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martes, 12 de julio de 2022

“María ha elegido la mejor parte y no le será quitada”


 

(Domingo XVI - TO - Ciclo C – 2022)

          “María ha elegido la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 38-42). Jesús va a almorzar a casa de sus amigos, los hermanos María, Marta y Lázaro. Antes de la llegada de Jesús, los tres hermanos acondicionan la casa para recibir a su querido amigo Jesús. Sin embargo, una vez que Jesús llega, María interrumpe sus tareas y se postra a los pies de Jesús, para derramar perfume sobre sus pies y contemplarlo. Al verse sola con su hermano frente a la tarea de preparar el agasajo para Jesús y sus discípulos, Marta se dirige a Jesús para pedirle que le diga a su hermana que la ayude: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me dé una mano”. Jesús le responde pero, lejos de darle la razón, justifica la acción de María: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada”.

          ¿Qué significado espiritual tiene este episodio del Evangelio?

          Ante todo, no hay que perder de vista quién es Jesús: Jesús no es un hombre más entre tantos, ni siquiera el más santo de entre los santos: Jesús es Dios Tres veces Santo, Dios Increado, Dios Eterno, que se ha encarnado y que vive, camina y habla entre los hombres, pero es Dios Hijo, hecho hombre sin dejar de ser Dios. Esto es lo que María ha recibido como iluminación del Espíritu Santo y es la razón por la cual ella se postra en adoración y en contemplación de Jesús. Sin esta consideración sobre Jesús como la Segunda Persona de la Trinidad encarnada, no se comprenden, ni la acción de contemplación de Jesús por parte de María, ni la respuesta de Jesús.

          Ahora bien, ¿qué representan las dos hermanas? Pueden representar dos cosas: por un lado, los dos estados de vida religiosa, llamados activos o contemplativos; por otro lado, pueden representar dos estados espirituales de una misma persona. Veamos brevemente: si representan los dos estados de vida religiosa, Marta estaría representando a los religiosos llamados “de vida activa o apostólica”, es decir, los sacerdotes diocesanos o los religiosos que desarrollan su actividad evangélica y apostólica en medio del mundo; por su parte, María, que contempla a Jesús en éxtasis de amor, estaría representando a los religiosos que dedican sus vidas a la contemplación y a la adoración eucarística y hay que decir, siguiendo a Jesús, que esta vocación es “mejor” que la apostólica o de vida activa, porque la adoración y el amor a Jesús Eucaristía es un anticipo de lo que el alma hará en la eternidad, es decir, contemplar, amar y adorar al Cordero de Dios por siempre. Así se comprende, tanto la actitud de María, que no es pasiva, sino activa, porque activamente ama y adora a Jesús y se comprende también porqué Jesús dice que lo que ha elegido María –la contemplación y la adoración del Hombre-Dios Jesucristo- es “la mejor parte”.

Pero también las hermanas podrían estar representando a una misma persona, en dos estados espirituales diferentes: Marta, representaría al bautizado que debe ocuparse de los asuntos del mundo, porque hay que trabajar para poder subsistir diariamente; María, estaría representando a ese mismo cristiano que, haciendo un lugar para la oración en medio de sus quehaceres cotidianos, se dedica a contemplar, amar y adorar a Jesús Eucaristía. Los dos estados son, por lo tanto, importantes e imprescindibles, pero la parte que ha elegido María de Betania, contemplar, amar y adorar a Jesús, “es la mejor”. Imitemos a María entonces y adoremos a Jesús en la Eucaristía, aún en medio de nuestras ocupaciones cotidianas, como anticipo de la adoración que, por la Misericordia Divina, esperamos tributarle por toda la eternidad en el Reino de los cielos.

domingo, 4 de octubre de 2020

“María ha elegido la mejor parte y no le será quitada”

 


“María ha elegido la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 38-42). Mientras Marta está ocupada en los preparativos para los invitados a comer, María, su hermana, está a los pies de Jesús, contemplándolo en éxtasis de amor. Marta le pide a Jesús que intervenga y le diga a su hermana que la ayude, pero Jesús, lejos de hacerlo, aprueba la acción de María: “María ha elegido la mejor parte y no le será quitada”. En las dos hermanas están representadas dos acciones de una misma alma: la actividad apostólica, que requiere de movimiento y desplazamiento, y la contemplación en la adoración eucarística, que requiere recogimiento y silencio interior. Ambas acciones son necesarias en la Iglesia, pero en las palabras de Jesús, la adoración eucarística es mejor que la actividad apostólica. De ahí la necesidad de que en los poblados existan conventos con religiosos contemplativos, o también comunidades de laicos que, en sus ocupaciones diarias, hagan de la adoración eucarística su actividad central.

“María ha elegido la mejor parte y no le será quitada”. Tanto el apostolado activo, en el mundo, como la adoración eucarística, realizada en el silencio y en el recogimiento, son necesarias para la actividad de la Iglesia encaminada a la salvación de las almas, pero de las dos, la adoración eucarística es la “mejor parte”. Procuremos, en medio de las actividades diarias y cotidianas, dedicar un momento para la contemplación, en la adoración de Jesús Eucaristía, a imitación de María, que eligió la “mejor parte”.

sábado, 20 de julio de 2019

“Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada”



(Domingo XVI - TO - Ciclo C – 2019)

         “Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 38-42). Jesús va a casa de sus amigos, Marta, María y Lázaro. Mientras Marta se ocupa de los quehaceres de la casa, disponiendo todo para que Jesús y sus discípulos se encuentren cómodos, María se queda a los pies de Jesús, contemplándolo y escuchando sus enseñanzas. Esto motiva la queja de Marta, quien le dice a Jesús que le diga a su hermana que la ayude, a lo que Jesús responde: “Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada”. Es decir, mientras Marta hace algo que es necesario –disponer la casa y preparar la comida para Jesús y los invitados-, María al parecer “pierde tiempo” o “no hace nada”, puesto que se queda a los pies de Jesús, contemplándolo y escuchando sus enseñanzas. Sin embargo, a pesar de que esto es –al menos en apariencia- verdaderamente así, Jesús, en vez de decirle a María que ayude a Marta, no sólo no le dice nada, sino que afirma que lo que María hace, contemplarlo y escuchar sus palabras, es “la mejor parte” y que “no le será quitada”.
         En esta escena evangélica se pueden ver dos cosas: por un lado, las dos caras de una misma alma en relación a Jesús; por otro lado, la división que existe entre los carismas de la Iglesia, entre apostólicos o activos, en medio del mundo, que estarían representados en Marta y, por otro lado, los contemplativos o religiosos de clausura, que estarían representados en María. Lo que hay que decir es que las dos acciones de las hermanas son necesarias, puesto que Jesús no dice que lo que hace Marta no tiene importancia: sólo dice que la contemplación de María “es la mejor parte”, lo cual quiere decir que la acción de Marta también es considerada positivamente por Nuestro Señor.
         En cuanto a la representación de dos facetas de una misma alma, Marta, en su ocupación con las tareas de la casa, estaría representando al alma que, en medio del mundo, se ocupa de las cosas de Jesús, porque Marta no trabaja para ella, sino para agradar a Jesús. Así, sería el alma que, en medio de sus ocupaciones según su estado de vida, dedica sin embargo un pensamiento a Jesús, ofreciendo su trabajo a Jesús y santificándose en medio del trabajo. Es necesaria esta ocupación de Marta, porque es de sentido común que de las cosas del mundo alguien debe ocuparse y es esto lo que hace Marta, aunque el detalle distintivo es que lo hace siempre pensando en Jesús. A su vez, María sería esta misma alma cuando, haciendo una pausa en las tareas del hogar, dedica un tiempo y una hora específicos para rezar, para leer la Escritura, para meditar en la Palabra de Dios, para leer vidas de santos, etc.  Es decir, Marta sería la faceta activa del alma, mientras que María sería la faceta contemplativa.
         En la otra interpretación, en la que Marta representaría a los religiosos activos, es decir, a los que desarrollan su tarea evangelizadora en medio del mundo, María sería la que representaría a los religiosos contemplativos, que dedican sus días a la oración, a la adoración eucarística y a la contemplación. También aquí no puede decirse que las dos no sean útiles y necesarias, porque ambas son útiles y necesarias, aunque en las palabras de Jesús, la contemplación –la adoración eucarística y la meditación de la Palabra de Dios- es “la mejor parte”. Los monasterios de monjes y monjas contemplativos son tan necesarios al cuerpo de una nación, como lo es el corazón al cuerpo de un hombre, de ahí su importancia.
         “Marta, Marta, te preocupas por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada”. Si se toma la escena evangélica como dos aspectos de una misma persona, sepamos que la adoración eucarística es la “mejor parte” de todas las tareas que tengamos para hacer, por lo que debemos siempre dedicarle un tiempo de nuestras ocupaciones; si se toma como haciendo referencia a las dos ramas, la contemplativa y la apostólica, sepamos que la contemplativa es también “la mejor parte” y de tal manera, que podemos decir que si nosotros, el conjunto de la población que formamos a Marta, respiramos y podemos amar a Dios, se lo debemos a estos monasterios en donde el Amor de Dios lo ocupa todo, desde el primero hasta el último lugar. Por esto mismo, hagamos todo lo posible para apoyar su labor de contemplación y adoración.

sábado, 16 de julio de 2016

“María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra (mientras) Marta estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa”


Cristo en casa de Marta y María,
(Matthias Musson)

(Domingo XVI - TO - Ciclo C – 2016)

         “María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra (mientras) Marta estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa” (Lc 10, 38-42). Jesús va a casa de sus amigos Lázaro, Marta y María, en Betania. Una vez allí, el Evangelio relata dos acciones totalmente diversas entre una y otra hermana: “María, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra (mientras) Marta estaba muy ocupada con los quehaceres de la casa”. Es decir, mientras María está a los pies de Jesús, escuchando su Palabra y contemplándolo, Marta, por el contrario, está “muy ocupada con los quehaceres de la casa”. Contrariamente a lo que podría pensarse, Jesús no solo no reprocha la actitud de María –para Marta, su hermana debería ayudarla, en vez de contemplar y escuchar a Jesús-, sino que resalta y destaca el valor de lo que hace, esto es, contemplarlo y escuchar la Palabra de Dios.
         ¿Qué significa esta escena evangélica?
La actitud de las dos hermanas, Marta y María, en relación a Jesús, pueden significar varias cosas. Pueden significar, por ejemplo, dos vocaciones religiosas distintas, contemplativos y activos; pueden significar dos llamados a la santidad, sea la vocación religiosa –María- y la vocación seglar –Marta, que aunque no lo contempla, trabaja igualmente para el Señor-; finalmente, pueden representar también dos estados o momentos distintos, de una misma alma: María, cuando el alma, iluminada por la gracia, ora, ama, adora y contempla a Jesús, el Hijo de Dios encarnado, ya sea en la cruz o en la Eucaristía; Marta, cuando el alma, en vez de orar, se ocupa de sus deberes de estado, aunque siempre teniendo, en la mente y en el corazón, a Jesús.
Ahora bien, de los estados, dice el mismo Jesucristo, es mejor –“la mejor parte”- el de María, esto es, la escucha de la Palabra de Dios y la contemplación de Cristo, y es en este sentido en el que se expresa San Buenaventura, cuando dice que Cristo es el camino para ir a Dios.
En un escrito, San Buenaventura da la clave para que el alma pueda llegar a Dios, y esa clave es la contemplación de Cristo crucificado, puesto que Cristo es, dice San Buenaventura, “el camino y la puerta (…) la escalera y el vehículo”[1] que conducen a Dios. Quien contempla a Cristo crucificado, dice San Buenaventura, con fe y con amor, realiza en Él la Pascua, es decir, el paso, desde el desierto de esta vida, al paraíso, y compara al alma que esto hace, con el Pueblo Elegido que atravesó el Mar Rojo y caminó por el desierto alimentándose con el maná caído del cielo: el cayado con el que el cristiano abre las aguas del Mar Rojo y atraviesa el desierto de la vida  para salir de la esclavitud del pecado, representado en la esclavitud de Egipto, es la Cruz, y el Maná que lo alimenta en su peregrinar a la Tierra Prometida, la Jerusalén celestial, es la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, y es así cómo el cristiano realiza la Pascua, el “paso” de esta vida a la otra, estando aún en esta vida, comenzando a vivir, ya en esta vida, un “paraíso en la tierra”. Dice así San Buenaventura: “El que mira plenamente (a Cristo) y lo contempla suspendido en la cruz, con fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto, donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, como muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso”[2]. Para San Buenaventura, como vemos, el “paraíso en la tierra”, es la contemplación, con fe y con amor, de Cristo crucificado, y también la alimentación del alma con la Eucaristía,
Quien contempla a Cristo crucificado, cumple la Pascua, el paso de esta vida a la eterna, aún en esta vida, pero para que el paso sea perfecto, es necesario dejar de lado la actividad del intelecto, de manera que sea el Espíritu Santo en Persona quien infunda los misterios supraracionales del Verbo de Dios encarnado: “Para que este paso sea perfecto, hay que abandonar toda especulación de orden intelectual y concentrar en Dios la totalidad de nuestras aspiraciones. Esto es algo misterioso y secretísimo, que sólo puede conocer aquel que lo recibe, y nadie lo recibe sino el que lo desea, y no lo desea sino aquel a quien inflama en lo más íntimo el fuego del Espíritu Santo, que Cristo envió a la tierra. Por esto dice el Apóstol que esta sabiduría misteriosa es revelada por el Espíritu Santo”[3]. No quiere decir el santo que la contemplación sea una actividad irracional, sino que, al tratarse de un misterio divino absoluto, es supraracional y sólo el Espíritu Santo puede iluminar e ilustrar al alma con los misterios del Hijo de Dios encarnado, y esa es la razón por la cual el alma debe “abandonar toda especulación de orden intelectual”, para que sea el Espíritu Santo el que actúe. Es esto lo que hace María, arrodillada a los pies de Jesús, escuchando su Palabra y contemplando su Santa Faz.
La contemplación de Cristo y el consiguiente paso de esta vida a la otra, no es obra humana, sino de la gracia: “Si quieres saber cómo se realizan estas cosas, pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta hacia Dios con unción suavísima y ardentísimos afectos”[4]. Esto quiere decir que la contemplación de Cristo y el conocimiento de sus misterios, no es obra que surja del hombre, sino que es obra de la gracia, que al hacerla partícipe de la vida divina trinitaria, hace que el alma conozca a Dios como Dios se conoce a sí mismo, y eso es un conocimiento imposible de lograr por las solas fuerzas humanas.
Pero en la contemplación de Cristo, el Espíritu Santo no solo ilumina el intelecto para que así pueda realizar la Pascua –esto es, el “paso” de este mundo al Padre-, sino que al mismo tiempo, enciende al alma en el Amor de Dios, y para esto es necesario desear morir a nosotros mismos; es necesario desear morir al hombre viejo, al hombre apegado a esta vida terrena, para así poder desear y amar la vida eterna contenida en Cristo Jesús. Esta tarea sólo la puede realizar el Espíritu Santo, Fuego de Amor Divino, y así lo dice San Buenaventura: “Este fuego es Dios, cuyo horno, como dice el profeta, está en Jerusalén, y Cristo es quien lo enciende con el fervor de su ardentísima pasión, fervor que sólo puede comprender el que es capaz de decir: Preferiría morir asfixiado, preferiría la muerte. El que de tal modo ama la muerte puede ver a Dios, ya que está fuera de duda aquella afirmación de la Escritura: Nadie puede ver mi rostro y seguir viviendo. Muramos, pues, y entremos en la oscuridad, impongamos silencio a nuestras preocupaciones, deseos e imaginaciones; pasemos con Cristo crucificado de este mundo al Padre”[5]. San Buenaventura dice algo muy fuerte: que debemos “amar la muerte”, y luego nos anima a morir: “muramos”, pero es la muerte a nuestro propio yo, a nuestras preocupaciones terrenas, nuestros deseos y nuestras imaginaciones, porque se trata de morir al hombre viejo, para que nazca el hombre nuevo, el hombre que nace “del agua y del Espíritu”, el hombre regenerado por la gracia santificante contenida en la Sangre de Jesús y derramada en el alma por los sacramentos.
Culmina San Buenaventura afirmando que, una vez contemplado el Padre por medio de Cristo y por obra del Espíritu Santo, habremos llegado a nuestra Jerusalén, es decir, habremos encontrado lo que deseaba nuestra alma, y eso nos basta como cristianos: “Y así, una vez que nos haya mostrado al Padre, podremos decir con Felipe: “Eso nos basta”; oigamos aquellas palabras dirigidas a Pablo: Te basta mi gracia; alegrémonos con David, diciendo: Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi herencia eterna”[6]. Es decir, para el católico, lo único que es necesario en esta vida, es la contemplación de Cristo crucificado –nosotros podemos agregar, también la contemplación y adoración del Cristo Eucarístico, es decir, la adoración eucarística-, y no necesita absolutamente nada más en esta tierra, porque llegar al Padre, por Cristo, en el Amor del Espíritu Santo, es ya vivir, en anticipo, la alegría, el gozo y el amor de la eterna bienaventuranza, y es esta la razón por la cual dice que Jesús que la “parte de María”, hermana de Marta, que es la escucha de la Palabra de Dios y la contemplación y adoración de esa Palabra, crucificada en el Calvario y oculta, gloriosa, en la Eucaristía, es “la mejor parte”.




[1] Opúsculo Sobre el itinerario de la mente hacia Dios, Cap. 7, 1. 2. 4. 6: Opera omnia 5, 312-313.

[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. ibidem.
[5] Cfr. ibidem.
[6] Cfr. ibidem.

lunes, 8 de octubre de 2012

“María eligió la mejor parte y no le será quitada”



“María eligió la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 38-42). Jesús va a casa de sus amigos Marta, María y Lázaro. A su llegada, se registran dos modos distintos de reacción en las hermanas: mientras María se queda a sus pies, contemplándolo, Marta se esmera por los “quehaceres de la casa”. Es decir, mientras Marta, frente a la presencia de Jesús, lo deja de lado para poner en orden la casa y atender a los peregrinos, María, olvidándose de todo eso, se arrodilla a los pies de Jesús, para contemplarlo en la quietud.
Las hermanas pueden representar a la vida apostólica, simbolizada en Marta, y a la vida contemplativa, simbolizada en María: mientras la vida apostólica se caracteriza por la acción y la realización de obras exteriores de apostolado, la vida contemplativa, por el contrario, reduce al mínimo estas actividades, para concentrarse en la oración y en la meditación. Las dos hermanas pueden reflejar  también a una misma alma, en dos momentos de su relación con Jesús: en sus ocupaciones diarias –Marta- o en sus oraciones –María-.
Una tercera posibilidad de interpretación, es que el episodio de las dos hermanas, en la que a pesar de las buenas intenciones de Marta, la que recibe el elogio es María, es un alegato contra el activismo, ese afán desmedido por hacer obras apostólicas, una tras otra, sin descanso, pretendiendo abarcar todo lo posible. El activismo, en el fondo, es una herejía, puesto que se basa en el voluntarismo, el cual es, a su vez, una desconfianza en la gracia divina y una confianza exagerada e injustificada en las fuerzas humanas.
“María eligió la mejor parte y no le será quitada”. Con el elogio de la actitud contemplativa y silenciosa, humilde y ardiente de amor de María, Jesús nos quiere hacer ver que la oración tiene precedencia sobre la acción; la contemplación, sobre el obrar; el amor sobre el apostolado, y que sin oración, la contemplación y el amor, toda obra apostólica, aún aquellas mejores intencionadas, no son del agrado de Dios y a nada conducen.

viernes, 16 de marzo de 2012

Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí



(Domingo IV – TC – Ciclo B – 2012)
         “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí” (cfr. Jn 3, 14-21). Jesús trae a la memoria el episodio en el que el Pueblo Elegido, en su peregrinación hacia la ciudad de Jerusalén, es invadido y asaltado por una plaga de serpientes venenosas, cuya mordedura es mortal. Como les recuerda Jesús, en ese entonces Moisés, por indicación divina, construyó una serpiente de bronce y habiendo recibido la instrucción de mantenerla elevada en lo alto, todo aquel que miraba la serpiente, quedaba curado y a salvo de la mordedura mortal de las serpientes venenosas.
         El episodio tiene una relación directa con Jesús mismo, tal como Él lo dice: “Así como Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, así será levantado en alto el Hijo del hombre”.
         Esto quiere decir que el episodio del desierto, con el Pueblo Elegido siendo atacado por las serpientes, y Moisés salvando a los hebreos con la serpiente de bronce, tiene un significado sobrenatural: anticipa y prefigura la salvación dada por Jesucristo.
         Moisés es figura de Dios Padre; la serpiente es figura de Jesucristo; el Pueblo Elegido es figura de los bautizados; el desierto es figura del mundo y de la historia humana; las serpientes de mortal y venenosa mordida, son los demonios, que inducen al pecado a los hombres, quitándoles la vida de la gracia.
         También la curación por medio de la serpiente de bronce tiene un significado sobrenatural, y es un anticipo de las misteriosas realidades celestiales desplegadas más adelante en el Hombre-Dios: los israelitas se curaron milagrosamente, al contemplar la serpiente de bronce, cuando nada parecería indicar que esto fuera posible, ya que no hay relación aparente entre mirar un objeto de bronce, inanimado, y recibir la curación de una mordedura mortal de una serpiente, y esto sucede porque es el mismo Dios quien actúa, a través de la obediencia de aquel que obedece el mandato de mirar la serpiente, curándolo milagrosamente; de un modo análogo, también el que contempla a Cristo crucificado, quien contempla sus llagas, quien medita en su dolor infinito, en su padecimiento sin igual; quien contempla su preciosa Sangre derramada a raudales de su sagrada Cabeza, de las heridas de manos y pies, de su sacratísimo Cuerpo todo llagado; quien contempla los gruesos clavos de hierro que horadan con dolor inenarrable sus manos y sus pies; quien contempla su dolorosa corona de espinas; quien contempla su Cuerpo agonizante y luego muerto entre terribles e indescriptibles dolores; quien contempla a su Madre, traspasada por el dolor, al pie de la Cruz, llorando a su Hijo que da su vida por amor a los hombres, recibe algo infinitamente más grande que la mera curación por intoxicación con un veneno mortal, producto de la mordedura de una serpiente del desierto: recibe la curación de las llagas del alma, producidas como consecuencia del letal veneno inoculado por la mordida espiritual de la serpiente antigua, el dragón del infierno, Satanás; quien contempla a Cristo crucificado, recibe la curación de sus heridas mortales, porque de Cristo fluye una energía y una fuerza divina, la energía y la fuerza divina del Amor de Dios, que sana al hombre, herido de muerte por el pecado, luego de haber sido seducido y engañado por el demonio.
         “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”. Jesús crucificado atraerá a todos hacia Él, pero no solo a quienes estaban en ese momento de la historia, contemplando su crucifixión; atraerá a todos los hombres de todos los tiempos, y a todos les dará la oportunidad de decidirse libremente por su contemplación. Y el hombre será libre de contemplarlo a Él, y así obtener la salvación, abriéndose el camino para ingresar en su costado abierto, o darle la espalda y contemplar a la creatura, abriéndose el camino a la eterna perdición.
         Moisés levantó en alto la serpiente de bronce, figura de Cristo crucificado, y los israelitas fueron curados de la fiebre mortal; Dios Padre levantó en alto en el Monte Gólgota no una imagen, sino a su mismo Hijo, Dios, y los que lo contemplan en la Cruz reciben la curación de las heridas mortales del alma, por los méritos de las Sagradas Llagas de Jesús; finalmente, la Iglesia levanta en el alto, en ese Nuevo Monte Calvario, que es el altar eucarístico, a Jesús Eucaristía, para que todo aquel que contemple y adore la Eucaristía, reciba también la curación de las heridas de su alma y de su corazón.
         Lamentablemente, muchos cristianos hoy en día dejan de lado la contemplación del Hombre-Dios, ya sea en el crucifijo, o en la Hostia, para contemplar, extasiados, los atractivos del mundo; muchos, muchísimos, hoy en día, prefieren los pasatiempos y deleites del mundo, señuelos de Satanás, que los apartan del camino de la salvación. Y esto último no es un invento. En el siglo XVIII, hubo un famoso caso de posesión diabólica, de dos hermanos, los cuales comenzaron a ser poseídos cuando tenían 7 y 9 años, respectivamente, pero los exorcismos comenzaron recién cuatro años más tarde, debido a la demora de su familia en acudir por ayuda en la Iglesia. Los niños fueron finalmente liberados, luego de largas sesiones de exorcismo. En un momento determinado, antes de la liberación, se corrió el rumor de que los niños serían liberados para el día domingo siguiente, por lo cual se agolpó una multitud en las inmediaciones de la casa donde vivían. Finalmente, el rumor se reveló como falso, ya que la liberación de la posesión no se produjo ese domingo, sino tiempo después.
Pero lo interesante de la anécdota es que, en ese momento, el demonio gritó de alegría, porque el falso rumor, que él lo había hecho correr, había logrado su objetivo, y era que toda esa gente, por acudir al exorcismo, faltara a la misa dominical[1]. Como sabemos, por el catecismo de Primera Comunión, que faltar a misa el Domingo sin un motivo realmente serio, es pecado mortal, entonces concluimos que la alegría del demonio se debía a que había logrado hacer caer en pecado mortal a decenas de bautizados, que por curiosidad malsana, habían faltado a la misa dominical. Sin mucho uso de la imaginación, podemos darnos cuenta entonces cuánta alegría sentirá el demonio con la situación actual, en donde todo –cine, teatro, televisión, internet, espectáculos, deportes, etc.- está pensado para hacer olvidar al hombre que esta vida se termina, que luego comienza la vida eterna, y que habrá de recibir el juicio particular al final de sus días terrenos.
         ¡Cómo se regocijará, con perversa y maligna alegría, el demonio, al ver con cuánta facilidad centenares de miles de cristianos, a lo largo y ancho del mundo, posponen a Cristo crucificado, elevado en la Cruz, elevado en el altar, por una pelota de fútbol! ¡Cuánta perversa alegría experimentará al ver cómo, con cuánta facilidad, centenares de miles de cristianos caen, domingo a domingo, en pecado mortal, porque prefieren hacer fila para entrar a un estadio de fútbol, antes que hacer fila para entrar en la Iglesia y recibir la Comunión! ¡Qué regocijo infernal experimentará el demonio, al ver cómo los cristianos gastan sus días y sus vidas enteras, delante del televisor, delante de internet; al ver cuántos jóvenes toman el fin de semana como tiempo para dar rienda suelta a sus pasiones desenfrenadas, con la música perversa, el alcohol, el sexo libre, los bailes permisivos, y tantas otras diversiones perversas, que desde el momento en que son perversas, dejan de ser perversiones!
         Pero si todos abandonan a Jesús, hay alguien que no lo hace, y ese alguien es María Santísima, que se queda firme, al pie de la Cruz, contemplando a su Hijo crucificado. Porque somos débiles, porque también podemos ser arrastrados por la misma corriente perversa, que lleva a tomar el fin de semana como momento exclusivo de relajación y diversión, es que le suplicamos que nunca permita que nos apartemos de la contemplación de Cristo crucificado; le pedimos a Ella, que está invisible, en cada Santa Misa, al pie del altar, que nunca permita que apartemos nuestra vista del blanco inmaculado de la Hostia consagrada.


[1] Cfr. Calliari, Paolo, Trattato di demonologia, Centro Editoriale Carroccio, 295.


jueves, 8 de septiembre de 2011

La ceguera espiritual se cura en la contemplación del Cristo crucificado y del Cristo Eucarístico



“No puede un ciego guiar a otro ciego” (cfr. Lc 6, 39-42). Con un ejemplo tomado de la vida cotidiana, Jesús se refiere a la vida del espíritu: quien vive en tinieblas, es decir, en el pecado, en el mal, en la ignorancia de Dios, no puede guiar a otro hacia la luz.

A diferencia de la ceguera corporal, la espiritual puede revertirse; es decir, el ciego espiritual puede llegar a ver.

¿Cómo es posible?

Por medio de la contemplación de Cristo, puesto que Él dice de sí mismo: “Yo Soy la luz del mundo; quien me sigue, no andará en tinieblas” (Jn 8, 12). Quien contempla a Cristo crucificado, es iluminado por Él, porque Él desde la cruz irradia la luz divina con una intensidad tan grande, que disipa las tinieblas del alma y permite conocerlo como Dios encarnado: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy” (cfr. Jn 8, 21-30).

Pero también es iluminado quien lo contempla en su Presencia sacramental, que es lo que les sucede a los discípulos de Emaús, que lo reconocen en la fracción del pan: “Lo reconocieron al partir el pan” (cfr. Lc 24, 13-35). En el momento de la fracción de la Eucaristía, se desprende una potente luz espiritual, que emana de la misma Eucaristía, que hace abrir los ojos del alma a los discípulos de Emaús, y a partir de entonces, lo reconocen.

Es decir, el ciego espiritual, aquel que vive en la oscuridad del mal y del pecado, puede curar su ceguera; sólo le basta elevar sus ojos a Cristo crucificado, que es el mismo Cristo Eucarístico.