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jueves, 14 de marzo de 2024

“Cuando Yo sea levantado en alto atraeré a todos hacia Mí”

 




(Domingo V - TC - Ciclo B – 2024)

“Cuando Yo sea levantado en alto atraeré a todos hacia Mí” (cfr. Jn 12, 20-33). Jesús está revelando proféticamente qué es lo que sucederá cuando Él sea crucificado en el Monte Calvario. Es verdad que cuando Él sea crucificado, todos los que asistan a la crucifixión en ese momento, levantarán sus cabezas para contemplarlo a Él crucificado, pero Jesús no se está refiriendo a este hecho solamente. El momento de la crucifixión de Jesús es un hecho inédito en la historia de la humanidad, en donde Aquel que es crucificado no es un hombre bueno o santo, sino Dios Tres veces Santo y esto supone el desencadenamiento de fuerzas divinas, celestiales y sobrenaturales que, desprendiéndose de la Cruz, se irradian sobre toda la humanidad, traspasando el espacio y el tiempo, extendiéndose desde Adán y Eva hasta el Día del Juicio Final y atravesando toda la historia humana, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. La crucifixión del Hombre-Dios Jesucristo es un acontecimiento pleno de sucesos sobrenaturales que la humanidad ni siquiera puede imaginar: mientras exteriormente todos ven a un hombre crucificado, en la realidad del mundo espiritual, se desprende del Corazón traspasado del Cordero de Dios una fuerza divina, celestial, que atrae literalmente a toda la humanidad hacia Sí mismo, como si de un poderoso imán de almas se tratase: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”, y en ese ser atraídos todos hacia Él, como el que los atraerá será el Espíritu Santo, que iluminará las mentes de los hombres, todos los que sean atraídos hacia Jesús sabrán que Él es Dios: “Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre sabréis que Yo Soy”: el “Yo Soy” es el nombre propio de Dios con el que los judíos conocían a Dios; por lo tanto, Jesús está diciendo claramente que Él es Dios y que cuando sea crucificado, atraerá a todos hacia Él y todos sabrán que con sus pecados crucificaron a Dios.

“Cuando Yo sea levantado en alto atraeré a todos hacia Mí”. Todos los hombres de todos los tiempos serán atraídos, porque su Corazón traspasado será como la compuerta de un dique que se abre, para dejar pasar al Espíritu Santo, el Espíritu del Amor divino, que en un doble movimiento de descenso desde el Corazón de Jesús y luego de ascenso hacia Él, llevará hacia Jesús, atraerá hacia Jesús, y de Jesús al Padre, a toda la humanidad, sin exceptuar a ninguno y todos sabrán que Jesús es Dios, porque Jesús se aplica a sí mismo el nombre con el que los judíos conocían a Dios: “Yo Soy”. Pero el hecho de que Jesús los atraiga para que sepan que Él es Dios y que los hombres crucificaron a Dios con sus pecados, no es para que permanezcan en ese estado, sino para que movidos por el Espíritu Santo, se arrepientan de sus pecados y por la oración, la penitencia y el amor, vuelvan al seno del Padre, por el Amor del Espíritu Santo, en el Corazón de Jesús.

Ambos efectos de la crucifixión -la atracción de los hombres y el subsecuente arrepentimiento y contrición- están anticipados en el profeta Zacarías, en donde se describe proféticamente el Viernes Santo, día de la crucifixión del Cordero de Dios –“me mirarán a Mí, a quien traspasaron”-, día que será de luto para la humanidad, pero también será día de gracia y de bendición, porque del Corazón traspasado del Cordero se derramará sobre los hombres “un espíritu de gracia y de oración”, es decir, se derramará la Sangre del Cordero, y con la Sangre del Cordero, el Espíritu Santo, el “Espíritu de gracia y de oración” que penetrando en los corazones de los hombres, les concederá la gracia de la contrición del corazón, profetizada en el llanto. Dice así admirablemente, la profecía de Zacarías, profetizada VI siglos antes de Cristo: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén (Za 12, 10-11)”. No puede ser más clara y directa la referencia a la crucifixión del Señor Jesús: “Me mirarán a Mí, a quien traspasaron (…) llorarán como se llora al primogénito”. El llanto y el luto de saber que dimos muerte al Cordero de Dios, debe dar paso a la alegría de saber que el mismo Dios a Quien traspasamos con nuestros pecados, nos perdona y derrama sobre nosotros su Divina Misericordia: “derramaré un espíritu de gracia y de oración”.

Por esto, las palabras de Jesús podrían quedar: “Cuando sea traspasado, desde mi Corazón traspasado derramaré sobre ustedes un Espíritu de gracia y de oración, que los atraerá hacia Mí, su Dios y así arrepentidos de sus pecados recibirán el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo”. En otras palabras, en el momento de la crucifixión, se derramará sobre los hombres el Espíritu Santo, que concederá la gracia de la conversión a quien contemple a Jesús crucificado, tal como le sucedió por ejemplo a Longinos, el soldado romano que atravesó al Sagrado Corazón con su lanza. Por último, debemos agregar que la Misericordia Divina es infinita y eterna, no tiene tiempo ni espacio y actúa en todo tiempo y espacio y también llega a nosotros a través de la liturgia eucarística de la Santa Misa: puesto que la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del sacrificio del Calvario, sacrificio en el cual se derrama el Espíritu Santo a través de la Sangre del Corazón traspasado, también en la Santa Misa, en la elevación de la Hostia consagrada, se repite el mismo prodigio de la elevación del Señor en la Cruz, y es así como la Iglesia dice: “Cuando sea levantada en alto la Eucaristía, Jesús Eucaristía derramará desde su Sagrado Corazón Eucarístico el Espíritu Santo, espíritu de gracia, de conversión, de oración, de piedad, de amor”.

 


martes, 28 de marzo de 2023

“Antes que naciera Abraham, Yo Soy”

 


“Antes que naciera Abraham, Yo Soy” (Jn 8, 51-59). La frase de Jesús se comprende mejor cuando se considera que los judíos, que eran el Pueblo Elegido para ser depositarios de la verdad acerca de Dios, eran la única nación monoteísta, rodeada por pueblos politeístas. Los judíos eran los únicos que creían en Dios Uno, porque Dios así se los había revelado, como también les había revelado el Nombre con el que Dios mismo quería ser llamado: “Yo Soy”. Al decirles Jesús “Antes que naciera Abraham, Yo Soy”, les está diciendo que Él es ese Dios a quien ellos llaman “Yo Soy”. Es decir, Jesús se auto-revela a los judíos como el Dios Uno en el que ellos creían y al que ellos llamaban “Yo Soy”, aunque ahora Jesús completa la auto-revelación de Dios, manifestando a los judíos que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, porque Él se declara Dios Hijo de Dios Padre y declara además que Él, Dios Hijo, enviará junto a Dios Padre, a Dios Espíritu Santo, una vez que se haya cumplido su misterio salvífico de Muerte y Resurrección. Es decir, los judíos fueron elegidos para conocer la verdad sobre Dios; en un primer momento, recibieron la revelación de que Dios era Uno y por eso eran el único pueblo monoteísta de la antigüedad, pero cuando reciben la revelación, de parte de Dios en Persona, Jesucristo, de que Dios, además de Uno, es Trino en Personas, entonces rechazan esa revelación, negando la condición divina de Jesús, negando que Jesús sea Dios Hijo, el Hijo de Dios encarnado y negando por lo tanto la revelación que Dios les hace en Persona, de que Dios es Uno y Trino, negando la Trinidad de Personas en el Único Dios verdadero. Esta negación tendrá funestas consecuencias, porque al rechazar la revelación de Jesús como Dios Hijo, lo acusarán falsamente de blasfemia, al hacerse pasar por Dios y lo condenarán a muerte, convirtiéndose así en los viñadores homicidas y dando lugar a que surja un Nuevo Pueblo Elegido, los integrantes de la Iglesia Católica, incorporados a Cristo por medio del Bautismo sacramental.

“Antes que naciera Abraham, Yo Soy”. Si los judíos eran los destinatarios de la revelación completa sobre Dios, Uno y Trino, además de ser los elegidos para recibir a Dios Hijo encarnado, ahora es la Iglesia Católica la que forma el Nuevo Pueblo Elegido, porque es la Iglesia Católica la que cree firmemente en las palabras de Cristo acerca de Dios como la Santísima Trinidad y es la Iglesia Católica la que cree que Cristo, Dios Hijo, se ha encarnado para la salvación de la humanidad. Pero además de esto, es la Iglesia Católica la que proclama que Cristo, Dios Hijo encarnado, prolonga su Encarnación en la Eucaristía, porque cree que Cristo Dios está en Persona en la Eucaristía. Por esto mismo, Jesús nos dice a nosotros, desde la Eucaristía, lo mismo que les dice a los judíos: “Antes que naciera Abraham, Yo Soy”. Como Iglesia Católica, como Nuevo Pueblo Elegido, creemos firmemente que Jesús ES, en la Eucaristía, el Dios que era, que es y que vendrá.


lunes, 27 de marzo de 2023

“Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy”

 


“Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy” (Jn 8, 21-30). Jesús hace dos revelaciones en una sola frase: revela que Él será crucificado -eso es lo que significa “cuando levanten en alto al Hijo del hombre”- y que Él es Dios -eso es lo que significa “sabréis que Yo Soy”, porque “Yo Soy” era uno de los nombres con el cual los hebreos conocían al verdadero Dios-.

La crucifixión de Jesús será la culminación de los planes de los escribas y fariseos, trazados en conjunto con los sumos sacerdotes de la sinagoga, para asesinar a Jesús. Las razones de la pena de muerte sentenciada contra Jesús son injustas e irracionales: lo sentenciarán a muerte por decir la verdad acerca de Dios -Él es el Hijo de Dios, la Segunda Persona de la Trinidad- y por obrar el bien -hizo milagros de todo tipo, además de expulsiones de demonios-. Pero precisamente, cuando sus enemigos naturales -escribas y fariseos- y preternaturales -Satanás y todo el Infierno- piensen que han triunfado, crucificando a Jesús de Nazareth, será entonces, en ese momento, en el que se producirá el mayor triunfo de Dios, porque a través de la Sangre de Jesús derramada en la cruz, derrotará para siempre al Infierno, al pecado y a la muerte. Esto es lo que sucederá cuando “levanten en alto al Hijo del hombre”, es decir, cuando crucifiquen a Jesús de Nazareth.

El otro acontecimiento que sucederá en la crucifixión es la revelación de la condición divina de Jesús: “Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy”. En el momento en el que Jesús sea crucificado, sus enemigos serán derrotados para siempre y al mismo tiempo, Jesús y el Padre infundirán el Espíritu Santo en las almas de los hombres que amen a Jesús y les concederá la verdad acerca de Jesús: Él es El que ES, Él es el Dios a quien los judíos conocían como “Yo Soy”, por eso Jesús dice: “Sabréis que Yo Soy”. Y entonces los que amen a Jesús se postrarán en adoración ante Jesús crucificado, al tener conocimiento de la divinidad de Jesucristo.

“Cuando levanten en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy”. En la Santa Misa, cuando el sacerdote ministerial eleva en alto la Hostia consagrada, en la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del Calvario, Jesús sopla su Espíritu para que los que lo aman, lo reconozcan como a Dios en la Eucaristía y, postrándose ante su presencia Eucarística, lo adoren “en espíritu y en verdad”.

martes, 8 de noviembre de 2022

“Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C – 2022)

          “Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis” (Lc 21, 5-19). Jesús nos revela una de las señales que, cuando aparezca, indicará que su Segunda Venida está cerca: la aparición de falsos cristos. Lo que nos quiere decir Jesús es que estos falsos cristos aparecerán antes de la Segunda Venida de Cristo en la gloria; luego aparecerá el Anticristo, implementará su reinado de terror infernal y luego será precipitado al Infierno junto al Demonio, al Falso Profeta y a la Bestia, por Cristo.

          Con relación a esta señal, la aparición de falsos cristos, si nos llevamos solo por lo que está pasando, podemos decir que esta señal ya está presente. En nuestros días, han aparecido una innumerable cantidad de falsos cristos, que se presentan a sí mismos diciendo: “Yo Soy el Cristo”, pero todos son falsos; estos falsos cristos anteceden a la aparición del Anticristo. Algunos de estos cristos falsos son: el cristo de los protestantes, el cristo del Islam,; los cristos de las sectas, como por ejemplo, Sergei Torop, arrestado en Siberia por daños psicológicos y físicos, que tenía y tiene miles de seguidores y decía ser la reencarnación de Cristo[1]; David Koresh, el fundador de la secta de los davidianos, que finalizó en una tragedia, con la muerte de casi treinta niños y cincuenta adultos; el fundador de la secta Templo del Pueblo, el auto-proclamado pastor Jim Jones, que provocó un asesinato o un suicidio masivo en Guyana[2]; el fundador de la secta “Creciendo en gracia”, José Luis de Jesús Miranda, que decía ser tanto Cristo como el Anticristo y se identificaba con el número 666[3]; el fundador de la secta “Nxvim”, Keith Rainiere, en México, quien también afirmaba ser cristo[4]; el cristo o mesías del judaísmo, como el que ha aparecido en estos días en Israel, un rabino llamado Shlomo Yehuda, al que le atribuyen decenas de curaciones milagrosas[5], sostenido política y religiosamente por el Sionismo Religioso, partido político de rabinos ultraortodoxos judíos[6]. Como estos ejemplos, podríamos continuar casi al infinito, exponiendo los casos de quienes se presentan como “otros cristos”, todo lo cual nos da una señal que indica que se está llevando a cabo una de las señales dada por el mismo Cristo en Persona y que indicarían que su Segunda Venida está cerca y es precisamente la aparición de falsos cristos.

          “Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis”. Para no caer en el engaño de los falsos cristos y del Anticristo, debemos saber que el Verdadero y Único Cristo es el Cristo de la Iglesia Católica, el Cristo Eucarístico, la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth, que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía. El que no conozca a Cristo en la Eucaristía, será engañado por el Anticristo, de ahí la necesidad imperiosa, urgente, de hacer adoración eucarística, de rezar el Santo Rosario, de hacer penitencia, para que la luz de la gracia, la luz del Espíritu Santo, nos ilumine el intelecto y el corazón y nos de el verdadero conocimiento del verdadero Cristo, para no ser engañados por los falsos cristos y sobre todo, por el Anticristo. Es urgente e imperiosa la conversión eucarística del alma, la conversión del corazón y del ser al Verdadero y Único Cristo, el Cristo Eucarístico.

viernes, 16 de abril de 2021

“Yo soy el pan de vida”

 


“Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35-40). Si alguien escucha a Jesús con fe racionalista y no sobrenatural, puede estar pensando que Jesús habla de Sí mismo como “Pan de Vida” haciendo una metáfora, como si Él fuera un “pan” en el sentido de la mansedumbre que evoca el pan y como si la “vida” que Él da con sus enseñanzas, fueran el alimento para una vida nueva, en el sentido moral, puesto que Él predica una nueva religión, una nueva espiritualidad y por lo tanto una nueva moral. Sin embargo, escuchar las afirmaciones de Jesús respecto de Sí mismo como “Pan de Vida” con una fe racionalista, que quite todo elemento sobrenatural, es limitar el alcance de sus palabras al estrechísimo campo de lo que la razón humana puede entender.

Cuando Jesús dice de Sí mismo “Yo Soy el Pan de Vida”, está diciendo, por un lado, que es Dios, puesto que se adjudica el nombre propio de Dios, “Yo Soy”, nombre con el que los judíos conocían a Dios y por lo tanto, declara ser Él en Persona el Dios en el que los judíos creían y al cual adoraban. Por otra parte, cuando dice que es el “Pan de Vida”, con “Pan”, se está refiriendo a su Cuerpo y a su Sangre, como lo dejará establecido en la Última Cena y con “Vida”, hace referencia a la Vida eterna, a la vida absolutamente divina del Ser divino trinitario, porque también dice que quien coma de este Pan, “no morirá jamás”, “jamás tendrá hambre”, “jamás tendrá sed” y esto no puede referirse de modo alguno al pan material el cual, luego de ser ingerido y al cabo de poco tiempo, deja de saciar al cuerpo y el cuerpo vuelve a sentir hambre y sed.

“Yo soy el pan de vida”. Quien come pan terreno, material, el pan de mesa cotidiano, solo alimenta su cuerpo y al tiempo, vuelve a tener hambre y, pasados sus días en la tierra, muere indefectiblemente; quien se alimenta del Pan de Vida eterna, el Cuerpo y la Sangre de Jesús en la Eucaristía, alimenta su espíritu con la substancia divina del Ser divino trinitario y jamás vuelve a sentir hambre ni sed de Dios, porque estas quedan extracolmadas con el Cuerpo y la Sangre del Cordero; además, el que se alimenta de la Eucaristía, no morirá jamás, porque aunque muera a la vida terrena y temporal, al recibir en esta vida el germen de vida eterna en el Pan Eucarístico, será resucitado para la gloria por Jesús en el momento de pasar de esta vida a la otra.

 

jueves, 18 de marzo de 2021

“Si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”


 

“Si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados” (Jn 8, 21-30). Jesús revela explícitamente la necesidad imperiosa de creer en Él para salvar el alma de la eterna condenación. En otras palabras, quien quiera evitar la eterna condenación en el Infierno y quien quiera ingresar en el Reino de Dios, tiene que creer en Él, ya que no hay otro camino posible. Ahora bien, el Jesús en el que hay que creer no es el Jesús de los hebreos –para quienes Jesús era un blasfemo-, ni el Jesús de los protestantes –para quienes Jesús es sólo un hombre santo, un hijo de Dios muy cercano a Él, pero solo un hombre-, ni tampoco el Jesús de los musulmanes –para quienes Jesús es sólo un profeta más entre tantos: el Jesús en el que hay que creer es el Jesús de la Iglesia Católica, definido por el Magisterio de la Iglesia como Hombre-Dios, como Dios Hijo encarnado, como el Verbo de Dios encarnado, como la Segunda Persona de la Trinidad que une a Sí, hipostáticamente –a su Persona divina-, la naturaleza humana de Jesús de Nazareth.

Este Jesús católico, definido como Dios Hombre por el Magisterio y la Tradición de la Iglesia Católica, tiene su fundamento bíblico, ya que se fundamenta en las mismas palabras de Jesús, quien se nombra a Sí mismo como Dios. En efecto, Jesús se aplica para sí el Nombre propio con el que los hebreos conocían a Dios: el “Yo Soy”. Jesús se auto-proclama como el Dios de los hebreos cuando dice: “Si no creen que Yo Soy”. En otras palabras, Jesús utiliza el Nombre sagrado, el “Yo Soy”, utilizado por los hebreos para nombrar a Dios, a Sí mismo, con lo cual está revelando que Él es ese Dios en el que los hebreos creen. Es como si Jesús dijera: “Si no creen que Yo Soy Dios, entonces morirán en sus pecados”. Por lo tanto, para “no morir en el pecado” –y consecuentemente, para evitar el Infierno- y para salvar el alma –para ingresar en el Reino de los cielos-, es necesario creer que Cristo es Dios, es el “Yo Soy” de los hebreos, que se ha encarnado, como Segunda Persona de la Trinidad, en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.

“Si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”. Lo mismo que Jesús les dice a los hebreos, nos lo dice a nosotros, los católicos: “Si no creen que Yo Soy Dios en la Eucaristía, morirán en sus pecados”. Es decir, nosotros no sólo tenemos que creer que Cristo es Dios encarnado, sino que además debemos creer que Él prolonga su Encarnación en la Eucaristía, por eso para nosotros, la Eucaristía es Dios Hijo encarnado, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía. Si no creemos en esta verdad de fe, revelada por el Magisterio y la Tradición de la Iglesia, nos condenaremos irremediablemente.

 

 

miércoles, 6 de mayo de 2020

“Yo soy el camino y la verdad y la vida”




“Yo soy el camino y la verdad y la vida” (Jn 14, 1-6). En nuestros tiempos, caracterizados por un lado por un fuerte ateísmo y materialismo, que niega la realidad del espíritu y, por otro, por una espiritualidad gnóstica que niega la necesidad de la Iglesia y sus sacramentos, como es la espiritualidad de la Nueva Era, el camino hacia el Dios Uno y Único, Verdadero, está doblemente bloqueado. Por un lado, lo bloquea la mentalidad racionalista y atea, que termina glorificando al materialismo; por otro lado, lo bloque una espiritualidad gnóstica, centrada ya sea en el propio yo -que termina en el auto-endiosamiento- o en un universo en el que todo y todos son dios, un dios que no es persona, sino una “energía cósmica” que todo lo abarca. Por uno u otro camino, el acceso al Dios verdadero, como decimos, está bloqueado, porque ambos caminos son falsos, porque son en realidad callejones sin salida.
Quien desee encontrar verdaderamente a Dios, no debe emprender por lo tanto ninguno de estos falsos caminos; quien desee encontrar al Dios Verdadero y Único, que es el Dios de la Iglesia Católica, debe elevar la mirada del alma y centrarla en el Hombre-Dios Jesucristo, quien pende de una Cruz, además de estar en Persona en el Sacramento de la Eucaristía. Y quien se una a Cristo, sea en la Cruz o en la Eucaristía, recibirá en lo más profundo del ser la iluminación que concede Cristo, porque Él es en Sí mismo luz divina –“Yo Soy la luz del mundo”- y esa luz le proporcionará el conocimiento verdadero de Dios, como Uno en naturaleza y Trino en Personas. Por último, quien centre su mirada en Cristo, sea en la Cruz o en la Eucaristía, recibirá la vida, pero no esta vida terrena que vivimos y experimentamos desde que nacemos, sino la Vida divina, la Vida misma de Dios Trino, que es la Vida Increada, por eso es que Jesús dice: “Yo Soy la Vida”.
“Yo soy el camino y la verdad y la vida”. Para nuestro mundo desorientado, que o bien se topa de frente con el materialismo ateo, o bien se pierde en la nebulosa gnóstica de la falsa espiritualidad de la Nueva Era, las palabras de Jesús, Yo Soy el camino, la verdad y la vida, constituyen la única luz en medio de las densas tinieblas, que conduce a Dios. Jesús, en la Cruz y en la Eucaristía, es el Camino que conduce al seno del Padre Eterno; es la Verdad Absoluta y definitiva acerca de Dios Uno y Trino, y es la Vida divina, la Vida Increada, que hace partícipe al alma de la vida misma de la Trinidad.

jueves, 30 de abril de 2020

“Yo Soy la Puerta de las ovejas”



(Domingo IV - TP - Ciclo A – 2020)

          “Yo Soy la Puerta de las ovejas” (Jn 10, 1-10). Jesús no solo se nombra a sí mismo como el “Buen Pastor”, como el “Pastor Supremo y Eterno”, sino también como la “Puerta de las ovejas”. La imagen se entiende mejor si se toma un redil de ovejas y se reemplazan todos sus elementos naturales por elementos sobrenaturales: así, el redil es la Iglesia; las ovejas son los fieles bautizados en la Iglesia Católica; la Puerta de las ovejas es Cristo Jesús; cuando las ovejas cruzan la puerta para salir al prado en busca de pastos y agua, esto significa que el alma se introduce en el Sagrado Corazón de Jesús y allí encuentra el alimento de su espíritu, el pasto y el agua, esto es, la gracia santificante.
          Pero Jesús advierte también que hay quien ingresa en el redil, no por la puerta, como lo hace el pastor, sino saltando el redil: puede tratarse de dos cosas: o de humanos malos, que están en la Iglesia, pero no buscan la salvación de las almas -pueden ser sacerdotes o laicos-, o puede ser también el Enemigo de las almas y de Dios, el Demonio o la Serpiente Antigua. Jesús advierte contra aquel que no es pastor, sino depredador de las ovejas, esto es, de las almas: “viene para robar, matar y hacer estragos”, porque son “ladrones y bandidos”. Se refiere, podemos suponer y como ya lo dijimos, tanto a sacerdotes como laicos, que están en la Iglesia pero no han comprendido que la tarea esencial de la misma es la salvación de las almas, que no se condenen en el infierno eterno y que se salven en el Reino de los cielos y por lo tanto, carentes de fe verdadera, cometen todo tipo de tropelías y estragos entre las ovejas, llegando a matarlas espiritualmente; también se refiere al Demonio, que es “asesino desde el principio” y cuyo único objetivo es provocar confusión dentro de la Iglesia y desesperación en las almas, para lograr su objetivo de condenarlas eternamente.
          “Yo Soy la Puerta de las ovejas”. Para poder entrar al Cielo, en donde se encuentra Nuestro Sumo y Buen Pastor, Jesucristo, debemos pasar por la Puerta al Cielo que es su Sagrado Corazón; para ello, debemos acostumbrarnos a su Voz, así la reconoceremos cuando nos llame por nuestro nombre. Acudamos entonces con frecuencia a la Santa Misa y a la Adoración Eucarística, para escuchar, en lo más profundo del corazón, la Voz del Buen Pastor Jesucristo.

miércoles, 1 de abril de 2020

“Antes de que Abraham existiera, Yo Soy”




“Antes de que Abraham existiera, Yo Soy” (Jn 8, 51-59). En su enfrentamiento con los fariseos, uno de los temas recurrentes es, para los fariseos, el saber quién es Jesús: lo ven hacer milagros que sólo Dios puede hacer, lo escuchan auto-proclamarse Dios Hijo, pero aun así no creen que Jesús sea Dios Hijo encarnado. Es en este contexto de duda y desconfianza por parte de los fariseos, en el que se produce el diálogo en el que Jesús vuelve a reafirmar su condición divina: “Antes de que Abraham existiera, Yo Soy”. Es decir, Jesús vuelve a aplicarse a Sí mismo el nombre propio de Dios, el nombre con el que Dios se auto-revela a Moisés: “Y dijo Dios a Moisés: Yo Soy El Que Soy” (Éx 3, 14). Este nombre, el “Yo Soy”, es nombre de perfección absoluta, porque indica que Dios tiene el Ser, el Acto de Ser que actualiza la Esencia Divina y la pone en acto desde toda la eternidad. Dios Es, es El que Es, y en contraposición, nosotros los hombres –y también los ángeles- somos nada, con el agregado, para nosotros los hombres, de que somos “nada más pecado”, como dicen los santos.
“Antes de que Abraham existiera, Yo Soy”. Jesús es el Dios que Es, que Era y que Vendrá y ese Dios se nos ha revelado a nosotros, los católicos, que formamos el Nuevo Pueblo Elegido y ése Dios, que es mismo “Yo Soy” de los israelitas, se encuentra Presente, vivo, con toda la gloria de su Acto de Ser perfectísimo, en la Sagrada Eucaristía. Antes de comulgar, hagamos esta pregunta: “Jesús, ¿quién eres en la Eucaristía?”. Y Jesús nos responderá, en los más profundo de nuestro ser, en el silencio del alma que sabe escuchar: “Yo Soy el que Soy”.

martes, 31 de marzo de 2020

“Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre, sabréis que Yo Soy”




“Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre, sabréis que Yo Soy” (Jn 8, 21-30). Ante la pregunta acerca de la identidad de Jesús –le preguntan “¿Quién eres Tú?”-, Jesús responde con una respuesta enigmática, diciendo: “Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre, sabréis que Yo Soy”. Es decir, Jesús no responde diciendo: “Sabréis quién soy Yo”, sino: “Sabréis que Yo Soy”. El “Yo Soy” o “Yahvéh”, era el nombre propio de Dios con el que los judíos conocían a Dios. En efecto, para los judíos, Dios tenía un nombre propio y era “Yo Soy”. Para los judíos, Dios es “El Que ES”. Entonces, en la respuesta de Jesús, hay una revelación importantísima acerca de quién es Jesús: Jesús no es un hombre más entre tantos; no es un hombre santo, ni siquiera el más santo entre los santos: Jesús es Dios; es el “Yo Soy”; es “El Que ES” y como está en una naturaleza humana, es el Hombre-Dios. Es decir, no es el Dios cuyo rostro los hebreos no podían ver, sino que es un Dios con un rostro humano, porque es un Dios encarnado; más precisamente, es el Hijo de Dios encarnado, es la Persona Divina del Hijo de Dios, la Segunda de la Trinidad, encarnada en una naturaleza humana. Jesús así se auto-revela como el Hombre-Dios, como Dios Hijo encarnado y este conocimiento acerca de su identidad lo tendrán todos aquellos que lo contemplarán en la crucifixión, porque se producirá entonces una efusión del Espíritu que iluminará las mentes y los corazones y les hará saber que aquel al que crucifican, es Dios Hijo encarnado.
“Cuando levantéis en alto al Hijo del Hombre, sabréis que Yo Soy”. Puesto que la Santa Misa es la renovación del Santo Sacrificio del altar, cuando el sacerdote eleva en alto la Eucaristía luego de la consagración, es el equivalente al ser elevado Jesús en el Calvario. Por eso, en ese momento también se produce una efusión del Espíritu, que permite saber, a quien contempla con fe, piedad y amor a la Eucaristía, que la Eucaristía es el Hombre-Dios encarnado, el “Yo Soy”, el Único Dios Verdadero.


lunes, 29 de abril de 2019

“Soy Yo, no temáis”



“Soy Yo, no temáis” (Jn 6, 16-21). Jesús se acerca a los discípulos caminando sobre las aguas y, ante el temor que estos expresan al verlo, les dice, calmándolos: “Soy Yo, no temáis”. El temor de los discípulos está justificado hasta cierto punto: era de noche de particular oscuridad -noche cerrada dice el Evangelio-, había empezado a soplar viento y el mar comenzaba a encresparse. Además, al ser de noche, no podían ver bien, por lo que es muy posible que no reconocieran a Jesús por el hecho de la oscuridad, lo cual, sumado al modo extraordinario de aparecer de Jesús, caminando sobre las aguas, les conduce a pensar que se trata de un fantasma y, en consecuencia, tienen miedo. Es decir, todo se suma para que los discípulos tengan miedo: es de noche cerrada, no reconocen a Jesús, sino que ven su silueta y lo confunden con un fantasma, el viento empieza a soplar y el mar comienza a encresparse. Estaban dadas todas las condiciones para que los apóstoles tuvieran miedo -estaban verdaderamente en peligro- y es eso lo que les pasó. Luego de llegar cerca de la barca, Jesús les dice que es Él y la barca toca inmediatamente la orilla, con lo cual todo el peligro desaparece. Lo que resulta llamativo -y es un indicador de la divinidad de Jesús- es el modo en que Jesús se presenta: les dice “Soy Yo”, es decir, utiliza el nombre con el que los judíos conocían a Dios: “Yo Soy”. Con esto, Jesús se auto-proclama como Dios y es esto lo que tranquiliza a los discípulos: no el mero hecho de la aparición física de Jesús, sino el hecho de que quien les habla es Dios encarnado, el Dios al cual sus padres rezaban como el “Yo Soy” y ahora se les aparece en Persona, encarnado en Jesús de Nazareth. Apenas Jesús dice “Yo Soy”, todo el peligro desaparece, porque la barca, dice el Evangelio, “tocó la orilla”.
“Soy Yo, no teman”. Puede sucedernos a nosotros lo mismo que a los discípulos, en el sentido de vivir tiempos que provocan temor: la apostasía generalizada y el ateísmo más la proliferación del ocultismo y satanismo, hacen que estemos viviendo en una noche espiritual sin precedentes en la humanidad; el viento que sopla simboliza la acción del demonio en la historia de los hombres y sobre todo en la Iglesia, a la cual quiere hacer zozobrar; el mar encrespado es la historia humana vivida en la violencia, fruto de la ausencia de Dios y su paz en los corazones. Es decir, vivimos en tiempos en que, también para nosotros, se dan todas las condiciones para que, razonablemente, tengamos un cierto temor. Sin embargo, al igual que les ocurrió a los discípulos, a quienes Jesús se les apareció de modo extraordinario y los calmó diciéndoles que Él era Dios –“Soy Yo, no temáis”-, también a nosotros Jesús se nos aparece, de modo extraordinario, en la Eucaristía y desde la Eucaristía nos tranquiliza y nos da la paz de Dios al decirnos: “Soy Yo, vuestro Dios, en la Eucaristía. No tengáis miedo de nada ni de nadie, pues Yo estoy con vosotros y estaré con vosotros hasta el fin del mundo”.

jueves, 11 de abril de 2019

“Antes que naciese Abraham, Yo Soy”



“Antes que naciese Abraham, Yo Soy” (Jn 8, 51-59). Nuevamente Jesús se enfrasca en una discusión con los fariseos y escribas. Mientras los fariseos lo acusan de ser blasfemo porque se auto-proclama Dios, Jesús insiste en revelarse no genéricamente, como hijo de Dios, sino como Dios Hijo, es decir, como la Segunda Persona de la Trinidad, que en cuanto tal es eterno y existe desde toda la eternidad: “Antes que naciese Abraham, Yo Soy”. En la discusión, además de acusar a Jesús falsamente, los fariseos insisten en demostrarse como hijos de Abraham, pero Jesús les dice que no lo son  porque mientras Abraham “saltó de alegría al pensar en este día”, es decir, el día en el que el Mesías Dios habría de manifestarse al Pueblo Elegido y al mundo, encarnándose y bajando a la tierra, ellos sin embargo “quieren matarlo”, por lo que llega incluso a tratarlos de “hijos del demonio”.
“Antes que naciese Abraham, Yo Soy”. Ante esta afirmación de Jesús de ser Él la Segunda Persona de la Trinidad, Dios Hijo en Persona, los escribas y fariseos lo califican de mentiroso y blasfemo y quieren matarlo –lo cual lo conseguirán finalmente, al crucificarlo- por el solo hecho de que Jesús les revela la verdad acerca de Él mismo: “Antes que naciese Abraham, Yo Soy”.
Hoy le sucede a la Iglesia lo mismo que le sucedió a Jesús con los escribas y fariseos: muchos en la Iglesia la descalifican y la tratan de autoritaria, retrógrada y mentirosa: basta ver con la violencia sobrehumana con que el feminismo, la ideología de género, los movimientos pro-abortistas y LGTB atacan a la Iglesia, deseando explícitamente hacerla arder desde sus cimientos, manifestado este deseo en sus ataques y sus escritos: “La única iglesia que ilumina es la que arde”. Así como le pasó a Jesús, que no podía tener diálogo con los escribas y fariseos porque lo único que estos deseaban era matarlo, así también con los movimientos anti-iglesia el diálogo es imposible, porque lo único que quieren es demolerla. Nos toca a nosotros defender a la Iglesia de Cristo ante quienes quieren destruirla a toda costa. Pero la Iglesia, que parafraseando a Jesús nos dice: “Antes de que el mundo fuera creado, yo, la Esposa de Cristo, existía en la mente y en el corazón del Cordero”, triunfará sobre sus enemigos, así como lo hizo Jesús.

martes, 9 de abril de 2019

“Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que Soy Yo”



“Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que Soy Yo” (Jn 8, 21-30). Jesús hace una revelación asombrosa aunque, en realidad, es una doble revelación: primero, que Él será crucificado y es esto lo que quiere decir: “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre”; la segunda asombrosa revelación que hace, es que se auto-revela como Dios en Persona, porque se aplica para sí el nombre propio de Dios, que es “Yo Soy”: “Sabréis que Yo Soy”. El “Yo Soy” es el nombre propio de Dios con el que los judíos conocían a Dios y es por esta razón que esta afirmación implica que Jesús les está diciendo que van a crucificar a un hombre pensando que es un hombre, pero en realidad, crucificarán a Dios y en el momento en el que lo hagan, en ese momento sabrán que es Él, el “Yo Soy”, el Dios que ellos conocían. Cuando Jesús sea crucificado, nadie tendrá dudas de que Él es Dios, pues todos sabrán que Él es Dios. Esto significa que, en el momento de la crucifixión, se producirá una efusión tal del Espíritu de Dios, que iluminará a todos los hombres -no solo a los que están en el Calvario en ese momento, sino a los hombres de todos los tiempos- y es esta efusión del Espíritu Santo el que permitirá conocer, a quien contemple a Jesús crucificado, que Él es Dios. Al contemplar a Jesús elevado a lo alto en la cruz, recordemos sus palabras y postrémonos ante su presencia, porque El que está crucificado no es un hombre santo, sino Dios Tres veces Santo.
          “Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, sabréis que Yo Soy”. Así como al levantar en alto al Hijo del hombre en la cruz, el alma sabe, por la iluminación del Espíritu Santo, que Él es Dios, así, de la misma manera, puesto que la Santa Misa es la renovación sacramental del sacrificio de la cruz, podemos decir que, cuando el sacerdote eleva la Hostia consagrada, está levantando en alto a Dios oculto en apariencia de pan. Parafraseando a Jesús, la Iglesia dice: “Cuando levanten en alto a la Eucaristía, sabrán que la Eucaristía es Dios”. Porque ante la Cruz y ante la Eucaristía estamos ante el Dios Tres veces Santo, postrémonos y adoremos al Dios que Es, que Era y que Vendrá.


martes, 4 de abril de 2017

“Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre, sabrán que Yo Soy”


“Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre, sabrán que Yo Soy” (Jn 8, 21-30). En su diálogo con los fariseos, Jesús no solo profetiza que ellos habrán de ser los responsables de su muerte y que su muerte será una muerte en cruz –“cuando ustedes hayan levantado en alto al Hijo del hombre”-, sino que profetiza además que, en ese momento, sucederá algo, misterioso y sobrenatural, que les hará conocer que Él es Dios: “sabrán que Yo Soy”.
En el momento en que Jesús, “el Hijo del hombre”, sea crucificado, “levantado en alto”, quienes lo contemplen sabrán que Él es Dios: “sabrán que Yo Soy”. Jesús se aplica para sí mismo el nombre sagrado con el cual los judíos conocían a Dios: “Yo Soy”. Les está diciendo, entonces, que cuando ellos lleguen al extremo de la malicia de crucificarlo, Él, desde la cruz, les revelará, en sus mentes y corazones, y de una manera tan clara y profunda que no podrán dudar, que “Él Es el que Es”, es decir, que Él es “Yahvéh”.
Dios se había dado a conocer desde la zarza ardiente y les había dado al Pueblo Elegido su Nombre, “Yo Soy el que Soy”; ahora, ese Dios, que se había encarnado, les hablaba desde el templo purísimo de su Cuerpo humano, pero los fariseos no solo no lo querían reconocer, sino que lo acusaban de blasfemia, lo juzgaban inicuamente y lo condenaban a morir en cruz. Es esto lo que Jesús les anticipa que habrá de suceder el Jueves y Viernes Santo, pero les anticipa también que Él infundirá su Espíritu sobre sus mentes y corazones y será este Espíritu Santo el que les dará el conocimiento de que Aquel al que están crucificando es el mismo Dios al que ellos adoraban: “Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre, sabrán que Yo Soy”.
Si en la cima del Monte Calvario los judíos, al contemplar a Jesús crucificado, recibieron la infusión del Espíritu Santo, que les hizo saber que Aquel al que crucificaban era Dios Hijo, también nosotros, los católicos, cuando asistimos a la Santa Misa, renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario, al contemplar a Jesús elevado en la Hostia, recibimos de Él su mismo Espíritu, el Espíritu Santo, que nos hace saber, desde lo más profundo de nuestras mentes y corazones, al iluminarlos con la luz que viene de lo alto, que Él, en la Eucaristía, es Dios.

A nosotros, desde la Eucaristía elevada en el altar, Jesús nos dice: “Cuando hayan levantado en alto la Eucaristía, sabrán que Yo Soy”. Y así como los verdaderos adoradores, los adoradores en espíritu y verdad, se postraron ante Jesús crucificado, adorándolo como Dios, así también nosotros, nos postramos como Iglesia ante Jesús Eucaristía, adorándolo como al Dios de la Eucaristía.

jueves, 25 de septiembre de 2014

“Ustedes, ¿quién dicen que Soy Yo?”


“Ustedes, ¿quién dicen que Soy Yo?” (Lc 9, 18-22). Después de preguntar a los discípulos acerca de qué es lo que la gente dice acerca de Él, Jesús los interroga acerca de lo que ellos, en cuanto discípulos, dicen de Él. En realidad, a Jesús no le interesa tanto lo que la gente dice sobre Él, sino lo que sus discípulos dicen, o más bien, saben, acerca de Él. Obviamente, Jesús les pregunta, no porque Él no lo sepa, puesto que Él, en cuanto Dios Hijo encarnado, es omnisciente, y conoce absolutamente todos los pensamientos de sus discípulos, aún antes de ser formulados, pero quiere que se los expresen; además, la pregunta prepara para la revelación que ha de darse en Pedro, por medio del Espíritu Santo, quien será el que le inspirará la respuesta correcta: “Tú eres el Mesías de Dios”.

“Ustedes, ¿quién dicen que Soy Yo?”. La misma pregunta nos la formula a nosotros, a veintiún siglos de distancia y también, no porque no la sepa, sino porque quiere que nosotros se lo digamos; quiere que nosotros respondamos la pregunta, pero para responder la pregunta, es necesario que antes, le preguntemos a Él, arrodillados ante la cruz y ante el sagrario, desde lo más profundo de nuestro ser y de nuestro corazón, quién es Él. Jesús quiere que nosotros le preguntemos: “¿Quién eres Tú?”. Y en el silencio de la oración, escucharemos que el mismo Jesús nos dirá la respuesta: “Yo Soy el Hijo del eterno Padre; Yo Soy el que bajé del cielo, llevado por el Espíritu Santo, por amor a ti; Yo Soy el que me encarné en el seno de mi Madre, para tener un Cuerpo para ser sacrificado, por amor a ti; Yo Soy el Dios encarnado, que vivió oculto en la tierra, como un hombre común, sin dejar de ser Dios, por amor a ti; Yo Soy el que sufrió los dolores inenarrables de la Pasión, por amor a ti; Yo Soy el que subió a la cruz y murió de muerte dolorosa y humillante, por amor a ti; Yo Soy el que dio hasta la última gota de Sangre en el santo sacrificio de la cruz, por amor a ti; Yo Soy el que antes de morir, te entregó a mi Madre, para que sea tu Madre, por amor a ti; Yo Soy el Dios que se quedó oculto en la Eucaristía, para donarte todo el Amor de mi Sagrado Corazón en la comunión eucarística, por amor a ti; Yo Soy el que, por mi Divina Misericordia, te espera con los brazos abiertos, cuando traspases los umbrales de la muerte, para recibirte en el Reino de los cielos; Yo Soy el que quiero que me sigas cada día, por el camino de la cruz. Ése Soy Yo, Jesús de Nazareth, el que dio su vida en la cruz, por amor a ti, el que te da cada día todo su Amor en la Eucaristía”.

lunes, 7 de abril de 2014

“Cuando sea levantado en alto el Hijo del hombre entonces sabrán que Yo Soy”



“Cuando sea levantado en alto el Hijo del hombre entonces sabrán que Yo Soy” (Jn 8, 21-30). Los fariseos le preguntan a Jesús quién es, y Jesús les responde de modo profético, anticipándoles de qué manera obtendrán la respuesta: cuando Él sea crucificado –“cuando sea levantado en alto el Hijo del hombre”-, en ese momento, todos sabrán que Él es Dios –“entonces sabrán que Yo Soy”-. Jesús les dice que cuando Él sea crucificado, todos lo mirarán, y en ese momento, algo sucederá, que todos adquirirán un conocimiento nuevo, sobrenatural, por medio del cual todos sabrán que Aquel al que crucificaron no era el que creían que era, un impostor, sino El que Es, Yahveh, el Dios Único al que los hebreos conocían por su Nombre: el “Yo Soy”, y por eso Jesús les dice: “sabrán que “Yo Soy”. Cuando Jesús sea levantado en alto, efundirá su Espíritu Santo con el Agua y la Sangre que brotarán de su Corazón traspasado y el Espíritu Santo dará un nuevo conocimiento, sobrenatural, celestial, que hará conocer, a quienes contemplen a Cristo crucificado, que Cristo en la cruz es Dios en Persona y no un simple hombre. Es lo que le sucede a Longinos, el centurión romano que traspasa el Corazón de Jesús con la lanza y que al caer sobre él el Agua y la Sangre, exclama: “Verdaderamente éste era el Hijo de Dios” (Mt 27, 54).


“Cuando sea levantado en alto el Hijo del hombre entonces sabrán que Yo Soy”. El Santo Sacrificio de la cruz se renueva en la Santa Misa, por lo tanto, también Cristo efunde su Espíritu a quien lo contempla en la Eucaristía para que, quien lo contemple en la ostentación eucarística, diga: “Verdaderamente, éste es el Hijo de Dios”.

martes, 16 de abril de 2013

“Yo Soy el Pan de Vida; el que viene a Mí no tendrá hambre ni sed”

“Yo Soy el Pan de Vida; el que viene a Mí no tendrá hambre ni sed” (Jn 6, 35-40). Jesús utiliza para sí la figura de un alimento que no solo es común a todas las culturas y a todas las civilizaciones, sino que se trata probablemente del primer alimento conocido por la humanidad desde la expulsión de Adán y Eva del Paraíso. En tiempos de Jesús, los hebreos consumían un pan sin levadura, llamado por esto “pan ácimo”, y lo hacían para conmemorar la intempestiva salida de Egipto hacia el desierto, la cual no les dio tiempo para preparar otro pan más elaborado.



El pan ácimo, aun en su sencillez, representa un alimento de vital importancia para el hombre, porque aunque este se encuentre en situaciones de graves carestías alimentarias, mientras tenga pan, no morirá de hambre. El pan representa un soporte vital para el cuerpo del hombre, puesto al ser ingerido, sus elementos constitutivos se disgregan por acción de los jugos gástricos para luego ser absorbidos en el intestino y así pasar al torrente sanguíneo, desde donde serán distribuidos a los diversos órganos. Puede decirse, por lo tanto, que el pan concede vida, en el sentido de que impide la muerte del cuerpo.



Jesús utiliza la figura del pan, y sobre todo del pan ácimo, sin levadura, para aplicársela a sí mismo, llamándose Él mismo “Pan de Vida eterna” y “Pan Vivo bajado del cielo”, y utiliza este alimento para graficar su acción en el hombre. Jesús utiliza la figura del pan y se la aplica a sí mismo, pero la analogía con el pan material es solo en el nombre, porque su obrar en el hombre trasciende infinitamente el obrar del pan material.



Ante todo, es Pan, pero no es un pan compuesto de harina y trigo, sino que este Pan es su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad; alimenta, al igual que el pan ácimo, pero más que el cuerpo, alimenta el alma del hombre, con la substancia misma de la divinidad; se cuece al fuego, como el pan ácimo, pero no el fuego creado, material, terreno, sino el Fuego que es el Espíritu Santo, Espíritu que es Fuego Increado, espiritual, celestial; al igual que el pan ácimo, es ingerido y consumido, pero en vez de ser digerido y asimilado por el hombre, es Él quien con su poder divino convierte al hombre en sí mismo y lo asimila a sí, convirtiendo a quien lo consume en una imagen viviente suya; al igual que el pan ácimo, concede vida, pero no el simple sustento de la vida corporal, porque no alimenta con la substancia del pan, que ha desaparecido y no está más, sino que alimenta con la substancia divina, que es eterna, y que por lo tanto concede la Vida eterna, y así es la Vida eterna del Hombre-Dios el alimento substancial con el cual el alma es alimentada; por último, mientras el pan ácimo alimenta y calma el hambre corporal pero no la sed, porque no es líquido ni agua, el Pan de Vida eterna que es la Eucaristía, calma el hambre de Dios que de Dios tiene toda alma humana, y calma también la sed del Amor divino que tiene toda alma humana, porque este Pan contiene el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor de Dios, y este Amor que es como agua fresca para el alma sedienta, se derrama como torrentes inagotables en el corazón humano, extra-saciando la sed de Amor divino que toda alma humana tiene. Esta es la razón por la cual Jesús dice que todo aquel que “coma de este Pan”, la Eucaristía, “no tendrá más hambre y jamás volverá a tener sed”, porque al comer de este Pan Vivo comerá la Carne del Cordero y beberá del Amor de Dios, que es eterno.

lunes, 26 de noviembre de 2012

“Muchos dirán ‘Yo Soy’, pero no se dejen engañar”



“Muchos dirán ‘Yo Soy’, pero no se dejen engañar” (Lc 21, 5-11). Una de las señales antes del Día del Juicio Final será la proliferación de sectas, cuyos fundadores se proclamarán como el Mesías. Es esto lo que Jesús quiere decir cuando advierte que muchos dirán: “Yo Soy”, es decir, pretenderán hacerse pasar por el Mesías en Persona.
Sólo en los últimos años, han surgido multitud de fundadores de sectas, de falsos mesías y falsos profetas, que se han auto-proclamado como los salvadores de la humanidad. Ésta será una de las señales más claras de que están cerca los “cielos nuevos y tierra nueva” profetizados en la Sagrada Escritura.
Algunos de estos fundadores de sectas, falsos iluminados, propagadores de herejías, difusores de mentiras, amantes del dinero, apóstatas, falsos visionarios, son: Jim Jones, fundador de la secta “Templo del Pueblo”, ideólogo de uno de los suicidios colectivos más grandes de la historia; José Luis de Jesús Miranda, colombiano fundador de la secta “Creciendo en gracia” y de la “Iglesia del 666”, quien se auto-proclama como “Jesucristo hombre”; David Koresh, fundador de la secta de los davidianos, también auto-proclamado como Mesías; otros fundadores de sectas son: Sai Baba, Sun Myun Moon, Ellen White, los anti-papas de la secta Palmar de Troya, en España, los fundadores de la secta ocultista “Golden Dawn” o “Amanecer Dorado”, etc., etc.
Los ejemplos son innumerables, y dar una lista exhaustiva sería largo y engorroso. Lo que se puede vislumbrar es que, si bien es cierto que desde que existe la humanidad, se han erigido, a lo largo de la historia, individuos falsamente iluminados, creedores de poseer la Verdad absoluta, la señal distintiva del final de los tiempos será la sobreabundancia de estos fundadores de sectas, correlativos al aumento de sus seguidores, quienes serán individuos que se dejarán embaucar, porque rechazarán la luz de la fe y de la Verdad revelada en Cristo Jesús. Esto será una señal del fin de los  tiempos, porque indicará una actividad inusitada, por el aumento de la frecuencia y de la cantidad de apariciones de falsos líderes, de las fuerzas del infierno. Serán tiempos de mucha confusión, de muchos errores, de muchas medias verdades, que son siempre mentiras completas; serán tiempos en los que cada cual creerá ser el dueño de la verdad, que será la verdad que él mismo se inventará. Este espíritu de confusión, de error, de ignorancia y, en definitiva, de maldad, será un indicativo de la presencia de los agentes del infierno, que redoblarán sus esfuerzos por perder las almas, ante la inminencia de la Llegada de Jesucristo, quien los encadenará para siempre en el Abismo.
“Muchos dirán ‘Yo Soy’, pero no se dejen engañar”. Podemos decir que en nuestros días, las señales de confusión, error, ignorancia, malicia, con respecto al verdadero y Único Mesías, Jesucristo, se multiplican de modo alarmante. De todos modos, nadie sabe “ni el día ni la hora”, por lo que debemos estar “alertas y vigilantes”, como las vírgenes prudentes, o como el “servidor bueno y fiel” que espera el regreso de su amo con la “lámpara encendida” y “haciendo su trabajo”. Por otra parte, si bien no sabemos el día y la hora de su Segunda Venida, y si bien debemos estar atentos a la misma, hay una Venida, intermedia entre la Primera en humildad y la Segunda en Gloria, de la cual sí sabemos el día y la hora, y es su Llegada oculta en el velo sacramental, la Eucaristía: llega el día y la hora en que se celebra cada Santa Misa, y si para la Segunda Venida debemos estar preparados, mucho más lo debemos estar para esta Venida intermedia, sacramental, anticipo del encuentro cara a cara con el Mesías, en la eternidad.

martes, 27 de marzo de 2012

"Cuando la Hostia consagrada sea levantada en alto, Jesús Eucaristía derramará su Espíritu Santo


“Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre sabrán que Yo Soy” (cfr. Jn 8, 21-30). El momento de la crucifixión de Jesús se muestra como pleno acontecimientos y de revelaciones celestiales, imposibles de ser siquiera imaginadas para los que la contemplen: toda la humanidad será atraída hacia Él: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”, y todos sabrán que él es Dios: “Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre sabréis que Yo Soy”. 

Todos serán atraídos, porque su Corazón traspasado será como la compuerta de un dique que se abre, para dejar pasar al Espíritu Santo, el Espíritu del Amor divino, que atraerá hacia Jesús, y de Jesús al Padre, a toda la humanidad, y todos sabrán que Jesús es Dios, porque Jesús se aplica a sí mismo el nombre con el que los judíos conocían a Dios: “Yo Soy”. Ambos efectos de la crucifixión están anticipados en el profeta Zacarías, en donde se hace una descripción profética del Viernes Santo, día de la crucifixión del Cordero de Dios, día de luto para la humanidad, pero también día de gracia y de bendición, porque del Corazón traspasado del Señor Jesús se derramará sobre los hombres “un espíritu de gracia y de oración”, es decir, se derramará la Sangre del Cordero, y con la Sangre del Cordero, el Espíritu Santo, que penetrando en los corazones de los hombres, les concederá la gracia de la contrición del corazón, profetizada en el llanto: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén (Za 12, 10-11)”. 

Por esto, las palabras de Jesús podrían quedar: “Cuando sea traspasado derramaré sobre ustedes un Espíritu de gracia y de oración”, es decir, en el momento de la crucifixión, se derramará sobre los hombres el Espíritu Santo, que concederá la gracia de la conversión, tal como le sucedió a Longinos y a muchos otros. Y como la Santa Misa es la renovación incruenta del sacrificio del Calvario, también en la Santa Misa, en la elevación de la Hostia consagrada, se repite el mismo prodigio, y es así como la Iglesia dice: “Cuando sea levantada en alto la Eucaristía, Jesús derramará desde su Sagrado Corazón Eucarístico el Espíritu Santo, espíritu de gracia, de conversión, de oración, de piedad, a quienes lo contemplen”.