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martes, 23 de abril de 2024

“Yo Soy la Luz”

 


“Yo Soy la Luz” (Jn 12, 44-50). Jesús se llama a Sí mismo “luz” y en realidad lo es, porque al ser Dios, es la Luz Increada y Eterna en Sí misma, porque la naturaleza divina es luminosa. Jesús es el Cordero de Dios y el Cordero de Dios es, según el Apocalipsis, “la Lámpara de la Jerusalén celestial”, es la Luz del Reino de los cielos, por esa razón el mismo Apocalipsis dice que quienes estén en el Cielo no necesitarán “ni luz de lámpara ni luz de sol”, porque los alumbrará el Cordero, Cristo Jesús.

Con respecto a la afirmación de Jesús de que es Él “la luz del mundo”, debemos preguntarnos qué clase de luz es y qué significado tiene desde el punto de vista sobrenatural. Ante todo, la luz que es Jesús es de naturaleza divina; no es una luz creada, sino celestial, sobrenatural, increada. En relación a su significado, en la Biblia, la luz es sinónimo de gloria divina y esto porque el Acto de Ser divino trinitario es en Sí mismo luminoso; el Ser divino de la Trinidad es Luz Eterna, Increada, porque es gloria divina. En Dios, su gloria es luz y por esta razón la luz es sinónimo de gloria divina. Cuando Jesús se transfigura, al poco tiempo de nacer, en la Epifanía y luego en el Monte Tabor, en la Transfiguración, lo que hace es dejar ver, visiblemente, sensiblemente, por un instante, el resplandor de la gloria divina; hace ver que es Dios en cuanto Él, poseyendo la gloria divina, es al mismo tiempo la Luz Eterna, divina, gloriosa, que emana del Ser divino trinitario, como uno de sus atributos fundamentales.

Otro aspecto a tener en cuenta es que la luz que es Jesús, además de ser de naturaleza divina -por esto la luz artificial que conocemos es solo imagen de la Luz Eterna que es Dios-, es una luz viva, es una luz que tiene vida, pero no una vida cualquiera, sino la Vida misma de la Trinidad, que comunica de su Vida divina a quien alumbra. Esto explica la frase de Jesús: “El que cree en Mí no permanece en tinieblas”, refiriéndose obviamente a las tinieblas espirituales. Quien adora a Jesús Eucaristía, es iluminado, aun cuando no se de cuenta de ello, por el mismo Jesús, desde la Eucaristía, recibiendo de Él su luz divina y eterna, luz que le permite caminar por las tinieblas de este mundo sin peligro alguno. De esto se deduce el don inconmensurable de la fe en Cristo y en Cristo Eucaristía, porque quien adora la Eucaristía, vive iluminado por el Cordero de Dios, la Lámpara de la Jerusalén celestial. También de esto se deduce que, si de veras amamos al prójimo, debemos rezar por su conversión eucarística, para que nuestro prójimo también reciba la Luz Eterna, que concede la vida divina trinitaria, a quien ilumina.

miércoles, 1 de febrero de 2023

Fiesta de la Presentación del Señor

 



(Ciclo A – 2023)

         La Iglesia Católica celebra, el día 2 de febrero, la fiesta litúrgica de la “Presentación del Señor”, fiesta que también es llamada de la “Candelaria”, ya que se acostumbraba a asistir con velas encendidas[1].

         En esta fiesta se celebran dos acontecimientos relatados en el Evangelio, la Presentación de Jesús en el templo y la Purificación de María. La ley mosaica prescribía que, a los cuarenta días de dar a luz al primogénito, éste debía ser presentado en el templo, porque quedaba consagrado al Señor, al tiempo que la madre debía también presentarse para quedar purificada. La Virgen y San José, como eran observantes de la ley, llevan a Jesús, el Primogénito, para presentarlo al Señor. La ley prescribía también que debía presentarse como ofrenda a Dios un cordero, pero si el matrimonio era de escasos recursos, como el caso de María y José, se podían presentar dos tórtolas o pichones de palomas.

         Ahora bien, lo que debemos considerar, a la luz de la fe, es que ni Jesús tenía necesidad de ser presentado para ser consagrado, ni la Virgen tenía necesidad de ninguna purificación. Jesús no necesitaba ser consagrado, porque Él, siendo Hijo de Dios encarnado, estaba consagrado al Padre desde el primer instante de la Encarnación; a su vez, la Virgen no necesitaba ninguna purificación, porque Ella es la Pura e Inmaculada Concepción; sin embargo, como eran observantes de la ley, llevan a Jesús al templo.

         Otro aspecto a considerar es que, a esta fiesta litúrgica, se la llama también “Candelaria”, porque se asistía con velas encendidas y eso es para representar a Jesús, que es Luz Eterna y Luz del mundo, como dice el Credo: “Dios de Dios, Luz de Luz”; es decir, Jesús es la Luz Eterna que procede eternamente del seno del Padre, que es Luz Eterna e Increada. Y así como la luz disipa a las tinieblas, así Jesús, Luz Eterna, disipa las tinieblas del alma que lo contempla, concediéndole la gracia de contemplarlo como Dios Hijo encarnado y es esto lo que le sucede a San Simeón: al tomar al Niño Dios entre sus brazos, Jesús lo ilumina con la luz de su Ser divino trinitario y eso explica la frase de Simeón: “Ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo partir en paz, porque mis ojos han contemplado a tu Salvador, luz de las naciones y gloria de Israel”[2]. Como resultado de la iluminación interior por el Espíritu Santo dado por el Niño Dios, Simeón profetiza reconociendo en Jesús al Salvador de los hombres, el “Mesías esperado”, pero también profetiza la dolorosa muerte de Jesús en la cruz, muerte que atravesará el Corazón Inmaculado de su Madre “como una espada de dolor”. Por último, María y José presentan, en realidad, un Cordero, como lo prescribía la ley, pero no un cordero cualquiera, sino al Cordero de Dios, a Jesús, el Dios que habría de ser sacrificado como Cordero Santo en el ara de la cruz para salvar a los hombres con su Sangre derramada en el Calvario.

         La fiesta litúrgica de la Presentación del Señor trasciende el tiempo y llega hasta nosotros: así como Simeón contempló a Jesús, el Cordero de Dios y lo reconoció como al Salvador, así nosotros, al contemplar al Cordero de Dios, Jesús Eucaristía, también debemos reconocerlo como al Salvador, diciendo con Simeón: “Hemos contemplado al Salvador de los hombres y gloria del Nuevo Israel, Jesús Eucaristía, el Cordero de Dios”.



[2] Entre los ortodoxos se le conoce a esta fiesta como el Hypapante (“Encuentro” del Señor con Simeón).

lunes, 23 de enero de 2023

“Sobre el pueblo que vivía en tinieblas brilló una gran luz”

 


(Domingo III - TO - Ciclo A – 2023)

          “Sobre el pueblo que vivía en tinieblas brilló una gran luz” (Mt 4, 16). En el Evangelio se describe el traslado físico -el traslado de su Humanidad Santísima- de Cristo hacia un lugar. Este simple hecho del traslado de su Humanidad, de un lugar a otro, significa, según el mismo Evangelio, el cumplimiento de una profecía, según la cual, “sobre el pueblo que habitaba en tinieblas, brilló una gran luz” (Is 9, 2). De acuerdo a esto, surge la pregunta: ¿qué relación hay entre el traslado físico de Jesús, con la aparición de una luz que ilumina a los pueblos que habitan en tinieblas? La respuesta es que la relación es directa, en este sentido: por un lado, el pueblo que habita en tinieblas, es la humanidad que, desde la caída a causa del pecado original, vive inmersa en tinieblas, pero no en las tinieblas cósmicas, sino en las tinieblas vivientes, los demonios, los ángeles caídos; en segundo lugar, la luz que ilumina a la humanidad caída en tinieblas es Cristo, porque Cristo es Dios y, en cuanto Dios, su naturaleza es luminosa, es esto lo que Él dice cuando declara: “Yo Soy la luz del mundo”. Cristo Dios es luz, pero no una luz creada, sino la Luz Eterna e Increada que brota del Ser divino trinitario y que se irradia a través de su Humanidad Santísima. Por esta razón, allí donde está Cristo, Dios Hijo encarnado, con su Humanidad, no hay tinieblas, sino luz, porque la Luz Eterna e Increada de la Trinidad vence a las tinieblas vivientes, los ángeles caídos, los demonios.

          “Sobre el pueblo que vivía en tinieblas brilló una gran luz”. Allí donde está Cristo, está la Luz, porque Él es Dios y Dios es Luz, Eterna e Increada. Por esto mismo, lo que se dice en el Evangelio de los lugares adonde fue Cristo, eso mismo se dice de los lugares en donde Cristo está Presente, físicamente, con su Humanidad gloriosa y resucitada, unida a su Persona divina, es decir, en cada sagrario. En la siniestra tiniebla viviente de este mundo sin Dios, en el único lugar en donde encontraremos la Luz de nuestras almas es en el sagrario, pues allí se encuentra Jesús Eucaristía, Dios Eterno, Luz Eterna e Increada.

viernes, 3 de septiembre de 2021

“Un ciego no puede guiar a otro ciego”

 


“Un ciego no puede guiar a otro ciego” (Lc 6, 39-49). Tomando un ejemplo de la vida real, Jesús da una enseñanza para la vida espiritual. Efectivamente, de la misma manera a como un ciego, un no vidente, no puede guiar a otro que se encuentra en la misma condición, porque los dos tropezarán de la misma manera o caerán en el mismo pozo, así también, en la vida espiritual, es que es ciego, espiritualmente hablando, no puede guiar a otro que también es ciego desde el punto de vista espiritual.

Esto nos lleva a preguntarnos: ¿qué es un ciego espiritual? Para comprender qué es un ciego espiritual, debemos recordar qué es lo que caracteriza a la ceguera y es la oscuridad, las tinieblas, la incapacidad de ver la luz; por otra parte, tenemos que recordar que es la luz la que nos permite ver la realidad de las cosas y del mundo que nos rodea, porque es una verdad de Perogrullo que si no hay luz, entonces no podemos ver nada. Dicho esto, podemos decir que, espiritualmente hablando, la Luz celestial, que nos permite ver la vida y el mundo espiritual, es Jesucristo, uno de cuyos nombres es “Luz del mundo”, tal como Él mismo lo dice: “Yo Soy la Luz del mundo”. Esto quiere decir que si alguien no está iluminado por Cristo, Luz Eterna e Increada, vive en las tinieblas y aunque pueda ver con los ojos del cuerpo, es un ciego espiritual, es un no-vidente, espiritualmente hablando. Es aquí entonces cuando comprendemos las palabras de Jesús: “Un ciego no puede guiar a otro ciego”, quiere decir que alguien que no conoce a Cristo, que no tiene la gracia santificante y que por lo tanto vive en tinieblas, no puede guiar, siempre espiritualmente hablando, a nadie, porque él mismo vive en la oscuridad, en las tinieblas del alma. De esto surge otra verdad: si Cristo es la Luz Eterna e Increada, las tinieblas espirituales están constituidas por todo aquello que es oscuridad: errores en la verdadera fe católica, pecados de todo tipo e incluso las tinieblas vivientes, que son los demonios, los ángeles caídos. En otras palabras, quien no está iluminado por Cristo, quien es un ciego espiritual, está envuelto en las tinieblas del error, del pecado y está rodeado por las tinieblas vivientes, los demonios.

“Un ciego no puede guiar a otro ciego”. Que sea Cristo, Luz Eterna e Increada, quien ilumine y disipe las tinieblas de nuestras almas, con su gracia santificante; sólo así podremos ser “luz del mundo” para un mundo envuelto en las tinieblas del error, de la ignorancia, del pecado y dominado por las tinieblas vivientes, los demonios, los ángeles caídos.