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lunes, 13 de marzo de 2023

“Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento”

 


(Domingo IV - TC - Ciclo A – 2023)

          “Jesús devuelve la vista a un ciego de nacimiento” (Jn 9, 1-41). En este episodio del Evangelio, Jesús realiza un milagro por el cual le da la vista a un ciego de nacimiento. Se puede considerar, por un lado, el milagro corporal, que pertenece al orden de lo natural y por otro lado, su significado y trascendencia sobrenatural.

          Desde el punto de vista natural, el no vidente lo es desde nacimiento, con lo cual, muy probablemente, haya nacido con atrofia de las estructuras ópticas que hacen posible la visión en el ser humano: por ejemplo, podría ser una atrofia bilateral de los nervios ópticos, atrofia o ausencia bilateral de las retinas, lesiones graves al momento de nacer, producidas en la corteza cerebral relacionada con la visión, etc. Es decir, los problemas anatómicos y funcionales causantes de una ceguera congénita pueden ser múltiples y de variada naturaleza y algunos, de tal gravedad, que la ciencia, ni hoy ni en ningún momento, sería capaz de solucionar. Sin embargo, Jesús, con la sola indicación al no vidente de que se lave el rostro luego de que Él le pusiera barro en los ojos, le devuelve la vista al ciego. Esto supone un milagro de magnitudes difíciles de imaginar: supone la reconstrucción o mejor, la creación, de la nada, de las estructuras ópticas atrofiadas, lesionadas gravemente o incluso inexistentes en el no vidente, algo que la ciencia médica humana jamás podrá hacer, cualquiera sea el grado de desarrollo que logre alcanzar la ciencia. Pero Jesús, que a la vista de todos aparece como “el hijo del carpintero”, que tiene el mismo oficio de su padre adoptivo, el ser carpintero, concede la vista plena a quien no la poseía.

          La razón del milagro está en la condición divina de Jesús: Jesús es Dios, en cuanto tal, es omnipotente, omnisapiente y todavía más: en cuanto Dios, es Él el creador del ser humano, tanto de su alma espiritual como de su cuerpo material; Él es el creador de la anatomía y de la fisiología de todos los seres vivos, incluido el hombre y es aquí en donde radica la explicación del porqué Jesús puede devolver la vista al ciego de nacimiento: simplemente porque es Dios y en cuanto Dios, Él crea de la nada y crea, con precisión científica, lo que los científicos, luego de miles de años, llegarán apenas a descubrir una ínfima parte de su anatomía y de su funcionamiento. De esto se desprende, como al pasar, la absoluta incongruencia de quien se dice ser científico y, porque es científico, se proclama ateo: ¿cómo se puede ser ateo, si el hecho científico que se estudia, ha sido creado con precisión científica por parte de Jesús, Dios Creador?

          El otro aspecto que se debe considerar en este milagro, además de la omnipotencia y de la omnisciencia de Jesús, es el significado sobrenatural: el ciego de nacimiento representa al hombre que, espiritualmente y a causa del pecado original y de su propia condición humana, es incapaz de ver, con la luz de la razón, a Dios y a sus misterios, principalmente el misterio de la constitución íntima de Dios como Uno y Trino y el misterio de la Encarnación de la Segunda Persona de la Trinidad en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. La ceguera corporal es símbolo de la ceguera espiritual, que impide ver los misterios de la salvación expresados y manifestados en la Vida, Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; la ceguera corporal es símbolo de la ceguera espiritual que impide ver, tanto la Encarnación del Verbo de Dios en el seno virgen de la Madre de Dios, como la prolongación de la Encarnación en el seno de la Iglesia, el altar eucarístico, por obra del Espíritu Santo, en la Eucaristía.

          Y así también, como la ceguera del ciego de nacimiento solo podía ser curada y revertida por el poder de Jesús, así también la ceguera del alma, que impide ver a Jesús Presente en el Santísimo Sacramento del altar, solo puede ser curada por el poder de la gracia santificante del mismo Señor Jesús, nuestro Dios y Redentor.

          Pidamos entonces la gracia de ser sanados de nuestra ceguera espiritual, a fin de que seamos capaces de ver, con los ojos del alma iluminados por la fe, a Jesús Eucaristía, Luz del mundo y, como el ciego del Evangelio, luego de recobrada la vista, nos postremos en adoración ante su Presencia Eucarística.

domingo, 15 de febrero de 2015

“‘Si quieres, puedes curarme’ (…) ‘Lo quiero, quedas curado’ ”.


(Domingo VI – TO – Ciclo B – 2015)

Si quieres, puedes curarme’ (…) ‘Lo quiero, quedas curado’ ”. (cfr. Mc 1, 40-45). Un leproso se acerca a Jesús, le implora la curación y Jesús lo cura inmediatamente. La escena evangélica, además de ser real, tiene un significado simbólico: la lepra, una enfermedad que provoca graves deformaciones en el cuerpo, es una representación del pecado. Lo que la lepra produce en el cuerpo, así el pecado en el alma, solo que en un grado infinitamente peor, ya que lo el pecado destruye no es algo material, como el cuerpo, sino algo espiritual, el alma. La lepra es producida por un microorganismo que produce inflamación y destrucción de los tejidos y eso es lo que explica que la persona quede deformada en su rostro, sus dedos, sus manos, sus pies. Ahora bien, el pecado provoca un daño infinitamente más grave, ya que se introduce en el alma y la destruye desde su raíz: el pecado –cualquier pecado, pero sobre todo, el pecado mortal-, surge como un deseo malo que crece desde el fondo del corazón del alma y termina por inundar toda el alma, infectándola con su malicia y oscuridad y apartándola de la luz de Dios y de su bondad. El daño producido por el pecado en el alma es real, y así como el cuerpo invadido por el bacilo de la lepra ya no es más el mismo de antes al haber perdido su figura y su belleza naturales, así el alma, infectada por el pecado, ya no es más la misma.
Pero el pecado es un misterio que no puede ser considerado si no es a la luz de otro misterio, el misterio de la gracia: así como el pecado invade toda el alma, oscureciéndola e infectándola y alejándola de Dios, así la gracia es como una luz que, viniendo de lo alto, del seno mismo de Dios Trino, ingresa en el corazón del alma quitando el pecado que en ella anidaba, concediéndole una hermosura sobrenatural, iluminándola con la luz misma de Dios Trino, convirtiéndola en una imagen y en una copia viviente de la luz de Dios, Jesucristo.
Dos misterios entonces pueden transformar al alma: el pecado, que como un gusano crece y se reproduce y desde el corazón del alma infecta toda el alma separándola de Dios, y la gracia que, viniendo desde lo alto, la convierte en una imagen luminosa de Jesucristo. De los dos, primero está la gracia, concedida por amor y misericordia por Jesucristo desde su Corazón traspasado en la cruz; el pecado surge en segundo término, como reacción de rechazo a la gracia; es un rechazo voluntario a la misericordia y al amor del Hombre-Dios, que infunde su Amor desde Corazón abierto en la cruz; de ahí que el pecado sea un “misterio de iniquidad”, porque se trata del rechazo de la misericordia de Dios, derramada como sangre y agua por Jesús desde la cruz y ofrecida bajo el velo sacramental en la Eucaristía. A diferencia de la lepra, una enfermedad infecto-contagiosa que se contrae involuntariamente, de nuestra libre voluntad depende –no depende ni de Dios ni del diablo- o el infectarnos y llenarnos de los gusanos del espíritu, los pecados, o bien dejarnos iluminar por la luz que brota del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Mucho más que la compasión, al curar al leproso, el Hombre-Dios le comunica su Amor, que es luz y por eso es que el alma que se acerca a Cristo queda iluminada por Él; de ahí que el alma que de Él se aleja, viva en las tinieblas. Es por esto que Jesús no solo quiere quitarnos la lepra del pecado –Él es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, y quita nuestros pecados con su Sangre derramada en el Santo Sacrificio de la Cruz, sacrificio que se renueva de modo incruento y sacramental en la Santa Misa-, sino que quiere concedernos la luz de su Amor, y para eso se nos dona en Persona en la Eucaristía.

jueves, 8 de mayo de 2014

“¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”


“¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?” (Jn 6, 51-59). Cuando Jesús les dice que quien “no coma su carne y no beba su sangre no tendrá la Vida eterna”, los judíos se escandalizan y se preguntan entre sí: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”. Lo que sucede es que están pensando en términos humanos y materiales; interpretan las palabras de Jesús según sus mentes humanas, y la mente humana es demasiado limitada y estrecha en relación a la mente divina y es incapaz, de modo absoluto, de trascender y penetrar los misterios divinos. Cuando Jesús les dice a los judíos que Él es el Pan vivo bajado del cielo les está anticipando el misterio de la Eucaristía y cuando les dice que quien no coma su Carne y beba su Sangre, les está anticipando el misterio de la Santa Misa, misterio por el cual literalmente el hombre come la Carne del Cordero de Dios y bebe su Sangre, obteniendo de esta Carne y de esta Sangre, asadas en el Fuego del Espíritu Santo, la Vida eterna, la Vida misma del Ser trinitario, la Vida misma de Dios Uno y Trino.
Lo que los judíos no pueden entender es que Jesús les dice que Él es el Pan Vivo bajado del cielo, pero que debe ser aún cocido en el Fuego del Espíritu Santo; lo que los judíos no pueden en absoluto trascender ni vislumbrar es que Jesús les dice que deben comer su Carne y su Sangre, que son la Carne y la Sangre del Cordero de Dios, pero no todavía, sino cuando su Carne y su Sangre sean asados en el Fuego del Espíritu Santo, en el ardor de la Pasión; cuando su Carne y su Sangre hayan pasado por la tribulación de la Pasión y la gloria divina que en sí mismos contienen, se manifiesten y queden glorificados; lo que los judíos no entienden es que deben comer la Carne y la Sangre del Cordero de Dios glorificados en la Eucaristía, tal como aparecen, ocultos a los ojos del cuerpo, pero visibles a los ojos de la fe, en la Santa Misa de la Iglesia Católica, y es por eso que se escandalizan y se preguntan unos a otros: “¿Cómo puede este hombre darnos a comer su carne?”.
Pero no solo los judíos del tiempo de Jesús se escandalizan del misterio eucarístico; muchos católicos de nuestros días, también se escandalizan y se muestran incrédulos ante el misterio de la Eucaristía y se preguntan: “¿Cómo puede ser que un simple pedazo de pan sean la Carne y la Sangre del Cordero de Dios?”.

Los que vivimos de la fe de la Santa Iglesia Católica, sabemos que la Eucaristía es el Pan Vivo bajado del cielo, que contiene la Carne, la Sangre, el Alma, la Divinidad y el Amor del Cordero de Dios, Cristo Jesús.

martes, 17 de julio de 2012

Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños




“Te alabo, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y las has revelado a los pequeños”. Lo que Dios Padre oculta a los sabios del mundo, es decir, a aquellos que afirman no tener necesidad de Dios y de sus Mandamientos, son los misterios del Reino, los cuales aparecen, a los ojos de los auto-suficientes y soberbios, invisibles a los ojos del cuerpo e inalcanzables para la capacidad de la razón natural.
Así, para los sabios del mundo, la Santa Misa se presenta como una ceremonia religiosa rutinaria, vacía de sentido, o con un sentido puramente moral, mientras queda oculto a sus ojos su condición de sacrificio del altar, que renueva de modo incruento el sacrificio del Calvario; para los grandes del mundo, el camino desde el hogar hasta la Misa, que es el camino para ir al Cielo, aparece como algo fatigoso, duro de andar, a la par que el camino para la televisión, el fútbol, el partido político, y cuanta diversión aparezca, se hace fácil y agradable de andar, aunque después termine de improviso en un abismo que no tiene fin; para los grandes del mundo, las virtudes de Cristo, la caridad, la humildad, la paciencia, la pobreza evangélica, se muestran como necedades propias de mentes atrasadas, al tiempo que los vicios y pecados, como la soberbia, la vanagloria, la codicia, la lascivia, la ira, la gula y la pereza, disfrazados de vivos colores y de sabores agradables, se ofrecen tentadores al alma que, enceguecida, corre tras ellos para beber su amargo veneno.
Finalmente, para los sabios del mundo, la Sabiduría de Dios, que se manifiesta en todo su esplendor en la Cruz de Cristo y en Cristo Eucaristía, aparece como locura y necedad, porque no entienden cómo se puede adorar a un hombre fracasado, que muere solo y abandonado de todos, menos de su madre, y no entienden cómo se puede creer que ese mismo Hombre, resucitado, sea Dios y esté vivo en algo que parece pan.
Lo que Dios Padre oculta a los sabios del mundo, los misterios de su Hijo Jesucristo, lo revela a los pequeños, a los que no cuentan nada para los hombres, por medio de su Espíritu Santo.