martes, 29 de noviembre de 2022

“Conviértanse (el Mesías vendrá y) reunirá el trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”

  

(Domingo II - TA - Ciclo A - 2022 – 2023)

          “Conviértanse (el Mesías vendrá y) reunirá el trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga” (cfr. Mt 3, 1-12). Juan el Bautista predica en el desierto la conversión del hombre a Dios, advirtiendo que deben de cesar de obrar el mal y comenzar a obrar el bien, porque el Reino de Dios está cerca y, todavía más, el Rey del Reino de Dios está por venir y cuando venga, vendrá como Justo Juez y separará a los buenos de los malos: a los buenos, para conducirlos al Reino de los cielos; a los malos, para arrojarlos a la “hoguera que no se apaga”, es decir, el Infierno. Juan el Bautista utiliza, para graficar el Día del Juicio Final, la figura de un labrador que separa el trigo y lo almacena en su silo, de la paja, que no sirve, para quemarla. Es llamativo que utiliza una expresión que es: “una hoguera que no se apaga” y esto lo hace porque está hablando no de la hoguera material, terrena, la que todos conocemos, que indefectiblemente termina por apagarse cuando se combustiona el material que la alimentaba; se trata de una hoguera que no se apaga porque es el Infierno, en donde el fuego quema, combustiona, pero no consume aquello que quema, que son las almas y los cuerpos de los condenados; además, no se apaga, porque el castigo que sufren los condenados es eterno, porque eterna es la culpa y la pena y eterno es el peso de la Justicia y de la Ira Divina que se descarga sobre los impenitentes que, por propia voluntad, se condenaron, al no querer convertir sus corazones.

          “Conviértanse, el Reino de Dios está cerca”. La misma prédica y el mismo llamado a la conversión eucarística, que es la conversión al Cristo Eucarístico, hace la Iglesia al hombre de hoy. Y, así como el Bautista predicaba en el desierto, así la Iglesia predica en el desierto de un mundo sin Dios, que ha desplazado a Dios y a su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, rechazando su Cruz, rechazando su Presencia Eucarística, rechazando sus Mandamientos y sus Consejos Evangélicos. El mundo de hoy ha erigido falsos dioses, ante los cuales se postra en ciega y sacrílega adoración todos los días: el dinero, el poder, el éxito, la fama, la honra mundana, los bienes materiales, los ídolos demoníacos -Gauchito Gil, Difunta Correa, San La Muerte, atrapasueños, cinta roja, Buda, etc.- y esto le sucede como castigo al no querer arrodillarse y adorar a Cristo Dios Presente en Persona en la Eucaristía.

          “Conviértanse (el Mesías vendrá y) reunirá el trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera que no se apaga”. Cada día que pasa, es un día menos que nos separa del Día del Juicio Final; cada día terreno que pasa, es un día menos para la Llegada en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, quien vendrá como Justo Juez, para dar a cada uno lo que cada uno libremente mereció con sus obras: a los buenos, el Reino de los cielos; a los malos, a los rebeldes, a los impenitentes, a los que no quisieron saber nada de Cristo Eucaristía, de la Santa Misa, de los Sacramentos, de los Mandamientos y a cambio obraron el mal, la impiedad y la iniquidad, a esos los arrojará en la “hoguera que no se apaga”, es decir, en el Infierno. En nuestra libertad está elegir adónde queremos ser llevados cuando venga el Justo Juez; por supuesto, que al Reino de los cielos, pero para eso, debemos hacer mucha oración y adoración eucarística, debemos frecuentar los Sacramentos y debemos ser misericordiosos con nuestros prójimos.

 

martes, 22 de noviembre de 2022

Adviento, tiempo de gracia para el encuentro personal con Cristo Jesús

 


(Domingo I - TA - Adviento - Ciclo A - 2022 – 2023)

          El Adviento, que tiene una duración aproximada de cuatro semanas, es un período de preparación espiritual para dos eventos: en las dos primeras semanas, la Segunda Venida de Jesús, y en las dos últimas semanas[1], de preparación para la conmemoración y participación de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.

Etimológicamente, la palabra adviento proviene del latín adventus, que significa “llegada” o “venida”; de manera que en este período litúrgico se hace referencia a las dos Llegadas o Venidas de Nuestro Señor Jesucristo: la Primera Venida, en Belén y la Segunda Venida en la gloria[2], en el Día del Juicio Final.

Entonces, debido a su significado, el Adviento es una época o momento de gracia para la Iglesia Católica, en la cual la característica principal es la preparación espiritual para el encuentro personal con Cristo, ya sea en su Segunda Venida en la gloria o bien en la participación del misterio de la Primera Venida en Belén.

¿Cómo vivir espiritualmente el Adviento?

Lo primero a tener en cuenta es que es preparación para un encuentro personal con Cristo Dios, por lo cual, conviene tener en la mente y en el corazón la parábola del siervo que espera a su señor, el cual habrá de regresar en la hora menos pensada. Nuestra actitud espiritual en Adviento debe ser la del siervo que espera a su señor con la túnica ceñida -señal de actividad espiritual, de oración y de obras de misericordia- y con la lámpara encendida -la lámpara es símbolo de la fe, la luz, alimentada con el aceite de la gracia santificante-; esto quiere decir que debemos hacer oración -principalmente el Santo Rosario y la Adoración Eucarística-, frecuentar los Sacramentos -sobre todo la Confesión Sacramental y la Sagrada Eucaristía- y obrar obras de misericordia. De esta manera, seremos como el siervo de la parábola, que espera atento y vigilante la llegada de su señor, es decir, estaremos preparados para la Segunda Venida del Señor en la gloria. Esta es la forma de vivir el Adviento en su primera parte, las dos primeras semanas.

Para las dos últimas semanas del Adviento, la Iglesia nos recomienda prepararnos para la conmemoración y participación del Nacimiento del Señor, mediante el ayuno, la penitencia, las obras de misericordia, la observancia de los Diez Mandamientos y el vivir en estado de gracia. Para esto, debemos tener en cuenta lo siguiente: no se trata solo de una simple conmemoración o recuerdo del Nacimiento de Nuestro Señor, sino que se trata de una “participación” misteriosa en ese Nacimiento, a través del misterio de la liturgia eucarística de la Santa Misa, porque si bien la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz en el Calvario, en la Santa Misa también se hacen presentes las otras etapas de la Vida de Nuestro Señor Jesucristo, como la Encarnación y su Nacimiento por obra del Espíritu Santo. En otras palabras, por medio de la Santa Misa, nos hacemos presentes, misteriosamente, en el momento mismo del Nacimiento de Nuestro Señor en una humilde gruta de Belén, de ahí la importancia de la asistencia a la Santa Misa y de ahí el hecho de que, sin la Santa Misa de Nochebuena, la Navidad no tiene sentido. Solo por la participación en la Santa Misa de Nochebuena, no solo recordamos el Nacimiento de Nuestro Señor, sino que nos hacemos misteriosamente presentes en el momento en el que Nuestro Señora Jesucristo nacía, milagrosa y virginalmente, en la gruta de Belén.

 

 

 

martes, 15 de noviembre de 2022

Solemnidad de Cristo, Rey del universo



(Ciclo C – 2022)

Con la Solemnidad de Cristo Rey, la Iglesia Católica no solo finaliza el ciclo litúrgico, sino que principalmente proclama y reconoce públicamente a Cristo como Rey del universo, tanto del visible como del invisible, es decir, la Iglesia Católica reconoce a Cristo Jesús como Rey de los hombres y Rey de los ángeles. La razón por la que Cristo es Rey es doble: Cristo es Rey por derecho de naturaleza y por conquista: por derecho de naturaleza, porque Él es Dios, es la Segunda Persona de la Trinidad y en cuanto tal, Él es el Creador de todo lo que es y existe, tanto el universo visible, como el invisible, el mundo de los ángeles; es Rey también por derecho de conquista, porque Él derrotó en la Cruz a los enemigos de la humanidad, el Demonio, el mundo y la carne y concedió a los hombres la gracia divina, la cual los convierte en hijos adoptivos de Dios, consumando la redención[1] en el Santo Sacrificio del Calvario: en otras palabras, Cristo es nuestro Rey porque Él no solo venció en el Calvario a los enemigos de la humanidad, sino que conquistó a la humanidad para Dios Padre, al redimirla al precio de su Sangre derramada en la cruz.

Ahora bien, hay que decir que Cristo Rey reina en los cielos, glorioso y resucitado, sentado en un trono a la derecha del Padre, como dice el Apocalipsis, iluminando con la luz de su gloria divina a los ángeles y santos. Aquí en la tierra, Cristo Rey nos ilumina con la luz de la gracia y de la fe y así como Cristo reina desde la Cruz y desde la Eucaristía, así también quiere reinar en nuestras mentes, voluntades y corazones. Pero también Cristo debe reinar sobre nuestras familias y sobre nuestra Patria, y también sobre todas las naciones del mundo entero. Un ejemplo de testimonio público de la reyecía de Cristo son los cristeros, los fieles católicos mexicanos que, al grito de "¡Viva Cristo Rey!", se opusieron a la violencia del laicismo anticristiano, que trató de impedir precisamente la proclamación pública de que Cristo es Rey.

El hecho de que Cristo sea Rey, justifica la actividad misionera y evangelizadora de la Iglesia desde sus inicios, actividad que no debe cesar nunca hasta el fin de los tiempos, ya que si la Iglesia dejara de anunciar que Cristo en la cruz y en la Eucaristía es Rey de todos los hombres, aun de aquellos que todavía no lo conocen, estaría traicionando a su Rey y a su mandato de evangelizar a todos los hombres: “Id por todo el mundo anunciando el Evangelio”.

Cristo Eucaristía, Rey de cielos y tierra, Rey de los hombres y de los ángeles, baja cada día desde el cielo hasta el pan del altar, para convertirlo en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, para quedarse en la Eucaristía y así ingresar en nuestros corazones por la Comunión Eucarística. Adoremos, entonces, a nuestro Rey en la Eucaristía y anunciemos a los hombres que Cristo es Rey y que quiere reinar en los corazones de toda la humanidad y digamos con la Iglesia y el Espíritu: “Cristo, Rey del universo, ven a nuestros corazones y haz de ellos tu altar, para que allí seas adorado en el tiempo y en la eternidad. Amén”.

 


martes, 8 de noviembre de 2022

“Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo C – 2022)

          “Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis” (Lc 21, 5-19). Jesús nos revela una de las señales que, cuando aparezca, indicará que su Segunda Venida está cerca: la aparición de falsos cristos. Lo que nos quiere decir Jesús es que estos falsos cristos aparecerán antes de la Segunda Venida de Cristo en la gloria; luego aparecerá el Anticristo, implementará su reinado de terror infernal y luego será precipitado al Infierno junto al Demonio, al Falso Profeta y a la Bestia, por Cristo.

          Con relación a esta señal, la aparición de falsos cristos, si nos llevamos solo por lo que está pasando, podemos decir que esta señal ya está presente. En nuestros días, han aparecido una innumerable cantidad de falsos cristos, que se presentan a sí mismos diciendo: “Yo Soy el Cristo”, pero todos son falsos; estos falsos cristos anteceden a la aparición del Anticristo. Algunos de estos cristos falsos son: el cristo de los protestantes, el cristo del Islam,; los cristos de las sectas, como por ejemplo, Sergei Torop, arrestado en Siberia por daños psicológicos y físicos, que tenía y tiene miles de seguidores y decía ser la reencarnación de Cristo[1]; David Koresh, el fundador de la secta de los davidianos, que finalizó en una tragedia, con la muerte de casi treinta niños y cincuenta adultos; el fundador de la secta Templo del Pueblo, el auto-proclamado pastor Jim Jones, que provocó un asesinato o un suicidio masivo en Guyana[2]; el fundador de la secta “Creciendo en gracia”, José Luis de Jesús Miranda, que decía ser tanto Cristo como el Anticristo y se identificaba con el número 666[3]; el fundador de la secta “Nxvim”, Keith Rainiere, en México, quien también afirmaba ser cristo[4]; el cristo o mesías del judaísmo, como el que ha aparecido en estos días en Israel, un rabino llamado Shlomo Yehuda, al que le atribuyen decenas de curaciones milagrosas[5], sostenido política y religiosamente por el Sionismo Religioso, partido político de rabinos ultraortodoxos judíos[6]. Como estos ejemplos, podríamos continuar casi al infinito, exponiendo los casos de quienes se presentan como “otros cristos”, todo lo cual nos da una señal que indica que se está llevando a cabo una de las señales dada por el mismo Cristo en Persona y que indicarían que su Segunda Venida está cerca y es precisamente la aparición de falsos cristos.

          “Muchos vendrán usando mi Nombre diciendo: “Yo Soy”, no los sigáis”. Para no caer en el engaño de los falsos cristos y del Anticristo, debemos saber que el Verdadero y Único Cristo es el Cristo de la Iglesia Católica, el Cristo Eucarístico, la Segunda Persona de la Trinidad, encarnada en la humanidad de Jesús de Nazareth, que continúa y prolonga su Encarnación en la Eucaristía. El que no conozca a Cristo en la Eucaristía, será engañado por el Anticristo, de ahí la necesidad imperiosa, urgente, de hacer adoración eucarística, de rezar el Santo Rosario, de hacer penitencia, para que la luz de la gracia, la luz del Espíritu Santo, nos ilumine el intelecto y el corazón y nos de el verdadero conocimiento del verdadero Cristo, para no ser engañados por los falsos cristos y sobre todo, por el Anticristo. Es urgente e imperiosa la conversión eucarística del alma, la conversión del corazón y del ser al Verdadero y Único Cristo, el Cristo Eucarístico.

miércoles, 2 de noviembre de 2022

“Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo C - 2022)

         “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos” (Lc 10, 20-27). La afirmación de Jesús se da en el contexto de la pregunta de los saduceos, que niegan la resurrección de los muertos, acerca de un hipotético caso en el que una mujer se casa con siete hermanos y los siete mueren; la pregunta de los saduceos es de quién será esposa la mujer, si ha estado casada con los siete y esto es solo para tender una trampa a Jesús y así poder seguir negando la resurrección de los muertos.

         El tema del Evangelio nos lleva a considerar no solo la resurrección, sino lo que la fe católica denomina “postrimerías”, es decir, muerte, juicio particular, purgatorio, cielo e infierno. Este tema es de particular importancia, dada la enorme cantidad de errores y de herejías que se han introducido dentro del seno mismo de la Iglesia Católica en relación a lo que sucede en la muerte y luego de ella. Uno de los errores más frecuentes es el de considerar que todo el que fallece, va directamente al Cielo y así es frecuente escuchar decir que fulano o fulana “han partido a la Casa del Padre”, como si el hecho de morir los condujera directamente al Reino de los cielos, lo cual es falso y temerario de afirmar; este error está reforzado por la introducción, dentro de los católicos, de una terminología confusa, que contribuye a difundir el error: en efecto, ahora, en vez de decir que fulano o fulana “ha fallecido”, se dice erróneamente: “ha cumplido su Pascua”, dando a entender falsamente que, al igual que la Pascua de Jesús, que lo condujo a la resurrección, así también cualquier fiel que muera, en el estado en el que se encuentre su alma, también “cumplirá su Pascua”, es decir, resucitará y resucitará para el Reino Dios, porque aquí también hay que señalar otro error y es el de creer que sí, hay resurrección, pero que todos vamos al Cielo, sin importar la vida de pecado o de gracia que hayamos llevado aquí, porque el Infierno no existe o si existe, está vacío, de modo que nadie va al Infierno porque “Dios es tan misericordioso, que no condena ni castiga a nadie”. Todos estos son errores gravísimos en la fe católica, que afectan directamente nuestro día a día, porque si esto fuera verdad, que todos nos salvamos, que no hay Infierno, que Dios no castiga el pecado, la injusticia y la impenitencia, entonces todos podemos hacer aquí en esta vida terrena literalmente todo el mal que deseemos hacer -mentiras, violencias, adulterios, robos, homicidios, estafas, engaños, etc.-, sin que nos importe demasiado, porque Dios no nos va a pedir cuentas, no nos va a castigar, y todos nos vamos a salvar. Esto es un gravísimo error, una enorme herejía y una falsificación completa de la Santa Fe Católica acerca de las postrimerías.

         ¿Qué es lo que nos enseña la Iglesia Católica en relación a las postrimerías? Nos enseña que, inmediatamente después de la muerte -de la separación del alma y del cuerpo-, mientras el cuerpo es dejado aquí para ser velado y sepultado, el alma es llevada de inmediato ante la Presencia de Dios, para recibir el Juico Particular, en el que se decide el destino eterno del alma, según sean sus obras libremente realizadas: el Cielo, si sus obras fueron buenas y el alma murió en gracia, o el Infierno, si sus obras fueron malas y la persona murió impenitente, en pecado mortal, sin arrepentirse de sus pecados. El Purgatorio está reservado para quien murió en gracia, pero con pecados veniales, de manera que necesita ser purificado por el fuego antes de poder ingresar en el Reino de los cielos.

         “Dios no es Dios de muertos, sino de vivos”. Los católicos no solo creemos en la resurrección de los cuerpos, sino que creemos también que esa resurrección puede ser para la salvación eterna o para la condenación eterna en el Infierno. Por supuesto que deseamos salvar nuestras almas, para ello, debemos hacer lo que Jesús nos dice: abrazar la Cruz de cada día, seguirlo a Él por el Camino del Calvario, vivir en gracia, frecuentar los Sacramentos, sobre todo Confesión y Eucaristía y obrar la misericordia según nos enseña la Iglesia. De esa manera, acompañados por nuestra Abogada celestial, nuestra Madre del Cielo, la Virgen, estaremos seguros de atravesar el Juicio Particular, para luego ingresar, con el cuerpo y el alma glorificados, al Reino de Dios, en donde adoraremos, en la alegría sin fin, al Cordero de Dios, por toda la eternidad.