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miércoles, 17 de junio de 2015

“Cuando ores, des limosna o ayunes, que solo lo sepa tu Padre que ve en lo secreto, y Él te recompensará”


“Cuando ores, des limosna o ayunes, que solo lo sepa tu Padre que ve en lo secreto, y Él te recompensará” (Mt 6, 1-6. 16-18).  A diferencia de los fariseos, que practicaban la religión para ser vistos y alabados por los hombres, sin importarles en realidad la verdadera esencia de la religión, esto es, la caridad, la compasión hacia el prójimo, y la piedad y el amor sobrenatural hacia Dios, Jesús pone en claro, para sus seguidores, los cristianos, en qué consiste la verdadera religión y el verdadero acto religioso que agrada a Dios, el cual tiene una doble vertiente: hacia Dios y hacia los hombres: hacia los hombres, la limosna, la cual puede ser material, de modo preeminente, aunque también puede ser de orden moral o espiritual –si se trata de un consejo, o de dar tiempo, por ejemplo-; hacia Dios, el acto religioso consiste en la oración y en el ayuno; la oración, en sus diversas formas –vocal, mental, del corazón, etc.-, y el ayuno, que es la forma de orar con el cuerpo, privándolo de lo necesario. En todos los casos, lo que distingue a la religión de Cristo, es decir, a la religión cristiana, de la religión practicada por los fariseos, es la interioridad, es decir, que si bien hay actos que deben ser hechos exteriormente –como la ayuda al prójimo, o como la oración vocal, por ejemplo-, todo debe ser remitido, en la intención, a Dios Padre, en el cenáculo interior del corazón, y debe ser realizado para Él y para que sólo Él lo vea y sólo Él sea glorificado, sin importar la opinión de los hombres. El hecho de que los hombres vean o no el acto religioso –la limosna, la oración, el ayuno-, por un lado, es accidental; por otro lado, debe ser evitado, en lo posible, es decir, si no lo ven, mucho mejor, pero si no es posible, si no se puede hacer el acto religioso sin que los demás lo vean, no debe importar la opinión de los hombres, porque el acto religioso, en su doble vertiente –hacia Dios, la piedad, y hacia los hombres, la compasión-, está dirigido hacia Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, en el altar secreto e interior, que es el corazón, y por lo tanto, poco y nada –más bien, nada- importa la opinión de los hombres.

Al revés de los fariseos, que hacían consistir la religión y el acto religioso en lo meramente exterior, para ser alabados por los hombres, sin importarles ni la piedad hacia Dios ni la compasión hacia los hombres, porque solo buscaban su propia vanagloria, el cristiano busca la gloria de Dios y por lo tanto evita la alabanza de los hombres, para lo cual, y es por eso que la religión y el acto religioso son ante todo interiores, puesto que comienzan en altar del corazón, que es donde se elevan las plegarias de amor, de adoración y de alabanzas al Padre, por el Hijo, en el Amor del Espíritu Santo, y se completa luego este acto de religión con la limosna dirigida a su prójimo, que es la imagen viviente de ese Dios Trino al cual ha amado y adorado en su interior. A esto se refiere Jesús cuando dice: “Cuando ores, des limosna o ayunes, que solo lo sepa tu Padre que ve en lo secreto, y Él te recompensará”. Y la recompensa es el crecimiento, cada vez más, en el Amor a Dios Uno y Trino.

domingo, 12 de octubre de 2014

“Den como limosna lo que tienen y todo será puro”


“Den como limosna lo que tienen y todo será puro” (Lc 11, 37-41). Jesús va a casa de un fariseo, en donde es invitado a comer. Sin embargo, al sentarse a la mesa, “no se lava las manos antes de comer”, lo que produce la “extrañeza” del fariseo. Jesús lee su pensamiento y lo corrige, porque quien está en falta, no es Él, que no se ha lavado las manos –Él es el Cordero Inmaculado, y no necesita de los ritos de purificación legal inventados por los fariseos-, sino el fariseo y todos los fariseos, porque se preocupan excesivamente por los rituales externos –la gran mayoría inventados por ellos-, que comprenden, entre otras cosas, la purificación de los utensillos y de los elementos para comer, pero sin dar importancia y descuidando absolutamente la esencia de la religión: la misericordia, la bondad, la compasión, para con el prójimo, y la piedad, la devoción y el amor a Dios. Para los fariseos, la religión consistía en la mera observación externa de ritos y preceptos, la mayoría establecidos por ellos y creían que con esto daban culto agradable a Dios. Sin embargo, al mismo tiempo, a esta escrupulosidad en el cumplimiento de detalles externos, le acompañaban, al mismo tiempo, un descuido total de la misericordia y la compasión para con los más necesitados, sin darse cuenta que, al despreciar al prójimo, imagen viviente de Dios, están despreciando a Dios en su imagen y por lo tanto, el culto dado a Dios con sus ritos externos, delante de los ojos de Dios, es sólo hipocresía, maldad, y doblez de corazón y de ninguna manera, es un culto agradable a sus ojos. Por eso es que el Primer Mandamiento de la Ley de Dios es: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 27), es decir, en este Mandamiento, en el que está concentrada toda la Ley Divina, y sin el cual no se puede, de ninguna manera, obtener la salvación, Dios pone prácticamente al mismo nivel el amor hacia Él y el amor hacia el prójimo, porque es verdad lo que dice el Evangelista Juan: “Quien dice que ama a Dios, a quien no ve, pero no ama a su hermano, a quien ve, en su mentiroso” (1 Jn 4, 20) y Dios no está con él. Y si es un mentiroso, ése no está con Dios, pero sí está con el Príncipe de la Mentira, el Demonio, tal como lo llama Jesús (cfr. Jn 8, 44).
Jesús lee el pensamiento del fariseo y para sacarlo de su falso escándalo –se escandaliza porque Él no se lava las manos antes de comer, y Jesús no tiene necesidad de hacerlo porque es el Cordero Inmaculado y Él es el que viene a establecer la Nueva Ley y no está de ninguna manera atado a los preceptos de hombres-, es que le hace ver en dónde radica su error: en la hipocresía farisaica, que precisamente pone el acento en lo externo, pero descuida el amor interior hacia el prójimo y, por lo tanto, también hacia Dios, aun cuando aparenten, por fuera, ser hombres religiosos y piadosos. Para corregirlo, Jesús descube primero el error farisaico: “¡Así son ustedes, los fariseos! Purifican por fuera la copa y el plato, pero por dentro están llenos de voracidad y rapiña”. Y luego los califica de insensatos, es decir, de quienes han perdido la razón: “¡Insensatos!”, y no puede ser de otra manera, porque es un insensato, como alguien que ha perdido la razón, delante de Dios, quien convierte a la religión en un mascarada externa, vacía de su esencia, la misericordia. Sin embargo, inmediatamente después, Jesús da el remedio al fariseo, con el cual puede salir de su auto-engaño, y el remedio es la caridad, manifestada en forma de limosna, según lo que dice la Escritura: “La limosna cubre una multitud de pecados” (1 Pe 4, 8): “Den más bien lo que tienen como limosna y todo quedará puro”. La limosna –sea material, concretada en una ayuda concreta material en dinero, objetos, bienes, a quien más lo necesita-, sea espiritual –manifestada en las obras de misericordia espirituales, como un consejo a quien lo necesita, por ejemplo-, “purifica todo”, como dice Jesús, porque purifica el corazón, el interior del hombre, y eso es lo que ve Dios, pero para que la limosna purifique, debe estar motivada por el amor a Dios  y debe implicar un cierto esfuerzo, porque con eso el hombre está demostrando que quiere amar a Dios, a quien no ve, por medio de actos que implican la movilización de todo su ser, en cuerpo y alma, al servir, de alguna manera, a la imagen invisible de Dios, que es su prójimo, a quien ve. Pero si el hombre no hace limosna y no obra la caridad y la misericordia para con su prójimo, que es la imagen viviente del Dios a quien dice amar en su corazón, entonces demuestra que tampoco quiere amar a Dios, porque si no lo hace con su imagen viviente, tampoco lo hará si lo tiene Presente, delante suyo, no ya en una imagen, como el prójimo, sino si Dios se le presentara en Persona.

“Den como limosna lo que tienen y todo será puro”. Para que no nos engañemos, como los fariseos, pensando que nuestra religión es agradable a Dios, cuando no lo es, sabremos cómo es nuestra relación y nuestro amor hacia Dios, en la medida en que seamos misericordiosos con el prójimo: ésa es la medida de nuestro amor con Dios, nuestra misericordia –corporal o espiritual- para con el prójimo más necesitado. Quien obra la misericordia, “queda purificado” en la rectitud de su amor hacia Dios, y por eso mismo, todo él es “puro”, y así sí, su religión es un acto de culto agradable a los ojos de Dios.

martes, 17 de junio de 2014

“Cuando oren, ayunen, den limosna, que no los vean los hombres, sino vuestro Padre del cielo”


“Cuando oren, ayunen, den limosna, que no los vean los hombres, sino vuestro Padre del cielo” (cfr. Mt 6, 1-6. 16-18). Jesús advierte contra la tentación farisaica de exteriorizar las obras buenas de la religión –oración, ayuno, limosna-, para ser alabados por los hombres y no por Dios. Al revés del fariseo, que centra su gloria en la alabanza del mundo y de los hombres, el verdadero hombre espiritual obra la misericordia para con su prójimo y eleva sus oraciones a Dios sin exteriorizaciones y sin hacerse notar, porque sabe que Dios, con su omnisciencia, todo lo ve y todo lo sabe, y entiende que lo que cuenta es el juicio de Dios y no el vano juicio de los hombres, porque Dios juzga la recta intención, mientras que los hombres solo juzgan las apariencias.

“Cuando oren, ayunen, den limosna, que no los vean los hombres, sino vuestro Padre del cielo”. Los santos y los mártires son ejemplo de cómo vencer los respetos humanos y de cómo dar testimonio de Dios en un mundo cada vez más ateo y materialista, y la fortaleza interior, sobrenatural y celestial necesaria para vencer los respetos humanos, que les permitía permanecer siempre en la Presencia de Dios, en lo más profundo de sus corazones, abrazados a la cruz, a los pies de Jesús crucificado y de la Virgen Dolorosa, la obtenían de la Eucaristía.

miércoles, 19 de junio de 2013

“Da limosna, ora y ayuna, para que te vea Dios Padre y no para que te vean los hombres”


“Da limosna, ora y ayuna, para que te vea Dios Padre y no para que te vean los hombres” (cfr. Mt 6, 1-6. 16-18). La Ley Nueva de Jesús es una ley que obra en el espíritu del hombre, porque es el Espíritu de Dios quien ilumina lo más profundo del ser del hombre, y como esta luz es una luz viva y que comunica vida, porque es Dios que es luz, al iluminarlo, le comunica la vida divina, de manera que el hombre, participando de la vida divina, sea capaz de obrar al modo divino y no al modo humano. En otras palabras, debido a que Dios es Espíritu Puro, al comunicarle de su propia vida, le comunica de su modo de ser y obrar, que es espiritual, y es así como el hombre puede comenzar a ser, a vivir y a obrar según el Espíritu de Dios y no según la carne, es decir, según el modo humano.
Una misma acción –dar limosna, orar, ayunar- puede ser hecha de dos maneras distintas: según la carne –esto es, según el hombre en su condición actual, en su estado de naturaleza caída a causa del pecado original- o según el Espíritu de Dios, es decir, según el hombre en estado de gracia santificante. Dar limosna, orar y ayunar según la carne, según el hombre caído, es hacerlo de modo ostentoso, puramente exterior, buscando pura y exclusivamente la alabanza de los hombres y no la gloria de Dios; es esto lo que Jesús denuncia como “hipocresía”, puesto que el hipócrita es el falso, y aquí la falsedad radica en buscar, por medio de estas acciones, que en sí mismas son buenas, la gloria y alabanza de los hombres.
Jesús viene para corregir este error, y para eso nos concede su Espíritu, para que a partir de Él, dar limosna, orar y ayunar, sean hechas en el Espíritu Santo, es decir, en el Amor de Dios, buscando su gloria y su alabanza y no la del mundo y la de los hombres.

Dar limosna, orar y ayunar, según el Espíritu, es hacerlo para ser vistos por Dios Padre, que ve en lo secreto, en lo más profundo del corazón, y no para ser vistos por los hombres, que solo ven la apariencia, lo superficial.  

lunes, 10 de octubre de 2011

Dad limosna y así todas las cosas serán puras para vosotros


“Dad limosna y así todas las cosas serán puras para vosotros” (cfr. Lc 11, 37-41). Un fariseo se asombra porque Jesús no hace las abluciones rituales antes de comer, con lo cual comete una falta a las disposiciones legales que las prescribían.

La respuesta de Jesús va orientada a hacer ver, a este fariseo, a todos los fariseos, y a quienes falsean la religión como ellos, al poner el acento en las prescripciones y no en la caridad, que la esencia de la religión no está en lo exterior, sino en el corazón.

Lo que Jesús quiere hacerle ver al fariseo –y en él, a todos nosotros-, es que la religión es algo vacío y falso cuando, a los actos exteriores, no les preceden y acompañan, desde lo más profundo del corazón y del alma, la caridad, la compasión, la misericordia, la bondad.

De nada vale cumplir escrupulosamente un rito exterior, si en el corazón hay “rapiña y maldad”, porque de esta manera, todo el acto religioso queda falseado, pervertido, falsificado. De nada vale la oración, el ayuno, la penitencia, la asistencia a Misa, la comunión, la confesión, si no hay, en lo más profundo del ser y del alma, el deseo de convertir el corazón, de erradicar del corazón los vicios, las malas intenciones, los malos pensamientos, las malas miradas, los prejuicios, los rencores, las impaciencias, las faltas de perdón, las indiferencias ante la suerte eterna de mi prójimo, que no tiene fe como tengo yo.

Si esto es así, si del corazón humano salen todas las maldades, y si la religión practicada por un corazón humano del cual brota la maldad (cfr. Mc 7, 21) desagrada a Dios; ¿qué es lo que debemos hacer para cambiar? ¿De qué manera convertir el corazón, de donde sale la maldad, como dice Jesús, en un corazón del cual brote la caridad, la paz, el perdón, la compasión?

Lo que debemos hacer es recibir la gracia santificante, que se nos da en los sacramentos, y antes que esto, predisponer el corazón para la conversión por la gracia, mediante la limosna, tal como lo dice Jesús: “Dad limosna y todas las cosas serán puras para vosotros”, y esto porque la limosna –material, como el dinero, o espiritual, como una oración por alguien que lo necesita- cubre “multitud de pecados” (cfr. 1 Pe 4, 8), porque demuestra que la persona, al privarse de algo que necesita, se compadece de la suerte de su prójimo, y la compasión es ya un signo de conversión.

martes, 14 de junio de 2011

“Cuando des limosna, cuando hagas ayuno, cuando reces, que sólo te vea tu Padre”

El cristiano debe
obrar la caridad,
hacer ayuno y oración,
como Jesús en la cruz,
para ser visto
sólo por el Padre.

“Cuando des limosna, cuando hagas ayuno, cuando reces, que sólo te vea tu Padre” (cfr. Mt 6, 1-6. 16-18). Jesús propone una práctica religiosa opuesta diametralmente a la práctica farisea: mientras a estos les gusta ser mirados y admirados en sus obras de religión, el cristiano debe pasar oculto, sin que nadie se de cuenta.

No se debe solo al hecho de que se debe evitar la fanfarronería y el orgullo, sino ante todo que el cristiano debe imitar la humildad de Cristo, quien no hacía ostentación ni de su condición de Dios, ni de sus poderes como Hombre-Dios.

Además, el hecho de que el cristiano debe hacer limosna, ayunar y hacer oración sin ostentación y sin buscar la admiración de los hombres, se debe a que la Nueva Ley es superior a la Antigua Ley, en el sentido de que la Nueva Ley concede, por la gracia, una nueva vida, una vida sobrenatural, que excede infinitamente a la vida natural del hombre, y que es principalmente interior y espiritual.

La gracia divina, donada por Jesucristo a través de su misterio pascual, actúa en la raíz del ser del hombre, comunicándose al cuerpo y al alma, y por esto mismo, su actuación es interior, y pasa desapercibida y en silencio, transformando cada vez más al alma a imagen y semejanza de Jesucristo.

No quiere decir que el cristiano no deba actuar públicamente; lo que quiere decirnos Jesucristo es que el cristiano debe estar más atento a su vida interior y al origen de esa vida interior, que es Dios Padre, Fuente Increada de la gracia que se dona a través de Jesucristo.

“Cuando des limosna, cuando hagas ayuno, cuando reces, que sólo te vea tu Padre”. En la cruz, y en el altar, Jesús hace una obra de caridad más grande que dar limosna, y es ofrendar su Cuerpo y su Sangre por la salvación de los hombres; hace ayuno, porque desde que fue detenido, hasta su muerte el Viernes Santo, no come nada, para poder darse Él como alimento de vida eterna; reza al Padre, pidiendo el perdón para todos y cada uno de nosotros, y todo esto que Jesús hace, lo hace en silencio, y es visto solo por Dios Padre.

Así como Cristo obra la caridad, hace ayuno, y reza en la cruz y en el altar, así tiene que hacer el cristiano.