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sábado, 18 de noviembre de 2023

“Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo A – 2023)

“Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor” (Mt 25, 14, 25-30). Jesús relata una parábola que tiene todos los ingredientes para ser calificada como una parábola sobre ética o sobre moral. En esta parábola, hay cuatro actores, uno principal, el amo o señor, y sus tres siervos. El amo debe partir para un viaje; antes de hacerlo, reúne a sus siervos para encargarles una tarea: él les dará talentos o monedas de plata, según su capacidad, y estos deberán hacer negocios de manera que, cuando él regrese, deberán entregarle el fruto de sus negocios. De esta manera, al primero, le da cinco talentos de plata; al segundo, dos; al tercero, uno.

El primero hace negocios y gana otros cinco y recibe como premio un cargo importante, además de ser felicitado por su señor por su fidelidad y es invitado al banquete de su señor.

El segundo también hace negocios y gana otros dos talentos y también recibe un cargo importante, además de ser felicitado por su señor, por su fidelidad y es invitado al banquete de su señor.

Hasta ahora, vemos que los dos primeros tienen en común el ser trabajadores, el esforzarse, el ganar según su capacidad, el ser honestos, el ser recompensados por sus méritos -recibir cargos importantes y ser invitados al banquete de su señor-.

Luego entra en escena el tercer siervo, el que había recibido solo un talento: había recibido solo uno porque cada uno recibía “según su capacidad”, de manera que, si recibía más, no habría sabido qué hacer, por eso solo recibe un solo talento. En la parábola, el tercer siervo se muestra perezoso, holgazán, inútil, que pone además pretextos banales para no trabajar: “Sé que eres exigente y por eso enterré mi talento”, es decir, sabe que su amo es exigente, lo cual es un motivo para esforzarse en trabajar y ganar más y él lo convierte en un pretexto para no trabajar, para ser más perezoso, lo cual ya en sí mismo es un pecado mortal. Esto provoca la ira de su señor, quien lo trata de “negligente” y de “holgazán”, retándolo, diciéndole que al menos debía haber puesto el dinero en el banco, para que, a su regreso, él recogiera sus intereses. Les dice a sus otros sirvientes que le quiten su talento y se lo den a otro. Y hacia el final dice algo que llama la atención: “A este empleado inútil echadlo afuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. ¿Por qué razón Jesús introduce este elemento tan extraño, en una parábola que parece ir en la dirección de enseñanzas de comportamientos éticos y morales? Porque no se trata de una parábola sobre ética y moral; se trata de una parábola sobre el Reino de los cielos y sobre el reino de las tinieblas: los dos primeros siervos se esforzaron, con sus méritos y ganaron el ingreso al Reino de los cielos, viviendo en gracia y obrando la misericordia, siendo invitados al Banquete del Reino, en donde se sirve un manjar exquisito: el Pan de Vida Eterna, la Carne del Cordero de Dios y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna; el tercer siervo, por su pereza, se volvió inútil para el Reino de Dios y así se volvió incapaz de entrar en el Reino de los cielos, siendo arrojado al reino de las tinieblas, en donde no hay ningún manjar, sino dolor, “llanto y rechinar de dientes”, para siempre.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

“Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios”

 


“Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios” (Lc 14, 15-24). Aristóteles, uno de los más grandes filósofos precristianos, afirma que el ser humano nace con el deseo de ser feliz. En otras palabras, según este filósofo, se puede decir que todo ser humano lleva impreso en su naturaleza el deseo de la felicidad, el deseo de ser feliz y que sus acciones están motivadas por este deseo o también que el motor que impulsa sus movimientos es el intento de satisfacer el deseo de ser feliz. San Agustín, tomando como cierta afirmación de Aristóteles, agrega que, debido al pecado original, el ser humano, desea ser feliz, pero al no tener la luz de la gracia, se equivoca en aquello que cree que le dará la felicidad -el dinero, la sensualidad, la fama, etc.- y como estas cosas no pueden nunca concederle la felicidad, el hombre busca en vano ser feliz con estas cosas.

En el Evangelio, Jesús también se refiere al tema de la felicidad del hombre, proporcionando una orientación directa en la cual el hombre puede alcanzar la felicidad total, plena, duradera, eterna: “Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios”. Esta frase de Jesús es tomada por la Iglesia y es incorporada en el momento inmediatamente posterior a la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, utilizando prácticamente las mismas palabras del Señor en el Evangelio. Luego de la consagración, cuando el sacerdote ministerial eleva la Hostia consagrada en la Ostentación, dice: “Dichosos los invitados al banquete del Señor”.

¿Cuál es la razón de la dicha de quien comulga, de quien recibe la Eucaristía, de quien acude al banquete del Reino de los cielos?

La razón es que en la Eucaristía se contiene al Rey de reyes y Señor de señores, que es en Sí mismo la Alegría Increada y que comunica de esa alegría a quien lo recibe con fe, con piedad, con amor y sobre todo en estado de gracia. La verdadera dicha del alma no reside en ningún bien temporal, sino ante todo en bienes espirituales y dentro de estos bienes espirituales, el más excelso de todos, es el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía. A eso se refiere la Iglesia cuando, por boca del sacerdote ministerial, al hacer la Ostentación eucarística, dice: “Dichosos los invitados al banquete del Señor”.

domingo, 3 de noviembre de 2019

“Ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”



“Ninguno de aquellos convidados probará mi banquete” (Lc 14,15-24). Jesús describe el Reino de Dios con una parábola en la cual el dueño de casa invita a diversos convidados, pero estos rechazan la invitación con los más diversos pretextos: uno, le dice que no puede ir porque “ha comprado un campo y tiene que ir a verlo”; otro, porque “ha comprado cinco yuntas de bueyes” y “tiene que probarlas”; un último le dice que “se acaba de casar” y por eso no puede ir. El dueño de casa, indignado por la desconsideración de los primeros invitados, le dice a su criado que “salga a las plazas y calles de la ciudad” y traiga a los pobres, a los lisiados, a los ciegos y a los cojos”. El criado cumple lo que su señor le ha encomendado y como todavía queda lugar, su señor le dice que “salga por los caminos y senderos” y continúe trayendo a quienes vea. Con relación a los primeros invitados, lanza una advertencia: “Ninguno de aquellos convidados probará mi banquete”.
¿Qué significa esta parábola? Para comprender mejor la parábola, es necesario considerar que los elementos naturales representan a elementos sobrenaturales: el dueño de casa es Dios Padre; el banquete es la Santa Misa, en donde se sirve Carne del Cordero de Dios, Vino de la Alianza Nueva y Eterna y Pan Vivo bajado del cielo; los primeros invitados son los católicos bautizados, que han recibido la catequesis y han tomado la Comunión y la Confirmación. Estos primeros invitados se caracterizan porque son invitados de predilección, pero por dedicarse a cosas mundanas, abandonan la Santa Misa. El segundo grupo de invitados son probablemente gentiles o paganos, que reciben la gracia de la conversión y son invitados en consecuencia también a la Santa Misa; estos, al parecer, sí aceptan la invitación y por lo tanto asisten a la Santa Misa. Lo que llama la atención es la actitud severa del dueño del banquete -Dios Padre- hacia ellos: dice que “ninguno de aquellos convidados probará su banquete”. Esto indica la severidad con la que Nuestro Señor Jesucristo tratará en el Juicio Final a quienes, por dedicarse a asuntos mundanos, desprecien la Santa Misa y la Eucaristía.

viernes, 26 de agosto de 2016

“Cuando des un banquete…”


(Domingo XXII – TO - Ciclo C - 2016)

         “Cuando des un banquete…” (Lc 14, 1.7-14). Jesús es invitado a comer en casa de uno de los principales fariseos; al llegar, Jesús observa cuidadosamente la actitud de los invitados, y ve cómo todos “buscan los primeros puestos”. lo cual constituye una muestra de soberbia y vanidad, pues lo que pretenden, al buscar los primeros puestos, es aparentar ante los demás, recibir sus honores y ser admirados, además de congraciarse con los más poderosos, despreciando a los humildes. A partir de esta actitud, Jesús da dos recomendaciones: no buscar nunca los primeros puestos, sino los últimos, e invitar a quienes “no puedan retribuirnos”, y esto último lo hace por medio de una parábola. Contrariamente a lo que pudiera parecer, Jesús no nos está simplemente animando a ser buenos y educados –que sí hay que serlo-; tampoco nos está dando lecciones de urbanidad –que sí hay que tenerlas-, como el de no ocupar nunca los puestos principales; tampoco nos recomienda tener un simple gesto de solidaridad y de generosidad humana –que sí hay que tenerlos-. El objetivo de la parábola, por la cual nos advierte que debemos invitar a aquellos que no pueden devolvernos el convite porque nada tienen, es darnos una enseñanza cuyo contenido es sobrenatural y por lo tanto, infinitamente más profundo que una mera lección de modales de urbanidad.
¿De qué enseñanza sobrenatural se trata? En realidad, al pedirnos que nos comportemos como el dueño de un banquete que invita a quienes no pueden retribuirle, Jesús nos está aconsejando que imitemos a Dios Padre en su Amor misericordioso, porque es Dios Padre quien da un banquete –suculento, exquisito- a los pobres, lisiados, miserables, que somos nosotros y que no tenemos con qué retribuirle; es Dios Padre quien nos sirve un manjar de sabor exquisito en la Santa Misa y nos invita a este banquete, sin que podamos, de ninguna manera, retribuirle lo que nos convida. ¿En qué consiste este banquete suculento, de manjares exquisitos, servidos por Dios Padre para nosotros en cada Santa Misa? Este banquete celestial consiste en Carne, Pan y Vino: Dios Padre nos sirve la Carne del Cordero de Dios, inmolada en el altar de la Cruz y asada en el Fuego del Divino Amor en la Resurrección, el Cuerpo de Jesús resucitado en la gloria; acompaña a esta Carne del Cordero un Pan exquisito, el Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, y lo que se bebe en este manjar celestial, es un Vino delicioso, que embriaga al alma con la dulzura del Amor de Dios, un Vino exquisito, que no puede ser producido por ningún viñedo de la tierra, porque este Vino que nos sirve Dios Padre está hecho con el fruto de la Vid Verdadera, triturada en la vendimia de la Pasión, la Sangre Preciosísima del Señor Jesús, derramada en la cruz y vertida en el cáliz del altar eucarístico y que contiene, en sí misma, al Espíritu de Dios. Es un manjar tan exquisito, tan delicioso, que es imposible de apreciar por los hombres.

“Cuando des un banquete…”. Dios Padre nos invita a su banquete celestial, la Santa Misa, y nosotros no podemos retribuirle. Aunque, pensándolo bien, sí podemos retribuirle a Dios Padre el banquete que nos sirve, y es ofreciéndole nosotros, por manos del sacerdote ministerial, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía. Y es tan alto el precio de lo que le ofrecemos al Padre, la Eucaristía que, incluso, si Dios no nos debe, quedamos a mano. 

lunes, 5 de noviembre de 2012

“Ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”



“Ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena” (Lc 14, 15-24). En la parábola, un hombre prepara “un gran banquete” e invita a “mucha gente” para que participen de su cena, y luego envía a su sirviente para que les avise a los invitados que ya está “todo preparado”. Sin embargo, los invitados, lejos de aceptar el convite, ponen diversas excusas para no asistir: la compra de un campo, la compra de una yunta de bueyes, un casamiento, son todas excusas consideradas válidas para no aceptar la invitación.
Irritado por las negativas, el dueño de casa ordena que sean invitados aquellos que no habían sido tenidos en cuenta: pobres, lisiados, paralíticos y ciegos. Además, ofendido, descarta la posibilidad de un eventual arrepentimiento de los primeros invitados: “Ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”.
Cada elemento de la parábola tiene un significado sobrenatural: el dueño de casa es Dios Padre; la cena o banquete es la Santa Misa, en donde se sirve la carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, el Pan Vivo bajado del cielo, y el Vino de la Alianza Nueva y eterna; el sirviente que invita es la Santa Iglesia Católica con sus preceptos, el primero de todos, la asistencia dominical a la Santa Misa; los invitados, son aquellos bautizados que, especialmente el Domingo, ponen todo tipo de excusas para faltar a Misa: fútbol, política, televisión, cine, música, paseos, diversiones, encuentros familiares; todo es buena excusa para faltar, y ninguna razón es buena o suficientemente convincentes para asistir. Todo resulta divertido, y cualquier plan es preferible a la Misa considerada, por la inmensa mayoría de los católicos, pero de modo especial por los jóvenes, un rito aburrido y vacío, falto de interés y carente de atractivos.
Lo que no tienen en cuenta es que la paciencia de Dios Padre en algún momento se termina, tal como lo expresa la parábola del Evangelio, y si bien Dios es infinitamente misericordioso, también es infinitamente justo, y no puede dejar de dar, debido precisamente a su justicia infinita, lo que cada uno quiere y elige libremente: a quien libremente eligió un partido de fútbol –por ejemplo- en vez de asistir al templo el domingo para recibir el don más grande que Dios Padre pueda dar, su Hijo Jesús en la Eucaristía, Dios le dará lo que desea, la ausencia de su visión beatífica para siempre: “Ninguno de los que antes fueron invitados ha de probar mi cena”, es decir, no entrarán el Reino de los cielos.