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martes, 9 de septiembre de 2014

“Jesús subió a la montaña a orar (…) luego eligió a sus discípulos (…) expulsó demonios y curó a la multitud”


“Jesús subió a la montaña a orar (…) luego eligió a sus discípulos (…) expulsó demonios y curó a la multitud” (Lc 12, 6-19). El Evangelio nos relata que Jesús “subió a la montaña y pasó toda la noche” en oración. El hecho de “subir a la montaña” tiene un sentido simbólico, porque significa que el hombre asciende, sube, al encuentro, solitario, con Dios; además, se trata de un ascenso arduo, difícil, puesto que escalar una montaña nunca es una tarea fácil, y tampoco lo es la oración en tiempos de sequedad y aridez, simbolizados en la ascensión. Además de la idea implícita de sacrificio, el ascenso a la montaña significa también anhelo y deseo de encuentro a solas con Dios y este encuentro se produce mediante la oración.
El hecho de que la oración de Jesús se realice en horas de la noche también tiene un significado simbólico, porque la noche es el momento en el que el hombre está más desprotegido frente a las acechanzas del espíritu maligno que aprovecha, de modo artero y traicionero, la situación de reposo fisiológico y la disminución natural del estado de vigilia para atacarlo con alevosía; entonces Jesús reza de noche para advertirnos que debemos recurrir a la protección divina, único auxilio eficaz contra los arteros ataques del enemigo de las almas; pero Jesús reza de noche para indicarnos que también de noche el alma debe unirse a Dios por la oración, lo mismo que en el estado de vigilia, puesto que Dios es su Creador, y a Él le pertenecen la noche y el día, el tiempo y la eternidad, el cuerpo y el alma, el reposo y la vigilia, y el ser humano debe dirigirle, con todo su acto de ser, alabanzas en todo momento, de día y de noche, despierto y acostado. Al rezar de noche –“toda la noche”, dice el Evangelio-, Jesús nos enseña que el alma debe alabar y adorar a Dios, su Creador, Redentor y Santificador, tanto de día como de noche, tanto en el reposo como en la vigilia, y que esta alabanza debe ser continua, perpetua, eterna, sine die, sin tiempo, todo el tiempo. En este sentido, la Adoración Eucarística Nocturna y las oraciones nocturnas de los monjes conventuales, son ejemplos vivientes de la alabanza que la Iglesia tributa a Dios Uno y Trino, de día y de noche, sin cesar, y que lo hará hasta el fin de los tiempos.
Pero además, la oración de Jesús significa otra cosa: que la oración -es decir, la unión con Dios por medio de la oración-, por medio de la cual obtiene el hombre de Dios todo lo que de Dios necesita –luz, amor, sabiduría, gracia, vida, fortaleza, templanza, paz, prudencia, consejo-, debe preceder, necesariamente a la acción, a toda acción del hombre, y con mucha mayor razón, si esta acción es una acción apostólica o, si se quiere, misionera. En otras palabras, no puede haber ninguna actividad apostólica o misionera de la Iglesia, que no esté precedida por la oración; de lo contrario, se cae en un activismo, que no es otra cosa que una pura acción humana, que no conduce a Dios, ni proviene de Dios; es decir, es una actividad o activismo no guiado por el Espíritu Santo, y por lo tanto, es necesario pedir el don de la oración, para que nuestra actividad apostólica y misionera esté siempre guiada por el Espíritu Santo y no por nuestro propio “yo”.
“Jesús subió a la montaña a orar…”. Por último, el momento más importante de oración en el cristiano, es la comunión eucarística, porque en ella se cumple la oración de la montaña: en ella, el alma asciende a lo más alto a lo que puede aspirar la creatura, porque al unirse al Cuerpo Sacramentado de Cristo, el Espíritu Santo la une al Padre; en la comunión eucarística, el alma está sola, en su relación con Dios Uno y Trino; y puesto que la comunión eucarística es el fruto del sacrificio de la cruz de Cristo, y como los méritos de este sacrificio se aplican al cristiano que comulga en gracia, lo que se pide en esta oración se obtiene, porque Dios Trino lo escucha como pedido por el mismo Jesús en Persona. Los cristianos deben, por lo tanto, aprovechar la comunión eucarística, como el momento sublime de máxima oración. 


miércoles, 6 de febrero de 2013

“Navega mar adentro y echa las redes”



(Domingo V - TO - Ciclo C - 2013)
         “Navega mar adentro y echa las redes” (Lc 5, 1-11). A pesar de que Pedro y los demás pescadores han pasado la noche intentando pescar en vano Jesús, contra toda lógica y sin tener en cuenta el cansancio de los pescadores, le ordena a Pedro navegar mar adentro y echar las redes. Pedro pretende hacerle ver a Jesús que han pescado toda la noche, pero obedece el mandato de Jesús. Para sorpresa y admiración de todos, la pesca es tan abundante, que las barcas amenazan con hundirse.
         En este episodio de la pesca milagrosa cada elemento tiene un sentido y un significado sobrenatural: la barca es la Iglesia; Pedro y los pescadores, el Papa y los cristianos; el mar es el mundo y la historia humana; los peces, son los hombres; la pesca de noche, es el “activismo”, o el trabajo apostólico de la Iglesia sin Cristo, basado en las solas fuerzas humanas, destinado desde el inicio al fracaso; la pesca milagrosa, de día y bajo las órdenes de Cristo, significa la misión de la Iglesia, que es fructífera sólo cuando confía en Cristo y su gracia; los peces que no son pescados a la noche, son los hombres a los que el mensaje evangélico no les llega, debido al activismo de los religiosos, que piensan que con sus esfuerzos, sin contar con Dios, lograrán conquistarlos; los peces en la red simbolizan a los hombres que ingresan en la Iglesia por la gracia santificante, que bendice el esfuerzo humano por inculturar el Evangelio. El activismo religioso, representado en la pesca infructuosa, es la actitud más peligrosa para la Iglesia, porque el religioso enfermo de activismo, es decir, que hace apostolado sin oración y sin contar con la gracia de Dios, se comporta en el fondo como un ateo, con lo cual pervierte la esencia de la religión, que es unir al hombre con Dios en el Amor; el religioso activista –y pueden existir instituciones enteras contagiadas y enfermas de activismo- se convierte así en una paradoja, en un ser monstruoso: un “ateo religioso”, que niega a Dios con su misma religión.
         El episodio nos muestra entonces el valor de la fe en Jesús, demostrada por Pedro, como Vicario de Cristo, que obedece a pesar de que humanamente la empresa no parece ser éxito. Si hubiera razonado humanamente, si hubiera confiado en su sola razón, sin abandonarse en Dios –cuyos designios son insondables, como el mar en el que debe adentrarse-, Pedro no habría logrado nunca pescar tal cantidad de peces, porque humanamente todo era contrario: ya habían intentado pescar toda la noche, hora propicia para la pesca; en consecuencia, estaba suficientemente demostrado que el lugar no era el adecuado; se habían empleado todos los medios y todos los hombres necesarios para la tarea, y todo había resultado un fracaso; por lo tanto, nada justificaba el intentar con la pesca.
         Pero Jesús no se detiene en las consideraciones humanas, y no por temeridad o desconocimiento, sino porque Él es Dios; Él es el Creador de los peces; Él es Creador del mar en donde se encuentran los peces; todo el universo le obedece al instante; basta que Él solamente lo desee, y los peces acudirán en número incontable, como de hecho sucede, a las redes. Jesús, en cuanto Dios, sabe qué es lo que sucederá; sabe que los peces le obedecerán y llenarán las redes, porque todo el Universo le obedece como a su Dios y Creador.
         Todo el Universo le obedece, pero menos el hombre, que dotado de inteligencia y libertad, haciendo mal uso de esos dones, se ha rebelado contra su Creador, siguiendo en esa rebelión al ángel caído, el Príncipe de la mentira, el Homicida desde el principio.
         En este sentido, la obediencia de Pedro, basada en la fe en Cristo como Palabra eterna del Padre, representa la obediencia de la Iglesia, en donde se origina la Nueva Humanidad, la Humanidad nacida por la gracia y convertida en hija adoptiva de Dios. La fe de Pedro en la Palabra de Jesús repara, de esta manera, la desobediencia original de Adán y Eva, y si estos por la desobediencia perdieron todos los dones, la Iglesia, por la obediencia a Cristo, obtiene esos dones y más todavía, porque por la gracia redime a la humanidad perdida, Redención a su vez simbolizada en los peces que quedan atrapados en la red.
           “Navega mar adentro y echa las redes (...) Si tú lo dices, echaré las redes”. El episodio evangélico nos deja entonces como enseñanza que nuestra fe en Cristo debe ser como la fe de Pedro, el Vicario de Cristo. Si queremos saber en quién tenemos que creer y cómo tenemos que creer, lo único que debemos hacer es mirar al Santo Padre, el Vicario de Cristo y creer en quien cree él y como cree él. El Papa es nuestro modelo de fe en Cristo, el Hombre-Dios, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad encarnada en una naturaleza humana, y es modelo de cómo debe ser nuestra fe en Cristo en todo momento: creer contra toda esperanza en la Palabra de Dios, aún cuando parezca humanamente que todo está perdido: "Si Tú lo dices, echaré las redes".           
         “Navega mar adentro y echa las redes”. Pedro y la Iglesia, simbolizados en la barca que se adentra en el mar, son enviados por Cristo, Palabra eterna del Padre; el envío misional de Pedro y de toda la Iglesia, se produce luego del encuentro con Cristo, Palabra encarnada del Padre, y el éxito -la salvación eterna de los hombres- está garantizado desde el inicio, desde el momento en que la misión está bajo la guía de Jesucristo y su Espíritu, y no bajo el mero esfuerzo humano del hombre sin Dios.
Este envío luego del encuentro con Cristo está anticipado en el Antiguo Testamento, en el episodio del profeta Isaías: es enviado a misionar luego de ser purificados sus labios con una brasa ardiente, símbolo de la Eucaristía. De la misma manera a como el profeta Isaías es enviado a la misión –“Aquí estoy, envíame”- luego de que sus labios son purificados por el contacto con la brasa ardiente tomada del altar con las pinzas, por el ángel de Dios, así el creyente que asiste a la Santa Misa es enviado a la misión, al mundo, al finalizar la Misa, luego de recibir el Ántrax o Carbón ardiente, nombre dado por los Padres de la Iglesia al Cuerpo de Cristo. Y si el profeta Isaías se enciende en ardor misionero –“Aquí estoy, envíame”, le dice a Yahvéh- y es enviado a misionar luego de ser purificados sus labios con una brasa, con cuánta más razón el cristiano debe ver encendido su ardor misionero, desde el momento en que no son sus labios los que son purificados por una brasa ardiente, sino que su corazón es abrasado en el Amor divino, al entrar en contacto con el Carbón ardiente, el Ántrax, el Cuerpo de Jesús resucitado en la Eucaristía. Inflamado su corazón en el Amor de Dios, comunicado por la Eucaristía así como el fuego del leño se comunica al pasto seco y lo hace arder, así el cristiano debe decir a Dios: “Aquí estoy, envíame al mundo, a proclamar tu Amor”. Así, enviado por la Palabra de Dios, navegará mar adentro, en el mundo y en la historia de los hombres, y bajo la guía del Espíritu de Dios, obtendrá algo más grande que pescar abundantes peces: obtendrá la salvación eterna de muchas almas.

martes, 8 de enero de 2013

Pensaron que era un fantasma



“Pensaron que era un fantasma” (Mc 6, 45-52). Los discípulos se encuentran en la barca, con viento en contra, “remando penosamente”, por lo que Jesús, que se encuentra en tierra firme, se acerca a ellos caminando sobre el mar. Al verlo, los discípulos “comienzan a gritar pensando que era un fantasma”. Los discípulos se calman cuando Jesús sube a la barca y les dice: “No teman, Soy yo”.
El episodio es revelador de la situación de muchos cristianos en la Iglesia: la barca representa a la Iglesia, que sin Cristo en ella, “rema penosamente” en el mar encrespado, símbolo del mundo y de las tenebrosas fuerzas del infierno, que buscan hundirla; los discípulos en la barca, remando con mucho esfuerzo pero sin avanzar, son los cristianos que creen que en la Iglesia son ellos y no Cristo quien gobierna; representan a aquellos cristianos que creen que con sus solas fuerzas humanas, y por sus trabajos, serán capaces de conquistar el mundo, olvidando las palabras de Jesús: “Sin Mí nada podéis hacer”. Pero lo más sorprendente del episodio es la reacción de los discípulos ante la vista de Jesús que viene hacia ellos caminando sobre las aguas: al verlo, “comienzan a gritar”, porque “pensaron que era un fantasma”. Sorprende esta reacción, porque demuestra, por parte de los discípulos, un desconocimiento acerca de Jesús, lo cual no se justifica, porque formaban del grupo selecto que lo acompañaba todo el día en su misión, y por lo tanto eran testigos de su poder divino, manifestado en sus milagros de todo tipo y en su capacidad de expulsar demonios con el solo mandato de su voz.
Este desconocimiento de Cristo –lo confunden con un fantasma, siendo Él el Hombre-Dios-, se deriva de la presunción, nacida a su vez del orgullo, de pensar que en la Iglesia todo depende del esfuerzo humano, prescindiendo de Cristo y de su gracia. La confianza necia en las propias fuerzas, lleva al activismo –representado en el “remar penosamente”, esto es, sin avanzar-, al tiempo que elabora una imagen distorsionada de Dios, y cuando este se manifiesta con su poder y con su obrar milagroso, se lo desconoce, tal como les sucede a los discípulos, que confunden al Cristo real con un fantasma.
“Pensaron que era un fantasma”. Muchos en la Iglesia, repiten la actitud de los discípulos en la barca, y viven como si Cristo fuera un fantasma, como si su Presencia eucarística fuera un mero recordatorio, y esto se debe a una crisis de fe, la mayoría de las veces, culpable; muchos en la Iglesia creen no en Cristo, Hombre-Dios, Presente en Persona, con su Cuerpo resucitado, en la Eucaristía, sino en un Cristo fantasmagórico, al cual, por ser precisamente un fantasma, no hay que rendirle homenaje, ni cumplir sus mandamientos, y mucho menos perder el tiempo asistiendo a la misa dominical. Para muchos, el Cristo eucarístico es un fantasma, un ser irreal, un personaje de fábula mitológica, cuyo mensaje ha perdido toda vigencia, si alguna vez la tuvo. Pero Cristo no es un fantasma: es Dios Hijo en Persona y está en la Barca de Pedro que es la Iglesia, y está en la Eucaristía, y desde allí nos dice: “Soy Yo, no teman. Crean en Mí. Me he quedado en Prisionero de Amor en el sagrario no solo para calmar las tempestades y tormentas de esta vida, que pasa y termina pronto, sino para llevarlos a la vida eterna, al Reino de los cielos, a la feliz bienaventuranza”.

lunes, 8 de octubre de 2012

“María eligió la mejor parte y no le será quitada”



“María eligió la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 38-42). Jesús va a casa de sus amigos Marta, María y Lázaro. A su llegada, se registran dos modos distintos de reacción en las hermanas: mientras María se queda a sus pies, contemplándolo, Marta se esmera por los “quehaceres de la casa”. Es decir, mientras Marta, frente a la presencia de Jesús, lo deja de lado para poner en orden la casa y atender a los peregrinos, María, olvidándose de todo eso, se arrodilla a los pies de Jesús, para contemplarlo en la quietud.
Las hermanas pueden representar a la vida apostólica, simbolizada en Marta, y a la vida contemplativa, simbolizada en María: mientras la vida apostólica se caracteriza por la acción y la realización de obras exteriores de apostolado, la vida contemplativa, por el contrario, reduce al mínimo estas actividades, para concentrarse en la oración y en la meditación. Las dos hermanas pueden reflejar  también a una misma alma, en dos momentos de su relación con Jesús: en sus ocupaciones diarias –Marta- o en sus oraciones –María-.
Una tercera posibilidad de interpretación, es que el episodio de las dos hermanas, en la que a pesar de las buenas intenciones de Marta, la que recibe el elogio es María, es un alegato contra el activismo, ese afán desmedido por hacer obras apostólicas, una tras otra, sin descanso, pretendiendo abarcar todo lo posible. El activismo, en el fondo, es una herejía, puesto que se basa en el voluntarismo, el cual es, a su vez, una desconfianza en la gracia divina y una confianza exagerada e injustificada en las fuerzas humanas.
“María eligió la mejor parte y no le será quitada”. Con el elogio de la actitud contemplativa y silenciosa, humilde y ardiente de amor de María, Jesús nos quiere hacer ver que la oración tiene precedencia sobre la acción; la contemplación, sobre el obrar; el amor sobre el apostolado, y que sin oración, la contemplación y el amor, toda obra apostólica, aún aquellas mejores intencionadas, no son del agrado de Dios y a nada conducen.