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miércoles, 24 de junio de 2020

“Vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”




(Domingo XIV - TO - Ciclo A – 2020)


          “Vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados y Yo los aliviaré” (Mt 11, 25-30). Es un hecho que se puede constatar por la experiencia, que la vida humana, tanto a nivel de personas individuales como de la humanidad en sí misma, está llena de tribulaciones, pesares y dolores. Esto se puede constatar fácilmente cuando se hace un repaso de la Historia general de la humanidad, como cuando se hace un repaso de la historia personal de cada uno. Nadie está exento de la tribulación, del dolor, de la aflicción. Esto tiene una causa y es el pecado original, pecado cometido por Adán y Eva y que se transmite, con todas las consecuencias de la pérdida de la gracia -la enfermedad, el dolor y la muerte- a todos los seres humanos sin excepción. Jesús viene a darnos un remedio para esta situación de aflicción, agobio y tribulación y para que esto suceda, son necesarias dos condiciones: por un lado, que el alma atribulada y afligida se acerque a Él: “Vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”; por otro lado, que el alma atribulada y afligida “cargue su yugo”, que es la Cruz y así aprendan de Él, que es “manso y humilde de Corazón”: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”.
          Parece una paradoja y también algo imposible de cumplir, el que Jesús nos alivie la aflicción y el agobio, porque Él mismo está afligido y agobiado en la Cruz: al contemplarlo crucificado, con sus heridas abiertas y sangrantes, con su dolorosísima agonía y su indefensión frente a sus enemigos, no se ve, humanamente hablando, cómo puede Jesús quitarnos el agobio, si Él mismo, como lo podemos contemplar, está “afligido y agobiado”. Sin embargo, la realidad es que Él nos da alivio en la aflicción y el agobio, si se cumple una condición todavía más paradójica: si, acercándonos a Él, tomamos nosotros su Cruz y la cargamos y esto sucede porque su Cruz, que parece pesada y dura -y en realidad lo es- y que es lo que Jesús nos pide que carguemos, en realidad la carga Él en Persona, aliviándonos así el peso de la Cruz de cada uno. De modo misterioso, pero real, Jesús toma sobre Sí, en su Cruz, la Cruz de cada uno de nosotros y la lleva hasta el Calvario por nosotros, aliviándonos de esta manera el peso de la Cruz que, de otra forma, es imposible de llevar. La aflicción, el agobio, la tribulación, sobrevienen en el alma no sólo por consecuencia del pecado original, sino por no acercarse a Jesús crucificado -y a Jesús Eucaristía- y por no cargar consigo el yugo liviano de Jesús, su Santa Cruz. Cuando el alma hace esto, de inmediato ve aliviados sus dolores, sus aflicciones y tribulaciones.
          “Vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados y Yo los aliviaré”. Frente al agobio de las tribulaciones, penas y dolores que se puedan presentar a lo largo de nuestra existencia terrena, los cristianos no estamos solos y no tenemos motivo alguno para desesperar de nuestra situación, por difícil que sea: el Hombre-Dios nos espera en la Cruz y en la Eucaristía y para ser aliviados de aquello que nos aflige, solo tenemos que arrodillarnos ante la Cruz y postrarnos ante la Eucaristía.

sábado, 8 de julio de 2017

“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”



(Domingo XIV - TO - Ciclo A – 2017)

“Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” (Mt 11, 25-30). Jesús llama a sí a todos aquellos que están “afligidos y agobiados”, para que Él “los alivie”. Sin embargo, pareciera ser una contradicción, porque quien está “afligido y agobiado”, sea por una tribulación material o espiritual, lleva sobre sí una carga, y lo que Jesús propone es agregar, a quien se le acerca, otra carga más, que es “su yugo”: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”. Es decir, por un lado, si alguien está soportando un peso moral, material o espiritual, debe acudir a Jesús para recibir alivio; pero por otro lado, Jesús aumenta un peso más, que es “su yugo”, y aunque este sea “suave y liviano”, no deja de ser una carga sobre una carga: “Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”.
¿De qué se trata esta propuesta de Jesús?
Se trata de, literalmente, acudir a Él, en donde Él está en Persona, esto es, en el sagrario y en la Eucaristía, o también acudir a los pies de la cruz, donde está crucificado y, una vez allí, hacer un intercambio: dejarle a sus pies nuestra carga –moral, material, espiritual-, que es pesada y por lo tanto, agobia, y recibir de Él a cambio su carga, su yugo, que es “suave y liviano”. Se trata, en definitiva, de un trueque: nosotros le damos la carga de nuestra aflicción y agobio, y Él nos da su yugo; Él toma sobre sí nuestra aflicción, y nos da a cambio un yugo “suave y liviano”. ¿Y cuál es este yugo suave y liviano? La imitación de Él: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”. Es decir, encontramos alivio cuando entregamos nuestro agobio a Jesús y, al mismo tiempo, recibimos de Él la cruz y buscamos imitarlo en su “paciencia” y en su “humildad de corazón” y cuando esto hacemos, verdaderamente sentimos alivio, porque ya no tenemos que llevar la carga que nos agobia, sino la cruz de Jesús, para ser pacientes y humildes como Él. La carga se vuelve insoportable cuando no hacemos lo que Jesús nos dice, es decir, cuando nos empecinamos en llevar nosotros mismos la carga, sin ser capaces de doblegar nuestro orgullo ante Jesús crucificado, pidiéndole que sea Él quien lleve por nosotros lo que nos agobia. Es en este momento, cuando decidimos hace oídos sordos a Jesús, cuando la carga se nos torna intolerablemente pesada. Pero cuando doblegamos nuestro orgullo y nos postramos ante su Cruz o ante su Presencia Eucarística, reconociendo nuestra nada y nuestra miseria y nuestra incapacidad de todo bien, entonces Jesús toma sobre sí nuestra carga y nos da una tarea, que es la imitación suya, en su paciencia y humildad, y ahí es cuando encontramos alivio: “Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio”.
         La soberbia es mala consejera y es un impedimento formidable para recibir la Divina Sabiduría que proviene de la Cruz y de la Eucaristía; sólo la humildad y el no creerse superior a los demás, permite que la luz de la gracia y de la fe ilumine las tinieblas de nuestra mente y de nuestro corazón, haciéndonos merecedores del beneplácito divino: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños”. Una de las gracias más valiosas que puede recibir un alma en esta vida, es la de ver quebrantado su orgullo, ante la contemplación de un Dios humillado y crucificado por Amor, y oculto en apariencia de pan, por Amor, porque esta alma, así humillada, se postra en acción de gracias y en adoración ante su Salvador, deja a sus pies aquello que la aflige y agobia y recibe, a cambio, el suave yugo del Señor, la gracia de imitarlo en su camino al Calvario, con un corazón paciente, manso y humilde, como el Sagrado Corazón de Jesús.