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lunes, 13 de marzo de 2023

“Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento”

 


(Domingo IV - TC - Ciclo A – 2023)

          “Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento” (Jn 9, 1-41). En este episodio del Evangelio, Jesús realiza un milagro por el cual le da la vista a un ciego de nacimiento. Se puede considerar, por un lado, el milagro corporal, que pertenece al orden de lo natural y por otro lado, su significado y trascendencia sobrenatural.

          Desde el punto de vista natural, el no vidente lo es desde nacimiento, con lo cual, muy probablemente, haya nacido con atrofia de las estructuras ópticas que hacen posible la visión en el ser humano: por ejemplo, podría ser una atrofia bilateral de los nervios ópticos, atrofia o ausencia bilateral de las retinas, lesiones graves al momento de nacer, producidas en la corteza cerebral relacionada con la visión, etc. Es decir, los problemas anatómicos y funcionales causantes de una ceguera congénita pueden ser múltiples y de variada naturaleza y algunos, de tal gravedad, que la ciencia, ni hoy ni en ningún momento, sería capaz de solucionar. Sin embargo, Jesús, con la sola indicación al no vidente de que se lave el rostro luego de que Él le pusiera barro en los ojos, le devuelve la vista al ciego. Esto supone un milagro de magnitudes difíciles de imaginar: supone la reconstrucción o mejor, la creación, de la nada, de las estructuras ópticas atrofiadas, lesionadas gravemente o incluso inexistentes en el no vidente, algo que la ciencia médica humana jamás podrá hacer, cualquiera sea el grado de desarrollo que logre alcanzar la ciencia. Pero Jesús, que a la vista de todos aparece como “el hijo del carpintero”, que tiene el mismo oficio de su padre adoptivo, el ser carpintero, concede la vista plena a quien no la poseía.

          La razón del milagro está en la condición divina de Jesús: Jesús es Dios, en cuanto tal, es omnipotente, omnisapiente y todavía más: en cuanto Dios, es Él el creador del ser humano, tanto de su alma espiritual como de su cuerpo material; Él es el creador de la anatomía y de la fisiología de todos los seres vivos, incluido el hombre y es aquí en donde radica la explicación del porqué Jesús puede devolver la vista al ciego de nacimiento: simplemente porque es Dios y en cuanto Dios, Él crea de la nada y crea, con precisión científica, lo que los científicos, luego de miles de años, llegarán apenas a descubrir una ínfima parte de su anatomía y de su funcionamiento. De esto se desprende, como al pasar, la absoluta incongruencia de quien se dice ser científico y, porque es científico, se proclama ateo: ¿cómo se puede ser ateo, si el hecho científico que se estudia, ha sido creado con precisión científica por parte de Jesús, Dios Creador?

          El otro aspecto que se debe considerar en este milagro, además de la omnipotencia y de la omnisciencia de Jesús, es el significado sobrenatural: el ciego de nacimiento representa al hombre que, espiritualmente y a causa del pecado original y de su propia condición humana, es incapaz de ver, con la luz de la razón, a Dios y a sus misterios, principalmente el misterio de la constitución íntima de Dios como Uno y Trino y el misterio de la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. La ceguera corporal es símbolo de la ceguera espiritual, que impide ver los misterios de la salvación expresados y manifestados en la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; la ceguera corporal es símbolo de la ceguera espiritual que impide ver, tanto la Encarnación del Verbo de Dios en el seno virgen de la Madre de Dios, como la prolongación de la Encarnación en el seno de la Iglesia, el altar eucarístico, por obra del Espíritu Santo, en la Eucaristía.

          Y así también, como la ceguera del ciego de nacimiento solo podía ser curada y revertida por el poder de Jesús, así también la ceguera del alma, que impide ver a Jesús Presente en el Santísimo Sacramento del altar, solo puede ser curada por el poder de la gracia santificante del mismo Señor Jesús, nuestro Dios y Redentor.

          Pidamos entonces la gracia de ser sanados de nuestra ceguera espiritual, a fin de que seamos capaces de ver, con los ojos del alma iluminados por la fe, a Jesús Eucaristía, Luz del mundo y, como el ciego del Evangelio, luego de recobrada la vista, nos postremos en adoración ante su Presencia Eucarística.

miércoles, 15 de febrero de 2023

“El ciego estaba curado y veía todo con claridad”

 


“El ciego estaba curado y veía todo con claridad” (Mc 8, 22-26). El Evangelio nos relata un milagro de curación corporal realizado por Jesús: le presentan a un ciego y éste, luego de que Jesús de que Jesús le impusiera las manos, en un primer momento ve de un modo borroso –“veo los hombres como árboles que andan”-, hasta que finalmente “comienza a ver con toda claridad”.

Jesús, con su omnipotencia divina, por cuanto Él es Dios Hijo encarnado, no tiene ninguna dificultad en curar la ceguera del hombre, ya que Él es el Creador del hombre y por ello conoce a la perfección la anatomía humana y tiene el poder más que suficiente para sanarla de cualquier enfermedad.

Ahora bien, en el milagro de la curación de la ceguera -como en todo milagro de curación corporal-, debemos ver otro aspecto, el espiritual y sobrenatural. La ceguera corporal, es decir, la incapacidad de poder ver con los ojos del cuerpo la luz que nos permite ver el mundo, es símbolo de otra ceguera, más profunda y más grave, la ceguera espiritual, la que nos impide ver la Luz Eterna que es Cristo y todo su misterio salvífico, el misterio de su Pasión, Muerte y Resurrección: así como el ciego no puede ver el mundo porque no ve la luz, así el ciego espiritual no puede ver los misterios de salvación, porque no puede ver a la Luz Eterna que es Cristo Jesús.

Por otro lado, la curación de la ceguera con la consecuente capacidad de ver la luz, también es símbolo de otra curación, a nivel espiritual, que hace al alma capaz de ver la Luz Eterna, Cristo y a su misterio salvífico. Todo ser humano nace ciego espiritualmente, en relación a Cristo Luz Eterna; al recibir el Bautismo sacramental, recibimos en germen la curación de esa ceguera, la fe y la gracia santificante y por eso es que podemos ver la realidad de la salvación en Cristo, pero de una forma aún borrosa, como en la primera etapa de la curación del ciego del Evangelio, que veía a los hombres “como árboles que caminan”. Por esta razón, debemos pedir a Cristo que cure completa y definitivamente nuestra espiritual, para que lo podamos contemplar a Él, Luz Eterna, en los misterios de la salvación, sobre todo en la Santa Misa y en la Eucaristía. Para ello, debemos decirle a Jesús, junto con sus discípulos: “Señor, auméntanos la fe; aumenta nuestra fe en Ti, en tu Presencia salvífica en el misterio de la Santa Misa, en tu Presencia en Persona en la Sagrada Eucaristía”.

viernes, 18 de febrero de 2022

“El ciego estaba curado y veía con toda claridad”

 


“El ciego estaba curado y veía con toda claridad” (Mc 8, 22-26). Jesús cura a un ciego, utilizando su omnipotencia divina y demostrando así que Él es Dios Hijo encarnado.

La curación que hace Jesús es real, es decir, el ciego tenía una verdadera incapacidad visual -no sabemos si congénita o adquirida, como en otros casos de ciegos de nacimiento que sí están consignados en el Evangelio-; más allá de esto, lo cierto es que el hombre estaba verdaderamente privado de la vista y luego es curado milagrosamente por Jesús.

Ahora bien, este milagro corporal, real, por el cual el ciego recupera la vista, además del significado en sí mismo, esto es, que el no vidente recupera la visión, tiene también un significado espiritual: en el ciego estamos representados todos los seres humanos que, a causa del pecado original, somos como ciegos espirituales, en el sentido de que no podemos ver, espiritualmente hablando, la voluntad de Dios, expresada en los Mandamientos y tampoco podemos ver los misterios salvíficos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

En este sentido, la curación del ciego es símbolo de la gracia santificante de Cristo, que cura nuestra ceguera espiritual y nos ilumina, concediéndonos la facultad de contemplar la voluntad de Dios y de participar de los misterios de la salvación.

La gracia santificante nos concede entonces la vista espiritual, que nos hace ver la voluntad de Dios y los misterios de la salvación de Cristo, librándonos de la ceguera espiritual.

domingo, 17 de octubre de 2021

“Señor, que pueda ver”

 


(Domingo XXX - TO - Ciclo B – 2021)

         “Señor, que pueda ver” (Mc 10, 46-52). Un ciego le pide a Jesús que cure su ceguera y Jesús, utilizando su poder divino, cura instantáneamente la falta de visión del hombre. En este milagro corporal debemos ver, además del milagro en sí mismo, que como todo milagro es un prodigio sobrenatural que demuestra el poder divino de Jesús y por lo tanto su condición de Dios, una prefiguración de otra ceguera y de otra curación: es decir, en la ceguera corporal, debemos ver prefigurada la ceguera espiritual del hombre en relación a los misterios del Hombre-Dios Jesucristo: así como un ciego no puede ver la luz y por lo tanto la realidad que lo circunda, así el hombre es como un ciego en relación a los misterios sobrenaturales salvíficos del Hombre-Dios Jesucristo; de igual manera, la curación corporal de la ceguera corporal, prefigura la curación espiritual de esta ceguera espiritual por parte de la gracia santificante, que hace posible que el hombre pueda “ver”, espiritualmente hablando, a Jesús como Dios y a cada episodio de su vida terrena, desde la Encarnación hasta la Pasión, Muerte y Resurrección, como la obra maestra salvífica de la Trinidad, destinada a la salvación del hombre.

         Si el milagro de la curación corporal de la ceguera del hombre del Evangelio es asombroso en sí mismo, puesto que le concede al ciego una vida nueva que antes no tenía, esto es, el poder contemplar la luz y la realidad del mundo sensible y material que lo rodea, la donación de la gracia santificante por parte de Jesucristo al alma, que lleva a cabo la curación de la ceguera espiritual, le concede una vida nueva espiritual que antes de la gracia no tenía y es la participación en la Vida divina del Ser divino trinitario que, en cuanto tal, es Luz Eterna y como es Luz Eterna, es Luz Viva, que tiene la Vida Divina en sí misma y que comunica de esta Vida divina a quien ilumina: ésta es la razón por la cual la gracia santificante, al hacer partícipe al alma de la Vida divina del Ser divino trinitario, recibe una vida nueva, verdaderamente nueva, porque no es humana sino divina, sobrenatural, celestial, la Vida divina de la Trinidad, Vida que es en sí misma Luz Divina y Eterna y que ilumina al alma con esta luz, dándole Vida divina y sacándola de las tinieblas espirituales en las que está envuelta.

         “Señor, que pueda ver”. Hasta que no recibimos la gracia santificante que nos comunica la participación en la Luz Eterna de la Trinidad, somos como ciegos espirituales en relación al Hombre-Dios Jesucristo y esto tiene consecuencias, porque el ciego espiritual, en relación a Jesús, lo considera sólo como a un hombre bueno pero no como al Dios Tres veces Santo, Fuente de toda bondad y la Bondad Increada en sí misma y lo considera como una persona humana, incapaz de hacer milagros, el principal de todos, el milagro de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo y es así que quien no cree que Cristo es Dios, porque no tiene la luz de la gracia santificante, considera a Jesús sólo como al “hijo del carpintero” y como al “hijo de María”, un simple hombre bueno que murió, que no resucitó y que por lo tanto no prolonga su Encarnación en la Eucaristía. En definitiva, la ceguera espiritual acerca de la condición divina de Jesús lleva a negar su Presencia real, verdadera y substancial en la Eucaristía y lo lleva a considerar a la Eucaristía sólo como a un pan bendecido y nada más.

         “Señor, que pueda ver”. A través de la Virgen, Mediadora de todas las gracias, pidamos siempre el don de participar de la Luz Eterna de Cristo, con la cual seamos capaces de contemplar la divinidad de su Persona divina, la Segunda de la Trinidad, que se encarna en el seno de la Virgen, para así poder contemplar su Persona divina, oculta en la Eucaristía, de manera tal de poder adorarlo en su Presencia Eucarística en el tiempo, como anticipo de la adoración eterna que esperamos, por la Misericordia Divina, tributarle por toda la eternidad en el Reino de los cielos.

jueves, 18 de marzo de 2021

“Te queremos apedrear porque siendo hombre te haces Dios”

 


“Te queremos apedrear porque siendo hombre te haces Dios” (Jn 10, 31-42). El argumento dado por los judíos para justificar el intento de asesinato de Jesús –lo querían lapidar, es decir, apedrearlo hasta la muerte-, revela dos verdades: por un lado, la inmensa ceguera espiritual de los judíos –ceguera que, por otra parte, es voluntaria, porque viendo se niegan a creer-, que intentan matar a Jesús por el simple hecho de revelarles que Él es Dios Hijo encarnado; por otro lado, estas palabras de los judíos ponen de manifiesto la Verdad acerca de Dios y su Mesías: Dios había prometido en repetidas ocasiones la llegada del Mesías, que habría de liberar al Pueblo Elegido de su esclavitud, pero no estaba revelado explícitamente que ese Mesías no sería sólo un profeta más, ni un hombre santo, sino el mismo Dios en Persona y ahora, que los judíos lo tienen frente a ellos mismos, se niegan a reconocerlo como al Dios en el que ellos creían y pretenden matarlo. Con sus palabras, los judíos manifiestan su propia incredulidad: “Siendo hombre, te haces Dios”. Es decir, ellos veían a Jesús de Nazareth, un hombre, y le llamaban “el hijo del carpintero”, “el hijo de María”, con lo cual lo consideraban sólo un hombre y nada más que un hombre. Pero cuando Jesús les dice que Él es Dios, aplicándose a Sí mismo el Nombre sagrado con el cual los judíos nombraban a Dios –“Yo Soy”-, entonces lo tratan de blasfemo –“te haces pasar por Dios”- y pretenden matarlo. Esta ceguera de los judíos es voluntaria, porque como el mismo Jesús les dice, si no le creen a Él, crean al menos en sus obras –sus milagros-, porque sus obras dan testimonio de que Él es Dios, ya que esas obras, esos milagros, sólo pueden ser hechos por Dios.

“Te queremos apedrear porque siendo hombre te haces Dios”. Así como un pecado conduce a otro pecado, así la voluntaria ceguera de no querer ver los milagros de Jesús como hechos por Dios en Persona, los conduce inevitablemente a negar a Jesús su condición de Hijo de Dios y a considerarlo sólo un hombre que, por añadidura, es blasfemo, al hacerse pasar por Dios. Esta ceguera no es neutra: conducirá a los judíos a una ceguera cada vez más grande, al punto de lograr su objetivo, por medio de calumnias e injurias, condenar a muerte en cruz a Jesús. Ahora bien, como de todo se puede tomar una lección, aprendamos nosotros a reconocer el error de los judíos, para no cometer el mismo error y no neguemos nunca la condición de Cristo como Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía.

domingo, 29 de noviembre de 2020

“¡Hijo de David, compadécete de nosotros!”

 


“¡Hijo de David, compadécete de nosotros!” (Mt 9, 27-31). Dos ciegos, al escuchar que Jesús pasa cerca de ellos, le piden que les cure su ceguera. Antes de hacerlo, Jesús les pregunta si creen que Él puede hacerlo, es decir, les pregunta si tienen fe en Él, como Dios omnipotente. Los ciegos le dicen que sí creen, Jesús toca sus ojos y éstos recuperan milagrosamente la vista. Además del milagro de curación corporal en sí, que demuestra su condición de ser el Hijo de Dios encarnado, la curación de los ciegos tiene una connotación espiritual: la ceguera representa al alma que no posee la gracia santificante y que por lo tanto no ve a Jesús como Redentor; el hecho de que los ciegos se dirijan a Jesús y le den un título mesiánico, “Hijo de David”, indica que han recibido ya la gracia que los acerca a Jesús; pero Jesús no les concede de inmediato la curación, sino que los pone a prueba, les pregunta si “creen en Él” y ellos le dicen que sí: esto significa que también el alma, que primero no cree en Jesús, pero luego recibe la gracia de creer en Él, debe hacer, de su parte, un acto de libertad, aceptando esa gracia y aceptando a Jesús como a Redentor. En otras palabras, el alma debe, libremente, reconocer que Jesús es el Salvador y que Él, Presente en la Eucaristía, es el mismo Jesús del Evangelio, el mismo Jesús que está glorioso y resucitado en los cielos y el mismo Jesús que ha de venir al fin de los tiempos, a juzgar el mundo.

“¡Hijo de David, compadécete de nosotros!”. También nosotros somos ciegos espirituales, desde el nacimiento, pero hemos recibido la gracia en el Bautismo sacramental, de creer en Jesús como Salvador y como Dios encarnado y también como los ciegos, tenemos necesidad de aceptar libremente a Jesús como a nuestro Salvador y Redentor personal. Por eso, también nosotros, como los ciegos del Evangelio, debemos acercarnos a Jesús Eucaristía, debemos postrarnos ante su Presencia y decirle: “¡Jesús Eucaristía, Dios Hijo encarnado, creo en Ti como Dios oculto en el Sacramento del altar, cura mi ceguera espiritual!”.

martes, 17 de marzo de 2020

“Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento”



(Domingo IV - TC - Ciclo A – 2020)

         “Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento” (Jn 9, 1.6-9.13-17.34-38). Ante el pedido de auxilio de ciego de nacimiento, Jesús “escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: “Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado). Él fue, se lavó, y volvió con vista”. El milagro, real, tiene un significado sobrenatural, es decir, va más allá del propio milagro y es el siguiente: la ceguera corporal, por la cual los ojos del cuerpo no pueden ver el mundo que nos rodea, es figura de otra ceguera, la ceguera espiritual, por medio de la cual el alma no puede ver el mundo sobrenatural de la fe; es decir, por la ceguera espiritual, el alma se hace incapaz de ver lo que sucede en el mundo espiritual y mucho más en el orden de los misterios de redención de Nuestro Señor Jesucristo. En este caso, la ceguera espiritual está dada por la ausencia de fe, la cual si bien muchos la han recibido a través del Bautismo sacramental, la han dejado luego apagar, sea porque no han hecho nada para incrementarla –oración, sacramentos, devoción, formación espiritual-, sea porque se han perdido en las oscuridades del mundo y sus falsos y tenebrosos atractivos. El ciego de nacimiento que recupera la vista puede ser el alma que, o bien recibe la gracia de la fe en el Bautismo sacramental, o bien la recibe como una gracia especial de conversión y se dedica no a sofocarla, como en el caso anterior, sino a incrementarla, por medio de actos de piedad, de devoción, de frecuencia de los sacramentos.
         “Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento”. Todos debemos identificarnos con el ciego de nacimiento, porque por el pecado original, todos nacemos ciegos a la vida de la gracia y de la fe; pero todos también debemos identificarnos con el ciego del nacimiento cuando recibe la curación de parte de Jesús, porque todos hemos recibido la luz de la fe, como don incoado, en el momento de ser bautizados. De cada uno de nosotros depende, entonces, vivir la vida de la fe y así ver el mundo sobrenatural de los misterios de Cristo, o apagar esta luz por las luces falsas del mundo y así vivir en la ceguera espiritual más completa.

lunes, 18 de noviembre de 2013

“Señor, que yo vea otra vez”


“Señor, que yo vea otra vez” (Lc 18, 35-43). Un ciego, que se encuentra a la vera del camino, escucha que Jesús está pasando y comienza a gritar con todas sus fuerzas para atraer su atención. Luego de insistir, a pesar de que los discípulos de Jesús lo hacían callar, logra su cometido, pues Jesús se entera de su presencia y lo hace traer ante Él. Una vez delante de él Jesús le pregunta “qué es lo que quiere que haga por él” y el ciego le responde que desea ver “otra vez”. Jesús le concede lo que quiere y el ciego comienza a ver nuevamente.
Este episodio posee una sobreabundante riqueza espiritual porque nos muestra a Jesús que, como Hombre-Dios, ejerce su omnipotencia divina en favor de la humanidad, enferma a causa de la herida del pecado original y representado en el ciego del camino. Con sólo quererlo Jesús, el ciego vuelve a ver –no es ciego de nacimiento, evidentemente-, lo cual es una muestra –ínfima, pero muestra al fin-, de la inconmensurable potencia divina del Hombre-Dios. Sin embargo, no radica aquí el valor más preciado de este episodio del Evangelio, puesto que la curación física es una figura de la curación espiritual que Jesús obra en el alma y Jesús obra –y quiere obrar- en el alma portentos mucho más grandiosos que una simple curación corporal.
Precisamente, la ceguera corporal, curada por Jesús, es una figura de la ceguera espiritual, por lo que en ese ciego podemos vernos nosotros, que también estamos ciegos espiritualmente como consecuencia del pecado, pero también estamos ciegos espiritualmente en relación al misterio de Dios Uno y Trino, porque el misterio de la Santísima Trinidad es impenetrable a los ojos de la creatura, sea el hombre o el ángel, y solo la gracia divina, surgida de ese mismo Dios Trino, puede conceder a la creatura racional la luz necesaria para contemplarla.

“Señor, que yo vea otra vez”. También nosotros, como el ciego del camino, debemos pedir a Cristo Jesús que nos cure nuestra ceguera espiritual y para ello debemos hacer lo que hizo el ciego del camino, llamando a Jesús con los gritos del corazón. Pero nosotros, a diferencia del ciego del Evangelio, que esperaba a Jesús a la vera del camino y fue llamado por Él ante su Presencia, somos llamados por la gracia ante su Presencia sacramental, la Eucaristía y allí, en la adoración eucarística, elevamos la súplica ardiente del corazón: “Señor, que yo vea, Señor, que yo vea tu infinito Amor, el Amor que brota de tu Sagrado Corazón traspasado, y que sea capaz de comunicarlo a mis hermanos obrando la misericordia, para así glorificar tu Nombre en el tiempo, como anticipo de la glorificación en la eternidad”.

viernes, 26 de octubre de 2012

“Señor, que vea”



(Domingo XXX – TO – Ciclo B – 2012)
         “Señor, que vea” (cfr. Mc 10, 46-52). Un mendigo ciego, llamado Bartimeo –hijo de Timeo-, pide a Jesús el milagro de recuperar la vista; Jesús, en vistas de su profunda fe, se lo concede. La indigencia y la ceguera de Bartimeo son un símbolo de la humanidad luego del pecado original: al ser privada de la gracia santificante, la humanidad es despojada de todos sus bienes, y uno de sus bienes más preciados era el hecho de ver a Dios, amarlo, y poseer su amistad. Así como el indigente no tiene nada, así el hombre, luego del pecado original, es desposeído de la amistad de Dios, y así como Bartimeo, además de indigente, es ciego, así el hombre luego del pecado original no puede ya ver a Dios.
         Pero Bartimeo es también figura del hombre que ha cometido un pecado mortal, porque también por el pecado mortal, el hombre se vuelve indigente, al perder la gracia santificante, y se vuelve ciego, porque no puede ver a Dios ni a sus mandamientos.
         Y del mismo modo a como en la ceguera física, se vive en una completa oscuridad, así también, en el caso del pecado mortal, el hombre vive en un estado de oscuridad espiritual completa, que le impide ver la Voluntad de Dios en su vida, expresada en los Diez Mandamientos.
         La ceguera espiritual no es indiferente, porque no solo priva de la luz que es la Voluntad de Dios, expresada en los mandamientos, sino que, al sumergir al hombre en la oscuridad espiritual, lo hace seguir por las oscuras sendas de los tiránicos mandatos del demonio. El hombre en pecado mortal repite la historia de Adán y Eva: así como ellos desobedecieron a Dios y a su mandato, pero obedecieron al demonio y a su mandato, así también el hombre en pecado mortal.
¿Cómo se expresa esta ceguera y este seguir los mandatos del demonio?
De muchas maneras, y depende de qué mandamiento se trate: si el mandamiento dice: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas, y al prójimo como a ti mismo”, el mandato del demonio dice: “Aborrece a Dios y a sus mandamientos, y haz lo que quieras, y en cuanto a tu prójimo, úsalo como si fuera una mercancía puesta para satisfacer tu egoísmo”; si el mandamiento de Dios dice: “Santificarás las fiestas”, lo cual implica, en primer lugar, la asistencia dominical a Misa para recibir el don del Amor del Padre, Jesús en la Eucaristía, que nos concede su vida eterna, el mandamiento del demonio dice: “No te preocupes por la Misa, es demasiado aburrida; ve y diviértete en cualquier espectáculo que te apetezca; falta a Misa sin motivo y mira la televisión, Internet, el cine; escucha música, descansa, pasea, haz tu vida sin preocuparte por la Misa; que no te importe cometer el pecado mortal de no asistir a la Misa del Domingo”; si el mandamiento de Dios dice: “No tomarás el nombre de Dios en vano”, el demonio dice: “Jura en falso, no temas al nombre de Dios, úsalo como quieras; usa su nombre para lograr tus objetivos; miente siempre, que algo queda, y para tapar tu mentira, hazlo en nombre de Dios”; si el mandamiento de Dios dice: “Honrarás padre y madre”, el demonio dice: “Contesta a tus padres como te parezca; fáltales el respeto; no tengas cuidado de ellos; si se enferman, que no te importe, haz tu vida; si se equivocan, no los perdones; si te necesitan, no los atiendes; ocúltales tus cosas, miénteles, levántales la voz y también la mano”; si el mandamiento de Dios dice: “No matarás”, el mandamiento del demonio dice: “Mata a tu hermano, asesínalo físicamente, ya desde el seno materno, apenas esté concebido, y di que lo haces en nombre de los derechos de la mujer; asesina a tu prójimo también moralmente, difamándolo o calumniándolo”; si el mandamiento de Dios dice: “No cometerás actos impuros”, porque “el cuerpo es templo del Espíritu Santo”, el mandamiento del demonio dice: “Profana tu cuerpo; comete impurezas, vive en la impureza, mira programas de televisión y de Internet que son impuros; habla y cuenta chistes de doble sentido; no seas mojigato, libérate, nada es pecado porque toda impureza imaginable forma parte del ser humano”; si el mandamiento de Dios dice: “No robarás”, porque a nadie se le debe quitar lo que le pertenece, el mandamiento del demonio dice: “Roba, hurta, aprópiate de lo que no es tuyo; quédate con todos los bienes que desees, sin que importe el medio que tengas que emplear para conseguirlos; quítate el escrúpulo de ser ladrón, no tengas vergüenza en robar, pero sí ten vergüenza para devolver lo robado; considera a todas las pertenencias ajenas como tuyas, y úsalas a tu placer”; si el mandamiento de Dios dice: “No levantarás falso testimonio ni mentirás”, porque el cristiano debe ser limpio de toda mancha de falsedad, el mandamiento del demonio dice: “Miente, di la verdad a medias, que siempre es una mentira completa; miente, miente siempre, en lo poco y en lo mucho, porque la mentira hace ciudadano de mi reino; miente, y no te avergüences, sólo ten la precaución de recordar tus mentiras, para no quedar enredado en tu propia trampa; miente, y que la mentira sea tu distintivo; miente a tus padres, a tus hermanos, a tus amigos, a todo el mundo; miente, y así te tendré para siempre junto a mí; calumnia, falsifica, di falsedades, y lograrás tu objetivo, porque es muy difícil luchar contra la calumnia”; si el mandamiento de Dios dice: “No consentirás pensamientos ni deseos impuros”, porque tu corazón es sagrario del Altísimo, tu cuerpo es templo del Espíritu Santo, y tu alma altar de la gracia santificante, y nada impuro debe profanar este santuario, el mandamiento del demonio dice: “Deléitate en los pensamientos impuros, lascivos, obscenos, lujuriosos; recurre al auxilio de la televisión y de los programas inmorales, en donde el cuerpo humano es exhibido impúdicamente, como mercancía sexual de consumo fácil; mira la pornografía, no es mala, nada es pecado, todo está permitido, y si alguien te recrimina, diles que no sean tan rigurosos, que nada malo haces y a nadie perjudicas; embriágate, drógate, trata a tu cuerpo como un establo, como una discoteca, como un lugar de trato impúdico, pero nunca trates a tu cuerpo como templo del Espíritu y sagrario de la Eucaristía”; si el mandamiento de Dios dice: “No codiciarás los bienes ajenos”, porque el cristiano debe vivir la pobreza de Cristo en la cruz, si quiere ser rico en los cielos, el mandamiento del demonio dice: “Te ordeno que no solo envidies, sino que te apoderes de los bienes ajenos, sin importar los medios que tengas que emplear: violencia, extorsión, coacción, robo, engaño, e incluso, si es necesario, el homicidio; roba, no te canses de robar, aprópiate y haz acopio de cuanto bien material esté a tu alcances, y no repares en medios para conseguirlos; codicia los bienes ajenos y hazte con ellos, especialmente si es dinero, porque así me estarás sirviendo a mí, el Príncipe de las tinieblas”.
Como vemos, no es inocua la ceguera espiritual, puesto que no solo priva del conocimiento y del amor de Dios, y por lo tanto de su Voluntad, que siempre es santa, sino que conduce esta ceguera a cumplir los mandamientos del demonio.
         Pero Dios no nos deja abandonados, porque si bien la ceguera espiritual, y la indigencia espiritual, son consecuencias del pecado original y del pecado mortal, también la curación de esa ceguera física por parte de Jesús a Bartimeo, tiene un significado y un simbolismo espiritual: la curación física figura y anticipa la curación espiritual, producida por la gracia santificante. Pero a diferencia de la curación física, la curación producida por la gracia concede al alma nuevas capacidades que no están presentes en la naturaleza, y es así como el hombre puede comenzar a ver más allá de los límites de su naturaleza, y se vuelve capaz de contemplar a Dios no solo en su unidad, sino en su Trinidad de Personas; puede ver a Jesús no como un hombre más de Palestina, sino como al Hombre-Dios; puede ver a la Virgen no simplemente como la Madre de Jesús, sino como la Madre de Dios; puede ver a la Misa no como una ceremonia religiosa, como tantas otras, sino como la renovación sacramental del sacrificio del Calvario; puede ver a la Eucaristía no como un pan consagrado en una ceremonia religiosa, sino como la Presencia real de Cristo, Hijo de Dios, en Persona.
         “Señor, que vea”. El mendigo ciego Bartimeo puede considerarse doblemente afortunado, pues no sólo recibió la curación de su ceguera corporal, sino que su fe en Jesús se vio todavía más fortalecida, ya que a la fe inicial, con la cual llama a Jesús –“¡Hijo de David, ten piedad de mí!”-, se le agrega un hecho que no estaba presente al inicio: al ser curado, en vez de regresar a su casa, sigue a Jesús: “En seguida comenzó a ver y lo siguió por el camino”. Con toda seguridad, hoy Bartimeo, no solo curada su ceguera, sino con su capacidad de contemplar el misterio de la Trinidad, otorgada por la gracia, contempla, feliz, a Cristo Dios por toda la eternidad.
Nosotros, que vivimos a XX siglos de distancia, no tenemos la dicha de ver a Jesús físicamente, como lo hizo Bartimeo al ser curado, pero no por eso podemos considerarnos menos afortunados, ya que todo cristiano tiene a su disposición a Cristo y a su gracia, que se brinda sin reservas, en los sacramentos de la Iglesia Católica, principalmente la Confesión sacramental y la Eucaristía.