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martes, 26 de noviembre de 2019

“Cuando sucedan estas cosas, está cerca el Reino de Dios”



“Cuando sucedan estas cosas, está cerca el Reino de Dios” (Lc 21, 29-33). Jesús distingue entre Parusía y la venida del Reino de Dios, que de algún modo y está “dentro de vosotros” o “en medio de vosotros”[1]. Cuando habla de “redención” se puede considerar como la liberación de los discípulos de los restringidos lazos del judaísmo, que no solo comprenden las persecuciones procedentes de la sinagoga, sino también de las dificultades que ocasionaron los judaizantes entre los judíos convertidos. La destrucción de Jerusalén y del templo proporcionó la oportunidad para la expansión del Reino de Dios por todo el mundo. Luego Jesús dice: “Cuando echan ya brotes, viéndolos, conocéis por ellos que ya se acerca el verano. Así también vosotros”. Por consiguiente no se trata de la Parusía, sino de algo que los discípulos llegarán a ver, algo cuya fecha se puede fijar de un modo aproximativo: se trata, por tanto, de la ruina de la ciudad.
Nosotros, en cuanto Nuevo Pueblo Elegido, nos encontramos en una situación intermedia: ya pasó la destrucción del templo, pero la Parusía no ha ocurrido todavía. Vivamos con el alma en gracia y con la esperanza de que la Parusía, antes o después, ha de ocurrir y preparemos nuestras almas para el encuentro con Jesús.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 640.

miércoles, 25 de octubre de 2017

“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”


El siervo malvado no piensa en la Venida de su Señor, porque no le importa, ni su Juicio Particular, ni el Juicio Final, y por eso le tiene sin cuidado vivir o no en gracia.


“Estén preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada” (Lc 12, 39-48). Con la parábola de un hombre que está preparado porque sabe que el ladrón ha de llegar en algún momento, y con la parábola del administrador fiel, que también sabe que su señor ha de llegar en el momento menos esperado y por eso se mantiene vigil, con la lámpara encendida y en actitud de servicio, actitud que se contrarresta con el administrador infiel, que no se preocupa si su señor ha de venir o no y, además de mal administrar sus bienes –se dedica a comer y a beber hasta emborracharse-, además de maltratar a los otros siervos, Jesús nos advierte acerca de la imperiosa necesidad que tenemos de estar preparados para su Venida, que ha de acaecer con toda seguridad, aunque no sabemos cuándo. ¿De qué Venida se trata? De su Venida hacia nosotros, ya sea en el día de nuestra muerte terrena, en el que Él vendrá a nosotros como Justo Juez y deberemos comparecer ante su Presencia para recibir el Juicio Particular, y de su Segunda Venida en la gloria, al fin del mundo, cuando venga a “juzgar a vivos y muertos” en el Día del Juicio Final. Para ambas Venidas de Jesús –esto es, para nuestro Juicio Particular y para el Día del Juicio Final-, hemos de “estar preparados, porque el Hijo del hombre llegará a la hora menos pensada”. ¿En qué consiste esa preparación? Jesús mismo nos lo dice: ante todo, la actitud es la del hombre que sabe que ha de venir a su casa “un ladrón” y, si bien no sabe a qué hora llegará, lo que sabe con toda certeza, porque se lo han dicho de fuentes confiables, ha de venir con toda seguridad. La actitud del cristiano, frente a la Venida de Nuestro Señor Jesucristo, sea para el día de su propia muerte, en el que comparecerá ante el Justo Juez en su Juicio Particular, como frente a la Segunda Venida en la gloria, en la Parusía, en la que Jesús llegará para juzgar al mundo en el Día del Juicio Final, debe ser la del hombre que espera al ladrón: no sabe cuándo ha de venir, pero que ha de venir, vendrá sin duda alguna.
Ahora bien, ¿en qué consiste, más específicamente hablando, esta preparación? Nos lo dice San Juan Crisóstomo: “Es a la hora que menos pensáis que vendrá el Hijo del hombre” [1]. Jesús dice esto a los discípulos a fin de que no dejen de velar, que estén siempre a punto. Si les dice que vendrá cuando no lo esperarán, es porque quiere inducirlos a practicar la virtud con celo y sin tregua. Es como si les dijera: “Si la gente supiera cuándo va a morir, estarían perfectamente preparados para este día”. Pero el momento del fin de nuestra vida es un secreto que escapa a cada hombre”. Claramente, San Juan Crisóstomo considera que el consejo del Señor Jesús, de “estar preparados”, se refiere, al menos, a una de las Venidas que hemos mencionado, esto es, el día en el que Jesús llegará a nuestras vidas, en el último día de nuestra vida terrena, sólo por Él conocido, y la forma de estar preparados para ese día es “practicar la virtud con celo y sin tregua”. Podríamos decir que San Juan Crisóstomo nos anima a vivir con esta “tensión escatológica” hacia la eternidad, todos los días de nuestra vida terrena, viviendo en su gracia y cumpliendo sus Mandamientos cada día, como si cada día fuera a ser el último.
Continúa San Juan Crisóstomo, especificando de qué virtudes se trata, esto es, la fidelidad –no atribuirse nada bueno, ya que todo lo bueno que podemos hacer viene del Señor- y la sensatez –la correcta administración de los bienes naturales y sobrenaturales que todos y cada uno, en distinta medida, hemos recibido-: “Por eso el Señor exige a su servidor, dos cualidades: que sea fiel, a fin de que no se atribuya nada de lo que pertenece a su señor, y que sea sensato, para administrar convenientemente todo lo que se le ha confiado. Así pues, nos son necesarias estas dos cualidades para estar a punto a la llegada del Señor”. Y haciendo hincapié en el “mal siervo”, al cual no le interesa si su Señor ha de llegar o no y por eso administra mal los bienes de su Señor –los dones naturales y sobrenaturales concedidos a cada uno-, además de obrar de modo contrario a la Bondad divina, esto es, obrando con malicia, se da con la llegada imprevista de su Señor y recibe de Él el castigo que le corresponde, San Juan Crisóstomo, parafraseando al Señor, nos advierte también a nosotros: “Porque mirad lo que pasa por el hecho de no conocer el día de nuestro encuentro con él: uno se dice: “Mi amo tarda en llegar””. El mal servidor actúa contra toda razón, porque lo seguro es que su Señor llegará; su mal comportamiento refleja en el fondo desamor, frialdad, desinterés por la llegada de su Señor y, en el fondo, por su propia suerte. Por este motivo, para San Juan Crisóstomo, el servidor bueno y fiel, lejos de la actitud del mal servidor, está continuamente pensando en la llegada de su señor porque sabe que es cierta y, porque lo ama y desea verdaderamente servirlo, está siempre esperándolo, administrando fielmente sus bienes, ya que sabe que su señor “no tardará”: “El servidor fiel y sensato no piensa así. Desdichado, bajo pretexto de que tu Amo tarda ¿piensas que no va a venir ya? Su llegada es totalmente cierta. ¿Por qué, pues, no permaneces en tu puesto? No, el Señor no tardará en venir; su retraso no está más que en la imaginación del mal servidor”. El siervo malvado no piensa en la Venida de su Señor, porque no le importa, ni su Juicio Particular, ni el Juicio Final, y por eso le tiene sin cuidado vivir o no en gracia.
No seamos como el siervo malo, sino como el siervo bueno que, por amor a su señor, está siempre vigil, en actitud de servicio, y esperando su pronto regreso, el día en que vendrá a buscarnos para nuestro Juicio Particular, y la Segunda Venida de Jesús en la gloria.



[1] San Juan Crisóstomo, Homilía 77 sobre san Mateo.

jueves, 27 de noviembre de 2014

“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”


“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Lc 21, 29-33). A medida que se acerque la Parusía o Segunda Venida de Jesucristo en la gloria, todos los acontecimientos profetizados por el mismo Jesucristo se cumplirán, tal como Él mismo los profetizó. Jesucristo no puede equivocarse, puesto que es Dios en Persona; es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad; es Dios Hijo encarnado en una naturaleza humana, y todo lo que Él dijo y profetizó acerca de su Segunda Venida, se cumplirá, indefectiblemente, como indefectiblemente la naturaleza sigue su curso y a una estación le sigue la otra. No en vano Jesucristo utiliza la figura del brote nuevo de la higuera: así como sucede con el brote nuevo de la higuera, que pasado el invierno y llegada la primavera, y siguiendo el impulso vital biológico de la naturaleza inscripto por el Creador, comienza un nuevo ciclo de vida para el árbol, así también, en las edades de la humanidad, se suceden los siglos, unos tras otros, y se seguirán sucediendo, hasta que dejen de sucederse, cuando se cumpla el tiempo establecido por Dios, lo cual está indicado, veladamente, por Jesucristo, en las señales acerca de su Segunda Venida.
La Segunda Venida de Cristo, en gloria y poder, vendrá precedida por la conversión de Israel, según anuncia Cristo, y también San Pedro y San Pablo (Mt 23,39; Hch 3,19-21; Rm 11,11-36), y será precedida también por grandes tentaciones, tribulaciones y persecuciones (Mt 24,17-19; Mc 14,12-16; Lc 21,28-33), que harán caer a muchos cristianos en la apostasía. Según el Catecismo, será la “prueba final” que deberá pasar la Iglesia, y que “sacudirá la fe” de muchos creyentes: “La Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18,8; Mt 24,9-14). La persecución que acompaña a la peregrinación de la Iglesia sobre la tierra (cfr. Lc 21,12; Jn 15,19-20) desvelará “el Misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas, mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es el Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo, colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cfr. 2 Tes 2, 4-12; 1 Tes 5, 2-3; 2 Jn 7; 1 Jn 2, 18. 22)”[1].
Por tanto, continúa el Catecismo, “la Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua, en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (Ap 19,1-19). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (13, 8), sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal (20, 7-10). El triunfo de Dios sobre la rebelión del mal tomará la forma de Juicio final (20, 12), después de la última sacudida cósmica de este mundo que pasa (2 Pe 3,12-13)”[2].
Mientras esperamos su Segunda Venida en la gloria, Jesucristo reina actualmente en la historia, desde la Eucaristía, y muestra su dominio, sujetando cuando quiere y del modo que quiere a la Bestia mundana, que recibe toda su fuerza y atractivo del Dragón infernal, y si la Bestia -que se manifiesta en la política a través de la Masonería política, pero también en la Iglesia, a través de la Masonería eclesiástica-, obra haciendo daño, lo hace en cuanto Jesucristo la deja obrar, y no hace más de lo que Jesucristo la deja hacer.
La Parusía, la Segunda Venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo, según nos ha sido revelado, vendrá precedida de señales y avisos, que justamente cuando se cumplan revelarán el sentido de lo anunciado. Por eso solamente los que estén “con las túnicas ceñidas y las lámparas encendidas”, es decir, obrando la misericordia y en estado de gracia, y escrudiñando los signos de los tiempos, en estado de oración, podrán sospechar la inminencia de la Parusía, porque “no hará nada el Señor sin revelar su plan a sus siervos, los profeta” (Amós 3,7), y así, estos “siervos atentos y vigilantes”, podrán detectar la inminencia de la Parusía. Según el mismo Jesucristo, para su Segunda Venida, habrá conmoción en el Universo físico: “habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y sobre la tierra perturbación de las naciones, aterradas por el bramido del mar y la agitación de las olas, exhalando los hombres sus almas por el terror y el ansia de lo que viene sobre la tierra, pues las columnas de los cielos se conmoverán. Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube con poder y majestad grandes” (Lc 21,25-27).
Sin embargo, lo más grave, estará dado en el plano espiritual, porque la Segunda Venida, estará precedida por la ascensión al poder, en la Iglesia, del Anticristo, quien difundirá eficazmente innumerables mentiras y errores, como nunca la Iglesia lo había experimentado en su historia, y éste será el que provocará la “prueba final” que “sacudirá la fe” de “numerosos creyentes”, anunciado por el Catecismo[3], lo cual tal vez sea la modificación de algún dogma central, muy probablemente, relacionado con la Eucaristía.
La Parusía o Segunda Venida, será súbita y patente para toda la humanidad: “como el relámpago que sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del hombre… Entonces aparecerá el estandarte del Hijo del hombre en el cielo, y se lamentarán todas las tribus de la tierra [que vivían ajenas al Reino o contra él], y verán al Hijo del hombre venir sobre las nubes del cielo con poder y majestad grande” (Mt 24,27-31).
La Parusía será inesperada para la mayoría de los hombres, que “comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban” (Lc 17,28), y no esperaban para nada la venida de Cristo, sino que “disfrutando del mundo” tranquilamente, no advertían que “pasa la apariencia de este mundo” (1 Cor 7,31). Por no prestar atención a la Sagrada Escritura que dice: “Medita en las postrimerías y no pecarás jamás” (Eclo 7, 40), el mundo se comporta como el siervo malvado del Evangelio, que habiendo partido su señor de viaje, se dice a sí mismo: “mi amo tardará”, y se entrega al ocio y al vicio. Sin embargo, como advierte Jesús en la parábola, “vendrá el amo de ese siervo el día que menos lo espera y a la hora que no sabe, y le hará azotar y le echará con los hipócritas; allí habrá llanto y crujir de dientes” (Mt 24,42-50). Por eso, la parábola finaliza con la advertencia: “Estad atentos, pues, no sea que se emboten vuestros corazones por el vicio, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y de repente, venga sobre vosotros aquel día, como un lazo; porque vendrá sobre todos los moradores de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto que ha de venir, y comparecer ante el Hijo del hombre” (Lc 21,34-35).
Y esa es la razón por la cual el cristiano debe prestar atención a las palabras de Jesús, en las que nos previene y nos pide que estemos atentos a su Segunda Venida: “vigilad, porque no sabéis cuándo llegará vuestro Señor… Habéis de estar preparados, porque a la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Mt 24,42-44). “Vendrá el día del Señor como ladrón” (2 Pe 3,10). Todos los cristianos hemos de vivir siempre como si la Parusía fuera a ocurrir hoy, o mañana mismo o pasado mañana, porque “la apariencia de este mundo pasa” (1 Cor 7, 31), y cuando pasa la apariencia de este cielo y esta tierra, aparece la eternidad, aparece Dios, que es la Eternidad en sí misma, y para afrontar el Juicio Particular que decidirá nuestra eternidad, es que debemos prepararnos, viviendo en gracia y obrando la misericordia.




[1] 675.
[2] 677.
[3] Cfr. n. 675.

martes, 25 de noviembre de 2014

“Serán odiados por todos a causa de mi Nombre”


“Serán odiados por  todos a causa de mi Nombre” (Lc 21, 16-19). Una de las señales que precederán la Segunda Venida de Jesús en la gloria, será la persecución que sufrirán los que se mantengan fieles a Jesús. Estos serán los destinatarios de una de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados seréis cuando os insulten y persigan, y digan todo género de mal contra vosotros falsamente, por causa de mí. Regocijaos y alegraos, porque vuestra recompensa en los cielos es grande, porque así persiguieron a los profetas que fueron antes que vosotros” (Mt 5, 11-12). Paradójicamente, quienes “insulten, persigan y digan todo género de mal” contra los verdaderos cristianos, serán también cristianos, pero que habrán sido seducidos y engañados por el espíritu del Anticristo, el cual dictará doctrinas novedosas, engañosas y falsas y engañará a todos en la Iglesia con falsos milagros.
Pero, ¿qué habrá sucedido, para que se produzca tal enfrentamiento en el seno de la Iglesia? ¿Qué fenómeno se habrá producido, para que cristianos se enfrenten a cristianos? La respuesta se encuentra en el Catecismo de la Iglesia Católica: en los días previos a la Segunda Venida de Cristo en la gloria, o Parusía, dice el Catecismo, que la Iglesia deberá atravesar una profunda prueba de fe, que “sacudirá la fe de numerosos creyentes”. Dice así el Catecismo[1]: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”.
La “prueba de fe” consistirá entonces, según el Catecismo, en una “apostasía de la verdad”, en una traición a la Verdad Revelada por el Hombre-Dios Jesucristo y custodiada y enseñada por el Magisterio de la Iglesia. Quienes se mantengan fieles a la Verdad, custodiada por el Magisterio de la Iglesia, serán perseguidos; -porque la Verdad Revelada será cambiada y modificada para “proporcionar a los hombres una solución aparente a sus problemas”-, esos tales serán “insultados, y perseguidos”; quienes, por el contrario, se plieguen a la “impostura religiosa” del Anticristo, que consistirá en una “apostasía de la verdad”, serán los perseguidores de los que se mantengan fieles a la Verdad de Dios. Ahora bien, la Verdad de Dios es Jesucristo, porque Él es la Sabiduría de Dios, y el Nombre de Jesús, en la Iglesia, es “Eucaristía”; entonces, la “prueba final de la fe” de la cual habla el Catecismo, y que será la causa de la división dentro de la Iglesia, y que será la causa también de la persecución de los verdaderos cristianos, será una disputa acerca de su Presencia Real en el Santísimo Sacramento del Altar: los seguidores del Anticristo negarán su Presencia Real, mientras que los verdaderos cristianos, la afirmarán y por lo tanto, adorarán a Cristo Presente en la Eucaristía. Si alguien anunciara una verdad distinta, ese tal sería el Adversario, el Anticristo; por lo tanto, deberemos tener presente y grabarlas a fuego, en la mente y en el corazón, estas palabras de la Escritura: “Pero si aún nosotros, o un ángel del cielo, os anunciara otro evangelio contrario al que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal 1, 8). “Serán odiados por  todos a causa de mi Nombre”. La persecución entonces, se hará a todo aquel que se mantenga fiel a la Sabiduría de Dios, Jesucristo, encarnado en la Eucaristía, porque los verdaderos cristianos lo reconocerán Presente en la Eucaristía y lo adorarán en el Sacramento del Altar, mientras que los seguidores del Anticristo se adorarán a sí mismos, ya que ése es el precio de la apostasía, la glorificación y la adoración del hombre por el hombre mismo, como lo enseña el Catecismo: “La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”.
“Serán odiados por  todos a causa de mi Nombre”. Quien ama la Eucaristía, ama a Cristo; quien odia la Eucaristía, odia a Cristo. Le pidamos a la Virgen, Nuestra Señora de la Eucaristía, que aumente cada vez más en nosotros el amor a su Hijo Jesús, Presente en la Eucaristía con su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad, y con todo el Amor Eterno e infinito de su Sagrado Corazón Eucarístico.



[1] Catecismo de la Iglesia Católica, n. 675.

lunes, 24 de noviembre de 2014

“¿Cuál será la señal?” “Muchos dirán: ‘Soy Yo’, y oirán hablar de guerras y revoluciones, pero no será tan pronto el fin”


“¿Cuál será la señal?” “Muchos dirán: ‘Soy Yo’, y oirán hablar de guerras y revoluciones, pero no será tan pronto el fin” (Lc 21, 5-9). Los discípulos preguntan a Jesús “cuál será la señal” de que su Segunda Venida en la gloria o Parusía se acerca. Jesús no da una señal directa, pero sí da una señal indirecta: cuando se presenten muchos falsos mesías, muchos falsos cristos, que digan: “Yo soy el cristo”; también, “el tiempo está cerca”; además, habrán en el mundo “guerras y revoluciones”, pero no será todavía “el fin”. Es decir, todas estas señales, no son “señales del fin”, sino señales que preanuncian el inicio del fin.

Es deber del cristiano leer los signos de los tiempos, porque así lo dice Jesús: “Saben si va a llover o no, pero no saben leer el signo de los tiempos”, y en nuestros tiempos abundan los falsos mesías de la Nueva Era y las guerras y revoluciones. Es por eso que debemos preguntarnos: ¿estamos en los tiempos que anuncian el inicio de las señales de la Segunda Venida de Jesús? La respuesta es que -con toda probabilidad- sí. Sin embargo, más allá de eso, es deber del cristiano vivir en gracia, para estar preparados para la llegada de Jesucristo a su vida personal y a su existencia, puesto que Jesucristo llegará a la vida de cada uno “como el amo que regresa de una boda, a medianoche, de improviso”, y entonces, el cristiano debe estar “vigilante”, como el siervo “atento, con las vestiduras ceñidas y con la lámpara encendida” (cfr. Lc 12, 35), es decir, en actitud de servicio, obrando la misericordia, y con el alma en gracia; el cristiano debe estar “vigilante”, porque Jesús vendrá “como un relámpago” (cfr. Mt 24, 27) que cruza la noche, de improviso; vendrá “como el ladrón” (cfr. Mt 24, 43-44), al cual el amo de casa no sabe cuándo ni por dónde habrá de entrar. 
Entonces, más importante que saber cuándo será la Segunda Venida -aun cuando estarían comenzando a darse las señales que la anuncian-, es más importante, para el cristiano, el estar en estado de gracia permanente. De esa manera, sea que Jesucristo llegue hoy, mañana, pasado, o en cincuenta años, el cristiano estará con sus vestiduras ceñidas, con su lámpara encendida y con su corazón ardiente de amor, listo para recibir a Nuestro Señor Jesucristo, que viene para juzgar al mundo, y en esa espera, en todo momento, repite, en el silencio de su corazón, con todo el amor con el que es capaz: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).

domingo, 19 de octubre de 2014

“Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas”


“Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas” (Lc 12, 35-38). Jesús utiliza la imagen de un hombre que regresa de improviso de una fiesta de bodas, a quien sus servidores lo esperan, “vigilantes, atentos, y con las vestiduras ceñidas, las lámparas encendidas”, para graficar cómo debe ser el estado de nuestra alma, esperando su Venida. En la figura utilizada por Jesús, cada elemento tiene un significado sobrenatural: el dueño de casa que regresa de una boda es Él, que viene de improviso, ya sea el día de nuestra propia muerte –nadie sabe cuándo ha de morir-, o bien el Día de su Segunda Venida en la gloria, la Parusía –nadie sabe “ni el día ni la hora”-; los sirvientes, que deben estar vigilantes, atentos, con sus vestiduras de servicio ceñidas –es decir, deben estar en actitud de servicio- y con las lámparas encendidas –la luz de la lámpara significa la gracia santificante, que ilumina el entendimiento con la luz divina, así como la llama de la lámpara ilumina la oscuridad-, son los cristianos, los bautizados en la Iglesia Católica, que al momento de ser llamados a presentarse a recibir el Juicio Particular el día de su muerte, deben poseer estos elementos: estar vigilantes, es decir, atentos para vivir en gracia y no caer en pecado, lo cual es lo opuesto al estado de pereza, de quien no quiere luchar para no evitar las “ocasiones próximas de pecado”; deben estar vestidos con la túnica de servicio, o sea, deben, según su estado de vida, obrar las obras de misericordia, corporales y espirituales, puesto que la túnica de servicio indica actividad en la Iglesia; y por último, deben poseer sus lámparas encendidas, es decir, deben estar en estado de gracia santificante, porque la lámpara simboliza a la naturaleza humana, que es oscura y opaca sin la luz de la gracia, y la luz de la lámpara encendida, es la humanidad en gracia, que es iluminada por la luz divina, al ser hecha partícipe de la naturaleza divina.

“Estén preparados, ceñidas las vestiduras y con las lámparas encendidas”. Jesús nos pide luchar contra las tentaciones, evitar las ocasiones de pecados, obrar la misericordia y vivir en gracia; sólo así seremos los siervos buenos, a los que el mismo Señor recompensará, sirviéndolos Él a la mesa, invitándonos, el día de nuestra muerte, a pasar a gozar del banquete que dura para siempre, el Banquete del Reino de los cielos, en donde se sirven manjares exquisitos: Carne de Cordero de Dios, asada en el Fuego del Espíritu Santo; Pan de Vida eterna, que da la vida divina de Dios Uno y Trino, y Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sangre del Cordero de Dios, la Eucaristía. Ése es el premio para los siervos que están atentos, con las vestiduras ceñidas y con las lámparas encendidas, esperando el regreso de su Señor.

miércoles, 9 de abril de 2014

“Abraham, el padre de ustedes, se alegró pensando ver mi día”


“Abraham, el padre de ustedes, se alegró pensando ver mi día” (Jn 8, 51-59). Los fariseos reclaman la paternidad de Abraham, pero Jesús les dice que sus obras muestran que no son verdaderos hijos de Abraham. Las intenciones homicidas –“Buscáis matarme porque mi palabra no ha sido recibida por vosotros”- y la resistencia voluntaria a la verdad celestial son una clara muestra de que los fariseos han renunciado voluntariamente a esta paternidad. La conducta homicida –buscan matar a Jesús- y la herejía –cuando Jesús dice que su palabra no ha entrado en sus corazones quiere decir que han reemplazado su Evangelio por palabras humanas-, demuestran que los fariseos están al servicio de una falsa divinidad (1) -Satanás, el "Padre de la mentira, como lo llama Jesús-. Su conducta hostil y agresiva hacia Jesús, el Cristo, manifiesta claramente que están al servicio del Príncipe de las tinieblas y que utilizan sus armas, la mentira, la calumnia, la difamación, e incluso el homicidio, como lo harán con el mismo Jesús cuando lo crucifiquen. Más adelante, Jesús se los dirá explícitamente: “Vosotros tenéis por padre al diablo y queréis hacer los deseos de vuestro padre. Él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad”. Esta apostasía de los fariseos finalizará con el deicidio de Jesús, lo cual prueba el alto precio que el alma paga por la mentira: el apóstata, el hereje, el que reniega de la Verdad revelada que es Cristo, paga un muy alto precio por su apostasía, porque el que reniega de Cristo, reniega de Dios Padre y adopta por padre al Príncipe de la mentira, Satanás, “homicida desde el principio” y Satanás conduce, por la mentira y la calumnia, al deicidio, es decir, a la crucifixión de Jesucristo. El que reniega de Cristo, se convierte en mentiroso y homicida y, peor aun, en deicida, y eso es lo que les sucede a los fariseos.
Ahora bien, esto que sucedió con Cristo, que fue traicionado y llevado a la cruz por medio de la mentira y la calumnia proveniente de hombres religiosos y apóstatas, sucederá con la Iglesia y con los verdaderos discípulos de Cristo al fin de los tiempos, antes de la Parusía, antes de su Segunda Venida, según el Catecismo de la Iglesia Católica (cfr. Núm. 675): “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un pseudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne”.
Por lo tanto, la mentira dentro de la Iglesia, será el criterio que permitirá reconocer a los que pertenezcan al Anticristo o a Cristo antes de la Segunda Venida. El surgir de los apóstatas en el seno de la Iglesia será la señal de la aparición del Anticristo; la apostasía será la señal de que la Segunda Venida de Cristo es inminente.




[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1953, 728.

domingo, 15 de diciembre de 2013

“¿El bautismo de Juan viene del cielo o de los hombres?”

         

“¿El bautismo de Juan viene del cielo o de los hombres?” (Mt 21, 23-27). Con una sola pregunta, Jesús desarma el ataque verbal de los fariseos y escribas, que le habían cuestionado el hecho de enseñar Él en el templo: “¿Con qué autoridad enseñas estas cosas?”, “¿Quién te ha dado esta autoridad?”.
         Al contestarles con una pregunta acerca del bautismo de Juan, si venía del cielo o de los hombres, Jesús los desarma intelectualmente porque los fariseos reconocen que de cualquier manera que respondan, quedarán en evidencia: si responden que el bautismo de Juan era del cielo, quedan en evidencia por no haberlo seguido; si responden que el bautismo de Juan era de los hombres, deberían enfrentarse al pueblo, que estimaba a Juan como un profeta que hablaba en nombre del cielo.
Pero lo más importante es que Jesús, además de dejarlos sin respuestas, les contesta su pregunta acerca de con qué autoridad enseña en el templo, y la respuesta tácita de Jesús sería así: “Si el bautismo de Juan viene del cielo –como lo reconocen los propios fariseos- entonces Yo hablo con mi propia autoridad, porque el Bautista me señaló a mí como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que bautizará en Espíritu y en fuego”, y esto solo lo puede hacer Dios. Si Yo lo hago, según Juan el Bautista, entonces soy Dios y tengo la autoridad que emana de mi Ser divino para enseñar en el templo”. 
Además del testimonio de Juan, la condición de Jesús como Hombre-Dios y su autoridad consecuente, se derivan de su poder de hacer milagros, puesto que se trata de obras que solo Dios puede hacer. En síntesis, la enseñanza del Evangelio es que Jesús tiene autoridad para enseñar en el Evangelio tanto por el hecho de ser llamado por el Bautista “Cordero de Dios”, como atestiguar su condición divina por medio de sus milagros. Sin embargo, a pesar de las respuestas, los fariseos y escribas terminaron crucificando a Jesús.
Ahora bien, el mismo cuestionamiento se da hoy, desde la sociedad hacia la Iglesia, e incluso entre muchos de los bautizados. Estos, al contradecir los Mandamientos de Dios y los preceptos de la Iglesia, parecen decirle a la Iglesia: “¿Con qué autoridad enseñas estas cosas?”. Es decir, tanto el mundo, como muchos de los bautizados, cuestionan al Magisterio de la Iglesia, la condición de la Iglesia de ser “Mater y Magistra”, “Madre y Maestra” de las almas, y es así como se oponen activamente a sus enseñanzas, contradiciéndolas por medio de la adopción de un estilo de vida anti-cristiano.
Ante el cuestionamiento a su autoridad de enseñar a las almas y al mundo que deben vivir según los Mandamientos de Dios, la Iglesia da como argumento su condición de Esposa del Cordero, que en cuanto tal es la única que tiene el poder divino de transubstanciar el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. A quien cuestiona a la Iglesia su autoridad para enseñar, la Iglesia les responde: “Enseño con la autoridad de ser la Única que lo engendra, por el poder del Espíritu Santo, en mi seno, el altar eucarístico”. La Iglesia enseña con la autoridad divina, porque es la única que tiene el poder de convertir el pan y el vino, en el Cuerpo y la Sangre del Cordero.

Y al igual que sucedió con los fariseos, que a pesar de saber que Jesús era Dios, lo crucificaron, así también el mundo, a pesar de reconocer que la Iglesia es la única Iglesia de Dios, terminará crucificándola, cuando se produzca la última persecución sangrienta, antes de la Parusía.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Cuando sucedan estas cosas está cerca vuestra liberación


“Cuando sucedan estas cosas está cerca vuestra liberación” (cfr. Lc 21, 20-28). Jesús profetiza la destrucción de Jerusalén, y cuando finaliza esta profecía al decir: “Jerusalén será pisoteada por los gentiles”, profetiza acerca de lo que habrá de suceder al mundo antes de la parusía, es decir, de su Segunda Venida[1].

Tanto la destrucción de Jerusalén como las grandes tribulaciones que sobrevendrán al mundo antes de su Llegada –guerras, hambre, grandes terremotos-, tendrán una misma causa: el haber rechazado al Mesías.

Jerusalén lo rechazó, crucificándolo; el mundo lo rechazará, al no reconocerlo como el Salvador, pero también gran parte de la misma Iglesia lo rechazará, apostatando de Él, construyendo una falsa Iglesia y un falso Cristo, que serán falsos de toda falsedad, y la falsedad quedará demostrada porque esta falsa Iglesia y este falso Cristo serán permisivos con todas las desviaciones y pecados del ser humano.

Pero las consecuencias de rechazar a Jesús como Salvador de los hombres no se limita al plano físico y material: la destrucción de Jerusalén y los grandes cataclismos que sobrevendrán al mundo entero, son figura de lo que sucede en las almas que se niegan a aceptar a Jesucristo como su Redentor. El llanto de Jesús por la pronta ruina de Jerusalén anticipa y prefigura su llanto por la ruina de almas como Judas Iscariote, que se precipitan, libremente, en el infierno, por preferir servir al dinero y no a Dios, por preferir escuchar el tintineo metálico de las monedas de plata, antes que el suave latido del Sagrado Corazón.

Hoy, los Judas Iscariote se han más que centuplicado, pues son muchísimos los bautizados que, por pereza, negligencia e inoperancia, cuando no directa connivencia con el mal, colaboran con las tinieblas no solo para borrar el nombre de Dios y de Cristo del corazón de los hombres, sino para instaurar un falso salvador de los hombres, opuesto radicalmente a Cristo.

“Cuando sucedan estas cosas está cerca vuestra liberación”. No habrán señales para la parusía, pero como Jesús ha de venir “como el ladrón en la medianoche”, de improviso, el cristiano debe estar atento y vigilante, obrando la misericordia y viviendo en gracia para presentarse sereno y alegre el día del juicio y del examen.


[1] Cfr. Orchard, B., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 640-641..