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jueves, 29 de abril de 2021

“Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor”

 

“Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor” (Jn 15, 9-11). Los mandamientos de la Ley de Dios son mandamientos de amor, destinados a que el alma viva en la paz y en el amor de Dios; quien cumple los mandamientos, vive en la paz y en el amor de Dios; quien no los cumple, no tiene ni paz ni amor y por eso mismo, no da paz a los demás y tampoco da amor. Hay muchos movimientos laicistas –como por ejemplo, el feminismo, el movimiento de apostasía- que están cargados de odio y de resentimiento hacia Dios y hacia su Ley, cometiendo la más grande de las injusticias, porque Dios es Amor Infinito –y por eso debe ser objeto de nuestro amor- y porque su Ley es una Ley de amor –y por eso debemos observarla, si queremos vivir en el amor de Dios-. Quien se opone a Dios y a su Ley de amor, además de cometer una gran injusticia, entra en un círculo vicioso en el que el odio y el resentimiento, hacia Dios y hacia el prójimo-, se vuelven cada vez más profundos e intensos, hasta llegar a un punto de no retorno, que es el odio y el resentimiento demoníacos. Los movimientos laicistas que rechazan la Ley de Dios y a Dios que es su Autor, al rechazar al Amor de Dios, entran en una espiral de odio que se vuelve cada vez más fuerte, porque al expulsar de sí mismos al Amor de Dios, con el objetivo explícito de no cumplir su Ley, se llenan en sus corazones con lo opuesto al Amor, que ellos rechazaron libremente y es el odio. Este odio, que comienza siendo humano, crece cada vez más, hasta el punto en que no se puede volver atrás y es cuando el hombre, odiando a Dios, se hace cómplice y partícipe del odio satánico hacia Dios: en otras palabras, si alguien odia a Dios, llegará un momento en que se acercará tanto al Demonio, que éste le hará participar, indefectiblemente, de su odio angélico y demoníaco hacia Dios. Es por esta razón que no da lo mismo, absolutamente hablando, de que la Ley de Dios sea cumplida o no: quien la cumple, vive en el Amor de Dios; quien no la cumple, no tiene paz, no da paz a los demás y en algún momento comenzará a ser partícipe del odio demoníaco a Dios.

Cumplamos la Ley de Dios, que es una Ley de Amor, y así nos aseguraremos de tener, en nuestros corazones, al Dios del Amor, Jesús Eucaristía.

 

martes, 12 de marzo de 2013

“Querían matarlo porque se hacía igual a Dios”



“Querían matarlo porque se hacía igual a Dios” (Jn 5, 17-30). Si bien el delito de blasfemia se castigaba duramente, en el caso de Jesús la acusación es falsa e injusta, puesto que Él es Dios en Persona y con sus milagros ha demostrado más suficientemente que es quien dice ser: Dios Hijo encarnado.
 Sin embargo, la magnitud de los milagros realizados por Cristo, no basta para vencer el deseo de asesinar a Jesús, y esto es lo que refleja el evangelista: “Querían matarlo porque se hacía igual a Dios”. A pesar de las pruebas de su divinidad, se niegan voluntariamente a ser iluminados por la luz de Jesús, y se empeñan en acusarlo falsamente de blasfemia. El motivo es que quienes quieren matar a Jesús no están movidos por meras pasiones humanas, sino por el odio a Dios que el demonio tiene y del cual les ha hecho partícipes. El demonio odia a Cristo porque sabe que es Dios Hijo encarnado, que ha venido a este mundo para “destruir sus obras” (cfr. 1 Jn 3, 7-8)y para encadenarlo para siempre en el infierno, y por eso busca su destrucción por todos los medios posibles; en este caso, utilizando como aliados a hombres que han endurecido sus corazones hacia Dios y hacia el prójimo.
Lo mismo que sucedió entre Jesús y los judíos, es lo que sucede entre la Iglesia y el mundo: a pesar de que la Iglesia demuestra su origen divino con muchos portentos y milagros, el mayor de todos, la Eucaristía, el Milagro de los milagros, el mundo busca destruir a la Iglesia, porque participa del mismo odio deicida del Ángel caído.
Esta actitud destructiva del mundo hacia la Iglesia, presente desde sus inicios mismos, irá aumentando con el paso del tiempo, al punto tal que, cuanto más cerca del fin se encuentre la humanidad, todo parecerá humanamente perdido para el Cuerpo Místico de Jesús, y será tal la situación, que los que vivan en esos tiempos, deberán recordar permanentemente las palabras de Jesús: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18).
El cristiano no es ajeno a este enfrentamiento entre Jesús y los fariseos y enbtre la Iglesia y el mundo, porque en la medida en que el cristiano participe del Amor de Cristo, y cuanto más amor a Dios y al prójimo tenga en su corazón, tanto más odio de parte del mundo recibirá.
Cuanto más ame a Cristo Dios, y cuanto más se configure a su Sagrado Corazón, manso y humilde, tanto más el alma recibirá el ataque del mundo, ataque que lo conducirá a la muerte de cruz, pero al mismo tiempo, se volverá más merecedora de una de las bienaventuranzas más gloriosas del Reino de Dios, la bienaventuranza que viene por ser odiados a causa del nombre de Jesús: “Bienaventurados cuando os insulten y os persigan y se dijere toda clase de mal, mintiendo, a causa del Hijo del hombre” (cfr. Mt 5, 11).