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lunes, 12 de junio de 2023

“El que cumpla y enseñe los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”

 


“El que cumpla y enseñe los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”. (Mt 5, 17-19). En estos tiempos de anomia, es decir, de ausencia casi total y absoluta de valores morales y espirituales, en donde el obrar bien es visto como sinónimo de atraso propio de épocas pasadas y como signo de debilidad, Jesús nos recuerda no solo los Mandamientos de la Ley de Dios, sino cómo el vivir y cumplir los Mandamientos divinos con un corazón puro y desinteresado, que ama a Dios por sobre todas las cosas, tiene su recompensa en el Reino de los cielos: “El que cumpla y enseñe los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”.

Nuestros días se caracterizan precisamente no solo por no vivir según los Mandamientos de la Ley de Dios, sino por el vivir y cumplir los mandamiento de Satanás, expuestos en Biblia sacrílega satánica. Esto es así porque no hay una posición intermedia: o se cumplen y se viven los mandamientos de la Ley de Dios, o se cumplen y se viven -aunque la persona no se dé cuenta de ello- los anti-mandamientos de la ley satánica, cuyo estandarte principal y primer y más importante mandamietno es: “Haz lo que quieras”. Es decir, deja de lado los mandamientos de ese Dios opresor y libérate y una de las formas de hacerlo es hacer lo que te plazca. Y puesto que el hombre está contaminado con el pecado original, todo lo que amará será concupiscencia de la carne y de los sentidos, lo cual va en una dirección completamente opuesta a la vida eterna que Dios nos tiene preparada en el Reino de los cielos.

 “El que cumpla y enseñe los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”. En nuestros días, en los que prevalece el espíritu anti-cristiano por todas las sociedades de todo el mundo, llevar la Ley de Dios impresas en en la mente y en el corazón, y aplicarlas de forma concreta en el vivir de todos los días, aun cuando parezcan pequeñas cosas, al estar dirigidas por el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios, nos asegura algo que ni siquiera podemos imaginar, debido al esplendor y majestad al que estamos destinados, el Reino de Dios.

martes, 9 de mayo de 2023

“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría”

 


“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría” (Jn 15, 9-11). En estos tiempos en los que abundan los trastornos del ánimo, como la angustia, la depresión, la tristeza, y en los que se acuden al psicólogo y al psiquiatra como si fueran demiurgos capaces de solucionar la crisis existencial del ser humano por medio de sesiones de diván y medicamentos psiquiátricos, Nuestro Señor Jesucristo nos da lo que podríamos llamar la verdadera y única “fórmula” para la felicidad: cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, vivir en su Amor, el Amor de Dios y así el alma se asegura, no de no tener problemas ni de sufrir tribulaciones, sino de poseer la alegría de Cristo, que no es una alegría más entre tantas, sino que es la Alegría de Dios, porque Cristo es Dios.

Muchos, incluso entre los cristianos, dejan de lado los Mandamientos de la Ley de Dios, porque los consideran como “pasados de moda”; muchos, incluso sacerdotes, critican y tildan de “rígidos” a los que tratan de cumplir los Mandamientos, instando a que vivan según sus propios sentimientos, según su propia voluntad. Sin embargo, esta receta, que aparentemente concede “liberación” al alma, lo único que hace, al dejar de lado la Ley de Dios y sus Mandamientos, es esclavizarlas al pecado y el pecado provoca amargura, dolor, soledad, alejamiento de Dios, oscuridad espiritual y tristeza en lo anímico, además de depresión y angustia. Podemos decir, con toda certeza, que la tristeza, la angustia, la depresión, la sensación de soledad, de abandono, de falta de sentido de la vida, se deriva de no seguir el consejo de Jesús, de cumplir los Mandamientos por amor a Él y la consecuencia de esto es que el alma se priva, voluntariamente, de la alegría de Dios. No significa esto que el cumplir los Mandamientos de Dios es la solución instantánea para todos los problemas y las tribulaciones que implican la existencia del hombre en la tierra, pero sí se puede decir que seguir el consejo de Jesús le concede al alma una serena alegría, aun en medio de los más intensos problemas y tribulaciones.

“Cumplan los Mandamientos, vivan en mi Amor y tendrán alegría”. Si el mundo siguiera estos simples consejos de Jesús, la vida en la tierra sería un anticipo de la vida eterna en el Reino de los cielos.

domingo, 10 de octubre de 2021

“Vende todo lo que tienes y sígueme”

 


(Domingo XXVIII - TO - Ciclo B – 2021)

         “Vende todo lo que tienes y sígueme” (Mc 10, 17-30). En el episodio del Evangelio, un hombre rico le pregunta qué tiene que hacer para ganar la vida eterna. Jesús le responde que debe cumplir los mandamientos, sobre todo el primero; el hombre le responde que eso lo hace desde hace tiempo, desde su juventud; entonces Jesús le dice que tiene que desprenderse de “todo lo que tiene” para así “seguirlo”. El hombre, que estaba apegado a sus bienes, se marcha entristecido. Más allá de cómo habrá respondido finalmente esta persona –tal vez recapacitó, lo vendió todo y siguió a Jesús-, lo importante es lo que Jesús le dice acerca de qué es lo que tiene que hacer para llegar al Reino de los cielos: cumplir los mandamientos de la Ley de Dios y además vender todo lo que tiene. La razón es que ésa es la única forma en que el alma puede abrazar la Santa Cruz y seguir a Cristo por el Camino Real de la Cruz, el Via Crucis; sólo así, podrá el alma estar en condiciones de llegar al Reino de los cielos. Si el alma está apegada a los bienes materiales, o si no cumple con los Mandamientos de la Ley de Dios, no puede seguir a Cristo, quien no posee nada material –lo único material que posee y que no es suyo es el leño de la cruz, los clavos de hierro y la corona de espinas- y es en quien también la voluntad de Dios, expresada en la los Mandamientos, se cumple a la perfección.

         “Vende todo lo que tienes y sígueme”. En la respuesta de Jesús al hombre rico debemos ver algo más: este hombre era rico y era bueno, puesto que cumplía con la Ley de Dios, lo cual demuestra que amaba a Dios y el hecho de que se haya puesto triste cuando Jesús le dice que tiene que “vender todo para seguirlo”, no demuestra falta de bondad en él: lo que sucede es que Cristo agrega algo más que la Ley de Dios: para seguir a Cristo, es necesario no sólo ser bueno, sino ser santo y esta santidad la concede Dios a quien lo abandona todo para seguir a Jesús por el Camino de la Cruz. Es decir, hasta Jesús, bastaba con cumplir los Mandamientos, para ser buenos, justos y agradables a los ojos de Dios, pero a partir de Jesús, para entrar al Cielo, se necesita algo más y es el desapego del corazón a todas las cosas de la tierra y esto porque en el Cielo no valen nada las posesiones materiales. En otras palabras, lo que hace aquí, en la tierra, a un hombre rico materialmente hablando, no cuenta nada en el Reino de los cielos, porque en el Reino de los cielos sólo cuenta la santidad, esto es, la gracia convertida en gloria y para esto es necesario el desprendimiento de los bienes materiales. Ahora bien, quien tiene bienes materiales puede desprenderse de ellos de dos maneras: un primer modo es un desprendimiento del corazón, lo cual quiere decir que se tienen los bienes pero para ayudar con ellos a los más necesitados, de manera que su corazón no está apegado a los bienes y es así como obraron los santos a lo largo de la historia, comenzando desde Nicodemo, que prestó su sepulcro nuevo a Jesús, hasta el Beato Pier Giorgio Frassatti, quien era heredero de una inmensa fortuna, pero andaba siempre con los bolsillos vacíos porque todo lo que tenía lo daba a los pobres: esto no demuestra que ser ricos no es un pecado, como lo decía el apóstata y practicante de la hechicería, el comunista Hugo Chávez, quien al mismo tiempo decía que ser rico era algo malo, por debajo de la mesa recibía miles de millones de dólares, que eran propiedad del pueblo venezolano y esto explica que su hija, que no tiene cuarenta años, sea poseedora de una fortuna mal habida de cinco mil millones de dólares; otro ejemplo de riqueza mal habida es Máximo Kirchner, con cuatrocientos millones de pesos sin haber trabajado nunca, o Lázaro Báez-Cristina Kirchner, que poseen más de doscientas sesenta mil hectáreas de tierra, también sin haber trabajado-, o bien puede desprenderse de ellos real y efectivamente, como lo hizo por ejemplo San Francisco de Asís, quien renunció formalmente a su fortuna de heredero para seguir a Cristo por el camino de la pobreza.

         “Vende todo lo que tienes y sígueme”. Cada uno debe encontrar, en la oración y en la meditación ante Jesús Eucaristía, cuál es el modo en el que Jesús quiere que lo siga y actuar en consecuencia. De la forma que sea, no se puede seguir a Cristo si se tiene el corazón apegado a los bienes materiales; hay que pedir la gracia de desprenderse de los bienes materiales y de desear abrazar la Santa Cruz de Jesús, el mayor tesoro que se puede encontrar en esta vida terrena, único Camino que conduce al Reino de los cielos.

viernes, 4 de junio de 2021

“Quien cumpla y enseñe los Mandamientos, será grande en el Reino de los cielos”


 

“Quien cumpla y enseñe los Mandamientos, será grande en el Reino de los cielos” (cfr. Mt 5, 17-19). Todo ser humano tiene deseos de grandeza, por el hecho de haber sido creados por un Dios que es infinito y de majestad infinita. El deseo de grandeza del ser humano es un espejo o un reflejo de la grandeza que posee su Creador, Dios Trino, de grandeza y gloria infinita. Ahora bien, Jesús nos da la fórmula para satisfacer ese deseo de grandeza: cumplir y enseñar los Mandamientos de la Ley de Dios: “Quien cumpla y enseñe los Mandamientos, será grande en el Reino de los cielos”. Esta última parte de la frase de Jesús es muy importante considerarla y reflexionar sobre ella, porque la grandeza que promete Jesús se consigue, por un lado, cumpliendo y enseñando los Mandamientos de la Ley de Dios y por otro lado, se la posee, no en esta tierra, sino en el Reino de los cielos, en la otra vida, en la vida eterna. El cumplir la Ley de Dios y el enseñarla a otros, no es garantía de grandeza en esta vida, porque Jesús no promete una gloria que es terrena, sino que promete la gloria eterna, la gloria de los bienaventurados, la gloria de los que contemplan a la Trinidad cara a cara. La grandeza que promete Jesús no es mundana, terrena, temporal, sino celestial, divina, sobrenatural, eterna y por eso no debemos esperarla en esta tierra, sino en la otra vida. Todavía más, para aquellos que cumplan la Ley de Dios y la enseñen a los demás, les puede esperar toda clase de tribulaciones, como les sucedió a los santos de todos los tiempos, incluidas la persecución y la muerte. Es decir, en esta vida, no debemos aspirar a la grandeza y a la gloria terrenas, sino a la grandeza y a la gloria divinas, que nos será concedida si en nuestra vida terrena cumplimos los Mandamientos de la Ley de Dios y enseñamos a los demás a cumplirlos. Sólo así seremos grandes en el Reino de los cielos, aunque en la tierra seamos pequeños, insignificantes e ignorados por el mundo.

 

jueves, 6 de mayo de 2021

“Como el Padre me ama, así los amo Yo. Permanezcan en mi Amor”

 


“Como el Padre me ama, así los amo Yo. Permanezcan en mi Amor” (Jn 15, 9-17). Antes de sufrir su Pasión y Muerte en cruz, Jesús se despide de sus discípulos en la Última Cena y les da una recomendación, que surge desde lo más profundo de su Sagrado Corazón: que permanezcan en el Amor con el que Él los ha amado, que es el Amor, a su vez, con el que el Padre lo ama desde la eternidad, el Espíritu Santo. Ahora bien, para que esto sea posible, es decir, para que ellos permanezcan en su Amor, es necesario que los discípulos lo demuestren con obras, porque la fe, sin obras, es una fe muerta; en este caso, la obra que Jesús les pide que hagan, con la cual demostrarán el amor hacia Él, es que cumplan los mandamientos de la Ley Divina, los Mandamientos de Dios, sus Mandamientos: “Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi Amor”. En otras palabras, cumplir la Ley de Dios, lejos de ser un rigorismo farisaico, asegura al alma la permanencia en el Amor de Cristo, es decir, en su Sagrado Corazón. Muchos integrantes de sectas anti-cristianas acusan a los católicos que desean cumplir los Mandamientos de la Ley Divina de ser “rigoristas”, “duros de corazón”, “fariseos”, cuando en realidad se trata de todo lo contrario, porque quien desea cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios y pone todo su empeño en esta tarea, obtiene de Dios el Amor Divino, el Espíritu Santo, que es todo lo opuesto a la rigidez y dureza de corazón y al fariseísmo religioso. Por otra parte, quien desea cumplir la Ley de Dios, debe amar a su prójimo, incluido el enemigo, hasta la muerte de cruz, porque así es como nos ha amado Jesús, hasta la muerte de cruz, y eso es lo más opuesto y lejano a la dureza de corazón que pueda haber, de ahí que sea injusto y falso calificar al católico practicante de la Ley de Dios de “fariseo” o “rígido” de corazón.

         “Como el Padre me ama, así los amo Yo. Permanezcan en mi Amor”. Si amamos a Jesús, cumpliremos, o mejor dicho, haremos todo el esfuerzo de cumplir, los Mandamientos de la Ley de Dios: así demostraremos que amamos a Jesús y Jesús, a cambio, nos dará en recompensa lo más preciado de su Sagrado Corazón Eucarístico, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

jueves, 4 de marzo de 2021

“El que cumpla los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”


 

“El que cumpla los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos” (Mt 5, 17-19). De esta frase de Jesús se desprenden dos enseñanzas: por un lado, quien cumpla los Mandamientos de la Ley de Dios, recibirá una gran recompensa, pero no en esta vida terrena, sino en la vida eterna: “será grande en el Reino de los cielos”. Por otra parte, nos enseña que los Mandamientos están para ser cumplidos y que, trascendiendo esta vida terrena y el tiempo humano, son el medio para conquistar el Reino de Dios. 

Ahora bien, lo que debemos comprender es que si Dios da los Mandamientos, no es para que los aprendamos de memoria para aprobar el examen de Primera Comunión y luego archivarlos en la memoria por tiempo indeterminado: si Dios da los Mandamientos, es para que estos se graben a fuego en nuestras mentes y corazones y así constituyan la guía o el faro que nos iluminen el camino que conduce al Reino celestial. Lamentablemente, para muchos católicos, los Mandamientos son sólo una lección a la que hay que aprender de memoria para recibir la Primera Comunión, pero luego los olvidan ahí, en la memoria, por tiempo indeterminado, sin permitir que los Mandamientos sean la luz y la guía de sus vidas. No es indiferente seguir o no seguir los Mandamientos: sin los Mandamientos, el hombre es como un ciego, que no puede encontrar el camino que no solo lo salva de la perdición, sino que le abre las puertas del Reino de Dios; sin los Mandamientos, el hombre es como un enfermo que agoniza y muere, porque muere una doble muerte, la muerte terrena y la muerte eterna. Sin los Mandamientos, el ser humano está irremediablemente perdido, porque por su razón y por su voluntad, heridas por el pecado original, aunque vea el bien y lo desee, no puede llevarlo a cabo y así su alma se pierde irremediablemente.

“El que cumpla los Mandamientos será grande en el Reino de los cielos”. Muchos, tanto dentro como fuera de la Iglesia, culpan de legalistas a quienes sostienen que los Mandamientos deben ser cumplidos –se entiende que “vividos”- si se quiere ganar el Reino de Dios. Sin embargo, al hacer esto, al calificar de legalistas a quienes, a pesar de sus pecados y debilidades, desean vivir los Mandamientos, están acusando, en el fondo, al mismo Dios Uno y Trino de legalista, puesto que en definitiva es Dios Trinidad quien nos dio los Mandamientos de su Ley. 

Por último, si en el orden humano y natural las leyes deben ser cumplidas –a nadie se le ocurriría quebrantar la ley de vialidad que impide circular en contramano por una ruta de alta velocidad, por ejemplo-, mucho más debe ser cumplida la Ley de Dios, puesto que en su cumplimiento está en juego nada menos que la eterna salvación del alma.

domingo, 18 de octubre de 2020

“Estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”

 


“Estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 39-48). Hay una cosa que sabemos y dos que no sabemos: sabemos que indefectiblemente hemos de morir, para ingresar en la vida eterna; no sabemos cuándo será eso, es decir, no sabemos ni el día ni la hora de nuestra muerte personal, ni tampoco sabemos el día ni la hora de la Segunda Venida de Jesús, para el Juicio Final. Con la figura de un padre de familia que está vigilante para que no entre el ladrón y con la figura de un administrador fiel, que se comporta “con fidelidad y prudencia” en la espera del regreso de su amo, Jesús nos anima a estar preparados para ambos momentos, tanto para el momento de la muerte personal, como para el momento del Juicio Final. Si esto hacemos –que no consiste en otra cosa que vivir como hijos de Dios, en estado de gracia, cumpliendo la Ley de Dios y sus Mandamientos y rechazar el pecado-, recibiremos como recompensa el Reino de los cielos, la eterna bienaventuranza.

El siervo malo, que en vez de esperar a su señor, se encarga de maltratar a sus prójimos y de embriagarse y comer desenfrenadamente, representa al alma que, sin la gracia santificante, está dominada por sus pasiones, principalmente la ira y la gula. Esta alma no cree ni espera en la Segunda Venida de Jesús y por eso piensa que los vanos placeres de este mundo son los únicos que existen y se dedica por lo tanto a satisfacer sus pasiones y sus bajos instintos. Ese tal, es quien ha renegado de la fe y ya no espera al Señor Jesús; ese tal, no recibirá recompensa alguna, sino un castigo proporcional a sus faltas, recibiendo la eterna condenación.

“Estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre”. Cada uno es libre de elegir quién quiere ser: si el siervo bueno y fiel, que espera el encuentro definitivo con Jesús y cree en su Segunda Venida en la gloria, o el siervo malo e infiel, que no lo espera porque no cree en Él y por lo tanto ni vive en gracia ni obra la misericordia. En definitiva, de nosotros, de nuestro libre albedrío, depende nuestra salvación o nuestra condenación. Pidamos la gracia de estar siempre atentos a la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesús.

miércoles, 7 de marzo de 2018

“No he venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento”



“No he venido a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento” (Mt 5, 17-19). ¿Qué significan estas palabras de Jesús? Significan que la Ley de Dios, que había sido dada al Pueblo Elegido por medio de Moisés, servía para indicar el pecado, pero no poseía la fuerza para quitar el pecado. Con su Encarnación, el Hijo de Dios le proporciona al hombre la fuerza interior necesaria, por medio de la gracia santificante, para poder cumplir la voluntad de Dios, expresada en la Ley. Jesús no ha venido a traer otros mandamientos, sino que ha venido para darnos la fuerza divina y la sabiduría divina necesarias para poder cumplirlos y así preparar nuestro ingreso en el Cielo. Sin la gracia santificante de Jesús, es imposible cumplir la Ley de Dios, porque es imposible no caer en pecado mortal, según afirma Santo Tomás. De esto se sigue que las prescripciones del Antiguo Testamento son completamente inútiles y carentes de sentido, frente a lo único que da la fuerza de Dios al hombre y es la gracia santificante. Solo con la gracia de Jesucristo, obtenida al precio altísimo de su Sangre derramada en la cruz, puede el hombre cumplir cabalmente la Ley de Dios; sin la gracia de Jesucristo, es imposible y por lo tanto, es imposible la salvación del alma. Es imposible alcanzar la salvación del alma sin los canales de la gracia, los sacramentos de la Iglesia Católica.

viernes, 25 de septiembre de 2015

“Si tu mano, tu pie, tu ojo (…) te apartan de la Ley de Dios, córtatelos, porque más vale entrar sin ellos al Reino de los cielos, que ir con ellos al infierno”


(Domingo XXVI - TO - Ciclo B – 2015)

         “Si tu mano, tu pie, tu ojo (…) te apartan de la Ley de Dios, córtatelos, porque más vale entrar sin ellos al Reino de los cielos, que ir con ellos al infierno” (cfr. Mc 9, 38-43. 45. 47-49). Jesús utiliza imágenes muy gráficas y crudas –cortarse una mano, cortarse un pie, arrancarse el ojo- para que tomemos conciencia de la importancia de lo que está en juego, la vida eterna en el Reino de los cielos y la gravedad que significa perderlo, porque quien pierde el cielo no solo pierde el cielo, sino que gana el infierno, revelado por el mismo Jesús en su existencia, puesto que pronuncia explícitamente la palabra “infierno” y descripto por Él como “el fuego inextinguible (...) donde el gusano no muere y el fuego no se apaga”.
         Cuando Jesús dice: “Si tu mano, tu pie, tu ojo (…) te apartan de la Ley de Dios, córtatelos, porque más vale entrar sin ellos al Reino de los cielos, que ir con ellos al infierno”, lo que hace, por un lado, es revelar los dos destinos eternos que esperan al alma luego de esta vida: el cielo o el Infierno (en comparación con lo que es la realidad del infierno, las imágenes que utiliza Jesús no permiten ni siquiera darnos una idea), porque el Purgatorio es la antesala del cielo, la purificación en el Amor de quienes no murieron con el suficiente amor a Dios en el corazón como para entrar inmediatamente en la contemplación de la Divina Esencia trinitaria.
Con el ejemplo gráfico de auto-amputarse uno la mano o el pie, o de auto-arrancarse el ojo, Jesús no nos anima a hacer esto física y realmente, como es obvio; sin embargo, con la crudeza de esta afirmación, nos quiere despertar espiritualmente para que veamos la realidad del pecado y de la gracia y las consecuencias que se siguen de consentir el pecado y rechazar la gracia, que es la pérdida de la vida eterna: obrar cosas malas, dirigir los pasos hacia malos lugares, mirar con mala intención; todo esto es consentir al pecado y rechazar la gracia. Todo eso impide al hombre el acceso al Reino de los cielos y la eterna bienaventuranza y puesto que el Reino es algo tan maravilloso y dura por toda la eternidad, no vale la pena perdérselo por unos pocos e infames placeres mundanos, que son un parpadear de ojos en comparación con la eternidad.
         Por otro lado, Jesús revela, de modo indirecto, la importancia de cumplir los Mandamientos de la Ley de Dios, porque es a través de los Mandamientos que el hombre obrará de tal manera, que ganará el Reino de los cielos. Por el contrario, si no tiene en la mente y en el corazón los Mandamientos de la Ley de Dios, conservará sus extremidades y su vista en esta tierra –“conservará su vida”-, pero obrará el mal y se apartará de Dios para siempre en el infierno –“perderá su alma” para siempre-. Así vemos que Dios no da los Mandamientos para hacer más difícil la vida del hombre, sino que los da para que sea feliz en esta vida y en la otra.
“Si tu mano, tu pie, tu ojo (…) te apartan de la Ley de Dios, córtatelos, porque más vale entrar sin ellos al Reino de los cielos, que ir con ellos al infierno”. Es obvio que Jesús no nos pide que hagamos esto de modo literal, sino figurado, porque no tenemos necesidad de hacerlo, gracias a su sacrificio en cruz. Ante la advertencia de Jesús de “cortarnos” una mano, un pie, o “arrancarnos” un ojo, para poder entrar en el Reino de los cielos, nos preguntamos: ¿tenemos que cortarnos una mano, para entrar en el Reino de los cielos? No, porque Jesús se dejó clavar sus manos con gruesos clavos de hierro, para que tuviéramos las manos libres para elevarlas en adoración a Dios y para extenderlas en ayuda a los hermanos más necesitados. ¿Tenemos que cortarnos un pie, para entrar en el Reino de los cielos? No, porque Jesús se dejó clavar sus pies por un grueso clavo de hierro, para que nosotros pudiéramos libremente dirigir nuestros pasos no en dirección al pecado, sino en dirección al Nuevo Calvario, la Santa Misa, en donde se renueva sacramental e incruentamente el Santo Sacrificio de la cruz, y para que pudiéramos dirigir nuestros pasos hacia donde se encuentran nuestros hermanos, que necesitan de nuestra misericordia. ¿Tenemos que arrancarnos un ojo para entrar en el Reino de los cielos? No, porque Jesús dejó que sus ojos quedaran cubiertos por la Sangre preciosísima que brotaba de su Cabeza coronada de espinas, para que nosotros viéramos el mundo y las creaturas así como Él las ve desde la cruz, para que las amemos como Él las ama desde la cruz.
“Si tu mano, tu pie, tu ojo (…) te apartan de la Ley de Dios, córtatelos, porque más vale entrar sin ellos al Reino de los cielos, que ir con ellos al infierno”. No necesitamos arrancarnos un ojo, ni cortarnos una mano, ni cortarnos un pie, para apartarnos del pecado y entrar en el Reino de los cielos: lo que necesitamos es querer ser crucificados junto a Jesús, para morir al hombre viejo, para nacer de lo alto, como hijos adoptivos de Dios; necesitamos querer unirnos, de todo corazón y por la gracia, a Jesús en la cruz, para comenzar a vivir, ya en anticipo, la alegría y el gozo del Reino de los cielos.

martes, 25 de marzo de 2014

“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento”

 
“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento” (Mt 5, 17-19). Lo que nos quiere decir Jesús es que no basta con un cumplimiento meramente exterior de la Ley de Dios; no basta con decir: “cumplo con los Mandamientos”, sino que se debe cumplirlos con el corazón, interiormente y en verdad. Jesús ha venido a traernos la gracia santificante, para que podamos cumplir con la Ley Nueva, en “espíritu y en verdad”, y no meramente de modo exterior y superficial. De nada vale cumplir un mandamiento divino, observándolo exteriormente, si en el alma, en el corazón del hombre, hay otra cosa totalmente opuesta. De nada vale el ayuno de un viernes, por ejemplo, si se guarda rencor hacia un prójimo. Es la gracia santificante la que nos permite el verdadero cumplimiento de la Ley, el cumplimiento “en espíritu y en verdad”, porque nos une al Espíritu de Dios y así nos sustrae del peligroso engaño del fariseísmo, verdadero cáncer de la religión, que se conforma con un cumplimiento meramente extrínseco de los preceptos religiosos.

“No he venido a abolir la Ley, sino a dar cumplimiento”. Como cristianos, debemos siempre, permanentemente, pedir la asistencia del Espíritu Santo, para no caer en el fariseísmo, que es el principal enemigo de nuestra propia salvación.

viernes, 31 de agosto de 2012

"Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas"



(Domingo XXII – TO – Ciclo B – 2012)
         “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23). La frase de Jesús explica el origen del mal que hay en el mundo: no es otro que el mismo corazón del hombre. Cuando surgen las preguntas acerca del mal que existe en el mundo, la respuesta está en este pasaje del Evangelio: “Es del corazón del hombre de donde salen todos los males”. Y de esta malicia que surge del hombre, se aprovecha el demonio, el Príncipe de las tinieblas, para acrecentar el mal.
         Cuando sucede una desgracia, surge prontamente la acusación a Dios: “Dios me castiga, Dios no me quiere, y por eso permite que me sucedan estas cosas, Dios se ha olvidado de mí, etc., cuando la realidad es otra muy distinta: los males suceden al hombre porque el hombre se aparta de Dios y de su Ley, pretendiendo hacer su propia voluntad y no la voluntad divina, expresada en los mandamientos de Jesucristo. Y cuando el hombre se aparta de Dios y de sus Mandamientos, pretendiendo ser feliz, sólo consigue su ruina, su desdicha y su gracia, porque fuera de Dios, de su Iglesia y de sus sacramentos, solo hay tristeza, amargura, infelicidad, desdicha, penas, llanto, dolor y muerte.
        Cuando el hombre se aparta de Dios, y todavía más, cuando el católico se aparta de su Iglesia, de sus Mandamientos, de sus preceptos, de sus sacramentos, se aparta de Dios Trino que es Amor, y así separado y apartado de Dios, solo encuentra oscuridad, desdichas, llanto y lamento.
         En otras palabras, cuando el hombre decide vivir sin Dios –sin los Mandamientos de Cristo y de la Iglesia-, piensa el mal, desea el mal y obra el mal -esto es lo que quiere decir el profeta Jeremías cuando dice: "Nada más falso y enfermo que el corazón" (17, 9)-, y así deja de recibir el influjo benéfico de Dios, que es Amor, Paz y Bien infinitos.
Esta separación del católico de su Iglesia lo vemos y lo constatamos todos los días, por la ausencia a la Misa dominical, pero también porque muchos de los que asisten, no se comportan luego en sus vidas cotidianas como los Mandamientos de Dios lo exigen.
         ¿Dónde podemos ver las consecuencias del mal creado y producido por el hombre? En nuestra sociedad de hoy, lo podemos ver en prácticamente todos los ámbitos en los que se desempeña el hombre, porque hoy el hombre ha creado una sociedad al margen de los Mandamientos de Dios.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No tendrás otro Dios más que a Mí”, el hombre se construye ídolos falsos ante los cuales se postra: la televisión, el cine, las estrellas de fútbol, de música, el placer, el dinero, la política.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No tomar el santo nombre de Dios en vano, el hombre se las ingenia para oponerse, editando películas, obras de teatro, de música, blasfemas, en donde se hace burla sacrílega de su Vida y de su Persona, y los ejemplos abundan cada vez más, en todos los ámbitos.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “Acuérdate de santificar las fiestas”, el hombre convierte el Domingo en espacio de jolgorio, de deporte, de juegos, de diversiones.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “Honra a tu padre y a tu madre”, el hombre inventa leyes por las cuales las figuras paterna y materna, del varón y de la mujer, quedan reducidas a la nada.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No matar”, el hombre aprueba leyes que favorecen el aborto, la eutanasia, la fecundación in Vitro, el alquiler de vientres, y muchas otras más, que hacen desaparecer el respeto debido a la ida humana.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No cometer actos impuros”, el hombre justifica, exalta y hace propaganda de toda forma de impureza.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No robar”, el hombre crea una sociedad en la que, por el ejemplo de las series televisivas, se difunden cada vez más los robos, la violencia, los secuestros.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No dar falso testimonio ni mentir”, el hombre construye una sociedad en la que la mentira, la hipocresía, el fingimiento, el engaño, son moneda corriente de todos los días.
         Si el Mandamiento de Dios dice: “No desear los bienes ajenos y la mujer de tu prójimo”, el hombre difunde por televisión, Internet, cine y música, y ahora también a través de leyes civiles, la falsa idea de que la fidelidad matrimonial ya no es esencial al matrimonio, que los esposos pueden separarse cuando quieran –el llamado “divorcio exprés”-, lo cual equivale a la autorización de hecho de la poligamia, del adulterio conyugal, de la infidelidad, y de toda clase de males para el matrimonio, exaltados como si fueran cosas buenas y positivas.
         No en vano la Virgen se aparece en La Salette y anuncia que las plagas iban a destruir las cosechas de papa y de uvas y que a consecuencia de esto, sobrevendría el hambre; pero este hecho, que luego sucedió realmente, no era sino una prefiguración de la verdadera plaga que la Virgen anunciaba, el mal que nace del corazón del hombre, y que lo lleva a despreciar el nombre santo de Dios, insultándolo –a Jesús, a la Virgen, a los santos y a los ángeles- y a despreciar el mayor don que Dios Trino podía hacer al hombre, la Santa Misa, en donde se renueva el santo sacrificio de la Cruz, en el altar, bajo las especies sacramentales.
         “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: …”. Jesús nos advierte que debemos cambiar nuestro corazón, que debemos convertirnos –“Convertíos, porque de otro modo pereceréis” (cfr. Lc 13, 1-9)-, puesto que sólo la conversión del corazón por parte de la gracia santificante que dan los sacramentos, más la oración y las obras buenas, son garantía infalible de felicidad, en esta vida y en la otra.
    No en vano dice el Salmo 33: "...¿hay alguien que ame la vida y desee días de prosperidad? Guarda tu lengua del mal, tus labios de la falsedad; apártate del mal, obra el bien, busca la paz y corre tras ella". Solo un corazón que busca la conversión, por la contrición y el dolor de los pecados, refrena su lengua -"El que no refrena su lengua, nada vale su religión", dice el Apóstol Santiago-, evita la mentira y la falsedad, se aparta del mal, y busca de todo corazón cumplir los Mandamientos de Cristo Dios -"Ama a Dios y al prójimo, ama a tus enemigos, perdona setenta veces siete, ama a tus hermanos como Yo te he amado, con un amor de Cruz"-, sólo ése, encontrará paz, felicidad, y la verdadera prosperidad, que no es material, sino espiritual.
     Si nos convertimos, si buscamos cambiar nuestro corazón por la gracia santificante, entonces nuestro corazón se convertirá, de lugar oscuro, en un lugar luminoso, templo del Espíritu Santo, y así, transformado por la gracia santificante, nuestro corazón no será el "lugar de donde salen toda clase de cosas malas", sino un "manantial que brota hasta la vida eterna" (cfr. Jn 4, 14).