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jueves, 6 de enero de 2022

Solemnidad de la Epifanía del Señor

 


(Ciclo C – 2022)

          Los tres Reyes Magos, luego de realizar un largo peregrinar desde tierras lejanas, guiados por la Estrella de Belén, llegan hasta el Portal de Belén, en donde se encuentra el Niño Dios, sostenido entre sus brazos por la Madre de Dios, la Santísima Virgen María.        Al llegar, los Reyes Magos se postran ante el Niño Jesús y lo adoran. Luego, le entregan sus regalos: oro, incienso y mirra, regalos que son propias de un rey, lo cual significa que los Reyes Magos consideran al Hijo de la Virgen como Dios y como Rey de todas las naciones, porque ellos representan a quienes no son hebreos. En esta escena, real, debemos contemplar los elementos sobrenaturales y celestiales que se encuentran ocultos a los ojos de quienes carecen de la gracia sobrenatural y de la luz de la santa fe católica.

          Un primer elemento a considerar es la Estrella de Belén: es una verdadera estrella cósmica, que guía a los Reyes Magos hasta el lugar exacto en donde se encuentra el Niño Jesús: la Estrella de Belén representa a la Virgen María, porque es Ella quien nos lleva siempre, indefectiblemente, al encuentro con su Hijo Jesús.

          Otro elemento a considerar es la Epifanía del Niño en sí misma, esto es, el resplandor de luz que el Niño emite en el momento en el que llegan los Reyes. En la Sagrada Escritura, la luz es sinónimo de gloria divina, por lo tanto, el hecho de que el Niño resplandezca de luz, es manifestación de su divinidad, de su gloria, porque la luz que el Niño emana es Luz Eterna, luz proveniente de su Ser divino trinitario y es por lo tanto una manifestación de su divinidad. Al resplandecer ante los Reyes Magos, el Niño Dios se manifiesta, como Dios Niño, a los pueblos de la tierra, que no conocían al Dios Único y Verdadero, pueblos que están todos representados en los Reyes de Oriente.

          Otro elemento a considerar es la actitud de los Reyes ante el Niño: iluminados por la gracia divina, los Reyes Magos se postran en adoración ante el Niño recién nacido y este gesto de adoración no lo harían, de ninguna manera, si el Niño de Belén fuera un niño humano más entre tantos, y no el Niño Dios, esto es, Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios.

          Por último, debemos considerar los regalos que los Reyes ofrendan al Niño Dios: oro, incienso y mirra, regalos que, como dijimos, son propios de un rey, por lo que se concluye que los Reyes Magos claramente consideraban al Niño de Belén como a Dios Hijo encarnado.

Al recordar la Visita de los Reyes Magos al Niño Dios, podemos hacer el propósito de imitarlos en esta Visita. Por lo tanto, debemos adorar al Niño de Belén, como lo hicieron los Reyes Magos, porque el Niño de Belén es Dios Hijo encarnado y Dios es el Único que merece ser adorado “en espíritu y en verdad”. Otra forma de imitar a los Reyes Magos, es ofrecerle dones al Niño Jesús; ahora bien, como nosotros no tenemos oro, ni incienso, ni mirra, podemos ofrecer, espiritualmente, lo que estos dones materiales significan: el oro representa la adoración; el incienso, la penitencia y la mortificación de nuestra humanidad, de nuestros sentidos; la mirra, representa la oración. Entonces, imitando a los Reyes Magos, adoremos al Niño Dios Presente en Persona en la Eucaristía, postrándonos ante el Santísimo Sacramento del altar y le ofrezcamos dones espirituales: adoración perpetua en la Eucaristía -el equivalente al oro-, sacrificios, penitencias y ayunos -el equivalente al incienso- y la oración, sobre todo el Santo Rosario -el equivalente a la mirra-.


domingo, 27 de diciembre de 2020

“Vieron al Niño con María, su Madre y cayendo de rodillas lo adoraron (…) y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra”

 


(Domingo II - TN - Ciclo B – 2021)

         “Vieron al Niño con María, su Madre y cayendo de rodillas lo adoraron (…) y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2, 1-12). Los Reyes Magos, guiados por la Estrella de Belén, se dirigen hacia el Portal de Belén con la intención explícita de adorar al Niño, a quien llaman “rey”: “Venimos a adorar al Rey”. Una vez que se encuentran delante del Niño y su Madre, la Virgen, según el relato del Evangelio, se postran en adoración ante el Niño y luego de adorarlo le ofrecen los dones que le habían traído: oro, incienso y mirra. Teniendo en cuenta que la Sagrada Escritura es, además de un libro religioso, un libro de historia –lo cual significa que los hechos relatados son reales y no ficticios, ni simbólicos, ni metafóricos-, la escena de la Adoración de los Reyes Magos nos revela datos sobrenaturales –sobrenatural indica que viene del Cielo, que no es una acción originada en los hombres ni en los ángeles- que no se encuentran explícitamente narrados, pero que no por eso no son reales.

         Uno de los datos sobrenaturales es la Estrella de Belén. La Estrella de Belén, una verdadera estrella en el sentido de ser un cuerpo espacial brillante que puede ser localizado en el firmamento, es prefiguración de la Virgen Santísima, porque Ella es la Estrella de Belén espiritual y celestial, que guía a las almas hasta su Hijo Jesús: así como la Estrella de Belén, la estrella cosmológica, que con su brillo condujo a los Reyes Magos hasta donde estaba el Niño Dios, así la Estrella de Belén espiritual, María Santísima, conduce y guía a las almas hasta el Nuevo Portal de Belén, el altar eucarístico, donde se encuentra su Hijo Jesús, en la Eucaristía, donándose a Sí mismo como Pan de Vida eterna.

         Otro de los datos sobrenaturales es la intención explícita de los Reyes Magos de adorar al Niño, tal como ellos mismos lo declaran: “Venimos a adorar al Rey”. Esto indica que sus mentes y corazones han sido iluminados por la luz del Espíritu Santo y que por lo tanto saben que ese Niño nacido en un Portal, en Belén, en Palestina, es Dios Hijo encarnado y no meramente un niño hebreo más entre tantos. De otra forma, no tendría sentido el acudir a adorar a un niño, si este Niño no fuera Dios encarnado.

         Otro dato es el reconocimiento de los Reyes Magos de la reyecía del Niño de Belén: lo llaman explícitamente “Rey” y siendo ellos mismos reyes, y por lo tanto como reyes no deberían someterse a otro rey, sin embargo no sólo lo reconocen como Rey, sino que lo adoran. Es decir, ellos dejan de lado su condición de ser ellos mismos reyes, para postrarse en adoración ante un niño recién nacido: esto no tendría sentido si no tuvieran el conocimiento infuso, sobrenatural, dado por el Espíritu Santo, acerca del Niño de Belén, quien en cuanto Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, es “Rey de reyes y Señor de señores”. Es decir, los Reyes Magos reconocen en el Niño de Belén una reyecía que supera infinitamente cualquier reyecía de la tierra, una reyecía de origen celestial, sobrenatural, que conduce a la adoración a aquel que se encuentre delante del Niño de Belén. Que los Reyes Magos sepan diferenciar entre la reyecía celestial y sobrenatural del Niño de Belén y las reyecías humanas, se comprueba por el hecho de que, por un lado, ellos mismos son reyes, pero hacen caso omiso de la reyecía de ellos, ya que es puramente humana y se postran ante el Niño de Belén, reconociéndolo como “Rey de reyes y Señor de señores”; por otro lado, en cambio, tratan de igual a igual con Herodes, quien también es rey, pero los Reyes Magos no se postran ante Herodes, porque saben distinguir bien que la reyecía de Herodes es humana y que Herodes mismo es humano, como ellos y por eso no se postran ante él ni lo adoran, como sí lo hacen ante el Niño Jesús.

         Otro dato sobrenatural son los dones que los Reyes Magos traen al Niño: oro, incienso y mirra. Además de ser los dones en sí mismos un reconocimiento explícito de la condición del Niño de Belén de ser Rey de reyes y Señor de señores, los dones tienen un sentido sobrenatural: así, el oro representa la adoración del hombre ante Dios, esto es, el reconocimiento, por parte del hombre, de ser “nada mas pecado”, delante de Dios; la adoración implica que el hombre se anonada, pero no por un gesto de condescendencia del hombre hacia Dios, como si el hombre hiciera un gesto de humildad que Dios debiera reconocer, al reconocerse el hombre como “nada”, sino que la adoración es lo que corresponde a la realidad ontológica del hombre frente a Dios: el hombre es “nada” ante Dios, porque Dios es el Acto de Ser Purísimo y Perfectísimo que crea el ser del hombre; en otras palabras, sin Dios Trinidad, el hombre no tiene el ser y es esto lo que significa que sea “nada” delante de Dios, porque el ser participado y creado que tiene el hombre, lo tiene por el infinito Amor de Dios, que de la nada lo trae al ser y del ser a la existencia. En la adoración está implícito también el auto-reconocimiento del hombre de ser no sólo “nada” ante Dios, sino que es “nada mas pecado”, porque desde Adán y Eva, todo hombre nace con el ser, pero privado de la gracia y contaminado con el pecado original. El oro, entonces, representa la adoración que el hombre debe a Dios Uno y Trino, por el solo hecho de ser Dios lo que Es: Dios de infinita santidad, bondad, sabiduría, poder y justicia.

El incienso donado por los Reyes Magos al Niño Dios representa la oración, es decir, la elevación del alma hacia Dios Trinidad: sin la oración, el alma perece, porque por la oración el alma entra en contacto con Dios y Dios lo hace partícipe de su Vida divina, de modo que el hombre, si no hace oración, está muerto espiritualmente hablando, porque no recibe la Vida de Dios; en cambio, si hace oración, está vivo, pero no solo con su vida natural humana, sino vivo con la Vida divina, de la cual la oración lo hace partícipe.

La mirra donada por los Reyes Magos representa a la humanidad, en un doble sentido: por un lado, representa a la Humanidad Santísima del Niño de Belén, que es ungida con el aceite perfumado del Espíritu Santo en el momento de la Encarnación; por otro lado, la mirra representa la humanidad de todos y cada uno de los hombres, que se postran en adoración ante el Cordero de Dios, pidiéndole la gracia de ser ungidos con el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo, para que así la humanidad pueda despedir un suave perfume de dulce fragancia, tal como lo hace la mirra cuando se pone en contacto con el fuego.

“Vieron al Niño con María, su Madre y cayendo de rodillas lo adoraron (…) y le ofrecieron sus dones: oro, incienso y mirra”. Pidamos la luz del Espíritu Santo para que, imitando a los Reyes Magos, que reconocieron a Dios Hijo oculto en la Humanidad del Niño de Belén, también nosotros seamos capaces de reconocer a ese mismo Dios Hijo, oculto en la apariencia de pan, en la Eucaristía y, al igual que ellos, guiados por el mismo Espíritu Santo, nos postremos en adoración ante el Niño Dios, Presente en Persona en el Santísimo Sacramento del altar.

Solemnidad de la Epifanía del Señor

 



(Ciclo B – 2021)

         En esta fiesta, la Iglesia Católica en Occidente celebra la revelación de Jesús a los paganos. En efecto, “epifanía” significa “manifestación” y en el sentido que le da la Iglesia, es en relación a la manifestación de Jesús en cuanto Dios, a los hombres. Es decir, Jesús aparecía ante los ojos de los demás, como un hombre más entre tantos –de hecho, sus contemporáneos lo llamaban “el hijo de José, el carpintero”, o “el hijo de María”-, pero en ciertas ocasiones, Jesús se manifestaba exteriormente como lo que Es interiormente, es decir, como Dios Hijo encarnado. Así, por ejemplo, Jesús manifiesta su gloria divina en el Jordán, en el momento de su Bautismo y también lo hace en las bodas de Caná, al convertir el agua en vino, haciendo un milagro que sólo Dios podía hacer y, al poco tiempo de nacer, se manifiesta como Dios a los Reyes Magos. La Epifanía que celebra la Iglesia es, precisamente, esta manifestación divina de Jesús ante los Reyes Magos y es el símbolo del reconocimiento, por parte de los paganos -representados en los Reyes Magos-, de que Cristo es Dios y es el Salvador de la humanidad[1].

         Para entender un poco más la Epifanía, recordemos qué era lo que festejaban los paganos en este día: ellos festejaban un acontecimiento solar, el solsticio de invierno[2], esto es, el simple hecho de que el sol, comenzaba a dar más luz y por lo tanto, más calor, debido a que el invierno comenzaba a disminuir, haciéndose los días más largos y las noches más cortas y también disminuyendo en consecuencia el frío y la oscuridad. En otras palabras, para los paganos era celebrar el mero acontecer de la posición de la tierra en relación al sol, el cual comenzaba a dar más calor y más luz y así en la tierra al mismo tiempo disminuían las tinieblas.

         Es la Iglesia la que le da un sentido real y sobrenatural a esta celebración, ya que la Epifanía que celebra es un acontecimiento no de orden cosmológico, sino sobrenatural, celestial y divino, en el que el Verdadero Sol de justicia, que es Cristo, el Niño Dios nacido milagrosamente en Belén, más que acercarse a la tierra, como lo hace el sol estrella, ingresa en la historia, el tiempo y en la tierra de los hombres; Dios, que es Sol de justicia y Luz y calor de Amor Divino, ilumina a las almas humanas, inmersas en las tinieblas del pecado y les da el calor del Divino Amor a los corazones de los hombres, oscurecidos por el pecado y envueltos en la dureza de corazón, en el odio y en el desamor. Al nacer, el Divino Sol, Jesucristo –que como Dios, es Luz y calor de Amor divinos-, encarnado en la naturaleza humana y apareciéndose como un Niño recién nacido, deja resplandecer la luz de su gloria divina y se manifiesta al mundo, que yacía envuelto en las tinieblas del paganismo y es ese paganismo, al cual se manifiesta Jesús, Luz del mundo, el que está representado en los Reyes Magos. En este sentido, la adoración de los Reyes Magos representa la conversión del mundo pagano y por lo tanto de la oscuridad y tinieblas que caracterizan al paganismo, a la Luz Eterna de Dios que resplandece a través de la Humanidad Santísima del Niño de Belén.

         Así como los Reyes Magos, guiados por la Estrella de Belén, acudieron al Pesebre para adorar a Dios Niño que se manifestaba con la luz de su gloria divina y se postraron ante su Presencia, presentándole en homenaje los dones de oro, incienso y mirra, así nosotros, guiados por la Estrella de Belén viviente, la Virgen María, acudamos al altar eucarístico para adorar a ese mismo Dios hecho Niño, que se manifiesta con la luz de su gloria, a los ojos del alma, en la Eucaristía y nos postremos ante su Presencia Eucarística, presentándole el homenaje de la adoración –representada en el oro-, de la oración –representada en el incienso- y de las obras de misericordia –representadas en la mirra-. Adoremos a Dios en su Epifanía Eucarística, así como los Reyes Magos adoraron a Dios Niño en la Epifanía de Belén.



[2] “Astronómicamente, puede señalar ya sea el comienzo o la mitad del invierno del hemisferio”; cfr. https://es.wikipedia.org/wiki/Solsticio_de_invierno

viernes, 6 de enero de 2017

Solemnidad de la Epifanía del Señor



(Ciclo A – 2107)

         Dios Hijo encarnado manifiesta su gloria, dejándola resplandecer a través de su Cuerpo de infante, a los Reyes Magos, y estos lo adoran, postrándose ante Él y ofreciéndole sus dones: oro, incienso y mirra. En los dones que los Magos le ofrecen al Niño Jesús, están representados los elementos esenciales de nuestra fe católica en Cristo Jesús: mirra, para adorar su Carne, la Carne del Cordero de Dios; oro, para glorificar su divinidad, puesto que el Niño ante el que se postran no es un niño más entre tantos, sino que es la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en una naturaleza humana; incienso, para representar la oración del hombre que, surgiendo desde lo más profundo del corazón, realizada desde un pobre Portal en Belén, al ser elevada por la gracia, llega hasta la majestad del cielo, hasta el trono del Cordero en los cielos.
         Los Reyes Magos fueron guiados por la Estrella de Belén, una estrella real, verdadera, cósmica, que los condujo hasta el lugar mismo en donde estaba el Niño Dios, el Rey de las naciones. La Estrella de Belén, real y verdadera, es representación al mismo tiempo de la verdadera Estrella de Belén, María Santísima, quien nos conduce, en la noche de esta vida, hasta su Hijo Jesús, para que postrándonos ante Él, le ofrezcamos los dones de nuestro pobre corazón: la oración, la adoración y el amor.
         Pero la adoración de los Magos al Niño Dios, habiendo sucedido una vez en el tiempo, no se limita sin embargo, ni a los Reyes Magos, ni a ese momento preciso de la historia en el que el Niño Dios se manifestó con su gloria celestial –en eso consiste la Epifanía- a los Reyes Magos, en quienes estaban representados los pueblos paganos, convertidos por la fe: también nosotros, alejados en el tiempo y en el espacio del Portal de Belén, podemos adorar a nuestro Dios, que viene a nosotros como Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Así, el altar eucarístico se convierte en un Nuevo Belén, en donde, por el misterio de la liturgia eucarística, se presenta para nuestra adoración y contemplación, el mismo Niño Dios al que adoraron los Magos, aunque esta vez no se manifiesta como Niño Dios, sino como Eucaristía, es decir, como Pan Vivo bajado del cielo.

         Entonces, al igual que los Reyes Magos, que guiados por la Estrella de Belén, al llegar ante el Niño se postraron y lo adoraron, ofreciéndoles los dones de incienso, oro y mirra, así también nosotros, guiados por la mística Estrella de Belén, la Virgen y Madre de Dios, María Santísima, llegando ante el altar eucarístico, Nuevo Portal de Belén, nos postramos ante el Niño Dios, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía, y le ofrecemos, con gozo y admiración, los dones de nuestros pobres corazones, contritos y humillados: el incienso de la oración, el oro de la glorificación y la mirra de la adoración eucarística.

miércoles, 6 de enero de 2016

Solemnidad de la Epifanía del Señor


(Ciclo C – 2015)


         “Hemos venido a adorar al Rey” (Mt 2, 1-12). Los Reyes Magos acuden al Portal de Belén para adorar al Niño Dios y para ofrecerle sus dones. Vienen de lejanos países y la señal que los conduce hasta el Pesebre es una estrella que brilla en el cielo, destacándose por encima del brillo de las demás estrellas. Una vez que llegan al Pesebre, se postran ante el Niño y lo adoran, entregándole dones de gran valor: oro, incienso y mirra. La adoración de los Magos, un hecho real y verdaderamente acaecido en la historia, tiene un significado sobrenatural en la figura de los Reyes Magos está representado el itinerario de conversión del alma: el hecho de provenir de países lejanos y paganos, representa a las almas que, aun habiendo recibido el bautismo sacramental que convierte al hombre en hijos adoptivos de Dios, se comportan en sus vidas, sin embargo, como paganos, y es por eso que los Reyes representan tanto a los paganos, como a los cristianos neo-paganos; la estrella que los guía, es un fenómeno cósmico y por lo tanto, real, que real y verdaderamente sucedió en la historia, tratándose de una verdadera estrella que, aumentando prodigiosamente su brillo, condujo a los Magos a su destino final, el Niño de Belén: esta estrella, real, representa a la Estrella Luciente de la mañana, la Virgen, cuya presencia en la vida de una persona, anuncia la pronta llegada del Sol de justicia, Jesucristo, que inaugura el Nuevo Día del hijo de Dios, esto es, el inicio de la vida de la gracia en el alma. Así, la estrella de Belén que guía a los Reyes Magos hasta el Niño Dios, representa a la Virgen, que guía a las almas hasta su Hijo, Jesucristo. Por último, los dones que ofrecen los Reyes Magos –oro, incienso y mirra-, representan los dones que el alma ofrece a Jesucristo cuando se convierte, es decir, cuando lo reconoce como lo que Es: Dios Hijo encarnado. De esta manera, el oro representa la adoración, tributada a Jesucristo como el Verbo del Padre humanado; la mirra, representa la adoración a la Humanidad de Jesucristo, divinizada por su unión personal, hipostática, a la Segunda Persona de la Trinidad, y el deseo de unirse, en cuerpo y alma, al sacrificio redentor Jesús; el incienso, representa la oración de alabanza, de adoración, de acción de gracias y de petición, que se tributan a Jesús en el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa. En los Reyes Magos, entonces, está representado el itinerario espiritual del alma que, guiada por la Estrella de la mañana, la Virgen María, adora a Dios, hecho Niño en el Pesebre y entregado con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Cruz y como Pan Vivo en el Altar Eucarístico.

Infraoctava de Navidad 7 - Los ángeles y los pastores


         Los ángeles, cuyo nombre indica su función –mensajeros de Dios-, se alegran por contemplar a Dios Uno y Trino en su esencia  y por tener que comunicar a los hombres la más hermosa y alegre noticia que pueda jamás recibir la Humanidad, y es la Encarnación de la Persona Segunda de la Trinidad y su Nacimiento como un Niño humano, de María Virgen. Lo que contemplan extasiados los ángeles en el cielo, es lo que adoran los pastores y Reyes Magos en la tierra y es lo que describe el evangelista Juan en su Prólogo: los ángeles contemplan a la Palabra de Dios, que era Dios, que estaba junto a Dios, que era la vida y la luz de los hombres; los pastores y Magos adoran a esa misma Palabra, hecha Carne, hecha Niño-Dios, que vino a los suyos para donarse como Pan Vivo bajado del cielo, como Pan celestial, un Pan que es la Carne gloriosa del Cordero de Dios, que al precio de su Sangre derramada en la Cruz, quitará los pecados del mundo. Para que los hombres pudieran alegrarse con la alegría de los ángeles y para que se alimentaran con Pan de ángeles, es que el Verbo, el Logos, la Palabra de Dios, que estaba junto a Dios desde la eternidad y era Dios por ser engendrado y no creado, viene a este mundo y se reviste de carne y sangre, de un cuerpo humano y un alma humanas, para que así el hombre pudiera, al igual que el ángel, contemplar con sus propios ojos la gloria de Dios, porque el Niño de Belén es el Dios de la gloria que se manifiesta en la humildad de la carne, de la naturaleza humana. A partir de la Encarnación, los hombres no tienen nada que envidiar a los ángeles, porque si estos se alegraban en la contemplación de la Palabra en los cielos y se extasiaban en su gloria, ahora los hombres, contemplando a la Palabra hecha Carne, que manifiesta visiblemente la gloria de Dios a través del Cuerpo del Niño, también se alegran y regocijan porque ha venido hasta ellos, hasta este “valle de lágrimas”, el Dios de gloria, de majestad y de alegría infinitas, para aliviar sus penas y alegrar sus días, hasta el Día del Juicio Final. Y esa misma alegría y regocijo sobrenaturales experimentan los hombres cuando adoran al Niño de Belén, con su Cuerpo ya glorioso y resucitado, que ha pasado ya por el misterio de su Pasión y Resurrección, en el Pan de Vida eterna, la Eucaristía.
         Los pastores

         En los pastores se cumple el adagio que dice: “Haz lo que debes y está en lo que haces”, porque al momento del anuncio de los ángeles acerca del nacimiento del Niño Dios, se encuentran realizando su labor, la de cuidar el rebaño. Por el mismo hecho, son una confirmación de que el trabajo, realizado con honestidad y con la mayor perfección posible, es un lugar de santificación. Pero lo más importante es el motivo por el cual son elegidos para recibir el anuncio del Nacimiento: su sencillez, su humildad de corazón y su amor a Dios, todo lo cual queda de manifiesto en la prontitud con la que aceptan el mensaje angélico y el amor y el candor que demuestran al acudir a adorar al Niño Dios. De esta manera, los pastores, hombres de escasa cultura humana pero que, súbitamente, se vuelven sabios al adquirir sabiduría divina –saber que el Niño que nace no es un niño más entre tantos, sino Dios que se hace Niño sin dejar de ser Dios- y se oponen así a las almas soberbias, a las almas centradas en sí mismas, que piensan que porque poseen sabiduría -sea de las ciencias divinas, sea de las ciencias humanas-, son superiores a los demás, con lo cual se vuelven impermeables tanto al mensaje celestial revelado y transmitido directamente por los ángeles, como en el Nacimiento, como al Magisterio de la Iglesia, tal como sucede, por ejemplo, con la transmisión ordinaria de la Verdad Revelada (Catecismo, Credo, Dogmas). Esto quiere decir que, al aceptar el mensaje angélico sin dudar ni por un instante y al adorar a Dios hecho Niño con alma humilde, los pastores nos dan ejemplo de cómo debe ser nuestra disposición –intelecto y voluntad- con respecto a las verdades de la fe, la principal de ellas, la relativa a la doctrina eucarística: como ellos, que creyeron sin dudar en lo que los ángeles les decían y así se dirigieron a adorar a Dios, de igual manera también nosotros, con la misma disposición y humildad, debemos creer en la Presencia real, verdadera y substancial de Nuestro Señor en la Eucaristía y postrarnos ante ese Dios que, hecho Niño en Belén, se nos manifiesta oculto, bajo apariencia de pan, en la Eucaristía.

lunes, 5 de enero de 2015

Solemnidad de la Epifanía del Señor

  


(Ciclo B – 2015)
 “Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén  (…) Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría, y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje. Luego, abriendo sus cofres, le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra” (Mt 2,1-12). Todo el episodio de la visita de los Reyes Magos está lleno de elementos sobrenaturales, celestiales: los Reyes Magos son guiados, hasta el lugar del Nacimiento del Niño, por una estrella, la cual se detiene en el lugar exacto del Nacimiento; la aparición exterior y física, en el cosmos físico, de la estrella de Belén, que guía a los Magos, se acompaña de una acción interior de la gracia, que ilumina las mentes y los corazones de los Reyes Magos, dándoles el conocimiento y el amor sobrenatural acerca del Niño del Pesebre, de manera que, cuando los Magos ven la estrella, por un lado saben que es la que los conducirá hasta el Mesías, es decir, saben que no es una estrella más en el firmamento, sino una estrella, real, pero que los conducirá hasta donde se encuentra el Niño de Belén; por otro lado, saben que el Niño de Belén, no es un niño más entre tantos, sino que es el Mesías, el Salvador de la humanidad, que habrá de salvar no solo a Israel, sino también a los pueblos paganos, como los pueblos de donde ellos provienen, con la única condición de que los paganos lo acepten como a su Salvador; saben también, por esta iluminación interior, que este Niño del Pesebre, es Dios Encarnado, porque así había sido anunciado por los profetas, que Dios nacería de una Madre Virgen: “una Virgen concebirá y el Niño será llamada “Emmanuel”, que significa “Dios con nosotros””[1]; por todo esto, los Reyes Magos “se alegran” cuando ven la Estrella de Belén, porque no ven a una estrella más entre tantas, sino aquella señal, enviada por Dios, que los conducirá hasta el Salvador, la cual es, además, símbolo y figura de la Virgen, que conduce a su Hijo Jesucristo, y de la gracia santificante, que hace participar al alma de la vida divina del Hombre-Dios. Porque los Reyes Magos saben, por la gracia, que ese Niño es Dios Encarnado, cuando llegan, “se postran” ante su Presencia, es decir, lo adoran, y con esta adoración demuestran que el Niño es Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios; demuestran que saben y aman a Dios hecho Niño porque lo adoran, postrándose ante su Presencia, y así demuestran y enseñan que solo Dios debe ser adorado, y nadie más que Él, y porque reconocen que ese Niño es Dios, que ha asumido en su Persona divina a la naturaleza humana, sin mezcla, ni confusión, ni división alguna, los Reyes Magos le ofrecen sus dones, que están reservados solo a la divinidad: abren sus tesoros, y le ofrecen sus dones: oro, para adorar a su Persona Divina, la Persona Divina de Dios Hijo, encarnada en el Niño de Belén; incienso, en representación de la oración de adoración y amor de la humanidad redimida por Él, el Mesías, que se ha encarnado y nacido como Niño, para luego subir a la cruz y ofrecer su Cuerpo como ofrenda Santa y Pura para la salvación de los hombres; y mirra, para adorar a su Humanidad Santísima, la Humanidad del Niño Dios, santificada en el primerísimo instante de su Inmaculada Concepción, en el seno virgen de María Santísima, al entrar en contacto al ser asumida hipostáticamente, en unidad de Persona, por la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Verbo de Dios, Dios Hijo. Por último, los Reyes Magos adoran al Niño porque ven su gloria visiblemente, puesto que el Niño Dios manifiesta visiblemente su gloria, ya que eso es lo que significa “Epifanía”: manifestación de la gloria divina. La manifestación de la gloria en el Niño no es porque le sea agregada extrínsecamente, sino porque es la que Él posee desde toda la eternidad, por ser Él Dios Hijo, que procede del Padre desde toda la eternidad; es la gloria que el Padre le transmite desde toda la eternidad, y que ahora, en el Pesebre, se trasluce a través de su Humanidad santísima, por unos instantes, tal como lo hará en el Tabor, años después (pero que ocultará durante el resto de su vida, especialmente en la Pasión, para poder sufrir la Pasión redentora, ya que con la humanidad glorificada, como en la Epifanía, no habría podido sufrir ningún dolor, y esto último, el ocultar su gloria visible, es un milagro mayor que el reflejarla).
Los Reyes Magos son el modelo del Adorador Eucarístico: así como ellos son guiados por la Estrella de Belén hasta el Niño Dios y lo adoran, así también el Adorador Eucarístico debe adorar a la Eucaristía, porque en la escena está representada la adoración eucarística: la Estrella de Belén representa, ya sea a la Virgen, que conduce a su Hijo Jesucristo en la Eucaristía, o a la gracia que, iluminando la mente y el corazón, permiten reconocer, sobrenaturalmente, a Jesús en la Eucaristía, así como los Magos pudieron reconocer en Jesús, no a un niño más entre tantos, sino al Niño Dios; el Niño Dios, a quien los Reyes Magos adoran en el Pesebre, es el mismo Dios, con Corazón de Niño, que está, vivo, glorioso y resucitado, en la Eucaristía; la Virgen, la Madre de Dios, que sostiene al Niño entre sus brazos, en el Pesebre, ostentándolo para que los Reyes Magos se postren ante su Presencia y lo adoren, es la Custodia Viviente, el Sagrario más precioso que el oro, que custodia y tiene entre sus brazos al Pan Vivo bajado del cielo, y así es el anticipo de la custodia y del sagrario que en su interior poseen al Pan de Vida eterna, la Eucaristía, Jesús, que espera para ser adorado por quienes lo aman con un corazón contrito y humillado; por último, los Adoradores Eucarísticos, al igual que los Reyes Magos, deben también portar sus dones a Jesús Eucaristía: el oro de su amor, el incienso de su adoración, y la mirra de sus obras de misericordia.



[1] Is 7, 14.

martes, 30 de diciembre de 2014

Octava de Navidad 6 2014 Los Magos


         Los Reyes Magos vienen de lejos a adorar al Niño del Pesebre. No se trata de una visita de cortesía; no se trata de una “embajada cultural”, al estilo de las que suelen hacer los delegados de los países para con los representantes de otros países; no se trata de una visita por curiosidad: los Reyes Magos van a “adorar” al Niño del Pesebre de Belén, y lo van a adorar, porque saben, en sus corazones, que ese Niño no es un niño humano más, entre tantos, sino el Niño-Dios; saben, porque han sido iluminados por el Espíritu Santo, que ese Niño es Dios Hijo encarnado, que ha venido a este mundo para, precisamente, encarnarse y ofrecer su Cuerpo como ofrenda Preciosísima, en rescate por la humanidad. Los Reyes Magos han sido avisados por medios sobrenaturales, acerca del Nacimiento y han sido guiados por la Estrella de Belén, quien los ha conducido al lugar exacto del Nacimiento; la Estrella de Belén no solo es una estrella material, física, real, que se desplaza en el cosmos, guiando a los Magos, sino que es también el símbolo de la gracia interna que, iluminando las mentes y los corazones de los Magos de Oriente, les concede el conocimiento sobrenatural acerca del Niño del Pesebre -conocimiento que les hace saber que el Niño es Dios Hijo encarnado-, y enciende sus corazones en el ardor del Amor celestial a ese Dios hecho Niño que, por amor y solo por amor, ha venido a este mundo para rescatar al hombre, que vive “en tinieblas y en sombras de muerte”. Los Reyes Magos, que son príncipes y nobles y por esto son Reyes, y son sabios y letrados, y por esto son Magos, son ennoblecidos e ilustrados de modo sobrenatural por la gracia santificante, que al iluminar sus mentes y sus corazones, les hace partícipes del conocimiento y del amor sobrenatural que el mismo Dios experimenta por sí mismo, y este es el motivo por el que los Magos aman y adoran al Niño como a su Dios, y no como a un mero niño más. Y por esto mismo es que, al visitar al Niño, le llevan sus dones, con los cuales reconocen su reyecía –oro-, su mesianidad –mirra- y su divinidad –incienso-.

         Al igual que los Reyes Magos, también nosotros, iluminados por la fe de la Iglesia y guiados en nuestros corazones por la luz de la gracia santificante, adoremos al Niño Dios, el Niño del Pesebre de Belén, que está Presente, glorioso y resucitado en la Eucaristía, en donde prolonga su Encarnación y puesto que no tenemos oro, mirra ni incienso, le ofrezcamos, postrándonos a sus pies, nuestros pobres dones: el oro de nuestras buenas obras, la mirra de nuestro amor y el incienso de nuestra adoración.

domingo, 5 de enero de 2014

Epifanía del Señor





         Luego del Nacimiento la Nochebuena se ilumina, desde el Portal de Belén, con un resplandor más brillante que el de cientos de miles de soles juntos y la razón es que el Niño que ha nacido es Dios encarnado y como “Dios es luz” (1 Jn 5) y luz eterna, luego de su Nacimiento, el Niño Dios irradia su luz, la luz que brota de su Ser trinitario y que se derrama desde el Pesebre sobre la Iglesia, el mundo y los hombres. En esto consiste la “Epifanía” o “manifestación”: en que la gloria divina, que es luz, se irradia a través del Niño de Belén, manifestándose de esta manera ante los hombres la gloria de Dios que estaba oculta en los cielos eternos. Ahora, por la Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios en Belén, esa gloria se manifiesta –Epifanía- y se hace visible, de modo que todo aquel que contempla al Niño Dios, contempla la gloria de Dios encarnada y, al contemplarla, es iluminado por ella, porque la gloria de Dios es luminosa. Esta es la razón por la cual la Iglesia contempla extasiada, en Epifanía, a la gloria de Dios que, hecha Niño, se manifiesta ante Ella y agradece a Dios por este admirable don, aplicándose a sí misma la exclamación del Profeta Isaías que dice: “La gloria de Dios brilla sobre ti” (60, 1).
         De todos los que se acercan al Niño Dios en su Epifanía o manifestación, se destacan de un modo particular los Reyes Magos, en cuyas personas debe el cristiano meditar, a fin de aprender de ellos, puesto que su figura esconde muchas enseñanzas importantes para la vida espiritual y, sobre todo, para el momento de la comunión sacramental.


         Los Reyes Magos visitan al Niño Dios, aunque no son hebreos, sino paganos y esto quiere decir que no conocen a Cristo; sin embargo, guiados por la Estrella de Belén, emprenden un largo viaje y, dejando atrás el mundo por ellos conocido, llegan hasta el Portal y se postran en adoración ante su Presencia ofreciéndole los dones que llevan consigo: oro –en reconocimiento de la Divinidad del Niño-, incienso –el ofrecimiento de la propia oración y adoración- y mirra –en reconocimiento de la Humanidad santísima del Niño-.
Por otra parte, los Reyes Magos, ante la Epifanía del Señor, es decir, ante la manifestación visible de su gloria y majestad, a pesar de ser ellos reyes y por lo tanto pertenecientes a la nobleza, deponen sus coronas reales en señal de humillación y adoración al Niño de Belén, en quien los Reyes Magos ven, no a un niño más entre tantos, sino a Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios. Es decir, a pesar de ser Reyes, dejan sus coronas en el suelo y se inclinan con la frente en tierra para adorar al Niño, en quien reconocen a Dios encarnado. 
Otro aspecto que se destaca en los Reyes es que son “Magos”, es decir, poseen conocimientos y sabiduría superiores a los habituales, pero no solo no se dejan vencer por la soberbia y el orgullo que surgen en el alma humana cuando se cree superior a los demás, sino que con toda humildad, deponen también ante el misterio del Niño Dios todo su conocimiento y toda su inteligencia, no por ser el misterio del Niño de Belén algo irracional sino, por el contrario, porque reconocen en el Niño a la Sabiduría encarnada, ante la cual todo conocimiento humano es igual a nada, y así despojados de sus propios conocimientos, para rinden a Dios hecho Niño el homenaje de una inteligencia que se anonada ante la manifestación en carne de la majestad divina.


         De esta manera, los Reyes Magos son figura, ejemplo y modelo del alma del bautizado que se acerca a comulgar a Cristo en la Eucaristía: así como los Reyes Magos no formaban parte del Pueblo Elegido, sino que provenían de los gentiles, así también el católico antes de su bautismo pertenecía a los gentiles, porque no formaba parte del Pueblo Elegido, pero del mismo modo a como los Magos son llamados por la Estrella de Belén para que, dejando su mundo pagano lleguen ante la Presencia de Dios hecho Niño y se postren en adoración, así el católico es llamado por la Nueva Estrella de Belén, la luz de la fe y de la gracia, para que, emprendiendo un viaje desde el mundo pagano y sin Dios, ser conducido hasta el Nuevo Portal de Belén, el altar eucarístico, y así postrarse en adoración ante la Presencia sacramental de Jesús en la Eucaristía. 
          Y al igual que los Reyes Magos, que postrándose ante el Niño le ofrecieron sus dones -oro, incienso y mirra-, así el alma que se acerca a comulgar debe ofrecerle sus dones que también son oro, incienso y mirra: oro, que es el reconocimiento de la divinidad de Jesucristo en la Eucaristía, escondida en algo que parece pan pero que no es más pan, porque es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; incienso, que es el ofrecimiento a Jesús Eucaristía de la propia oración y adoración; mirra, el reconocimiento de la Humanidad santísima de Jesús, gloriosa y resucitada, Presente en el Santísimo Sacramento del altar con la misma gloria con la que se encuentran en los cielos.
          Así como los Reyes Magos, al adorar al Niño, dieron muestra de humildad al postrarse ante Él, del mismo modo el cristiano que se acerca a adorar al Niño Dios -que continúa y prolonga su Encarnación y Nacimiento en la Eucaristía-, no solo debe deponer su orgullo ante Jesús Eucaristía, sino que debe ofrecerle el homenaje de su propia reyecía -su condición de ser hijo adoptivo de Dios a causa del bautismo sacramental- y así, como hijo de Dios, debe postrarse ante Él y adorarlo, ofreciéndole al mismo tiemop el homenaje de su inteligencia, inteligencia que queda admirada, sorprendida y maravillada, ante el misterio asombroso del milagro de la Eucaristía, el misterio de un Dios de majestad y gloria infinitas que, por Amor, se manifiesta en la Iglesia primero como Niño en Belén y luego bajo la apariencia de pan en el Altar Eucarístico.
Por último, del mismo modo a como los Reyes Magos, luego de adorar al Niño, fueron inundados de su Amor y de su Alegría, también el cristiano que adora y comulga se sumerge en la Alegría y enel Amor incomprensible, inefable, eterno, de Dios,que se dona a su alma con todo su Ser, entregándose como Pan de Vida eterna, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad.