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jueves, 15 de abril de 2021

“Yo soy el pan de vida”


 

“Yo soy el pan de vida” (cfr. Jn 6, 30-35). Los judíos le preguntan a Jesús cuáles son las obras que Él hace, para que crean en Él y ponen, como ejemplo de obrar divino, el maná milagroso del desierto que les dio Moisés. Jesús les replica que no fue Moisés quien les dio el maná del desierto, sino su Padre del cielo; pero además les revela algo que no podrían ni siquiera imaginar: el Verdadero Pan del cielo, el Verdadero Maná bajado del cielo, no es el que les dio Moisés en el desierto, sino que es Él en Persona: “Yo Soy el Pan de vida”. Además de revelarles que Él es el Verdadero Maná bajado del cielo, enviado por el Padre, Jesús les revela qué es lo que contiene este Pan y qué es lo que da este Pan: la Vida eterna. Y para resaltar esta idea, les recuerda que quienes comieron el maná en tiempos de Moisés, murieron, pero a diferencia de ellos, quienes coman de este Pan de Vida eterna, que es Él en Persona, con su Ser divino trinitario y su substancia divina, tendrá aquello que tiene Él, que es la Vida divina, la Vida eterna de la Santísima Trinidad y por esto, quien coma de este Pan Eucarístico, “no tendrá hambre” de Dios, porque su hambre de Dios será extracolmada por este Pan celestial; quien coma de este Pan divino no tendrá más sed de Dios, porque su sed de Dios será apagada al beber la Sangre del Cordero, el Vino de la Alianza Nueva y Eterna, la Sagrada Eucaristía.

“Yo soy el pan de vida”. Hasta tanto no recibimos el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús, no tenemos vida eterna en nosotros. Sólo cuando recibimos, en estado de gracia, el Verdadero Maná del cielo, la Hostia consagrada, solo entonces tenemos vida eterna en nosotros y se sacian la sed de Dios y su Amor que nuestras almas poseen.

 

 


lunes, 5 de mayo de 2014

“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed”


“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed” (Jn 6, 30-35). Los judíos pensaban que eran ellos los que habían comido el pan bajado del cielo, en la travesía por el desierto, desde Egipto hacia la Tierra Prometida, cuando guiados por Moisés, habían recibido el maná, el pan milagroso venido del cielo. Pero Jesús les hace ver que no es así, porque ese maná no es el verdadero maná; ese maná era solo una figura, un anticipo del verdadero maná, del verdadero pan bajado del cielo, que es Él. Los ancestros de los judíos comieron del maná del desierto y murieron; en cambio, los que coman de este Pan, que es Él, “jamás tendrán hambre”, y los que “crean en Él, jamás tendrán sed”. Jesús les está revelando el don que Él hará de su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su Amor, que será lo que calmará la sed y el hambre de Dios, que es sed de amor y de felicidad que anida en lo más profundo del ser de todo ser humano.
El drama del hombre, desde la caída original, es la pérdida de contacto con su fuente de amor y de felicidad, que es Dios Uno y Trino, y la consecuente búsqueda en sucedáneos –dinero, placer, éxito mundano, avaricia, sensualidad- de esa felicidad perdida, no solo no satisfacen esta sed sino, paradójicamente, provocan en él una sensación de infelicidad y de angustia tanto más grandes, cuanto mayor éxito obtiene el hombre en alcanzar y obtener estos objetivos terrenos.

“Yo Soy el Pan de Vida, el que viene a Mí jamás tendrá hambre; el que cree en Mí, jamás tendrá sed”. Solo Jesús en la Eucaristía logra extra-saciar por completo, de modo sobre-abundante y sin límites, la sed de felicidad, de amor y de paz que anidan en el corazón de todo hombre, porque Él es Dios en Persona, que se dona en su totalidad, sin reservas, en cada comunión eucarística. Mucho más que saciar la sed y el hambre corporales, la Eucaristía sacia la sed y el hambre de Dios, es decir, la sed y el hambre de Amor, de Paz, de Alegría y de Felicidad que todo ser humano anhela, desde que nace, hasta que muere.

martes, 7 de enero de 2014

“Todos comieron hasta saciarse”


“Todos comieron hasta saciarse” (Mc 6, 34-44). Jesús multiplica panes y peces y alimenta a una multitud de más de cinco mil personas. Del episodio, resalta la escasa cantidad material con la cual se da inicio al milagro –solo cinco panes y dos peces- y el hecho de que tan grande multitud no solo se alimente, sino que quede saciada, porque esto es lo que destaca el Evangelista, el hecho de que “todos comieron hasta saciarse”. A pesar de ser un banquete meramente material, en el sentido de alimentar el cuerpo y saciar solo el hambre corporal, el milagro de la multiplicación de panes y peces tiene otro significado, que va más allá de esta vida, porque la intención última de Jesús con su misterio pascual no es la de simplemente saciar el hambre de las multitudes. Si así fuera, la misión central de la Iglesia debería ser el calmar el hambre de la humanidad, lo cual es evidente que no es así.
La intención de Jesús es la de, además de calmar el hambre de esa multitud en ese momento determinado de la historia, la de dar una señal que anticipe o prefigure otro milagro, otra multiplicación, no ya de carne inerte de pescado y de pan terreno, sino de Carne de Cordero, la Carne del Cordero de Dios, asada en el fuego del Espíritu Santo, y el Pan Vivo bajado del cielo, el Cuerpo de Jesús resucitado. Es decir, Jesús multiplica panes y peces, con los cuales sacia temporalmente el hambre corporal de una multitud de cinco mil personas, como prefiguración de la multiplicación de su propia Carne resucitada, la Carne del Cordero de Dios, y del Pan Vivo bajado del cielo, la Eucaristía, con la cual saciará el hambre de Dios que tiene toda la humanidad.
Así como todos los integrantes de la multitud “quedaron saciados” de su hambre corporal luego de alimentarse con los peces y panes multiplicados prodigiosamente, así el alma del que comulga “queda saciada” de su hambre de Dios luego de alimentarse con la Eucaristía, porque la Eucaristía contiene y encierra en sí misma toda la felicidad del hombre, de cualquier hombre, de todo hombre, porque es Dios encarnado, muerto y resucitado, que comunica de su Amor divino y de su Alegría infinita a quien lo consume con fe y con amor.
A su vez, la comunión eucarística, que sacia el hambre de Dios que tiene todo hombre, es un anticipo, en el tiempo, de la saciedad de hambre y sed de felicidad que tiene todo hombre y que se producirá en los cielos eternos, cuando el alma contemple cara a cara, en la visión beatífica, a Dios Uno y Trino, y se sacie de Amor y felicidad en esta contemplación.  
“Todos comieron hasta saciarse”. La expresión del Evangelista se refiere a la multitud que se sació con carne de peces y con pan terrenal, pero también se refiere a quienes se alimentan de la Carne del Cordero y del Pan de Vida eterna en esta vida, por la comunión eucarística, en la Santa Misa, y también hace referencia a quienes, en los cielos eternos, por la visión beatífica, se sacian con el Divino Amor.