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domingo, 17 de noviembre de 2019

“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”



“Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19, 1-10). Al pasar Jesús a la altura de la casa de Zaqueo, es el mismo Jesús quien le dice a Zaqueo, que estaba subido a un sicómoro, que quiere entrar en su casa. Es decir, no es Zaqueo quien invita a Jesús, sino Jesús quien quiere entrar en casa de Zaqueo. Algunos de los presentes critican la actitud de Jesús, puesto que Zaqueo era un pecador y por lo tanto, visto humanamente, no era correcto que quien era la santidad en Persona, Cristo Jesús, entrara en casa de un pecador. Sin embargo, esto es precisamente lo que Jesús ha venido a hacer, ya que Él mismo lo dice en otro lado: “No he venido por los justos, sino por los pecadores”. Zaqueo era un pecador, luego el ingreso de Jesús en su casa es aquello para lo cual ha venido Jesús.
El hecho de ingresar Jesús a casa de Zaqueo no deja las cosas indiferentes, porque se produce en Zaqueo un gran hecho: su corazón se convierte, debido a la santidad de Jesús y esa conversión no se queda en palabras, sino que pasa decididamente a la acción, ya que promete dar la mitad de sus bienes a los pobres, además de devolver cuatro veces más a quien pudiera haber decepcionado en algún negocio. Es decir, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo trae como consecuencia la conversión de Zaqueo, la cual se manifiesta en obras y así Zaqueo pasa de ser un pecador a un hombre justificado por la gracia.
“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”. Cada vez que comulgamos, se repite la escena evangélica, puesto que Jesús quiere entrar no en nuestras casas materiales, como en el caso de Zaqueo, sino en nuestra casa espiritual, que es nuestro corazón. A nosotros también nos dice Jesús desde la Eucaristía: “Quiero entrar en tu casa, quiero alojarme en tu corazón, quiero ser amado y adorado por ti, en tu santuario, tu alma”. Con la comunión eucarística Jesús demuestra para con nosotros un amor infinitamente más grande que el que demostró para con Zaqueo, porque si bien a Zaqueo lo santificó, no le dio en cambio su Cuerpo y su Sangre, en cambio a nosotros nos da, por la comunión eucarística, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Zaqueo respondió con amor, demostrado en obras, al Amor demostrado por Jesús al entrar en su casa. Si Jesús entra en nuestras almas por la comunión, devolvamos a Jesús aunque sea una mínima parte del Amor con el que Él nos trata, obrando la misericordia para con nuestro prójimo más necesitado.

lunes, 28 de octubre de 2019

“Hoy ha entrado la salvación a esta casa”



(Domingo XXXI - TO - Ciclo C – 2019)

“Hoy ha entrado la salvación a esta casa” (Lc 19, 1-10). Jesús va caminando, acompañado por una multitud; mientras pasa a la altura de la casa de Zaqueo, se dirige a este, que se encontraba subido a un sicomoro para poder verlo, a causa de su baja estatura, diciéndole: “Zaqueo, date prisa y baja, porque es necesario que hoy me quede en tu casa”. Zaqueo obedece y, muy contento, recibe a Jesús en su casa. Al ver la escena, hay algunos que murmuran, criticando a Jesús porque ha entrado en la casa de Zaqueo, que es un pecador, jefe de publicanos y hombre muy rico. Es decir, a muchos les molesta el hecho de que Jesús haya elegido la casa de un pecador para entrar. Sin embargo, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo cambia las cosas, puesto que, gracias a Jesús, Zaqueo se convierte y decide compartir “la mitad de sus bienes” con los más necesitados, además de devolver “cuatro veces más” a aquel a quien haya podido perjudicar. Visto con ojos humanos, el ingreso de Jesús en la casa de Zaqueo no parece ser lo mejor, puesto que Él es Santo –es Dios Tres veces Santo-, mientras que Zaqueo es un pecador. Sin embargo, visto desde la perspectiva de Dios, es lo que Jesús debía hacer y es lo que Él ha venido a hacer: a convertir a los pecadores. Como consecuencia del ingreso de Jesús en su casa, Zaqueo se convierte, deja de ser pecador, porque ha recibido a Jesús en su casa material y en su casa espiritual, su corazón; ésa es la razón por la que decide dar “la mitad de sus bienes” a los pobres, además de resarcir “cuatro veces más” a quien haya podido perjudicar.
“Hoy ha entrado la salvación a esta casa”. En cada comunión eucarística, se repite la escena del ingreso de Jesús en casa de Zaqueo, un pecador, porque Jesús Eucaristía ingresa, por la comunión, en nuestra casa interior, que es nuestra alma y nuestro corazón. Al igual que Jesús quiso entrar en casa de Zaqueo para comunicarle de su santidad y así convertirlo, así Jesús Eucaristía quiere ingresar en nosotros para comunicarnos la santidad de su Sagrado Corazón Eucarístico, para lograr nuestra conversión. Esta conversión, para que sea real y no fingida, necesita demostrarse por obras de caridad y misericordia. Esto quiere decir que tal vez no compartamos la mitad de nuestros bienes con los pobres, ni tengamos necesidad de devolver cuatro veces más, porque no  hemos estafado a nadie, pero sí es necesario que hagamos obras de misericordia, única manera de saber si el ingreso de Jesús en nuestras casas o almas por la Eucaristía, da el fruto de santidad –como lo dio en Zaqueo- que Él espera.

viernes, 28 de octubre de 2016

“Zaqueo (…) hoy tengo que alojarme en tu casa (…) Hoy ha llegado la salvación a esta casa”


(Domingo XXXI - TO - Ciclo C – 2016)

         “Zaqueo (…)  hoy tengo que alojarme en tu casa (…) Hoy ha llegado la salvación a esta casa” (Lc 19 ,1-10). En esta escena evangélica, se relata el proceso de conversión de Zaqueo y la muestra de amor de Jesús hacia él. El proceso de conversión, porque es Jesús quien da a Zaqueo la gracia de desear verlo y de encaramarse al sicómoro para lograrlo; es Jesús quien pone en el corazón de Zaqueo el deseo de conocerlo y de verlo, y esto constituye el primer paso de la conversión. El segundo paso es la aceptación de Zaqueo de esta gracia de conversión, al responder afirmativamente a la misma y al buscar el modo de ver a Jesús, subiéndose al árbol; el tercer paso, es el ingreso de Jesús en su casa y la consiguiente alegría de Zaqueo: la muestra de que la conversión es verdadera, es el deseo de Zaqueo de no ser injusto nunca más para con su prójimo, y para hacerlo, se propone dar “la mistad de sus bienes a los pobres”, lo cual es signo de verdadera justicia, porque cuando se tienen bienes que no se usan, es porque se los está acumulando: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres”; dicha conversión se manifiesta también en el deseo de restituir “cuatro veces más” a quien haya podido perjudicar en su vida previa a la conversión: “y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más”. El proceso de conversión entonces es: gracia previa al deseo de verlo; aceptación de Zaqueo de esa gracia y deseo de verlo; invitación a Jesús a entrar en su casa; alegría por estar con Jesús; desprendimiento de bienes materiales y rechazo de toda injusticia, con tal de no perder la amistad con Jesús.
Ahora bien, para con nosotros, Jesús nos da una muestra de amor infinitamente más grande que para con Zaqueo, porque para con Zaqueo, Jesús entró en su casa material, mientras que para con nosotros, Jesús entra en nuestra casa espiritual, es decir, en nuestra alma; Jesús entró en casa de Zaqueo con su Cuerpo real, todavía no glorificado por la Resurrección, y en nosotros, entra con su Cuerpo glorificado, que ya ha pasado por el Calvario y la Resurrección; a Zaqueo no le donó el Espíritu Santo cuando entró en su casa, a nosotros nos dona el Espíritu Santo cada vez que comulgamos; entró en casa de Zaqueo para comer con él y alojarse en su casa, a nosotros nos da de Él de comer, su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, el Pan Eucarístico, y se aloja, no en nuestra casa material, sino en nuestra alma y en nuestro corazón.

Puede ayudarnos en la reflexión el preguntarnos. ¿cómo lo recibe Zaqueo? “Con gran alegría”, dice el Evangelio. Entonces, nosotros debemos preguntarnos: si para con nosotros, Jesús demuestra un amor infinitamente más grande que para con Zaqueo, como lo hemos visto: cuando Jesús entra en nuestra casa, es decir, en nuestra alma, ¿lo recibimos con “gran alegría” interior, como lo recibió Zaqueo? ¿Se convierte nuestro corazón, por la Presencia del Rey de reyes, o seguimos en el pecado del hombre viejo? ¿Dejamos de idolatrar lo material y repartimos entre los pobres lo que es de justicia estricta que lo hagamos? Pidamos la gracia de recibir a Jesús como Zaqueo, con gozo y alegría interior, y también le pidamos a Nuestra Señora de la Eucaristía la gracia de la conversión del corazón a su Hijo Jesús en la Eucaristía, es decir, pidamos la gracia de la conversión eucarística del corazón.

jueves, 27 de octubre de 2016

“A ustedes la casa les quedará vacía”


“A ustedes la casa les quedará vacía” (Lc 13, 31-35). Avisan a Jesús que Herodes lo busca “para matarlo”: “Aléjate de aquí, porque Herodes quiere matarte”. En su respuesta, Jesús deja claro, por un lado, que no “se alejará”, como un amigo bien intencionado le recomienda, porque “un profeta no puede morir fuera de Jerusalén”, y Él, que es más que un profeta, porque es el Mesías, el Hombre-Dios, mucho menos puede morir “fuera de Jerusalén”; por otro lado, Jesús, profetizando su muerte –conoce el futuro en cuanto Dios omnisciente hecho hombre-, se lamenta de Jerusalén, que “persigue a los profetas”, ya sea por medio del poder político, representado en la persona de Herodes, como por medio del poder religioso y su jerarquía, representado en los sacerdotes del Templo, y anuncia la ruina que a causa de esta conducta le sobrevendrá, a Jerusalén, pero sobre todo, al Templo: “A ustedes la casa les quedará vacía”. Esta terrible profecía se cumplirá cuando Jerusalén sea sitiada y sus murallas derribadas y el Templo invadido, profanado e incendiado, por manos de los soldados romanos al mando de Tito, en el año 70 d. C.
“A ustedes la casa les quedará vacía”. La ruina de Jerusalén y del Templo, sobrevenida por haber expulsado de sus murallas al Hombre-Dios para darle muerte, es figura de la ruina del alma y el corazón del hombre que, por el pecado mortal, expulsa de sí al Hombre-Dios y lo arroja fuera de su vida y de su existencia, pereciendo en la vida espiritual. La frase de Jesús: “A ustedes la casa les quedará vacía”, se aplica entonces al hombre que, por el pecado mortal, queda con su alma vacía de la Presencia de Dios, al expulsar a Jesús de su corazón.


jueves, 23 de junio de 2016

“Un hombre construyó una casa sobre roca (…) otro, construyó sobre arena”


“Un hombre construyó una casa sobre roca (…) otro, construyó sobre arena” (Mt 7, 21-29…). Para graficar el estado del alma frente a las tribulaciones de la vida y las tentaciones, en el espacio de tiempo que se recorre para llegar a la eternidad, Jesús recurre a una parábola en la que dos hombres edifican sus respectivas casas en dos lugares distintos: uno, sobre roca; el otro, sobre arena.
La casa es el alma; los vientos, ríos y tempestades, son los asaltos de las pasiones, las tentaciones, las tribulaciones y los ataques del Enemigo de las almas; la roca es Cristo y sus enseñanzas, sus mandatos y su gracia santificante: quien “construye sobre roca”, es decir, quien afianza su alma en Cristo Jesús, buscando de vivir en gracia, evitar el pecado, obrar la misericordia, llevando los mandatos de Jesús en el pensamiento en el corazón, ese tal, resistirá a todo embate, sea exterior –ataques del enemigo de las almas o injusticias de los hombres-, o interior –tribulaciones-, y saldrá victorioso de todas sus luchas, principalmente las espirituales.
Por el contrario, el que “construye sobre arena”, es aquel que deja de lado al Hombre-Dios, para construir su espiritualidad con elementos que nada tienen que ver con la religión católica, como por ejemplo, el gnosticismo de la Nueva Era, que se manifiesta de múltiples maneras: yoga, reiki, ocultismo, esoterismo, etc. A ese tal, al no estar cimentado en Cristo Jesús, todo su edificio espiritual –su casa- se le derrumbará cuando deba enfrentarse a los mortales enemigos del hombre, el Demonio, el pecado y la muerte, puesto que nada que no sea la gracia santificante de Jesús, recibida a través de los sacramentos, puede defender al alma de tan peligrosos enemigos.

“Un hombre construyó una casa sobre roca (…) otro, construyó sobre arena”. No da lo mismo creer y adorar a Jesús en la Eucaristía y tratar de cumplir sus mandamientos, recibiendo los sacramentos y buscando conservar y acrecentar la gracia santificante, que dejar de lado a Jesús para buscar elementos espirituales alternativos. Lo primero, es el Camino al cielo; lo segundo, es el camino pavimentado al Abismo en donde no hay redención.

jueves, 25 de junio de 2015

“El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre roca..."


“El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre roca, porque ni la lluvia, ni los ríos ni el viento, podrán derrumbarla (…) el que no las pone por práctica, es como el que construye sobre arena, ve su casa destruida cuando soplan los vientos y crecen los ríos” (cfr. Mt 7, 21-27). Escuchar las palabras de Jesús y ponerlas en práctica es como “construir sobre roca”, porque significa que el alma, movida por la gracia, toma su cruz de cada día y sigue a Jesús por el camino del Calvario. Así, da muerte al hombre viejo con sus pasiones, naciendo el hombre nuevo, el hijo de Dios, y cuando arremeten las pasiones, las tentaciones, las tribulaciones, no pueden derribar al alma, en quien está Cristo, Roca firme. Poner en práctica las palabras de Cristo significa obrar en estado de gracia, y como el obrar le sigue al ser, significa que se está en estado de gracia santificante, esto es, unido a Cristo o, dicho en el lenguaje de la parábola, cimentado en Cristo. Es esta gracia divina, que fluyendo del Hombre-Dios se introduce en la raíz más profunda del acto de ser del hombre, la que le concede al hombre la fortaleza sobrenatural que le permite el resistir “la lluvia, los ríos y el viento”, es decir, las tentaciones de las pasiones, las tribulaciones de la vida cotidiana y los asaltos del demonio. Sólo quien está afianzado en la Roca firme que es Cristo, puede resistir a los embates de estos enemigos del alma, que la asedian y azotan constantemente, así como una casa es asediada y azotada constantemente, por el viento y las lluvias, si está construida a la ribera de un río que, por añadidura, desemboca en el mar. Quien obra no por voluntad propia, sino porque Cristo se lo ordena, obra movido por la gracia, y eso significa obrar por impulso divino y porque su alma está firmemente anclada a la Roca firme del Ser divino trinitario de Jesús, de quien fluye la gracia como de una fuente inagotable, y es esta gracia la razón de su fortaleza frente al embate de las pasiones, del mundo y del demonio.
         Por el contrario, quien escucha las palabras de Cristo y no obra según ellas, sino según su propia voluntad, es como quien construye sobre arena: sus propias fuerzas humanas no podrán, de ninguna manera, resistir, cuando sea asediado y asaltado por las tentaciones, por las tribulaciones y por las acechanzas del enemigo de las almas.
“El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre roca…”. No seamos sordos al Amor que nos habla en Cristo y pongamos por obra las palabras del Amor crucificado –amar a los enemigos, vivir la pobreza y la castidad, obrar la misericordia- y cuando arrecien las oscuras fuerzas del mal será el Amor quien nos fortalezca y nos dé la victoria.
        


domingo, 26 de octubre de 2014

“A ustedes la casa les quedará desierta”


“A ustedes la casa les quedará desierta” (Lc 13, 31-35). Le advierten a Jesús de que su vida corre peligro, porque Herodes quiere matarlo, pero Jesús, aun sabiendo que correrá la misma suerte de los profetas, que también fueron asesinados a causa de la Palabra de Dios, no por eso dejará de cumplir su misión. Por otra parte, no es que Jesús se anoticie recién en este momento, cuando los fariseos le traen la novedad de que Herodes quiere terminar con su vida: Jesús sabe, desde toda la eternidad, que ha de morir en la cruz para redimir a la humanidad. De esta manera, Él se convierte, al precio de su Sangre derramada en el Calvario, en el primer Bienaventurado, porque en su Persona divina se concentra la persecución diabólica que, utilizando instrumentos humanos, busca exterminar la presencia de Dios y de sus emisarios en la tierra: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí” (Mt 5, 12). El hecho de que sea Herodes quien quiera asesinarlo, no significa que se trate de un episodio político o socio-político; en otras palabras, Herodes no busca asesinar a Jesús porque vea en Jesús a un posible rival para su reyecía; ni siquiera la instigación de los fariseos es la causa final del deseo de ver morir a Jesús, porque los fariseos no quieren matar a Jesús por un mero apasionamiento humano: detrás de los deseos homicidas de Herodes y de los fariseos, se encuentra la siniestra persona angélica del Príncipe de las tinieblas, que es quien en realidad, desencadenará el inhumano y crudelísimo ataque sobre Jesús, buscando destruirlo y aplastarlo. El Demonio, que sabía que Jesús era Dios[1], buscaba destruir a Jesús, porque en su odio satánico buscaba lo imposible: destruir a Dios en Jesús; pensaba que si destruía a Jesús, destruía a Dios, y por eso empleó todas sus fuerzas demoníacas y utilizó toda su astucia satánica para tentar a los hombres e inducirlos a cometer toda clase de perversidades, con tal de lograr su imposible objetivo: vencer a Jesús, que era Dios.
“A ustedes la casa les quedará desierta”. Jesús sabe que ha de morir, porque ése es el plan trazado por el Padre desde la eternidad, para la salvación de la humanidad. Dentro de este plan salvífico, está comprendida su muerte en cruz, que será una muerte redentora, porque salvará a muchos, al mismo tiempo que servirá de castigo para los ángeles rebeldes, quienes recibirán su paga por su perfidia diabólica. Asimismo les advierte, a los hombres perversos que se unan a los ángeles caídos, que “la casa les quedará desierta”, es decir, el alma les será privada para siempre de la gracia santificante y por lo tanto de la inhabitación trinitaria. Les está anticipando así, que sufrirán el mismo destino de los ángeles rebeldes, la eterna condenación. “A ustedes la casa les quedará desierta”: la casa es el alma, y el hecho de que quede “desierta”, significa que queda el alma privada de la gracia de Dios y por lo tanto sin la presencia de las Tres Divinas Personas, como pago por su alianza con el Ángel caído, y esto es lo que le sucedió a Judas Iscariote.
“A ustedes la casa les quedará desierta”. Todo cristiano es libre de elegir, entre seguir a Cristo Jesús y sufrir lo que Él sufrió, la persecución por causa del Reino de Dios, o aliarse al Príncipe de las tinieblas y gozar de paz en este mundo, al precio de ver su “casa desierta”, sufriendo el mismo destino de Judas Iscariote. No hay posiciones intermedias, y lo que cada uno elija, eso se le dará (cfr. Eclo 18, 17). Que la Madre de Dios nos conceda elegir siempre el Camino Real de la Cruz, el ser perseguidos por causa de su Hijo Jesús, de manera tal que nunca jamás, ni nosotros, ni nuestros seres queridos, escuchemos de los labios del Justo Juez, la terrible sentencia: “A ustedes la casa les quedará desierta”.



[1] Cfr. J. A. Fortea, Summa Demoniaca: Tratado de Demonología y Manual de Exorcistas, 33.

martes, 19 de noviembre de 2013

“Quiero alojarme en tu casa”


“Quiero alojarme en tu casa” (Lc 19, 1-10). Jesús le pide a Zaqueo “alojarse en su casa”. A los ojos de los demás, el pedido de Jesús provoca escándalo, porque Zaqueo es conocido por su condición de pecador, es decir, de alguien que obra el mal y puesto que el mal y el bien son antagónicos e irreconciliables, un hombre santo, como Jesús, no puede entrar en casa de un pecador, como Zaqueo, so pena de “contaminarse”. Esto llevaba a los fariseos, quienes se consideraban a sí mismos “santos y puros”, a no hablar siquiera con aquellos considerados pecadores, para no “contaminarse” de su mal, y es lo que justifica el escándalo que les produce el deseo de Jesús de querer alojarse en casa de Zaqueo.
Pero Jesús es Dios y por lo tanto, no se cree puro y santo como los fariseos, sino que Es Puro y Santo, por ser Él Dios de infinita majestad y perfección. Esta es la razón por la cual el corazón pecador que se abre ante su Presencia, ve destruido el pecado que lo endurecía, al tiempo que lo invade la gracia que lo convierte en un nuevo ser. Jesús no solo no teme “contaminarse” con el pecado, sino que Él lo destruye con su poder divino y lo destruye allí donde anida, el corazón del hombre. Sin embargo, la condición indispensable –exigida por la dignidad de la naturaleza humana, que es libre porque creada a imagen y semejanza de Dios, que es libre-, para que Jesús obre con su gracia, destruyendo el pecado en el corazón humano y convirtiéndolo en una imagen y semejanza del suyo por la acción de la gracia, es que el hombre lo pida y desee libremente este obrar de Jesús. Y esto es lo que hace Zaqueo, precisamente, puesto que demuestra el deseo de ver a Jesús subiéndose a un árbol primero y aceptando gustoso el pedido de Jesús de alojarse en su casa.
El fruto de la acción de la gracia de Jesús en Zaqueo –esto es, la conversión del corazón-, se pone de manifiesto en la decisión de Zaqueo de “dar la mitad de sus bienes a los pobres” y de “dar cuatro veces más” a quien hubiera podido perjudicar de alguna manera. Esto nos demuestra que el encuentro personal con Jesús, encuentro en el cual el alma responde con amor y con obras al Amor de Dios encarnado en Jesús, no deja nunca a la persona con las manos vacías: todo lo contrario, la deja infinitamente más rica que antes del encuentro, aunque parezca una paradoja, porque si bien Zaqueo renuncia a sus bienes materiales, adquiere la riqueza de valor inestimable que es la gracia de Jesús, la cual transforma su corazón de pecador, de endurecido que era, en un corazón que late al ritmo del Amor Divino.

“Quiero alojarme en tu casa”. Lo mismo que Jesús le dice a Zaqueo, nos lo dice a nosotros desde la Eucaristía, porque Él quiere alojarse en nuestra casa, en nuestra alma, para hacer de nuestros corazones un altar, un sagrario, en donde Él more y sea amado y adorado noche y día. Al donársenos en Persona en la Eucaristía, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, Jesús nos da una muestra de amor infinitamente más grande que la que le dio a Zaqueo, porque Jesús entró en la casa material de Zaqueo, pero no en su alma, y no se le dio como Alimento celestial, como sí lo hace con nosotros. Considerando esto, debemos preguntarnos si, al Amor infinito, eterno e inagotable del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús -demostrado y donado sin límites en cada comunión eucarística-, respondemos, al menos mínimamente, como Zaqueo. ¿Estamos dispuestos a dar “la mitad de nuestros bienes” a los pobres? ¿Estamos dispuestos a dar “cuatro veces más” a quien hayamos perjudicados, sea material o espiritualmente? Si no estamos dispuestos a esto, es que nuestro corazón, a pesar de entrar Jesús en nuestra casa, es decir, en nuestra alma, por la comunión eucarística, no ha permitido ser transformado por la gracia santificante. Y si esto es así, debemos pedir a San Zaqueo que interceda por nosotros, para que tengamos al menos una ínfima parte de ese amor de correspondencia con el que él amó a Jesús. 

viernes, 18 de noviembre de 2011

Habéis convertido mi casa en una cueva de ladrones



“Habéis convertido mi casa en una cueva de ladrones” (cfr. Lc 19, 45-48). Al igual que el Templo de Jerusalén, que habiendo sido construido para ser lugar de oración, como expresión del amor a Dios, fue convertido en “una cueva de ladrones” por los cambistas y vendedores de bueyes y palomas, pervirtiendo de esa manera su fin primordial y único, así también el corazón del hombre, creado por Dios Trinidad para ser morada de las Divinas Personas, fue pervertido por el mismo hombre, desplazando a las Divinas Personas por el amor al dinero y a las pasiones desordenadas.

El corazón humano ha sido creado intencionalmente por Dios para ser morada suya, en donde las Tres Divinas Personas habiten y vivan en él, y es por eso que la oración, esto es, el diálogo de amor por el cual el hombre recibe la vida divina, es la tarea primordial, originaria, única y exclusiva del hombre. La oración, fundada en la fe y en la esperanza, es el fundamento de la caridad, es decir, del amor sobrenatural infundido por Dios, con el cual el hombre debe amar a Dios y al prójimo, cumpliendo así el fin para el cual fue creado. Esto muestra cómo la oración para el hombre no es un nunca una tarea agregada y secundaria, cumplida a veces con fatiga y fastidio, como si fuera una carga pesada, sino la ocupación central, primordial, originaria y exclusiva del corazón humano.

Pero muchos hombres, en vez de hacer de su corazón una casa de oración –continua, piadosa, ferviente, afectuosa, amorosa-, perfumada con el aroma exquisito de la gracia, en la cual se rinda homenaje de amor a Dios y al prójimo, lo han convertido, como dice Jesús, en una cueva de ladrones, porque rinden culto al dinero, y en un establo, porque lo han inundado con el olor maloliente de las pasiones sin control.

“El cuerpo es templo del Espíritu Santo”, dice San Pablo, y por este motivo, quien profana su cuerpo, o el del prójimo, profana a la Persona del Espíritu Santo que en él mora, y es la razón por la cual se enciende la ira de Jesús.

Lo que los ojos ven, es eso lo que ingresa al templo que es el cuerpo, y es así que ver un espectáculo inmoral, o más aún, deleitarse siquiera con pensamientos inmorales, equivale a hacer ingresar en el templo material a decenas de animales y dejarlos encerrados para que lo ensucien con sus necesidades fisiológicas, y equivale también a empapelar sus paredes con imágenes indecentes; y es así como escuchar música indecente, equivale a hacer resonar, en el templo consagrado a Dios, música blasfema, y es así como el consumir alcohol, tabaco, drogas, o sostener conversaciones impuras, equivale a hacer todo eso en el mismo templo material.

¿Cómo no ha de enojarse Jesús, con tantos niños y jóvenes que, engañados por el materialismo y el hedonismo imperantes, profanan sus cuerpos, templos de oración?

¿Cómo no ha de enojarse Jesús, con los padres de esos niños y jóvenes, que alientan y aplauden esas profanaciones?

lunes, 14 de noviembre de 2011

Hoy tengo que alojarme en tu casa



“Hoy tengo que alojarme en tu casa” (cfr. Lc 19, 1-10). Zaqueo, movido por la gracia divina, se sube a un árbol para poder ver a Jesús que pasa. Cuando Jesús llega al lugar donde se encuentra Zaqueo, le dice que baje del árbol, porque quiere entrar en su casa para ser alojado allí. Una vez en su casa, Zaqueo promete dar la mitad de sus bienes a los pobres, y devolver cuatro veces más a quien le haya quitado alguna pertenencia.

La entrada de Jesús en casa de Zaqueo, que significa la salvación para éste, se repite en cada comunión, por la cual Jesús ingresa en el alma. Por eso es que hay que estar atentos al ejemplo de Zaqueo, para imitarlo.

El evangelio dice que Zaqueo “bajó en seguida” de la higuera, es decir, desde la altura, y “se puso muy contento” porque Jesús quería entrar en su casa. Podemos preguntarnos si nos sucede lo mismo: ¿nos abajamos en nuestro orgullo, buscando ser mansos y humildes de corazón, antes de comulgar? ¿O, por el contrario, comulgamos desde las alturas de nuestra soberbia? ¿Nos alegramos por el hecho de que Jesús, por la comunión eucarística, va a entrar en nuestras almas y corazones, o es un hecho intrascendente para nosotros? La alegría de comulgar, es decir, la alegría que significa que Jesús entre en nuestra casa, en nuestra alma, ¿es lo suficientemente grande como para que queden en un segundo y en un tercer plano las preocupaciones, e incluso las tribulaciones cotidianas, o por el contrario, son éstas las que predominan sobre el gozo que significa comulgar?

Cuando Jesús entra en nuestro hogar, ¿experimentamos la contrición del corazón de Zaqueo, que reconociéndose pecador, da de sus bienes a los pobres, siguiendo el consejo de la Escritura: “La limosna cubre cantidad de pecados”?

Cuando Jesús ingresa en nuestra alma por la Eucaristía, ¿nos arrepentimos de haber robado a nuestros prójimos la paz, la armonía, la concordia, con nuestras muestras de orgullo, impaciencia, enojos, falta de mortificación y de verdadera caridad cristiana?

En cada Misa, antes de la comunión, Jesús nos repite lo mismo que a Zaqueo: “Hoy quiero entrar en tu casa”.

¿Nos sirve de algo el ejemplo de Zaqueo, o no significa nada para nosotros?