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jueves, 26 de diciembre de 2013

Octava de Navidad 3 2013


El Personaje central de la Nochebuena es, obviamente, el Niño de Belén: una vez nacido, todos los integrantes del Pesebre se vuelven hacia Él y lo contemplan y se quedan asombrados ante su visión, conmocionados por su Presencia. Pero no solo los integrantes del Pesebre se asombran y conmocionan ante el Niño, sino que es en realidad todo el universo -visible e invisible- el que se admira por su Nacimiento y, conmocionado, gira alrededor suyo. ¿Por qué? ¿Por qué toda esta conmoción, por el Niño de Belén? ¿Por qué todo el universo visible e invisible gira alrededor suyo? 
Porque por el Niño de Belén, la Santísima Trinidad creó a la Virgen Inmaculada para que fuera su Madre. Por el Niño de Belén, la Santísima Trinidad creó el universo visible y el invisible; por el Niño de Belén, fueron hechas todas las cosas que existen, y sin Él, nada fue hecho; por este Niño, el Niño de Belén, toda la tierra, toda la humanidad, y todo el cielo, estuvieron expectantes, esperando su Nacimiento virginal, y cuando Él nació, al tiempo se le comenzó a llamar “plenitud de los tiempos” o “tiempos perfectos”, porque Él les dio la perfección al nacer; por el Niño de Belén, toda la tierra y toda la humanidad, y todo el cielo, espera su Segunda Venida en la gloria; por el Niño de Belén, fueron derrotados los enemigos mortales del hombre: el demonio, el pecado y la muerte, y por el Niño de Belén recibieron los hombres el don de la vida eterna, cuando este Niño, ya adulto, subió a la Cruz y abriendo sus brazos, tal como lo hiciera antes en el Pesebre de Belén, derrotó para siempre al Infierno y a la muerte y abrió para la humanidad entera las Puertas del Reino de los cielos; por el Niño del Pesebre, nacido en Belén, que significa “Casa de Pan”, los hombres habrían de alimentarse con un manjar substancial, exquisito, venido del cielo, el Pan Vivo bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, el Cuerpo resucitado y glorioso del Niño de Belén, surgido de las entrañas del Nuevo Belén, el altar eucarístico; por el Niño de Belén, los hombres, viviendo aún en este mundo, inmerso en “tinieblas y en sombras de muerte”, y llamado “valle de lágrimas” a causa de las continuas tribulaciones de esta vida, tendrían un refrigerio que aliviaría su Hambre de Dios, tendrían un anticipo de la felicidad del Reino de los cielos, que compensaría con creces las amarguras de esta vida,y ese anticipo de felicidad es el Maná bajado del cielo, el Pan de Vida eterna, su Cuerpo resucitado; por este Niño de Belén, los hombres adquirirían la fuerza misma de Dios para llevar la Cruz por el Camino que conduce al cielo, y todo esto lo tendrían al alimentarse del Cuerpo glorioso y resucitado del Niño de Belén, que continúa y prolonga su Encarnación y Nacimiento, su Pasión y Resurrección, en la Santa Misa, donando en cada Eucaristía su Cuerpo, su Sangre, su Alma, su Divinidad y su Amor Divino.



Y todo esto sucede porque este Niño no es un niño más; este Niño es el Niño Dios, que abre sus bracitos en el Pesebre para continuar luego abriéndolos en la Cruz; este Niño es el Niño Dios, que viene del Padre, desde el seno eterno de Dios Padre, y se encarna en el seno virgen de María para nacer, por obra y gracia del Espíritu Santo, en Belén, Casa de Pan, para así prolongar su Encarnación y Nacimiento en el seno virgen de la Iglesia, por obra y gracia del mismo Espíritu Santo, en la Nueva Casa de Pan, el altar eucarístico, para donarse como Pan de Vida eterna, como Carne de Cordero asada en el Fuego del Espíritu Santo, como Vino de la Alianza Nueva y Eterna, su Sangre derramada en la Cruz y recogida en la Santa Misa, en el cáliz del sacerdote ministerial. El Niño de Belén, que abre sus bracitos de Niño en el Pesebre, pidiendo ser abrazado y recibir el Amor de los hombres, es el mismo Niño que, como Hombre-Dios, continúa abriendo sus brazos en la Cruz del altar, para abrazar a todos los hombres y donarles el Amor Divino, para conducirlos al Reino de los cielos, el seno eterno del Padre, de donde Él procede.
Esta es la razón por la cual todo el universo, visible e invisible, gira alrededor del Niño de Belén, el Personaje central de la Nochebuena.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

En cada misa, la Iglesia no sólo nos anuncia una gran alegría: nos da a la Alegría en sí misma, Jesús Eucaristía


“Os anuncio una gran alegría: os ha nacido un Salvador” (cfr. Lc 2, 1-14). La nota característica del anuncio del Nacimiento del Mesías por parte del ángel es la alegría: "os anuncio una gran alegría".

¿De qué alegría se trata? Podría ser la alegría que se experimenta en la familia humana cuando nace una nueva criatura: el niño es sinónimo de supervivencia de la raza y de la especie; es sinónimo de continuidad vital, de trascendencia del propio yo y del propio ser, más allá de los límites temporales de la propia existencia. Podría ser a esta alegría a la cual hace referencia el ángel cuando hace el anuncio a los pastores.

Sin embargo, no es esta la alegría anunciada por el ángel: la alegría que anuncia el ángel es una alegría no humana, venida de lo alto, desconocida para el hombre. La alegría de la Navidad, es la alegría del mismo Dios, es Su alegría, la que Él experimenta en la comunión de vida y amor en sus Tres Personas; es una alegría que se contagia a los hombres, que se comunica desde Él a sus criaturas, por desbordamiento sobreabundante: Dios es Alegría infinita, y es de esa alegría infinita, celestial, sobrenatural, la que Él viene a comunicar a los hombres. Es la alegría del encuentro, de un Dios que viene al encuentro de su criatura, sin medir los abismos que la separan en dignidad y majestad: la criatura es nada en comparación al Ser divino, y sin embargo, es Dios quien, en su infinita majestad, decide abajarse, humillarse, para comunicar al hombre su propio Ser, y con su Ser, su Vida, su Amor y su Alegría. Navidad es el gozo de Dios que viene al encuentro del hombre, sumido en la tristeza y en la oscuridad.

Pero hay algo más que la alegría: “Se les presentó el Ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor” (Lc 2, 9). Otros elementos que acompañan a la alegría de Navidad son la luz, que es la gloria, y el temor, que no es miedo, sino el temor filial, que nace del amor: es el temor del hijo que, descubriendo la bondad de su padre, no sólo desea morir antes que ofenderlo, sino que busca, con todo el ardor y la fuerza de su ser, agradarlo cada vez más, a cada instante. La luz que acompaña al anuncio es la gloria de Dios, y esto es el indicio de que la alegría de Navidad no es humana, ni por motivos humanos, sino que procede toda del cielo: Dios es intrínsecamente alegre, porque es infinitamente feliz en la comunión de Tres Personas, y por eso, a la manifestación de su gloria, que es la luz, le acompaña, de modo indisoluble, la alegría.

“Os anuncio una gran alegría: os ha nacido un Salvador”. La alegría angélica no se limita a Navidad: se renueva, misa a misa, por el santo sacrificio del altar, porque en el altar la Iglesia, reflejándose en la Virgen Madre, su modelo, la imita, y así como la Virgen concibió y dio a luz virginalmente, por el poder del Espíritu, a Dios Hijo en Belén, Casa de Pan, y lo presentó al mundo revestido de Niño humano, así la Iglesia, por el poder del mismo Espíritu, concibe y da a luz en su seno virgen, a Dios Hijo, en el Nuevo Belén, el altar eucarístico, y lo presenta a la asamblea revestido de apariencia de pan.

En cada misa, la Iglesia no sólo nos anuncia una gran alegría: nos da a la Alegría en sí misma, Jesús Eucaristía.