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miércoles, 16 de agosto de 2023

“Mujer, qué grande es tu fe”

 


(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2023)

         “Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15, 21-28). En este episodio del Evangelio, acaparan la atención dos protagonistas principales: Nuestro Señor Jesucristo y la mujer cananea o sirofenicia. La actitud de Jesús sorprende en un primer momento, porque se muestra reticente ante el pedido de la mujer; se muestra como si sus sentimientos fueran, como se suele decir, “fríos”, ante el pedido de socorro de la mujer, porque no responde de buenas a primera; pero además sorprende el trato que da a la mujer, a quien, si bien indirectamente, la trata como “cachorro de animal”, como “cachorro de perro”. Por supuesto que Nuestro Señor está lejos de ser frío de corazón y duro de sentimientos, lo único que quiere hacer es -aunque Él ya lo sabe-, poner de manifiesto la fe de la mujer que, siendo pagana, muestra una fe en Él como Dios, que no la muestran ni siquiera sus discípulos más cercanos; lo que quiere Jesús, aparentando frialdad y distancia, es en realidad poner de ejemplo a la fe de la mujer cananea o sirofenicia y así darles una lección a sus propios discípulos.

         El tema central del episodio es el pedido de auxilio de la mujer a Jesús. Este pedido de auxilio es muy particular y nos enseña muchas cosas: por un lado, trata a Jesús como “Señor, Hijo de David”, título reservado al Mesías, con lo cual ya desde un primer momento, la mujer demuestra que está iluminada por el Espíritu Santo, porque no acude a Jesús como a un taumaturgo, a un santón, a un hombre que dice profecías, sino como al mismo Mesías.

         Otra característica del pedido de la mujer es que ella sabe diferenciar entre la enfermedad epiléptica y la posesión demoníaca y esto es muy importante, porque las interpretaciones progresistas católicas o evangélicas luteranas, niegan las posesiones demoníacas, calificándolas como enfermedades, generalmente del tipo epiléptico, por el movimiento que hacen los posesos. La mujer sabe distinguir bien entre la enfermedad y la posesión, ya que la posesión se caracteriza por elementos muy distintos a la enfermedad, como por ejemplo, el poseso posee una fuerza extrema, habla con voz gutural, entra en trance, lo cual significa que la personalidad de la persona del poseso desaparece para dar lugar a la personalidad del demonio o ángel caído que posee el cuerpo del poseso. Todo esto es muy bien distinguido por la mujer, ya que no le dice a Jesús que su hija está “enferma” -como por ejemplo, el hijo del centurión-, sino que le dice clara y específicamente que su hija está “poseída”: “Mi hija tiene un demonio muy malo”.

         Otro elemento es que la mujer cree en Jesús como Dios, porque sabe que Él, Jesús, siendo Dios, es el Único que tiene poder de expulsar demonios. Si la mujer no hubiera estado iluminada por el Espíritu Santo, nunca habría tenido fe en Jesús como Dios y por lo tanto con su poder omnipotente, con capacidad infinita para expulsar demonios.

         La mujer da también ejemplo de extrema humildad, porque Jesús no le contesta nada en un primer momento, a pesar de que la mujer grita pidiendo auxilio, es decir, pareciera que Jesús la ignora a propósito, pero la mujer, a pesar de eso, continúa recurriendo a Jesús. Y luego, cuando Jesús le dirige la palabra, le deja en claro que Él ha sido enviado para recoger “a las ovejas descarriadas de Israel”, con lo cual ella queda, de manera obvia, automáticamente excluida de cualquier ayuda que pudiera prestarle Jesús, ya que ella no es hebrea, sino sirofenicia. Pero esto tampoco la desanima a la mujer, todavía más, le da más fuerzas para insistir en su pedido a Jesús y si en un primer momento había reconocido a Jesús como al Mesías y como Dios con la palabra, ahora reconoce igualmente a Jesús como al Mesías y como a Dios, pero con el cuerpo, ya que se postra ante Él, siendo la postración un claro signo de adoración a Dios y así lo dice el Evangelio: “Ella (…) se postró ante Él y le pidió de rodillas”. La postración y la genuflexión son gestos corpóreos externos que indican adoración y solo se deben al verdadero Dios, Cristo Jesús y es esto lo que hace la mujer.

Pero, aun así, Jesús parece no tener intención alguna de cumplir con la petición que le hace la mujer, ya que ahora, aunque le responde, al hacerlo, la compara indirecta e implícitamente con un animal, con un perro o con un cachorro de perro: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Con esta respuesta, Jesús deja bien en claro que los hijos son los judíos, los miembros del Pueblo Elegido, los israelitas, a los que compara con los hijos que se sientan a la mesa a comer la comida principal y que los paganos, como ella, se comparan a perros y así como no está bien que un padre dé el alimento, en este caso, el pan, que le corresponde a los hijos, a un perro, así tampoco corresponde que Él, el Mesías, que ha venido en primer lugar para recoger a los hijos, los israelitas, no puede hacer milagros para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido.

Ni siquiera esto último, la equiparación de la mujer cananea a un perro, la detiene y aquí la mujer cananea nos da un ejemplo extremo de fe y de humildad, porque si hubiera sido soberbia, se habría retirado al instante, pero no lo hace; por el contrario, da una respuesta llena de humildad y de fe que sorprende al mismo Jesús: “Tienes razón, Señor, pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”. Con esto, la mujer cananea le quiere decir a Jesús que sí, es verdad que Él, como Mesías, debe hacer milagros -como los hace a lo largo de todo el Evangelio- en primer lugar para los hijos, es decir, el Pueblo Elegido, pero de la misma manera a como los perros se alimentan de las migajas que caen de la mesa de los hijos, así los que no pertenecen al Pueblo Elegido, como ella, pueden recibir una “migaja” de su poder divino, que sería en este caso, el exorcismo de su hija poseída por un demonio.

Una vez llegados a este punto, Jesús, que demuestra sorpresa y admiración por la fe de la mujer –“Mujer, qué grande es tu fe”- y considerando que ha dado ya ejemplos suficientes a sus discípulos de fe, de mansedumbre, de humildad, de amor a su hija y a Él, decide entonces expulsar, con su poder divino, al demonio que atormentaba a la hija de la mujer cananea, tal como lo atestigua el Evangelio: “Mujer, qué grande es tu fe, que se cumpla lo que deseas”. En aquel momento quedó liberada su hija”.

“Mujer, qué grande es tu fe”. La mujer cananea es un modelo y ejemplo de fe en Jesús como Dios, como Salvador; es un ejemplo de mansedumbre, de humildad, de amor y de perseverancia en la fe. Por esto mismo, debe servirnos a los cristianos, que muchas veces tratamos a Jesús como si Él fuera un sirviente que tiene la obligación de darnos lo que le pedimos y si no nos lo da, nos ofendemos y nos retiramos de su Iglesia. Esto, que es un comportamiento temerario e irrespetuoso ante Cristo Dios, se contrasta con la fe, la humildad, la mansedumbre, la perseverancia y el amor de la mujer cananea, de la cual tenemos mucho, pero mucho por aprender.

miércoles, 28 de julio de 2021

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”

 


“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea se postra ante Jesús para implorar la liberación de su hija, la cual está poseída por un demonio. Luego de un breve diálogo con Jesús, la mujer cananea obtiene lo que pedía y además es alabada por Nuestro Señor en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. El hecho de que haya sido alabada por Jesús en persona, nos lleva a desviar nuestra mirada espiritual hacia la mujer cananea, para aprender de ella. En efecto, la mujer cananea nos deja varias enseñanzas: por un lado, sabe diferenciar entre una enfermedad y una posesión demoníaca, porque acude a Jesús para que la libere de un demonio que la “atormenta terriblemente” y este diagnóstico de la mujer cananea queda confirmado implícitamente cuando Jesús –obrando a la distancia con su omnipotencia- realiza el exorcismo y expulsa al demonio que efectivamente había poseído a la hija de la mujer cananea; otra enseñanza es que la mujer cananea tiene fe en Cristo en cuanto Dios y no en cuanto un simple hombre santo y la prueba de que lo reconoce como al Hombre-Dios es que lo nombra llamándolo “Señor”, un título sólo reservado a Dios y, por otro lado, se postra ante Él, lo cual es un signo de adoración externa también reservada solamente a Dios; otra enseñanza que nos deja la mujer cananea es que no tiene respetos humanos: ella es cananea y no hebrea, por lo tanto, no pertenece al Pueblo Elegido, es decir, era pagana y como tal, podría haber experimentado algún escrúpulo en dirigirse a un Dios –Jesús- que no pertenecía al panteón de los dioses paganos de su religión y sin embargo, venciendo los respetos humanos, se dirige a Jesús con mucha fe; otra enseñanza es la gran humildad de la mujer cananea, porque no solo no se ofende cuando Jesús la trata indirectamente de “perra” –obviamente, no como insulto, sino como refiriéndose al animal “perro”-, al dar el ejemplo de los cachorros que no comen de la mesa de los hijos, sino que utiliza la misma imagen de Jesús –la de un perro- para contestar a Jesús con toda humildad, implorando un milagro y utilizando para el pedido la imagen de un perro, de un cachorro de perro: “Los perritos comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”. Esta respuesta es admirable, tanto por su humildad, como por su sabiduría, porque la mujer cananea razona así: si los hebreos son los destinatarios de los milagros principales –ellos son los hijos que comen en la mesa en la imagen de Jesús-, ella, que no es hebrea, también puede beneficiarse de un milagro menor, como es el exorcismo de su hija, de la misma manera a como los cachorros de perritos, sin ser hijos, se alimentan de las migajas que caen de la mesa de sus amos.

Fe en Cristo Dios; adoración a Jesús, Dios Hijo encarnado; fe en la omnipotencia de Cristo; sabiduría para distinguir entre enfermedad y posesión demoníaca; ausencia de respetos humanos, con lo cual demuestra que le importa agradar a Dios y no a los hombres; humildad para no sentirse ofendida por ser comparada con un animal –un perro-; astucia para utilizar la misma figura del animal, para pedir un milagro para su hija. Estas son algunas de las enseñanzas que nos deja la mujer cananea, tan admirables, que provocaron incluso el asombro del mismo Hijo de Dios en persona: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”.

lunes, 10 de agosto de 2020

"Mujer, qué grande es tu fe"

 LA MUJER CANANEA - FE QUE MUEVE MONTAÑAS - Crossroads Initiative

(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2020)

          “Mujer, qué grande es tu fe” (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea, es decir, pagana, no perteneciente al Pueblo Elegido, se postra ante Jesús para clamarle por su hija, que está poseída por un demonio. A pesar del tiempo transcurrido -veintiún siglos- la mujer cananea es ejemplo para los cristianos de todos los tiempos, incluidos nosotros, cristianos del siglo XXI. Hay muchas razones por las cuales la mujer cananea es ejemplo en la fe.

          Por un lado, sabe discernir entre enfermedad corporal o psiquiátrica -epilepsia, convulsiones, esquizofrenia- de una posesión demoníaca, puesto que es el motivo específico por el cual la mujer acude a Jesús, para que la exorcice, no para que la cure de un mal: “Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Muchos exégetas, interpretando erróneamente la Biblia, confunden a las posesiones demoníacas con episodios epilépticos, cosa que no hace la mujer cananea, ya que distingue perfectamente entre una enfermedad corporal y una posesión demoníaca.

          Por otro lado, reconoce en Jesús no a un profeta, ni a un hombre sabio, ni a un hombre justo o santo, a quien Dios acompaña con sus signos: reconoce en Jesús al Hombre-Dios, es decir, para ella, Jesús es Dios Hijo encarnado y por eso el trato de “Señor”, reservado sólo a Dios y por eso la postración, reservada, como signo externo de la adoración interior, sólo a Dios.

Su fe en Jesús es enorme y su mérito es también enorme, porque no pertenece al Pueblo Elegido y porque lo reconoce como Dios, algo que ni los propios judíos, en su mayoría, fueron capaces de hacer.

Es ejemplo de perseverancia en la oración, porque ante las repetidas negativas de Jesús a su pedido, no ceja en su empeño y continúa pidiendo a Jesús por su hija.

Es ejemplo también de humildad, porque Jesús la compara nada menos que con un perro, con un cachorro, al decirle que “no es lícito tomar la comida de los hijos para dárselas a los cachorros”. Así, la está tratando de cachorro de perro, pero la mujer cananea, lejos de ensoberbecerse o de enojarse, se humilla todavía más y continúa implorando un milagro para su hija, utilizando el mismo ejemplo de Jesús y aplicándoselo a ella: “Pero aun así, los cachorros comen de las migajas que caen de las mesas de los hijos”. El alimento substancial, son los milagros que Jesús ha venido a hacer entre los hijos, los miembros del Pueblo Elegido, pero ella, aun no perteneciendo al Pueblo Elegido, se puede ver favorecida por un pequeño milagro, como es el exorcismo de su hija, así como los perros se ven favorecidos por las migajas que caen de las mesas de sus dueños.

Por todas estas razones, la mujer cananea es ejemplo de fe en Jesús como Dios; es ejemplo de perseverancia en la oración; es ejemplo de discernimiento entre enfermedad corporal y posesión diabólica; es ejemplo de humildad y de auto-humillación, porque no duda en auto-humillarse ante Jesús, con tal de conseguir el exorcismo para su hija.

“Mujer, qué grande es tu fe”. Cuán grande ha de ser la fe de la mujer cananea, para que el mismo Jesús se asombre de la misma. Si Jesús viera nuestra fe, en este instante, y la comparara con la fe de la mujer cananea, ¿podría decir lo mismo de nosotros? Pidamos a la mujer cananea, que con seguridad está en el cielo, que interceda para que nuestra fe en Cristo Jesús y su omnipotencia divina sea al menos pequeña como la migaja que cae de la mesa de los hijos.

         

miércoles, 5 de agosto de 2020

“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”


“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio” (Mt 15, 21-28). La mujer cananea es un ejemplo de sabiduría, fe y humildad para todos los cristianos. Por un lado, reconoce que su hija no está enferma, sino “atormentada por un demonio”, es decir, sabe reconocer entre una enfermedad corporal y un ataque demoníaco; por otro lado, acude a Jesús con el nombre de “Señor”, nombre reservado por los judíos para Dios y aunque ella no es judía, tiene fe en Jesús en cuanto Hombre-Dios y sabe que Él tiene el poder de expulsar el demonio de su hija. Por último, es ejemplo de humildad y de perseverancia en la oración, porque aunque Jesús se niega en un primer momento a hacerle el milagro, insiste en su petición y es ejemplo de humildad porque aunque Jesús la compara con un cachorro de perro, responde que aún los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es decir, los amos que comen a la mesa son los israelitas y es para ellos, en primer lugar, los signos y prodigios del Mesías, pero ella, que es pagana, puede recibir una migaja, es decir, un pequeño milagro, así como los perros reciben migajas de sus dueños.

“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. La perseverancia de la mujer lleva a Jesús a admirarse: “Mujer, qué grande es tu fe”, y es por eso que le concede lo que le pide. Aprendamos de la mujer cananea en nuestra relación de Jesús, puesto que es ejemplo de sabiduría, de fe, de humildad y de perseverancia en la oración. Tanto más, cuanto que ahora somos nosotros, en cuanto Nuevo Pueblo de Dios, quienes nos sentamos a la mesa de la Eucaristía y somos por lo tanto los destinatarios del Banquete celestial, el manjar eucarístico.


jueves, 2 de julio de 2020

“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”




“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio” (Mt 15, 21-28). La mujer cananea es un ejemplo de sabiduría, fe y humildad para todos los cristianos. Por un lado, reconoce que su hija no está enferma, sino “atormentada por un demonio”, es decir, sabe reconocer entre una enfermedad corporal y un ataque demoníaco; por otro lado, acude a Jesús con el nombre de “Señor”, nombre reservado por los judíos para Dios y aunque ella no es judía, tiene fe en Jesús en cuanto Hombre-Dios y sabe que Él tiene el poder de expulsar el demonio de su hija. Por último, es ejemplo de humildad y de perseverancia en la oración, porque aunque Jesús se niega en un primer momento a hacerle el milagro, insiste en su petición y es ejemplo de humildad porque aunque Jesús la compara con un cachorro de perro, responde que aún los perros comen de las migajas que caen de la mesa de sus amos. Es decir, los amos que comen a la mesa son los israelitas y es para ellos, en primer lugar, los signos y prodigios del Mesías, pero ella, que es pagana, puede recibir una migaja, es decir, un pequeño milagro, así como los perros reciben migajas de sus dueños.
“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. La perseverancia de la mujer lleva a Jesús a admirarse: “Mujer, qué grande es tu fe”, y es por eso que le concede lo que le pide. Aprendamos de la mujer cananea en nuestra relación de Jesús, puesto que es ejemplo de sabiduría, de fe, de humildad y de perseverancia en la oración. Tanto más, cuanto que ahora somos nosotros, en cuanto Nuevo Pueblo de Dios, quienes nos sentamos a la mesa de la Eucaristía y somos por lo tanto los destinatarios del Banquete celestial, el manjar eucarístico.

jueves, 13 de febrero de 2020

“Tu fe te ha salvado”


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“Tu fe te ha salvado” (Mc 7, 24-30). Una mujer cananea, pagana, no hebrea, cuya hija está poseída por un demonio, acude a Jesús a pedirle ayuda. Todo lo que hace esta mujer es ejemplo de fe para los cristianos de todos los tiempos: por un lado, sabe distinguir entre enfermedad y posesión demoníaca, ya que sabe que su hija no está enferma, sino poseída por un demonio; por otro lado, aun siendo pagana y no hebrea, tiene fe en Jesús y su fe es una fe sumamente fuerte y sobrenatural, ya que reconoce a Cristo como el Hombre-Dios y esto se demuestra porque se postra ante Jesús, lo cual es signo explícito de adoración a Dios y por otro lado sabe y confía que Jesús, en cuanto Hombre-Dios, podrá hacer el milagro de expulsar al demonio del cuerpo de su hija. Otro ejemplo que nos da esta mujer es su fe en la bondad y la Misericordia Divina, porque cuando Jesús le dice que Él no puede hacer milagros para quienes no pertenecen al Pueblo Elegido, ella no duda en auto-humillarse y colocarse en la figura de los cachorros de perros que comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos -los hijos son los hebreos y Jesús le dice que ellos son destinatarios principales de sus milagros; ella a su vez se pone en la posición de cachorro de perro y no de hijo-, lo cual es una doble muestra de fortaleza: fortaleza de fe en Jesús como Dios, que puede hacer efectivamente el milagro, y demostración de humildad, porque aunque Jesús la trata como “cachorro de perro” al ser ella pagana y no hebrea, ella no lo toma a esto como un insulto, sino que se auto-humilla y acepta el ejemplo de Jesús, que por otra parte concuerda perfectamente con la realidad. También demuestra un intenso amor maternal, puesto que recurre a Jesús por amor, para que salve a su hija, por su Misericordia. Todo esto es lo que asombra al mismo Jesús y es lo que lo lleva a decirle: “Tu fe te ha salvado”, con lo cual la mujer cananea obtiene más de lo que pide: el exorcismo de su hija y la salvación de su propia alma.
“Tu fe te ha salvado”. La mujer cananea, que sería una no-cristiana de nuestros tiempos, es un absoluto ejemplo de fe, de humildad, de confianza en la Misericordia Divina y también de amor de madre. Todo un ejemplo a imitar para un católico del siglo XXI.

lunes, 5 de agosto de 2019

“También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos”


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“También los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos” (Mt 15,21-28). El episodio con la mujer cananea revela, además del poder divino de Jesús, una gran cantidad de cualidades en la mujer cananea. Por un lado, no va a pedir a Jesús que cure a su hija de una enfermedad, sino que la libere de una posesión maligna, lo cual quiere decir que la mujer sabe diferenciar bien entre lo que es enfermedad y lo que es posesión demoníaca. Por otro lado, acude a Jesús porque tiene fe y confianza en Él, en su poder divino: con toda seguridad, o ha oído hablar de Jesús, o bien a asistido en persona a algunos de los numerosos exorcismos que Jesús practicó a lo largo del Evangelio y por esta razón sabe que Jesús, con el solo poder de su voz, puede expulsar los demonios y así liberar a su hija. Otra virtud que demuestra, además de esta fe en la divinidad de Jesús, es la extrema humildad. En efecto, Jesús prueba al extremo la humildad de la mujer cananea, antes de concederle lo que le pide. Por ejemplo, primero no le responde a la petición, como cuando una persona escucha a otra, pero se queda callada. Tanto es así, que los mismos discípulos se sienten perplejos y son ellos los que interceden por la mujer, ante el silencio de Jesús: “Atiéndela, que viene detrás gritando”. Cuando se decide a responder, es para negar, implícitamente, su pedido, porque le dice que ha venido sólo “para las ovejas descarriadas de Israel” y puesto que ella es cananea y no israelita, Él no puede atender su petición; es decir, le niega por segunda vez su petición. Sin embargo, la mujer cananea muestra otra virtud más, y es la constancia y perseverancia en la oración, ya que ante esta respuesta negativa, se postra ante Jesús y le suplica: “Señor, socórreme”. Ante esta muestra de fe, de humildad, de constancia en la oración, uno podría suponer que Jesús se habría de conmover, pero tampoco es así, ya que le vuelve a responder negativamente, a lo que se le agrega otro elemento: la humillación pública a la mujer cananea, ya que la trata, indirectamente, de “perra” –sin sentido peyorativo, pero la trata de animal, en comparación con los hijos, humanos, que son los israelitas-: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos”. Jesús le vuelve a decir que no, y esta vez humillándola, porque le dice que no puede hacer un milagro que está reservado a los hijos de Dios, que son los israelitas. Ante esta respuesta, la mujer cananea, movida por el amor a su hija y también por el amor a Jesús, no solo no se retira ofendida, sino que se humilla aún más, aceptando la comparación de Jesús, pero respondiendo al mismo tiempo con humildad y sabiduría: es verdad que no se debe dar la comida de los hijos a los perros, pero los perros se alimentan de las migajas que caen de la mesa de los hijos. Es decir, la mujer cananea le dice que acepta que los milagros más grandes son para los israelitas, pero los no israelitas pueden beneficiarse de la sobreabundancia de los milagros de los israelitas. Esta respuesta, que expresa la extrema humildad –además de fe y constancia en la oración- de la mujer cananea, es que lo que sorprende a Jesús y hace que le conceda lo que pide, la liberación de su hija de la posesión demoníaca: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas”. Cuando pidamos algo a Jesús, recordemos el ejemplo de la mujer cananea y aprendamos de ella.

sábado, 19 de agosto de 2017

“Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz”


(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2017)

“Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz” (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea, cuya hija está endemoniada, se acerca a Jesús, implorándole que la libere de la posesión maligna: "¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio". La actitud de Jesús hacia la mujer cananea es, ante todo, llamativa, porque si hay algo que caracteriza su misión, es el realizar milagros de todo tipo, además de exorcismos, como forma de probar que lo que Él dice de sí mismo, que es Dios Hijo, es verdad. Sin embargo, ante la mujer cananea, Jesús no parece ni siquiera conmoverse ante su pedido, porque en un primer momento, “no responde nada”, como si no hubiera escuchado la súplica de la mujer: “Pero él no le respondió nada”. Sólo cuando sus discípulos interceden –y aparentemente, no por caridad, sino porque los molesta con sus gritos, es que Jesús se dirige a la mujer: Sus discípulos se acercaron y le pidieron: "Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos".
         Pero tampoco aquí parece Jesús querer satisfacer el pedido de la mujer y el argumento es que ella es pagana, es decir, no pertenece al Pueblo Elegido, los hebreos: "Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel". Esta primera negativa de Jesús no solo no amedrenta a la mujer, sino que le da aún más fuerzas, para dirigirse a Jesús como lo que es, Dios Hijo encarnado, puesto que renueva su pedido pero esta vez, postrándose ante Él, en señal de adoración: “Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!””.
         Tampoco esta actitud parece conmover a Jesús, porque le responde de una manera tal, que la trata, indirectamente, como a un “cachorro”, es decir, como a un perro. Las palabras de Jesús, bien entendidas, son sumamente duras en confrontación con la mujer: “Jesús le dijo: "No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros”. Jesús le está diciendo, directamente, que los destinatarios principales de sus milagros son los hebreos, que son los hijos, mientras que los paganos, como ella, son como cachorros de perros, que se alimentan solo de migajas, y después que los hijos han comido bien. Tampoco esta humillación del Hombre-Dios a la mujer cananea la amedrenta; al contrario, la vuelve todavía más humilde. La mujer, lejos de ofenderse por haber sido tratada como un “cachorro de animal”, utiliza la misma figura que utiliza Jesús, para demostrar su fe y su amor a Jesús, puesto que su respuesta se explica solo por la fe y el amor que profesa a Jesús: “Ella respondió: "¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!". Es decir, la mujer cananea no solo no se ofende al haber sido tratada -si bien implícitamente y no directamente- con un cachorro de animal, con un perro, sino que acepta este trato que Jesús le da, para continuar luego con su pedido. Es como si dijera: “Está bien, Señor, reconozco que no soy digna de recibir tus milagros, porque soy pagana y no pertenezco al Pueblo Elegido; reconozco que soy como esos cachorritos de perros, que comen sólo las migajas que les dan sus amos, pero te lo suplico, Tú eres Dios, Tú tienes el poder de liberar a mi hija, te suplico, concédeme esta migaja, este milagro, que es nada en comparación a tu poder, y libera a mi hija de la posesión demoníaca”. Es aquí cuando Jesús, que había hecho todo esto sólo para probarla en su fe, pues estaba desde un inicio dispuesto a concederle lo que le pedía, le concede, por haber superado la prueba, lo que le pedía, que era un exorcismo a su hija, y la libera de la posesión demoníaca: “Entonces Jesús le dijo: "Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!". Y en ese momento su hija quedó curada”.
         El episodio evangélico nos deja muchísimas enseñanzas y aparte de Jesús, la que nos enseña es la mujer cananea, y veamos por qué. La mujer cananea demuestra poseer sabiduría y discernimiento de espíritus, porque se da cuenta que su hija no está enferma, ni imagina cosas, sino que es un demonio, un ángel caído, quien la atormenta. Muchos racionalistas, negadores de la vida sobrenatural, minimizan o anulan el obrar demoníaco, haciendo pasar por enfermedades psiquiátricas lo que es una verdadera posesión demoníaca. Son signos de posesión demoníaca el hablar con voz gutural, el conocer cosas ocultas, sobre todo pasadas; el hablar idiomas desconocidos; el poseer fuerza sobrehumana; el odiar todo lo que sea sagrado y pertenezca a Dios, como su Nombre, por ejemplo; el odiar, tanto a Dios como al prójimo –de ahí que el odio sea pecado mortal-; el poseer habilidades sobrehumanas, como caminar por las paredes, hacer bajar la temperatura ambiental, etc. La mujer cananea se da cuenta, porque es capaz de hacer un excelente discernimiento de espíritus, que su hija está poseída por un demonio, descartando de raíz que se trate de alguna enfermedad o de sugestión imaginativa.
         Otro ejemplo que nos da la mujer cananea es su fe en Jesucristo, pero la verdadera fe, que es la fe de la Iglesia Católica: cree en Jesús como Dios, como Hombre-Dios, porque lo trata como a Dios, diciéndole Señor, hijo de David, e implorando piedad. Cree en Jesús como Dios Hombre, porque se postra en adoración ante Él, y porque cree que tiene efectivamente el poder divino, que como Dios le corresponde, para exorcizar a su hija endemoniada, y esto con solo quererlo y estando aún a la distancia.
         Confía en la misericordia divina, porque pide auxilio a Jesús en cuanto Dios: “¡Señor, socórreme!”. Este es un primer ejemplo, de verdadera fe en Jesucristo. Dice San Beda el Venerable: “El evangelio nos muestra aquí la fe grande, la paciencia y la humildad de la cananea... Esta mujer tenía una paciencia realmente poco común”[1].
         La mujer cananea nos da ejemplo de humildad, porque no solo no se ofende cuando es tratada como “cachorro de perro” por el hecho de ser ella pagana y no hebrea, sino que acepta humildemente esta acepción de Jesús, y la utiliza para contra-argumentar a su favor, implorando todavía con más fuerzas su pedido de auxilio a Jesús. No le importa que la llamen “cachorro de perra”, y que solo sea digna de recibir migajas: confía tanto en Dios y lo ama tanto, que para ella, esas migajas, esos pequeños milagros, como la expulsión de un demonio, serán para ella el más delicioso de los manjares.
La mujer cananea nos da ejemplo de esperanza, porque cree más allá de toda dificultad, incluso dificultades que son puestas por el mismo Jesús. Estas dificultades, como hemos podido ver, no solo no le hacen disminuir la fe, sino que la fortalecen cada vez más, y por eso es modelo de esperanza en el Amor de Dios.
         La mujer cananea nos da ejemplo de caridad, es decir, de amor sobrenatural, tanto a Dios como al prójimo: demuestra que ama a Dios no con amor humano, sino con amor sobrenatural, porque no se siente ofendida por el trato que le da Dios en Persona; por el contrario, lo ama aún más, y es ejemplo de amor sobrenatural hacia su hija, porque no duda en humillarse ante Dios, para salvarla del poder del demonio.
         La mujer cananea es ejemplo, entonces, de humildad, de fe, de esperanza, de caridad. Cuando como malos cristianos actuemos con soberbia, acordémonos de la humillación de la mujer cananea; cuando como malos cristianos no creamos en la existencia y actuación del demonio y no tengamos en cuenta que el odio, la falta de perdón, la soberbia, son pecados que nos hacen participar del odio y de la soberbia demoníaca, acordémonos de la sabiduría celestial de la mujer cananea, que le permite hacer un excelente discernimiento de espíritus, detectando la presencia del Enemigo de las almas, la Serpiente Antigua, Satanás; cuando como malos cristianos desfallezcamos en la esperanza, a causa de las pruebas y tribulaciones que con la permisión divina se nos pueden presentar, acordémonos de la mujer cananea; cuando como malos cristianos actuemos con un corazón frío, vacío de amor hacia Dios y el prójimo, acordémonos de la caridad de la mujer cananea; cuando como malos cristianos dudemos de la Presencia viva, real, substancial y verdadera de Jesús en la Eucaristía, acordémonos de la mujer cananea, y postrándonos ante Jesús Eucaristía, pidamos perdón por nuestra soberbia, por nuestra falta de esperanza, por nuestra falta de caridad, por nuestra falta de fe, y roguemos a la mujer cananea, que con toda seguridad está en el cielo, para que interceda ante Jesús y nos conceda la gracia de imitarla en alguna de sus numerosas virtudes, pero sobre todo, en su fe y amor hacia Jesús, el Hombre-Dios.





[1] Cfr. San Beda el Venerable (c. 673-735), Homilía sobre los evangelios, I, 22; PL 94, 102-105.

miércoles, 3 de agosto de 2016

“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”


“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” (Mt 15, 21-28). Jesús alaba la fe de la mujer cananea porque su fe en Él, en su condición de Hombre-Dios, capaz de hacer milagros y de expulsar demonios con la orden de su vez, supera todas las pruebas a las que la somete el mismo Jesús. La fe de la mujer cananea es verdaderamente fuerte: por un lado, a pesar de no pertenecer ella al Pueblo Elegido, cree en Jesucristo, que es hebreo de raza; supera el obstáculo puesto por el mismo Jesús en Persona, que no le concede el milagro de buenas a primera, sino que le hace ver que los milagros como los que ella pide –exorcizar a su hija para ahuyentar al demonio que la posee- están reservados “a los hijos”, es decir, a los miembros del Pueblo Elegido; finalmente, supera la prueba más dura de todas, que es la de soportar la humillación que significa ser comparada con un perro, cuando Jesús le dice que “no está bien que los perros –es decir, ella, que es pagana- coman –reciban milagros- de la mesa de los hijos –los judíos, el Pueblo Elegido-, a lo que la mujer cananea responde que eso es verdad –acepta, implícitamente, con mansedumbre y humildad, el calificativo que le da Jesús, de “perro”-, pero que también es cierto que los perros, o los cachorros –los paganos como ella-, comen de las migajas que caen de la mesa de los hijos –es decir, los paganos pueden recibir un milagro “menor”, la migaja, como lo es la expulsión del demonio-. Con esta última respuesta, en la que la mujer cananea utiliza las mismas palabras y el mismo argumento de Jesús, la mujer termina por dar el ejemplo perfecto de fe, pero también de mansedumbre y humildad –no se ofende por ser comparada con un perro-, aunque también de inteligencia y astucia evangélicas –el mismo Jesús nos dice que seamos “mansos como palomas y astutos como serpientes”[1]-, todo lo cual significa que la mujer, pagana, está iluminada, como primicia del sacrificio de Jesús, por el Espíritu Santo, ya que son virtudes sobrenaturales, imposibles de ser “producidas” por la naturaleza humana. Todo esto motiva el asombro de Jesús –hay que agregar la docilidad a la gracia por parte de la mujer cananea-, con lo cual le concede, como premio a su fe, lo que le ha pedido, es decir, que su hija se vea libre de la posesión demoníaca.
“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”. Ahora bien, nosotros, desde el momento en que formamos parte del Nuevo Pueblo Elegido y que por lo mismo poseemos la fe desde el bautismo, injertada como una semilla del cielo en nuestras almas, ¿podemos decir que tenemos la fe de la mujer cananea? ¿Creemos en Jesucristo como Hombre-Dios, capaz de hacer milagros sorprendentes? ¿Creemos en su poder divino, que en la Santa Misa convierte, por el milagro de la transubstanciación, el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre? Y si lo creemos, ¿comulgamos con la piedad, el fervor, la devoción y, sobre todo, el amor que la Eucaristía se merece? ¿O, por el contrario, hacemos todo de manera mecánica, automática, como quien no tiene fe, o una fe superficial? ¿Pretendemos el auxilio divino, siendo nuestra fe sumamente débil, si la comparamos con la de la mujer cananea?




[1] Cfr. Mt 10, 16.

miércoles, 5 de agosto de 2015

“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!”


“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!” (Mt 15, 21-18). Jesús alaba la fe de la mujer cananea y en recompensa, le concede el milagro que había pedido, la curación de su hija. La fe de la mujer cananea, tal como lo dice Jesús, es realmente grande y por lo tanto, sumamente meritoria, pues cree aun cuando todo está en contra suya, y cree aun cuando es el mismo Jesús quien pone a prueba, no solo su fe, sino su humildad. La mujer cananea cree en Jesucristo, en cuanto Hombre-Dios, porque o lo ha visto hacer milagros, o ha escuchado hablar de Él, de su sabiduría y de sus prodigios; en todo caso, cree sin dudar un solo instante, que Jesús es Dios y que por lo tanto, tiene el poder de curar a su hija –lo que sucede efectivamente después- con solo quererlo; cree en Jesucristo, un hebreo, nacido de hebreos, y cree siendo ella pagana y perteneciente a un pueblo pagano; cree en Jesucristo, aun cuando el mismo Jesús le dice que, por pertenecer ella a un pueblo pagano, no es el tiempo de que los paganos reciban el pan –los milagros-, porque ellos son los “hijos predilectos” de Dios; cree en Jesucristo aun cuando es el mismo Jesucristo pone a prueba su fe, comparándola a ella con un cachorro de perro, y que por lo tanto, no es digna de probar el pan de los hijos. La fe de la mujer cananea es, por lo tanto, verdaderamente grande, porque cree en Jesucristo, en cuanto Hombre-Dios, aun cuando todo –incluido el mismísimo Jesús-, parece estar en contra suya; en recompensa, recibe el milagro –la “migaja”- que había solicitado: la curación de su hija.
Sin embargo, hay otro mérito más en la mujer cananea, aparte de su fe, y es su humildad, porque no solo no se siente ofendida cuando Jesús en Persona la compara con un cachorro de perro, sino que, usando esa misma figura de Jesús, el perro, se apropia con gusto de esa figura y la utiliza para contra-argumentar a Jesús, diciéndole que “hasta un cachorro de perro come de las migajas que caen de la mesa de sus amos”, es decir, le dice que hasta ella, siendo una pagana, puede beneficiarse, aunque sea con un pequeño milagro, que es la curación de su hija, sin importarle el no recibir los grandes milagros y portentos –el pan de los hijos-, destinados a los judíos. Es decir, la mujer cananea no sólo tiene una “gran fe”, como lo dice Jesús, sino que tiene además una gran humildad, lo cual la hace semejante al Sagrado Corazón de Jesús: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) y, por lo tanto, la hace semejante al Inmaculado Corazón de María.

Que María Santísima interceda para que también nosotros poseamos una fe y -en la medida de lo posible-, una humildad “grandes” como la de la mujer cananea, para creer siempre, sin dudar ni un instante, que Jesucristo no sólo tiene el poder de obrar milagros, como la curación de la hija de la mujer cananea, sino que tiene el poder de convertir el pan en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, la Eucaristía.

viernes, 15 de agosto de 2014

“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”


Jesús y la mujer cananea
(Pieter Lastman, 1617)

(Domingo XX - TO - Ciclo A – 2014)
         (Domingo XX - TO - Ciclo A – 2014)
         “Mujer, ¡qué grande es tu fe!” (Mt 19, 16-22). Una mujer cananea -es decir, pagana, no hebrea, y por lo tanto, no perteneciente al Pueblo Elegido-, acude a Jesús a implorarle por su hija, que está endemoniada. Lo que nos dice la escena evangélica es que, por un lado, la mujer distingue muy bien entre una simple enfermedad del cuerpo y la posesión diabólica, puesto que sabe reconocer la presencia del demonio –“Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”-; por otro lado, sabe bien que Jesús es el único que tiene poder de expulsar demonios porque, o ha visto ya a Jesús realizar exorcismos, o ha oído hablar de Él, o lo ha visto hacer milagros, ya que se dirige a Él con un título de majestad, que indica ascendencia divina: “Señor, Hijo de David”.
Lo que demuestra con esta actitud la mujer cananea, es que su fe en el poder divino de Jesús es inquebrantable y es muy grande, y es tan grande, que terminará siendo alabada por el mismo Jesús. La grandeza de su fe se agiganta no solo por el hecho de ser ella pagana, es decir, de no pertenecer al Pueblo Elegido, sino por el hecho de ser puesta a prueba nada menos que por el mismo Hombre-Dios Jesucristo, y no una, sino tres veces, y en las tres veces en las que su fe es puesta a prueba por Jesús, en las tres, sale airosa. En otras palabras, Jesús alaba la fe de la mujer cananea, no solo porque ella es pagana y cree en Él, en cuanto Hombre-Dios, sino porque Él mismo la pone a prueba tres veces, y las tres veces, supera la prueba de una forma rotunda y victoriosa.
La mujer cananea, siendo ella pagana, demuestra poseer más fe en Jesús en cuanto Hombre-Dios, que muchos de los hebreos y demuestra la fortaleza de esa fe en tres ocasiones, siendo cada ocasión más fuerte que la otra: en la primera prueba, la fe de la mujer debe sortear el silencio inaudito de Jesús, porque a pesar de que ella le implora con gritos, pidiéndole piedad y exponiéndole una situación de extrema gravedad, como lo es la posesión demoníaca, Jesús permanece en silencio, y así lo dice el Evangelio: “¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí!, mi hija está terriblemente atormentada por un demonio”. Pero Él no le respondió nada”. Jesús “no le respondió nada”, dice el Evangelio; una prueba durísima de fe: alguien se dirige a Jesús, sabiendo que Él es Dios, implorándole piedad, exponiéndole un caso gravísimo, como es el de una posesión demoníaca, y Dios Hijo “no dice nada”, permanece en silencio.
Una primera prueba, y durísima, de fe. Pero la mujer cananea, lejos de sentirse rechazada, crece en la fe y continúa gritando e implorando piedad, tanto, que despierta la compasión de los discípulos de Jesús, quienes son los que interceden por ella: “Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos”. Pero cuando los discípulos le dicen que atienda su caso, Jesús le dice que no le va a conceder lo que le pide, porque Él “ha sido enviado solamente a las ovejas perdidas de Israel” y ella no es una oveja de Israel, porque es cananea, y esta es la segunda prueba, también durísima, de fe, porque es rechazada por segunda vez, en una petición de un asunto de grave urgencia y necesidad; sin embargo, la mujer, en vez de sentirse rechazada, cuando todo haría pensar que se desalentaría y que volvería las espaldas a Jesús y regresaría llorando, lamentando su desgracia, de un modo increíble, aumenta todavía más su fe y a la fe le agrega todavía una virtud, que es la humildad, porque esta vez, se postra en adoración ante Jesús, a la vez que le dice: “¡Señor, socórreme!”. Es decir, la mujer cananea, contra toda lógica humana, ante el doble rechazo de Jesús, no solo no se desespera, no solo no regresa, llorando desconsolada, porque su petición no ha sido escuchada, sino que acrecienta su fe en Jesús, a niveles que asombran al cielo mismo.
Con estas dos pruebas, la fe en Jesús de la mujer cananea era ya grande e inquebrantable y por eso podríamos pensar que Jesús ya podría concederle lo que le pedía; sin embargo, inexplicablemente, Jesús decide ir todavía más allá: a pesar de su fe, de su humildad y de su amor –quien tiene fe tiene humildad, y quien tiene humildad tiene amor-, Jesús quiere probar aún más su fe, y le dice algo que, si no hay humildad –y por lo tanto, amor-, el alma se retira, inmediatamente, ofendida-: “No está bien tirar el pan de los hijos para dárselo a los cachorros”.
Da aquí comienzo a la tercera prueba, que es la más fuerte de las tres, porque es la prueba más dura de todas, ya que es la prueba de la humillación, en donde la mujer cananea es comparada con un cachorro de perro, porque Jesús usa la figura de una familia en donde los hijos –los hebreos- se sientan a la mesa y comen pan –los milagros- , el cual no puede ser desperdiciado para ser dado a los cachorros –los cananeos, la mujer-.Jesús le está diciendo que no está bien dar el pan de los hijos -esto es, hacer un milagro, reservado para el Pueblo hebreo, que son los hijos- para dárselo a los cachorros –que son los paganos, en este caso, la mujer cananea-: de esta manera, está usando una escena familiar, un almuerzo, en la que los hijos son los hebreos y los paganos son los perros, y así dice que no está bien dar el pan que pertenece a los hijos para que coman los perros; es decir, Él no puede hacer un milagro –el exorcismo que ella le pide, porque está reservado al Pueblo Elegido- para hacerlo con los paganos, porque precisamente, no pertenecen al Pueblo Elegido.
La comparación es muy fuerte, porque compara a los paganos con los perros –suena fuerte decirlo, pero Jesús humilla a la mujer cananea, no porque sí, sino para fortalecerla en su fe, porque al mismo tiempo, le da la gracia para superar esa humillación-, pero la mujer cananea, lejos de ofenderse, supera la prueba de Jesús, y creciendo en la fe, en la humildad y en el amor, se humilla ante Jesús y le dice: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!”. La mujer cananea, asistida por la Sabiduría divina, toma de la misma figura familiar usada por Jesús, para hacerle ver que, a pesar de no pertenecer al Pueblo Elegido, también ella, siendo pagana, puede beneficiarse de un pequeño milagro, como lo es la expulsión de un demonio que ha tomado posesión del cuerpo de su hija. Ella no es hija, como los hebreos, y no puede beneficiarse de un gran milagro, pero sí es un cachorro, es decir, puede recibir un pequeño milagro, como lo es el exorcismo, la expulsión del demonio del cuerpo de su hija. Jesús, admirado de la fe de la mujer cananea, exclama: “Mujer, ¡qué grande es tu fe, que se cumpla tu deseo!”. Inmediatamente, el demonio que poseía el cuerpo de su hija, es expulsado por el poder divino de Jesús, y la hija de la mujer cananea se ve libre de esa presencia maligna.
“Mujer, ¡qué grande es tu fe!” Jesús alaba la fe de la mujer cananea, luego de probarla durísimamente por tres veces: frente a su petición, en la primera prueba, hace silencio; en la segunda prueba, le dice que no le va a conceder lo que le pide, porque no es digna; en la tercera prueba, le dice que es un perro; en cada una de las pruebas, la mujer cananea, ni se desespera, ni se indigna, ni se ofende, ni clama al cielo, ni insulta a Jesús, ni se va a otra religión, ni deja de creer en Él, ni reniega de Él: por el contrario, acrecienta su fe en su condición divina, en su condición de Hombre-Dios; dice en su interior: “Jesús, yo creo que Tú eres el Hombre-Dios, el Salvador, y Te amo por ser lo que eres, y no por lo que das”. La mujer cananea es modelo de fe y de amor en Jesús porque ama a Jesús por lo que es, no por lo que da, aunque le pide lo que puede dar, que es la salud y la salvación.
“Mujer, ¡qué grande es tu fe!”. Porque la mujer cananea es modelo de fe, es que tenemos que preguntarnos: si Jesús viniera hoy y nos pusiera a prueba en nuestra fe en su Presencia eucarística; ¿podría decir de cada de uno de nosotros, lo mismo que dice de la fe de la mujer cananea? ¿Creemos realmente que Jesús está Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía? ¿Nuestra fe en la Presencia real de Jesús, es tan fuerte como la fe de la mujer cananea? ¿Resistiría nuestra fe –nuestro amor a Jesús-, la fe que tenemos hoy, en este momento, la triple prueba, incluida la humillación, a la que la sometió el mismo Jesús en Persona, a la mujer cananea? Si nuestra respuesta es “no”, entonces, tenemos que pedirle a la mujer cananea, que con toda seguridad está en el cielo, que interceda por nosotros, para que nuestra fe en la Presencia real de Jesús en la Eucaristía posea, al menos, una mínima parte de la grandeza de la fe que ella tuvo en el Evangelio.

miércoles, 12 de febrero de 2014

“Hasta los cachorros comen de las migajas que caen de la mesa de los dueños”


“Hasta los cachorros comen de las migajas que caen de la mesa de los dueños” (Mt 15, 21-28). Una mujer cananea, pagana, pide a Jesús que libere a su hija que se encuentra poseída por un demonio. Jesús le responde que “no está bien dar el pan de los hijos a los cachorros”, porque primero deben alimentarse los hijos, dando a entender a la mujer que los integrantes del Pueblo de Israel tienen prioridad en recibir los beneficios del Mesías y que por lo tanto su hija, que no pertenece al Pueblo Elegido, debe esperar. La mujer le responde que es así, pero que “hasta los cachorros comen las migajas que caen de la mesa de los dueños”. En esta respuesta, además de un gran acto de humildad –efectivamente, la mujer no se ofende al ser comparada nada menos que con un cachorro de perro-, hay una profundísima sabiduría celestial, que va mucho más allá de una mera comprensión racional humana, porque implica una iluminación divina. En efecto, en la respuesta de la mujer pagana, hay una súbita comprensión -dada por el Espíritu Santo e inexplicable por la sola deducción de la razón humana- acerca de los planes de la Sabiduría Divina para salvar a la humanidad, planes que pasan por la acción del Mesías a través del Pueblo Elegido primero, para luego dirigirse a todas las naciones paganas y es lo que explica que los hebreos sean los destinatarios de los milagros y portentos en un primer momento, pero eso no significa que los paganos sean excluidos. Por el contrario, eso es el indicio de que los paganos han sido ellos también llamados a participar del Amor misericordioso de Dios, que quiere abrazar y abarcar a toda la humanidad y no solo y exclusivamente a los hebreos.
Es esto lo que la mujer comprende y es por esto que, en la progresión del diálogo, la mujer cananea le responde a Jesús que a pesar de ser ella y su hija paganas, y por lo tanto no ser destinatarias en primer lugar de la acción benéfica del Mesías, sin embargo pueden también beneficiarse de su obra redentora, porque los milagros obrados en plenitud y en primacía a favor de los hebreos –en este caso, los exorcismos-, serán realizados luego a toda la humanidad y ella y sus hijas son, al fin y al cabo, tan humanas como lo son los hebreos. La mujer cananea comprende, súbitamente iluminada por el Espíritu Santo, que si bien los hebreos son, de momento, los “hijos”, que “comen sentados a la mesa” y ella y su hija son “los cachorros que comen las migajas que caen de la mesa de los hijos”, también ella y su hija, y luego toda la humanidad, entrarán en algún momento a formar parte del Nuevo Pueblo Elegido, porque todos serán llamados a ser hijos adoptivos de Dios, todos serán llamados al Banquete celestial, todos los hombres, de todos los tiempos, serán invitados a probar el Manjar celestial, el Maná bajado del cielo, el Maná verdadero, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía.
“Hasta los cachorros comen de las migajas que caen de la mesa de los dueños”. Nosotros, que ahora nos alimentamos de la mesa como los hijos, somos los cachorros de perro contemplados en la visión mística de la mujer cananea; de la misma manera, muchos de nuestros prójimos, que ahora se encuentran alejados de Dios, algún día también lo contemplarán cara a cara en el Reino de los cielos, por su misericordia.

miércoles, 7 de agosto de 2013

“Los cachorros comen las migajas de la mesa de sus dueños”



“Los cachorros comen las migajas de la mesa de sus dueños” (Mt 15, 21-28). La respuesta de la mujer cananea agrada tanto a Jesús, que la felicita y le concede el milagro que buscaba: la curación de su hija: “Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo! Y en ese momento su hija quedó curada”. Lo que agrada a Jesús es su fe, pero también su profunda humildad, que es el requisito necesario para el acto de fe: la mujer cananea no solo no se ofende cuando Jesús la compara indirectamente con unos cachorritos, sino que profundiza su acto de humildad, asimilando para sí esa comparación, dando lugar a la plena manifestación de su fe: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migajas que caen de la mesa de sus dueños!”. La secuencia en la mujer cananea es entonces: humildad, fe, y don de Dios, concretado en el milagro de curación de su hija.
Del episodio se ve que la humildad es un requisito indispensable para la acción de la gracia, porque luego de su acto de humildad, recibe la gracia para el acto de fe que ya venía insinuándose. Pero la gracia es anterior al acto no solo de fe, sino de humildad, porque no haría ese acto de humildad, sino hubiera recibido ya en cierto modo, la gracia para hacerlo. Si la mujer cananea hubiera rechazado la primera gracia, la de la humildad, y hubiera demostrado ese rechazo a través de un acto de soberbia, inmediatamente se habría bloqueado la gracia para el acto de fe.
Todo acto de soberbia es una participación, aunque sea pequeña, al gran acto de soberbia de aquel que creó la soberbia en su ennegrecido y duro corazón angélico, soberbia que le valió la expulsión del cielo para siempre.

La mujer cananea es entonces un ejemplo para todo cristiano, puesto que muestra, además de humildad y fe, una gran sabiduría, al rechazar la soberbia, pecado capital que impide la acción de la gracia y el ejemplo es ante todo en el momento de recibir la Eucaristía, porque no puede recibir el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan que Dios Padre sirve a sus hijos en la mesa del altar, quien tiene un corazón soberbio.