miércoles, 31 de mayo de 2023

Solemnidad de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote

 



La Santa Iglesia Católica utiliza, para la conmemoración de Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote, el momento de la Última Cena en el que Nuestro Señor, tomando el pan y el vino los convierte, con su divino poder, en su Cuerpo y su Sangre. Este milagro, que es llamado “el Milagro de los milagros”, se llama “transubstanciación”, por la razón de que luego de pronunciadas las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo”, “Éste es el cáliz de mi Sangre”-, las substancias del pan y del vino se convierten, por la omnipotencia divina, en las substancias del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo. En otras palabras, antes de las palabras de la consagración, en el altar solamente hay pan y vino, con sus respectivas substancias y accidentes; luego de las palabras de la consagración, las substancias del pan y del vino se convierten en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Señor, respectivamente, conservando solo las apariencias de pan y vino, puesto que si bien las substancias del pan y del vino se convierten en las substancias del Cuerpo y la Sangre del Señor, lo que se conservan son las especies o apariencias, por lo que al gusto, al tacto, al olfato, parecerían pan y vino, pero en realidad ya no son más pan y vino, sino el Cuerpo y la Sangre del Señor Jesús. Santo Tomás dice que en la transubstanciación permanecen las apariencias o especies, por ejemplo del vino, porque si incluso los accidentes se convirtieran, el vino dejaría de ser vino y lo que habría en el cáliz sería solo sangre, lo cual nos repugnaría al momento de beber. El hecho de que la Sangre de Cristo esté, en substancia, en el cáliz, pero que se conserven las propiedades accidentales del vino -sabor, textura, aroma, etc.-, es para que no nos dé repugnancia el beber sangre pura.

El milagro de la transubstanciación, esto es, la conversión de la substancia del pan y del vino en las substancias del Cuerpo y la Sangre de Jesús, es un milagro de tal magnitud, que solo Dios puede hacerlo; es decir, no pueden hacer este milagro ni el hombre ni el ángel, solo Dios en Persona lo puede hacer y esto es lo que hace Jesús, como Sumo y Eterno Sacerdote, en cada Santa Misa, a través del sacerdote ministerial. El hecho de que Jesucristo, en la Última Cena, haya elegido y consagrado como sacerdotes ministeriales sólo a varones y no a mujeres, hace que la ordenación de mujeres sea imposible de toda imposibilidad, porque esto significa que la Iglesia no tiene poder alguno para conferir el sacramento del orden a las mujeres, sino solo a los varones.

“Esto es mi Cuerpo, Éste es el cáliz de mi Sangre”. En la Santa Misa, el Sumo y Eterno Sacerdote es, además de sacerdote, el altar y también la víctima; es el altar, porque el altar es su Humanidad Santísima, en donde es inmolado el Cordero de la Alianza Nueva y Eterna para la salvación de la humanidad; es la Víctima, porque la ofrenda que la Iglesia hace a Dios no es el pan y el vino, sino el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.

         No hay ni puede haber ofrenda más excelsa y grandiosa que la Sagrada Eucaristía, la ofrenda que el Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo ofrece al Padre, en el Amor del Espíritu Santo, en cada Santa Misa, ofrenda por la cual la Iglesia adora a la Trinidad, ofrece el Cordero Inmaculado que expía los pecados de los hombres, da gracias por el don de la Redención y pide por la conversión de los que están vivos y por el eterno descanso de quienes han fallecido en la esperanza de la resurrección. No hay ofrenda más perfecta para la Santísima Trinidad, que la ofrecida en la Santa Misa por el Sumo y Eterno Sacerdote, Jesucristo.

domingo, 28 de mayo de 2023

“Recibirás cien veces más, persecuciones y la vida eterna”

 


“Recibirás cien veces más, persecuciones y la vida eterna” (Mt 10, 28-31). Pedro le dice a Jesús que ellos, los Apóstoles, “han dejado todo y lo han seguido”. En su respuesta, Jesús revela que es cierto que “Dios no se deja ganar en generosidad”, como dicen los santos, ya que le afirma que “recibirá cien veces más de lo que dejó” -entendido en bienes materiales y afectivos, como la familia, por ejemplo-, pero además, quien lo siga, recibirá algo que no tiene comparación con este mundo y que vale infinitamente más que cualquier tesoro que alguien pueda dejar en pos de Jesús y es la vida eterna: “Recibirás la vida eterna”.

Así podemos comprobar cómo Dios recompensa no solo con bienes materiales, sino ante todo con bienes espirituales y dentro de estos, un bien espiritual que no tiene comparación alguna y es la vida eterna, es decir, la vida de la Trinidad. A cambio de dejar bienes materiales y afectivos en esta vida, en el seguimiento de Jesús, Dios recompensa con una cantidad cien veces mayor en bienes materiales y con algo que vale más que todo el oro del mundo, la alegre y feliz eternidad en el Reino de Dios.

Pero hay algo más que recibirá aquel que siga a Jesús: la persecución, y eso lo dice explícitamente Jesús: “Recibirás cien veces más, persecuciones y la vida eterna”. La razón de la persecución es que si a Jesús, que es el Maestro, lo persiguieron, sus discípulos no pueden seguir otro camino que el recorrido por su Maestro; es decir, si a Jesús lo persiguieron, también perseguirán a quienes sean discípulos de Jesús. ¿Quiénes serán los perseguidores? Los que no posean el Espíritu de Cristo, es decir, los que pertenezcan al Anticristo. El Anticristo quiere el mundo y las almas para sí, aunque las almas le pertenecen a Jesús, por ser Él el Creador. El Anticristo ha perseguido a la Iglesia y la perseguirá hasta el fin, pero esta persecución finalizará con la Segunda Venida de Cristo en la gloria, por lo cual la victoria está asegurada para el cristiano, para quien siga a Cristo hasta la victoria de la cruz.

martes, 23 de mayo de 2023

Solemnidad de Pentecostés

 



(Ciclo A - 2023)

         “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan” (Jn 20, 19-23). En cumplimiento de sus promesas: “Os conviene que Yo me vaya, porque si no me voy, el Consolador no vendrá a ustedes” (Jn 16, 7), Jesús resucitado se aparece a sus discípulos y les dona el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo donado por Cristo en unión con el Padre, ejercerá diversos efectos en la Iglesia. Algunos de esos efectos, obras del Espíritu serán los siguientes:

El Espíritu Santo obrará sobre la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, como el alma de ese cuerpo, de manera que, así como el alma en el hombre le da vida al cuerpo, así el Espíritu Santo le dará vida a la Iglesia, pero no una vida natural, sino una vida divina, sobrenatural, celestial, porque será la vida misma de la Trinidad. Así, el Espíritu Santo será el “Alma” de la Iglesia, Alma que es Amor Eterno y Verdad Increada

El Espíritu Santo, que es el Divino Amor, que une en el Amor al Padre y al Hijo en la eternidad, unirá a los miembros de Cristo también en el Amor: primero los unirá al Padre, en el Hijo y luego los unirá entre sí, de manera tal que el distintivo de los integrantes de la Iglesia de Cristo será el Amor, pero no el amor humano ni angélico, no será un amor creatural, sino el Divino Amor, el Amor del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo, de manera tal que los verdaderos discípulos de Cristo se reconocerán por este amor mutuo que los une, el Amor de Dios, el Espíritu Santo: “Mirad cómo se aman”, dirá el mundo. un alma, porque el Amor de Dios será el alma de la Iglesia.

El Espíritu Santo obrará de forma pedagógica y catequética en los bautizados, concediéndoles un conocimiento y amor de Cristo imposibles de alcanzar con las fuerzas de la naturaleza humana o angélica, en cumplimiento de las promesas de Cristo: “Pero el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él les enseñará y les recordará todo lo que les he dicho” (Jn 14, 26).

El Espíritu Santo ejercerá una doble función, de “enseñanza” y de “recuerdo”, esto es, pedagógica y mnemónica, pero no será una mera elevación de las funciones naturales del hombre, puesto que el Espíritu Santo “enseñará” y “hará recordar” mediante la luz divina trinitaria, lo cual quiere decir que hará aprehender los misterios sobrenaturales absolutos tanto de Dios como Uno y Trino, como del Verbo, la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, que prolonga su Encarnación en la Eucaristía y esto es lo que distinguirá a quienes posean el Espíritu de Dios: quienes adoren a Cristo Eucaristía. Quien no posea el Espíritu de Dios, no podrá reconocer a Cristo, Dios Hijo encarnado, Presente en Persona en la Eucaristía y se separará de la Iglesia, tal como le sucedió a Lutero.

El Espíritu Santo les recordará que Jesús les había prometido “quedarse con ellos todos los días hasta el fin del mundo” y les hará comprender que ese “quedarse con ellos” es mediante el Sacramento de la Eucaristía, permanencia que se hace posible mediante el sacerdocio ministerial, mediante el cual se perpetúa incruenta y sacramentalmente el Santo Sacrificio del Calvario. Mediante la luz del Espíritu Santo, los bautizados serán capaces de contemplar, con la luz de la fe, la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, la Sagrada Eucaristía.

El Espíritu Santo iluminará las mentes y los corazones de los bautizados y así estos podrán comprender que por la gracia santificante recibida en el Bautismo, sus cuerpos han sido convertidos en templos del Espíritu Santo y sus corazones en sagrarios de Jesús Eucaristía, por lo cual tendrán gran estima por la pureza del cuerpo y del alma, para no contaminar con impurezas lo que está destinado a albergar al Rey de los cielos y al Divino Amor.

El Espíritu Santo también hará comprender le misterio del Sacramento de la confesión, mediante el cual la Sangre del Cordero de Dios cae sobre el alma quitando los pecados y dejándola resplandeciente con la luz de la gracia divina.

El Espíritu Santo permitirá que los discípulos aprecien el valor inestimable de la gracia santificante, la cual deja al alma con la pureza y la santidad divinas y así comprenderán porqué los santos y los mártires prefirieron “morir antes que pecar”.

El Espíritu Santo permitirá a los bautizados darse cuenta del inmenso poder destructivo del pecado y cómo el pecado, una vez cometido, no se “disuelve” en el aire, sino que impacta directamente sobre la Humanidad Santísima del Señor Jesús, de manera que el bautizado comprenderá que sus pecados personales son los que cubrieron de heridas sangrantes a Nuestro Señor Jesucristo y que, en el misterio de la salvación, este impacto del pecado, sobre todo el pecado mortal, impacta sobre la Humanidad del Señor. El Espíritu Santo hará comprender que el pecado, cualquiera que este sea, aun cuando es indoloro e insensible para quien lo comete, este pecado se traduce en flagelaciones, golpes de puño, patadas, luxaciones, heridas abiertas y sangrantes sobre Jesús; al mismo tiempo, el Espíritu Santo suscitará el arrepentimiento perfecto del corazón, que es la contrición del corazón, arrepentimiento que abre las Puertas del Cielo y cierra las Puertas del Infierno y así convertirá la dureza del corazón del hombre sin Dios, en un corazón que viva con la vida divina y que sirva como trono y sagrario viviente para el Rey de los cielos, Jesús Eucaristía.

El Espíritu Santo iluminará las mentes y corazones para que los bautizados comprendan que la Santa Misa no es una ceremonia litúrgica “aburrida” que para que sea “divertida” se le deben agregar elementos absurdos, ridículos y sacrílegos, como suele suceder, sino que es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio del altar, por lo que el bautizado comprenderá que debe asistir a Misa con la disposición espiritual de la Virgen al pie de la cruz y de San Juan Evangelista también al pie de la cruz, en el momento de la crucifixión.

Por último, el Espíritu Santo enseñará a los discípulos de Cristo a comulgar, puesto que comulgar no es hacer fila para recibir un pan bendecido en una ceremonia religiosa: comulgar es postrarse ante el Hombre-Dios Jesucristo, el Cordero de Dios, que viene a nosotros oculto en apariencia de pan; comulgar es abrir las puertas del corazón, contrito y humillado, purificado por la gracia santificante, para que el Rey de los cielos, Jesús Eucaristía, convierta el corazón del bautizado en su sagrario en la tierra.

“Reciban el Espíritu Santo”. En cada Eucaristía, Jesús, junto al Padre, nos donan, insensiblemente, el Espíritu Santo, la Tercera Persona de la Trinidad, el Divino Amor y por esto, cada Comunión Eucarística es un pequeño Pentecostés para el alma que, purificada por la gracia, recibe el don del Espíritu Santo, Fuego del Divino Amor, Verdad Increada, Sabiduría Divina, Santificador de los hombres.

 

domingo, 21 de mayo de 2023

“Santifícalos en la verdad”

 


“Santifícalos en la verdad” (Jn 17, 11b-19). Antes de sufrir su Pasión y Muerte en Cruz, Jesús pide en la Última Cena al Padre por sus Apóstoles y la última petición es la de “santificarlos en la verdad”, puesto que la Palabra de Dios es la verdad. Lo que Jesús pide es que Dios los consagre para la función sacerdotal de predicar la verdad, algo que San Pablo llama el “sagrado ministerio del Evangelio” (Rm 15, 16). La misión de los Apóstoles, ordenados ya como sacerdotes ministeriales, es la de continuar con la misión de Jesús, anunciando el Evangelio a todas las naciones y bautizándolas en nombre de la Trinidad.

Los Apóstoles deben ser santificados en la verdad, puesto que son representantes de Cristo, que es la Verdad Increada de Dios; Cristo es la Verdad Eterna, la Verdad que resplandece por Sí misma desde la eternidad y en la cual no hay ni la más mínima sombra, ni de mentira, ni de error. La Iglesia de Cristo posee la plenitud de la Verdad Absoluta acerca de Dios y de sus misterios sobrenaturales absolutos, es decir, Dios como Uno y Trino y la Encarnación del Verbo en el seno de la Virgen Madre, por obra del Espíritu Santo, para ofrecerse como Víctima Inmaculada en el Ara de la Cruz y así salvar a la humanidad. Es esta verdad la que tienen que propagar los Apóstoles, sin agregar ni quitar nada, puesto que, si esto hicieran, se apartarían de la verdad y caerían en el error, en la herejía, en la blasfemia. Si los Apóstoles se apartan de la verdad revelada por Cristo -como ha sucedido y sigue sucediendo, incluso en el seno mismo de la Iglesia-, dejando de lado todo lo que la mente humana no puede comprender acerca del misterio de Cristo -como la Santísima Trinidad y la Encarnación del Verbo-, entonces estarían propagando una fe falsa, una fe acomodada a los estrechos límites y a la ínfima capacidad de la razón humana, tal como sucedió con numerosos herejes a lo largo de la historia de la Iglesia.

“Santifícalos en la verdad”. Así como los Apóstoles se santificaron en la verdad, dando sus vidas por la Verdad Increada de Dios, Cristo Jesús, así el bautizado en la Iglesia Católica también debe santificarse en la verdad, lo cual quiere decir dejar de lado y no aceptar, bajo ninguna circunstancia, una verdad distinta a la verdad de la Iglesia Católica, la Única Iglesia Verdadera del Único Dios Verdadero.

“Padre, glorifica a tu Hijo”

 


“Padre, glorifica a tu Hijo” (Jn 17, 1-11). En la Última Cena, Jesús ora al Padre por sí mismo, pidiéndole que “lo glorifique”. Se trata de un pedido de glorificación para su Humanidad Santísima, puesto que Él en cuanto Dios Hijo, en cuanto Persona Segunda de la Trinidad, ya posee la gloria divina desde toda la eternidad, comunicada por el Padre desde toda la eternidad. Ahora pide la glorificación de su Humanidad, Humanidad que está unida a su Persona divina y que es Purísima, Inmaculada, castísima. Y el Padre le concederá lo que Jesús le pide, porque glorificará a su Humanidad, aunque no antes de haber pasado por la Pasión y Muerte en el Calvario. La Humanidad de Cristo será glorificada plenamente, el Domingo de Resurrección, pero luego de haber pasado por los dolores excruciantes de la Pasión y de la Crucifixión.

Y esa gloria que Jesús ganará al precio de su Sangre Preciosísima derramada en la Cruz, será la que comunicará a su Iglesia, a través de los Sacramentos. Quien reciba los Sacramentos recibirá la gracia santificante en esta vida y la gloria divina en la vida eterna.

Penosamente, la inmensa mayoría de los católicos desprecia y deja de lado, por considerarlos inútiles y fuera de época, a los Sacramentos de la Iglesia Católica, sin darse cuenta de que contienen en germen la gloria de la divinidad, la gloria de la Trinidad, obtenida para nosotros por pura misericordia por parte de Jesucristo. Muchos se darán cuenta del error -quiera Dios que se den cuenta a tiempo- que cometieron al despreciar los Sacramentos, porque de esta manera se cierran a sí mismos la Puerta del Reino de los cielos, abierta para nosotros por la Sangre del Cordero derramada en la Cruz.

jueves, 18 de mayo de 2023

Ascensión del Señor

 


(Ascensión del Señor - Ciclo A - 2023)

Cuarenta días después de la gloriosa resurrección de Jesús, Nuestro Señor asciende al cielo según las Escrituras (Hch 1, 6-11), Ascensión que también la afirma el Catecismo de la Iglesia Católica (párrafo 665): “La Ascensión de Cristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celestial de Dios[1]; esta humanidad, mientras tanto, lo esconde de los ojos de los hombres (cfr. Col 3, 3)”[2]. También el Catecismo nos enseña que, ya resucitado, glorioso y ascendido, Jesús regresará nuevamente, en su Segunda Venida, esta vez gloriosa, “de donde vendrá de nuevo (cfr. Hch 1,11)”[3] para juzgar a vivos y muertos en el Día del Juicio Final.

La Ascensión del Señor se integra en el Misterio de la Encarnación, siendo su momento conclusivo y es como un “cierre”, por así decir, de esta etapa del misterio salvífico: procediendo eternamente del seno de Dios Padre, Dios Hijo se encarna, sufre la Pasión, muere en cruz, resucita, se aparece a sus discípulos y luego regresa de donde vino, asciende a los cielos, ya resucitado y glorioso, en donde se encuentra “a la diestra de Dios Padre”, como decimos en el Credo. La Ascensión del Señor es el penúltimo momento del misterio pascual, antes de la donación del Espíritu Santo en Pentecostés. Con la Ascensión de la humanidad glorificada del Hijo de Dios, conmemorada en el misterio litúrgico, adorada por los ángeles, nosotros somos también unidos por la gracia a esta alabanza eterna de los ángeles a Cristo Dios y así Cristo Dios es adorado en el cielo, por los ángeles y santos y en la tierra, por la Iglesia Militante.

Jesús resucitado y glorioso asciende para mostrarnos el camino que debemos seguir y adónde debemos llegar por medio de este camino: el camino que debemos seguir es el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis y a través de este camino debemos llegar a nuestro destino final que es el seno eterno del Padre. Entonces, para llegar a ese destino, debemos indefectiblemente unirnos a Cristo crucificado por la gracia santificante para así ser elevados con Él, como Cuerpo suyo Místico, al seno del Padre.

          Jesús asciende glorioso a los cielos y su Humanidad Santísima es incorporada al seno del Padre, desde donde reina por toda la eternidad; sin embargo, al mismo tiempo que asciende, Jesús tiene que cumplir la promesa que había hecho a su Iglesia Naciente y a la Iglesia de todos los tiempos: “Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. Para hacer estas dos cosas, es decir, para Ascender al Padre y así mostrarnos el camino que debemos seguir si queremos subir al Reino de los cielos, Jesús Asciende, con su Humanidad gloriosa y resucitada y para quedarse entre nosotros y así cumplir su promesa, al mismo tiempo que sube, se queda en el seno de su Iglesia, con su Cuerpo y Sangre glorificados y resucitados, en el Santísimo Sacramento del altar, la Sagrada Eucaristía.

Un aspecto que debe tenerse en cuenta es que la Ascensión de Jesús a los cielos da al misterio de la vida cristiana una nueva luz, una luz que se origina en el Ser divino trinitario y por Cristo ilumina nuestra vida como cristianos y que ilumina un nuevo horizonte, que no es ya la tierra, sino la eternidad del Reino de Dios: el cristiano vive en el mundo, pero no es del mundo, porque mira permanentemente su destino final, que es el Reino de los cielos, que es adonde Cristo ha ascendido, precediéndonos. La Ascensión nos indica que esta vida terrena y este mundo temporal es solo un momento, es solo la etapa previa de nuestro destino final, el Reino de Dios. Y en este peregrinar por la historia humana hacia la Jerusalén celestial, el cristiano -la Iglesia- es alimentado por el Pan de los Ángeles, el Pan Vivo bajado del Cielo, Nuestro Señor Jesucristo oculto, en apariencias de pan, en la Sagrada Eucaristía.

La Ascensión del Señor determina entonces la doble condición de la vida cristiana: por un lado, la vida del cristiano se orienta a las realidades temporales, porque vive en el tiempo y en la historia, pero simultáneamente el cristiano está orientado a las realidades eternas, porque está en el mundo, pero “no es del mundo”, ya que el destino final de todo cristiano es la eternidad del Reino de los cielos. Por esto la vida en la Iglesia se caracteriza tanto por la acción del apostolado, como por la contemplación de la oración.

Cristo, al ser levantado en alto en el Monte Calvario, atrae a todos los hombres hacia Sí venciendo a los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte; al resucitar y al ascender, envía junto al Padre al Espíritu de la Verdad, el Divino Amor, el Espíritu vivificador, el Espíritu Santo, sobre sus discípulos, convirtiéndolos, por medio de su Espíritu, en su Cuerpo Místico que es la Iglesia, sacramento universal de salvación; estando sentado a la derecha del Padre, Cristo actúa sin cesar en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia y por Ella unirlos a sí más estrechamente y, alimentándolos con su propio Cuerpo y Sangre, hacerlos partícipes de su vida gloriosa[4].

De esta manera, nuestra Santa Fe Católica nos dice cuál es el sentido de nuestro paso por la tierra, nos dice cuál es el sentido de la existencia humana en el tiempo y en la historia[5] y ese sentido es peregrinar por la historia y el tiempo hacia la eternidad del Reino de Dios, aunque no de cualquier manera, sino unidos a Cristo en la cruz por la fe, por la gracia y por el Divino Amor; solo así, en la unión con Cristo Redentor, seremos ascendidos a los cielos al finalizar nuestro peregrinar por el tiempo y la historia.

         Estamos en esta vida para ser ascendidos en la gloria unidos a Nuestro Redentor, para ello, debemos vivir en el tiempo vivificados por la gracia santificante, gracia que se convertirá en gloria divina si morimos en gracia. No hagamos caso omiso del plan de salvación que Dios tiene para nosotros en Cristo Jesús, glorificado en los cielos a la diestra del Padre y adorado en la tierra en el Santísimo Sacramento del altar, la Sagrada Eucaristía.



[1] Numeral 665.

[3] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, numeral 665.

[4] Cfr. Vaticano II, Lumen gentium 48.

[5] Cfr. Vaticano II, Lumen gentium 48.

domingo, 14 de mayo de 2023

“Nadie os quitará vuestra alegría”

 


“Nadie os quitará vuestra alegría” (Jn 16, 20-23ª). La muerte de Jesús en la cruz provocará a los Apóstoles y a los discípulos una gran tristeza, pero luego esa tristeza se convertirá en alegría, cuando vean a Jesús resucitado. El motivo por el cual nadie les quitará la alegría, como les asegura Jesús, es que la alegría que experimentarán los Apóstoles y discípulos no es una alegría que se origine en el ser humano ni en causas humanas o naturales: la alegría será la Alegría que posee el Sagrado Corazón de Jesús, que por ser la Alegría de Dios, es una alegría “infinita” -como dice Santa Teresa de los Andes, Dios es Alegría Infinita-, es una alegría desconocida para el corazón humano, es una alegría profunda, espiritual, sobrenatural, celestial, precisamente, porque brota del Acto de Ser divino trinitario del Corazón de Jesús.

Puede suceder y sucede a menudo, que las penas, dolores, tribulaciones, fatigas, desilusiones, de esta vida terrena, provoquen en nosotros la pérdida de la alegría. Puede suceder también que busquemos recuperar la alegría, pero en cosas humanas o terrenas, que pueden darnos una alegría, pero que por el hecho de ser humana y terrena, será una alegría pasajera. Si queremos vivir la vida terrena en el seguimiento de Jesús por el Camino Real de la Cruz y si queremos vivir con la Alegría de Jesús resucitado, que es la Alegría de Dios, entonces no la busquemos allí donde no la encontraremos, es decir, no busquemos la alegría en el mundo, y mucho menos la alegría maligna del pecado: busquemos la Alegría del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y para eso, recibamos la gracia del Sacramento de la Penitencia y postrémonos en adoración ante la Presencia Eucarística de Jesús, para luego recibirlo con fe, con piedad, con devoción y con amor, en la Sagrada Comunión. Así, aun en medio de las tribulaciones, dolores y penas de esta vida terrena, tendremos la Alegría de Jesús y nadie nos la quitará.

“Vuestra tristeza se convertirá en alegría”

 


“Vuestra tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16, 16-20). Jesús les anticipa a sus discípulos, en la Última Cena, lo que sucederá luego de su muerte en la cruz el Viernes Santo, en el Calvario: ellos se entristecerán -además se acobardarán-, porque la experiencia de ver a Jesús flagelado, coronado de espinas, cargando la cruz en el Via Crucis y finalmente, muerto en la cruz y sepultado, provocará en ellos un gran dolor y una gran tristeza, además de miedo a los judíos y todo esto sucederá porque al ver a Jesús muerto, no darán crédito a lo que Jesús les había dicho, acerca de que Él iba a resucitar al tercer día. A la tristeza de los Apóstoles, de la Iglesia Naciente, se contrapone la alegría del mundo, porque los que crucificaron a Jesús creerán haber hecho bien, creerán haber hecho justicia, cuando en realidad cometieron una gran injusticia y un gran mal, pero el mundo se alegra en la injusticia y en el mal. Esta situación se revertirá cuando Jesús resucitado se aparezca a sus discípulos, lleno de la gloria, de la vida, de la luz y de la alegría de Dios: “Vuestra tristeza se convertirá en alegría”. Y de hecho, la primera reacción de los discípulos, al reconocer a Jesús resucitado por la luz del Espíritu Santo, es la de la alegría; todos los Evangelios coinciden en esta reacción de alegría entre los discípulos, al darse cuenta que su Maestro, que había muerto en la cruz el Viernes Santo, ahora ha resucitado, el Domingo de Resurrección y está vivo y vive para siempre y ya no muere más. Los discípulos se alegran, pero no con la alegría humana, sino con la alegría que les comunica Jesús, porque Jesús, en cuanto Dios, es “Alegría Infinita”, como dice Santa Teresa de los Andes y es esa Alegría la que Jesús da a sus discípulos.

“Vuestra tristeza se convertirá en alegría”. Las tribulaciones del mundo, de un mundo que se muestra cada vez más antihumano y anticristiano, pueden hacer que perdamos la alegría, por eso es necesario que acudamos ante Jesús Eucaristía, que nos postremos ante Él en el sagrario y le pidamos, no que nos quite la cruz, sino que nos conceda su Alegría, la Alegría de su Sagrado Corazón, la Alegría de Dios y así nuestra tristeza se convertirá en alegría.

“El Espíritu de la Verdad los guiará a la Verdad plena”

 


“El Espíritu de la Verdad los guiará a la Verdad plena” (Jn 16, 12-15). Mientras Jesús estaba en esta tierra, con sus enseñanzas y sus prédicas, instruía a los Apóstoles, acerca de la Verdad sobre Dios, como Uno y Trino y acerca de su Encarnación, como Dios Hijo que se encarna en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth. Es por eso que Jesús les dice que, si no le creen a Él, le crean al menos a sus obras, los milagros. Es decir, si alguien se presenta como Dios y hace obras que sólo Dios puede hacer, entonces ese tal es Dios y es lo que sucede con Jesús: sus milagros solo pueden ser hechos por Dios, por lo tanto, todo lo que Él predica acerca de Sí mismo y acerca de su misterio salvífico de muerte y resurrección, es verdad. Cuando Jesús y el Padre envíen al Paráclito, al Espíritu Santo, el Espíritu Santo les iluminará sus mentes y corazones de manera tal que no podrán dudar sobre la divinidad de Cristo y sobre su misterio pascual y sobre la necesidad de seguir a Cristo por el Via Crucis para alcanzar el Cielo. Esto es lo que Jesús quiere decir cuando afirma que “El Espíritu de la Verdad los guiará a la Verdad plena”.

Además, el Espíritu Santo obrará en los Apóstoles y en los nuevos cristianos, para conducirlos a la Verdad total y plena acerca de Cristo y los misterios sobrenaturales absolutos acerca de Dios, completando la instrucción que Cristo había comenzado a darles con su prédica y sus milagros. En otras palabras, el mismo Cristo continuará y completará la instrucción mediante el Paráclito. El Espíritu Santo no dirá nada que Cristo no haya dejado dicho, es decir, no dirá “nuevas verdades” que Cristo pudiera haber dejado incompletas o pudiera no haberlas revelado en su totalidad: el Espíritu Santo más bien “los guiará a la Verdad plena”, es decir, a la Verdad que Cristo había dejado en germen; esa Verdad, el Espíritu Santo la hará germinar, hasta que resplandezca en su plenitud. Es decir, más que “revelador”, el Espíritu Santo es “iluminador” de las mentes y corazones de los integrantes del Nuevo Pueblo de Dios.

“El Espíritu de la Verdad los guiará a la Verdad plena”. Como integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, nosotros, los bautizados en la Iglesia Católica, debemos pedir continuamente la luz divina, santa, eterna, pura, del Espíritu Santo, para que no caigamos en el error, principalmente, en relación a la Presencia real, verdadera y substancial de Cristo Dios en la Eucaristía, puesto que esta verdad forma la columna vertebral de la fe de la Iglesia; la Eucaristía, Dios Hijo en Persona, encarnado en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, es el Corazón de la Iglesia. Si dejamos de creer en esta verdad o si creemos en algo distinto a esto, nos apartamos de la Iglesia Católica, de ahí la necesidad imperiosa de pedir la luz del Espíritu Santo para nunca apartarnos de Cristo Dios en la Eucaristía.

“Si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo”

 


“Si no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo” (Jn 16, 5-11). Después de anunciarles proféticamente acerca de su paso de este mundo al otro, es decir, acerca de su muerte en la cruz, Jesús se da cuenta de la enorme angustia y temor que experimentan sus Apóstoles. Por esta razón, les habla de la utilidad o conveniencia de que Él se vaya, porque su muerte en cruz es la condición necesaria para el envío -de parte del Padre y de Jesús- y del advenimiento -en Pentecostés- del Espíritu Santo.

Los beneficios de esta venida se pueden resumir en estos tres: el testimonio de la divinidad de Cristo y del Espíritu Santo, con lo cual quedará confirmada la revelación de Jesús acerca de la Trinidad de Personas en un Único Dios; la abundancia de sus efusiones de gracia; y por último, la espiritualización del amor de los apóstoles hacia Jesús.

El Espíritu Santo acusará al mundo y lo hará responsable de agravio en tres puntos: de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, porque el mundo pensaba que Jesús era culpable y él inocente; de justicia, porque creía que la justicia estaba de su parte y de juicio, porque el mundo así juzgaba que no tenía que ser condenado por nada. El Espíritu Santo mostrará que todas estas suposiciones son falsas. En primer lugar, el Espíritu Santo dará claro testimonio de la divinidad de Jesús, haciéndoles comprender, con su luz eterna, que Jesús es Dios, que Jesús es el Mesías y que es Dios Hijo; de esta manera, los judíos se darán cuenta de que cometieron el pecado de incredulidad, cometiendo un pecado contra la Luz Eterna, Cristo Jesús, al condenarlo a muerte. En Pentecostés, tres mil judíos reconocieron a Jesús como Dios. En segundo lugar, el Espíritu atestiguará que no es un delincuente el que fue crucificado y subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios. Cuando prediquen los Apóstoles, abunden los carismas y crezca la Iglesia, aparecerá claro que la justicia y la santidad pertenecían a Jesús y no a los judíos que lo condenaron a muerte como si fuera un bandido. En tercer lugar, se verá claro que la batalla entre Cristo y el príncipe de este mundo, no es Cristo el que ha sucumbido al juicio adverso, sino que Satanás ha sido herido con una sentencia de condenación y ha sido arrojado fuera de la Presencia de Dios para siempre. La destrucción de la idolatría y la expulsión de los demonios de los poseídos serán prueba de esto.

Ahora bien, el Espíritu Santo continúa actuando en la Iglesia: con su luz divina ilumina las mentes y los corazones para que reconozcan los pecados cometidos contra Jesús Eucaristía; ilumina las mentes y los corazones para que Jesús Eucaristía reciba el trato digno que merece como Dios que es, y no como si fuera un simple pan bendecido; por último, ilumina las mentes y los corazones para que los cristianos se aparten de Satanás y de sus ídolos -Gauchito Gil, Difunta Correa, San La Muerte- y en cambio adoren a Cristo Dios, Presente en Persona en la Eucaristía.

sábado, 13 de mayo de 2023

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”

 


Jesús en la Sinagoga

(Domingo VI - TP - Ciclo A – 2023)

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad” (Jn 14, 15-21). Antes de pasar de este mundo al otro, antes de sufrir su Pasión, su Crucifixión y su Muerte, Jesús revela que resucitará y que una vez resucitado, “le pedirá al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”. En esta frase Jesús revela dos elementos sobre los cuales es necesario reflexionar, puesto que tienen relación directa con nuestra fe católica y con nuestro ser cristiano. Por un lado, revela la constitución íntima de Dios, como Uno y Trino: Él ya había revelado que Él era la Segunda Persona de la Trinidad, el Hijo, Dios Hijo, y ahora revela que en Dios hay una Tercera Persona, la Persona del Espíritu Santo; por otro lado, el Espíritu, además de ser el Divino Amor que une eternamente en el Amor Divino al Padre y al Hijo, es además el “Espíritu de la Verdad”, y esto en contraposición con el espíritu de la mentira, propia del Ángel caído, Satanás, quien es el “Padre de la mentira”. Es decir, Jesús revela que en Dios hay Tres Personas y que la Persona Tercera, el Espíritu Santo, es el “Espíritu de la Verdad”. La Verdad y la Mentira se auto-excluyen mutuamente; no pueden existir ambas al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto: o algo es verdad, o algo es mentira, ya que una verdad a medias o una mentira a medias, es siempre una mentira completa. Así se auto-excluyen el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, que es “Espíritu de la Verdad”, con el espíritu demoníaco, que el espíritu de la mentira, el espíritu de la tríada satánica formada por Satanás, por el Falso Profeta y por la Bestia. El Espíritu de la Trinidad es la Verdad, mientras que el espíritu de la tríada satánica es la mentira.

El Espíritu enviado por Cristo, en unión con su Padre, a la Iglesia, es “Espíritu de Verdad”, de ahí que en la Iglesia no puede haber jamás error alguno en su doctrina, puesto que el error no es verdad y por lo tanto la Iglesia, si miente, dejaría de ser ipso facto la Esposa Mística del Cordero. Una Iglesia falsa, que proclama la mentira en vez de la verdad, no puede nunca ser la Iglesia Verdadera del Único Dios Verdadero. El Espíritu Santo se caracteriza entonces, no solo por ser el Divino Amor, sino por ser la Verdad en Sí misma, la Verdad Increada, de ahí que tanto la Iglesia como los bautizados que aman a Cristo y poseen su Espíritu, el Espíritu de la Verdad, se reconozcan entre sí por decir siempre la verdad y por no mentir jamás. Es tan opuesto al Espíritu de Dios la mentira, que es una falta grave y tan grave, que está sancionada en la Ley de Dios, en sus Mandamientos: “No mentirás y no levantarás falso testimonio”. El pecado de la mentira -cuyos primos hermanos son, por así decirlo, la calumnia y la maledicencia- es tan grave, que cierra las puertas del Reino de los cielos a los mentirosos. En el Apocalipsis se nombra a una serie de grupos de pecadores impenitentes que no entrarán en el Cielo: “(no entrarán en el Cielo) los que se embriagan, los hechiceros, los idólatras, los cobardes, los impuros, los que aman y practican la mentira” (cfr. Ap 22, 15). Es por esto que Santo Tomás de Aquino decía que prefería creer que una vaca vuela, antes que creer que un religioso estaba mintiendo. Y San Ignacio de Loyola decía que jamás había que decir una mentira, aún si de esa mentira dependiera la subsistencia del mundo entero. El cristiano que miente no solo demuestra que no tiene en sí al Espíritu Santo, que es el “Espíritu de la Verdad”, lo cual ya es grave, sino que demuestra algo todavía más grave y es que está asociado y participa de la mentira del Padre de la mentira, Satanás, el Ángel caído. Jesús llama a Satanás “Padre de la mentira” y la razón por la que Satanás es el Padre de la mentira es porque es el primer mentiroso, es la primera creatura, de entre las creaturas inteligentes creadas por Dios, el ángel y el hombre -dicho sea de paso, los extra-terrestres no existen, y la ufología es una secta ocultista que promueve la adoración de demonios bajo la pantalla encubierta de seres de otros planetas-, en decir una mentira y esa mentira le costó el perder el Cielo para siempre. Satanás dijo la primera mentira al decir, sacrílegamente: “Yo soy dios” y como Dios no puede soportar la mentira ni al mentiroso que miente a sabiendas y explícitamente, envió a San Miguel Arcángel para que expulsara del Reino de los cielos, para siempre, al Demonio y es por eso que San Miguel Arcángel, ante la mentira de Satanás de auto-proclamarse dios, San Miguel Arcángel, bajo las órdenes de la Trinidad, exclama con voz potente: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!” y es en ese momento cuando, según el Apocalipsis, se entabla una "batalla en el Cielo" entre los Ángeles de Dios y los ángeles apóstatas, siendo estos expulsados definitivamente del Cielo. La razón de la victoria de San Miguel Arcángel no es solo la omnipotencia de Dios, sino la naturaleza misma de la Verdad de Dios, que en sí misma y por sí misma, es superior a la mentira. La lucha entre los ángeles, seres inteligentes caracterizados por ser solo espíritu, sin materia, no se lleva a cabo con armas materiales, sino con el intelecto y esta es la razón de la victoria de San Miguel Arcángel sobre Satanás y sus ángeles apóstatas, porque la Verdad Absoluta, Total y Plena, es siempre superior a la mentira.

“Yo le pediré al Padre que les envíe el Espíritu de la Verdad”. Si queremos saber a quién servimos en nuestro corazón, si a Dios Uno y Trino o a Satanás, revisemos los Mandamientos, sobre todo el que dice: “No mentirás” y ahí sabremos si servimos al Padre de la mentira, Satanás, o al Espíritu de la Verdad, el Espíritu Santo. Pidamos la gracia de servir al Espíritu de Dios, el Espíritu de la Verdad.


jueves, 11 de mayo de 2023

“Mi mandamiento es que os améis los unos a los otros como Yo os he amado”

 


“Mi mandamiento es que os améis los unos a los otros como Yo os he amado” (cfr. Jn 15, 12-17). Jesús da un nuevo mandamiento, el amor de sus discípulos entre sí. Se podría objetar la novedad, en el sentido de que este mandamiento ya existía, en cierto modo, en el Antiguo Testamento, puesto que se mandaba al amor mutuo entre aquellos que constituían el Pueblo Elegido, además de amar a Dios por sobre todas las cosas. En efecto, el Primer Mandamiento dice: “Amar a Dios por encima de todas las cosas y al prójimo como a uno mismo”.

Ahora bien, hay dos diferencias en el mandato de Jesús, que lo hace verdaderamente nuevo. Una diferencia es con relación al concepto de “prójimo”: para los judíos, el “prójimo” era solamente aquel que compartía la misma religión -la religión judía- y también la raza -la raza hebrea-. La diferencia del concepto de “prójimo” para el cristianismo es distinta porque no se limita a la raza y tampoco a la religión y así es “prójimo” todo ser humano.

La otra diferencia es el amor con el cual hay que amar al prójimo -y, por supuesto, a Dios-: el amor con el que el integrante del Pueblo Elegido debía amar a su prójimo y a Dios, era el amor meramente humano, un amor que es bueno en sí mismo, pero es limitado, porque, entre otras cosas, se deja llevar por las apariencias. En el caso del cristianismo, el amor para amar a Dios y al prójimo y a sí mismo, no es el amor humano, sino el amor de Cristo: “Ámense unos a otros, como Yo os he amado” y Él nos ha amado con su Amor, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. El cristiano debe amar a Dios, al prójimo y a sí mismo con el amor con el que Cristo nos amó, el Divino Amor, el Espíritu Santo.

Otra diferencia del mandato de Cristo es que Cristo nos amó hasta la muerte de cruz y es así como Cristo nos manda amarnos como cristianos: “Ámense los unos a los otros, como Yo los he amado” y Cristo nos ha amado con el Divino Amor, el Amor de su Sagrado Corazón, el Amor que brota del Ser divino trinitario y es comunicado por el Padre y el Hijo a través de la Sangre de Cristo derramada en la cruz y cada vez en los Santos Sacramentos.

Por estas razones, el mandamiento de Cristo es completamente nuevo.

 

martes, 9 de mayo de 2023

“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría”

 


“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría” (Jn 15, 9-11). En estos tiempos en los que abundan los trastornos del ánimo, como la angustia, la depresión, la tristeza, y en los que se acuden al psicólogo y al psiquiatra como si fueran demiurgos capaces de solucionar la crisis existencial del ser humano por medio de sesiones de diván y medicamentos psiquiátricos, Nuestro Señor Jesucristo nos da lo que podríamos llamar la verdadera y única “fórmula” para la felicidad: cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, vivir en su Amor, el Amor de Dios y así el alma se asegura, no de no tener problemas ni de sufrir tribulaciones, sino de poseer la alegría de Cristo, que no es una alegría más entre tantas, sino que es la Alegría de Dios, porque Cristo es Dios.

Muchos, incluso entre los cristianos, dejan de lado los Mandamientos de la Ley de Dios, porque los consideran como “pasados de moda”; muchos, incluso sacerdotes, critican y tildan de “rígidos” a los que tratan de cumplir los Mandamientos, instando a que vivan según sus propios sentimientos, según su propia voluntad. Sin embargo, esta receta, que aparentemente concede “liberación” al alma, lo único que hace, al dejar de lado la Ley de Dios y sus Mandamientos, es esclavizarlas al pecado y el pecado provoca amargura, dolor, soledad, alejamiento de Dios, oscuridad espiritual y tristeza en lo anímico, además de depresión y angustia. Podemos decir, con toda certeza, que la tristeza, la angustia, la depresión, la sensación de soledad, de abandono, de falta de sentido de la vida, se deriva de no seguir el consejo de Jesús, de cumplir los Mandamientos por amor a Él y la consecuencia de esto es que el alma se priva, voluntariamente, de la alegría de Dios. No significa esto que el cumplir los Mandamientos de Dios es la solución instantánea para todos los problemas y las tribulaciones que implican la existencia del hombre en la tierra, pero sí se puede decir que seguir el consejo de Jesús le concede al alma una serena alegría, aun en medio de los más intensos problemas y tribulaciones.

“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría”. Si el mundo siguiera estos simples consejos de Jesús, la vida en la tierra sería un anticipo de la vida eterna en el Reino de los cielos.

lunes, 8 de mayo de 2023

“La paz os dejo, mi paz os doy”

 


“La paz os dejo, mi paz os doy” (Jn 14, 27-31a). En el transcurso de la Última Cena, Jesús les anuncia su próxima muerte a través del sacrificio de la cruz, sacrificio por el cual habría de glorificar a la Trinidad y de salvar a la humanidad. Este anuncio de Jesús, el de su próxima muerte, provoca un intenso impacto emocional entre los Apóstoles; les provoca angustia y también mucho temor y es aquí en donde Jesús, para tranquilizar a sus Apóstoles, pero también para toda la Iglesia de todos los tiempos, les anuncia que, entre tantos dones que nos deja, nos deja su paz, que es la paz de Dios: “La paz os dejo, mi paz os doy”. De este modo, Jesús trae la calma a los corazones de los Apóstoles, sobresaltados y acongojados por el anuncio de la próxima muerte de Jesús, pero este don de la paz no es solo para los Apóstoles, sino para su Iglesia en todos los tiempos de la historia humana, hasta el fin del mundo, hasta el fin de la historia. La paz que nos da Jesús es la verdadera paz, la paz interior, espiritual; es una paz que se origina en su Ser divino trinitario, porque Él es la Paz Increada y nos hace partícipes de su paz a través de la gracia. La paz de Jesús verdaderamente pacifica al alma porque proviene de Dios Trinidad y porque proviene de Dios, es verdadera y espiritual, puesto que esta paz viene por la Sangre de Cristo, Sangre que, al lavar y quitar la mancha del pecado de nuestras almas, nos pacifica, porque nos quita aquello que nos enemista con Dios, que es el pecado.

Ahora bien, Jesús no solo les concede el don de la paz, sino también el de la fortaleza, porque cuando les dice que no se acobarden -“No tiemble vuestro corazón ni se acobarde”-, les concede al mismo tiempo su misma fortaleza, su misma fuerza, la fuerza de Dios, la fuerza que proviene de la Cruz y de la Eucaristía.

Si el alma, arrodillada a los pies de la Cruz, postrada ante Jesús Eucaristía, es cubierta por la Sangre de Cristo, con esta Sangre del Cordero se le concede tanto la paz de Cristo, como la fortaleza de Cristo, el Hombre-Dios.

jueves, 4 de mayo de 2023

“Estaban como ovejas sin pastor”

 


“Estaban como ovejas sin pastor” (Mt 9, 36). El Evangelio relata el estado del Pueblo de Israel: como “ovejas sin pastor”. Cuando las ovejas están sin pastor, están desorientadas, confundidas, también con hambre y con sed, porque por sí mismas no sabe adónde están los pastos verdes y tampoco saben dónde está el agua cristalina.

No tenían pastores, a pesar de que tenían sacerdotes, los fariseos, pero como estos habían abandonado al Verdadero Dios y lo habían reemplazado por el dinero y la idolatría de sí mismos, era como si no tuvieran pastores.

Lo mismo puede suceder en nuestros días, y sea por falta de pastores o bien por el falencia de la tarea del sacerdote propia de sí misma, lo cual sucede cuando el sacerdote se olvida del Buen Pastor Jesucristo.

Por eso Jesús pide que recemos, tanto por las vocaciones sacerdotales, como por los sacerdotes.

Por las vocaciones, porque no hay, porque los llamados están inmersos en el mundo, y por los que ya están ordenados, para que sean pastores “según el Corazón de Cristo”, para que sean una prolongación del Buen Pastor, Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”

 


“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 1-6). En estos tiempos, en los que un falso ecumenismo pretende igualar a todas las religiones con la falsa premisa de que todas las religiones son iguales, la revelación de Jesús nos indica que el verdadero ecumenismo es el que afirma que la Iglesia Católica y solo la Iglesia Católica, es la única religión y la única iglesia verdadera del único Dios Verdadero.

Jesús es el Camino, el Único Camino que conduce a algo infinitamente más grandioso que todos los cielos juntos y es el seno de Dios Padre y Jesús es el Camino, porque Él procede del Padre desde la eternidad, se encarna por el Espíritu Santo para salvarnos por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección y así conducirnos, unidos a Él por la gracia santificante, al seno del Padre. No hay otro camino posible que no sea Jesucristo, el Hijo de Dios, Dios Hijo encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth, que conduzca al Padre.

Jesús es la Verdad, la Verdad total, absoluta y plena acerca de Dios: si bien los judíos poseían un anticipo y la primicia de la verdad sobre Dios al creer, por revelación divina, que Dios es Uno, Jesús viene a completar esta verdad al revelar que Dios es Uno en naturaleza y Trino en Personas, es decir, Dios posee una naturaleza divina y un Acto de Ser divino trinitario, del cual participan las Tres Divinas Personas de la Trinidad, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cualquier otra afirmación acerca de la constitución de Dios como Uno y Trino es falsa y no debe ser creída ni aceptada, bajo ningún concepto, por el católico que ha sido bautizado en la Iglesia Católica.

Jesús es la Vida, la Vida divina, la Vida Eterna e Increada, porque Él posee, por participación con el Padre y el Espíritu Santo, al Ser divino trinitario, del cual brota, como de una Fuente inagotable, la Vida Divina, vida que es comunicada por participación a través de la gracia suministrada por los sacramentos. Por eso, quien recibe los sacramentos, sobre todo la Confesión y la Eucaristía, recibe la Vida Nueva que nos trae Jesús, una vida completa y absolutamente nueva, porque es la Vida divina de la Trinidad.

Esto es lo que Jesús quiere decirnos cuando afirma que Él es “el Camino, la Verdad y la Vida”. Y todo esto nos lo comunica Jesús desde la Eucaristía.

miércoles, 3 de mayo de 2023

“Uno de ustedes me va a traicionar”

 


Judas traiciona a Jesús.

“Uno de ustedes me va a traicionar” (cfr. Jn 13, 16-20). Luego de lavarles los pies a sus Apóstoles y cuando ya están todos sentados alrededor de la mesa, en la Última Cena, Jesús les dice algo que los entristece. Primero, al lavarles los pies, lo que quiere Jesús es dejarles a los discípulos es la enseñanza de que unos a otros deben prestarse servicios mutuamente, aun en las cosas más humildes. Jesús les dice que no es el conocer que deben servirse mutuamente, sino el poner en práctica tales ejemplos, lo que hará la felicidad de los discípulos verdaderos. Con este ejemplo y con esta enseñanza, los discípulos experimentan felicidad, pero acto seguido esa felicidad se cambiará en un sombrío estado, al denunciar Jesús que uno de entre ellos lo traicionará: “Uno de ustedes me traicionará”. Jesús revela el hecho de la traición, pero no dice quién es la persona que lo traicionará. El mismo Jesús había elegido a los discípulos para que fueran sus Apóstoles y no es que Jesús no lo supiera; Él lo sabía y por eso dice: “Tiene que cumplirse la Escritura: El que compartía mi pan me ha traicionado”. El texto que cita Jesús es el del Salmo 40 (41) 10: se trata de la traición de Ajitofel, comensal y consejero íntimo de David, traición que por su brutalidad se describe como el cocear de un caballo contra su dueño. En este caso, Ajitofel, el que traiciona a David, es figura de Judas Iscariote, quien traicionó a Jesús por treinta monedas de plata[1].

A su vez, Jesús anuncia lo que va a ocurrir, para que esto sirva como una señal de su divinidad, ya que usa el mayestático “Yo Soy”, es decir, el nombre con el que los hebreos conocían a Dios: “Para que cuando suceda (la traición) creáis que Yo Soy”. En otras palabras, les dice: “Para que cuando suceda (la traición) creáis que Yo Soy el Hijo de Dios, el Mesías”.

“Uno de ustedes me va a traicionar”. En épocas de persecución, muchos cristianos han cedido a la presión de los perseguidores y han traicionado a Jesús y a su Iglesia; perseverar en la fe y en las buenas obras, aun a costa de la vida terrena, es una gracia que Dios la concede a quien Él más ama; pidamos entonces la gracia de no ser nosotros los traidores, en caso de persecución.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentarios a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 746.

“Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”

 


(Domingo V - TP - Ciclo A – 2023)

         “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 1-12). En estos tiempos en los que parecen predominar las falsas teorías de un falso ecumenismo, según las cuales todas las religiones son iguales, todos adoramos a un mismo Dios, todos vamos al Cielo y nadie va al Infierno, sin importar si creamos o no creamos, la Iglesia Católica, sobre la base de las palabras de su Fundador, Nuestro Señor Jesucristo, se presenta a sí misma ante el mundo, como la Única y Verdadera Iglesia, del Único y Verdadero Dios.

         Uno de los argumentos que utiliza la Iglesia Católica es precisamente esta declaración de Jesucristo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”.

         Jesús es el Camino, el Único Camino que conduce a algo que es infinitamente más hermoso que el Reino de los cielos, a algo que es infinitamente más maravilloso que todos los cielos juntos y es el seno de Dios Padre. Jesús nos conduce al Padre, porque Él proviene del Padre, porque Él y el Padre son “una misma cosa”, Él y el Padre comparten, con el Espíritu Santo, el Amor Divino, un mismo Acto de Ser divino trinitario. Y precisamente, el motivo de la Encarnación del Verbo, de Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, que procede del Padre, es conducirnos, por el Espíritu Santo, al Padre, para que allí residamos por toda la eternidad. No hay otro camino para llegar al Padre que no sea Jesucristo, Quien desde la Cruz nos espira el Espíritu Santo para que, en el Amor Divino seamos llevados, en el Hijo, al Padre.

         Jesús es la Verdad Última, la Verdad sobrenatural, la Verdad Absoluta, la Verdad Total acerca de Dios, de su naturaleza y de su ser divino. Hasta Jesús, los judíos eran los poseedores de una parte de la verdad acerca de Dios, puesto que los judíos sabían, por revelación divina, que Dios era Uno y no había muchos dioses sino Uno solo y por eso eran el único pueblo monoteísta de la Antigüedad. A partir de Jesucristo, que es la Sabiduría del Padre, Dios se auto-revela no solo como Dios Uno, sino como Uno y Trino, es decir, como Uno en naturaleza y Trino en Personas, las Personas del Padre, del  Hijo y del Espíritu Santo, las cuales participan de la única naturaleza divina y del único Ser divino trinitario. No hay otra Verdad acerca de Dios que no sea la que revela Nuestro Señor Jesucristo, Verdad que es enseñada desde hace siglos por el Magisterio y la Tradición de la Iglesia Católica.

         Jesús es la Vida, pero no esta vida humana que por naturaleza tenemos, sino que Él es la Vida Divina, la Vida misma de la Trinidad, Vida verdadera y absolutamente divina, celestial, Vida Increada y Eterna, Vida vivificante, que da la vida divina a todo aquel que recibe a Jesús con fe, con amor y con piedad, Vida que brota del Ser divino trinitario como de una Fuente Inagotable.

         “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, les dice Jesús a sus discípulos; “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice a nosotros desde la Eucaristía, porque Él en la Eucaristía está vivo, glorioso y resucitado, en Persona y en la Eucaristía es el Camino que nos conduce al Padre, es la Verdad Absoluta acerca de la Dios Trinidad y es la Vida Eterna que se nos comunica en cada comunión. Por esta razón, la Iglesia Católica es la Única Iglesia Verdadera del Único Dios Verdadero; cualquier otra religión, no es más que invento humano o, peor aún, del Ángel caído.