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jueves, 4 de mayo de 2023

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”

 


“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 1-6). En estos tiempos, en los que un falso ecumenismo pretende igualar a todas las religiones con la falsa premisa de que todas las religiones son iguales, la revelación de Jesús nos indica que el verdadero ecumenismo es el que afirma que la Iglesia Católica y solo la Iglesia Católica, es la única religión y la única iglesia verdadera del único Dios Verdadero.

Jesús es el Camino, el Único Camino que conduce a algo infinitamente más grandioso que todos los cielos juntos y es el seno de Dios Padre y Jesús es el Camino, porque Él procede del Padre desde la eternidad, se encarna por el Espíritu Santo para salvarnos por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección y así conducirnos, unidos a Él por la gracia santificante, al seno del Padre. No hay otro camino posible que no sea Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios Hijo encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, que conduzca al Padre.

Jesús es la Verdad, la Verdad total, absoluta y plena acerca de Dios: si bien los judíos poseían un anticipo y la primicia de la verdad sobre Dios al creer, por revelación divina, que Dios es Uno, Jesús viene a completar esta verdad al revelar que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, es decir, Dios posee una naturaleza divina y un Acto de Ser divino trinitario, del cual participan las Tres Divinas Personas de la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cualquier otra afirmación acerca de la constitución de Dios como Uno y Trino es falsa y no debe ser creída ni aceptada, bajo ningún concepto, por el católico que ha sido bautizado en la Iglesia Católica.

Jesús es la Vida, la Vida divina, la Vida Eterna e Increada, porque Él posee, por participación con el Padre y el Espíritu Santo, al Ser divino trinitario, del cual brota, como de una Fuente inagotable, la Vida Divina, vida que es comunicada por participación a través de la gracia suministrada por los sacramentos. Por eso, quien recibe los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía, recibe la Vida Nueva que nos trae Jesús, una vida completa y absolutamente nueva, porque es la Vida divina de la Trinidad.

Esto es lo que Jesús quiere decirnos cuando afirma que Él es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Y todo esto nos lo comunica Jesús desde la Eucaristía.

miércoles, 3 de mayo de 2023

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”

 


(Domingo V - TP - Ciclo A – 2023)

         “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 1-12). En estos tiempos en los que parecen predominar las falsas teorías de un falso ecumenismo, según las cuales todas las religiones son iguales, todos adoramos a un mismo Dios, todos vamos al Cielo y nadie va al Infierno, sin importar si creamos o no creamos, la Iglesia Católica, sobre la base de las palabras de su Fundador, Nuestro Señor Jesucristo, se presenta a sí misma ante el mundo, como la Única y Verdadera Iglesia, del Único y Verdadero Dios.

         Uno de los argumentos que utiliza la Iglesia Católica es precisamente esta declaración de Jesucristo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

         Jesús es el Camino, el Único Camino que conduce a algo que es infinitamente más hermoso que el Reino de los cielos, a algo que es infinitamente más maravilloso que todos los cielos juntos y es el seno de Dios Padre. Jesús nos conduce al Padre, porque Él proviene del Padre, porque Él y el Padre son “una misma cosa”, Él y el Padre comparten, con el Espíritu Santo, el Amor Divino, un mismo Acto de Ser divino trinitario. Y precisamente, el motivo de la Encarnación del Verbo, de Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, que procede del Padre, es conducirnos, por el Espíritu Santo, al Padre, para que allí residamos por toda la eternidad. No hay otro camino para llegar al Padre que no sea Jesucristo, Quien desde la Cruz nos espira el Espíritu Santo para que, en el Amor Divino seamos llevados, en el Hijo, al Padre.

         Jesús es la Verdad Última, la Verdad sobrenatural, la Verdad Absoluta, la Verdad Total acerca de Dios, de su naturaleza y de su ser divino. Hasta Jesús, los judíos eran los poseedores de una parte de la verdad acerca de Dios, puesto que los judíos sabían, por revelación divina, que Dios era Uno y no había muchos dioses sino Uno solo y por eso eran el único pueblo monoteísta de la Antigüedad. A partir de Jesucristo, que es la Sabiduría del Padre, Dios se auto-revela no solo como Dios Uno, sino como Uno y Trino, es decir, como Uno en naturaleza y Trino en Personas, las Personas del Padre, del  Hijo y del Espíritu Santo, las cuales participan de la única naturaleza divina y del único Ser divino trinitario. No hay otra Verdad acerca de Dios que no sea la que revela Nuestro Señor Jesucristo, Verdad que es enseñada desde hace siglos por el Magisterio y la Tradición de la Iglesia Católica.

         Jesús es la Vida, pero no esta vida humana que por naturaleza tenemos, sino que Él es la Vida Divina, la Vida misma de la Trinidad, Vida verdadera y absolutamente divina, celestial, Vida Increada y Eterna, Vida vivificante, que da la vida divina a todo aquel que recibe a Jesús con fe, con amor y con piedad, Vida que brota del Ser divino trinitario como de una Fuente Inagotable.

         “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, les dice Jesús a sus discípulos; “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice a nosotros desde la Eucaristía, porque Él en la Eucaristía está vivo, glorioso y resucitado, en Persona y en la Eucaristía es el Camino que nos conduce al Padre, es la Verdad Absoluta acerca de la Dios Trinidad y es la Vida Eterna que se nos comunica en cada comunión. Por esta razón, la Iglesia Católica es la Única Iglesia Verdadera del Único Dios Verdadero; cualquier otra religión, no es más que invento humano o, peor aún, del Ángel caído.

miércoles, 6 de mayo de 2020

“Yo soy el camino y la verdad y la vida”




“Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 1-6). En nuestros tiempos, caracterizados por un lado por un fuerte ateísmo y materialismo, que niega la realidad del espíritu y, por otro, por una espiritualidad gnóstica que niega la necesidad de la Iglesia y sus sacramentos, como es la espiritualidad de la Nueva Era, el camino hacia el Dios Uno y Único, Verdadero, está doblemente bloqueado. Por un lado, lo bloquea la mentalidad racionalista y atea, que termina glorificando al materialismo; por otro lado, lo bloque una espiritualidad gnóstica, centrada ya sea en el propio yo -que termina en el auto-endiosamiento- o en un universo en el que todo y todos son dios, un dios que no es persona, sino una “energía cósmica” que todo lo abarca. Por uno u otro camino, el acceso al Dios verdadero, como decimos, está bloqueado, porque ambos caminos son falsos, porque son en realidad callejones sin salida.
Quien desee encontrar verdaderamente a Dios, no debe emprender por lo tanto ninguno de estos falsos caminos; quien desee encontrar al Dios Verdadero y Único, que es el Dios de la Iglesia Católica, debe elevar la mirada del alma y centrarla en el Hombre-Dios Jesucristo, quien pende de una Cruz, además de estar en Persona en el Sacramento de la Eucaristía. Y quien se una a Cristo, sea en la Cruz o en la Eucaristía, recibirá en lo más profundo del ser la iluminación que concede Cristo, porque Él es en Sí mismo luz divina –“Yo Soy la luz del mundo”- y esa luz le proporcionará el conocimiento verdadero de Dios, como Uno en naturaleza y Trino en Personas. Por último, quien centre su mirada en Cristo, sea en la Cruz o en la Eucaristía, recibirá la vida, pero no esta vida terrena que vivimos y experimentamos desde que nacemos, sino la Vida divina, la Vida misma de Dios Trino, que es la Vida Increada, por eso es que Jesús dice: “Yo Soy la Vida”.
“Yo soy el camino y la verdad y la vida”. Para nuestro mundo desorientado, que o bien se topa de frente con el materialismo ateo, o bien se pierde en la nebulosa gnóstica de la falsa espiritualidad de la Nueva Era, las palabras de Jesús, Yo Soy el camino, la verdad y la vida, constituyen la única luz en medio de las densas tinieblas, que conduce a Dios. Jesús, en la Cruz y en la Eucaristía, es el Camino que conduce al seno del Padre Eterno; es la Verdad Absoluta y definitiva acerca de Dios Uno y Trino, y es la Vida divina, la Vida Increada, que hace partícipe al alma de la vida misma de la Trinidad.

lunes, 13 de mayo de 2019

“Yo soy el camino y la verdad y la vida”


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“Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 1-6). Jesús les profetiza su misterio pascual de muerte y resurrección y por lo tanto, les avisa a sus discípulos que Él ha de partir, para regresar a la casa del Padre, adonde “hay muchas moradas”, para “prepararles una morada” y luego regresar. Tomás, que entiende todo en sentido terreno, piensa que se trata de un lugar geográfico al donde Jesús está por ir y por eso le pregunta por el “camino”: “Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”. Tomás cree que se trata de un lugar físico, geográfico; piensa que Jesús va a un lugar lejano, donde su Padre tiene una gran hacienda, y que es ahí en donde Jesús les ha de preparar una morada. Pero Jesús no está hablando de ir a un lugar geográfico: está hablando de su Pasión y Muerte en Cruz y de su Resurrección: Él irá al seno del Padre, de donde vino, por la muerte en Cruz y allí, en el Reino de los cielos, con su muerte habrá conquistado un lugar para cada uno de sus seguidores y entonces luego volverá para llevarlos allí.
“Yo soy el camino y la verdad y la vida”. En el mundo espiritual, Jesús es el Camino que nos lleva al seno del Padre; es la Verdad acerca de Dios Uno y Trino; es la Vida divina que se nos comunica a través de la Eucaristía. Quien busque otro camino para llegar a Dios, quien crea en otra verdad que no sea la del Jesús Hombre-Dios de la Iglesia Católica y quien busque una vida divina que no esté contenida en la Eucaristía, está lejos, muy lejos, del único y verdadero camino que lleva a Dios Trino, Cristo Jesús en la Eucaristía.

viernes, 12 de mayo de 2017

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”


(Domingo V - TP - Ciclo A – 2017)

         “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí” (Jn 14, 1-12). Jesucristo es el Camino que conduce al cielo; es la Verdad que revela la naturaleza íntima de Dios como Uno en naturaleza y Trino en Personas; es la Vida Increada y Creador de toda vida participada y creatural, de cuyo sostén en el ser a cada segundo necesitan los seres creados para vivir. En esta frase de Jesucristo se revela no solo la Trinidad –Él es Dios Hijo, que conduce al Padre, en el Amor de Dios, el Espíritu Santo-, sino que también se revela el sentido primero, último y único de nuestra existencia en esta vida terrena, esto es, el ser conducidos a su Reino celestial, luego de terminar los días de nuestra existencia en la tierra, ya que eso es lo que significa: “ir al Padre”.
Esto es lo que nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica[1]: “¡Oh Trinidad, luz bienaventurada y unidad esencia!”. Dios es eterna beatitud, vida inmortal, luz sin ocaso. Dios es amor: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dios quiere comunicar libremente la gloria de su vida bienaventurada” –y la quiere comunicar a nosotros, sus creaturas, luego de concedernos la gracia de la filiación-. Continúa el Catecismo: “Tal es el “designio benevolente” (Ef 1, 9) que concibió antes de la creación del mundo en su Hijo amado, “predestinándonos a la adopción filial en él” (Ef 1, 4-5), es decir, “a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8, 29) gracias al “Espíritu de adopción filial” (Rm 8,15). El Catecismo nos dice que el “designio de Dios” para todos y cada uno de nosotros, y que determina el sentido de nuestra existencia terrena y la creación de nuestro ser, es el “predestinarnos a ser hijos suyos, recibiendo el Espíritu Santo para así reproducir la imagen de su Hijo”. En otras palabras, el Catecismo nos dice que Dios nos ha creado para donarnos el Espíritu Santo, que nos convierte en hijos adoptivos suyos y en imágenes vivientes de Dios Hijo, con lo cual, el sentido de haber sido creados no es otro que el alcanzar la vida eterna -esto es, “ir al Padre”-, en Cristo Jesús. Y que el sentido y fin último de nuestra vida en la tierra sea “ir al Padre” por Jesucristo, en el Espíritu Santo, es algo que también nos lo enseña explícitamente el Catecismo: “El fin último de toda la economía divina es la entrada de las criaturas divinas en la unidad perfecta de la Bienaventurada Trinidad (Jn 17, 21-23)”[2]. Nuestro fin último es la “unidad perfecta” con la Trinidad de Personas en Dios, lo cual sólo lo conseguimos si, recibiendo el Espíritu Santo y siendo adoptados como hijos de Dios, somos conducidos al Padre por Cristo, Camino, Verdad y Vida.
Ahora bien, nos enseña también el Catecismo que, si bien nuestro destino es unirnos a la Trinidad en el Reino de los cielos, ya desde esta vida podemos, en cierta medida y por la gracia santificante, gozar de modo de anticipado de la Trinidad, por la inhabitación trinitaria en el alma que está en gracia: “Pero desde ahora somos llamados a ser habitados por la Santísima Trinidad: “Si alguno me ama -dice el Señor- guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23)”[3]. Estamos destinados a la unidad con la Trinidad en el Reino de los cielos, pero esa unidad se consigue por la doctrina de la inhabitación trinitaria en el alma del justo, del que vive en gracia, como anticipo, esta Presencia de las Tres Divinas Personas en el alma en gracia, de la contemplación beatífica en el Reino de los cielos. Reflejando esta inhabitación trinitaria en el alma en esta vida, como anticipo de la contemplación en la bienaventuranza de Dios Uno y Trino, dice así la Beata Isabel de la Trinidad: “¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayúdame a olvidarme enteramente de mi misma para establecerme en ti, inmóvil y apacible como si mi alma estuviera ya en la eternidad; que nada pueda turbar mi paz , ni hacerme salir de ti, mi Inmutable, sino que cada minuto me lleve más lejos en la profundidad de tu misterio! Pacifica mi alma. Haz de ella tu cielo, tu morada amada y el lugar de tu reposo. Que yo no te deje jamás solo en ella, sino que yo esté allí enteramente, totalmente despierta en mi fe, en adoración, entregada sin reservas a tu acción creadora”. El alma, ya desde esta vida, está destinada a ser “morada amada” y “lugar de reposo” de las Tres Divinas Personas, lo cual logra el alma sólo por Jesucristo, ya que esto es lo que Él quiere significar cuando dice: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”.
Ahora bien, Jesucristo es el Camino que nos conduce al Padre, en el Amor del Espíritu Santo, como nos enseña el Catecismo, en esta vida y en la otra, pero, ¿de cuál Jesucristo se trata? Porque a lo largo de la historia, han surgido miles de cristos, que han fundado iglesias y sectas y, valiéndose del Evangelio, han dicho lo mismo que Jesucristo, aplicándose a sí mismos sus palabras, de manera directa o indirecta. Incluso algunos, como recientemente una secta centroamericana llamada “Creciendo en gracia”, que afirmaba ser “el cristo”, y como este, cientos y miles de igual modo. Entonces, ¿cuál de todos estos cristos es el verdadero? La respuesta es que el Único Cristo verdadero es el de la Iglesia Católica, Aquel que está Presente con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Eucaristía. El Único y Verdadero Cristo es el que sufrió la Pasión, Murió en la Cruz, Resucitó y subió a los cielos, y además de estar sentado a la diestra del Padre, está también, con su mismo Cuerpo glorioso y resucitado, lleno de la vida y de la luz divina, en el sagrario, en la Eucaristía. El Único Cristo verdadero es el que alimenta nuestras almas con la substancia de su divinidad, al donarse a sí mismo como Pan Vivo bajado del cielo, como Pan de Vida eterna, como Maná verdadero venido del cielo. El Único Cristo verdadero es el que prometió que su Iglesia no habría de perecer frente a las puertas del Infierno, ya que Él mismo la asiste enviando el Espíritu Santo, que con su luz divina disipa las tinieblas de los errores, las herejías, los cismas. El Único Cristo verdadero es Aquel al que la Iglesia Católica lo llama, en su Credo, “Luz de Luz y Dios verdadero de Dios verdadero”. El Único Cristo verdadero es el que se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen y, luego de nueve meses en el seno de María, recibiendo nutrientes y siendo revestido con un Cuerpo humano, fue dado a luz por María en Belén, Casa de Pan, para que los hombres fueran alimentados con el Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo Sacramentado del Cordero de Dios.
         “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. El Único Cristo verdadero es el que confiesa la Iglesia Católica, como único Camino al Padre, porque siendo Dios Hijo, consubstancial al Padre, de igual honor, majestad y poder, proviene eternamente del Padre y conduce al Padre a los hijos adoptivos de Dios, los hombres nacidos a la vida de la gracia por medio del Bautismo sacramental. Éste es el Único Cristo verdadero, Camino, Verdad y Vida, el de la Iglesia Católica, Presente en Persona en la Eucaristía, y es el Único que nos conduce al Padre, en el Amor del Espíritu Santo. Cualquier otro que no sea este Cristo, no pertenece a Dios y es un anti-cristo.





[1] Cfr. § 257-258, 260.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibidem.

viernes, 22 de abril de 2016

“Yo Soy el Camino, y la Verdad, y la Vida”


“Yo Soy el Camino, y la Verdad, y la Vida” (Jn 14, 1-6). Jesús está revelando a sus discípulos no sólo quién es Él –Dios Hijo, que es el Único que conoce al Padre-, sino qué es lo que va a hacer por nosotros, a través de su sacrificio y muerte en cruz: va a prepararnos “una morada en la casa de su Padre”, para que “donde esté Él, también estemos nosotros”. Jesús nos revela, de esta manera, no solo la precariedad de esta vida terrena, temporal, sino la existencia de una vida en el más allá, una vida que, por desarrollarse en Dios, es eterna, como Dios es eterno; una vida en la absoluta paz, alegría y amor de Dios, porque es una vida que transcurrirá, por los siglos sin fin, en la Casa del Padre, allí adonde Jesús va a prepararnos una morada. Pero Jesús también nos revela que a esa vida eterna en la Casa del Padre, no se llega si no es por Él: “Yo Soy el Camino, y la Verdad, y la Vida”. Jesús se nos revela a sí mismo como Dios, al utilizar el nombre propio de Dios –“Yo Soy”-, aplicándoselo a Él; es decir, al decir: “Yo Soy”, está utilizando el nombre con el que los hebreos conocían al Dios Único y Verdadero; por lo tanto, se está revelando como Dios. Luego de revelarse como Dios, se revela como “Camino, Verdad y Vida”: Jesús es el Camino que conduce al Padre y no hay otro camino que no sea Él, porque Él es Dios Hijo, que procede del Padre y que conduce al Padre y “nadie va al Padre” sino es por Él; Jesús es la Verdad Suprema y Absoluta de Dios, porque Él es la Sabiduría de Dios, y por lo mismo, nadie conoce al Padre sino Él, Dios Hijo, y quien conoce al Padre es porque es Él, Jesús, quien lo da a conocer; cualquier otra verdad acerca de Dios, que no sea la revelada por el Hijo de Dios, Jesús de Nazareth, es sólo tinieblas y oscuridad; Jesús es la Vida, y la Vida eterna, la vida misma de Dios Trino, la vida que brota del Ser divino trinitario, porque Él es el Hijo Eterno del Padre, que engendrado antes que todos los siglos, recibe del Padre en la eternidad la Vida Increada y es por esto que toda vida que no sea la Vida eterna que da Jesús, es sólo desolación y muerte.
“Yo Soy el Camino, y la Verdad, y la Vida”. Jesús en la Eucaristía es el Único Camino al Padre que debemos recorrer, es la Única Verdad Divina que debemos creer y es la Única Vida eterna que debemos recibir.


sábado, 17 de mayo de 2014

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”


(Domingo V - TP - Ciclo A – 2014)
        (Domingo V - TP - Ciclo A – 2014)
         “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 12, 1-14). Jesús se presenta a sí mismo como el Camino, la Verdad y la Vida.
         “Yo Soy el Camino”. Jesús es el Camino que conduce al Padre; nadie va al Padre si no es por Él, y si alguien va al Padre, conducido por Jesús, es porque el Padre lo ha atraído primero con su Amor. Si alguien llama a Dios “Padre”, es porque Jesús se lo ha enseñado, pero si Jesús se lo ha enseñado, es porque el Padre lo ha querido, es porque el Padre ha amado a esa creatura con tanta intensidad, que ha decidido adoptarla como hija suya muy amada y para eso ha enviado a su Hijo Jesús a la tierra, para que le enseñe que Él no solo es su Creador, sino que quiere ser su Padre muy amado y que quiere darle su Espíritu de Amor desde la cruz y que como prueba de que es tanto el amor que le tiene, está dispuesto a sacrificar a su Hijo en la cruz para que su Hijo, desde la cruz, cuando su Corazón sea traspasado por la lanza, infunda el Espíritu Santo junto con el Agua y la Sangre y el Espíritu Santo, con el Agua y la Sangre, le comunique su Amor y lo convierta en hijo suyo adoptivo. En otras palabras, si alguien llama a Dios “Padre”, como hacemos los cristianos en el “Padrenuestro”, es porque Dios Padre nos ha elegido desde la eternidad, en Cristo Jesús, para que seamos hijos suyos adoptivos muy amados por la gracia del sacramento del bautismo, y esto es un don en el que continuamente debemos meditar, que debe acrecentar nuestro amor hacia Dios Padre. Jesús es el Camino que nos conduce al Padre porque además de concedernos la gracia de la filiación, además de hacernos ser hijos adoptivos de Dios, nos concede su mismo Amor por Dios Padre, que es el Amor del Espíritu Santo, que nos permite amar a Dios como hijos y que nos hace exclamar “Abba”, es decir “Padre mío muy amado”, desde lo más profundo del corazón y así amamos a Dios Padre como Él lo ama desde la eternidad, no con nuestro propio amor, que es muy pobre y muy limitado, sino con el Amor mismo de Jesús. Por esto Jesús es el Camino que conduce al Padre, y nadie conoce y nadie ama al Padre, si Jesús no lo da a conocer y si Jesús no le infunde su Espíritu, el Espíritu Santo y se engaña todo aquel que pretenda conocer y amar a Dios sino es por Jesús, y a Jesús que está en la cruz y en la Eucaristía.        
“Yo Soy la Verdad”. Jesús es la Verdad que todo hombre debe conocer para obtener la eterna salvación, pero no con un conocimiento meramente intelectual, porque Jesús es la Verdad Encarnada, Jesús es la Verdad Divina hecha carne y por lo tanto Jesús es la Verdad Encarnada en el seno virgen de María, inmolada en el ara santa de la cruz, glorificada el Domingo de Resurrección y entregada como Pan de Vida eterna y como Carne del Cordero de Dios en la mesa del Banquete del Reino, la Santa Misa. Entonces, cuando Jesús dice que Él es la Verdad, no se trata de un mero conjunto de verdades abstractas que como miembros de la Iglesia debemos aprender de memoria y recitar mecánicamente para así obtener la salvación; Jesús es la Verdad Encarnada, hecha carne en el seno virgen de María, inmolada en la cruz, glorificada en el sepulcro el Día de la Resurrección y entregada cada vez por la Santa Madre Iglesia en el altar eucarístico como Pan Vivo bajado del cielo, como Maná verdadero que concede la vida eterna, para que todo aquel que coma de este Pan no muera, sino que tenga vida eterna. Es a esto a lo que Jesús se refiere cuando dice: “Yo Soy la Verdad”: Jesús es la Verdad Encarnada que debe ser aprendida en el Libro de la cruz y debe ser consumida en el Pan de la Eucaristía; así podrá el hombre adquirir la Sabiduría divina que lo iluminará interiormente acerca de su eterna salvación; solo Jesús, Verdad Eterna Encarnada, que se aprende leyendo en el Libro de la Cruz y se asimila consumiendo el Pan eucarístico, ilumina al alma con la luz de la gracia y del Amor divino necesarios para su eterna salvación. Cualquier otra “verdad” para la salvación del alma, que no sea Jesús en la Cruz y en la Eucaristía, es solo engaño del Maligno y conduce al Abismo.
         “Yo Soy la Vida”. Jesús es la Vida y la Vida eterna, la vida misma de Dios Uno y Trino, que es la eternidad en sí misma. Jesús es la Vida Increada porque Él es Dios Eterno, cuyo Ser trinitario es la fuente de toda vida creada. Jesús es la Vida, y de Él, Vida Increada y Fuente de Vida eterna, recibimos los hombres la vida natural pero también la vida sobrenatural, la vida de la gracia, la vida que recibimos a través de los sacramentos. Jesús es la Vida divina que se dona a sí mismo en los sacramentos, sobre todo y principalmente en el sacramento de la Eucaristía: allí se dona en su totalidad, sin reservas. Jesús en la Eucaristía hace lo que una madre, un esposo, un hijo, un hermano, no pueden hacer por aquellos que aman, aun deseándolo con toda el alma. Una madre que ama a su hijo, un esposo que ama a su esposa, pueden dar sus vidas por quienes aman, pero solo en un sentido figurado, no real, porque no pueden “traspasar”, literalmente hablando, la vida natural que tienen, a sus seres amados. En cambio Jesús sí lo puede hacer y de hecho lo hace, en la Eucaristía: al comulgar, Jesús nos comunica de su vida divina, celestial, sobrenatural, de modo que el alma vive no solo con su vida natural, sino con la vida divina, sobrenatural, la vida de la gracia, que le comunica Jesús en la comunión. Y esa vida que comunica Jesús, es una vida distinta a la vida humana, porque es la vida de Dios, y es la vida que vivieron los santos y es lo que explica que los santos hayan vivido una vida de santidad, una vida de virtudes heroicas, una vida de amor heroico, de amor a los enemigos, de amor esponsal hasta la cruz, de amor filial hasta la cruz; es lo que explica que los santos hayan practicado las obras de misericordia, corporales y espirituales, en un grado que supera infinitamente las fuerzas y las capacidades del ser humano, como por ejemplo, la Madre Teresa de Calcuta, Don Orione, Don Bosco, y miles de santos más; la vida de la gracia es lo que ha hecho que los santos vivan las mortificaciones diarias, cotidianas, de todos los días, como escalones que los han conducido a las cimas de la santidad. Ésa es la vida que nos da Jesús, la vida de la gracia, que es la vida divina participada y que en la otra vida, se nos dará en plenitud, en la visión beatífica. Jesús en la Eucaristía es la Vida Increada, que nos comunica de su vida divina y nos concede de esa vida, que es la santidad en sí misma, para que seamos santos, para que iniciemos, desde esta vida terrena, en el tiempo que nos queda de vida terrena, una vida de santidad, para vivir luego, en la eternidad, junto con los ángeles y los santos, adorando a Jesús, el Dios Tres veces Santo.
         “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús en la Eucaristía es el Camino, la Verdad y la Vida, y nadie va al Padre, nadie va al cielo, nadie puede alcanzar la santidad, sin la Eucaristía.

jueves, 15 de mayo de 2014

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”


“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 1-6). Jesús en la Cruz y en la Eucaristía es el Camino para ir al Padre: en la Cruz, abre los brazos para abrazar y abarcar a toda la humanidad y así conducirla al seno eterno del Padre; en la Eucaristía, se dona a sí mismo como Pan de Vida eterna, que sacia y colma, con extra-abundancia, el apetito de y la sed de Dios que posee la humanidad, y la Eucaristía es por lo tanto el Maná bajado del cielo con el cual la Iglesia alimenta a la Humanidad, hambrienta y sedienta de Dios, de su Amor, de su paz y de su perdón.
Jesús en la Cruz y en la Eucaristía es la Verdad acerca del Padre: es el Padre quien envía a su Hijo a morir en la cruz, para que desde la cruz, cuando su Corazón sea traspasado, derrame sobre nosotros y sobre el mundo entero su Sangre y su Agua y con su Sangre y su Agua, las entrañas de su Misericordia, para darnos Vida eterna con su Sangre y para justificarnos con su Agua, infundiéndonos su Amor, el Espíritu Santo, junto con la Sangre y el Agua derramados desde su Corazón traspasado; Jesús en la Eucaristía es la Verdad acerca del Padre, porque la Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del cielo, no como el que comieron los israelitas en el desierto y murieron, porque la Eucaristía es el Cuerpo glorioso y resucitado de Jesús, lleno de la gloria, de la Vida, de la luz y del Amor de Dios Uno y Trino, y quien se alimenta de este Maná celestial, enviado por Dios Padre para sus hijos que peregrinan por el desierto de la vida y del mundo, no morirá, sino que tendrá la Vida eterna.
Jesús en la Cruz y en la Eucaristía es la Vida que dona el Padre: porque en la cruz Jesús da muerte a la muerte con su Vida eterna, la Vida que el Padre le comunica desde la eternidad, y es la Vida que recibe todo aquel que se acerca a beber de su Costado abierto por la lanza; Jesús en la Eucaristía es la Vida que dona el Padre, porque Jesús dice: “Es mi Padre quien os da el Verdadero Pan bajado del cielo” y la Eucaristía es el Pan Vivo que nutre al alma con la substancia divina y celestial del Ser trinitario que no solo impide la muerte del alma, sino que la nutre con la Vida misma de Dios Uno y Trino.

 “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Jesús en la Cruz y en la Eucaristía es el Camino, la Verdad y la Vida que nos otorga el Padre a nosotros, que en el desierto de la vida y del tiempo, peregrinamos hacia la Morada Santa, el seno eterno de Dios Uno y Trino.

jueves, 25 de abril de 2013

"Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida"


“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 1-6). Jesús en la Eucaristía es el Camino, la Verdad y la Vida.
Jesús en la Eucaristía es el Camino que conduce al cielo, porque la Eucaristía contiene algo infinitamente más grande que los infinitos cielos, y es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, Puerta de las ovejas, abierta a los creyentes por el lanzazo en la Cruz, Puerta que conduce al seno mismo de Dios Padre.
Jesús en la Eucaristía es el Camino que conduce a la Casa del Padre, Casa que tiene muchas habitaciones, porque por esta Puerta abierta que es el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, cuando se traspasan sus umbrales, se ingresa allí donde el Padre tiene su morada, se ingresa en la Casa del Padre, allí donde Cristo fue a prepararnos una habitación. Quien comulga la Eucaristía ingresa ya, por anticipado, a la habitación de la Casa del Padre que Jesús preparó con su muerte en Cruz y resurrección.
Jesús en la Eucaristía es el Camino que nos conduce a la comunión de vida y Amor con Dios Padre, porque nadie va al Padre si no es por este Camino, que en el Padre inicia y en el Padre finaliza. Jesús en la Eucaristía es el Pontífice máximo que nos une con Dios Padre, porque Él está en el Padre desde la eternidad, por la divinidad, y nosotros estamos en Él, al compartir la humanidad por la Encarnación, y Él está en nosotros por el Sacramento del Altar[1]. Quien se une a Cristo por la Eucaristía, se une a Él en su Cuerpo y recibe de Él su Espíritu que inhabita en su Cuerpo y por su Espíritu es hecho un mismo cuerpo y un mismo espíritu con Cristo, y así es conducido a la unión en el Amor con Dios Padre.
Jesús en la Eucaristía es la Verdad, porque Él es la Verdad Subsistente, es la Verdad en Acto Puro de Ser; es la Verdad en sí misma, la Verdad en Persona, la Verdad que sin sombra alguna de error nos habla de lo que “vio y oyó” en la eternidad, y lo que vio y oyó en la eternidad es que Dios Padre nos ama con Amor de locura y quiere que seamos sus hijos y que todos nos salvemos por la fuerza de la Cruz de Cristo.
Jesús en la Eucaristía es la Verdad que debe ser conocida y amada si alguien quiere salvarse, porque solo quien escucha a Cristo, Verdad encarnada de Dios, se niega a sí mismo, carga la Cruz de cada día, sigue a Cristo por el Camino del Calvario y es crucificado y muere cada día, para resucitar por la gracia a la vida nueva de los hijos de Dios.
Jesús en la Eucaristía es la Verdad sin mezcla de error alguno, cuya pureza inmaculada debe ser mantenida y proclamada aun a costa de la propia vida, porque nada impuro debe contaminar esta Verdad; ningún error, ninguna mentira, ninguna falsedad, puede subsistir delante de Dios que es Verdad absoluta. Jesús en la Eucaristía es la Verdad de Dios, es Dios que es Verdad en sí mismo, y por eso no pueden tener parte ni estar delante de Dios ni participar de la comunión quienes aman la mentira, quienes proclaman el error, quienes calumnian y difaman, porque todo eso viene del Padre de la mentira, el Diablo o Satanás, que fue excluido de la Presencia de Dios por ser mentiroso y homicida desde el principio.
Jesús en la Eucaristía es la Vida, porque Él es la Vida Increada, la Fuente de toda vida creada, y la Vida eterna que se comunica a los hombres, Vida que fluye como de su fuente del Ser trinitario y se derrama incontenible sobre los hombres a través de la herida de su Corazón traspasado.
Jesús en la Eucaristía es la Vida que debe ser vivida, porque el que se alimenta de este Pan que es Vida eterna, vive su vida terrena ya no más con su vida humana, creatural, sino con la vida de la gracia, la vida participada de la Santísima Trinidad, y así vive, ya en anticipo, desde esta vida, la vida de los hijos de Dios, que es la vida del Reino de los cielos.
Jesús en la Eucaristía es la Vida eterna, Vida por la cual se debe dar la vida terrena, para que muera el hombre viejo y viva el hombre nuevo, el hombre que es una nueva creación, el hombre que ya no es más simple creatura, sino hijo adoptivo de Dios. Jesús en la Eucaristía es Vida eterna, Vida que con su fuerza sobrenatural y divina ha vencido para siempre a los poderes oscuros del infierno, poderes que son muerte y desolación. Jesús en la Eucaristía es Vida que debe ser consumida en la comunión eucarística, porque quien se alimenta de este Pan Vivo que es la Eucaristía, vive ya desde la tierra con el corazón puesto en el cielo, y así esta vida terrena, que es muerte porque no es vida, se convierte anticipadamente en vida celestial vivida en la tierra.
Jesús en la Eucaristía es Camino, Verdad y Vida.



[1] Cfr. Tratado de San Hilario, obispo, Sobre la Santísima Trinidad, Libro 8, 13-16: PL 10, 246-249.

jueves, 13 de septiembre de 2012

Fiesta de la Santa Cruz – 2012



¿Por qué exaltar la Cruz, instrumento de humillación, de tortura, de muerte? Los antiguos romanos utilizaban la cruz como el máximo escarmiento que se daba tanto a delincuentes de poca monta, como a los criminales más peligrosos, a aquellos que ponían en peligro la integridad del imperio. Habían elegido la cruz, por ser el instrumento más bárbaro, más cruel, más humillante, más atroz, y lo habían elegido precisamente, para que todo aquel que viera a un crucificado, escarmentara en piel ajena, y se decidiera a no cometer delitos, al menos por temor al castigo que le sobrevendría.
Es por esto que, como cristianos, nos preguntamos: ¿por qué exaltar la cruz, instrumento de barbarie, de tortura, de humillación y de muerte? ¿No corremos el riesgo, los cristianos, de identificarnos con la mentalidad bárbara de la época, al identificarnos con el instrumento de muerte, la cruz? La respuesta es que los cristianos adoramos la Cruz, no nos identificamos con la barbarie, y tenemos varios motivos para celebrarla y exaltarla:
Porque la Cruz era un simple madero, pero al subir Jesús, quedó impregnada con la Sangre del Cordero.
Porque en la Cruz murió el Hombre-Dios, y si bien con su Cuerpo humano sufrió muerte humillante, por su condición de Dios “hace nuevas todas las cosas”, y así con su Divinidad convirtió la muerte en vida, y la humillación en exaltación y glorificación.
Porque en la Cruz el Hombre-Dios convirtió al dolor y a la muerte del hombre, de castigos por el pecado, en fuentes de santificación y de vida eterna.
Porque en la Cruz, Jesús lavó con su Sangre, y los destruyó para siempre, a los pecados de todos los hombres de todos los tiempos, de modo tal que si antes de la Cruz los hombres estaban destinados a la condenación, por la Cruz, ahora todos tienen el Camino abierto al Cielo.
Porque la debilidad y la humillación del Hombre-Dios en la Cruz, fue convertida, por la Trinidad Santísima, en muestra de fortaleza omnipotente y de gloria infinita, por medio de las cuales destruyó y venció para siempre a los tres enemigos mortales del hombre: el demonio, el mundo y la carne.
Porque en la Cruz, el Hombre-Dios nos dio su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, como alimento del alma, como Viático celestial en nuestro peregrinar al Cielo, como Pan de ángeles que embriaga al alma con la Alegría y el Amor de Dios Trino.
Porque en la Cruz, el Hombre-Dios nos dio como regalo a aquello que más amaba en esta tierra, su Madre amantísima, para que nos adoptara como hijos, nos cubriera con su manto, nos llevara en su regazo, y nos encerrara en su Corazón Inmaculado, para desde ahí llevarnos a la eterna felicidad en los cielos.
Porque en la Cruz celebró la Misa, y por la Misa renueva para nosotros su mismo y único sacrificio en Cruz, convirtiendo el altar en un nuevo Calvario, en un nuevo Monte Gólgota, en cuya cima, suspendido desde la Cruz, mana del Sagrado Corazón traspasado un torrente inagotable de gracia divina, la Sangre del Cordero, salvación de los hombres.
Por todo esto, celebramos, exaltamos y adoramos la Cruz.

martes, 1 de noviembre de 2011

Conmemoración de todos los fieles difuntos



Jesús nos va a preparar un lugar, y el camino para seguirlo a ese lugar, que es el Reino del Padre, es Él mismo: Él en la cruz, Él en la Eucaristía, es el Camino para llegar al cielo (cfr. Jn 14, 1-6).

Esta verdad, que nosotros repetimos “casi de memoria”, es algo que es realidad para los fieles difuntos: ellos ya pasaron por el trance de la muerte, cerraron sus ojos, los ojos del cuerpo, a esta vida, y abrieron los ojos del espíritu, a la vida eterna. Para ellos la vida eterna es una realidad palpable y tangible, y no un “algo” futuro que apenas alcanzamos a intuir, pero que no sabemos bien de qué se trata.

Los difuntos, a quienes conmemoramos hoy, han atravesado ya el umbral de la muerte, han abierto sus ojos en la otra vida, y han encontrado a Cristo, cara a cara. Para ellos ya no hay dudas de fe, como tampoco las habrá para nosotros, desde el momento mismo de nuestra muerte. Para los fieles difuntos, toda la vida eterna se presenta como un cristal diáfano y transparente, en el cual ya no pueden dudar de nada: ni de Dios Uno y Trino, ni de Jesucristo como Hombre-Dios, ni de la Virgen, ni de la cruz como camino para alcanzar la vida eterna.

Por este motivo, la conmemoración de los seres queridos difuntos no se debe detener en una visión parcializada, que es el recuerdo cargado de afecto y de nostalgia, pues eso de poco y nada nos sirve para nuestro paso a la vida eterna.

Al recordarlos, debemos tener presente que ellos ya atravesaron un umbral, el de la muerte, que es el umbral que nosotros atravesaremos en algún momento, algunos antes y otros después, pero todos habremos de atravesarlo, es decir, todos hemos de morir. También nosotros pasaremos por lo que ellos ya pasaron, y para eso debemos prepararnos.

Recordar a los seres queridos difuntos no debe entonces quedarse en la nostalgia, sino en pensar en nuestra propia muerte, y cómo nos preparamos para la misma, porque lo único seguro que tenemos en esta vida, es que vamos a morir.

El mensaje que nos dejan nuestros seres queridos al morir es este: “No creas que esta vida es para siempre, ya que se termina en poco tiempo. Prepárate para bien morir, para que puedas entrar a la feliz eternidad”.

Y el bien morir, es morir caminando por el único Camino que conduce al Padre, Cristo en la cruz y en la Eucaristía.

lunes, 20 de junio de 2011

Entrad por la puerta estrecha

Para pasar por la Puerta estrecha
y seguir por el Camino angosto,
se necesita un corazón pequeño,
humilde,
que rece, ayune, y obre la misericordia,
no para ser alabado,
sino para ser visto
por el Padre de los cielos.


“Entrad por la puerta estrecha. Ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos van por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos” (cfr. Mt 7, 6.12-14).

Jesús nos dice que para ir al cielo, hay que encontrar una puerta estrecha, hay que entrar por ella, y luego seguir el camino, muy angosto, que se encuentra atravesando la puerta. Puerta estrecha y camino angosto.

Es una puerta estrecha, hay muy poco espacio, y es muy difícil atravesar por ella. Al ser la puerta tan estrecha, y al ser el camino tan angosto, no se pueden llevar grandes objetos materiales, ni cosas superfluas; sólo se puede llevar lo indispensable para andar el camino: oración, mortificación, penitencia, ayuno, buenas obras, sacramentos.

Por la puerta estrecha no se puede pasar una valija de dinero, pero tampoco sirve una billetera abultada, porque no sirve de nada el dinero para el camino angosto que hay que recorrer; para pasar la puerta y seguir por el camino, hay que ser pobres, de cosas materiales y de espíritu; no se puede atravesar la puerta estrecha con escritorios de roble, ni con pisos de mármol, ni con grifos de oro; no se puede atravesar la puerta estrecha y tampoco se puede recorrer el camino con un auto cero kilómetro, porque la puerta es tan estrecha, y el camino es tan angosto, que solo se puede ir a pie, con el calzado mínimo, y si se va descalzo, mejor; no se puede atravesar la puerta estrecha, ni andar el camino, con computadoras, cámaras de video, cámaras de foto, ni se puede andar el camino angosto con recuerdos de playa, de montaña, de vacaciones despreocupadas, de cruceros interminables por apacibles mares: solo lo pasan quienes llevan en sus recuerdos, en sus pensamientos y en sus corazones, la Pasión de Jesucristo y su infinito Amor; no se puede atravesar la puerta estrecha, ni se puede andar el camino, con cantos de jolgorio y de festines: solo se pueden entonar cantos de alabanzas a Dios y de amistad al prójimo; no se puede atravesar la puerta estrecha con el corazón henchido de soberbia, porque es tan estrecha, y el corazón soberbio es tan voluminoso, que no puede pasar, y un corazón así, no puede andar por el camino angosto, porque no puede dar ni un solo paso, y ya se fatiga: sólo puede atravesar esa puerta el corazón pequeño y humilde, que reza, hace ayuno, y obra la caridad, no para que lo alaben los demás, sino para que lo vea en lo más profundo su Padre, Dios.

No se puede atravesar la puerta estrecha y andar por el camino angosto con enormes bolsas de alimentos y víveres, ni con apetito de manjares suculentos y de carnes asadas: sólo se puede atravesar esta puerta con una pequeña vianda, la cual se comerá con unción y con hambre de Dios durante el camino: Pan Vivo bajado del cielo, Vino de la Alianza Nueva y Eterna, y carne de Cordero, asada en el fuego del Espíritu Santo.

¿Dónde encontrar la puerta estrecha y el camino angosto? Porque la puerta ancha, y el camino ancho, se encuentran en el mundo, por todas partes, y es muy fácil acceder y transitar por ellos.

La Puerta es la Virgen y el Camino es Jesús, y los dos se encuentran en la única Iglesia de Dios. La Madre de Dios se llama “La Puerta”, porque es Portal de eternidad: por Ella, vino el Dios Eterno a este mundo, y por Ella, a través de su Corazón Inmaculado, los pobres mortales ingresan en la eternidad, ya que Ella los presenta en sus brazos, como hijos suyos, ante su Hijo Dios.

Y su Hijo es el Camino, por el cual los hombres llegan a su destino final en la eternidad, el seno de Dios Padre, en el Espíritu.

viernes, 20 de mayo de 2011

Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida

Cristo en la cruz
es el Camino, la Verdad y la Vida;
es el Camino que conduce al Padre,
la Verdad del Amor de Dios,
la Vida eterna que se dona a los hombres.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (cfr. Jn 14, 1-12). Antes de la Pasión, Jesús les anuncia a sus discípulos que habrá de partir “a la Casa del Padre” para “prepararles habitaciones” en las que ellos morarán por la eternidad; les dice también que, una vez que haya preparado los lugares destinados a ellos, volverá a buscarlos, para “llevarlos con Él”, para que estén, para siempre, donde está Él. Les dice que ellos “ya saben el camino” por donde Él irá y volverá de la Casa del Padre.

Los discípulos, que no entienden lo que Jesús les dice, piensan en los caminos polvorientos y pedregosos de Palestina, los que solían recorrer junto a Jesús, predicando el Evangelio, sanando a las gentes, expulsando demonios, resucitando muertos, multiplicando panes y peces. Los discípulos recorren, mentalmente, uno a uno, los caminos que han caminado junto a Jesús todo este tiempo, y no pueden entender cuál de ellos es el que conduce a la Casa del Padre.

Es por eso que Tomás, se da por vencido y pregunta a Jesús: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?”.

Tomás tiene delante suyo el Camino que conduce al Padre, a su seno eterno, y no lo reconoce, porque piensa en caminos de tierra y de piedra, que conducen a destinos humanos y terrenos, mientras que Jesús está hablando de un Camino Nuevo, un Camino celestial, venido del cielo, que comienza en el cielo, en el seno del Padre, y finaliza en el cielo, en el seno del Padre. Es un camino desconocido para los hombres, porque se trata de Él mismo en Persona, pero es desconocido porque conduce a un destino inimaginable, impensable, tanto para un ángel como para el hombre: el seno de Dios Padre: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por Mí”.

También a nosotros nos puede pasar lo mismo que a Tomás: tenemos en frente nuestro a Jesús, y no lo reconocemos como el camino al Padre, y al no reconocerlo, nos desviamos, con mucha frecuencia, por otros caminos, y comenzamos a recorrer sendas que nos alejan cada vez más de Dios.

Jesús es el Camino, y también es la Verdad y la Vida, y lo es en toda su vida, desde su Encarnación, pero es en la cruz en donde este Camino Real, celestial, está señalado y abierto, e invita a los hombres a ser recorrida.

Jesús en la cruz es el camino, y como todo camino, tiene dos extremos, un inicio y un final: inicia en Dios Padre, y finaliza también en Dios Padre, porque Él es el camino, el único camino, que conduce al Padre.

Pero hoy el mundo prefiere otros caminos, que también tienen un principio y un fin: son los caminos del mundo sin Dios; caminos vacíos de sentido, que conducen a ninguna parte, o más bien, conducen al abismo del cual no se retorna. Hoy los hombres han construido otro camino, que no es el humilde y sacrificado Camino de la Cruz, que es un camino de difícil recorrido, porque es en subida, y se necesita mucho esfuerzo para transitar por él, y son muy pocos los compañeros de viaje; el camino que los hombres han construido es un camino poderoso en apariencia, brillante y reluciente, porque está empedrado en oro y diamantes; ancho y espacioso, fácil de transitar, porque además es en pendiente, y son multitudes quienes se deslizan por él; Cristo en la cruz es el Camino que conduce a la felicidad eterna, pero los hombres no quieren transitar este camino, señalado con las huellas sangrientas del Via Crucis, y en cambio prefieren correr cuesta abajo por el ancho y espacioso camino del poder, del dinero, de la fama mundana, del placer, del tener, del materialismo.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Cristo en la cruz es la Verdad Absoluta del Ser divino, que se auto-comunica a los hombres, concediendo a los hombres la Verdad acerca de Dios y acerca de los hombres: acerca de Dios, Cristo nos muestra el Amor del Padre, que dona a su Hijo hasta la muerte en cruz, para derramar su Espíritu de Amor sobre la humanidad, para perdonarla y así reconducirla a su seno; acerca del hombre, Cristo muestra la Verdad total del hombre, que le permite al hombre conocerse a sí mismo, como criatura convertida en hija adoptiva, por el don de la filiación divina, destinada a una vida de eternidad en compañía alegre y feliz con las Tres Personas de la Santísima Trinidad.

Pero hoy el mundo prefiere otras verdades, y no la Verdad de Cristo en la cruz; el hombre prefiere la verdad mezclada con el error; prefiere el relativismo, que es la verdad construida a la medida de cada uno, y así cada uno se construye el dios que quiere, que será el dios de la política, del fútbol, del poder, del dinero, del placer; hoy el mundo prefiere evitar las verdades de la otra vida, de la eternidad, que será vivida por cada uno, indefectiblemente, o en alegría o en dolor, y se construye en cambio las verdades a medias de este mundo, que llevan a creer que todo termina cuando termina el tiempo, y así cada uno, guiado por su propia verdad, construida a su medida y a su querer, se aleja de la Verdad absoluta de Dios revelada en Cristo Jesús.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Cristo en la Cruz es la Vida, la Vida absolutamente divina, la Vida misma de la Trinidad, la Vida perfectísima y alegre de las Tres Divinas Personas, que se comunica al alma por medio de la gracia; pero hoy el mundo rechaza la Vida que Jesús da en la cruz, y prefiere vivir una vida sin Dios, y una vida sin Dios se convierte en una vida muerta, en una muerte en vida, en un vivir siempre y continuamente en la muerte. Cristo muerto en la cruz es, paradójicamente, la Fuente de la Vida eterna para las almas, y quien se acerca a Cristo crucificado, recibe no la muerte sino su Vida, la Vida plena, feliz, sobrenatural, que brota de su Corazón traspasado, pero hoy los hombres se alejan de Cristo, como si fuera la muerte y no la Vida, y así se alejan de la Fuente Inagotable de Vida, que brota de la cruz como de un manantial, para vivir la vida del mundo, y quien así vive, mundanamente, muere a cada paso, aún cuando crea estar vivo.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Cristo en la cruz, Cristo en la Eucaristía, es el único Camino que debemos recorrer, la única Verdad que debemos creer, la única Vida que debemos recibir.

martes, 3 de mayo de 2011

Cristo en la Eucaristía es el Camino, la Verdad y la Vida

Cristo en la Eucaristía
es el Camino que conduce al Padre,
la Verdad que nos revela el Amor divino,
y la Vida eterna que se dona como Pan.

“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (cfr. Jn 14, 6-14). La frase de Jesús no puede ser entendida en un sentido horizontal; debe ser entendida a la luz de la fe, y aplicada no a un cristo ignoto, que no se sabe dónde está ni qué hace, sino al Cristo Eucarístico, al Cristo que está, vivo y glorioso, en Persona, en la Eucaristía.

Jesús es el Camino, pero no es un camino como los caminos del hombre, que conducen, tal vez, a muchas metas –una profesión, un doctorado, un negocio inmobiliario brillante, una empresa exitosa-, pero ninguna de ellas trasciende el mero plano de la existencia humana.

Cristo en la Eucaristía es el Camino, un camino celestial, sobrenatural, que sobrepasa y va más allá del destino natural del hombre, la comunión de vida y de amor con las Tres Personas de la Trinidad.

Cristo es el Camino, pero no un camino al estilo de los humanos, de esos que se recorren a pie, a lomo de burro, o en algún vehículo, porque ninguno de esos caminos va más allá de la distancia necesaria para recorrerlo.

Cristo en la Eucaristía es el Camino que conduce al seno del Padre, y se comienza a recorrerlo el Jueves Santo, en el Huerto de los Olivos, y se continúa por el Viernes y el Sábado Santo, pasando por la Pasión, la Crucifixión, la Muerte y la Sepultura, para finalizar en un destino ultraterreno, el seno del Padre, en donde el alma peregrina termina su recorrido y recibe el don inimaginable, el Amor eterno del Espíritu Santo.

Cristo en la Eucaristía es la Verdad, pero no la verdad tal cual la postula el mundo, verdad relativa, según la cual cada uno tiene su propia verdad; Cristo es la Verdad Absoluta; es la Verdad Subsistente, la Verdad en sí misma, sin mezcla alguna de error. En Cristo el hombre encuentra la Verdad acerca de Dios, porque Cristo revela la Trinidad de Personas: Él viene del Padre, y con el Padre, espiran al Espíritu Santo; en Cristo encuentra también el hombre la verdad sobre sí mismo: ya no es más una simple criatura, manchada con el pecado original, apartada de Dios para siempre: en Cristo, el hombre es re-creado, creado de nuevo, por medio del don de la gracia y de la filiación divina, y es hecho hijo de Dios, heredero del cielo, hijo de la Virgen Madre y hermano de Cristo y de todos los hombres en Cristo; en Cristo, el hombre encuentra su verdad, que no es la de estar destinado al mundo, a los objetivos terrenos, sino a la vida eterna, a la comunión de vida y de amor con las Tres Personas de la Trinidad.

Cristo es la vida, pero no la vida humana, entendida en el sentido biológico y existencial del término, ni tampoco la vida mundana, es decir, la vida según el mundo, una vida de placer, de despreocupación, de mundanidad, de sensualidad, de disfrute de los goces terrenos.

Cristo en la Eucaristía es la Vida, la Vida eterna, la Vida absolutamente perfecta, inmutable y feliz; la Vida Increada, que brota del Ser divino como de una fuente inagotable, y que se derrama a través de los sacramentos de la Iglesia, como un torrente sin fin.

Cristo en la Eucaristía es la Vida Eterna, que deifica y endiosa a los hombres, al hacerlos partícipes de su Vida, por la gracia. Cristo en la Eucaristía es la Vida gloriosa y luminosa del Ser divino de Dios Uno y Trino, que comunica a los hombres de su luz y de su gloria, haciéndolos participar de su condición de Dios.

Cristo en la Eucaristía es el Camino que conduce al Padre, la Verdad que nos revela el Amor divino, y la Vida eterna que se nos dona como Pan Vivo bajado del cielo.