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jueves, 31 de octubre de 2024

“El primer mandamiento: es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser; el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo B - 2024)

“El primer mandamiento: es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser; el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 28b-34). Le preguntan a Jesús cuál es el primer mandamiento entre todos y la respuesta de Jesús es: “amar a Dios y al prójimo” (Jn 13, 34), tal y como lo conocían los hebreos. Sin embargo, en relación al prójimo, Jesús le agrega un nuevo aspecto, que no se encontraba en la Ley de Moisés y este nuevo aspecto determina que el mandamiento de Jesús sea totalmente nuevo en relación al de Moisés. Jesús dice así, en relación al prójimo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como Yo os he amado”. La novedad que introduce en relación al prójimo es la de amar al prójimo “como Él nos ha amado”, una condición que no se encontraba en la Ley de Moisés. Y con esta condición, también se modifica, implícitamente, el Primer Mandamiento, el de amar a Dios por sobre todas las cosas, aun cuando no lo diga implícitamente, porque en el amar al prójimo como Él nos ha amado, se encuentra el amar a Dios como Él lo ha amado.

De esta manera, los Mandamientos se dividen en antes de Jesús y en después de Jesús, porque aunque la formulación sea idéntica, Jesús introduce una condición que de ninguna manera se encontraba en la Ley de Moisés y es la que hace que los Mandamientos adquieran un sentido substancialmente distintos a los que eran antes de Jesús. En otras palabras, no es lo mismo “amar a Dios y al prójimo” según el Antiguo Testamento, es decir, antes de Jesús, que “amar a Dios y al prójimo” según el Nuevo Testamento, es decir, después de Jesús. Por esta razón, el cristianismo constituye una novedad radical en lo que respecta a los Mandamientos, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

En el Antiguo Testamento se mandaba amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, es decir, se manda amar con las fuerzas de la naturaleza humana, mientras que se consideraba como “prójimo” solo a aquel que compartía la misma raza y religión. En el Antiguo Testamento se hace hincapié en que es el hombre quien debe esforzarse en amar a Dios con las solas fuerzas de su amor humano, y lo mismo debe hacer con su prójimo, cuyo concepto de “prójimo” es muy limitado.

En el Nuevo Testamento, las cosas cambian radicalmente, tanto en relación a Dios como en relación al prójimo. El cambio lo introduce Jesús cuando dice que el cristiano debe amar al prójimo -y se entiende que a Dios, porque no se puede amar al prójimo si no se ama a Dios-, “como Él nos ha amado”; es esta nueva cualidad, esta nueva condición, “como Él nos ha amado”, la que cambia radical y substancialmente el Primer Mandamiento de la Ley de Dios y hace que el Mandamiento cristiano sea substancialmente distinto al Mandamiento de hebreo. Para entender la razón de la importancia de esta cualidad, es decir, para entender cómo nos amó Cristo, porque así es como debemos amar a Dios y al prójimo, todo lo que debemos hacer es arrodillarnos ante el Crucifijo y contemplar a Cristo crucificado, porque Cristo nos amó hasta la muerte de Cruz.

Allí nos damos cuenta de que el Amor con el que nos amó Nuestro Señor Jesucristo no es un amor humano sino Divino, Sobrenatural, Celestial, porque es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, el que lo lleva hasta la cima del Monte Calvario, para dar su vida por nosotros, para entregar su Cuerpo y derramar hasta la última gota de su Sangre por nuestra salvación y para aplacar la Ira de Dios Padre. Es en la Cruz en donde Cristo nos ama hasta el extremo de dar su Vida divina de Hombre-Dios, para lavar nuestros pecados con su Sangre, para aplacar la Ira de la Justicia Divina y para abrirnos las Puertas del Reino de los cielos. Entonces, si queremos saber cómo es que nos amó Cristo, solo debemos contemplarlo en la Cruz, para así poder amar a nuestro prójimo y a Dios “como Él nos amó”, hasta el extremo de la Cruz: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Y Cristo nos ha amado hasta dar la vida en la Cruz por todos y cada uno de nosotros y si nosotros no amamos a nuestros prójimos -incluidos nuestros enemigos personales- hasta el extremo de la Cruz, entonces no podemos llamarnos verdaderos cristianos.

Por último, Cristo nos ama también desde la Eucaristía, porque si nos ama desde la Cruz, continúa amándonos desde la Eucaristía, donde se encuentra en Persona, con su Sagrado Corazón Eucarístico, vivo, glorioso, resplandeciente de la luz y de la gloria divina, esparciendo los rayos de Amor de su Sagrado Corazón, esperando por nuestra visita para colmarnos del Amor de su Sagrado Corazón.

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Si queremos vivir el Mandamiento más perfecto de la Ley de Dios, que manda amar a Dios Trino por sobre todas las cosasy al prójimo como a uno mismo y si queremos vivir este Mandamiento “como Cristo nos ha amado”, puesto que carecemos en absoluto del Divino Amor necesario para vivirlo, debemos acudir a la Fuente Increada del Amor de Dios, que nos permitirá cumplir este mandamiento, el Sagrado Corazón de Jesús, que se encuentra en la Cruz y que late de Amor en la Sagrada Eucaristía.

 

 

domingo, 4 de junio de 2023

“No hay mandamiento mayor que éstos”

 


“No hay mandamiento mayor que éstos” (Mc 12, 28b-34). La pregunta acerca de cuál es el mandamiento más importante no lleva en sí una carga de hostilidad, sino de sincera preocupación, debido a la cantidad de preceptos que imponían los rabinos. Los rabinos enumeraban seiscientos trece preceptos de la ley, de los cuales doscientos cuarenta y ocho eran mandamientos positivos y trescientos sesenta y cinco eran prohibiciones. Estos preceptos estaban clasificados además en “leves” y “graves” y abarcaban tanto leyes religiosas y rituales, como aspectos de la ley natural.

El mandamiento de amar a Dios era muy conocido entre los judíos, porque formaba parte de la profesión de fe monoteísta que todo fiel israelita debía recitar dos veces al día. Sin embargo, este mandamiento de amar a Dios quedaba oscurecido u oculto por el hecho de que era seguido inmediatamente por pasajes de la Escritura que trataban de la prosperidad y del lavado de los hábitos litúrgicos.

El segundo mandamiento, el de amar al prójimo como a uno mismo, es inseparable del primero, que manda amar a Dios; entonces, este doble precepto de caridad es el más grande de los mandamientos: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”, porque resume todos los deberes del hombre para con Dios y para con los demás hombres. Los profetas habían enseñado que el espíritu interior de la religión y el cumplimiento de la ley moral eran superiores a los ritos externos del sacrificio; sin embargo, a esta doctrina no se le daba la importancia debida en las escuelas rabínicas, con lo cual se ponía el acento en actos exteriores y no en lo interior. El escriba que pregunta a Jesús muestra inteligencia al deducir de las palabras de Cristo la superioridad de la ley de la caridad sobre el ceremonial de culto.

Puede sucedernos a nosotros, y de hecho nos sucede con frecuencia, que en la práctica de la religión pongamos el acento en actos exteriores y olvidemos que lo más importante es el interior, en el alma, en donde debe reinar el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, que nos concede el Amor necesario para cumplir con el mandamiento más importante y que concentra toda la Ley Divina: “Amar a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.

sábado, 6 de marzo de 2021

“Amarás a Dios, a tu prójimo y a ti mismo”

 


“Amarás a Dios, a tu prójimo y a ti mismo” (cfr. Mc 12, 28-34). Cuando le preguntan a Jesús cuál es el Mandamiento más importante de todos, Jesús contesta que es el que manda “amar a Dios, al prójimo y a uno mismo”. Con esta respuesta, pareciera que el mandamiento cristiano no es distinto del mandamiento del Antiguo Testamento y sin embargo, sí hay una diferencia y es substancial. Ante todo, en el Antiguo Testamento se manda amar a Dios “con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas”; es decir, se explicita que este amor a Dios es específicamente humano, porque se trata del amor que surge del corazón humano. En el Nuevo Testamento, por el contrario, Jesús nos dice que debemos amar –a Dios y al prójimo- “como Él nos ha amado” y Él nos ha amado hasta la muerte de cruz y con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, con lo cual se especifica que el amor con el que se debe amar, tanto a Dios y al prójimo –y también a uno mismo- no es el amor meramente humano, como en el Antiguo Testamento, sino con el Amor de Dios, el Espíritu Santo, porque ése es el Amor con el que nos amó Jesús desde la cruz. Otra diferencia es el concepto de prójimo, que no se limita a quien pertenece a la misma raza y practica la misma religión, como en los hebreos, sino que se extiende a todo ser humano, independientemente de su raza y credo. Por último, otra diferencia con el mandamiento del Antiguo Testamento es el concepto de “amarse a sí mismos”, cuando dice que se debe amar al prójimo “como a sí mismo”: en el cristianismo, esto implica ante todo el amor a la propia alma, la cual está destinada por Dios al cielo, pero si no vive y si no muere en gracia, se condenará irremediablemente, por lo cual el amor a sí mismo que se pide en el cristianismo es ante todo un amor espiritual, sobrenatural, que implica el amor al Reino de Dios y el deseo de obtener lo mejor para uno mismo, que es la eterna salvación del alma; esto es lo que quiere decir: “amarse a sí mismo”. Quien se ame a sí mismo, deseará evitar, a toda costa, el pecado, para conservar y acrecentar la vida de la gracia y esto es lo que hará con su prójimo.

Como vemos, el mandamiento del Nuevo Testamento es radicalmente distinto al mandamiento de la Antigua Alianza, aun cuando la formulación sea prácticamente la misma..