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jueves, 25 de abril de 2024

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”

 


(Domingo V – TP - Ciclo B – 2024)

         “Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”. Jesús utiliza la imagen de una vid para describirse a Sí mismo, pero no solo a Él, sino también a su Iglesia, a quienes forman parte de su Iglesia, porque los sarmientos, que están unidos a la vid y del cual se forma el fruto que es la uva, son los bautizados. Ahora bien, entre los sarmientos, Jesús describe dos tipos de sarmientos: los que están unidos a la vid, es decir, a Él y los que no lo están, los que están separados de Él. Los sarmientos unidos a la vid dan mucho fruto, mientras que los sarmientos que se separan de la vid, al quedarse sin la linfa, se secan y solo sirven para ser quemados.

         Para poder interpretar el sentido espiritual y sobrenatural de la imagen, es necesario recordar brevemente lo que sucede entre la vid y los sarmientos: la vid, que forma el centro y núcleo de la planta, posee en su interior un líquido vital, llamado “savia”, el cual llega a los sarmientos cuando estos están injertados a la vid; por medio de la linfa, los sarmientos se nutren y así adquieren la capacidad de dar fruto, que en el caso de la vid es, obviamente, el racimo de uvas. Unos sarmientos darán racimos más grandes y otros más pequeños, unos darán uvas más dulces y otros agrias. Cuando el sarmiento pierde la savia por alguna razón, pierde inmediatamente no solo la capacidad de producir frutos, sino que él mismo pierde vitalidad: se seca y termina por desprenderse de la vid, sirviendo solo para hacer fuego con él.

Una vez que hemos recordado lo que sucede entre la vid y los sarmientos, podemos hacer la analogía de Jesús como vid y de los bautizados como sarmientos, para así poder captar el sentido espiritual y sobrenatural de la parábola de Jesús como “Vid verdadera”. Lo que debemos considerar, en primer lugar, es quién Es Jesús y qué es lo que Él nos comunica y a través de qué: lo que la Iglesia Católica, a través del Magisterio, de la Tradición y de la Sagrada Escritura nos enseña, es que Jesús es Dios, es la Persona Segunda de la Trinidad, el Hijo de Dios encarnado en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. Esto, que parecería algo que no tiene nada que ver con la parábola, es el corazón de la parábola y sin esta verdad, no la podemos entender. Al ser Dios Hijo, Jesús, como Vid verdadera nos comunica su vida eterna, como la vid comunica a los sarmientos la savia y la comunicación de la Vida eterna la hace a través de los sacramentos, así como la vid comunica la savia a los sarmientos cuando estos están injertados a la vid. El sarmiento, o el alma, que está unido a la Vid verdadera, Jesucristo, por medio de los sacramentos -sobre todo, Confesión y Eucaristía-, recibe de Jesucristo la savia vital que brota de su Ser divino trinitario, la vida eterna de la Trinidad; el sarmiento que por voluntad propia se desprende de la vid -esto sucede cuando el alma comete un pecado mortal y cuando se aleja por años de la Confesión y de la Comunión-, deja de recibir la vida eterna, comunicada por la gracia santificante que dan los sacramentos y así el alma o el sarmiento, pierde la vida de la gracia y se encuentra en estado de pecado mortal, en estado de eterna condenación.

La unión con Jesucristo, Vid verdadera, es realmente vital en el pleno sentido de la palabra: cuanto más unido está el sarmiento o el alma a Cristo por los sacramentos, tanta más gracia santificante recibe y tanta más vida eterna posee y está en grado de producir muchos frutos de santidad, así como el sarmiento firmemente unido a la vid, produce ramos de uva abundantes y exquisitos. Por el contrario, el sarmiento que se desprende voluntariamente de la Vid eterna, Jesucristo, y muere en ese estado de separación, solo sirve para ser quemado y este “ser quemado” es, más allá de la simbología de la imagen, la eterna condenación en el Infierno, en donde el alma y el cuerpo son quemados por toda la eternidad por el fuego del Infierno, el cual no se apaga nunca. A esta realidad tenebrosa es a la que se refiere Jesús cuando dice: “El que no permanece en Mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde”. Ese “arder” está en tiempo presente, como indicando un estado permanente y eso es el Infierno.

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”. Si queremos vivir unidos a Cristo en la eternidad, vivamos en esta vida unidos a la Vid verdadera por medio de la fe, el amor y los sacramentos.


jueves, 29 de abril de 2021

“Yo soy la verdadera vid y ustedes los sarmientos”

 

“Yo soy la verdadera vid y ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús utiliza la figura de la vid y los sarmientos para describir la relación espiritual y sobrenatural entre Él y el alma: así como el sarmiento, cuando permanece unido a la vid, recibe de la vid lo que le da vida, que es la savia y así el sarmiento da fruto, convirtiéndose en un racimo de uvas, así el alma que se une a Cristo por los sacramentos y la fe, recibe de Él aquello que da vida divina al alma y es la gracia santificante y así puede dar frutos de vida eterna, que son las obras de misericordia. Esta sería la relación óptima, tanto entre la vid y el sarmiento, como entre Jesucristo y el alma: que el alma permanezca unida a Él por la gracia y que así haga obras meritorias para el Cielo. Sin embargo, hay otro tipo de relación entre la vid y los sarmientos: hay sarmientos que dejan de recibir la savia vivificante y así se secan y no solo no dan frutos, sino que se desprenden definitivamente de la vid, caen al suelo y su destino es el de ser arrojados a una hoguera, para ser consumidos por el fuego: este tipo de sarmiento, infructífero, representa al alma que, por libre voluntad y decisión, elige dejar de recibir la gracia santificante de Jesucristo, elige apartarse de los sacramentos y así, sin la gracia, vive en estado permanente de pecado mortal y si muere en pecado mortal, es arrancado definitivamente y para siempre del Cuerpo Místico de Cristo, para ser arrojado en el lago de fuego inextinguible, el Infierno, en donde su cuerpo y su alma arderán, sin consumirse, por toda la eternidad.

“Yo soy la verdadera vid y ustedes los sarmientos”. En la figura de la vid, debemos ver al Hombre-Dios Jesucristo; en la figura de los sarmientos, debemos vernos a cada uno de nosotros, así como sucede con la vid terrena y los sarmientos. Sin embargo, hay un detalle que no está presente en la vid terrena y los sarmientos: en estos, es la determinación de varios factores naturales, desfavorables, los que hacen que el sarmiento deje de recibir la savia y así el sarmiento se seca y se cae; en la vida real, nosotros, los sarmientos, tenemos la libertad de elegir qué clase de sarmientos queremos ser: si sarmientos unidos a Cristo y sus sacramentos, para así dar frutos de vida eterna, o si elegimos ser sarmientos secos, sin frutos, destinados a la eterna condenación. En nosotros está elegir qué tipo de almas queremos ser y qué destino eterno queremos obtener.

 

sábado, 24 de abril de 2021

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”

 

(Domingo V - TP - Ciclo B – 2021)

         “Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús utiliza la imagen de una viña con sus sarmientos, para describir la relación que existe entre Él y sus discípulos, es decir, los miembros de su Iglesia. La imagen es elocuente en cuanto a la relación de dependencia absoluta entre la vid y los sarmientos: si los sarmientos permanecen unidos a la vid, reciben de esta su savia vivificante y así no solo sobreviven, sino que dan fruto abundante, convirtiéndose en racimos; si el sarmiento se separa de la vid, deja de recibir su savia, que era lo que le daba vida y no solo no da fruto, sino que se separa de la vid, cae al suelo y sólo sirve para ser quemado.

         La imagen de la vid y los sarmientos es una metáfora de la vida espiritual sobrenatural del cristiano: Cristo es la Vid Verdadera, porque de Él brota la Savia vivificante, que es la gracia santificante, que da la vida divina a los bautizados y no solo les da vida divina, sino que los hace fructificar con frutos de santidad, porque los que permanecen unidos a Cristo, reciben su gracia y la gracia es la que hace obrar obras meritorias para el Cielo, obras de misericordia que obtienen para el alma los méritos de Cristo y así esas obras se convierten en el pasaje que las conduce al Reino de Dios, el seno de Dios Padre. Por el contrario, el sarmiento que se separa de la vid, esto es, el bautizado que rechaza la gracia porque se aleja de los sacramentos y prefiere vivir en el pecado, deja de recibir el flujo de vida divina que le viene por esa savia celestial que es la gracia santificante y así no obra ninguna obra meritoria para el Cielo; este sarmiento, así separado de la vid, es decir, este bautizado, separado voluntariamente de la Vid que es Cristo, a causa del pecado elegido libremente, si muere en estado de pecado mortal, es arrojado al fuego del Infierno, a la eterna condenación, prefigurado este fuego infernal en el fuego con el que es quemado el sarmiento que se desprende de la vid, no da fruto y cae al suelo, seco y sin vida.

         Entonces, la vid es Cristo, la savia es la gracia, los sarmientos que dan fruto son los justos que permanecen unidos a Cristo por la gracia y obran obras meritorias para el Cielo, y los sarmientos secos, que se separan de la vid y no dan fruto y son arrojados al fuego, son las almas de los bautizados que voluntariamente rechazaron a Cristo y su gracia, no dieron frutos de obras de misericordia que le valieran el Cielo y en el momento de su muerte fueron juzgados faltos de gracia y merecedores del lago de fuego eterno, el Infierno.

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”. Lejos de ser una mera figura poética, o una metáfora que evoca una unión meramente afectiva o emocional con Jesucristo, la figura de la vid y los sarmientos evoca, firmemente, el destino de eterna condenación en el Infierno, o de eterna felicidad en el Cielo, que cada alma elige por sí misma en su paso por la vida terrena. Vivamos unidos a Cristo, Vid Verdadera, por la gracia santificante que nos dan los sacramentos y así daremos frutos de vida eterna, que nos harán merecedores de la felicidad eterna en el Reino de los cielos.

martes, 12 de mayo de 2020

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…) vosotros sois los sarmientos”


Archivo:Christ the True Vine icon (Athens, 16th century).jpg ...

“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…) vosotros sois los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús describe tres cosas: quién es Él, quién es su Padre y quiénes somos nosotros. Para ello, utiliza la imagen de la vid, del labrador y de los sarmientos y aplica estas imágenes a Él, al Padre y a nosotros. Él es la Vid verdadera, porque así como de la vid terrena se extrae el vino luego de la vendimia, así de Él, Vid verdadera, se extrae el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, luego de la vendimia sobrenatural que es la Pasión. Ahora bien, como toda vid, posee un labrador que la trabaja y ése labrador, en el caso de Jesús Vid Verdadera, es Dios Padre. ¿Y qué hace Dios Padre? Así como el labrador terreno poda los sarmientos vivos para que éstos crezcan más sanos y fuertes, recibiendo más savia de la vid por medio de su unión con esta, así el Padre poda, con las tribulaciones, las pruebas y la Cruz de cada día, las almas que por la gracia están unidas a Cristo, para que la savia vivificante de la gracia santificante circule en ellas todavía con más vigor y fuerza y así los haga crecer cada vez más en grados de santidad. Pero también hace otra cosa el Labrado Eterno que es el Padre: así como el labrador terreno corta, deshecha y arroja al fuego a aquellos sarmientos que están secos, es decir, aquellos sarmientos por los que ya no circula la savia de la vid, así Dios Padre poda, o más bien, quita del alma, al ver que sus esfuerzos son infructuosos, las gracias, sobre todo la gracia de la conversión final y así el alma, al morir, privada de la gracia santificante, no ve otro destino que el que ella eligió por sí misma en esta vida y es el fuego eterno, el Infierno. Es decir, Dios concede la gracia de la conversión continua y constantemente, pero llega un momento en que, ante la obstinación del alma, deja de hacerlo, abandonando al alma a su propia libertad, a su libre arbitrio y el alma así separada de la Vid Verdadera por propia voluntad, nada puede hacer para evitar la eterna condena, según las palabras del propio Jesús: “Sin Mí, nada podéis hacer”.
“Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador (…) vosotros sois los sarmientos”. No debemos pensar que porque hemos sido bautizados y de vez en cuando acudimos a los sacramentos o hacemos alguna oración distraída y desganada, tenemos ya el Cielo asegurado: si no obramos libremente, en el sentido de querer afianzar, conservar y acrecentar el flujo de savia vivificante que nos viene de la Vid Verdadera, Cristo, por medio de la oración, la recepción frecuente de los sacramentos y las prácticas de las buenas obras, se debilitará cada vez más en nosotros el flujo vital de la gracia hasta desaparecer y así el Labrador Eterno, Dios Padre, no hará otra cosa que lo que nosotros hicimos por cuenta propia y es el separarnos de la Vid Verdadera, Cristo Jesús. Por lo tanto, si queremos habitar en el Reino de los cielos al fin de nuestra vida terrena, obremos de manera tal que el flujo de gracia santificante que proviene de la Vid Verdadera, Cristo Jesús, sea cada vez y cada día más y más abundante. Así Cristo, Vid Verdadera, será para nosotros la Vida Eterna del alma.

miércoles, 6 de mayo de 2015

“El sarmiento que permanece en Mí da mucho fruto”


“El sarmiento que permanece en Mí da mucho fruto” (cfr. Jn 15, 1-8). Jesús es la Vid verdadera y nosotros, los cristianos, somos los sarmientos, que injertados en Él por el bautismo, recibimos su savia vivificante, la gracia santificante, por medio de la fe, que hace fructificar el injerto bautismal en obras de santidad. Así como el sarmiento, cuando es injertado en la vid, comienza a recibir el flujo vital de la savia que le permite dar el fruto que es la uva, así el cristiano, al ser injertado en la Vid verdadera, que es Cristo, comienza a recibir, por medio de la fe, el nutriente que es la gracia santificante, y esta fe se traduce en obras que hacen resplandecer la santidad de la vida nueva que se ha recibido, porque las obras que realiza por la fe no son obras humanas, sino obras divinas, puesto que se trata de obras que superan a la naturaleza humana –caridad, paciencia, longanimidad, castidad, justicia, fortaleza, etc.- y es a esto a lo que se refiere Jesús cuando dice: “El sarmiento que permanece en Mí da mucho fruto”. Son estas obras las que realizaron todos los santos de todos los tiempos, y pudieron hacerlo, porque permanecieron unidos a Jesucristo, Vid verdadera; los santos fueron esos sarmientos unidos a Cristo Vid verdadera, que no se separaron de la Vid ni por un solo instante, y si se separaron, se volvieron a unir al instante, recuperando la gracia por el Sacramento de la Penitencia, de manera tal de no dejar de frutos en ningún momento.
Por el contrario, quien se separa de Cristo, Vid verdadera, se separa de su Fuente de Gracia e interrumpe, de modo libre y voluntario, su flujo vital y el nutriente que lo alimentaba con la vida misma de Dios Trino y perece en su vida espiritual, agostándose y marchitándose. Quien se separa de Cristo Vid verdadera, a causa del pecado, es como el sarmiento que, estando unido a la vid, en algún momento comienza a secarse, hasta que, perdiendo definitivamente todo flujo vital, termina por caer al suelo, en donde es arrastrado por el viento, quedando en el suelo a la espera de ser quemado junto a los demás sarmientos secos.
“El sarmiento que permanece en Mí da mucho fruto, y mi Padre es el Viñador”. No basta con no ser un sarmiento seco; no basta con simplemente “dar fruto”: Dios Padre es el Viñador, y su paladar es un paladar exquisito y excelente, y de ninguna manera es engañado. Él prueba el fruto de los sarmientos unidos a la Vid verdadera, que es Cristo, es decir, Él prueba las uvas que son nuestros corazones, y sabe si esos corazones son agrios o dulces; sabe si damos frutos agrios, cuando somos cristianos tibios, que nos dejamos llevar por la acedia o pereza espiritual; sabe si somos cristianos iracundos y no de corazón manso y humilde como el de Jesús; sabe si somos cristianos vengativos y rencorosos y no somos capaces de amar y perdonar a nuestros enemigos, como nos manda Jesús desde la cruz, y así con muchas otras cosas más. Dios Padre es un Viñador de paladar exquisito, y Él prueba los frutos de los sarmientos, y poda los sarmientos que dan fruto, para que den mejores frutos, y corta los sarmientos secos, para arrojarlos al fuego, porque ya no sirven más. Ésta es la razón por la cual no basta con simplemente “dar fruto”, sino que hay que dar frutos excelentes, frutos de santidad, unidos a la Vid verdadera, Jesucristo.


viernes, 1 de mayo de 2015

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos”


(Domingo V - TP - Ciclo B – 2015)

“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Con la imagen de una vid, de la cual brotan los sarmientos, Jesús grafica la relación ontológica y el flujo vital que se establece entre Él, el Hombre-Dios, y nosotros, los cristianos, es decir, los que hemos sido incorporados a Él, por medio del bautismo sacramental. Jesús utiliza la figura de la vid, de la cual brotan los sarmientos, para darnos una idea acerca de la naturaleza de la vida nueva que adquirimos como cristianos a partir del bautismo sacramental: así como el sarmiento recibe de la vid el flujo vital de la savia, que lo vivifica y le permite dar el fruto que es la uva, así el cristiano, incorporado a Cristo por el bautismo sacramental, recibe, a partir del bautismo, la vida nueva que le proporcionan la fe y la gracia santificante, que le permite dar frutos de santidad. El cristiano queda así comparado a un sarmiento que es injertado a una vid –el cristiano es un sarmiento silvestre o heterólogo, mientras que el hebreo es el sarmiento natural u homólogo, propio de la Vid, que es Cristo, hebreo de raza-: de la misma manera a como el sarmiento, al ser injertado, comienza a recibir el nutriente que es la savia y esta savia es la que le permite dar el fruto de la uva, así el cristiano, incorporado a Cristo por el sacramento del bautismo, comienza a recibir, por la fe y por la gracia, el flujo de vida divina, que le permite –al menos lo capacita para- obrar de manera tal que se convierte en una prolongación del mismo Jesucristo. En otras palabras, el sarmiento silvestre injertado en la vid, o el cristiano incorporado a Cristo, se vuelve capaz de obrar con la bondad, la caridad, la paciencia, el amor misericordioso, del mismo Cristo en Persona, y eso es lo que llamamos “frutos de santidad”.
Esto es posible debido a la unión hipostática, es decir, a la unión en la Persona Segunda de la Trinidad, de la naturaleza humana de Jesús de Nazareth; por esta unión, todos los que se unen a su Cuerpo Místico por medio del bautismo, reciben de Él la gracia santificante, por medio de la cual participan de la vida misma del Ser trinitario divino. Es esta vida nueva, recibida del Ser mismo de Dios Uno y Trino -vida absolutamente nueva y divina, que recibe el cristiano como principio vital de su alma, a partir del momento en que es bautizado-, lo que Jesús grafica con la imagen de la vid y los sarmientos: así como los sarmientos, unidos a la vid, reciben de esta el nutriente que los mantiene con vida y los hace dar fruto, así los cristianos, unidos a Cristo Jesús -el Hombre-Dios y Dios Hijo en Persona encarnado en una naturaleza humana-, por el bautismo, por la fe y por la gracia, reciben de Él la savia vital de la vida divina, que los hace vivir con la vida misma de Dios Uno y Trino y los hace dar –o al menos, los debería hacer dar- frutos de santidad, frutos de vida eterna.
Pero si en un sentido positivo, la unión con Cristo, obtenida en el bautismo sacramental y fortalecida por la fe y por la gracia santificante, redunda en la concesión, de parte del mismo Jesucristo, de su misma vida divina, vida que es la vida misma de Dios Uno y Trino, de manera tal que el cristiano “ya no vive él, sino que es Cristo quien vive en él” (cfr. Gál 2, 20), en sentido opuesto también es verdadero, porque quien se aparta voluntaria y libremente de la Vid verdadera deja de recibir el flujo de vida divina y perece en la vida espiritual. En otras palabras, así como el sarmiento que se separa de la vid, al dejar de recibir la savia, se seca y muere y ya no puede dar fruto, así el cristiano que debido al pecado mortal libremente cometido deja de recibir la gracia divina que le venía de la Vid verdadera, al verse privado de la vida divina se marchita en su vida espiritual, al quedar separado de la comunión de vida y amor con Jesús, con el Padre y con el Espíritu Santo. Este estado espiritual de pecado y de consecuente separación de Jesús Vid verdadera, es graficado por Jesús con la imagen de un sarmiento seco que debe ser cortado y separado de la vid para ser arrojado al fuego y quemado porque no sirve para otra cosa: “El que no permanece en Mí es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde”.
Ahora bien, lo que hay que advertir en la imagen de la vid y los sarmientos, es que el hecho de que el sarmiento dé frutos de santidad o bien se seque y sea arrojado y quemado al fuego porque no sirve para otra cosa, no depende sino, pura y exclusivamente, de la libertad de cada uno en particular. Es decir, si bien el hecho de ser incorporados a la Vid verdadera que es Cristo no depende de nosotros -desde el momento en que el bautismo sacramental no fue una elección libre, ya que fue una decisión tomada por nuestros padres y, en última instancia, fue un deseo de Dios, que quiso que fuésemos injertados en la Vid que es Cristo-, el hecho de dar frutos de santidad –paciencia, caridad, misericordia, bondad-, o el no dar frutos y quedar “secos, para ser arrojados al fuego”, depende de nuestra entera libertad, porque lo que hace circular la savia vital, la vida nueva en nosotros, es la fe y la fe se demuestra por obras (cfr. St 2, 18). Si un cristiano no obra de acuerdo a su fe, es un cristiano muerto a la vida de la gracia y es como un sarmiento seco; esto quiere decir que el ser apartado de la vida de la gracia, no se puede atribuir a Dios, sino a la libre determinación de cada uno, que eligió no obrar según la fe. Ser un sarmiento seco, ser un cristiano sin obras, no depende de Dios, sino de nuestra propia libertad, de nuestra propia libre determinación. Cuando Jesús dice: “El que no permanece en Mí es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde”, no quiere decir que es Él quien lo está separando de la Vid, sino que es ese mismo cristiano quien se separa a sí mismo, con sus malas obras, o con su falta de obras buenas, de la Vid verdadera, que es Cristo.
“Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos, mi Padre es el Viñador”. Solo quien permanece unido a Cristo, Vid verdadera, puede dar frutos de obras; sin embargo, tampoco basta con simplemente “dar frutos”, es decir, tampoco basta con ser un cristiano mediocre, porque Jesús dice que el “viñador” que prueba las uvas de la vid, es “su Padre”: “mi Padre es el viñador”. Esto quiere decir que Dios Padre es quien prueba los frutos de los sarmientos que están unidos a la Vid verdadera, Jesucristo; es Dios Padre el Viñador que recorre la Vid, probando los granos de uva, nuestras obras, nuestros actos, nuestros pensamientos, los frutos de nuestra mente, de nuestro corazón, de nuestras manos, y es Dios Padre quien prueba el sabor de esas uvas, y su paladar es un paladar exquisito, que no puede ser engañado de ninguna manera. Dios Padre, el Viñador, saborea las uvas, es decir, los frutos que damos nosotros, los sarmientos unidos a la Vid que es Cristo, y Él sabe si esas uvas son agrias o si son dulces; Dios Padre, el Viñador, sabe si nosotros, sarmientos de Cristo, damos frutos agrios, uvas agrias, y esto sucede cuando somos cristianos impacientes, rencorosos, vengativos, perezosos, incapaces de sufrir por nuestros hermanos y mucho menos, incapaces de sufrir y de amar a nuestros enemigos. No debemos creer que nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestros actos, pasan desapercibidos al Padre; Él es el Viñador, que prueba y saborea los frutos que damos nosotros, los sarmientos, injertados en la Vid, que es Cristo, y si no queremos ser cortados y separados de la Vid, como sarmientos que no dan fruto o que dan frutos agrios, esforcémonos por dar frutos de amor misericordioso, sabiendo que es Él quien prueba el dulzor o la amargura de nuestros corazones. Dios Padre, el Viñador, tiene un paladar excelente, y sabe también si los frutos que damos nosotros, los sarmientos unidos a Cristo, Vid verdadera, son frutos de verdadera santidad, es decir, si somos cristianos misericordiosos, pacientes, caritativos, capaces de amar a todos, incluidos y en primer lugar, a nuestros enemigos.
“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús en la cruz es la Vid verdadera que es triturada en la vendimia de la Pasión y que da el fruto exquisito del Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre Preciosísima, derramada en el Cáliz de la Santa Misa, ofrecida por la Santa Madre Iglesia para la salvación del mundo. Jesús es la Vid en la Eucaristía, y la savia que da vida a los sarmientos a Él adheridos es su Sangre Preciosísima, que brota de sus heridas abiertas y esos sarmientos así adheridos a la Vid verdadera que es Cristo crucificado, y que reciben de Él la savia vital que es su Sangre Preciosísima, al alimentarse de su Sangre y de su Carne en la Eucaristía, son los que luego deberíamos dar frutos de santidad y de vida eterna, son los que deberíamos dar frutos de bondad, de caridad, de paciencia, de misericordia, de amor sobrenatural al prójimo y a Dios.


martes, 20 de mayo de 2014

“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos”


“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos” (Jn 15, 1-8). Jesús utiliza la imagen de la vid para graficar la vida de la gracia en el cristiano. El Padre es el viñador, es decir, es Él quien corta de la Vid, que es Cristo, a todo aquel sarmiento, a todo aquel cristiano, que no da fruto, a todo aquel cristiano que no persevera en la gracia, que no desea arrepentirse, que no quiere vivir el mandato de la caridad, que prefiere vivir los mandamientos de Satanás. Así como el sarmiento seco está privado de la savia y no da fruto, es apartado de la vid por el viñador en el momento de la vendimia, es cortado para ser tirado y quemado porque no ha dado fruto, así Dios Padre, en el Día del Juicio Final, al cristiano que no dio frutos de arrepentimiento, de conversión, de bondad, de misericordia para con su prójimo, lo apartará para siempre de la Vid verdadera que es Cristo, y su alma quedará seca, es decir, quedará privada para siempre de la vida de la gracia, quedará privada para siempre de la gloria divina y será arrojada al fuego del Infierno. Por el contrario, el cristiano que permanece unido a Cristo, Vid verdadera, y que se alimenta de su gracia, da fruto y fruto abundante, fruto de conversión, de misericordia, de bondad, de paz, de alegría y en el Día del Juicio es introducido en el Reino de los cielos para gozar del Banquete celestial por toda la eternidad.
“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús es la Vid también en la cruz, y la savia es su Sangre y los sarmientos que dan fruto son los cristianos que beben de su Costado traspasado por la lanza. Los que beben la Sangre del Cordero traspasado, son los que dan fruto de bondad, de paciencia, de misericordia, para con sus hermanos; son los sarmientos que fructifican en frutos de verdadera caridad cristiana, son los sarmientos que permanecen unidos a la Vid verdadera, que es Cristo, porque reciben de Él la savia vital que es su Sangre, porque Cristo es la Vid que es molida en la Vendimia de la Pasión. En cambio, los sarmientos que no permanecen unidos a Cristo, son los que no se acercan a beber de su Costado traspasado, son los que desprecian la Santa Misa por compromisos mundanos, son los que consideran a la Misa como un evento religioso prescindible, son los que piensan que la Eucaristía es cosa de gente atrasada y aburrida, que bien puede ser reemplazada por la tecnología y por eventos deportivos; estos cristianos son los sarmientos secos que no dan fruto, porque voluntariamente se han apartado de la Vid verdadera y voluntariamente han dejado de recibir la savia vital que la Vid les aportaba, la Sangre fresca del Cordero, que manaba de sus heridas abiertas como un torrente impetuoso de ardiente Fuego vital, que concedía la vida divina a todo aquel que entraba en contacto con Él. Pero los sarmientos secos, por propia voluntad, se apartaron de la Vid y sin la savia vital, sin la Sangre del Cordero que mana de sus heridas, de su Corazón traspasado, Sangre que sirve generosa Dios Padre en el Banquete Eucarístico en la Santa Misa, nada pueden hacer por sí mismos y se agotan, se secan, y se apartan, mustios y sin frutos, y así, secos y sin frutos de bondad y misericordia, son arrojados al fuego que nunca se apaga, en donde arden en el lugar en donde no hay misericordia ni descanso, para siempre.

“Yo Soy la Vid y ustedes los sarmientos, sin Mí nada podéis hacer”. Jesús en la Eucaristía es la Vid verdadera, quien quiera puede acercarse y beber de balde la gracia santificante que brota sin medida de su Sagrado Corazón Eucarístico, para después dar frutos de vida eterna; Jesús en la Cruz en la Vid verdadera; quien quiera puede acercarse y beber de su Costado traspasado su Sangre, que concede Vida eterna a las almas, y quien beba de la Sangre que se sirve en el cáliz, puede y debe luego dar frutos de vida eterna. Quien se rehúse a hacerlo, por propia voluntad, será luego arrojado como sarmiento seco y sin fruto.

miércoles, 9 de mayo de 2012

Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos

"Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos. Si permanecen unidos a Mí, daréis frutos". Jesús es la Vid verdadera, de donde fluye la linfa vital del Espíritu Santo, que comunica la vida divina a quien se une a Él por la fe, los sacramentos y la caridad. Quien está unido a Cristo, es como un sarmiento que fructifica en racimos de dulce uva, es decir, en la vida cotidiana, en toda ocasión, y con todo prójimo, da signos de la Presencia del Espíritu Santo en el alma: bondad, caridad, paciencia, humildad, afabilidad, espíritu de sacrificio, mortificación, servicio a los demás.
Por el contrario, quien se aleja de Cristo y deja de recibir su linfa vital, la gracia divina, da amargos frutos de malicia: orgullo, soberbia, terquedad, obstinación en el mal, necedad, pereza corporal y espiritual, violencia, calumnias, etc.
"Yo Soy la Vid, ustedes los sarmientos (...) sin Mí nada podéis hacer". Quien se aleja de Cristo, no puede culparlo por convertirse en un sarmiento seco y estéril. No es Cristo quien rechaza al sarmiento seco, sino el cristiano mismo quien, por propia decisión, decide separarse del Único que puede hacerle dar frutos de santidad.