando Judas sale, “afuera era de noche”; es la noche cosmológica, la noche que acaece toda vez que se oculta el sol, pero es sólo un símbolo de otra noche, preternatural, siniestra, en la que se sumerge de lleno el alma de Judas y es la noche viviente, las tinieblas vivientes que son los demonios y el infierno. Judas no solo sale cuando es de noche: sale para entrar en comunión con Satanás, que ha tomado posesión de su ser, y con el infierno entero. Ya nada hay por hacer por su alma, que pasando por alto las muestras de Amor de Jesús, ha decidido libremente comulgar con el mismo Satán y no con Dios. Con su amor al dinero, con su traición y con su entrega a Satanás, Judas será habitante eterno del Infierno, no porque Dios lo haya condenado, sino porque rechazó todo intento de perdón de parte de Dios y voluntariamente decidió su destino de eterna condenación.
“Junto con el pan, entró en Judas Satanás”. No debemos recordar que la Escritura nos advierte que quien comulga en pecado mortal, “comulga su propia condenación”, con lo cual el que esto hace imita a Judas Iscariote y comparte con él su destino de eterna condenación. Que seamos como San Juan Bautista, que prefirió escuchar los dulces latidos del Sagrado Corazón de Jesús y así salvó su alma, y no como Judas, que por amor al dinero y por desprecio de Jesús, acompaña al demonio por la eternidad en los infiernos.

lunes, 13 de mayo de 2019

“Tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”


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“Tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado” (Jn 13,1 6-20). En el transcurso de la Última Cena y luego de haber Jesús lavado los pies a sus discípulos, dándoles muestra de inmensa humildad, Jesús profetiza acerca de la traición que ha de sufrir a manos de Judas Iscariote: “Tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. Hasta ese momento, nadie, excepto Judas Iscariote -y el mismo Jesús, obviamente-, sabía que Jesús habría de ser entregado en manos de sus enemigos por parte de alguien que, al menos en teoría, formaba parte de su círculo más íntimo de amigos y apóstoles. Jesús anticipa, proféticamente, pues Él lo sabía en cuanto Dios, que Judas Iscariote, instigado por Satanás, habría de traicionarlo. Esto, la traición a Jesús, es algo que ninguno de los Apóstoles -excepto Judas Iscariote- habría podido siquiera imaginarlo. ¿Cómo y por qué traicionar a Jesús, que les había dado muestras de su amor, llamándolos en la Última Cena no “siervos”, como les correspondía, sino “amigos”, tal como lo dictaba el Amor de Dios? ¿Cómo y por qué traicionar a Jesús, que se había declarado Hijo de Dios y lo había comprobado por sus obras, milagros que sólo Dios podía hacer? ¿Cómo y por qué traicionar a Jesús, que no sólo nada malo había hecho, sino que todo lo que había hecho era derramar el Amor de Dios dondequiera que fuera? Era impensable que Jesús fuera traicionado por sus amigos y, sin embargo, ésa era la realidad que Jesús les estaba revelando: uno, que había compartido con él fatigas y sudores; uno, que había compartido con Él su apostolado; uno, que había recibido de Él personalmente sus enseñanzas; uno, que había sido llamado por Jesús “amigo” y no “siervo”, ése, era ahora el que lo traicionaba, porque así estaba escrito: “Tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”.
A lo largo de la historia, múltiples han sido los Judas Iscariotes que han traicionado a Jesús y su Evangelio, saliendo incluso de su propio seno, del seno de la Iglesia Católica: empezando por Lutero, que era sacerdote católico y se convirtió en hereje y apóstata; luego, siguiendo por numerosos sacerdotes y movimientos laicales religiosos que, traicionando a Cristo, empuñaron las armas de fuego en vez de Evangelio y en vez de sembrar vida, sembraron la muerte, convirtiéndose en movimientos guerrilleros y al margen de toda vida humana civilizada.
“Tiene que cumplirse la Escritura: “El que compartía mi pan me ha traicionado”. La traición a Jesús no se urdió en las afueras de su Iglesia: fue del seno mismo de su Iglesia, de un sacerdote, un apóstol y amigo de Jesús, Judas Iscariote, de quien surgió la traición que lo entregó en manos de sus enemigos. Puesto que nadie está exento de caer, debemos siempre pedir la asistencia del Espíritu Santo para no convertirnos nosotros en otros judas Iscariote. Para que eso no suceda, además de la asistencia del Espíritu Santo, debemos mantenernos siempre en constante oración y en estado de gracia.

jueves, 26 de abril de 2018

“El que parte mi pan, se volvió contra mí”




"El que parte mi pan, se volvió contra mí” (Jn 13, 16-20). Jesús no solo anticipa su Pasión y muerte, sino que además revela algo que estremece de temor a sus Apóstoles: alguien, surgido del seno mismo de la Iglesia naciente –y aún más, de entre los sacerdotes ordenados por el Señor en la Última Cena-, lo traicionará: “El que parte mi pan, se volvió contra mí”. Se refiere a Judas Iscariote quien, siendo sacerdote y habiendo sido llamado “amigo” por Jesús, lo entrega sin embargo por treinta monedas de plata, quedando poseído por el Demonio –“cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él”-, para luego suicidarse por ahorcamiento.
“El que parte mi pan, se volvió contra mí”. Judas no es el único en traicionar a Jesús y las palabras de Jesús pueden dirigirse también a nosotros en la Santa Misa cuando comulgamos indignamente y la razón es que todo pecado, cualquier pecado, es una traición al Amor de Dios revelado en Jesús. El pecado es una traición a Jesús y a su Amor porque toda vez que pecamos elegimos el mal antes que a Jesús, que es el Bien y el Amor infinitos, cometiendo el mismo error de Judas Iscariote.
No entreguemos a Jesús; no lo traicionemos por los vanos y falsos atractivos del pecado. Al igual que Juan Evangelista, que eligió escuchar los latidos del Sagrado Corazón de Jesús y no el frío tintinear de las monedas de plata, como hizo Judas Iscariote, también nosotros pidamos la misma gracia, la de escuchar los dulces latidos del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y no el frío tintinear de las monedas de plata. Para eso, pidamos a Nuestra Señora de la Eucaristía la gracia de la perseverancia final en la fe, en el amor y en las obras de misericordia, para que elijamos siempre vivir en gracia y evitar traicionar a Jesús con el pecado.

miércoles, 6 de julio de 2016

“Y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó”


“Y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó” (Mt 10, 1-7). El Evangelista describe a Judas Iscariote no por su pertenencia al grupo selecto de discípulos de Jesús, al que Judas pertenecía, sino por la horrible acción que condujo al apresamiento y posterior condena a muerte de Jesús, la traición: “Y Judas Iscariote, el mismo que lo entregó”. Dice San Ambrosio que Jesús escogió a Judas, no porque no supiera lo que Judas habría de hacer, sino que lo hizo, aún con conocimiento de causa –Jesús no podía no saberlo, siendo Él Dios en Persona y, por lo tanto, omnisciente-: “Escogió al mismo Judas, no por inadvertencia sino con conocimiento de causa. ¡Qué grandeza la de esta verdad que incluso un servidor enemigo no puede debilitar! ¡Qué rasgo de carácter el del Señor que prefiere que, a nuestros ojos quede mal su juicio antes que su amor! Cargó con la debilidad humana hasta el punto que ni tan sólo rechazó este aspecto de la debilidad humana”[1]. Y el mismo San Ambrosio afirma que Jesús quiso esta traición, para que supiéramos cómo hacer cuando alguien nos traicione: “Quiso el abandono, quiso la traición, quiso ser entregado por uno de sus apóstoles para que tú, si un compañero te abandona, si un compañero te traiciona, tomes con calma este error de juicio y la dilapidación de tu bondad”[2]. Es decir, si alguien nos traiciona, debemos tratarlo con la misma bondad con la que trató Jesús a Judas.
Pero hay otro aspecto a considerar en este Evangelio, y es qué es lo que Judas pierde, y qué es lo que obtiene, con su traición: lo que Judas pierde es la Comunión con el Cuerpo y la Sangre del Señor, en la Última Cena, al tiempo que gana la comunión con Satanás. Un autor dice así: “Quiero hablar a los faltos de juicio: Venid a comer de mi pan y a beber el vino que he mezclado. Y, tanto a los faltos de obras de fe como a los que tienen el deseo de una vida más perfecta, dice: “Venid, comed mi cuerpo, que es el pan que os alimenta y fortalece; bebed mi sangre, que es el vino de la doctrina celestial que os deleita y os diviniza; porque he mezclado de manera admirable mi sangre con la divinidad, para vuestra salvación”[3]. El Cuerpo de Jesús, la Eucaristía, es ese “pan que alimenta y fortalece” y su Sangre es “el vino de la doctrina celestial que nos deleita y diviniza”, y la razón es que, en la Eucaristía, prolongación de la Encarnación, Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, ha mezclado su Sangre con su Divinidad, de manera tal que el que comulga el Cuerpo, la Sangre y el Alma de Jesús en la Eucaristía, es alimentado con su Divinidad:  “(…) he mezclado de manera admirable mi sangre con la divinidad, para vuestra salvación”[4].
Pero Judas, en vez de recostarse en el adorable pecho del Salvador, para escuchar los dulces latidos de su Corazón, como hizo Juan, Judas prefirió escuchar el duro y metálico tintinear de las monedas de plata, precio y pago de su traición, y así, en vez de alimentarse del Cuerpo y la Sangre del Salvador, unidos a su divinidad, se alimentó “del bocado”, no de la Eucaristía, y en vez de ser invadido del Espíritu Santo, como sucede con los que comulgan con amor y fervor la Hostia Santa y Pura, entró en comunión con Satanás, como lo dice el Evangelio: “Judas tomó el bocado (y) Satanás entró en él” (Jn 13, 27). Y en vez de acompañar al Redentor en el Cenáculo, iluminado por la luz de su Sagrado Corazón, Judas sale del Cenáculo, rompe la comunión con Jesús, el Hombre-Dios, y se interna en la noche, no solo en la noche cosmológica, sino en la Noche eterna, en la comunión en el odio deicida con las sombras vivientes, los ángeles caídos y los condenados: “Judas salió del Cenáculo. Afuera era de noche”. En vez de dar su vida por amor a Jesús, el Redentor, como lo harían luego los Apóstoles, Judas sale para consumar la traición, envuelto en el odio a Dios y a su Mesías y devorado por el ansia insaciable de dinero mal habido, característica de la avaricia.
Tengamos mucho cuidado en preferir las cosas del mundo, antes que la Eucaristía.



[1] Cfr. Comentario al evangelio de Lucas, V, 44-45.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Procopio de Gaza, Comentario sobre el libro de los Proverbios, Cap. 9: PG 87, 1, 1299-1303.
[4] Cfr. ibidem.

martes, 31 de marzo de 2015

Miércoles Santo


(2015)

         “Uno de ustedes me traicionará” (Mt 26, 14-25). Al ofrendar su Cuerpo y su Sangre, como suprema muestra de Amor por los hombres, por su salvación, Jesús no puede dejar de experimentar el más intenso dolor y la más profunda amargura, al comprobar cómo Judas Iscariote no solo rechaza su Amor, sino que prefiere el amor al dinero y a Satanás, entregando por completo su alma a las tinieblas y poniendo ya, desde el Cenáculo, un pie en el infierno. Para muchos, como Judas Iscariote, el sacrificio de Jesús en la cruz, y el don de su Sagrado Corazón en la Eucaristía, será vano, porque elegirán las tinieblas antes que la luz, preferirán escuchar el tintineo metálico del dinero, antes que los latidos del Sagrado Corazón; para muchos, la Cena Pascual de Jesús, el don de su Cuerpo y de su Sangre en el Pan de Vida Eterna, en la Última Cena, y su muerte en cruz, en el Calvario, serán en vano y también en vano será la renovación incruenta y sacramental del sacrificio de la cruz, realizado en la Santa Misa porque, al igual que Judas Iscariote, traicionarán al Amor de Jesús y elegirán el mundo y sus vanos atractivos, repitiendo el inicuo y vil acto de Judas, que eligió las tinieblas y el odio del corazón pervertido de Satanás, antes que sumergirse en la luz y el Amor del Sagrado Corazón de Jesús.
“Uno de ustedes me traicionará”. Jesús instituye, en la Última Cena, el Sacramento del Amor, el sacramento por el cual Él se deja a sí mismo, con todo su Ser divino y con todo su Amor divino, en la Eucaristía. En la Última Cena, Jesús deja su Sagrado Corazón Eucarístico, que late al ritmo del Amor de Dios, y lo deja como Pan de Vida Eterna, para que todo aquél que consuma este Pan, con fe y con amor, con devoción y con piedad, pero sobre todo con amor, reciba de Él lo que Él es y tiene, el Ser divino trinitario y el Amor eterno de Dios Uno y Trino. Sin embargo, para poder recibir el don eucarístico de la Última Cena, el alma debe hacer dos cosas: por un lado, debe, ella misma, crear amor, es decir, hacer un acto de amor hacia Jesús que se entrega como Pan Vivo bajado del cielo; por otro lado, debe ser como una esponja arrojada en el mar: así como la esponja absorbe toda el agua y queda impregnada por el agua, así el corazón que comulga la Eucaristía, el don de la Última Cena, debe querer quedar impregnado del Amor del Sagrado Corazón Eucarístico, que se dona sin reservas en la comunión. De lo contrario, si el alma es como una piedra, dura y fría, resistente al Divino Amor, ese Amor no podrá entrar en su raíz, en su ser, y no podrá informar su alma, y así el don eucarístico se perderá. Es lo que sucede con Judas Iscariote, que se repliega en sí mismo y no se deja amar por Jesús; no permite que Jesús derrame sobre él la inmensidad del Amor de su Sagrado Corazón, y prefiere, en vez de a Jesús, amar al dinero.
“Uno de ustedes me traicionará”. No solo Judas traiciona a Jesús en la Última Cena, provocándole un intenso dolor y una enorme amargura; cada pecado, por pequeño o leve que sea, es una traición al Amor de Jesús, que es el Amor de Dios; cada pecado, al ser un acto de malicia creado libre, espontánea y voluntariamente por el hombre, es un acto deliberado de traición al Amor Divino encarnado en Jesús y donado en la Última Cena como Carne de Cordero, como Pan Vivo bajado del cielo, como Vino de la Alianza Nueva y Eterna. Por eso mismo, no debemos pensar que fue sólo Judas Iscariote quien provocó el dolor y la amargura de la traición al Sagrado Corazón, allá lejos y hace tiempo, en Palestina; también nosotros lo traicionamos, cuando pecamos, pero también traicionamos su Amor, cuando no correspondemos a su Amor donado sin reservas en la Eucaristía y esto sucede toda vez que comulgamos con frialdad, con indiferencia, con pensamientos banales, con sentimientos que no provienen del Espíritu Santo y no conducen al Espíritu Santo. No solo Judas Iscariote traiciona al Amor de Jesús, y no solo en la Última Cena.
        


lunes, 30 de marzo de 2015

Martes Santo


(2015)
         “Cuando Judas recibió el bocado, Satanás entró en él (…) Judas salió del Cenáculo (…) Afuera era de noche” (cfr. Jn 23, 21-33. 36-38). No puede ser más explícito el Evangelio, en describir una posesión demoníaca, la de Judas Iscariote, la cual se produce antes de que los demás discípulos, fieles en el Amor a Jesucristo, comulguen el Cuerpo y la Sangre de Jesús, transubstanciados por la fuerza del Espíritu Santo. Es decir, mientras los discípulos, que permanecerán fieles a Jesucristo, en el Amor, comulgarán en la Última Cena su Cuerpo y su Sangre, transubstanciados a partir del pan y del vino por la omnipotencia del Espíritu de Dios, y así recibirán de Jesucristo a este mismo Espíritu, al comulgarlo, Judas Iscariote, por el contrario, realiza una anti-comunión, una comunión sacrílega, no con el Cuerpo y la Sangre de Cristo, sino con Satanás, porque no comulga la Eucaristía, sino simplemente pan material y salsa con carne, un “bocado”, dice el Evangelio, indicando con esto que su banquete no es eminentemente espiritual, como el de los discípulos, sino puramente material, en el que solo busca la satisfacción de sus pasiones corporales. Aunque en su comunión sí hay algo de espiritual, pero no en el Amor, en el Espíritu Santo, con el Padre, a través del Cuerpo y la Sangre de Cristo, la Eucaristía, como lo hacen los discípulos, sino que la comunión de Judas Iscariote, su anti-comunión, es en el odio, con Satanás, en el espíritu de rebelión y de profundo odio preternatural contra Dios y contra su Mesías, Jesucristo, a quien ha consumado ya la traición, decidiéndolo entregar por treinta monedas de plata. Luego de comulgar en rebelión contra Dios, y de fijar su voluntad, en el tiempo y para la eternidad, en el mal, Judas Iscariote “recibe el bocado” y Satanás “entra en él”, consumándose así la posesión perfecta, que consiste en la dominación, por parte del demonio, hasta de la misma voluntad, con lo cual la entrega al Príncipe de las tinieblas es irreversible y definitiva. Cuando Judas Iscariote finaliza su anti-comunión, sale del Cenáculo, y dice el Evangelio que “afuera era de noche”: esto indica tanto la salida real de Judas del Cenáculo, para ir a consumar su traición, en horas de la noche, como la salida definitiva de Judas del radio de acción, por así decirlo, del Amor de Dios, del Sagrado Corazón, que es en lo que consiste la condenación eterna, tanto de los ángeles apóstatas, como de los hombres condenados. El padre Fortea[1] compara a Dios y a las almas con el sistema solar: siendo Dios el sol, el centro del sistema solar, el cuerpo celeste que se aleje de él, cuanto más se aleje, tanto menos recibirá de su luz y de su calor, es decir, de su amor, y tanto más se irá enfriando y oscureciendo, es decir, tanto más se irá fijando su voluntad en el odio irreversible hacia Él, y eso es lo que sucede con los condenados, tanto con los ángeles, como con los hombres. Cuando el Evangelio dice que, al salir Judas del Cenáculo “afuera era de noche”, está indicando, por lo tanto, que no solamente afuera era ya de noche, porque el sol cósmico se había ocultado y la luna estaba en lo alto del firmamento: el Evangelio indica que Judas, al salir del radio de acción del Sagrado Corazón, al negarse a entrar en comunión de vida y amor, que es el Cenáculo de la Última Cena, ingresa, paralelamente, en la tenebrosa noche viviente, es decir, en la comunión de odio y muerte que es la unión con Satanás, que como consecuencia de su traición al Hombre-Dios, se adueñó, de una vez y para siempre, de su cuerpo y de su alma.
“Cuando Judas recibió el bocado, Satanás entró en él (…) Judas salió del Cenáculo (…) Afuera era de noche”. Jesús entrega su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía, en la Última Cena, para salvarnos, para unirnos, en su Cuerpo, por el Espíritu Santo, al Padre; pero al mismo tiempo, respeta máximamente nuestra libertad, y la comunión sacrílega de Judas Iscariote con Satanás y su posterior posesión, son la muestra de que Dios no obliga a nadie a amarlo y de que respeta la libre voluntad de cada persona; la comunión sacrílega de Judas es la muestra de que todos y cada uno, permanecemos libres para amarlo o no, y quien no quiera hacer ese acto de amor, nadie lo podrá hacer por él; nadie puede excusarse y decir: “No puedo amar a Jesús en la Eucaristía”, porque cada uno tiene la capacidad de amar a Dios, que se dona a sí mismo, en la Persona del Hijo, como Pan de Vida Eterna, en la Eucaristía. En la Última Cena, Jesús entregó su Cuerpo y su Sangre en la Eucaristía por Amor, movido solo por el Divino Amor; al comulgar, entonces, movidos por la gracia, demos a Jesús, todo el amor del que sean capaces de crear nuestros pobres corazones.




[1] Cfr. Summa daemoniaca. Tratado de Demonología, Cuestión 6, Atlas Representaciones, Asunción 2006, p. 62.

lunes, 14 de abril de 2014

Martes Santo


(Ciclo A – 2014)
         “Uno de ustedes me entregará” (Jn 13, 21-3). En la Última Cena, Jesús revela uno de los dolores más íntimos y profundos, que desgarran su Sagrado Corazón: la traición de uno de los Apóstoles, de uno de los que integran el círculo de los más cercanos a Él. No es un extraño; es alguien que ha compartido con Él muchos momentos y es alguien a quien Jesús le ha brindado su amor de amistad y a tal punto, de nombrarlo sacerdote, pero que no ha correspondido en lo más mínimo a este amor preferencial de amistad. Por un siniestro misterio de iniquidad, Judas Iscariote –de él se trata- ha preferido, desde el primer instante, escuchar el duro y metálico tintineo de las monedas de plata, antes que escuchar el dulce y suave latido del Sagrado Corazón de Jesús y esta ambición desmedida por el dinero es lo que lo ha llevado a traicionar a Jesús y a pactar su venta por treinta monedas de plata. Jesús nada puede hacer frente a la libre determinación de Judas Iscariote de traicionarlo y de negarle su amor, puesto que el hombre es libre y Dios respeta máximamente el libre albedrío humano, ya que en esto radica la imagen divina del hombre y es así que Jesús se ve obligado a dejarlo librado a su libre albedrío, a pesar de darle evidentes muestras de su amor. Jesús sabe que la dureza de corazón de Judas y su amor por el dinero, sumado al rechazo de su Pasión redentora, lo colocan ya en las puertas mismas del infierno, con su alma en estado de condenación eterna. El dolor de Jesús por la perdición del alma de Judas Iscariote llega al paroxismo cuando Judas, habiendo rechazado de modo impenitente todas las advertencias divinas, comulga de modo sacrílego, recibiendo solo pan en vez de la Eucaristía, siendo poseído inmediatamente por Satanás y envuelto en sus tinieblas. Es esto lo que describe el Evangelio: “…cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él (…) afuera era de noche”, es decir, cuando Judas comulgó sacrílegamente, fue poseído por el demonio, y “afuera” del cenáculo, era de noche, pero esa noche cósmica, la noche de luna, simboliza la noche del alma en pecado en mortal y la oscuridad del infierno en la que se precipita el alma que comulga con el Príncipe de las tinieblas.
         “Uno de ustedes me entregará”. No en vano Jesús nos advierte que “no se puede servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). Judas entregó a Jesús porque amó más al dinero, a treinta monedas de plata, que a Jesús. Prefirió escuchar el duro y metálico tintineo de las monedas de plata, antes que el dulce y suave latido del Sagrado Corazón de Jesús. Ahora escucha, por la eternidad, los gritos y lamentos de los condenados y los aullidos del Príncipe de las tinieblas. Judas se dejó seducir por el brillo efímero del dinero y se encontró con la oscuridad del infierno. El amor al dinero lleva a Judas a perder doblemente la vida: la vida terrena y la vida eterna.

         “Uno de ustedes me entregará”. No solo ayer, sino también hoy, continúan existiendo Judas dentro de la Iglesia que continúan entregando a Jesús, toda vez que se niega la Verdad revelada y se la sustituye por ideologías que nada tienen que ver con la verdadera doctrina revelada por Jesús. Los modernos Judas crucifican a Jesucristo cuando negando la divinidad de Jesús introducen doctrinas mundanas en la Iglesia que minan sus bases y la deforman de tal manera que es imposible reconocerla como la Esposa de Cristo. Pero a quienes traicionen a Cristo solo les espera, como a Judas Iscariote, la noche y el Príncipe de las tinieblas. 

viernes, 24 de enero de 2014

“Jesús instituyó a los Doce”


“Jesús instituyó a los Doce” (Mc 3, 13-19). El Evangelio de la institución de los Apóstoles destaca que Jesús “llamó a los que quiso”, los llamó “para que estuvieran con Él”, y luego “los envió a predicar”, además de “darles el poder de expulsar demonios”. Por último, el Evangelio destaca el hecho de que de entre los Doce surge el traidor, Judas Iscariote.
Es importante la consideración y reflexión de este Evangelio porque, salvando las distancias, el llamado de los Doce es el llamado de Jesús a todo bautizado y también a todo grupo parroquial, a toda institución de la Iglesia, a todo movimiento, a toda orden religiosa, a toda congregación, y por lo tanto, a todos en la Iglesia nos caben las características del llamado de Jesús a los Doce. Es obvio que no todos somos Apóstoles y Columnas de la Iglesia como los Doce, pero sí somos Apóstoles y Columnas de la Iglesia en sentido traslaticio y en sentido lato, desde el momento en que todos, según nuestro deber de estado, estamos llamados a hacer apostolado para dar a conocer a nuestros prójimos a Jesucristo y para apuntalar las columnas de la Iglesia con nuestra labor apostólica frente a la tarea de demolición que los enemigos externos e internos de la Iglesia llevan a cabo sin detenimiento.

Como a los Apóstoles, también a nosotros Jesús nos llamó “porque quiso”, es decir, por una libre elección de su Amor misericordioso, y no por ningún mérito ni merecimiento nuestro, que no lo teníamos ni lo tenemos de ninguna manera; como a los Apóstoles, también a nosotros Jesús nos llama “para que estemos con Él”, y junto a Él estemos también con su Madre, que está al pie de la Cruz, en el Calvario y en la Santa Misa; Jesús nos llama, como a los Apóstoles, para que estemos con Él por medio de la Adoración Eucarística, para que apoyemos nuestra cabeza en su pecho, para escuchar los latidos de su Sagrado Corazón, como Juan en la Última Cena; también a nosotros nos llama para que nos unamos a Él por la oración, a través del rezo del Santo Rosario, porque en el Rosario es la Virgen la que nos estrecha a su Inmaculado Corazón y allí nos hace escuchar los latidos del Corazón de su Hijo; como a los Apóstoles, Jesús nos llama “a predicar y a expulsar demonios”, pero no por medio de sermones y de exorcismos, sino por medio del ejemplo de vida, porque una vida de santidad, de pureza y de castidad, de obras de misericordia y de compasión, como la que llevaron los santos, buscando imitar con sus vidas y con sus obras a Cristo, es la mejor prédica y el mejor exorcismo, sin palabras y sin fórmulas exorcísticas. Por último, el Evangelio nos advierte acerca del peligro que significa recibir las más grandes gracias por parte de Jesucristo con un corazón miserable y mal dispuesto: Judas Iscariote recibió gracias no concedidas a otros mortales: fue elegido Apóstol, fue consagrado Sacerdote de Cristo, fue llamado “Amigo” por Cristo, recibió de Cristo muestras inauditas de amor, como el haberle sido lavados los pies por el mismo Hombre-Dios en Persona, y ni aún así, cedió en su intención de traicionar y vender la amistad de Jesús por treinta monedas de plata. También a nosotros nos puede pasar que amemos más al dinero –o a las pasiones, que se alimentan con el dinero- que a Jesús. No en vano Jesús nos advierte: “No se puede amar a Dios y al dinero”. Ser elegidos por Cristo, esto es, ser sacerdotes, ser laicos, tener puestos de responsabilidad en la Iglesia, no es garantía de nada, no es garantía de salvación; por el contrario, implica un serio riesgo, el riesgo de traicionar a Cristo por el brillo del poder, por el atractivo del dinero, por el placer de la posición y el prestigio. Es por esto que Jesús nos advierte: “Estad atentos y vigilantes”.

viernes, 24 de agosto de 2012

Es duro este lenguaje…” (…) Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar



(Domingo XXI – TO – Ciclo B – 2012)
            “Es duro este lenguaje…” (…) Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar” (cfr. Jn 6, 60-69). Luego de auto-proclamarse como Pan de Vida eterna, que dará la vida eterna a quien coma su Cuerpo y beba su Sangre, Jesús recibe el reproche y el fastidio de quienes lo escuchan sin fe. Entre éstos, está también aquél que habrá de traicionarlo, Judas Iscariote. Nada de esto pasa desapercibido a Jesús: "Sabía quiénes no creían y quién lo iba a traicionar". 
         De esto se ve que la falta de fe sobrenatural en Jesús, se deriva en la traición y el abandono: muchos de los que no creen en sus palabras, lo abandonan, mientras que Judas lo traiciona. No es por lo tanto inocuo tener o no tener fe en Jesús: quien tiene fe sobrenatural y cree que Jesús es Dios, termina dando su vida por Él, como sucede con Pedro, que no lo abandona: "Sólo Tú tienes palabras de vida eterna". 
         Por el contrario, quien no ve a Jesús con los ojos de la fe de la Iglesia, iluminados por la luz del Espíritu Santo, lo ve con ojos puramente humanos, y con los ojos humanos se vuelve incomprensible su mensaje y su salvación, y así termina por abandonarlo: "Muchos de sus discípulos lo abandonaron". Y es la falta de fe lo que lleva a Judas Iscariote no solo a abandonarlo, sino ante todo a traicionarlo.
No es inocuo entonces tener o no tener fe en Jesús como Dios: quien ve a Jesús con ojos puramente humanos, no comprende su mensaje, que viene del cielo, y al no comprender su mensaje, lo reduce al nivel de su capacidad de comprensión, y como la capacidad de comprensión de la razón humana sin el auxilio divino es sumamente limitada, termina por rechazar lo que no comprende, y así le llama “enfermedad epiléptica” a lo que es posesión demoníaca; “imaginación de la comunidad de los primeros cristianos” a los milagros de multiplicación de panes y peces, de resurrección de muertos, de dominio sobre la naturaleza, y finalmente, al mismo Jesús, lo llama “hijo de José el carpintero”, lo cual quiere decir que cree en un Jesús que es simplemente hombre.
Ver con ojos humanos a Jesús, es el equivalente a abandonarlo, porque se cree en un Evangelio totalmente distinto.
         Trasladado a nuestro tiempo, abandonan el Evangelio y la Iglesia de Jesús aquellos que creen que Jesús murió y no resucitó: para estos, lo que hay que hacer es buscar su cuerpo muerto en alguna tumba de Israel. Son los que creen que Jesús era un hombre común, como todos los demás, y que por lo tanto se casó y tuvo hijos y descendencia con María Magdalena. Estos tales, de esta manera, dan crédito a películas blasfemas como “El Cuerpo”, o “El Código Da Vinci”, cuando no se atreven más y lo calumnian adjudicándole un trato indecente con el Apóstol Juan.
         Lo que sucede con Jesús, sucede también con la Eucaristía: quien no ve a la Eucaristía con los ojos de la fe, la ve con ojos humanos, y así piensa que no es más que un poco de pan sin otro valor que el simbólico, el que le dan los que asisten a la ceremonia religiosa, pero de ninguna manera ven a la Eucaristía como el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, el Hombre-Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
         Y es así como la Eucaristía del Domingo termina siendo desplazada por cualquier asunto mundano. No en vano la Virgen María, en sus apariciones en La Salette, se lamenta y llora porque los hombres blasfeman y faltan a Misa el Domingo por cualquier motivo.
Lo mismo que anunciaba la Virgen en ese entonces, nos lo anuncia para nosotros hoy: quien deja la Misa dominical por sus diversiones, se verá privado de la bendición de Dios.
Pero lo que sucede con Jesús y con la Eucaristía sucede también con la Iglesia: si Jesús no es Dios, la Eucaristía no es Jesús Dios, y la Iglesia Católica no es la verdadera y única Iglesia fundada por Jesús Dios, y por lo tanto no está guiada por el Espíritu Santo, y todo lo que Ella dice puede ser cuestionado y cambiado, y es así como hay sacerdotes que se comportan como laicos y laicos como sacerdotes, pretendiendo suplantarlos; es así como se pretenden que se anule el celibato para los sacerdotes, que se permita la ordenación de mujeres, que se aprueben el aborto y la eutanasia, y muchas otras aberraciones más.
Si Jesús no es Dios, la Eucaristía no es Jesús Dios, la Iglesia no está asistida por el Espíritu Santo, entonces reformemos la Iglesia y construyamos una Iglesia a nuestra medida: esta es la peligrosa derivación de la ausencia de fe sobrenatural en Jesús.
         “Es duro este lenguaje…” (…) Jesús sabía quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar”. Judas Iscariote rechaza la luz del Espíritu Santo, y por ese motivo termina traicionando a Jesús, vendiéndolo por dinero, prefiriendo escuchar el tintinear de las monedas de plata antes que a su Sagrado Corazón, y prefiriendo además unirse al demonio, según lo relata el evangelista Juan: “Cuando Judas tomó el bocado, Satanás entró en él. Afuera era de noche”.
         A diferencia de Judas, debemos preferir escuchar los latidos del Sagrado Corazón de Jesús, que nos habla del Amor infinito de Dios por cada uno de los hombres -"Dios se ha enamorado de ustedes", les dice Moisés al Pueblo Elegido en el desierto, y ese Dios enamorado de todos y cada uno de nosotros es Jesús en la Eucaristía-, y para poder escucharlo, es que asistimos a Misa el Domingo, y nos unimos a Él por la comunión eucarística.

miércoles, 18 de mayo de 2011

El que compartía mi pan me ha traicionado

Jesús sigue siendo traicionado
por los modernos judas:
los que prefieren
el mundo y sus placeres
al mandato divino
de amar a Dios y al prójimo
como a uno mismo.


“El que compartía mi pan me ha traicionado” (cfr. Jn 13, 16-20). En el transcurso de la Última Cena, Jesús cita las Escrituras para manifestar su cumplimiento, que está sucediendo en ese mismo momento, en su Persona: ‘El que compartía mi pan me ha traicionado’. Se trata, ante todo de Judas Iscariote, uno de los discípulos, uno de los elegidos, uno de los sacerdotes, que ha tenido el privilegio, reservado a pocos, de compartir el Cenáculo con Jesús, que ha recibido de Jesús su amistad personal, su enseñanza, su compañía, su predilección. Judas comparte el pan con Jesús, pero igualmente lo traiciona. Todo esto a Judas no le importa: no le importa a Judas escuchar a la Palabra de Dios en Persona, hablando a través de una naturaleza humana; no le importa a Judas escuchar, del mismo Dios Hijo en Persona, el Sermón de las Bienaventuranzas, el camino a la feliz eternidad en compañía de las Tres Divinas Personas; no le importa a Judas la dulce compañía de Jesús de Nazareth; no le importa a Judas recostarse sobre su pecho, como hace Juan, el discípulo predilecto, para escuchar los latidos del Sagrado Corazón.

A Judas le importa escuchar la palabra de los fariseos, prototipos de los hombres vanos y soberbios, que dejan de lado a Dios y se olviden del hombre; más que el sermón de las Bienaventuranzas, que lo conduce a la feliz eternidad en compañía de la Trinidad, a Judas le importa la doctrina inventada por los hombres, que lleva a la compañía de los demonios; más que la compañía de Jesús, a Judas le importa la compañía de los que inventan historias para condenar a un inocente, con lo cual se reviste de la misma iniquidad e indignidad de quienes condenan a muerte inicuamente al Hombre-Dios; más que escuchar el suave latido del corazón de Jesús, a Judas le importa escuchar el duro y metálico tintineo de las monedas de plata. Y es así como Judas traiciona a Jesús, dando cumplimiento a las Escrituras, que se referían a Jesús: ‘El que compartía mi pan me ha traicionado’. Al Amor de Dios, prefiere la traición, que se incuba en la mente y en el corazón del ángel caído, y se lleva a cabo por sus propias manos.

Judas es el prototipo de los sacerdotes y de los laicos, bautizados, que a lo largo de la historia traicionarán a Jesús no necesariamente con treinta monedas de plata, sino de mil maneras distintas: lo traicionarán los sacerdotes, quienes prefiriendo las falsas y vanas atracciones del mundo, dejarán en el olvido sacrílego su Presencia eucarística, y celebrarán la misa como carniceros; lo traicionarán quienes preferirán romper un matrimonio, antes que morir en la donación de sí mismo al cónyuge; lo traicionarán los niños, quienes preferirán sus juegos y sus intereses, antes que la Misa dominical; lo traicionarán los jóvenes, que preferirán las fiestas mundanas de fin de semana, antes que ir a su encuentro en el sacrificio del Domingo; lo traicionarán los ancianos, quienes pasarán el último tramo de su vida terrena como si todo terminara en el tiempo, sin esperar la eternidad, y sin hacer uso de su Sangre, que fue derramada por ellos, para que eviten el abismo y gocen de su Presencia para siempre; lo traicionarán los cristianos, que desvirtuando el mandamiento de la caridad, de amar a Dios y al prójimo como a sí mismo, convertirán la religión en hipócrita máscara de falsedad, amándose egoístamente a sí mismos, olvidando al prójimo más necesitado al olvidar que éste es una imagen viviente del Dios vivo y verdadero.

“El que compartía mi pan me ha traicionado”. La amarga queja de Jesús se renueva, día a día, minuto a minuto, al ver que aquellos a quienes ha elegido, los bautizados de la Iglesia Católica, lo dejan cada vez más solo en el Sagrario.

lunes, 18 de abril de 2011

Martes Santo

La posesión demoníaca de Judas Iscariote
en el momento de la comunión
en la Última Cena,
figura de los cristianos mundanos
que comulgan sin conciencia de lo que reciben,
y sin amor a Jesús Eucaristía.


“Uno de ustedes me va a entregar” (Jn 13, 21-33). En el transcurso de la Última Cena, horas antes de la cruz, Jesús anuncia que uno de los Apóstoles, uno de los que lo rodean, uno de los que ha compartido con Él tres años de actividad apostólica, uno de los que más cerca ha estado de Él, y que ha recibido de primera mano la Buena Noticia del Reino de Dios, del amor sobrenatural a Dios y al prójimo, habrá de traicionarlo, entregándolo a sus enemigos para que estos, por medio de un juicio inicuo, lo crucifiquen.

¡Cuánto dolor, cuánta tristeza, cuánta amargura, le provoca a Jesús la traición de Judas Iscariote! Jesús había depositado en él su confianza, le había brindado su amistad, le había permitido pasar horas y horas de enseñanza privilegiada al lado suyo, y Judas responde con una traición.

Judas Iscariote fue un privilegiado del amor divino; fue elegido entre cientos de miles, para ser discípulo, apóstol, amigo, sacerdote de Jesucristo, y por este solo hecho, recibió de Cristo una muestra de amor que excedió en mucho a la de muchos, y sin embargo, Judas lo traiciona. Prefiere la frialdad metálica de las treinta monedas de plata, a la compañía cálida del Corazón de Jesús; prefiere la compañía de los miembros del Sanedrín, aliados de las tinieblas, a la claridad de la Presencia del Hombre-Dios; prefiere la bajeza innoble de la traición, a la amistad clara y sincera con Jesús.

La causa del comportamiento artero y traicionero de Judas, es su corazón, que ha sido envuelto en tinieblas, pero no porque le hubiera faltado la asistencia o la compañía de Jesús, sino porque voluntariamente prefirió las tinieblas a la luz, y porque su corazón está envuelto en tinieblas es que, al comulgar, no recibe a Dios, sino a Satanás: “Cuando Judas tomó el bocado, entró en el él Satanás” (cfr. Jn 13, 27). La terrible consecuencia de la comunión con el Príncipe de las tinieblas la describe el evangelista más adelante: “(después de comulgar con el demonio) Judas salió. Afuera era de noche” (cfr. Jn 13, 30). El evangelista se refiere a la noche cosmológica, la que sobreviene al mundo cuando se oculta el astro sol, pero se refiere ante todo a las tinieblas infernales, en las cuales voluntariamente se interna Judas, al rechazar el luminoso Amor de Jesús. Se trata de una descripción clarísima de una posesión demoníaca, la posesión del alma de Judas por Satanás.

Lamentablemente, la historia se repite hoy, y es así como se han multiplicado los judas, que reciben a Cristo Eucaristía con un corazón totalmente envuelto en tinieblas, inclinado a las cosas del mundo, al dinero, al placer, al ocio, a la pereza, a todo género de vicios y de pecados; hoy son innumerables los cristianos que reciben la comunión sin saber lo que reciben, sin conciencia, sin arrepentimiento, sin disposición, y sobre todo, y en esto es en lo que más imitan estos modernos judas a Judas Iscariote, sin el amor necesario para encontrarse con Jesús.

En los modernos judas, tal vez no entre el demonio, como sí pasó efectivamente con Judas Iscariote, que quedó efectivamente poseído por el espíritu del mal, pero han pactado, en el interior y en secreto, con las tinieblas, y por eso, al momento de comulgar, no solo no reciben la luz de Cristo Eucaristía, sino que sus corazones se ven envueltos por una oscuridad que se vuelve, con cada comunión, más y más tenebrosa.

Esto es así, en la realidad, porque la dolorosa Pasión de Jesús permanece en estado actual frente a cada uno: aunque vivamos a dos mil años de distancia, lejos geográfica y temporalmente de lo sucedido hace dos mil años en Palestina, la Pasión, en el misterio de la divinidad de Cristo, es tan actual, que está frente a cada uno de nosotros, y es por este misterio que Cristo está frente a nosotros, siendo una y otra vez traicionado, humillado, insultado, golpeado, flagelado hasta casi morir.

Y nosotros, como cristianos tibios, sólo pensamos en pasarla bien en Semana Santa.