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martes, 1 de julio de 2014

“Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio”


“Toda la ciudad salió al encuentro de Jesús y, al verlo, le rogaron que se fuera de su territorio” (cfr. Mt 8, 28-34). En el episodio de los endemoniados gadarenos, Jesús realiza un exorcismo en el cual los demonios, una vez expulsados de los seres humanos a los cuales atormentaban, van a poseer los cuerpos de unos cerdos, que terminan por precipitarse en un acantilado, muriendo todos ahogados. Sin embargo, lo que llama la atención en el episodio, es la reacción de los pobladores de la ciudad al enterarse del hecho: en vez de agradecerle la liberación, le piden a Jesús que se vaya del lugar.
Es decir, Jesús acaba de liberar a dos de sus conciudadanos del poder de los demonios y los pobladores, en vez de agradecérselo, le piden que se vaya de su ciudad. Es una reacción del todo incomprensible, a no ser que los pobladores, en su mayoría, pertenezcan ellos mismos también a las tinieblas y sean servidores del demonio y, por lo tanto, la presencia de Jesús les sea insoportable. Pareciera que los gadarenos prefieren la compañía de los demonios, a la compañía y Presencia de Jesús y esa es la razón por la cual le piden que se vaya.[1]
La reacción de estos lugareños se parece a la de muchos bautizados de hoy: Jesús solo los ha beneficiado de múltiples formas, concediéndoles la gracia del bautismo, de la Eucaristía, de la Confirmación, del Sacramento de la Penitencia y, sin embargo, estos bautizados, convertidos en neo-paganos, le piden que se retire de sus vidas, de sus existencias, porque su Presencia les resulta insoportable; muchos cristianos le piden a Jesús que salga de sus vidas, porque prefieren las tinieblas a la luz, y lo manifiestan de muchas maneras, una de las más extremas, es la de apostatar no solo formalmente, sino “materialmente”, borrando incluso sus nombres de los libros de bautismos parroquiales, sin darse cuenta que, haciendo así, borran sus nombres del Libro de la Vida que está en el cielo. Al igual que los gadarenos del Evangelio, muchos cristianos, en el siglo XXI, convertidos en neo-paganos, parecen preferir la compañía del demonio a la de Jesús en la Eucaristía.



[1] Cfr., por ejemplo, http://www.drgen.com.ar/2009/03/apostasia-colectiva-argentina/

martes, 26 de febrero de 2013

“El Hijo del hombre será crucificado, pero al tercer día resucitará”



“El Hijo del hombre será crucificado, pero al tercer día resucitará” (Mt 20, 17-28). Jesús profetiza su Pasión, Muerte y Resurrección, su Misterio Pascual, su muerte en cruz, por medio de la cual habría de dar la vida eterna a los hombres.
El Misterio Pascual de Jesús es el evento más grandioso y absolutamente maravilloso que jamás los hombres podrían contemplar: un Dios de infinita majestad y poder que, por Amor incomprensible a los hombres, deja los cielos eternos, se encarna en el seno de una Madre Virgen, asume una naturaleza humana y permite que sobre su naturaleza humana asumida se descargue todo el peso de la Justicia divina, al asumir sobre sí la maldad de toda la humanidad; muere en cruz, destruyendo  con su muerte la muerte de los hombres y resucita al tercer día comunicando de su vida divina a su Cuerpo muerto y a través de él, a toda la humanidad.
El evento pascual de Jesús, su muerte en cruz y su resurrección, debería constituir para los hombres de todos los tiempos el fundamento de su alegría en la tristezas del mundo, su fortaleza en las tribulaciones, su descanso en el arduo vivir diario, su razón de vivir, de existir y de ser. Tanto más, cuanto que el Hombre-Dios renueva su Misterio Pascual en el Santo Sacrificio del altar, la Santa Misa, obrando el Milagro de los milagros, la Eucaristía, por medio de la cual deja sobre el altar eucarístico su Corazón palpitante, lleno de la vida, el Amor, la luz, la paz y la alegría de Dios, para extra-colmar de Amor divino al alma que lo recibe con y con amor en la comunión.
Sin embargo, tanto el misterio pascual de Jesús, como su renovación sacramental en la Santa Misa, pasan desapercibidos no sólo para los paganos, sino ante todo para los católicos, convertidos en su inmensa mayoría en neo-paganos, una especie de paganismo mil veces más tenebroso que el paganismo pre-cristiano, porque se trata del paganismo de quien ha conocido a Cristo –al menos, en la catequesis de Primera Comunión y de Confirmación- y lo ha rechazado, prefiriendo las tinieblas del error, de la herejía, del cisma y de la apostasía, a la refulgente y esplendorosa luz de la Verdad que brilla en la Iglesia.
“El Hijo del hombre será entregado a los paganos, quienes lo crucificarán y lo matarán”. Así como los paganos dieron muerte a Jesús, así los neo-paganos, los católicos que han apostatado postrándose ante los ídolos del mundo -el materialismo, el hedonismo, la política, la diversión desenfrenada, el fútbol, la música indecente, la brujería, el ocultismo-, dan muerte a Cristo nuevamente, todos los días, con su apostasía, crucificando su Cuerpo físico en la cruz y despreciando y pisoteando su Cuerpo resucitado en la Eucaristía.
“El Hijo del hombre será crucificado, morirá en cruz, pero al tercer día resucitará, y donará su Cuerpo resucitado en la Eucaristía, a todo aquel que lo reciba con fe y con amor en la comunión”. Si estas palabras fueran creídas y fueran vividas con fe sobrenatural por los católicos, el mundo sería un Paraíso terrenal, un anticipo del Paraíso celestial.