viernes, 29 de diciembre de 2023

Solemnidad de la Sagrada Familia

 



(Ciclo B – 2024)

         La Iglesia celebra la Solemnidad de la Sagrada Familia luego de la Natividad del Niño Dios precisamente porque lo que constituye a la familia, o lo que hace que el matrimonio o unión esponsal se convierta en familia, es la aparición del fruto del amor de los esposos, los hijos. En este caso, sabemos que, si bien exteriormente la Sagrada Familia aparece, cuando se la contempla por fuera, como una familia más entre tantas -la Madre-mujer, el esposo-varón y el hijo-Niño-, se trata sin embargo de una familia especial, una Familia Sagrada, puesto que San José es Padre Adoptivo de Jesús, ya que el Padre de Jesús es Dios Padre; la Virgen es Madre de su Humanidad, nacida en el tiempo, ya que Jesús es Dios Hijo desde la eternidad; y el Niño es Hijo de Dios Padre que procede desde su seno, por el Espíritu Santo, desde toda la eternidad. Entonces, aunque por fuera parece una familia más -la madre-mujer, el papá-varón, el hijo-, al contemplarla a la luz de la fe, se contempla con admiración que la Sagrada Familia de Nazareth es Santa porque en ella todo es sagrado: es sagrado el Hijo, porque es la Santidad Increada; es sagrada la Madre, porque es la Madre de Dios; es sagrado el Padre, porque es un varón casto y justo, temeroso Dios y por eso esta Familia Santa es modelo de santidad para toda familia católica.

         La Madre de esta Familia es la Mujer del Génesis, que aplasta la cabeza de la Serpiente; es la Mujer al pie de la Cruz, que adopta como hijos a todos los hombres; es la Mujer del Apocalipsis, revestida de sol, revestida de gracia y así la Madre de la Sagrada Familia es modelo de santidad para toda madre de familia que desee ser santa a los ojos de Dios.

El Hijo de esta Familia Santa, aunque es pequeño y frágil como todo recién nacido, es el Hijo del Eterno Padre, es el Verbo del Padre Eterno que se ha encarnado y se ha manifestado a los hombres como Niño humano, sin dejar de ser Dios, para ofrecerse como Víctima Santa y Pura en la edad adulta, en el ara de la Cruz, para la salvación de la humanidad, obedeciendo la Voluntad del Padre y así es modelo para todo hijo que desee ser santo, cumpliendo la voluntad de Dios en sus vidas.

El esposo y padre de esta Familia Santa, quien es esposo meramente legal de María Santísima y es padre adoptivo de Jesús, es San José, varón casto, justo, santo, de altísima santidad, que da su vida por su Esposa y por su Hijo y así se convierte en modelo de todo padre que desee ser santo, santificándose en los quehaceres propios de la vida familiar, obedeciendo también la voluntad de Dios.

Si bien por fuera la Sagrada Familia parece una familia más entre tantas, es una Familia Sagrada, es una Familia Santa y por eso mismo, es la Primera Familia, la Familia de todas las familias cristianas, el modelo y el ejemplo para todas las familias cristianas, pero también es el único modelo y ejemplo para todas las familias de toda la humanidad y por esta razón la Iglesia celebra con una solemnidad litúrgica su conmemoración.

         Entonces, si antes del nacimiento de los hijos, el matrimonio es solo la unión de los esposos, cuando nacen los hijos, en este caso, el Niño Dios, el matrimonio se convierte en “familia”, en este caso, la Sagrada Familia y es lo que sucede en la Sagrada Familia de Nazareth luego del Nacimiento virginal y milagroso de Nochebuena. A partir del Nacimiento del Niño Dios y la formación de la Sagrada Familia, la Familia Santa de Nazareth se convierte en el único modelo insuperable de santidad para toda familia católica y la razón es que todo en la Sagrada Familia de Nazareth es santo y puro: lo humano se diviniza por participación y lo divino se humaniza, sin dejar de ser divino.

         En la Sagrada Familia, todo gira en torno al Hijo Tres veces Santo de esta Familia, el Verbo Encarnado de Dios, Jesús de Nazareth: Él es el Hijo de Dios Padre y en cuanto Dios, es el Alfa y el Omega, el Principio y el Fin, es la Alegría de ángeles y hombres, es el Creador, el Redentor, el Salvador; es la Santidad Increada y la Fuente de toda Santidad Increada; nada es santo si no lo santifica Jesús; nada es puro si Jesús no lo purifica con su Sangre Preciosísima. El Niño de la Sagrada Familia es la Segunda Persona de la Trinidad hecha Niño, sin dejar de ser Dios para que nosotros, hechos niños por la gracia, nos hagamos Dios por participación.

         El alimento cotidiano de la Sagrada Familia no es tanto el material, sino el espiritual y es la santidad que brota del Ser divino trinitario del Sagrado Corazón del Niño Dios, santidad que se desborda sobre su Madre, la Virgen Santísima y sobre su Padre adoptivo, San José, varón casto y justo.

         En esta Familia no hay ni la más mínima sombra de pecado, de malicia: no hay enojos, ni impaciencias, ni mezquindades, ni mentiras, ni desavenencias; todo en esta Familia Santa es bondad, comprensión, paciencia, misericordia, paz, dulzura, humildad, suavidad y sobre todo Amor, pero no el amor humano contaminado por el pecado original, sino el Amor del Corazón del Niño de la Familia de Nazareth, el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, que del Niño circula hacia la Madre, la Virgen y hacia el Padre, San José, formando por analogía una trinidad en la tierra, como proyección santa de la Santísima Trinidad en el Cielo.

         En la Sagrada Familia de Nazareth todo se hace para mayor gloria, honra y alabanza de Dios Trino; todo es Amor de Dios, Amor del Espíritu Santo, Amor que todo lo llena, todo lo colma, todo lo sacia, Amor de Dios que no deja resquicio sin ocupar. En la Familia Santa de Nazareth se está siempre en la Presencia de Dios, porque se lo tiene a Dios en medio, porque Dios Hijo está en medio de ellos, el Niño Dios, Jesús de Nazareth, porque Jesús es el Emanuel, es el “Dios con nosotros” y por este motivo la Familia de Nazareth es la Familia más feliz y alegre del mundo, porque no hay alegría, gozo y dicha más grande que tener a Dios con nosotros, que tener a Dios en el sagrario, que tener a Jesús Eucaristía en el corazón por la Comunión Eucarística en gracia.

         En la Sagrada Familia de Nazareth no solo se alaba, se adora y se glorifica a Dios Trino, sino que ante todo se agradece, antes que los bienes materiales y espirituales que nos da, se agradece a Dios por ser Dios Quien Es, Dios de infinita majestad y bondad y esto se hace no un día ni dos, ni tres, sino todos los días, noche y día, todo el tiempo y esto en momentos de tranquilidad y también en tiempos de tribulación, como por ejemplo cuando el Niño es amenazado de muerte por Herodes y deben huir a Egipto guiados por el Ángel de Dios; la Sagrada Familia adora y agradece a Dios en la tribulación y en la pobreza, porque la pobreza no es obstáculo para entonar cánticos de alabanzas a la Santísima Trinidad por haber donado al Niño Cordero para el Santo Sacrificio del Calvario y en esto es ejemplo insuperable la Sagrada Familia, que siempre vivió una digna pobreza, la pobreza de la Cruz.

          En el primer Domingo después de Navidad, la Iglesia nos coloca a la Sagrada Familia no sólo para que la contemplemos, sino para que, como familia, la imitemos y la imitemos ante todo en su santidad: así como todo en la Sagrada Familia de Nazareth gira en torno al Niño Dios, Jesús, así debe ser en toda familia católica: todo debe girar en torno al Redentor, el Hijo de la Sagrada Familia de Nazareth. Sólo así la familia católica podrá cumplir el designio divino sobre ella y ser, como la llaman los Padres de la Iglesia, un “iglesia doméstica” que transforme al mundo para Cristo Dios con su santidad.

 

Solemnidad de Santa María Madre de Dios

 



(Ciclo B – 2024)

         Apenas finaliza el año civil y en el mismo segundo en el que comienza un nuevo año, la Santa Iglesia Católica inicia el año nuevo con una de sus solemnidades más importantes, la Solemnidad de Santa María Madre de Dios. Podríamos preguntarnos si es una casualidad, si no hay una razón especial o si, por el contrario, la Iglesia, asistida por el Espíritu Santo y por la Divina Sabiduría, posee una razón sobrenatural para comenzar el año nuevo terreno con una solemnidad en la que se honra a la Madre de Dios. La respuesta se encamina por la segunda posibilidad, es decir, que la Iglesia, que es Madre y Maestra de Sabiduría, guiada e iluminada por el Santo Espíritu de Dios no hace las cosas por casualidad, sino por razones sobrenaturales, lo cual quiere decir que si ha puesto la Solemnidad de Santa María Madre de Dios es por una razón y debemos preguntarnos cuál es.

         Para poder responder a la pregunta, debemos antes considerar acerca de quién es el Hijo de la Madre de Dios, Cristo Jesús: Cristo es Dios. Y si Cristo es Dios, Él, Cristo, es “su misma eternidad” porque en cuanto Dios, es eterno; siendo Dios Eterno, ingresó en nuestro tiempo -por eso la Virgen es “Portal de Eternidad”-, en nuestra historia humana, al encarnarse en la Virgen para salvarnos, para redimirnos, para destruir y para vencer para siempre, con su sacrificio en el Calvario, a los tres grandes enemigos de la humanidad, el Pecado, la Muerte y el Demonio y así conducirnos al Reino de los cielos por medio de la gracia. Entonces Jesús, el Hijo de Dios, siendo Dios Eterno, procedente del seno del Eterno Padre, se encarnó en el seno de la Virgen Madre, asumió nuestra naturaleza humana en unidad de Persona, queriendo esto significar que Él, siendo Dios, se hizo hombre sin dejar de ser Dios para que nosotros nos hiciéramos Dios por participación a través de la gracia. Cristo Jesús, Dios Eterno, ingresó en nuestro tiempo, para que nosotros, seres mortales, nos hiciéramos dioses inmortales por participación, uniéndonos a su Pasión por la gracia.

         Este hecho, que el Hijo de Dios se haya encarnado y haya asumido nuestra naturaleza humana, tiene una importancia radical para nuestra vida, porque le abre un nuevo horizonte de eternidad, que antes de la Encarnación no lo tenía: con la Encarnación, el Hijo de Dios santifica toda nuestra realidad humana -menos el pecado, que es lo que Él destruye con su Sangre en la Cruz- y por eso, lo que antes era castigo divino por habernos apartado de Dios -la enfermedad, el dolor, la muerte-, ahora, a partir de Cristo Jesús, al ser realidades asumidas y santificadas por el Hombre-Dios, se convierten, si son ofrecidas en Él, con Él y por Él, en sacrificios y ofrendas agradabilísimas a Dios. Entones, a partir de Cristo, la enfermedad, el dolor, la muerte, si bien son realidades existenciales dolorosas, si son ofrecidas a Cristo por manos de la Virgen, adquieren una nueva dimensión, una dimensión salvífica, porque son unidas a la Cruz de Jesús y allí son santificadas por la Sangre del Cordero, porque Jesús, en cuanto Dios, “hace nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5; Is 43, 19), y a estas realidades las “hace nuevas”, porque las convierte en eventos de santificación y de salvación.

         Pero además de convertir en eventos de santificación al dolor, a la enfermedad y a la muerte, el Hombre-Dios Jesucristo convierte también en eventos de santificación otras realidades humanas, como la alegría -la alegría sana, buena, verdadera- y también el tiempo y la historia, tanto el tiempo y la historia de la humanidad -desde Adán y Eva hasta el Juicio Final-, como el tiempo y la historia de cada persona en particular y esto porque, al encarnarse el Hombre-Dios, siendo Él la Eternidad en Sí misma, asume y santifica y orienta la historia y el tiempo de la humanidad y de cada hombre particular, hacia el vértice de la Santísima Trinidad, hacia el vértice de la eternidad trinitaria, de manera que cada segundo, cada minuto, cada hora, cada día, cada mes, cada año, a partir, de la Encarnación, han quedado, por así decirlo, “impregnados” por la eternidad divina, de manera que el tiempo humano solo puede finalizar en la consumación en la eternidad del Ser divino trinitario.

         En otras palabras, a partir de la Encarnación del Hijo de Dios, no se explican, ni la historia y el tiempo humano, ni tampoco la historia y el tiempo personal de cada ser humano, ni en su origen ni en su fin, sin una relación directa con el Ser divino trinitario, con la Santísima Trinidad y con su plan de salvación a través del Verbo Eterno, encarnado en el tiempo en el seno de María Santísima. Esto significa que cada segundo de tiempo terrestre vivido por el cristiano le pertenece no al cristiano sino a Jesús, Dios Eterno, porque Él lo ha adquirido al precio altísimo de su Sangre derramado en el Ara Santa de la Cruz. Por el Santo Sacrificio de la Cruz, cada segundo de nuestras vidas -y por añadidura, todo el año- le pertenece a Jesucristo, Dios Eterno y a Él le debe estar dedicado y consagrado cada segundo de nuestras vidas y por lo tanto todo el año y todo el tiempo que nos reste por vivir en la tierra, hasta el momento solo conocido por Dios, en el que debamos partir.

         Pero solo mereceremos un feliz encuentro cara a cara con Nuestro Señor Jesucristo si le ofrecemos lo que a él le pertenece, cada segundo de nuestras vidas, cada año de nuestras vidas y para no ser rechazados por Él, debemos hacer ese ofrecimiento por medio de las manos de la Madre de Dios, porque solo así estaremos seguros de no ser rechazados por Nuestro Señor Jesucristo, como dice San Luis María Grignon de Montfort.

Es ahora, entonces, cuando comprendemos porqué la Iglesia coloca la Solemnidad de Santa María Madre de Dios al inicio del año civil, en el primer segundo el año nuevo civil que se inicia y es, principalmente, para que consagremos el año nuevo que se inicia a la Virgen, para que por sus manos y por su Inmaculado Corazón el año que inicia comience a los pies de la Cruz de Nuestro Señor, para que cada segundo del nuevo año esté bañado por la Sangre del Cordero, para que cada segundo esté santificado por la Preciosísima Sangre del Cordero de Dios y así vivamos cada segundo de cara a la feliz eternidad, la Eternidad personificada, Cristo Jesús, para que ningún segundo, ni uno solo, se escape de su adorabilísima y santísima Voluntad. Por esta razón, entonces, la Iglesia comienza el año nuevo civil con la Solemnidad de Santa María Madre de Dios: para que lo consagremos, por medio de sus manos y de su Inmaculado Corazón, a su Hijo, que es la Divina Misericordia encarnada, para que cada segundo del nuevo año que comienza lo vivamos sumergidos en el océano insondable del Amor Misericordioso de Jesús.

 

domingo, 24 de diciembre de 2023

"Alégrate, Llena de Gracia"

 


(Domingo IV - TA - Ciclo B - 2023 - 2024)

“Y entrando ante ella, el ángel dijo: ‘Alégrate, Llena de gracia’” (Lc 1, 28). En el saludo y posterior diálogo entre el Arcángel y la Virgen, se desarrolla todo el misterio de la Navidad. Incluso antes del saludo, el Evangelio ya revela un misterio y es la condición de Virgen de la que será la Madre de Dios: “fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una virgen desposada con un hombre llamado José, la virgen se llamaba María”.

Luego de ingresar a la casa de la Virgen, el ángel la saluda diciendo: “Alégrate, Llena de gracia, el Señor está contigo”. Y aquí está revelado otro aspecto del misterio: la Virgen es además la “Llena de gracia” -que en griego se dice “kejaritomene”-, esto es, la “concebida sin mancha del pecado original”, la “Llena del Espíritu Santo” y esto es así porque ha sido elegida por Dios Trinidad para ser Madre de Dios conservando su virginidad y esto es motivo de alegría porque este doble prodigio no se ha visto nunca ni se volverá a ver nunca más: “Alégrate, Llena de gracia, Alégrate, Llena del Espíritu Santo, Alégrate, Inmaculada Concepción, porque has sido elegida para ser la Madre de Dios conservando los sellos de tu virginidad”.

La Virgen no duda de las palabras del ángel, lo que sí hace Zacarías, el padre de Juan el Bautista y por eso queda mudo hasta que nace el niño; lo único que la Virgen no sabe es cómo se cumplirán las palabras del ángel, ya que Ella, a pesar de estar comprometida, es virgen. Ante esto, el ángel le explica a la Virgen cómo se desarrollará el plan de Dios: “Concebirás por el Espíritu Santo –“te cubrirá la sombra del Espíritu Santo”-, darás a luz un hijo, será llamado “hijo del Altísimo” -no será llamado “hijo de fulano, porque no será hijo de hombre, sino hijo de Dios, del Altísimo, porque en su concepción no intervendrá varón alguno- y su reino no tendrá fin -a diferencia de los reinados de la tierra, que sí tienen fin, porque la caducidad es inherente a los reinos terrenos; en cambio, al ser el reino de un Dios eterno, será un reino eterno, un reino sin fin”.

El ángel le revela luego una parte fundamental del misterio de la salvación, que hará que la Virgen sea Virgen y al mismo tiempo sea Madre de Dios y es la intervención de la Persona Tercera de la Trinidad, el Espíritu Santo: la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo, llevará al Hijo de Dios, al Verbo del Padre, a la Segunda Persona, desde el seno del Padre, desde donde mora desde toda la eternidad, hasta el seno de la Virgen Madre y allí se encarnará, asumirá hipostáticamente, personalmente, un Cuerpo y un Alma, la Humanidad Santísima y perfectísima de Jesús de Nazareth y así el Verbo, Dios Invisible, se hará Hombre Visible, sin dejar de ser Dios, para tener una Humanidad para ofrecer en el Ara Santa de la cruz como sacrificio expiatorio por los pecados de los hombres.

El Hijo de Dios encarnado, llevado por el Espíritu Santo, asumirá un Cuerpo y un Alma que serán creados en el momento de la Encarnación; atravesará todas las etapas del crecimiento intrauterino del ser humano, desde el cigoto -los cromosomas paternos serán creados en el momento de la Encarnación-, pasando por los distintos estadios hasta llegar al niño a de nueve meses, a término, momento en el cual  nacerá no de parto normal, sino de parto milagroso y virginal, como lo describen los santos y los místicos, en la Gruta de Belén, para aparecer ante los hombres en la humildad y sencillez de nuestra carne, como el Niño Dios.

“Alégrate, Llena de gracia, el Señor está contigo”. Las mismas palabras que el ángel le dirige a la Virgen, nos las dirige a nosotros, como integrantes del Cuerpo Místico, la Santa Iglesia, llamándonos a la alegría, pero no a una alegría mundana, profana o terrena, sino a una alegría celestial, divina, sobrenatural, que nace en lo alto, en los cielos, en el seno de la Trinidad, porque desde allí Dios Hijo, por pedido de Dios Padre, es traído por Dios Espíritu Santo a nuestra historia, a nuestro tiempo y espacio, para nacer en el Portal de Belén hace dos mil años para salvarnos, rescatándonos del pecado, del error, de la herejía y del Infierno y para conducirnos al Reino de los Cielos.

 

viernes, 22 de diciembre de 2023

Navidad cristiana versus Navidad mundana

 


(Domingo IV - TA - Ciclo B - 2023 – 2024)

         En nuestros tiempos, caracterizados espiritualmente por la descristianización, por el ateísmo y por el materialismo, cuando se viven grandes fiestas espirituales y universales como la Navidad, esta se vive como una Navidad mundana y no como una Navidad cristiana, es decir, se presenta y se vive como una caricatura grotesca y demoníaca de lo que en realidad es. En nuestros tiempos, la antigua Navidad cristiana, ha dado paso a una atea, materialista y hasta demoníaca Navidad mundana.

         ¿En qué consiste la Navidad mundana?

         Cuando se recorren las calles de una gran ciudad, o de un pequeño pueblo, o cuando se leen los periódicos -virtuales o impresos- de diversas partes del mundo, o cuando vemos los noticieros de distintos países del mundo, o cuando vemos las películas supuestamente “navideñas” que comienzan a aparecer ya a fines de noviembre y a comienzos de diciembre, podemos darnos una idea de qué es lo que llamamos “navidad mundana”.

         -Esta Navidad mundana, más que tiempo de sana alegría cristiana, es un tiempo de jolgorio desenfrenado y aberrante, porque la fiesta cristiana navideña tiene su causa en el Niño Dios que nace, mientras que la navidad mundana se origina en la alegría payasesca de las pasiones que han quedado sin control; en la navidad mundana se festeja sin motivo alguno, se festeja por festejar, lo cual es un remedo de la verdadera fiesta cristiana, porque lo que importa es la diversión desenfrenada, el divertirse por el solo hecho de divertirse;

         -La Navidad mundana se caracteriza también por los regalos materiales y por lo tanto, por el consumo desenfrenado, para lo cual hay que comprar, para comprar hay que gastar, para gastar hay que salir a aprovechar ofertas y así en un círculo sin fin, conformando un espejo negativo de la Navidad cristiana, en la que sí se pueden hacer regalos, pero sin olvidar que el que nos regala a su Hijo para salvarnos, por medio del Espíritu Santo en Belén, es Dios Padre y si no está este recuerdo en primer lugar, todo lo otro es puro materialismo;

         -En la Navidad mundana se hacen grandes manjares y suculentos banquetes, acompañados de exquisitas bebidas, lo cual tampoco está mal, pero antes se debe recordar que Quien nos invita a su Banquete celestial es Dios Padre, en donde nos sirve un Banquete celestial, el Pan de Vida eterna, la Carne del Cordero de Dios y el Vino de la Alianza Nueva y Definitiva;

         -La Navidad mundana es tiempo de fiesta mundana, de diversión sin freno, de música pagana y profana, de libertinaje y de alcohol, de pasión y de jolgorio y esto sí que no tiene cabida en la Navidad, de ninguna manera, porque en la Navidad, primero se medita en el silencio el Nacimiento virginal de Dios hecho Niño para nuestra salvación y luego se entonan villancicos junto a los ángeles y a los pastores, para agradecer a la Trinidad por el don de su infinita misericordia;

         -La Navidad mundana y pagana consiste en la introducción de un extraño personaje pagano, inventado por la mente afiebrada y desviada de los hombres, personaje pagano que no solo se ve en países paganos, sino lastimosamente también en países que antiguamente fueron cristianos y que deberían ser luces y faros en la evangelización, quitándolos del error, pero que lamentablemente son los primeros que caen en las tinieblas de la más oscura apostasía, desplazando al Niño Dios del centro de la Navidad, para dar lugar a un espantajo imaginario y pagano al que solo la malicia diabólica y la indiferencia de los hombres ha podido dar cabida en la Navidad cristiana;

         -La Navidad mundana se caracteriza también por desplazar al Niño Dios por el propio “yo”, colocando en el centro de la fiesta navideña a los problemas personales, familiares, afectivos, económicos, de salud, de trabajo, como si bastase el más mínimo problema en cualquier área humana para empañar el recuerdo del Niño Dios que viene a salvarnos, bastando ese problema para entristecer la cena, para enrarecer el clima familiar, o para enfrentar con la violencia a unos contra otros.

         Ahora bien, para la Santa Iglesia Católica, la Navidad es algo muy distinto:

         La Navidad es tiempo de fiesta, sí, pero de una fiesta ante todo espiritual, cuyo origen está en lo alto, en los cielos, en la Persona del Hijo, del Verbo de Dios, Quien ha venido a este mundo que yace en tinieblas y en sombras de muerte, que está envuelta en las sombras vivientes del mal, de los habitantes del Infierno, para iluminarnos con la Luz Eterna de su Ser divino trinitario, para disipar y vencer para siempre a las tinieblas del pecado, del error, de la muerte y del Infierno que nos aprisionan y así conducirnos al Reino de la luz, de la paz y de la vida eterna en los Cielos;

         -La Navidad es, para la Santa Iglesia Católica, tiempo de regalos, pero ante todo de regalos espirituales, de regalos que nos vienen de lo alto, de la Santísima Trinidad: Dios Padre nos hace el Don inestimable de su Hijo, de su Verbo, Quien se encarna en el seno de María Santísima para nacer, luego de nueve meses de gestación, en la Gruta de Belén, como Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios y a su vez Dios Niño nos hace el don de su Sagrado Corazón, Dios Espíritu Santo, el Divino Amor del Padre y del Hijo, para que en el Espíritu Santo, unidos al Hijo, seamos conducidos al Padre al final de nuestras vidas en la tierra; el hombre agradecido a su Dios Trinidad también hace regalos a Dios y el mejor regalo que puede hacerle es la conversión o al menos la promesa de la conversión del corazón a su Dios, en acción de gracias y en adoración por su infinita misericordia y por lo que Es, Dios de infinito Amor, Justicia, Sabiduría y Majestad y porque siendo Quien Es, se ha dignado rebajarse para salvar a su creatura, el hombre, anonadándose, humillándose, al encarnarse y nacer como Niño en Belén, siendo Dios y sin dejar de ser Dios.

         -La Navidad es, para la Iglesia, tiempo para deleitarse con manjares y bebidas exquisitos, con banquetes y vinos substanciosos, con manjares que deleitan a los ángeles y que no han sido preparados en la tierra y el que prepara la Mesa es Dios Padre y es Él quien invita a sus hijos a estos banquetes que sorprenden por su exquisitez a ángeles y santos: el supremo manjar de los cielos, el Pan Vivo bajado del Cielo, Jesús en la Eucaristía; la Carne del Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo, el Cuerpo glorioso de Jesús resucitado; una bebida exquisita que embriaga con el Divino Amor a quien la bebe, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre de Cristo resucitado, el Cáliz de la Alianza Nueva y Eterna. Por eso es que, para la Iglesia, esta es la verdadera Navidad y la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena.

         -La Navidad es, para la Santa Iglesia Católica, tiempo de alegría, de fiesta, porque Dios, que es “Alegría Infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes, ha venido a este mundo, a nuestro mundo, a nuestro tiempo y espacio, a nuestra historia y a nuestro tiempo, como un Niño, se ha encarnado, siendo Dios, sin dejar de ser lo que Es, la Persona Segunda de la Trinidad, y ha venido como un Niño recién nacido, para que no dudemos de su intención de donarnos su perdón, su Amor, su vida divina, vida anticipada y participada en la Eucaristía; ha venido como Niño en Belén, ha nacido milagrosa y virginalmente como Niño en la Gruta de Belén, manifestándose como Niño, para que no tengamos miedo en acercarnos a Él, a Dios Todopoderoso, porque, ¿quién tiene miedo de un niño recién nacido? Si hubiera venido en la majestad infinita de su gloria y en la omnipotencia de su poder, no habríamos siquiera levantado la frente del suelo del temor, pero, viniendo como un Niño recién nacido, ¿puede alguien decir que tiene miedo de un Niño recién nacido? Hasta en eso muestra su delicadeza nuestro Dios, manifestándose como un Niño y por eso la Navidad es una fiesta de Alegría celestial.

         -La Navidad es un tiempo especial para todos, porque nos muestra el sentido de nuestras vidas, que es alcanzar el Cielo en unión con el Niño de Belén, pero lo es especialmente para los jóvenes, quienes se encuentran en nuestros días especialmente tentados por los falsos atractivos del mundo que les provocan hartazgo, desasosiego y los llevan por caminos falsos que los desvían de la Verdad que es Cristo y les hacen tomar decisiones equivocadas, sumamente dañinas para sus vidas; el Niño de Belén, abriendo sus bracitos en cruz, quiere abrazar a todos los jóvenes del mundo, para tenerlos consigo y para recordarles que el único sentido de la vida terrena es la unión con su Sagrado Corazón.

         -La Navidad es, para la Santa Iglesia Católica, el tiempo de gracia para recordar el milagroso Nacimiento en Belén, en el tiempo y en la historia humana, de la Segunda Persona de la Trinidad, Quien al encarnarse en el seno purísimo de María Santísima, nace como Niño y esta verdad revelada trae paz, luz, gozo y alegría al alma; también es tiempo de recordar que cada corazón humano está llamado a convertirse, por acción de la gracia santificante, en un Nuevo Portal de Belén, en el que el Niño Dios quiere renacer por la gracia y para esto es necesaria la presencia de la Santísima Virgen, para que prepare previamente al corazón para recibir la gracia del Nacimiento de su Hijo con el deseo de la conversión.   

-La Navidad es, para la Iglesia, tiempo de hacer balances, pero balances que, comenzando en la tierra, finalicen en la eternidad: por ejemplo, es tiempo de ver cómo nos preparamos para el Nacimiento de Dios Hijo en nuestro corazón, Nacimiento que a su vez nos prepara para la Vida eterna, Vida a la que ingresaremos el día de nuestra muerte corporal; es tiempo de ser solidarios, pero la primera solidaridad es no es material sino espiritual, es para con aquellos que, al igual que los habitantes de Belén, no quieren dar lugar a Dios Niño en sus corazones, y el primer bien a compartir, más que los materiales, es el bien de la Fe en Cristo Dios, de manera que en Navidad nos debemos preguntar qué hemos hecho y qué hemos de hacer para que nuestros prójimos, los hambrientos de Dios, los ateos, los materialistas, sacien su hambre y sed de felicidad recibiendo al Niño de Belén como nosotros, por gracia de Dios, lo recibimos, por la fe, por el amor y por la Eucaristía.

Por último, hagamos el propósito de celebrar una Navidad cristiana ofreciendo nuestros corazones como un Nuevo Belén, en donde por la gracia nazca el Niño Dios. No celebremos una navidad pagana. No nos aturdamos en el festejo desenfrenado, en el jolgorio mundano de un mundo que parece celebrar no el Nacimiento de Dios hecho Niño, sino el rechazo de Dios en un festejo pagano. Reparemos, con la oración y la Santa Misa, por todos aquellos que “festejan” una navidad pagana, vacía, mundana, sin Dios, e imploremos a la Madre de Dios, que trae a su Niño en su seno virginal, que lo haga nacer en los corazones más fríos y oscuros.

sábado, 16 de diciembre de 2023

Domingo de Alegría o Gaudete

 


(Domingo III - TA - Ciclo B - 2023 – 2024)

         En el tercer Domingo de Adviento, llamado “Gaudete”, que en latín significa “Alegría”, el tono en general de la liturgia es el de una gran alegría y esto se refleja tanto en las lecturas como en el color de los hábitos litúrgicos: en el color litúrgico se interrumpe el color morado, que indica penitencia, para dar lugar al rosa suave que indica alegría, mientras que en las lecturas, en todas el eje central es la alegría: tanto en Isaías –“Desbordo de gozo en el Señor”-, como en el Salmo, que es el Cántico de la Virgen de Lucas 1, 4ss –“Se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador”-, como en la segunda lectura, Primera de Tesalonicenses –“Estad siempre alegres”- y finalmente, el Evangelio de Juan, Capítulo 1, en el que, si bien no se menciona la palabra “alegría” ni “gozo”, se revela el motivo de la alegría, y es el testimonio de Juan el Bautista, que anuncia la Llegada de la Luz Eterna, el Mesías, quien es en Sí mismo la Alegría Increada, en cuanto al ser Dios Eterno, es la Alegría Eterna e Increada. Esto es así porque Dios es el Ser Perfectísimo y la Alegría es una manifestación de la Perfección de su Ser Divino, tal como lo dice Santa Teresa de los Andes: “Dios es Alegría Infinita”. Ahora bien, la alegría con la cual la Iglesia, Esposa de Cristo, se alegra en el Domingo Tercero de Adviento, no es una alegría cualquiera, no es una alegría mundana, no es una alegría terrena, no es una alegría profana, no es una alegría pasajera, no es una alegría que se origina en el tiempo o en el espacio, no es una alegría que se origina en la naturaleza o en la creación, no es una alegría que se origina en la tierra. La alegría propia del tercer Domingo de Adviento, la alegría del Gaudete, se origina en lo alto, en los cielos, en el Acto de Ser Divino Trinitario, más específicamente, en el Decreto Trinitario que, originándose en la voluntad del Padre y en total acuerdo con el Hijo y el Espíritu Santo, ponen en marcha el plan de salvación y redención de la humanidad, plan que implica la Encarnación del Verbo de Dios en el seno purísimo de María Santísima por obra del Espíritu Santo, para que, asumiendo el Hijo de Dios hipostáticamente la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, adquiriese un Cuerpo y un Alma Perfectísimos para así nacer el Cordero de Dios virginalmente en la gruta de Belén y luego ser ofrendado, como Víctima Purísima y Santísima en el Ara Santa de la Cruz para satisfacer la Justicia Divina y así rescatar a la humanidad, arrebatándola de las garras del Demonio, quitando el pecado al precio de su Sangre derramada en la cruz, concediendo a los hombres la gracia de la filiación divina y abriéndoles las Puertas del Cielo, para conducirlos a la feliz eternidad en el Reino de Dios al fin de los tiempos. Esta es la razón entonces por la cual la Santa Iglesia Católica hace una pausa, por así decirlo, en el tiempo penitencial del Adviento, para dar rienda suelta a la alegría, y es el Anuncio de la Llegada del Mesías, que Viene para salvar a la humanidad.

Algo que hay que tener en cuenta es que, en el tercer Domingo de Adviento, la Iglesia Católica exulta de alegría no solo porque “recuerda” el glorioso y virginal Nacimiento del Hijo de Dios en la Gruta de Belén, que dio inicio al misterio de la salvación, sino que, por el misterio de la liturgia eucarística, misteriosamente, “participa” de ese misterio, por lo que no se trata de un mero recuerdo, no se trata de un mero ejercicio de la memoria, sino que se trata de una misteriosa unión, por la gracia, de todos los integrantes del Cuerpo Místico, con el  Verbo de Dios Encarnado que nace en Belén para nuestra salvación y de quien emana la Verdadera y Única Alegría y la razón de nuestra Única y Verdadera Alegría, lo cual hace mucho más profunda nuestra alegría cristiana y católica.

Por último, recordemos, como dicen los santos, que si el Niño Dios no hubiera nacido en Belén, no tendría sentido nuestra existencia, nuestro ser, nuestro paso por la tierra; si el Niño Dios no hubiera nacido, vano sería nuestro vivir, porque estaríamos destinados a la eterna condenación; pero precisamente, porque Jesús, el Niño Dios, ha nacido en Belén para redimirnos, para rescatarnos de las tinieblas del pecado y del infierno y para llevarnos a la feliz eternidad del Reino de los cielos, nuestra vida tiene sentido, el sentido de vivir para ganar la vida eterna por medio de la cruz y por eso es que nos alegramos con la alegría del Niño de Belén.

jueves, 7 de diciembre de 2023

“Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”

 


(Domingo II - TA – Ciclo B - 2022 - 2023)

                  “Una voz grita en el desierto: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos” (Mc 1, 1-8). En el Evangelio se cita al Profeta Isaías quien anuncia la Venida del Señor, Venida para la cual los hombres deben “allanar sus senderos”. Podemos preguntarnos de qué se trata, puesto que es obvio que esta tarea, la de “allanar senderos”, es de orden esencialmente espiritual.

         Podríamos decir que, espiritualmente hablando, nuestras almas han quedado impedidas, a causa del pecado original y luego a causa de la concupiscencia, de recibir al Señor Jesús que viene a nuestro encuentro, para nuestra salvación. De esta manera, nuestras almas, en vez de ser senderos amplios, llanos, espaciosos, por los cuales se puede transitar con facilidad y por eso mismo esperar al Señor Jesús que viene; en vez de ser un sendero recto por el cual pueda el Señor con facilidad venir a mí para salvarme, mi alma, o mi sendero, es un camino sinuoso, que dobla indistintamente a derecha o izquierda, dejándose llevar por novedades doctrinales falsas, erróneas, heterodoxas, heréticas; es también un camino o sendero que por tramos asciende y por tramos desciende, significando el ascenso los pecados como el orgullo, la soberbia, la vanagloria, que nos lleva querer prescindir de Dios; significando a su vez el camino o sendero en descenso la pereza corporal y la pereza espiritual o acedia, raíz de toda clase de pecado. Estas son las razones entonces por las que el Profeta Isaías nos advierte de la imperiosa necesidad de “allanar los senderos”, a fin de que el Señor Jesús, que viene a juzgar a la humanidad, nos encuentre fácilmente y no escondidos detrás de nuestros pecados, vicios y miserias.

         Este “allanamiento de los senderos”, este “allanamiento del alma”, es una tarea imposible de llevar por el alma misma, de modo que necesitamos de la gracia santificante y como la Virgen es la Mediadora de todas las gracias, son las gracias que Ella nos concede, de parte de su Hijo Jesús, las que nos permitirán realizar la tarea de prepararnos para el Día del Juicio Final, en donde seremos interrogados, juzgados y sentenciados por todas nuestras obras, buenas y malas, pequeñas y grandes, sin que nada escape en absoluto a la Divina Justicia.

         La tarea espiritual de “allanar los senderos”, de preparar el alma para el encuentro con el Señor en el Día del Juicio Final, es realizada, ante todo, por lo que dijimos, por la Virgen Santísima, quien obra en nuestras almas, así como lo hace una madre que ama hasta el extremo a sus hijos, aunque también es cierto que, de nuestra parte, debemos aportar el querer ser ayudados por la Virgen y el dejar que la Virgen nos ayude.

         Así, mientras rezamos el Santo Rosario, por ejemplo, que es cuando la Virgen obra en silencio en nuestros corazones, modelándolos como Divina Alfarera para configurarlos según los Sagrados Corazones de Jesús y María, Nuestra Madre del cielo, por la gracia de su Hijo, convierte nuestros corazones de piedra en corazones de carne, abiertos a la acción iluminante y divinizante de la gracia, liberándonos del egoísmo, que hace girar todo a nuestro alrededor, cuando somos nosotros los que debemos girar alrededor de Jesús Eucaristía, así como los planetas giran alrededor del sol; la Virgen también nos libra de la enfermedad espiritual de la aridez, fruto y consecuencia en gran medida de nuestra frialdad, tibieza, descuido, hacia la Presencia Sacramental de su Hijo Jesús en la Eucaristía.

         La Virgen nos forma en el alma, proyectando en lo más profundo de nuestro ser al Verdadero Cristo, el Hombre-Dios y haciendo surgir en nosotros el deseo de imitarlo en sus infinitas virtudes, como la pureza, la caridad, la humildad, la mansedumbre, el amor a Dios y al prójimo hasta la muerte de cruz[1].

         También nos forma la Virgen en el cuerpo, recordándonos que fue convertido en templo del Espíritu Santo en el Bautismo sacramental y concediéndonos el deseo de conservarlo puro, inmaculado, sin mancha de pecado, para que el corazón sea altar y sagrario de Jesús Eucaristía.

         Nos enseñan los santos como San Luis María Grignon de Montfort que, así como el Salvador vino por Primera Vez, en la humildad del Pesebre, por medio de María, así también vendrá por Segunda Vez, en el esplendor de su gloria, por medio de María Santísima, en el sentido de que será Ella quien, en lo secreto, preparará a los corazones de sus hijos, por la gracia, para el Encuentro con Jesús.

         Por esta razón, antes de decir, “¡Ven, Señor Jesús!”, debemos dirigirle a la Virgen esta oración: “¡Ven, María Santísima, ven a nuestros corazones y obra en ellos para convertirlos en sagrarios vivientes de tu Hijo, Jesús Eucaristía, que viene a nuestro encuentro!”.

 



[1] Cfr. Stefano Gobbi, A los Sacerdotes, hijos predilectos de la Santísima Virgen María, Centro Diocesano Medios de Comunicación Social, Editorial Nuestra Señora de Fátima, Avellaneda, Argentina 842-843.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Adviento, tiempo de gracia para el encuentro personal con Cristo que viene

 


(Domingo I - TA - Ciclo - 2022 – 2023)

El Adviento -que viene del latín “ad-venio”, que quiere decir, “venir”, “llegar”-, que tiene una duración aproximada de cuatro semanas, es un período de gracia que nos ayuda a prepararnos espiritualmente para dos eventos caracterizados por el encuentro personal con Cristo. Para esta preparación tenemos un total de cuatro semanas de tiempo, porque esto es lo que dura el tiempo litúrgico del Adviento, cuatro semanas, las cuatro previas a Navidad, aunque no todas están dedicadas a meditar sobre la Navidad; las dos primeras semanas, están dedicadas a meditar sobre la venida final del Señor en el fin de los tiempos[1]; las dos últimas semanas sí están dedicadas a meditar acerca de la Encarnación del Verbo de Dios por obra del Espíritu Santo en el seno de María Santísima y su Nacimiento virginal en Belén, iniciando así su misterio pascual con el cual habría de redimir a toda la humanidad. Ahora bien, hay que tener en cuenta, desde un inicio, que el Adviento, como en los otros tiempos litúrgicos, no son solo meras conmemoraciones o representaciones memoriales, es decir, no son solo “recuerdos” de lo sucedido efectivamente en el tiempo y en la historia hace dos mil años sino que, misteriosamente, por el misterio de la liturgia eucarística, tanto el Adviento como los otros tiempos litúrgicos, son una “participación” del misterio de Cristo, en este caso, de su Segunda Venida, en las dos primeras semanas, y de su Nacimiento virginal, en las dos últimas semanas. Esto es importante tener en cuenta, porque de ninguna manera es lo mismo el solo hecho de “conmemorar” o “recordar”, que el de “conmemorar” o “recordar” y, además, “participar”, por medio de la acción litúrgica, ya que esta, dirigida por el Espíritu Santo, nos introduce en otra “dimensión”, por así decirlo, aunque no sea la palabra adecuada y es la del Cuerpo Místico de Cristo, obrando en conformidad con la Cabeza, que es Cristo y además con el Cuello y el Corazón del Cuerpo Místico, que es la Virgen Santísima.

Entonces, resumiendo, por el período litúrgico del Adviento, que por el latín significa “llegada” o “venida”, nos preparamos espiritualmente para el encuentro personal con Nuestro Señor Jesucristo en sus dos Llegadas o Venidas: la Primera Venida, en Belén y la Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final. A estas dos Llegadas, deberíamos agregarle una Tercera, que es la que podríamos llamar “Llegada Eucarística” o “Llegada Intermedia”, la cual generalmente pasa desapercibida, pero que sucede realmente en cada Santa Misa, de manera que cada Santa Misa es un “Adviento”, una “Llegada” misteriosa desde los cielos hasta el pan y el vino que Nuestro Señor Jesucristo convierte en su Cuerpo y en su Sangre y para este maravilloso “Adviento Eucarístico”, también debemos prepararnos espiritualmente, porque si el Primero, el de Belén ya sucedió hace dos mil años y el Segundo, el del Día del Juicio Final, sucederá en algún momento, conocido sólo por Dios Padre, éste “Adviento Eucarístico”, sucede en cada Santa Misa, de modo que no podemos decir que, o no estábamos presentes, como en Belén, o no sabemos si estaremos en esta vida mortal, como en el Día del Juicio Final, puesto que en la Santa Misa, que es donde sucede este “Adviento Eucarístico”, estamos presentes, en cuerpo y alma y asistimos y somos espectadores y partícipes privilegiados, por la gracia, del más grande y maravilloso milagro jamás realizado por la Santísima Trinidad, el “Adviento Eucarístico”.

Por último, algo que debemos preguntarnos es cómo debemos vivir espiritualmente el Adviento y puesto que se trata de un encuentro personal con Cristo, la respuesta la tenemos en el Evangelio, en la parábola del siervo diligente y bueno y el siervo perezoso y malo. El siervo diligente y bueno espera a su señor con ropa de trabajo -símbolo de las obras de misericordia-, con su lámpara encendida -símbolo de una fe viva y operante- y en paz con los demás -símbolo de humildad y de paz en el corazón, lo cual se obtiene con la gracia santificante, con la oración como el Rosario y con la Santa Misa; el siervo perezoso y malo, por el contrario, no espera a su señor, símbolo de que no ama a Jesucristo, se emborracha -ama los placeres carnales-, golpea a los demás -la violencia y la discordia son señales claras de la presencia del espíritu demoníaco, de Satanás- y su lámpara está apagada, porque no cree, ni espera, ni adora, ni ama a Nuestro Señor Jesucristo.

En nuestro libre albedrío está el vivir el Adviento como el siervo perezoso y malo o como el siervo diligente y bueno que en lo más profundo de su corazón espera la Llegada de su Señor y dice: “¡Ven, Señor Jesús!”.

 

domingo, 26 de noviembre de 2023

Solemnidad de Cristo, Rey del universo

 



(Ciclo A – 2023)

“Cuando venga el Hijo del hombre (…) apartará a los buenos de los malos” (cfr. Mt 25, 31-46). Nuestro Señor Jesucristo es Rey, por derecho y por conquista. Por derecho, porque Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth y así, su realeza no solo es eterna, sino que de su realeza divina dependen y participan todas las verdaderas y buenas y nobles realezas tanto angélicas como humanas, ya que en el Infierno también hay una realeza infernal, de hecho, del Demonio es el rey de los ángeles caídos, pero esa realeza infernal no depende de la realeza divina de Jesús, aunque los demonios están sujetos a Jesucristo por su Omnipotencia divina. Además de ser Jesús el Rey celestial de Ángeles de Dios y obedientes a Él, es también el Rey de los hombres que son fieles y amantes de Dios, los hombres pecadores en la tierra pero que luchan contra el pecado buscando mantenerse en gracia y la Virgen, la Madre de Dios, por ser Virgen y Madre de Dios, es, por participación a la realeza de su Hijo Jesús, Reina de cielos y tierra, Reina del universo visible e invisible, Reina de los Ángeles de Dios y de los hombres justos y de los santos del cielos. Nuestro Señor Jesucristo es Rey por derecho, por ser Él la máxima autoridad en orden ontológico, en el orden del Ser y, por lo tanto, por derivar de Él toda buena autoridad participada, en los cielos y en la tierra.

         Jesús es Rey por conquista, porque en la Cruz conquistó para Dios a la raza humana, perdida para siempre por el pecado original, condenada a la muerte eterna, arrebatándola de las garras del Príncipe de las tinieblas, Satanás.

         Jesús es Rey en la Cruz, en la Eucaristía y en el Cielo y ejercerá esa reyecía, de manera universal y definitiva, al Fin de los Tiempos y para toda la eternidad, a partir del Día del Juicio del Final.

         Si bien Jesús es Rey en el Cielo, en la Cruz y en la Eucaristía, meditaremos brevemente acerca de su reinado en la Cruz y cuáles son las consecuencias de ser sus súbitos o de no serlo.

Como todo rey, Jesús lleva una corona real, puesto que la corona es un atributo que, colocado en la cabeza, indica que aquel que quien lo lleva, ostenta el máximo poder de la nación o del pueblo a quien representa; en el caso de Jesús, a todas las naciones de la tierra. Ahora bien, la corona de Jesús es un poco diferente a la corona real que llevan los reyes de la tierra, ya que no es una corona de seda bordada en púrpura por dentro y ajustada ligeramente para que no provoque apenas el más mínimo sentimiento de opresión a las sienes de los reyes; tampoco su corona está ornamentada con las más finas joyas extraídas de las entrañas de las minas -dicho sea de paso, como la que lleva la corona del rey de Inglaterra, que tiene el diamante más grande del mundo, extraído y robado al gobierno y pueblo de Sudáfrica y encima al precio de la muerte de decenas de mineros sudafricanos que murieron al extraer, como esclavos, dicha joya, por lo que el gobierno Sudafricano exige al rey Carlos III la devolución del diamante exhibido impúdicamente en su corona-; tampoco la corona de Jesús está ornamentada con perlas preciosas de todo tipo, zafiros, rubíes, ni tampoco está hecha toda de oro del más fino kilate, ni tampoco de la plata más fina y delicada: la corona de Jesús está hecha de espinas, de unas espinas filosas, duras, afiladas, cortantes, que miden más de cinco centímetros cada una; espinas que decenas de ellas atraviesan su cuero cabelludo -hay relatos de místicos que indican que los soldados romanos colocaron, quitaron y volvieron a quitar entre tres y cuatro veces, a lo largo del Via Crucis, la corona de espinas-, llegando hasta el hueso de la calota craneal, desgarrando la piel, los músculos del cráneo y sobre todo las arterias, ya es una zona muy irrigada, provocando la apertura de decenas de heridas de distinto corte, magnitud y profundidad, que hacen salir a raudales grandes cantidades de la Sangre Preciosísima del Cordero, con la cual repara los pecados de pensamientos impuros y pecaminosos, cualesquieras que estos sean, del orden que estos sean; las heridas de la corona de espinas provoca que la Sangre Preciosísima del Cordero se derrame también sobre su Frente y bañando sus ojos, impidiendo la visión por tanta cantidad de Sangre, reparando así Nuestro Señor los pecados que los hombres cometen con los ojos; la Sangre que provoca la corona de espinas es de tanta cantidad, que ocluye sus sagrados oídos, para así reparar el Señor las calumnias, los sacrilegios, las blasfemias, proferidas en secreto y en público, en privado y a los cuatro vientos; la Sangre que sale de las heridas provocada por las espinas de la corona de del Rey Jesús, bajan por su Rostro, para así reparar Nuestro Señor la vergüenza pecaminosa que por vanidad o soberbia se exponen los cristianos en secreto o en público por dinero o por placer; por último, las heridas que provocan las espinas de la corona, hacen salir la Sangre Preciosísima del Cordero, que corra por la parte de atrás de la Cabeza, hacia la Nuca y la Espalda del Señor, para reparar por los pecados que se cometen con el cuerpo, en secreto o en público, por dinero o por placer.

         Jesús es Rey en la cruz y su cetro, indicativo de poder real, no está hecho de fino ébano, sino de duro hierro, porque es un duro clavo de hierro, que fija dura y cruelmente su mano derecha al leño del madero, desgarrando el tejido, los músculos y sobre todo, el nervio mediano, provocándole dolores desgarradores que lo llevarían al colapso sino estuviera asistido por la fuerza del Espíritu Santo. Es por esto que le rogamos y decimos: "Jesús, Rey Divino, por el dolor que sufriste en tu mano derecha y por la Sangre que derramaste, haz que me encuentre a tu derecha, con los bienaventurados que se salvarán, por la gracia y por la práctica de las obras de la misericordia, al Fin los tiempos, en el Día del Juicio Final".

         Jesús es Rey en la cruz y en su mano izquierda, fijada al leño del madero por un duro clavo de hierro, sostiene aquello con la que castigará a las naciones: una vara de hierro, quebrantando la insolencia de los ángeles y la impenitencia y malicia de los hombres perversos. Por eso, le decimos: "Jesús, por tu misericordia, que no me encuentre a tu izquierda con los condenados, en el Día del Juicio Final".

         Jesús es Rey y sus pies calzan, no suaves calzados de seda y cuero de gamuza, como los que suelen usar los reyes, sino un grueso clavo de hierro, que fija ambos pies al madero de la cruz, abriendo sendas heridas, provocando la salida a borbotones de su Sangre Preciosísima, Sangre que servirá de refrigerio suavísimo para las almas que ardan de sed de amor de Dios y servirá también de señal para guiar a quienes quieran seguirlo por el Camino Real de la Cruz, puesto que el Via Crucis será reconocible por estar impregnado por las huellas ensangrentadas de Jesús Camino de la cruz, Único Camino que conduce al Cielo.

         Las consecuencias de ser o no ser sus súbditos es que, quien es su súbdito, quien lo sigue por el Camino de la Cruz, por el Via Crucis, quien carga su cruz cada día y lo sigue, ése y solo ése, entrará en el Reino de los cielos. Quien no lo siga será arrojado al reino de las tinieblas y será esclavizado por la eternidad por otro rey, un rey perverso, inhumano, malvado y sin piedad, el rey del reino de las tinieblas, Satanás.

         Que la Virgen del Cielo, la Reina de Nuestras almas, nos conduzca hacia su Hijo, ayudándonos a llevar todos los días, abrazando la Santa Cruz con amor, para así entrar en el Reino de los cielos y adorar al Rey de los cielos, Cristo Jesús en la Eucaristía.

 

jueves, 23 de noviembre de 2023

“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz”

 


“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz” (Lc 19, 41-44). “Por eso, tus enemigos te rodearán, te asaltarán tus muros, te incendiarán tu templo y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Y Jesús se puso a llorar sobre Jerusalén”.

¿Porqué Jesús llora sobre Jerusalén y le dirige estas palabras proféticas que, por otra parte, no auguran nada bueno para la Ciudad Santa?

Porque a pesar de ser la Ciudad del Pueblo Elegido, la Ciudad elegida por Dios en Persona para recibir al Mesías, al Redentor de los hombres, Cristo Jesús, se ha dejado cegar por su esplendor, por su soberbia, por su sabiduría, por lo que, podríamos decir, ha cometido el mismo pecado de Satanás en el Cielo: se ha contemplado a sí misma, se ha elegido a sí misma y ha rechazado a Cristo Jesús, al Hijo de Dios.

Pero esta autocomplacencia en sí tiene consecuencias y la más grave es el rechazo del Mesías: la Ciudad Santa expulsa a Jesús de sus entrañas el Viernes Santo para crucificarlo en el Monte Calvario y puesto que Jesús es el Príncipe de la Paz, es el Dador de la Paz de Dios, desde ese momento, Jerusalén pierde la Paz que solo Dios puede dar, quedando así a merced de sus enemigos, los cuales la rodearán, asaltarán sus muros, incendiarán el Templo y no dejarán piedra sobre piedra.

“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz”. Cuando un alma no tiene paz, es muy probable que haya cometido el mismo error que Jerusalén, ya que la Ciudad Santa es imagen del alma, convertida en Templo del Espíritu Santo por el Bautismo. Si el cristiano expulsa a Jesús de su corazón por el pecado mortal, correrá la misma suerte que la Ciudad Santa, Jerusalén.

 

sábado, 18 de noviembre de 2023

“Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo A – 2023)

“Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor” (Mt 25, 14, 25-30). Jesús relata una parábola que tiene todos los ingredientes para ser calificada como una parábola sobre ética o sobre moral. En esta parábola, hay cuatro actores, uno principal, el amo o señor, y sus tres siervos. El amo debe partir para un viaje; antes de hacerlo, reúne a sus siervos para encargarles una tarea: él les dará talentos o monedas de plata, según su capacidad, y estos deberán hacer negocios de manera que, cuando él regrese, deberán entregarle el fruto de sus negocios. De esta manera, al primero, le da cinco talentos de plata; al segundo, dos; al tercero, uno.

El primero hace negocios y gana otros cinco y recibe como premio un cargo importante, además de ser felicitado por su señor por su fidelidad y es invitado al banquete de su señor.

El segundo también hace negocios y gana otros dos talentos y también recibe un cargo importante, además de ser felicitado por su señor, por su fidelidad y es invitado al banquete de su señor.

Hasta ahora, vemos que los dos primeros tienen en común el ser trabajadores, el esforzarse, el ganar según su capacidad, el ser honestos, el ser recompensados por sus méritos -recibir cargos importantes y ser invitados al banquete de su señor-.

Luego entra en escena el tercer siervo, el que había recibido solo un talento: había recibido solo uno porque cada uno recibía “según su capacidad”, de manera que, si recibía más, no habría sabido qué hacer, por eso solo recibe un solo talento. En la parábola, el tercer siervo se muestra perezoso, holgazán, inútil, que pone además pretextos banales para no trabajar: “Sé que eres exigente y por eso enterré mi talento”, es decir, sabe que su amo es exigente, lo cual es un motivo para esforzarse en trabajar y ganar más y él lo convierte en un pretexto para no trabajar, para ser más perezoso, lo cual ya en sí mismo es un pecado mortal. Esto provoca la ira de su señor, quien lo trata de “negligente” y de “holgazán”, retándolo, diciéndole que al menos debía haber puesto el dinero en el banco, para que, a su regreso, él recogiera sus intereses. Les dice a sus otros sirvientes que le quiten su talento y se lo den a otro. Y hacia el final dice algo que llama la atención: “A este empleado inútil echadlo afuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. ¿Por qué razón Jesús introduce este elemento tan extraño, en una parábola que parece ir en la dirección de enseñanzas de comportamientos éticos y morales? Porque no se trata de una parábola sobre ética y moral; se trata de una parábola sobre el Reino de los cielos y sobre el reino de las tinieblas: los dos primeros siervos se esforzaron, con sus méritos y ganaron el ingreso al Reino de los cielos, viviendo en gracia y obrando la misericordia, siendo invitados al Banquete del Reino, en donde se sirve un manjar exquisito: el Pan de Vida Eterna, la Carne del Cordero de Dios y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna; el tercer siervo, por su pereza, se volvió inútil para el Reino de Dios y así se volvió incapaz de entrar en el Reino de los cielos, siendo arrojado al reino de las tinieblas, en donde no hay ningún manjar, sino dolor, “llanto y rechinar de dientes”, para siempre.

domingo, 12 de noviembre de 2023

“Llega el Esposo, salid a recibirlo”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo A – 2023)

         “Llega el Esposo, salid a recibirlo” (Mt 25, 1-13). Para entender la parábola descripta por Jesús, hay que reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, el esposo que regresa a medianoche, de improviso, es el Señor Jesús, que se hace presente de improviso, sea en la muerte personal de cada uno, sea en el Día del Juicio Final, en el que será juzgada toda la humanidad; la medianoche es el tiempo en el sentido espiritual, ya que tanto el alma en el sentido personal como en el sentido general, estarán alejadas de Dios, en su inmensa mayoría y es esto lo que representan las tinieblas, la ausencia de Dios en la vida de los hombres; las vírgenes representan a las almas humanas; las vírgenes prudentes, representan a las almas que, al momento del regreso de Jesús, tenían fe en Él, estaban deseosas de encontrarse con Él y esta fe operante y viva está representada por el aceite que llevan en las lámparas y también en las alcuzas o en las vasijas de barro de repuesto: aquí puede parecer que las vírgenes prudentes son egoístas, porque cuando las necias les piden un poco de aceite para sus lámparas, las prudentes les dicen que vayan al mercado, que no va a alcanzar para todas, lo cual es verdad, pero lejos de ser un acto de egoísmo, esto significa el carácter personal de las obras de misericordia, que no pueden ser transferidos a otro; en otras palabras, si mi prójimo no quiere salvarse y por eso no hace obras de misericordia necesarias para salvar su alma, no puede recibir dichas obras por parte de nadie, porque las obras se realizan a título personal; el adormecimiento, tanto de las vírgenes prudentes, como de las necias, no es un hecho negativo en sí, sino que sirve para indicar que la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo se producirá de forma repentina y en un momento en el que nadie o casi nadie estará pensando en ello, debido a que la inmensa mayoría de los hombres estarán bajo el influjo del Anticristo; el salón de fiestas es el Reino de los cielos; la oscuridad que se observa fuera del salón del Reino indica la oscuridad del reino de las tinieblas; el desconocimiento, por parte del Esposo, hacia las vírgenes necia –“No os conozco”, les dice-, se corresponde con lo que Jesús dirá a quienes se condenen en el Día del Juicio Final, al no haber realizado obras de misericordia: “Les aseguro que no los conozco”.

         “Llega el Esposo, salid a recibirlo”. En algún momento de nuestras vidas, escucharemos este anuncio, acompañado por las trompetas del Apocalipsis. De nosotros depende si para ese momento, nuestras lámparas iluminan con el aceite de la fe, o si están apagadas.