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viernes, 19 de junio de 2020

“Un hombre prudente edificó sobre roca; un hombre necio sobre arena”




“Un hombre prudente edificó sobre roca; un hombre necio sobre arena” (Mt 7, 21-29). Con la parábola de los hombres que edifican sus respectivas casas sobre roca y sobre arena, Jesús quiere hacernos ver cuán distintas son las consecuencias espirituales de elegir la Cruz o de rechazarla. En efecto, el hombre prudente que edifica su casa sobre roca, es el hombre que basa su espiritualidad en Cristo Dios y en su Cruz; es el hombre para quien Cristo es Dios, está Presente en la Eucaristía de forma real, verdadera y substancial y sus Mandamientos son su alimento espiritual cotidiano. El que edifica sobre roca es el que edifica su edificio espiritual sobre la Roca que es Cristo y toda su espiritualidad está basada en la espiritualidad de la Iglesia Católica, que es la espiritualidad de los Padres del Desierto, los Padres de la Iglesia y los miles de santos, doctores, vírgenes, mártires, que la Iglesia ha donado al mundo a lo largo de los siglos.
Por el contrario, el hombre necio que edifica sobre arena es el que se construye una espiritualidad a su manera; es el que dice: “espiritualidad sí, religión no”; es el que dice: “Cristo sí, Eucaristía no”; es el que dice “todas las religiones conducen a Dios, menos la religión católica”; es el hombre que, en vez de rezar el Rosario y utilizar los Sacramentos y sacramentales de la Iglesia Católica, consulta a magos, hechiceros y brujos. En definitiva, es el hombre que practica la espiritualidad falsa de la Nueva Era, una espiritualidad que, al no estar basada en Cristo Dios y sus Mandamientos, cede ante los primeros embates de las penas y tribulaciones de la vida, dejándolo en desolación y confusión espiritual.
“Un hombre prudente edificó sobre roca; un hombre necio sobre arena”. No seamos como el hombre necio de la parábola; edifiquemos nuestro edificio espiritual sobre la Roca sólida, que es Cristo Dios en la Eucaristía.

martes, 25 de junio de 2019

“Edifiquen sobre la Roca y no sobre arena”



“Edifiquen sobre la Roca y no sobre arena” (cfr. Mt 7, 21-29). En esta parábola, Jesús nos presenta a dos hombres distintos que edifican sus respectivas casas: uno edifica sobre roca y así los cimientos de la casa están firmes para cuando lleguen las tormentas y tempestades; el otro, edifica sobre arena, por lo cual sus cimientos no están firmes y cuando llega la tormenta, todo su edificio se desmorona. Estos hombres y sus respectivas casas son figuras de dos tipos de almas: el que edifica sobre roca representa a las almas que construyen su edificio espiritual sobre la Roca, Cristo y son las almas que adoran a Cristo en la Eucaristía y en la Cruz; el que edifica sobre arena representa a las almas que construyen sobre espiritualidades no cristianas o con fundamentos meramente humanos: cuando llega el tiempo de la tribulación, todo se viene abajo espiritualmente.
Esta parábola nos enseña que debemos edificar sobre la Roca sólida, que es Cristo Jesús y descartar cualquier espiritualidad que no se derive de Cristo Eucaristía y de Cristo crucificado.

jueves, 23 de junio de 2016

“Un hombre construyó una casa sobre roca (…) otro, construyó sobre arena”


“Un hombre construyó una casa sobre roca (…) otro, construyó sobre arena” (Mt 7, 21-29…). Para graficar el estado del alma frente a las tribulaciones de la vida y las tentaciones, en el espacio de tiempo que se recorre para llegar a la eternidad, Jesús recurre a una parábola en la que dos hombres edifican sus respectivas casas en dos lugares distintos: uno, sobre roca; el otro, sobre arena.
La casa es el alma; los vientos, ríos y tempestades, son los asaltos de las pasiones, las tentaciones, las tribulaciones y los ataques del Enemigo de las almas; la roca es Cristo y sus enseñanzas, sus mandatos y su gracia santificante: quien “construye sobre roca”, es decir, quien afianza su alma en Cristo Jesús, buscando de vivir en gracia, evitar el pecado, obrar la misericordia, llevando los mandatos de Jesús en el pensamiento en el corazón, ese tal, resistirá a todo embate, sea exterior –ataques del enemigo de las almas o injusticias de los hombres-, o interior –tribulaciones-, y saldrá victorioso de todas sus luchas, principalmente las espirituales.
Por el contrario, el que “construye sobre arena”, es aquel que deja de lado al Hombre-Dios, para construir su espiritualidad con elementos que nada tienen que ver con la religión católica, como por ejemplo, el gnosticismo de la Nueva Era, que se manifiesta de múltiples maneras: yoga, reiki, ocultismo, esoterismo, etc. A ese tal, al no estar cimentado en Cristo Jesús, todo su edificio espiritual –su casa- se le derrumbará cuando deba enfrentarse a los mortales enemigos del hombre, el Demonio, el pecado y la muerte, puesto que nada que no sea la gracia santificante de Jesús, recibida a través de los sacramentos, puede defender al alma de tan peligrosos enemigos.

“Un hombre construyó una casa sobre roca (…) otro, construyó sobre arena”. No da lo mismo creer y adorar a Jesús en la Eucaristía y tratar de cumplir sus mandamientos, recibiendo los sacramentos y buscando conservar y acrecentar la gracia santificante, que dejar de lado a Jesús para buscar elementos espirituales alternativos. Lo primero, es el Camino al cielo; lo segundo, es el camino pavimentado al Abismo en donde no hay redención.

jueves, 25 de junio de 2015

“El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre roca..."


“El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre roca, porque ni la lluvia, ni los ríos ni el viento, podrán derrumbarla (…) el que no las pone por práctica, es como el que construye sobre arena, ve su casa destruida cuando soplan los vientos y crecen los ríos” (cfr. Mt 7, 21-27). Escuchar las palabras de Jesús y ponerlas en práctica es como “construir sobre roca”, porque significa que el alma, movida por la gracia, toma su cruz de cada día y sigue a Jesús por el camino del Calvario. Así, da muerte al hombre viejo con sus pasiones, naciendo el hombre nuevo, el hijo de Dios, y cuando arremeten las pasiones, las tentaciones, las tribulaciones, no pueden derribar al alma, en quien está Cristo, Roca firme. Poner en práctica las palabras de Cristo significa obrar en estado de gracia, y como el obrar le sigue al ser, significa que se está en estado de gracia santificante, esto es, unido a Cristo o, dicho en el lenguaje de la parábola, cimentado en Cristo. Es esta gracia divina, que fluyendo del Hombre-Dios se introduce en la raíz más profunda del acto de ser del hombre, la que le concede al hombre la fortaleza sobrenatural que le permite el resistir “la lluvia, los ríos y el viento”, es decir, las tentaciones de las pasiones, las tribulaciones de la vida cotidiana y los asaltos del demonio. Sólo quien está afianzado en la Roca firme que es Cristo, puede resistir a los embates de estos enemigos del alma, que la asedian y azotan constantemente, así como una casa es asediada y azotada constantemente, por el viento y las lluvias, si está construida a la ribera de un río que, por añadidura, desemboca en el mar. Quien obra no por voluntad propia, sino porque Cristo se lo ordena, obra movido por la gracia, y eso significa obrar por impulso divino y porque su alma está firmemente anclada a la Roca firme del Ser divino trinitario de Jesús, de quien fluye la gracia como de una fuente inagotable, y es esta gracia la razón de su fortaleza frente al embate de las pasiones, del mundo y del demonio.
         Por el contrario, quien escucha las palabras de Cristo y no obra según ellas, sino según su propia voluntad, es como quien construye sobre arena: sus propias fuerzas humanas no podrán, de ninguna manera, resistir, cuando sea asediado y asaltado por las tentaciones, por las tribulaciones y por las acechanzas del enemigo de las almas.
“El que escucha mis palabras y las pone en práctica, es como el que construye sobre roca…”. No seamos sordos al Amor que nos habla en Cristo y pongamos por obra las palabras del Amor crucificado –amar a los enemigos, vivir la pobreza y la castidad, obrar la misericordia- y cuando arrecien las oscuras fuerzas del mal será el Amor quien nos fortalezca y nos dé la victoria.
        


miércoles, 4 de diciembre de 2013

“El que escucha y pone en práctica mis palabras es como el que construye sobre roca”


“El que escucha y pone en práctica mis palabras es como el que construye sobre roca” (Mt 7, 21. 24-27). Con la parábola de dos hombres que construyen sus respectivas casas sobre distintos terrenos –uno sobre roca y otro sobre arena-, Jesús nos muestra el estado espiritual de quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, y quien no lo hace.
El que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica es como el que construye en roca firme, porque cuando llegan las tribulaciones, las pruebas, las desolaciones, el alma está firmemente sostenida por Dios. Escuchar y poner en práctica significa para el alma aferrarse y sostenerse en la Cruz de Jesús para recibir desde allí, desde la Cruz, la fuerza invencible del Hombre-Dios; escuchar y poner en práctica la Palabra de Dios significa no solo ser asistidos por Dios, sino tener a Dios en sí mismo, con lo cual se hace realidad lo que dice San Pablo: “Si Dios está conmigo, ¿quién contra mí?” (Rm 8, 13).
¿Qué significa “escuchar la Palabra y ponerla en práctica? Significa que el que escucha que tiene que vivir en gracia, debe empeñar su vida para mantener el estado de gracia y estar dispuesto a perder la vida terrena antes que perder la gracia, tal como lo dice la fórmula del sacramento de la confesión: “…antes querría haber muerto que haberos ofendido”; el que escucha que debe practicar la misericordia para salvarse (Mt 25, 31-40), debe considerar cuál de las catorce obras de misericordia puede hacer según su estado y no pasar la días y días sin obrar ni siquiera una; el que escucha que debe perdonar a su prójimo “setenta veces siete” (Mt 18, 21-22), debe perdonarlo literalmente setenta veces siete, lo cual en la práctica quiere decir “siempre”; el que escucha que debe “amar a su enemigo” (Mt 5, 43-48), debe amar a su enemigo con el Amor con el que Cristo lo amó desde la Cruz, lo cual quiere decir que no debe amar con el simple amor humano, que se guía solo por las apariencias y no ama hasta la Cruz, como sí lo hace el Amor de Cristo; quien escucha que debe “santificar las fiestas”, esto es, principalmente, asistir a Misa los domingos para recibir el Don de Dios Padre, su Hijo Jesús en la Eucaristía, debe poner a la Santa Misa dominical como la actividad más importante a realizar no solo en el día sino en toda la semana, y no dejarla de lado por los vanos atractivos y ocupaciones mundanas.

Sólo quien escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica en su vida cotidiana, permanecerá firmemente anclado en la Roca, Cristo.

viernes, 28 de junio de 2013

Para construir sobre la Roca que es Cristo, basta con decir: "Jesús en Vos confío", y poner por obra sus palabras


         Jesús presenta los ejemplos de dos hombres que edifican sus respectivas casas sobre dos fundamentos distintos: sobre la roca y sobre la arena (cfr. Mt 7, 24ss). Uno y otro consiguen construir las casas, las cuales se mantienen erguidas en tiempos tranquilos, pero el destino de ambas será distinto en cuanto comiencen las alteraciones climatológicas. Cuando esto suceda, la casa que fue construida sobre arena, se vendrá abajo, mientras que la casa que fue construida sobre roca, seguirá en pie.
         ¿Cuál es el significado espiritual de esta parábola? La construcción de la casa sobre arena significa la espiritualidad construida sobre todo aquello que no sea Cristo: el propio yo, el ego, las pasiones, o también la religiosidad de tipo oriental –yoga, reiki, gnosticismo, esoterismo, religión wicca, etc.-, o cualquier otra espiritualidad “Nueva Era”: puesto que se basa en algo inconsistente, el edificio espiritual así construido, ante los embates de las tribulaciones, las pruebas, las dificultades, o los trances duros de la vida, como el dolor, la muerte, la enfermedad, se viene abajo, porque no tiene consistencia. El resultado final de construir sobre la arena, es la desesperación.
         Por el contrario, aquel que construye su espiritualidad sobre la roca que es Cristo, es decir, aquel que se une a Él por la fe y por el amor, y sella esta unión con la vida de la gracia, la oración y el auxilio al prójimo más necesitado, cuando lleguen las tormentas y tempestades, los vientos y los ríos crecidos, es decir, las pruebas duras de la vida –enfermedad, muerte, dolor-, permanecerá incólume, porque está unido a la Cruz de Cristo y a Cristo en la Cruz, y como Cristo crucificado es Dios crucificado, y Él transforma, con su poder divino, al dolor en alegría y a la muerte en vida, todo lo que está unido a Él en la Cruz sigue su misma suerte, y así el que construye sobre roca, es decir, el que une su vida a Cristo en la Cruz, sufrirá el dolor propio de la Cruz, pero Cristo lo hará desaparecer y convertirá la tribulación en paz, alegría y amor. El resultado final de construir sobre la roca que es Cristo, es la paz del alma y la victoria total y definitiva sobre el dolor y la muerte.

         Es inevitable que sobrevengan las tribulaciones, pero lo que no es inevitable es que la casa se hunda, es decir, que el alma se desespere: basta con decir: “Jesús, en Vos confío”, y en poner por obra sus palabras.

miércoles, 5 de diciembre de 2012

“El que escucha la Palabra y la practica es como el que construye sobre roca”



“El que escucha la Palabra y la practica es como el que construye sobre roca” (Mt 7, 21, 24-27). Con los ejemplos de dos hombres que construyen sobre distintas bases, uno sobre roca y otro sobre arena, Jesús grafica a los cristianos que ponen y no ponen en práctica, respectivamente, los Consejos Evangélicos y los Mandamientos de la ley divina.
Quien escucha la Palabra, pero no la pone en práctica, es como quien construye sobre arena, porque en vez de obrar según la Sabiduría divina y cumplir la Voluntad de Dios, cumple su propia voluntad y obra según su propia necedad humana, las cuales conducen siempre al error.
Por ejemplo, quien escucha: “Perdona setenta veces siete”, pero se niega a perdonar, en vez de constituirse en un canal de la misericordia y del perdón divino para los hombres, se convierte en un centro difusor de rencor, de venganza, de justicia por mano propia; quien escucha: “Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios”, pero voluntariamente elige la impureza, que comienza en los pensamientos consentidos y en el no evitar las ocasiones de pecar, inevitablemente convertirá su corazón, de altar y sagrario de Jesús Eucaristía, al cual estaba destinado por el bautismo, en una cueva de Asmodeo, el demonio de la lujuria, y se hace merecedor de su vista para siempre, vista que causa espanto, horror y terror suprahumanos; quien escucha: “Donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón” (Mt 6, 19-23), y voluntariamente elige como tesoro, en vez de la Eucaristía dominical, el fútbol, la política, y cuanta diversión mundana aparezca, inevitablemente desplazará de su corazón al Dios del sagrario, y lo llenará de ídolos mudos e inertes, futbolistas, músicos, cantantes, científicos, etc., que le provocarán hastío, cansancio, aridez, tristeza y desesperación; quien escucha: “El que quiera seguirme, que cargue su Cruz de cada día y me siga”, pero en vez de seguir a Jesús en el Camino Real de la Cruz, camino de la negación de sí mismo y de los apetitos desordenados de bienestar, placer, riqueza, único camino que conduce a la muerte del hombre viejo y al renacimiento del hombre nuevo, el hijo adoptivo de Dios por la gracia, y en vez de eso sigue el camino inverso, el camino ancho y espacioso del mundo, pleno de satisfacciones de los sentidos, de hartura de comida, de acumulación codiciosa de bienes materiales y de dinero, cumpliendo de esta manera los mandamientos de Satanás y no los de Dios, en vez de seguir las huellas de Jesús, huellas ensangrentadas que conducen al Calvario pero luego a la felicidad eterna, seguirá las sucias pisadas de Satanás, que conducen a una satisfacción material y sensible temporaria, para dar luego dolor y llanto eterno; quien escucha: “Bienaventurados los misericordiosos”, pero en vez de obrar la misericordia, para convertirse en espejos vivientes que reflejen la bondad y el amor divinos sobre la tierra y los hombres, elige la frialdad y dureza del corazón, desentendiéndose de las necesidades de sus prójimos, encerrándose en una cárcel de piedra que es el propio corazón, endurecido por el amor del dinero, escuchará al final de su vida, cuando ya sea demasiado tarde, las terribles palabras del Terrible Jueza: “Apártate de Mí, maldito, al fuego eterno, porque tuve hambre y no me diste de comer; tuve sed y no me diste de beber; estuve enfermo y no me visitaste” (Mt 7, 21-23).
“El que escucha la Palabra y la practica es como el que construye sobre roca”. No da lo mismo escuchar la Palabra y ponerla en práctica, que escucharla y no ponerla en práctica. Quien pone por obra lo que su Dios le dice, pone los cimientos de su propia salvación y la de los demás, porque construye en la Roca que es Cristo. Quien escucha a Dios pero no pone por obra sus mandamientos, construye sobre arena, sobre sí mismo, y así edifica su propia perdición, porque su corazón no estará firme cuando lo acosen sus enemigos, los invisibles y tenebrosos “príncipes malignos de las alturas” (Ef 6, 12).