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viernes, 27 de septiembre de 2024

“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible”

 


(Domingo XXVI - TO - Ciclo B - 2024)

“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible” (Mc 9, 38-43.45.47-48). Para esta enseñanza, Nuestro Señor Jesucristo hace uso de una imagen que, si es leída de forma material y literal, suena, de buenas a primera, de forma impactante: Jesús nombra partes específicas del cuerpo -el ojo, la mano, el pie- y afirma que, si estas son ocasión de caída en el pecado, debemos “extirparlos”, “cortarlos”, es decir, extraerlos físicamente, separarlos físicamente, del resto del cuerpo. Ahora bien, es una obviedad aclarar que Nuestro Señor no está hablando literalmente, si no, metafóricamente; es decir, solo está utilizando una imagen, bastante fuerte, pero que de ninguna manera es de aplicación literal; Jesús de ninguna manera nos está diciendo que debemos hacer eso literalmente. Una vez aclarado esto, debemos preguntarnos por el sentido espiritual, sobrenatural, de la imagen física utilizada por Jesús, porque como enseña Santo Tomás, las realidades sensibles nos sirven para elevarnos a las realidades invisibles y en este caso, la intención de Jesús es que, a través del uso de una imagen sensible, lleguemos a la comprensión de una enseñanza espiritual, de una realidad espiritual que, por sí misma, es invisible. Cuando nos preguntamos la razón por la cual Jesús utiliza una imagen tan fuerte, la respuesta es que lo hace para que tomemos conciencia acerca de la gravedad espiritual del pecado, porque el pecado -que es ruptura de la relación personal con Dios, Trinidad de Personas-, al ser insensible, hace creer a quien lo comete, que no tiene consecuencias espirituales y precisamente, para que nos demos cuenta de las consecuencias espirituales que el pecado ejerce realmente en el alma, es que Jesús utiliza esta imagen física. El uso de esta imagen es para graficar la realidad del pecado en el alma: si bien el alma no puede ser troceada en partes, como sí lo puede ser el cuerpo, debido al pecado, que corta la relación vital con Dios, el alma sufre un daño análogo al que sufre el cuerpo al ser amputada una de sus partes o uno de sus miembros. Por el pecado, el alma pierde la participación en la vida divina que le otorgaba la gracia, siendo esta pérdida de vitalidad de menor o de mayor importancia, si el pecado es venial o mortal: si es venial, es como si el cuerpo perdiera solo un miembro; si es mortal, es como si el cuerpo perdiera la vida. La situación en la cual el alma pierde totalmente la vida de la gracia se llama “pecado mortal” y significa que el alma está en estado de condenación eterna y esto es lo que explica que Jesús utilice una imagen tan fuerte, como la de extirpar un ojo, una mano o un pie, si estos son ocasión de pecado, porque si hay algo que conduzca al alma a la pérdida de la gracia, es preferible que el alma se aparte de esa tal situación, de una forma tan tajante y decisiva, equivalente a como si alguien se amputara una mano o un pie o se extirpara un ojo, porque como Él mismo dice, es mejor salvar el alma con el cuerpo tullido, antes que condenarse con el cuerpo entero.

Pero aún así, no debemos creer que las palabras de Jesús son una exageración: son tan reales y ciertas, que la Iglesia las toma y las aplica en la fórmula de arrepentimiento que el penitente pronuncia antes de recibir la absolución. En efecto, el penitente dice: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”, lo cual significa que el alma reconoce que, mucho más que amputarse un miembro de su cuerpo, desearía haber recibido la muerte corpórea, terrena, antes de haber cometido un pecado mortal o venial deliberado. Es decir, la Iglesia, con la sabiduría divina que le proporciona el Espíritu Santo, comprende el sentido eminentemente espiritual de las palabras de Jesús y las aplica para el Sacramento de la Penitencia.

“Si tu mano es ocasión de pecado, córtala (…) si tu pie es ocasión de pecado, córtalo (…) si tu ojo es ocasión de pecado, arráncalo”. Con estas imágenes tan fuertes, Jesús nos hace ver la absoluta necesidad de la gracia para la vida espiritual, a lo cual hay que agregar la mortificación de los sentidos y de la imaginación, la penitencia, el sacrificio, la oración y el ayuno. Esto no quiere decir que se deba únicamente luchar contra los pensamientos o imágenes negativos o pecaminosos, sino que, ayudados por la gracia, debemos utilizar la mente y la voluntad para centrar nuestros pensamientos, nuestra imaginación, nuestros recuerdos, nuestro corazón, en la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Solo de esta manera entraremos con el alma y el cuerpo restaurados por la gloria divina al Reino de los cielos.


jueves, 18 de octubre de 2012

“Teman al que tiene poder de arrojar en la Gehena”



“Teman al que tiene poder de arrojar en la Gehena” (Lc 12, 1-7). Jesús aconseja a sus discípulos el temor de Dios quien, a diferencia de los hombres, quienes luego de quitar la vida no pueden hacer nada más, tiene poder para arrojar al alma al infierno. Muchos, interpretando superficial o tendenciosamente este consejo, acusarán a Jesús –y luego, a la Iglesia-, de presentar la imagen de un Dios vengativo, cruel, despiadado para con su creatura, el hombre, el cual, para sobrevivir en su presencia, debe temerle, con el temor de un siervo ante su amo iracundo.
         Sin embargo, el temor que aconseja Jesús no es el temor servil, y nada tiene que ver con el temor del esclavo que más que temor tiene miedo o terror a su patrón; el temor que aconseja Jesús es el que enseña la Sagrada Escritura: “Principio de la sabiduría es el temor del Señor” (Prov 1, 7). Es el temor filial, que nace de un corazón contrito, dolido por la malicia de sus actos; es el temor, que más que temor es amor de compunción, que nace en aquel que dimensiona, por un lado, el inmenso Amor trinitario, donado en Cristo Jesús, Dios Hijo encarnado, y por otro, se da cuenta de la malicia que encierra el pecado, que lleva a golpear, insultar, humillar, flagelar, y por último dar muerte de Cruz, al Hijo de Dios.
         El temor que recomienda Jesús es el que nace no ante la amenaza del puño de hierro divino, que se descarga sobre el hombre inerme, sino que es el que nace al pie de la cruz, cuando el hombre, arrodillado ante el Hombre-Dios crucificado, recibe la iluminación divina que le permite abismarse en la inmensidad del Amor del Padre que ha donado a su Hijo, al tiempo que le hace abismarse en la hondura sin fin de la malicia del corazón humano, que ante el don del Padre, sólo atina a abofetearlo, humillarlo y darle muerte de cruz.
         El temor que aconseja Jesús es el temor del hijo que, comprobando el amor del padre o de la madre, prefiere una y mil veces morir antes que ofender su bondad. Quien posee esta clase de temor, posee ya la sabiduría que lo conducirá a la salvación eterna: “Principio de la sabiduría es el temor del Señor”.
       Pero también es el temo a Aquel que, cuando se cansa de la malicia del corazón humano, cuando en el colmo del hartazgo de la maldad humana que rechaza una y otra vez los auxilios celestiales que lo llaman a la conversión, lo abandona a su propia voluntad, dejándolo que haga lo que quiera -el mal-, arrojándolo al lugar donde podrá, por la eternidad, dar rienda suelta a su voluntad, obrando el mal para siempre, y ese lugar es la Gehena o Infierno.