Adorado seas, Jesús, Cordero de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad, Dios oculto en el Santísimo Sacramento del altar. Adorado seas en la eternidad, en el seno de Dios Padre; adorado seas en el tiempo, en el seno de la Virgen Madre; adorado seas, en el tiempo de la Iglesia, en su seno, el altar Eucarístico. Adorado seas, Jesús, en el tiempo y en la eternidad.

domingo, 17 de noviembre de 2019
“Hoy ha llegado la salvación a esta casa”
lunes, 28 de octubre de 2019
“Hoy ha entrado la salvación a esta casa”
viernes, 28 de octubre de 2016
“Zaqueo (…) hoy tengo que alojarme en tu casa (…) Hoy ha llegado la salvación a esta casa”
jueves, 27 de octubre de 2016
“A ustedes la casa les quedará vacía”
jueves, 23 de junio de 2016
“Un hombre construyó una casa sobre roca (…) otro, construyó sobre arena”
jueves, 25 de junio de 2015
“El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre roca..."
domingo, 26 de octubre de 2014
“A ustedes la casa les quedará desierta”
martes, 19 de noviembre de 2013
“Quiero alojarme en tu casa”
viernes, 18 de noviembre de 2011
Habéis convertido mi casa en una cueva de ladrones

“Habéis convertido mi casa en una cueva de ladrones” (cfr. Lc 19, 45-48). Al igual que el Templo de Jerusalén, que habiendo sido construido para ser lugar de oración, como expresión del amor a Dios, fue convertido en “una cueva de ladrones” por los cambistas y vendedores de bueyes y palomas, pervirtiendo de esa manera su fin primordial y único, así también el corazón del hombre, creado por Dios Trinidad para ser morada de las Divinas Personas, fue pervertido por el mismo hombre, desplazando a las Divinas Personas por el amor al dinero y a las pasiones desordenadas.
El corazón humano ha sido creado intencionalmente por Dios para ser morada suya, en donde las Tres Divinas Personas habiten y vivan en él, y es por eso que la oración, esto es, el diálogo de amor por el cual el hombre recibe la vida divina, es la tarea primordial, originaria, única y exclusiva del hombre. La oración, fundada en la fe y en la esperanza, es el fundamento de la caridad, es decir, del amor sobrenatural infundido por Dios, con el cual el hombre debe amar a Dios y al prójimo, cumpliendo así el fin para el cual fue creado. Esto muestra cómo la oración para el hombre no es un nunca una tarea agregada y secundaria, cumplida a veces con fatiga y fastidio, como si fuera una carga pesada, sino la ocupación central, primordial, originaria y exclusiva del corazón humano.
Pero muchos hombres, en vez de hacer de su corazón una casa de oración –continua, piadosa, ferviente, afectuosa, amorosa-, perfumada con el aroma exquisito de la gracia, en la cual se rinda homenaje de amor a Dios y al prójimo, lo han convertido, como dice Jesús, en una cueva de ladrones, porque rinden culto al dinero, y en un establo, porque lo han inundado con el olor maloliente de las pasiones sin control.
“El cuerpo es templo del Espíritu Santo”, dice San Pablo, y por este motivo, quien profana su cuerpo, o el del prójimo, profana a
Lo que los ojos ven, es eso lo que ingresa al templo que es el cuerpo, y es así que ver un espectáculo inmoral, o más aún, deleitarse siquiera con pensamientos inmorales, equivale a hacer ingresar en el templo material a decenas de animales y dejarlos encerrados para que lo ensucien con sus necesidades fisiológicas, y equivale también a empapelar sus paredes con imágenes indecentes; y es así como escuchar música indecente, equivale a hacer resonar, en el templo consagrado a Dios, música blasfema, y es así como el consumir alcohol, tabaco, drogas, o sostener conversaciones impuras, equivale a hacer todo eso en el mismo templo material.
¿Cómo no ha de enojarse Jesús, con tantos niños y jóvenes que, engañados por el materialismo y el hedonismo imperantes, profanan sus cuerpos, templos de oración?
¿Cómo no ha de enojarse Jesús, con los padres de esos niños y jóvenes, que alientan y aplauden esas profanaciones?
lunes, 14 de noviembre de 2011
Hoy tengo que alojarme en tu casa

“Hoy tengo que alojarme en tu casa” (cfr. Lc 19, 1-10). Zaqueo, movido por la gracia divina, se sube a un árbol para poder ver a Jesús que pasa. Cuando Jesús llega al lugar donde se encuentra Zaqueo, le dice que baje del árbol, porque quiere entrar en su casa para ser alojado allí. Una vez en su casa, Zaqueo promete dar la mitad de sus bienes a los pobres, y devolver cuatro veces más a quien le haya quitado alguna pertenencia.
La entrada de Jesús en casa de Zaqueo, que significa la salvación para éste, se repite en cada comunión, por la cual Jesús ingresa en el alma. Por eso es que hay que estar atentos al ejemplo de Zaqueo, para imitarlo.
El evangelio dice que Zaqueo “bajó en seguida” de la higuera, es decir, desde la altura, y “se puso muy contento” porque Jesús quería entrar en su casa. Podemos preguntarnos si nos sucede lo mismo: ¿nos abajamos en nuestro orgullo, buscando ser mansos y humildes de corazón, antes de comulgar? ¿O, por el contrario, comulgamos desde las alturas de nuestra soberbia? ¿Nos alegramos por el hecho de que Jesús, por la comunión eucarística, va a entrar en nuestras almas y corazones, o es un hecho intrascendente para nosotros? La alegría de comulgar, es decir, la alegría que significa que Jesús entre en nuestra casa, en nuestra alma, ¿es lo suficientemente grande como para que queden en un segundo y en un tercer plano las preocupaciones, e incluso las tribulaciones cotidianas, o por el contrario, son éstas las que predominan sobre el gozo que significa comulgar?
Cuando Jesús entra en nuestro hogar, ¿experimentamos la contrición del corazón de Zaqueo, que reconociéndose pecador, da de sus bienes a los pobres, siguiendo el consejo de
Cuando Jesús ingresa en nuestra alma por
En cada Misa, antes de la comunión, Jesús nos repite lo mismo que a Zaqueo: “Hoy quiero entrar en tu casa”.
¿Nos sirve de algo el ejemplo de Zaqueo, o no significa nada para nosotros?