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sábado, 22 de junio de 2024

“¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”

 


(Domingo XII - TO - Ciclo B – 2024)

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!” (Mc 35-40). En este episodio del Evangelio, suceden varios hechos significativos: mientras Jesús y los discípulos se trasladan en barca “a la otra orilla” -por indicación de Jesús-, se produce un evento climatológico inesperado, de mucha violencia, que pone en riesgo la barca y la vida de los que estaban navegando. Dice así el Evangelio: “Se levantó un fuerte huracán, y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla”. Como consecuencia de este huracán inesperado, la barca corría un serio peligro de hundirse; pero lo más llamativo del caso es que, en medio de la tormenta, y con las olas llenando la barca, Jesús duerme y a tal punto, que los discípulos tienen que despertarlo: “Él (Jesús) estaba a popa, dormido sobre un almohadón. Lo despertaron, diciéndole: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”. (Jesús) Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago: “¡Silencio! ¡Cállate!”. El viento cesó y vino una gran calma”. Él les dijo: “- ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?”. Entonces, hay dos hechos llamativos: el repentino huracán, que pone en peligro a la barca y la vida de los que están en ella y el sueño de Jesús, Quien a pesar de la violencia del viento y de las olas, duerme. Un tercer hecho llamativo es la dura reprimenda de Jesús a sus discípulos, aunque cuando reflexionamos sobre esta reprimenda de Jesús, en la misma se encuentra tal vez la razón por la cual Jesús dormía mientras la barca corría peligro de hundirse: y la razón por la cual Jesús reprende a sus discípulos es porque Él confiaba en la fe de sus discípulos; Él confiaba en que sus discípulos tendrían fe en Él y que, a través de Él, actuando como intercesores, lograrían detener la violencia de la tormenta. La fe -en Cristo Jesús- es creer en lo que no se ve, es creer en Jesús y en su poder divino, la fe es creer en Jesús en cuanto Hombre-Dios, aun cuando no lo vemos, y es por eso que Jesús duerme, porque confiaba en que sus discípulos, ante la tormenta peligrosa, actuarían como intercesores, orando y obteniendo de Él el poder de Él, de Jesús, para detener la tormenta, para calmar el viento y el mar, sin necesidad de ir a despertarlo, por eso les recrimina su falta de fe, de lo contrario, no tendría sentido esta recriminación de parte de Jesús. Y cuando reflexionamos un poco más, nos damos cuenta que así es como obraron los santos a lo largo de la historia de la Iglesia Católica: rezaron a Jesús y obtuvieron de Él innumerables milagros, actuando así como intercesores entre los hombres y el Hombre-Dios Jesucristo.

         Otro paso que debemos hacer para poder apreciar este episodio en su contenido sobrenatural es el hacer una transposición entre los elementos naturales y sensibles y los elementos preternaturales y sobrenaturales, invisibles e insensibles.

         Así, el mar embravecido representa a la historia humana en su dirección anticristiana, en su espíritu anticristiano: es el espíritu del hombre que, unido y subyugado al espíritu demoníaco, busca destruir, mediante diversas ideologías -comunismo, marxismo, ateísmo, liberalismo, nihilismo- y religiones anticristianas y falsas -budismo, hinduismo, islamismo, protestantismo, etc.- a la Iglesia Católica, ya sea mediante revoluciones, guerras civiles, atentados, o persecuciones cruentas o incruentas, etc.; el viento en forma de huracán, el viento destructivo, que embiste con violencia a la Barca de Pedro, la Iglesia Católica, representa más directamente al espíritu luciferino, esta vez por medio de la Nueva Era y sus innumerables sectas y representaciones malignas y sus prácticas paganas y supersticiosas -ángeles de la Nueva Era, ocultismo, Wicca, hechicería, brujería, satanismo, esoterismo, coaching, viajes astrales, árbol de la vida, ojo turco, mano de Fátima, atrapasueños, duendes, hadas, unicornios, etc.-; la Barca de Pedro, en la que van Jesús y los discípulos, es la Santa Iglesia Católica, Apostólica y Romana, que navega en los turbulentos mares del tiempo y de la historia humana hacia su destino final, la feliz eternidad en el Reino de los cielos; Jesús Dormido y recostado en un almohadón, en la popa de la Barca, es Jesús Eucaristía, Quien parece, a los sentidos del hombre, estar dormido, en el sentido de que no podemos verlo, ni escucharlo, ni sentirlo, aunque también, vistos los acontecimientos en la Iglesia y en el mundo, parecería que está dormido, pero no lo está, Jesús es Dios y está observando atentamente cómo nos comportamos, en la Iglesia y en el mundo y registra cada movimiento, cada pensamiento, cada acto, cada palabra, de manera que todo queda grabado, por así decirlo, para el Día del Juicio Final, por lo que de ninguna manera Jesús está dormido, siendo todo lo contrario, somos nosotros los que, como los discípulos en el Huerto de los Olivos, cuando Jesús les pidió que orasen con Él, en vez de orar, se quedaron dormidos, así somos la mayoría de los cristianos, estamos como dormidos, mientras que los enemigos de Dios y de la Iglesia están muy despiertos, obrando todo el mal que les es permitido obrar.

         “¿Quién es Éste? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”. El Hombre-Dios Jesucristo, oculto a nuestros sentidos, está en Persona en la Eucaristía. A Él le obedecen los Tronos, las Dominaciones, las Potestades, las Virtudes, los Ángeles, los Arcángeles; ante Él las miríadas de ángeles se postran en adoración perpetua y entonan cánticos de alabanzas y de alegría celestial; ante Él, el Cordero de Dios, los Mártires, los Doctores de la Iglesia, las Vírgenes, las multitudes de Santos, se postran en adoración y se alegran en su Presencia; ante Él, el universo se vuelve pálido y su majestad queda reducida a la nada; ante Él, el Infierno enmudece de pavor; ante Él, el viento y el agua le obedecen. Solo el hombre que vive en la tierra y más específicamente, el hombre de los últimos tiempos, no le obedece; solo el hombre de los últimos tiempos, el hombre próximo al Fin de fines -cada día que pasa es un día menos para el Día del Juicio Final-, no solo no le obedece, no solo no toma su Cruz y lo sigue por el Camino del Calvario, sino que, arrojando lejos de sí a la Cruz, la pisotea, reniega de la Cruz y sigue por un camino opuesto al Camino Real de la Cruz, un camino que lo aleja cada vez más de la salvación, un camino siniestro, oscuro, un camino en el que las sombras están vivas, porque son demonios y si el hombre no se detiene a tiempo, esas sombras vivientes serán su compañía para siempre, para siempre, y eso lo habrá merecido por la sencilla razón de no haber querido obedecer al Hombre-Dios Jesucristo, Aquel a Quien hasta el viento y el agua obedecen.


viernes, 15 de octubre de 2021

“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos”

 


“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos” (cfr. Lc 12, 54-59). ¿Por qué Jesús trata de “hipócritas” a la multitud? Antes de responder, repasemos el significado de la palabra “hipócrita”. Según la Real Academia Española, se dice “hipócrita” es la “[Persona] que actúa con hipocresía o falsedad”[1]. Entonces, lo que caracteriza al hipócrita es la falsedad. Ahora bien, en relación a la multitud, Jesús les dice que son hipócritas o falsos porque saben discernir el cambio de clima –saben si va a llover o si va a hacer calor- por el aspecto de las nubes y por el viento, pero en cambio callan cuando deben discernir “el signo de los tiempos”. Esto quiere decir que el ser humano tiene la inteligencia suficiente, dada por Dios, para poder discernir no sólo el clima, sino “el signo de los tiempos”, es decir, aquello que acontece en el tiempo y en el devenir de la historia. Por ejemplo, un discernimiento del “signo de los tiempos”, sería el de aquellos que, viendo el contenido ideológico ateo y materialista del marxismo, deduciría la crueldad del comunismo en cuanto llegara al poder; otro signo de los tiempos sería también el que, viviendo en la Alemania nazi, se diera cuenta, por la agresividad racista del discurso de los socialistas de Hitler, que el nacionalsocialismo impulsaría una “limpieza étnica”, como de hecho lo hizo. Tanto en la surgimiento del marxismo comunista, como en el surgimiento del nacionalsocialismo alemán, hubo voces críticas que se alzaron en contra de estos movimientos totalitarios, pero, o fueron silenciados a la fuerza, o bien debieron escapar para salvar sus vidas. Esto confirma que el ser humano tiene efectivamente la capacidad de discernir “el signo de los tiempos”, como lo afirma Jesús implícitamente y es por eso que les dice “hipócritas”, porque no disciernen que el Mesías está en medio de ellos, obrando milagros, expulsando demonios y anunciando la llegada del Reino de los cielos. Éstos eran para ellos los signos de los tiempos, pero no los reconocieron y de ahí el reclamo de Jesús.

“¡Hipócritas! Disciernen el clima pero no el signo de los tiempos”. El duro reproche de Jesús no se detiene en los hombres de su tiempo, sino que abarca a toda la humanidad y en primer lugar a los cristianos, que por la luz de la gracia recibida en el Bautismo, podemos ver más allá de lo que puede hacerlo un no bautizado. En otras palabras, también a nosotros Jesús nos dice “hipócritas” y esto lo merecemos toda vez que callamos o fingimos no darnos cuenta de lo que sucede a nuestro alrededor, para que nadie nos moleste y así podamos seguir cómodamente en nuestras ocupaciones. Esto nos lleva a preguntarnos: ¿cuáles son los signos de los tiempos, para nuestros tiempos? Sólo basta con una lectura ligeramente atenta a los medios de comunicación masivos, para ver qué dicen y qué omiten, para darnos cuenta de que estamos en tiempos caracterizados por un fuerte espíritu anticristiano: en muchos países del mundo domina el comunismo, ateo y materialista; en los llamados países libres, predominan también el ateísmo y el materialismo, además de la religiosidad luciferina de la Nueva Era o Conspiración de Acuario: esto hace que Halloween, la celebración del demonio, sea visto como algo "normal", alegre, placentero, bueno; tanto en países comunistas como en países libres, se persigue al cristianismo, sea de forma cruenta, sea a través de legislaciones anticristianas -ley del aborto, ley de identidad de género, ley de la ideología LGBT, etc.-, es entonces cuando estas democracias falsas se convierten en dictaduras, porque obligan a inocular a la población general un fármaco experimental, o bien se lo prohíbe directamente, como sucede en países en donde el Islam es gobierno. Cuando discernimos el signo de los tiempos, nos damos cuenta entonces que predomina el espíritu anticristiano, que prepara a la humanidad para la llegada del Anticristo. Esto, a su vez, debe llevarnos a elevar la mirada a Jesús Eucaristía, nuestro Dios y Señor, nuestro Salvador, el Único que puede salvarnos del reino de las tinieblas y conducirnos al Reino de Dios.

 

domingo, 7 de febrero de 2021

“Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”

 


(Domingo V - TO - Ciclo B  2021)

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios” (cfr. Mc 1, 29-39). De entre todas las actividades de Jesús relatadas por el Evangelio, hay una que se repite con frecuencia y es la de “expulsar demonios”. Esto tiene varios significados: por un lado, forma parte de nuestra fe católica creer en la existencia del demonio y en su accionar en medio de los hombres; por otra parte, revela que Jesús es Dios encarnado, porque sólo Dios tiene el poder necesario para expulsar, con el solo poder de su voz, al demonio de un cuerpo al que ha poseído; por otra parte, revela que, aunque Jesús haya realizado exorcismos y expulsado demonios, la presencia y actividad de los demonios no ha cesado ni disminuido, sino que, por el contrario, se ha ido intensificando cada vez más y lo irá haciendo cada vez más intensa a medida que la humanidad se acerque al reinado del Anticristo, el cual precederá al Día del Juicio Final. Entonces, lejos de disminuir y mucho menos de cesar la actividad demoníaca, ésta irá en aumento con el correr del tiempo, intensificándose cada vez más hasta lograr su objetivo, que es la instauración del reino de Satanás en medio de los hombres. La actividad demoníaca está encaminada a lograr dos objetivos: el provocar la condena eterna en el Infierno de la mayor cantidad posible de almas y el instaurar, en la tierra, el reino de las tinieblas, en contraposición al Reino de Dios.

          Probablemente hoy no se vean posesos por la calle, como sucedía en el Evangelio, pero esto no quiere decir que la actividad demoníaca esté ausente o en disminución: todo lo contrario, podemos decir que en nuestros días, la actividad del demonio es tal vez la más intensa de toda la historia de la humanidad y esto se puede comprobar por la inmensa cantidad de males de todo tipo que se han abatido sobre la humanidad, males que son ante todo de tipo morales y espirituales, además de males físicos como la actual pandemia. Algunos de los males que podemos enumerar y que certifican la intensa actividad demoníaca son: el avance, prácticamente sin freno, de la cultura de la muerte, que promueve el aborto como derecho humano, algo que ha alcanzado ya niveles planetarios; la legislación de la eutanasia, de modo de terminar con la vida del paciente terminal; la proclamación de los pecados contra la naturaleza como “derechos humanos”, a través de la Organización de las Naciones Unidas, por medio de la difusión de la ideología de género y de otras ideologías que atentan contra la naturaleza humana y que están en abierta contradicción con los Mandamientos de Dios y los Preceptos de la Iglesia; la difusión, a través de los medios masivos de comunicación, de una mentalidad atea, materialista, agnóstica, relativista, consumista, hedonista, que busca instaurar la falsa idea de que esta tierra debe convertirse en un paraíso terrenal, con el goce y disfrute de las pasiones, el único paraíso para el hombre; el ocultamiento o silenciamiento de ideologías “intrínsecamente perversas”, como la ideología comunista, que es esencialmente atea y anti-cristiana y que con sus genocidios demuestra su origen satánico y su colaboración directa con el reinado del Anticristo (dicho sea de paso, la actual pandemia se atribuye a un virus de diseño de laboratorio, proveniente de un laboratorio perteneciente al Partido Comunista Chino, con lo que la actual pandemia se debe sumar a la larga lista de crímenes contra la humanidad cometidos por el comunismo a lo largo de la historia); la difusión masiva de las herejías, blasfemias, sacrilegios y errores de todo tipo de la secta planetaria Nueva Era, secta ocultista y luciferina, considerada como la religión del Anticristo, puesto que propicia todo lo que es contrario a Cristo. Todos estos elementos, junto a muchos otros más, nos muestran que la actividad demoníaca es la más intensa, en nuestros días, que en toda la historia de la humanidad, lo cual hace suponer que está cercano el reinado del Anticristo, junto al Falso Profeta y a la Bestia, nombrados y descriptos en el Apocalipsis.

          “Curaba a la gente y expulsaba demonios (…) predicaba y expulsaba demonios”. No se trata de atribuir todo lo malo que sucede al demonio, puesto que el hombre, contaminado por el pecado original, obra el mal, la mayoría de las veces, sin necesidad de la intervención del demonio. Sin embargo, es necesario discernir el “signo de los tiempos”, como nos dice Jesús y lo que comprobamos es esto: que la actividad demoníaca es tan intensa en nuestros días, que pareciera que está pronto a instaurarse el reinado del Anticristo. Ahora bien, si esto es cierto, es cierto también que nada debemos temer si estamos con Cristo, si vivimos en gracia, si recibimos los Sacramentos, si nos aferramos a la Cruz y si nos cubre el manto celeste y blanco de la Inmaculada Concepción. Es la Iglesia la que continúa la tarea del Hombre-Dios de “deshacer las obras del diablo” y, por otro lado, es una promesa del mismo Jesús, que nunca falla, de que “las puertas del Infierno no prevalecerán contra la Iglesia”. Por eso, aunque las tinieblas parezcan invadirlo todo, debemos acudir a la Fuente de la Luz Increada y divina, Jesús Eucaristía y, postrándonos en adoración ante su Presencia sacramental, implorar su asistencia en estos tiempos de tinieblas.

 

jueves, 12 de noviembre de 2020

“El día que se manifieste el Hijo del hombre”


 

“El día que se manifieste el Hijo del hombre” (Lc 17, 26-37). Jesús habla acerca de su Segunda Venida en la gloria, en el Día del Juicio Final. Para ayudar a sus oyentes a comprender cómo serán los días previos a su Segunda Venida, trae a la memoria cómo eran los días en tiempos de Noé, antes del Diluvio Universal, y cómo eran los días en tiempos de Lot, antes de que lloviera “fuego y azufre del cielo”: eran días de aparente normalidad, visto desde el punto de vista humano, puesto que todos “comían y bebían, se casaban hombres y mujeres” y también “compraban y vendían, sembraban y construían”. Sin embargo, esta aparente “normalidad” era sólo humana y superficial, pues en esos días, tanto en los días previos al Diluvio como en los días previos a la lluvia de fuego y azufre en Sodoma y Gomorra, la situación espiritual de la humanidad era de absoluta obscuridad, pues vivían en el pecado. De hecho, ésa es la razón –el vivir en pecado- que motiva la ira de Dios, que se desencadena como agua y como fuego.

Entonces, así como en los días de Noé y de Lot, así serán los días previos a la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo: humanamente, todo parecerá “normal”, porque las gentes comprarán y  venderán, sembrarán y construirán, se casarán, comerán y beberán, pero no será normal desde el punto de vista espiritual, porque serán días de inmensa oscuridad espiritual, ya que la Verdadera Religión, la Religión de Dios Uno y Trino, la Religión Católica, habrá sido reemplazada por la Religión del Anticristo, la Nueva Era, religión sincretista y pagana, ocultista, esotérica y satánica. Serán los días del Reinado del Anticristo, porque antes que venga el Señor en la gloria, deberá reinar el Anticristo.

Por último, los discípulos le preguntan a Jesús por el lugar en donde ocurrirá esto, pero Jesús no responde en qué lugar concreto, sino que da una respuesta enigmática: “Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres”. ¿A qué cadáver se refiere Jesús? Se refiere a un cadáver espiritual, a un hombre privado de la gracia de Dios, el Anticristo, poseído por Satanás y al servicio suyo y los buitres, serán los hombres malvados como él, que estarán a su lado así como los buitres están alrededor de un cadáver. Ésa será la señal de que la Segunda Venida del Hijo del hombre está próxima.

“Donde esté el cadáver, allí se juntarán los buitres”, dice la Escritura; nosotros podemos parafrasearla y decir: Donde esté el Cuerpo Sacrosanto de Jesús resucitado, allí se reúnen las águilas”. Nosotros estamos llamados a postrarnos ante Cristo Eucaristía, que es Sol de justicia; no estamos llamados a ser buitres, sino águilas, que se eleven hacia ese Sol de justicia que es Jesús Eucaristía. Postrémonos en adoración ante su Presencia Eucarística y esperemos así su Segunda Venida en la gloria.

 

 

viernes, 23 de octubre de 2020

“Hipócritas, sabéis interpretar el clima pero no el tiempo espiritual”

 


“Hipócritas, sabéis interpretar el clima pero no el tiempo espiritual” (Lc 12, 54-59). Jesús utiliza un calificativo muy duro, dirigido hacia la gente que lo está escuchando; en efecto, les dice: “Hipócritas”. Según la definición del diccionario, el hipócrita es aquel que “finge una cualidad, sentimiento, virtud u opinión que no tiene”[1]. Es decir, el hipócrita es alguien esencialmente falaz, mentiroso, falso. ¿Por qué Jesús acusa a la gente que lo escucha de “hipócrita”? La pregunta nos concierne, porque también la debemos entender como una calificación dirigida a nosotros, los cristianos, que escuchamos la Palabra de Dios. Jesús mismo da la razón de porqué les dice “hipócritas”: porque saben discernir el tiempo climatológico –saben que si hay nubes es porque viene lluvia y que si sopla aire caliente subirá la temperatura-, pero no saben, o no quieren saber, o más bien, fingen no saber, discernir, el “tiempo presente”, es decir, el “tiempo espiritual”. Entonces, son hipócritas quienes utilizan su inteligencia para saber si va a llover o si va hacer calor, pero no utilizan su inteligencia para conocer los designios de Dios.

“Hipócritas, sabéis interpretar el clima pero no el tiempo espiritual”. Según las palabras de Jesús, entonces, si sabemos discernir el clima, sabemos por lo tanto discernir “el tiempo presente”, es decir, el “tiempo espiritual”. ¿Cuál es la característica del “tiempo presente”, visto desde el punto de vista espiritual y cristiano? No hace falta ser un experto en teología o en estudios bíblicos para darnos cuenta que, espiritualmente hablando, vivimos tiempos de calamidad, de verdadero desastre espiritual y esto es así porque proliferan, por todas partes, en todo el mundo, ideologías anti-cristianas que arrastran a las almas por caminos que no son los del Camino de la Cruz. Por ejemplo, hoy triunfa en el mundo la ideología atea y materialista del comunismo marxista, la cual tiene prisioneras de su ateísmo a naciones enteras; hoy proliferan por todo el mundo y sobre entre los católicos, las creencias de la secta luciferina de la Nueva Era –yoga, reiki, ocultismo, wicca o brujería moderna, brujería convencional, esoterismo-; hoy prolifera en todos lados la cultura de la muerte, que busca asesinar al hombre desde que nace –por medio del aborto- hasta que muere –por medio de la eutanasia-; hoy proliferan ideologías que no tienen en cuenta no sólo la Ley Divina, como los Diez Mandamientos, sino ni siquiera la ley natural, como la Biología, y es lo que sucede con la ideología de género. Y así podríamos continuar, casi hasta el infinito. Entonces, si sabemos discernir el tiempo climatológico, sepamos discernir también los tiempos espirituales y estos tiempos espirituales que nos toca vivir son de un gran alejamiento, de parte de la humanidad en su casi totalidad, de Dios Trino y su Ley y del Hijo de Dios encarnado, Jesucristo.

Ofrezcamos, en reparación, por tanto amor negado a Dios por parte del hombre de nuestros días, el Santo Sacrificio del altar, en donde se ofrece, por Amor, la Víctima Inmaculada por excelencia, Jesús Eucaristía.

 



[1] De hecho, uno de los sinónimos de “hipócrita” es el de “engañoso” o “falso”. Cfr. https://dle.rae.es/hip%C3%B3crita

viernes, 19 de junio de 2020

“Un hombre prudente edificó sobre roca; un hombre necio sobre arena”




“Un hombre prudente edificó sobre roca; un hombre necio sobre arena” (Mt 7, 21-29). Con la parábola de los hombres que edifican sus respectivas casas sobre roca y sobre arena, Jesús quiere hacernos ver cuán distintas son las consecuencias espirituales de elegir la Cruz o de rechazarla. En efecto, el hombre prudente que edifica su casa sobre roca, es el hombre que basa su espiritualidad en Cristo Dios y en su Cruz; es el hombre para quien Cristo es Dios, está Presente en la Eucaristía de forma real, verdadera y substancial y sus Mandamientos son su alimento espiritual cotidiano. El que edifica sobre roca es el que edifica su edificio espiritual sobre la Roca que es Cristo y toda su espiritualidad está basada en la espiritualidad de la Iglesia Católica, que es la espiritualidad de los Padres del Desierto, los Padres de la Iglesia y los miles de santos, doctores, vírgenes, mártires, que la Iglesia ha donado al mundo a lo largo de los siglos.
Por el contrario, el hombre necio que edifica sobre arena es el que se construye una espiritualidad a su manera; es el que dice: “espiritualidad sí, religión no”; es el que dice: “Cristo sí, Eucaristía no”; es el que dice “todas las religiones conducen a Dios, menos la religión católica”; es el hombre que, en vez de rezar el Rosario y utilizar los Sacramentos y sacramentales de la Iglesia Católica, consulta a magos, hechiceros y brujos. En definitiva, es el hombre que practica la espiritualidad falsa de la Nueva Era, una espiritualidad que, al no estar basada en Cristo Dios y sus Mandamientos, cede ante los primeros embates de las penas y tribulaciones de la vida, dejándolo en desolación y confusión espiritual.
“Un hombre prudente edificó sobre roca; un hombre necio sobre arena”. No seamos como el hombre necio de la parábola; edifiquemos nuestro edificio espiritual sobre la Roca sólida, que es Cristo Dios en la Eucaristía.

miércoles, 6 de mayo de 2020

“Yo soy el camino y la verdad y la vida”




“Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 1-6). En nuestros tiempos, caracterizados por un lado por un fuerte ateísmo y materialismo, que niega la realidad del espíritu y, por otro, por una espiritualidad gnóstica que niega la necesidad de la Iglesia y sus sacramentos, como es la espiritualidad de la Nueva Era, el camino hacia el Dios Uno y Único, Verdadero, está doblemente bloqueado. Por un lado, lo bloquea la mentalidad racionalista y atea, que termina glorificando al materialismo; por otro lado, lo bloque una espiritualidad gnóstica, centrada ya sea en el propio yo -que termina en el auto-endiosamiento- o en un universo en el que todo y todos son dios, un dios que no es persona, sino una “energía cósmica” que todo lo abarca. Por uno u otro camino, el acceso al Dios verdadero, como decimos, está bloqueado, porque ambos caminos son falsos, porque son en realidad callejones sin salida.
Quien desee encontrar verdaderamente a Dios, no debe emprender por lo tanto ninguno de estos falsos caminos; quien desee encontrar al Dios Verdadero y Único, que es el Dios de la Iglesia Católica, debe elevar la mirada del alma y centrarla en el Hombre-Dios Jesucristo, quien pende de una Cruz, además de estar en Persona en el Sacramento de la Eucaristía. Y quien se una a Cristo, sea en la Cruz o en la Eucaristía, recibirá en lo más profundo del ser la iluminación que concede Cristo, porque Él es en Sí mismo luz divina –“Yo Soy la luz del mundo”- y esa luz le proporcionará el conocimiento verdadero de Dios, como Uno en naturaleza y Trino en Personas. Por último, quien centre su mirada en Cristo, sea en la Cruz o en la Eucaristía, recibirá la vida, pero no esta vida terrena que vivimos y experimentamos desde que nacemos, sino la Vida divina, la Vida misma de Dios Trino, que es la Vida Increada, por eso es que Jesús dice: “Yo Soy la Vida”.
“Yo soy el camino y la verdad y la vida”. Para nuestro mundo desorientado, que o bien se topa de frente con el materialismo ateo, o bien se pierde en la nebulosa gnóstica de la falsa espiritualidad de la Nueva Era, las palabras de Jesús, Yo Soy el camino, la verdad y la vida, constituyen la única luz en medio de las densas tinieblas, que conduce a Dios. Jesús, en la Cruz y en la Eucaristía, es el Camino que conduce al seno del Padre Eterno; es la Verdad Absoluta y definitiva acerca de Dios Uno y Trino, y es la Vida divina, la Vida Increada, que hace partícipe al alma de la vida misma de la Trinidad.

lunes, 20 de abril de 2020

“El que cree en el Hijo tiene vida eterna”




“El que cree en el Hijo tiene vida eterna” (Jn 3, 16-21). Jesús afirma que quien cree en Él, no sólo “no perecerá”, sino que “tendrá vida eterna”. En esta afirmación debemos considerar varios aspectos. Primero, Jesús dice que quien cree en Él tiene vida eterna; ahora bien, ¿en qué Jesús creer? Porque a lo largo de la historia, incluso desde los inicios del cristianismo, ha habido diversas teorías -heréticas- acerca de quién es Jesús: desde el hereje Lutero, que afirmaba que Jesús era sólo un hombre, pasando por Arrio, que afirmaba que Jesús era un hombre perfecto, pero sólo hombre, hasta las teorías bizarras de la Nueva Era, según la cual Jesús es un jefe extra-terrestre que habita en lejanos planetas. El Jesús en el cual hay que creer, para tener vida eterna, es el Jesús del Magisterio y de la Tradición de la Iglesia: según la Iglesia Católica, que ostenta la Verdad Absoluta acerca de Jesús, Jesús es Dios Hijo en Persona, es decir, es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnada, por obra del Espíritu Santo, en una naturaleza humana. En otras palabras, el Jesús en el que debemos creer es el Jesús de la Iglesia Católica: Dios Hijo encarnado, que es la Vida Eterna en sí misma y que por eso puede comunicar de esa vida eterna; si fuera sólo un hombre, de ninguna manera podría comunicar la vida eterna.
Otro aspecto que debemos considerar es acerca de lo que obtendrá aquel que crea en el Jesús Dios: la vida eterna. ¿Qué es la vida eterna? Por lo pronto, no es la vida terrena con la cual vivimos en el tiempo y en la historia; es la vida propia de Dios, porque “Dios es su misma eternidad”, como dice Santo Tomás; es una vida absolutamente perfecta, de la cual no tenemos idea de cómo es, porque no tenemos experiencia de vida eterna, aunque la recibimos incoada en la Eucaristía; es una vida de gloria, que se desplegará con toda su plenitud no en esta vida terrena, sino en el Reino de los cielos, una vez que hayamos muerto y, por la gracia de Dios, nos hayamos salvado.
“El que cree en el Hijo tiene vida eterna”. La frase de Jesús no sólo es verdadera, sino que no debemos esperar a morir para conseguir lo que Jesús promete en quien cree en Él: cada vez que comulgamos, recibimos al Hijo de Dios encarnado que nos comunica, desde la Eucaristía, la vida eterna, la vida misma de Dios Uno y Trino.

domingo, 7 de diciembre de 2014

"Yo los bautizo con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo"


(Domingo II - TA - Ciclo B - 2014 - 2015)
          "Yo los bautizo con agua, pero Él los bautizará con el Espíritu Santo" (Mc 1, 1-8). La figura y las acciones de Juan el Bautista señalan el cambio de época que se inicia para la humanidad toda con la Llegada de Jesús, el Mesías: con su austeridad, viviendo en el desierto y alimentándose de langostas y miel silvestre, con su llamado a la conversión, exhortando a "allanar los senderos y preparar los caminos" y con el bautismo con agua, con la simbología implícita del lavado que arrastra lo que está sucio, en este caso, el pecado que ensucia el alma, el Bautista está indicando que la humanidad debe prepararse para recibir a su Redentor, que viene de lo alto, y que provocará un cambio de época, un cambio de era, dando inicio a una Nueva Era para la humanidad, porque "las cosas viejas" habrán pasado, porque el Mesías que viene, es el Hombre-Dios, que no bautiza con agua, sino con el Espíritu Santo, porque Él, en cuanto Hombre y en cuanto Dios, espira el Espíritu Santo junto al Padre, y es el Espíritu Santo el que renueva todas las cosas, empezando por el hombre: el Espíritu Santo, espirado por el Hombre-Dios y el Padre, disuelve el pecado que anida en la raíz metafísica del hombre y contamina todo su ser, su alma y su cuerpo, y así lo libera del pecado, pero no solo lo libera del pecado, sino que le infunde de su santidad, concediéndole la gracia divina, que lo hace partícipe de la vida trinitaria de Dios Uno y Trino. Y si bien son el Padre y el Hijo quienes infunden el Espíritu Santo, este es vehiculizado por la Sangre del Cordero de Dios, y para que esta Sangre sea derramada sobre los corazones de los hombres, es necesario que el Cordero de Dios sea sacrificado en el Ara Santa de la Cruz, y para que la Sangre llegue a todos los hombres de todos los tiempos, es necesario que el Santo Sacrificio de la Cruz, el mismo que está con su virtud en los cielos y que se realizó en el Calvario, llegue con su poder salvífico y con su efecto redentor a los hombres de todos los siglos, y esa es la razón por la cual se celebra la Santa Misa, renovación incruenta y sacramental del mismo y único Santo Sacrificio de la Cruz. Solo así, por medio del Santo Sacrificio del Altar, los hombres recibirán la lluvia benéfica de la Sangre del Cordero "como degollado", que sacrificado en la cruz, se inmola y derrama su Sangre en la cruz y la vierte en el cáliz cada vez en la Santa Misa, por la efusión de Sangre de su Sagrado Corazón traspasado, para infundir con esa Sangre su Espíritu Santo, sobre los hombres que deseen recibirlo con fe y con amor en la Comunión Eucarística.

          Es para esta efusión del Espíritu, contenida en la Sangre del Cordero de Dios, efundida y derramada a través del Costado traspasado del Cordero en la cruz y recogida en el cáliz del altar eucarístico, para ser derramada sobre las almas de los hombres, es que el Bautista llama a la conversión del corazón, a la penitencia y a "allanar los senderos y preparar los caminos", para que el Cordero pueda derramar su Espíritu Santo sobre sus corazones y colmarlos de sí mismo, el Amor de Dios. 

lunes, 24 de noviembre de 2014

“¿Cuál será la señal?” “Muchos dirán: ‘Soy Yo’, y oirán hablar de guerras y revoluciones, pero no será tan pronto el fin”


“¿Cuál será la señal?” “Muchos dirán: ‘Soy Yo’, y oirán hablar de guerras y revoluciones, pero no será tan pronto el fin” (Lc 21, 5-9). Los discípulos preguntan a Jesús “cuál será la señal” de que su Segunda Venida en la gloria o Parusía se acerca. Jesús no da una señal directa, pero sí da una señal indirecta: cuando se presenten muchos falsos mesías, muchos falsos cristos, que digan: “Yo soy el cristo”; también, “el tiempo está cerca”; además, habrán en el mundo “guerras y revoluciones”, pero no será todavía “el fin”. Es decir, todas estas señales, no son “señales del fin”, sino señales que preanuncian el inicio del fin.

Es deber del cristiano leer los signos de los tiempos, porque así lo dice Jesús: “Saben si va a llover o no, pero no saben leer el signo de los tiempos”, y en nuestros tiempos abundan los falsos mesías de la Nueva Era y las guerras y revoluciones. Es por eso que debemos preguntarnos: ¿estamos en los tiempos que anuncian el inicio de las señales de la Segunda Venida de Jesús? La respuesta es que -con toda probabilidad- sí. Sin embargo, más allá de eso, es deber del cristiano vivir en gracia, para estar preparados para la llegada de Jesucristo a su vida personal y a su existencia, puesto que Jesucristo llegará a la vida de cada uno “como el amo que regresa de una boda, a medianoche, de improviso”, y entonces, el cristiano debe estar “vigilante”, como el siervo “atento, con las vestiduras ceñidas y con la lámpara encendida” (cfr. Lc 12, 35), es decir, en actitud de servicio, obrando la misericordia, y con el alma en gracia; el cristiano debe estar “vigilante”, porque Jesús vendrá “como un relámpago” (cfr. Mt 24, 27) que cruza la noche, de improviso; vendrá “como el ladrón” (cfr. Mt 24, 43-44), al cual el amo de casa no sabe cuándo ni por dónde habrá de entrar. 
Entonces, más importante que saber cuándo será la Segunda Venida -aun cuando estarían comenzando a darse las señales que la anuncian-, es más importante, para el cristiano, el estar en estado de gracia permanente. De esa manera, sea que Jesucristo llegue hoy, mañana, pasado, o en cincuenta años, el cristiano estará con sus vestiduras ceñidas, con su lámpara encendida y con su corazón ardiente de amor, listo para recibir a Nuestro Señor Jesucristo, que viene para juzgar al mundo, y en esa espera, en todo momento, repite, en el silencio de su corazón, con todo el amor con el que es capaz: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).

miércoles, 22 de octubre de 2014

“Saben si llueve o si hace calor, pero no saben discernir los signos de los tiempos”


“Saben si llueve o si hace calor, pero no saben discernir los signos de los tiempos” (cfr. Lc 12, 54-59). Jesús les reprocha que saben interpretar el tiempo meteorológico, porque saben cuándo va a llover y cuándo va a “hacer calor”, pero no “saben interpretar el tiempo presente”, es decir, “el signo de los tiempos”, y esto constituye una falta deliberada, porque los signos de los tiempos pueden ser leídos por quienes quieran leerlos, puesto que son inteligibles para todo hombre y mucho más para nosotros, que estamos en la Iglesia Católica y que por lo tanto, poseemos la asistencia del Espíritu Santo. Si Jesús lo dice, es porque tenemos esa capacidad y poseemos además esta asistencia del Espíritu, y si no sabemos cuáles son, es porque no la ponemos en práctica y porque no pedimos la asistencia del Espíritu para conocer los signos de los tiempos. Desde el momento en que sabemos cuándo va a llover y cuándo va a hacer calor, debemos saber entonces cuáles son los “signos de los tiempos”.
¿Cuáles son estos signos de los tiempos, que debemos leer y discernir con nuestra razón y con la ayuda del Espíritu Santo?
Son signos de los tiempos, por un lado, las manifestaciones de la oscuridad, y las principales, son las de la Nueva Era: en nuestros días, proliferan, como nunca antes en toda la historia de la humanidad, la brujería, el satanismo, el gnosticismo, el ocultismo, el esoterismo, la religión wicca -que es brujería moderna-, el tarot, el culto a los extraterrestres –que es culto a los demonios-, la superstición desenfrenada y a cara descubierta –el Gauchito Gil, San La Muerte, la Difunta Correa-, y toda clase de religiones paganas y neo-paganas que manifiestan, de modo inocultable, que las fuerzas del Infierno se han desencadenado sobre la tierra y que buscan seducir a un gran número de almas, para perderlas por medio de la superstición, de la ignorancia, del error y de la herejía. Pero ante el gnosticismo, la superstición y la falsedad intrínseca de la Nueva Era, está la Palabra de Dios, que nos dice: “Las puertas del Infierno no prevalecerán contra mi Iglesia” (Mt 16, 18).
Son signos de los tiempos, por otro lado, las manifestaciones de la luz y la principal de todas, las de la Iglesia Católica, a través de sus sacramentos, sobre todo, la Eucaristía y el Sacramento de la Confesión: ambos sacramentos nos hablan de la Presencia del Emmanuel, de “Dios entre nosotros”. Los sacramentos –principalmente, la Eucaristía y la Confesión sacramental-, no son “cosas”, sino “eventos de salvación”, que actualizan y hacen presentes al Hombre-Dios Jesucristo con su misterio pascual salvífico y redentor; los sacramentos son acciones de la Iglesia por medio de las cuales ingresa, en nuestro tiempo humano y terreno, la eternidad salvífica de Jesucristo, el Cordero de Dios, quien derrama por medio de ellos su Sangre sobre las almas, lavándolas del pecado y purificándolas con su gracia y concediéndoles la gracia santificante, injertando en ellas la semilla de la vida eterna, concediéndoles la vida nueva de los hijos de Dios, la vida de la gracia, y preparándolas para la vida eterna, la vida en el Reino de los cielos. La Iglesia Católica y sus sacramentos, en este sentido, es el Gran Signo de los tiempos, y su presencia activa, nos está hablando acerca de la caducidad de esta vida terrena y de la proximidad inminente de la vida eterna en el Reino de Dios, vida beata y feliz para la cual nos prepara con los sacramentos, y éste es el signo de los tiempos por excelencia.

“Saben si llueve o si hace calor, pero no saben discernir los signos de los tiempos”. El “signo de los tiempos” más preclaro es la Iglesia Católica con sus sacramentos, puesto que nos habla de la vida eterna que nos espera, y es para esa vida eterna para la cual nos debemos preparar, a cada instante, en cada segundo de vida de esta vida terrena que nos queda por vivir. Ésa es la lectura y el discernimiento que debemos hacer del “signo de los tiempos”: vivir cada segundo de la vida terrena que nos queda, en la gracia de Dios, por medio de los sacramentos de la Santa Iglesia Católica –principalmente, Eucaristía y Confesión sacramental-, preparándonos para la vida eterna en el Reino de los cielos.

sábado, 10 de mayo de 2014

“Yo Soy la Puerta de las ovejas”


(Domingo IV - TP - Ciclo A – 2014)
         “Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús utiliza una imagen, la del pastor con sus ovejas en un aprisco, en un refugio, para dar su enseñanza: una tapia o empalizada que protege a las ovejas cuando estas regresan de sus pastos para pasar la noche, la puerta abierta a los pastores, pero no a los ladrones que penetran en el aprisco por algún otro lugar, la escena de la mañana cuando el pastor viene de su casa para sacar a las ovejas para pastar, la llamada del pastor que reconocen sus propias ovejas, el hecho de conocerlas el pastor por su nombre, llamándolas a cada una por su nombre, la docilidad con que la grey le responde, al tiempo que está dispuesta a huir de un extraño[1].
         En esta imagen, cada elemento tiene un significado sobrenatural: el pastor, el buen pastor, que entra por la puerta y conoce a sus ovejas, es Cristo; las ovejas, son los bautizados; el corral o aprisco, donde las ovejas están seguras, es la Iglesia Católica; el exterior del corral y la noche, en donde merodean los lobos, representan los peligros para la salvación de las almas: las tentaciones del mundo y los ángeles caídos, los demonios; los ladrones, que no entran por la puerta, sino por otra parte, son los falsos mesías, los anticristos, los fundadores de sectas, o incluso sacerdotes católicos a los que les importa más de sí mismos que de las almas a ellos confiadas.
         La imagen central del aprisco o corral se aplica entonces a la Iglesia, único lugar seguro de salvación, porque así como las ovejas están seguras en el corral, protegidas por una puerta firme y por un buen pastor, resguardadas del peligro de la noche, en donde merodean los lobos y los asaltantes, así también las almas están seguras dentro de la Iglesia Católica, cuyo Buen Pastor es Cristo, quien es también su Puerta firme y segura.
Solo en la Iglesia Católica, fundada por el Hombre-Dios Jesucristo el Viernes Santo, encuentra el hombre la salvación, por eso es que el Catecismo de la Iglesia Católica[2] y el Concilio Vaticano II[3] enseñan que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. La Iglesia nació al ser traspasado el Sagrado Corazón de Jesús por la lanza del soldado romano, y al brotar de su Corazón la Sangre y el Agua, portadores de la gracia santificante que se transmite a través de los sacramentos; de estos sacramentos, el sacramento del bautismo es la puerta[4] por la cual los hombres entran en la Iglesia para recibir la salvación obtenida por Cristo en la cruz.
Con la imagen del corral y del aprisco en el que las ovejas entran y quedan seguras y al resguardo de los lobos y de los ladrones, Jesús nos quiere hacer ver que la Iglesia es necesaria para la salvación y que “no hay salvación fuera de la Iglesia”; quienes no pertenecen a la Iglesia, pueden salvarse, porque Dios, dice también el Concilio Vaticano II, puede llevar a la fe por caminos que sólo Él conoce, aunque esto no exime a la Iglesia de su tarea misionera: “Dios, por caminos conocidos sólo por Él, puede llevar a la fe, ‘sin la que es imposible agradarle’ (Hb 11, 6), a los hombres que ignoran el Evangelio sin culpa propia; corresponde, sin embargo, a la Iglesia la necesidad y, al mismo tiempo, el derecho sagrado de evangelizar’ (AG 7)”[5]. Distinto es el caso de aquellos que, sabiendo que Jesús fundó la Iglesia Católica y sabiendo que es necesaria para la salvación, no quieren entrar o no quieren perseverar en ella, es decir, los que no quieren recibir el bautismo, o los que, habiéndolo recibido, lo rechazan, apostatando de la fe, tal como existe hoy en la actualidad, un movimiento de apóstatas que llaman a borrar los nombres de los libros del Bautismo[6]. Dicen así el Concilio Vaticano II: “No podrían salvarse los que sabiendo que Dios fundó, por medio de Jesucristo, la Iglesia católica como necesaria para la salvación, sin embargo, no hubiesen querido entrar o perseverar en ella”[7].
La otra imagen que utiliza Jesús es la de la puerta, y es para aplicársela a sí mismo: “Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Una puerta abierta deja pasar, entrar, salir; permite circular libremente; una puerta cerrada, impide el paso, protege[8]. La puerta se identifica también, con la construcción a la que pertenece: ya sea con la ciudad -sobre todo en la antigüedad, las ciudades poseían puertas monumentales, fortificadas, que protegían de los enemigos o daban paso a los amigos- o, en el caso de la figura del aprisco o corral, se identifica con el corral: Jesús es la Puerta de las ovejas, es la puerta del corral: Él es, con su Corazón traspasado en la Cruz, la Puerta abierta al cielo; Él es la Puerta abierta por la que salen las ovejas al amanecer, para alimentarse con los pastos verdes y abundantes y beber el agua fresca y cristalina de la gracia santificante, los sacramentos de la Iglesia; Él es la Puerta cerrada que protege a las ovejas cuando ya ha oscurecido y todas las ovejas han entrado al redil, y no deja entrar al Lobo infernal, que quiere, con sus dientes y garras afiladas, despedazar las almas para siempre en los abismos del Infierno; Jesús es la Puerta cerrada, segura y firme, que protege a las ovejas de las acechanzas del Lobo infernal, y si alguna, por desventura, queda a merced del Lobo, es solo porque no ha querido, por voluntad propia, entrar y quedar segura, al resguardo del aprisco cerrado y protegido por la Puerta maciza que es Cristo Jesús. Jesús es la Puerta cerrada que protege a las ovejas también de los malos pastores, de los asaltantes, de los que quieren entrar en el aprisco por otro lado; son los falsos cristos, los falsos mesías de la Nueva Era, los anticristos, los que se disfrazan de pastores, pero solo para apuñalar a las ovejas, matarlas, y apoderarse de su lana y asar su carne.
“Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Solo Jesús en la Cruz y en la Eucaristía es la Puerta por la cual alcanzamos la eterna salvación; no existe ninguna otra puerta por la que podamos entrar en la vida eterna, porque solo Jesús crucificado y Jesús en la Eucaristía nos conduce, por medio del Espíritu Santo, al seno de Dios Padre. Cualquier otro cristo, es un cristo falso, un Anticristo.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentario al Nuevo Testamento, Tomo III, 732-733.
[2] Número 846.
[3] Lumen Gentium n. 14.
[4] Cfr. Catecismo, 846.
[5] Catecismo 848. Decreto Ad Gentes sobre la Actividad Misionera.
[6] El movimiento existe y se llama: “Apostasía Colectiva”; su página web es: apostasía.com.ar. Llama a los bautizados en la Iglesia Católica a “darse de baja de la Iglesia Católica”, entendiendo la apostasía como “un derecho” (sic), y el modo de hacerlo consistiría en remitir una carta modelo en la que se solicita a la parroquia que se borren los datos del bautismo de los libros parroquiales.
[7] Lumen Gentium n. 14. Esta afirmación no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia: ‘Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna’ (LG 16; cf DS 3866-3872). Catecismo, 847.
[8] Cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Editorial Herder, Barcelona 1993, 750-751.

sábado, 9 de noviembre de 2013

“Dios es un Dios de vivientes y no de muertos”



(Domingo XXXII - TO - Ciclo C – 2013)
         “Dios es un Dios de vivientes y no de muertos” (Lc 20, 27-38). Frente a los saduceos Jesús revela la doctrina de la resurrección, según la cual, los cuerpos habrán de resucitar, aunque unos para la gloria y otros para la condenación. Es conveniente tener en cuenta esta verdad de fe, tanto más cuanto que, en nuestros días y gracias a la difusión de errores de todo tipo –propagados sobre todo por la secta de la Nueva Era, New Age o Conspiración de Acuario-, se sostienen doctrinas pertenecientes a religiones orientales que nada tienen que ver con la fe católica relativa a lo que sucede luego de la muerte. Estas doctrinas erróneas, asumidas acrítica e irresponsablemente por amplios sectores del catolicismo incluyen, por ejemplo, la creencia en la reencarnación, o en la disolución del yo en la nada, o en el paso “automático” e inmediato, después de esta vida, a un estado de felicidad plena, sin importar si el alma está en estado de gracia o de pecado mortal en el momento de morir. La desviación en la verdadera fe en la resurrección de los cuerpos es lo que explica que se esté instalando una costumbre pagana entre muchos católicos, como la cremación del cuerpo y posterior dispersión de las cenizas, en vez de sepultarlo: la sepultura tiene el sentido de afirmar precisamente la fe en la resurrección del cuerpo, que será resucitado por el poder divino en el Último Día; cuando no se cree en la resurrección, no tiene sentido la sepultura, y por eso se decide por la costumbre pagana de la cremación.
         Es doctrina de la Iglesia Católica que, inmediatamente después de la muerte, el alma se presenta ante Dios quien, como Justo Juez, examina sus obras a la luz de la Cruz de Jesús y, de acuerdo a esto, dictamina el destino eterno del alma: o Cielo o Infierno. No existe otro destino posible: o la eterna salvación, o la eterna condenación, y en ambos casos, es la persona toda, es decir, el alma unida al cuerpo, quien se salva o se condena.
         Es en esto en lo que consiste la resurrección de los cuerpos: luego de esta vida, el alma se une a su cuerpo, del cual se había separado en el momento de la muerte, y si está en gracia, le comunica de esta gracia al cuerpo, el cual se ve transformado por efecto de la gloria divina –de ninguna manera por la existencia de “fuerzas” subyacentes a la naturaleza humana, que no existen-, adquiriendo las mismas propiedades del Cuerpo resucitado de Jesús, de cuya gloria es hecho partícipe por la Misericordia Divina: sutil –puede atravesar la materia-, luminoso –resplandece con la luz de la gloria comunicada por el alma, que es la gloria de Jesucristo, la cual le comunica, además de la luz, una hermosura imposible siquiera de describir-, impasible –ya no sufre más ni la enfermedad, ni el dolor ni la muerte, consecuencias del pecado original- y finalmente la agilidad –propiedad del cuerpo resucitado de obedecer prontamente al espíritu en forma instantánea, con suma facilidad y rapidez, en contraste con la pesadez de los cuerpos terrestres, sometidos a la gravedad de la tierra-. A todo esto se le suma, en el que ha resucitado para el cielo, la alegría y el amor que se siguen de la contemplación en éxtasis beatífico de la Santísima Trinidad, y es en esto en lo que consiste el “cielo”, en esta contemplación extasiada en el amor y la alegría de la Tres Divinas Personas.
         Es necesario tener presente que la felicidad eterna de la que gozan los cuerpos resucitados, no es “automática”, porque no hay un pasaje “inmediato” al cielo, sino la presentación del alma ante Dios Trino para recibir su Juicio Particular y luego su destino eterno. En nuestros días, se ha extendido la errónea idea de que el pasaje a la otra vida se da sin esta instancia de comparecer ante el Creador, que en ese momento será Justo Juez y no Dios Misericordioso, y por eso es necesario recordar que el destino eterno dependerá de nuestras obras: si son buenas y meritorias para el cielo, es decir, hechas en gracia, nos granjearán la entrada al Reino de los cielos; si son malas y no meritorias, nos granjearán la entrada al Reino de las tinieblas, el Infierno.
         Es conveniente entonces recordar lo que los Doctores de la Iglesia, como Santo Tomás de Aquino, nos dicen acerca de la realidad de la resurrección de los cuerpos, porque unos resucitarán para la vida eterna –serán los cuerpos transformados por la gloria divina-, mientras que otros resucitarán para la muerte eterna, y así como los cuerpos gloriosos deben su luz y su gloria a la gracia de Cristo que, proviniendo de Cristo, llena al alma de gloria y esta luego se derrama sobre el cuerpo, así también los cuerpos que resuciten para la eterna condenación, recibirán aquello de lo que está colmada el alma, el pecado, pecado que le comunicará al cuerpo toda la fealdad, la negrura yla maldad del pecado, y es esto lo que hará que los cuerpos de los condenados estén sujetos al eterno dolor y estén, más que envueltos en tinieblas, como “impregnados” por una tiniebla que, brotando de la misma alma, se le adhiere de modo irreversible.
         Esto quiere decir que si la realidad de la resurrección de los cuerpos en la gloria constituirá un motivo más de alegría eterna para los bienaventurados, no es menos cierto que la resurrección de los cuerpos para la condenación, esto es, para la privación de la gloria, será un motivo más de tortura para los condenados. Esta es doctrina de fe de la Iglesia y así expresa esta verdad Santo Tomás de Aquino (con relación a los cuerpos que resuciten para la eterna condenación): “Así como en los santos la bienaventuranza del alma se comunica en cierto modo a los cuerpos, según se dijo antes, así también los sufrimientos del alma serán extensivos a los cuerpos de los condenados, teniendo, sin embargo, presente que, así como las penas no excluyen del alma el bien de la naturaleza, tampoco le excluyen del cuerpo. Los cuerpos de los condenados permanecerán, pues, en la integridad de su naturaleza, pero no poseerán las cualidades pertenecientes a la gloria de los bienaventurados; no serán ni sutiles ni impasibles; estarán, por el contrario, adheridos de una manera más estrecha a su materialidad y pasibilidad; no tendrán agilidad, porque apenas serán susceptibles de ser movidos por el alma; no tendrán claridad, sino oscuridad, a fin de que la oscuridad del alma se refleje en los cuerpos, según estas palabras de Isaías: ‘Semblantes quemados los rostros de ellos’”[1].
“Dios es un Dios de vivientes y no de muertos”. Jesús resucitó con su propio poder divino para comunicarnos su gracia en esta vida y su gloria divina en la otra, venciendo a la muerte el Domingo de Resurrección. No hagamos vano su deseo de llevarnos al cielo y para eso, vivamos en gracia, obremos el bien y conservemos la fe hasta el final, y así resucitaremos en el Día Final, Día en el que con nuestra alma y nuestro cuerpo glorificados, adoraremos al Cordero por los siglos infinitos.



[1] Compendio de Teología, Capítulo CLXXVI. Hablando de los cuerpos de los condenados, continúa Santo Tomás de Aquino (transcribimos literalmente a Santo Tomás, dada la importancia del tema): “El castigo eterno producirá en los cuerpos cuatro taras contrarias a las dotes de los cuerpos gloriosos. Serán oscuros: Sus rostros, caras chamuscadas. Pasibles, si bien nunca llegarán a descomponerse, puesto que constantemente arderán en el fuego pero jamás se consumirán: Su gusano no morirá, y su fuego no se extinguirá. Pesados y torpes, porque el alma estará allí como encadenada: Para aprisionar con grillos a sus reyes. Finalmente, serán en cierto modo carnales, tanto en alma como el cuerpo: Se corrompieron los asnos en su propio estiércol. La pena del llanto. Debe decirse que en el llanto corporal se hallan dos cosas. Una es la resolución de las lágrimas. Y en cuanto a esto el llanto corporal no puede existir en los condenados. Porque después del día del juicio, descansando el movimiento del primer móvil, no habrá ninguna generación, o corrupción, o alteración del cuerpo. Y en la resolución de las lágrimas es preciso que haya generación de aquel humor que destila por medio de las lágrimas. Por lo cual en cuanto a esto no podrá haber llanto corporal en los condenados. Lo otro que se halla en el llanto corporal es cierta conmoción y perturbación de la cabeza y de los ojos. Y en cuanto a esto podrá haber en los condenados, llanto después de la resurrección. Porque los cuerpos de los condenados no sólo serán afligidos en lo exterior, sino por lo interior, según que el cuerpo se cambia para el padecimiento del alma en bien, o en mal, Y en cuanto a esto el llanto de la carne indica la resurrección, y corresponde a la delectación de la culpa, que hubo tanto en el alma como en el cuerpo. La pena del fuego. Del fuego con que serán atormentados los cuerpos de los condenados después de la resurrección es preciso decir que es corpóreo porque al cuerpo no puede adaptarse convenientemente la pena, sino es corpórea. Por lo cual San Gregorio, prueba que el fuego del infierno es corpóreo por lo mismo que los réprobos después de la resurrección serán arrojados en él. También San Agustín, manifiestamente confiesa que aquel fuego con que serán atormentados los cuerpos es corpóreo Y de esto versa la cuestión presente. Pero de qué manera las almas de los condenados son atormentadas por este fuego corpóreo, ya se ha dicho en otra parte. La pena que causará el conocimiento. Debe decirse que así como por la perfecta bienaventuranza de los santos no habrá en ellos nada que no sea materia de gozo, así también en los condenados no habrá nada que no sea en ellos materia y causa de tristeza; ni faltará nada de cuanto pueda pertenecer a la tristeza para que su desdicha sea consumada. Mas la consideración de algunas cosas conocidas bajo algún concepto induce al gozo o por parte de las cosas cognoscibles, en cuanto se aman, o por parte del mismo conocimiento, en cuanto es conveniente y perfecto. Puede también haber razón de tristeza ya de parte de las cosas cognoscibles, que son aptas para contristar; ya de parte del mismo conocimiento, según que se considera su imperfección; como cuando uno considera que le falta el conocimiento de alguna cosa cuyo perfecto conocimiento apetecería. Así pues en los condenados habrá actual consideración de aquellas cosas que antes supieron, coma materia de tristeza, y no como causa de delectación. Pues considerarán las cosas malas que hicieron por las que han sido condenados, y los bienes deleitables que perdieron, y por ambas cosas se atormentarán. Del mismo modo también serán atormentados porque considerarán que el conocimiento que tuvieron de las cosas especulativas era imperfecto, y que perdieron su perfección suma, que podían haber adquirido. Pena de daño. Esa pena será inmensa en primer lugar por la separación de Dios y de los buenos todos. En esto consiste la pena de daño, en la separación, y es mayor que la pena de sentido. Arrojad al siervo inútil a las tinieblas exteriores. En la vida actual los malos tienen tinieblas por dentro, las del pecado, pero en la futura las tendrán también por fuera. Será inmensa, en segundo lugar, por los remordimientos de su conciencia. Sin embargo, tal arrepentimiento y lamentaciones serán inútiles, pues provendrán no del odio de la maldad, sino del dolor del castigo. En tercer lugar, por la enormidad de la pena sensible, la del fuego del infierno, que atormentará alma y cuerpo. Es este tormento del fuego el más atroz, al decir de los santos. Se encontrarán como quien se está muriendo siempre y nunca muere ni ha de morir; por eso se le llama a esta situación muerte eterna, porque, como el moribundo se halla en el filo de la agonía, así estarán los condenados. En cuarto lugar, por no tener esperanza alguna de salvación. Si se les diera alguna esperanza de verse libres de sus tormentos, su pena se mitigaría; pero perdida aquélla por completo, su estado se torna insoportable. En el infierno se sufrirá de muchas maneras. Debe decirse que, según San Basilio, en la última purificación del mundo se hará separación en los elementos, de modo que cuanto es puro y noble permanecerá arriba, para gloria de los bienaventurados; pero cuanto es innoble y manchado será arrojado al infierno para pena de los condenados; de suerte que, así como toda creatura será para los bienaventurados materia de gozo, así también para los condenados será aumentado el tormento por todas las creaturas, conforme a aquello , peleará con él el orbe de las tierras contra los insensatos. También compete a la divina justicia que así como los que apartándose de uno por el pecado constituyeron su fin en las cosas materiales, que son muchas y varias, así también sean afligidos de muchas maneras por muchos. La pena que causará el gusano. Debe decirse que después del día del juicio en el mundo renovado no quedará animal alguno, o cuerpo alguno mixto, sino sólo el cuerpo del hombre, porque no tiene orden alguno respecto a la incorrupción, ni después de aquel tiempo se ha de verificar generación y corrupción. Por lo cual el gusano que se supone en los condenados, no debe entenderse que es corporal, sino espiritual, el cual es el remordimiento de la conciencia, que se llama gusano en cuanto nace de la podredumbre del pecado, y aflige al alma como el gusano corporal nacido podredumbre aflige punzando”.

domingo, 14 de julio de 2013

"No he venido a traer la paz, sino la espada"

          

       "No he venido a traer la paz, sino la espada" (Mt 10, 34-11,1). Para quien interprete, erróneamente, que el cristianismo es un movimiento pacifista, estas palabras suenan contradictorias e incompatibles con el pacifismo, y en realidad es así, puesto que el cristianismo es un movimiento pacífico, pero no "pacifista". Para entender la razón de la frase de Jesús, y para entender cuál es la paz que no viene a traer Jesús, y cuál es la espada que sí viene a traer, es necesario remontarse al inicio de la Creación, y más específicamente, al momento de la creación de los ángeles y la posterior rebelión de muchos de ellos contra Dios, y también a la creación del hombre y su posterior caída debido al pecado original. La rebelión de ambas creaturas tuvo como consecuencia la co-habitación del hombre y del demonio en la tierra -el hombre porque perdió el Paraíso; el demonio, porque fue precipitado a la tierra, en donde es dejado por un tiempo, hasta su encierro definitivo en el infierno- y la subyugación del hombre por parte del demonio, debido a la superioridad de su naturaleza angélica. De esta manera el demonio, habiendo declarado la guerra en los cielos contra Dios, la continúa aquí en la tierra, por medio de los hombres que se unen a él; toda la historia humana, hasta el fin de los tiempos, será una continua guerra que el demonio y el hombre librarán contra Dios. El hombre y el demonio, a causa del pecado, son enemigos de Dios y le hacen continuamente la guerra, uniéndose ambos en el mal y construyendo un orden de cosas y una civilización humana completamente opuestas al designio divino. La expresión máxima de este orden contrario al querer divino es la Nueva Era o Conspiración de Acuario, cuyo objetivo declarado es la iniciación luciferina de la humanidad y la consagración de toda la humanidad a Satanás. Si esto llegara a suceder, el demonio habría tenido éxito en su guerra contra Dios, instaurando en la tierra y, lo más grave, en el corazón del hombre, el Reino de las tinieblas, reino de terror, de odio, de división, de muerte y de dolor.
          Es en este contexto entonces en el que se entienden las palabras de Cristo, de que "no ha venido a traer la paz, sino la espada"; en este contexto se entiende que Cristo no sea un pacifista y que tampoco lo sea su Iglesia, puesto que Cristo ha venido a "deshacer las obras del demonio" (1 Jn 5, 20), ha venido a destruir al Reino de las tinieblas, ha venido a liberar al hombre de las garras del ángel caído, y ha venido a instaurar su Reino, el Reino de Dios, reino de amor, de paz, de alegría, de felicidad inimaginable para el hombre, y este Reino, que está "cerca" (cfr. Mt 3, 1-12) del hombre, se encuentra "dentro" (cfr. Lc 17, 21) de él cuando el hombre recibe la gracia santificante, la cual le abre el corazón al ingreso del Hombre-Dios por medio de la fe, el Amor y la comunión eucarística.

          "No he venido a traer la paz, sino la espada". Cristo combate con la espada, esto es, la Palabra de Dios, a sus enemigos, los enemigos de Dios y de los hombres, los demonios y los hombres perversos aliados a ellos. Si los enemigos de Cristo y de la Iglesia no son sus enemigos, es señal de que ese cristiano se ha aliado con el demonio y le ha declarado la guerra a Dios.