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lunes, 29 de octubre de 2012

“El Reino es como la levadura que fermenta la masa”



“El Reino es como la levadura que fermenta la masa” (Lc 13, 18-21). Con la apacible figura de un ama de casa que amasa el pan, Jesús nos grafica, con admirable pedagogía divina, la existencia de la gracia y su acción sobre el alma del hombre.
 En el ejemplo, la levadura es la gracia santificante, mientras que la masa es la humanidad: así como la levadura, siendo pequeña en relación a la masa, hace que esta aumente varias decenas de veces su tamaño original, conviertiéndola en la materia apta para el pan, así también, la gracia santificante, actuando sobre el hombre, hace que este se convierta de la pequeñez de su condición humana, en hijo de Dios, lo cual supone un salto cualitativo imposible de cuantificar, ya que se vuelve partícipe de la naturaleza divina.
Y de la misma manera, a como la levadura, actuando en la masa, la vuelve apta para que, por acción del fuego, se convierta en pan, y así la mujer lo lleve a la mesa para ser comido, así la gracia santificante, actuando sobre la naturaleza humana, la vuelve apta para ser trigo de Dios que, consumido por el Fuego del Espíritu Santo, y cocido en ese el horno ardiente de caridad que es el Sagrado Corazón de Jesús, sea ofrecido por María Santísima en holocausto, ante el altar de Dios, como hostia santa. 

jueves, 28 de junio de 2012

El que escucha la Palabra y la pone en práctica entrará en el Reino



“El que escucha la Palabra y la pone en práctica entrará en el Reino” (cfr. Mt 7, 21-29). Jesús pone el acento en la práctica de la Palabra escuchada: el que escucha y practica, es el que “construye en roca firme”, es el que “entrará en el Reino”, porque será “reconocido” por Él. Por el contrario, el que escucha y no practica, “construye sobre arena” y no entrará en el Reino” porque “no será reconocido” por Jesús.
         La puesta en práctica de lo que se conoce teóricamente es esencial en el hombre para conocer cuál es su última intención, debido a la naturaleza misma del hombre, compuesta de materia y espíritu, de un alma “interior” y de un cuerpo “exterior”: el hombre es alma y cuerpo en unidad substancial, de modo tal que su expresión más perfecta es aquella originada en su interior que se completa con la obra exterior. Así, al buen pensamiento y al buen deseo, le debe seguir la buena obra, para que se refleje en esta la totalidad del hombre. En caso contrario, los buenos pensamientos y los buenos deseos quedan solo como expresiones de deseo que nunca se concretan; en este caso, la ausencia de acción buena contradice al buen pensamiento y al buen deseo, y en la práctica, la ausencia de bien es igual al mal.
         En otras palabras, no da lo mismo obrar la misericordia o no obrarla: en el primer caso, el hombre demuestra que quiere imitar a Cristo; en el segundo caso, al no obrar –siempre por negligencia, se entiende-, demuestra con su falta de obras que la imitación de Cristo no le interesa. En la misma línea, sostiene el Papa Benedicto XVI que “el cristiano debe pensar, actuar y amar como Jesús”[1]; sólo en ese caso demostrará no solo unidad en todo su ser, sino también que la imitación de Cristo en el amor es el objetivo de su paso por la tierra.
         No es lo mismo, por lo tanto, saber cuáles son las obras de misericordia, y a pesar de eso no ponerlas en práctica, a saberlas y ponerlas en práctica. Quien sabe y no obra, no entrará en el Reino de los cielos. Quien sabe y obra, sí entrará. Ésa es la única lógica de la salvación eterna.
        

sábado, 24 de julio de 2010

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa


Señor, enséñanos a orar” (cfr. Lc 11, 1-3). Un discípulo pide a Jesús que les enseñe a orar, y Jesús enseña la oración conocida como el “Padrenuestro”, lo cual constituye una novedad absoluta en la historia de las religiones, porque hasta entonces, nadie se había atrevido a llamar a Dios “Padre”: no llamaban a Dios "Padre" ni los judíos, que creían en un Dios Uno, ni mucho menos los paganos, que creían en muchos dioses. Jesús nos enseña a llamar a Dios "Padre" porque por su gracia, recibida en el bautismo, somos convertidos en hijos adoptivos de Dios.
El Padrenuestro, en cuanto oración, constituye por lo tanto una novedad absoluta para la humanidad, porque revela el misterio de la adopción de los hombres por parte de Dios, a partir del sacrificio de Cristo en la cruz. A partir de Cristo, los hombres dejarán de ser simples criaturas, para pasar a ser hijos adoptivos de Dios, con la misma filiación divina con la cual Dios Hijo es Hijo de Dios desde la eternidad-
Sin embargo, a pesar de este misterio insondable, la oración del Padrenuestro encierra todavía algo misterioso, algo que no se encuentra en ninguna otra oración: el Padrenuestro se vive en la Santa Misa:
“Padre nuestro que estás en el cielo”: Dios Padre está en el cielo, pero por la Santa Misa, en el altar se confecciona el sacramento de la Eucaristía, en donde está Presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, Dios Hijo, y donde está Dios Hijo, están Dios Padre y Dios Espíritu Santo. Por la Santa Misa, Dios Padre, que está en los cielos, viene a nosotros junto a su Hijo Jesús en la Eucaristía, para donarnos el Espíritu Santo.
“Santificado sea Tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos que el nombre de Dios sea bendecido y santificado, y por la Santa Misa, el nombre de Dios es exaltado, honrado, bendecido y alabado, porque en la Santa Misa es Dios Hijo quien en el altar renueva sacramentalmente el sacrificio en cruz, sacrificio por el cual honra a Dios Padre con un honor infinito y digno de Él.
“Venga a nosotros Tu Reino”: esta petición del Padrenuestro se cumple en la Santa Misa, porque por las palabras de la consagración, se hace Presente, mucho más que el reino de los cielos, el Rey de los cielos, Cristo Jesús, Rey de los hombres y de los ángeles.
“Hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”: esta petición se cumple en la Santa Misa, porque la voluntad de Dios Padre en los cielos es que su Hijo muera en cruz y resucite para donar a los hombres el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor divino, y esto se cumple en la tierra, cuando se celebra la Santa Misa: por designio de Dios Padre, Dios Hijo renueva su sacrificio en cruz en el altar, y dona su Cuerpo resucitado y glorioso en la Eucaristía, para donar el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, a las almas que comulgan.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: pedimos a Dios que no nos falte el pan de la mesa, el pan que alimenta el cuerpo, hecho de harina y agua, pero ante todo pedimos que no nos falte el Pan del cielo, la Eucaristía, que contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y Dios Padre, que es un mar infinito de amor eterno, antes de que le pidamos el Pan del cielo, nos lo concede, porque por las palabras de la consagración, desciende al altar el Pan Vivo bajado del cielo, Cristo Jesús en la Eucaristía.
“Perdona nuestras ofensas”: pedimos a Dios Padre que nos perdone, que tenga misericordia de nosotros, que no tenga en cuenta nuestras maldades, y Dios Padre, antes incluso de que se lo pidamos, nos escucha y nos perdona, y la prueba de su perdón divino es que envía a su Hijo Jesucristo a morir en cruz y a derramar su sangre para el perdón de los pecados, lo cual se cumple por el sacramento de la Eucaristía en el altar: Cristo renueva su sacrificio en cruz en el altar, y derrama su sangre, la cual cae desde la cruz hacia el cáliz, para que nosotros bebamos su Sangre y por su Sangre seamos perdonados.
“Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: Dios Padre perdona nuestros pecados al enviar a su Hijo Jesucristo a morir en cruz por nosotros, pero nosotros debemos hacer lo mismo con nuestro prójimo: debemos perdonar a nuestros enemigos, con el mismo perdón con el cual Cristo nos perdona desde la cruz. Si no perdonamos a nuestros enemigos en nombre de Cristo, y si por el contrario, continuamos en nuestro enojo y en nuestro rencor contra el prójimo, nos hacemos indignos del nombre de cristianos, nos hacemos indignos del perdón de Dios, y nos hacemos merecedores de su justa ira divina.
“No nos dejes caer en la tentación”: la tentación es sentirnos atraídos por las criaturas, en vez de querer dejarnos atraer hacia ti. Es un gran mal, porque las criaturas nos hacen olvidar de Ti. En la Eucaristía recibimos no solo la fuerza para no ser atraídos por ellas, sino que recibimos a Cristo Dios en Persona, quien nos atrae a su Sagrado Corazón Eucarístico con la fuerza de su Amor.
“Y líbranos del mal”: el mal se anida, como una mancha oscura y tenebrosa, en el fondo del corazón humano, y no hay poder creado, ni en la tierra ni en el cielo, que lo pueda arrancar del corazón; sólo Dios puede librarnos de nosotros mismos, del mal que está en el corazón y que del corazón sale por la boca y por las manos. Pero el mal también es un ser personal, un espíritu caído, un ser de la oscuridad, el demonio, que emerge del infierno para arrastrarnos a él en su odio deicida. Pedimos a Dios Padre que nos libre del mal de nuestro corazón, y del ángel caído, que es el mal personificado, y eso se cumple en la Santa Misa, porque por la Santa Misa se eleva, invisible, en medio del altar, la cruz santa del Redentor, y con su sacrificio, Cristo nos dona la gracia que renueva nuestro corazón, y derrota al infierno para siempre.