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viernes, 24 de abril de 2020

“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”




“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo” (Jn 6, 30-35). En el diálogo entablado con Jesús, los hebreos le preguntan acerca de las señas o signos que hace Él “para que crean” en Él. Argumentan que fue Moisés quien hizo un signo en el desierto, dándoles a comer el maná en el desierto. Para ellos, éste, el maná, es el signo dado por Dios para que crean en Moisés; de esta manera, poseen el argumento para permanecer en el Antiguo Testamento y no aceptar la Buena Nueva de Jesús. Pero lo que ellos no han entendido es que el maná del desierto era en realidad una prefiguración del verdadero Maná, el Pan Vivo bajado del Cielo. Para sacarlos de este error, es que Jesús les dice: “En verdad, en verdad os digo: no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”. En la última frase está la razón por la cual el “verdadero pan del cielo”, no es el maná que les dio Moisés -Dios a través de Moisés-, sino el Pan que Dios les dará a través de Jesús: “El Pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo”, dos acciones que estaban ausentes en el maná del desierto. En efecto, el verdadero Maná es el que da Dios Padre porque “baja del cielo”, no del cielo cosmológico, sino del Cielo sobrenatural, en donde se encuentra el Reino de Dios; por otra parte, el verdadero Maná “da vida al mundo”, cosa que no hacía el maná del desierto, porque este “dar la vida al mundo”, significa que da la vida de Dios Uno y Trino a las almas que habitan en este mundo. Por estas razones, el verdadero Maná no es el que les dio Moisés, un pan bajado del cielo pero que no alimentaba el alma sino el cuerpo y no concedía la vida de Dios; el verdadero Maná es la Eucaristía, que baja del Cielo -el seno de Dios Padre- y da “la vida al mundo”, esto es, la Eucaristía concede la vida trinitaria al alma humana.
“Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo”. Parafraseando a Jesús, podemos decir que “es la Iglesia la que da el verdadero Pan del cielo”, la Divina Eucaristía, y ninguna otra iglesia en el mundo es capaz de hacerlo. Por lo tanto, mientras peregrinamos en el desierto de esta vida hacia la Jerusalén celestial, procuremos siempre alimentar nuestras almas con el “verdadero Maná”, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.

jueves, 18 de julio de 2013

“Misericordia quiero y no sacrificios”


“Misericordia quiero y no sacrificios” (Mt 12, 1-8). Los fariseos le reprochan a Jesús una supuesta falta legal por parte de sus discípulos: han arrancado espigas de trigo para comer siendo día sábado, con lo cual han cometido una transgresión contra la ley sabática, que impedía realizar trabajos manuales por ser el día dedicado al Señor. Jesús les responde con otro hecho, todavía más serio, que tuvo como protagonista nada menos que al rey David: él y sus compañeros comieron los panes de la proposición porque tenían hambre, siendo autorizados en ese momento por el sacerdote encargado del templo (1 Sam 21, 1-6); en este caso, la supuesta falta es más grave, puesto que se trataba de panes ya consagrados al servicio litúrgico que se encontraban incluso en el tabernáculo[1]. Los panes consagrados se renovaban cada semana, y eran comidos solo por los sacerdotes, debido a su carácter sagrado, pero el sumo sacerdote sanciona la excepción, al hacer prevalecer la necesidad de David sobre la ley positiva. Y si esto era una transgresión a la ley sabática, Nuestro Señor les hace ver, más adelante, que el sacrificio del templo, ofrecido en sábado, era una transgresión literal del descanso sabático, aunque justificado porque el templo es único y trasciende todos los demás deberes. Jesús se anticipa a esta réplica diciendo algo que sorprende: “Aquí hay algo más grande que el templo”. Con esto Jesús quiere hacer ver que su Presencia hace del campo un santuario, con lo cual se presenta Él mismo como el sustituto del antiguo santuario. Es como si Jesús dijera: “Aquí, en Mí, hay algo más grande que el templo, porque Yo Soy Dios en Persona, a quien el templo está consagrado, y mi Cuerpo es el Nuevo Templo de la Nueva Ley, y este Templo Nuevo que es mi Cuerpo, es superior al antiguo”.
Al traer a colación el ejemplo de la transgresión del rey David, Jesús justifica con creces la acción de sus discípulos, solucionando la cuestión basándose en el principio de que la necesidad excusa la ley positiva[2]. Con esto queda de manifiesto que los fariseos no han penetrado ni siquiera el espíritu de la antigua ley, porque de lo contrario, no habrían permitido que sus escrúpulos legales los privasen respecto de los discípulos inocentes, los cuales son inocentes, precisamente, porque su maestro, el Hijo del hombre, es Señor –Kyrios- del sábado, que es de institución divina, y puede dispensar de él cuando quiera[3].
“Misericordia quiero, y no sacrificios”. También a nosotros nos dice Jesús lo que a los fariseos, para que no antepongamos la escrupulosidad farisaica a la necesidad de nuestros hermanos, y para que seamos verdaderamente misericordiosos y para que nos llenemos de Amor misericordioso hacia nuestros hermanos, es Él quien nos da a comer el Verdadero Pan de la proposición, el Pan que no solo está “colocado delante” de la faz del Señor, sino que es el Señor en Persona, y este Pan es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. Y con este Pan celestial, que es la Eucaristía, Jesús sacia con abundancia nuestra hambre de Amor divino que tenemos para una vez así saciados con el Amor misericordioso contenido en este Pan del cielo, podamos ser misericordiosos para con nuestros hermanos.
        




[1] Cfr. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 392.
[2] Cfr. 392.
[3] El hecho de que Jesús reivindique ser “Señor del sábado” no puede ser explicado adecuadamente si no es por la divinidad de Cristo, es decir, porque Cristo es Dios en Persona.

lunes, 15 de abril de 2013

“No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía”


       “No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo” (Jn 6, 30-35). Los israelitas creían que el maná que ellos comieron en el desierto era el verdadero maná: “Nuestros padres comieron el maná en el desierto”. Pensaban esto porque gracias a este alimento celestial, habían sido capaces de atravesar el desierto sin desfallecer de hambre para así alcanzar la Tierra Prometida, la ciudad de Jerusalén.

       Era un alimento celestial por su origen, porque la substancia de la cual estaba compuesto este pan, no provenía de manos humanas; provenía directamente de Yahvéh, quien de esa manera alimentaba a su Pueblo impidiendo no sólo la muerte por inanición, sino ante todo conservándoles la vida y fortaleciendo sus cuerpos para que pudieran llegar al destinado tan ansiado.

      Pero el maná del desierto, siendo con todo un alimento puramente material, que fortalecía principalmente el cuerpo, era en un cierto sentido también un alimento espiritual, porque los israelitas sabían que el maná provenía del Amor de Yahvéh, quien movido precisamente por este amor, los alimentaba de un modo tan maravilloso.

       Ahora bien, comparado con la abundante cantidad y el sabor de los refinados manjares con los que se deleitaban en Egipto –ollas y ollas de cebollas y carnes asadas-, el maná era más bien insípido, pero los israelitas sabían que los alimentos de Egipto, sabrosos y abundantes, eran alimentos de esclavitud, mientras que el maná era el alimento de la libertad.

        Sin embargo, a pesar de todas estas maravillas acerca del maná, Jesús les dice que ese no era el “verdadero maná”, porque era solo una figura del Verdadero Maná, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.

        La Eucaristía es el Verdadero Maná bajado del cielo, porque por ella el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, son capaces de atravesar, no un desierto terreno, sino el desierto de la vida, y sin desfallecer del hambre de Dios, porque sus almas son alimentadas con la substancia misma de la divinidad. Alimentados y fortalecidos con un manjar tan substancial, se vuelven capaces de alcanzar la Jerusalén celestial, la Patria del cielo.

         El Verdadero Maná, la Eucaristía, es un alimento celestial por su origen, porque proviene de Dios Trino, pero es celestial también porque la substancia con la cual alimenta a las almas no está hecha por creatura alguna, porque se trata de la substancia humana glorificada del Hombre-Dios y de la Substancia Increada y el Acto de Ser de Dios Trino.

          Este alimento celestial alimenta a las almas, impidiéndoles morir porque las protege del pecado pero, ante todo, le concede una nueva vida, la Vida eterna del Hombre-Dios Jesucristo, y junto con esta vida eterna, les es concedida a las almas su misma fortaleza, la fortaleza con la cual el Hombre-Dios subió a la Cruz, con lo cual los que se alimentan con este Pan celestial se vuelven capaces de atravesar el desierto de la vida, en donde acechan las alimañas del desierto, los ángeles caídos, para llegar incólumes e invictos a la Patria celestial.

          Este es un maná que viene directamente del Amor de Dios, quien no puede soportar el ver a sus hijos desfallecer de hambre –el verdadero conocimiento y amor de Dios revelados en Cristo Jesús- y les envía este alimento, haciéndolo llover en el altar eucarístico para concederles este Pan Vivo, de un modo tan maravilloso y prodigioso, que dejan sin palabras a los mismos ángeles.

           Al igual que el maná del desierto, que comparado con los manjares de la tierra resultaba insípido, así también este Verdadero Maná que es la Eucaristía resulta insípido o poco sabroso a los sentidos, porque se trata de apariencias de pan sin levadura que saben a pan sin levadura, y dice San Ignacio que el pan no es un manjar, pero las carnes asadas y los manjares terrenos con los que se lo compara a este Pan del cielo representan a las pasiones sin control y por lo tanto al pecado, mientras que la Eucaristía es el alimento de los hijos de Dios, que son libres como es libre su Padre Dios.

            Estas son las razones por las cuales Jesús les dice, a los israelitas y a nosotros: “No Moisés, sino mi Padre, les da el verdadero Pan del cielo, la Eucaristía”.

sábado, 24 de julio de 2010

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa


Señor, enséñanos a orar” (cfr. Lc 11, 1-3). Un discípulo pide a Jesús que les enseñe a orar, y Jesús enseña la oración conocida como el “Padrenuestro”, lo cual constituye una novedad absoluta en la historia de las religiones, porque hasta entonces, nadie se había atrevido a llamar a Dios “Padre”: no llamaban a Dios "Padre" ni los judíos, que creían en un Dios Uno, ni mucho menos los paganos, que creían en muchos dioses. Jesús nos enseña a llamar a Dios "Padre" porque por su gracia, recibida en el bautismo, somos convertidos en hijos adoptivos de Dios.
El Padrenuestro, en cuanto oración, constituye por lo tanto una novedad absoluta para la humanidad, porque revela el misterio de la adopción de los hombres por parte de Dios, a partir del sacrificio de Cristo en la cruz. A partir de Cristo, los hombres dejarán de ser simples criaturas, para pasar a ser hijos adoptivos de Dios, con la misma filiación divina con la cual Dios Hijo es Hijo de Dios desde la eternidad-
Sin embargo, a pesar de este misterio insondable, la oración del Padrenuestro encierra todavía algo misterioso, algo que no se encuentra en ninguna otra oración: el Padrenuestro se vive en la Santa Misa:
“Padre nuestro que estás en el cielo”: Dios Padre está en el cielo, pero por la Santa Misa, en el altar se confecciona el sacramento de la Eucaristía, en donde está Presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, Dios Hijo, y donde está Dios Hijo, están Dios Padre y Dios Espíritu Santo. Por la Santa Misa, Dios Padre, que está en los cielos, viene a nosotros junto a su Hijo Jesús en la Eucaristía, para donarnos el Espíritu Santo.
“Santificado sea Tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos que el nombre de Dios sea bendecido y santificado, y por la Santa Misa, el nombre de Dios es exaltado, honrado, bendecido y alabado, porque en la Santa Misa es Dios Hijo quien en el altar renueva sacramentalmente el sacrificio en cruz, sacrificio por el cual honra a Dios Padre con un honor infinito y digno de Él.
“Venga a nosotros Tu Reino”: esta petición del Padrenuestro se cumple en la Santa Misa, porque por las palabras de la consagración, se hace Presente, mucho más que el reino de los cielos, el Rey de los cielos, Cristo Jesús, Rey de los hombres y de los ángeles.
“Hágase Tu Voluntad así en la tierra como en el cielo”: esta petición se cumple en la Santa Misa, porque la voluntad de Dios Padre en los cielos es que su Hijo muera en cruz y resucite para donar a los hombres el Espíritu Santo, el Espíritu del Amor divino, y esto se cumple en la tierra, cuando se celebra la Santa Misa: por designio de Dios Padre, Dios Hijo renueva su sacrificio en cruz en el altar, y dona su Cuerpo resucitado y glorioso en la Eucaristía, para donar el Espíritu Santo, el Amor del Padre y del Hijo, a las almas que comulgan.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: pedimos a Dios que no nos falte el pan de la mesa, el pan que alimenta el cuerpo, hecho de harina y agua, pero ante todo pedimos que no nos falte el Pan del cielo, la Eucaristía, que contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y Dios Padre, que es un mar infinito de amor eterno, antes de que le pidamos el Pan del cielo, nos lo concede, porque por las palabras de la consagración, desciende al altar el Pan Vivo bajado del cielo, Cristo Jesús en la Eucaristía.
“Perdona nuestras ofensas”: pedimos a Dios Padre que nos perdone, que tenga misericordia de nosotros, que no tenga en cuenta nuestras maldades, y Dios Padre, antes incluso de que se lo pidamos, nos escucha y nos perdona, y la prueba de su perdón divino es que envía a su Hijo Jesucristo a morir en cruz y a derramar su sangre para el perdón de los pecados, lo cual se cumple por el sacramento de la Eucaristía en el altar: Cristo renueva su sacrificio en cruz en el altar, y derrama su sangre, la cual cae desde la cruz hacia el cáliz, para que nosotros bebamos su Sangre y por su Sangre seamos perdonados.
“Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: Dios Padre perdona nuestros pecados al enviar a su Hijo Jesucristo a morir en cruz por nosotros, pero nosotros debemos hacer lo mismo con nuestro prójimo: debemos perdonar a nuestros enemigos, con el mismo perdón con el cual Cristo nos perdona desde la cruz. Si no perdonamos a nuestros enemigos en nombre de Cristo, y si por el contrario, continuamos en nuestro enojo y en nuestro rencor contra el prójimo, nos hacemos indignos del nombre de cristianos, nos hacemos indignos del perdón de Dios, y nos hacemos merecedores de su justa ira divina.
“No nos dejes caer en la tentación”: la tentación es sentirnos atraídos por las criaturas, en vez de querer dejarnos atraer hacia ti. Es un gran mal, porque las criaturas nos hacen olvidar de Ti. En la Eucaristía recibimos no solo la fuerza para no ser atraídos por ellas, sino que recibimos a Cristo Dios en Persona, quien nos atrae a su Sagrado Corazón Eucarístico con la fuerza de su Amor.
“Y líbranos del mal”: el mal se anida, como una mancha oscura y tenebrosa, en el fondo del corazón humano, y no hay poder creado, ni en la tierra ni en el cielo, que lo pueda arrancar del corazón; sólo Dios puede librarnos de nosotros mismos, del mal que está en el corazón y que del corazón sale por la boca y por las manos. Pero el mal también es un ser personal, un espíritu caído, un ser de la oscuridad, el demonio, que emerge del infierno para arrastrarnos a él en su odio deicida. Pedimos a Dios Padre que nos libre del mal de nuestro corazón, y del ángel caído, que es el mal personificado, y eso se cumple en la Santa Misa, porque por la Santa Misa se eleva, invisible, en medio del altar, la cruz santa del Redentor, y con su sacrificio, Cristo nos dona la gracia que renueva nuestro corazón, y derrota al infierno para siempre.