domingo, 26 de noviembre de 2023

Solemnidad de Cristo, Rey del universo

 



(Ciclo A – 2023)

“Cuando venga el Hijo del hombre (…) apartará a los buenos de los malos” (cfr. Mt 25, 31-46). Nuestro Señor Jesucristo es Rey, por derecho y por conquista. Por derecho, porque Él es la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, encarnada en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth y así, su realeza no solo es eterna, sino que de su realeza divina dependen y participan todas las verdaderas y buenas y nobles realezas tanto angélicas como humanas, ya que en el Infierno también hay una realeza infernal, de hecho, del Demonio es el rey de los ángeles caídos, pero esa realeza infernal no depende de la realeza divina de Jesús, aunque los demonios están sujetos a Jesucristo por su Omnipotencia divina. Además de ser Jesús el Rey celestial de Ángeles de Dios y obedientes a Él, es también el Rey de los hombres que son fieles y amantes de Dios, los hombres pecadores en la tierra pero que luchan contra el pecado buscando mantenerse en gracia y la Virgen, la Madre de Dios, por ser Virgen y Madre de Dios, es, por participación a la realeza de su Hijo Jesús, Reina de cielos y tierra, Reina del universo visible e invisible, Reina de los Ángeles de Dios y de los hombres justos y de los santos del cielos. Nuestro Señor Jesucristo es Rey por derecho, por ser Él la máxima autoridad en orden ontológico, en el orden del Ser y, por lo tanto, por derivar de Él toda buena autoridad participada, en los cielos y en la tierra.

         Jesús es Rey por conquista, porque en la Cruz conquistó para Dios a la raza humana, perdida para siempre por el pecado original, condenada a la muerte eterna, arrebatándola de las garras del Príncipe de las tinieblas, Satanás.

         Jesús es Rey en la Cruz, en la Eucaristía y en el Cielo y ejercerá esa reyecía, de manera universal y definitiva, al Fin de los Tiempos y para toda la eternidad, a partir del Día del Juicio del Final.

         Si bien Jesús es Rey en el Cielo, en la Cruz y en la Eucaristía, meditaremos brevemente acerca de su reinado en la Cruz y cuáles son las consecuencias de ser sus súbitos o de no serlo.

Como todo rey, Jesús lleva una corona real, puesto que la corona es un atributo que, colocado en la cabeza, indica que aquel que quien lo lleva, ostenta el máximo poder de la nación o del pueblo a quien representa; en el caso de Jesús, a todas las naciones de la tierra. Ahora bien, la corona de Jesús es un poco diferente a la corona real que llevan los reyes de la tierra, ya que no es una corona de seda bordada en púrpura por dentro y ajustada ligeramente para que no provoque apenas el más mínimo sentimiento de opresión a las sienes de los reyes; tampoco su corona está ornamentada con las más finas joyas extraídas de las entrañas de las minas -dicho sea de paso, como la que lleva la corona del rey de Inglaterra, que tiene el diamante más grande del mundo, extraído y robado al gobierno y pueblo de Sudáfrica y encima al precio de la muerte de decenas de mineros sudafricanos que murieron al extraer, como esclavos, dicha joya, por lo que el gobierno Sudafricano exige al rey Carlos III la devolución del diamante exhibido impúdicamente en su corona-; tampoco la corona de Jesús está ornamentada con perlas preciosas de todo tipo, zafiros, rubíes, ni tampoco está hecha toda de oro del más fino kilate, ni tampoco de la plata más fina y delicada: la corona de Jesús está hecha de espinas, de unas espinas filosas, duras, afiladas, cortantes, que miden más de cinco centímetros cada una; espinas que decenas de ellas atraviesan su cuero cabelludo -hay relatos de místicos que indican que los soldados romanos colocaron, quitaron y volvieron a quitar entre tres y cuatro veces, a lo largo del Via Crucis, la corona de espinas-, llegando hasta el hueso de la calota craneal, desgarrando la piel, los músculos del cráneo y sobre todo las arterias, ya es una zona muy irrigada, provocando la apertura de decenas de heridas de distinto corte, magnitud y profundidad, que hacen salir a raudales grandes cantidades de la Sangre Preciosísima del Cordero, con la cual repara los pecados de pensamientos impuros y pecaminosos, cualesquieras que estos sean, del orden que estos sean; las heridas de la corona de espinas provoca que la Sangre Preciosísima del Cordero se derrame también sobre su Frente y bañando sus ojos, impidiendo la visión por tanta cantidad de Sangre, reparando así Nuestro Señor los pecados que los hombres cometen con los ojos; la Sangre que provoca la corona de espinas es de tanta cantidad, que ocluye sus sagrados oídos, para así reparar el Señor las calumnias, los sacrilegios, las blasfemias, proferidas en secreto y en público, en privado y a los cuatro vientos; la Sangre que sale de las heridas provocada por las espinas de la corona de del Rey Jesús, bajan por su Rostro, para así reparar Nuestro Señor la vergüenza pecaminosa que por vanidad o soberbia se exponen los cristianos en secreto o en público por dinero o por placer; por último, las heridas que provocan las espinas de la corona, hacen salir la Sangre Preciosísima del Cordero, que corra por la parte de atrás de la Cabeza, hacia la Nuca y la Espalda del Señor, para reparar por los pecados que se cometen con el cuerpo, en secreto o en público, por dinero o por placer.

         Jesús es Rey en la cruz y su cetro, indicativo de poder real, no está hecho de fino ébano, sino de duro hierro, porque es un duro clavo de hierro, que fija dura y cruelmente su mano derecha al leño del madero, desgarrando el tejido, los músculos y sobre todo, el nervio mediano, provocándole dolores desgarradores que lo llevarían al colapso sino estuviera asistido por la fuerza del Espíritu Santo. Es por esto que le rogamos y decimos: "Jesús, Rey Divino, por el dolor que sufriste en tu mano derecha y por la Sangre que derramaste, haz que me encuentre a tu derecha, con los bienaventurados que se salvarán, por la gracia y por la práctica de las obras de la misericordia, al Fin los tiempos, en el Día del Juicio Final".

         Jesús es Rey en la cruz y en su mano izquierda, fijada al leño del madero por un duro clavo de hierro, sostiene aquello con la que castigará a las naciones: una vara de hierro, quebrantando la insolencia de los ángeles y la impenitencia y malicia de los hombres perversos. Por eso, le decimos: "Jesús, por tu misericordia, que no me encuentre a tu izquierda con los condenados, en el Día del Juicio Final".

         Jesús es Rey y sus pies calzan, no suaves calzados de seda y cuero de gamuza, como los que suelen usar los reyes, sino un grueso clavo de hierro, que fija ambos pies al madero de la cruz, abriendo sendas heridas, provocando la salida a borbotones de su Sangre Preciosísima, Sangre que servirá de refrigerio suavísimo para las almas que ardan de sed de amor de Dios y servirá también de señal para guiar a quienes quieran seguirlo por el Camino Real de la Cruz, puesto que el Via Crucis será reconocible por estar impregnado por las huellas ensangrentadas de Jesús Camino de la cruz, Único Camino que conduce al Cielo.

         Las consecuencias de ser o no ser sus súbditos es que, quien es su súbdito, quien lo sigue por el Camino de la Cruz, por el Via Crucis, quien carga su cruz cada día y lo sigue, ése y solo ése, entrará en el Reino de los cielos. Quien no lo siga será arrojado al reino de las tinieblas y será esclavizado por la eternidad por otro rey, un rey perverso, inhumano, malvado y sin piedad, el rey del reino de las tinieblas, Satanás.

         Que la Virgen del Cielo, la Reina de Nuestras almas, nos conduzca hacia su Hijo, ayudándonos a llevar todos los días, abrazando la Santa Cruz con amor, para así entrar en el Reino de los cielos y adorar al Rey de los cielos, Cristo Jesús en la Eucaristía.

 

jueves, 23 de noviembre de 2023

“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz”

 


“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz” (Lc 19, 41-44). “Por eso, tus enemigos te rodearán, te asaltarán tus muros, te incendiarán tu templo y no dejarán en ti piedra sobre piedra. Y Jesús se puso a llorar sobre Jerusalén”.

¿Porqué Jesús llora sobre Jerusalén y le dirige estas palabras proféticas que, por otra parte, no auguran nada bueno para la Ciudad Santa?

Porque a pesar de ser la Ciudad del Pueblo Elegido, la Ciudad elegida por Dios en Persona para recibir al Mesías, al Redentor de los hombres, Cristo Jesús, se ha dejado cegar por su esplendor, por su soberbia, por su sabiduría, por lo que, podríamos decir, ha cometido el mismo pecado de Satanás en el Cielo: se ha contemplado a sí misma, se ha elegido a sí misma y ha rechazado a Cristo Jesús, al Hijo de Dios.

Pero esta autocomplacencia en sí tiene consecuencias y la más grave es el rechazo del Mesías: la Ciudad Santa expulsa a Jesús de sus entrañas el Viernes Santo para crucificarlo en el Monte Calvario y puesto que Jesús es el Príncipe de la Paz, es el Dador de la Paz de Dios, desde ese momento, Jerusalén pierde la Paz que solo Dios puede dar, quedando así a merced de sus enemigos, los cuales la rodearán, asaltarán sus muros, incendiarán el Templo y no dejarán piedra sobre piedra.

“Jerusalén, no has reconocido el día de la paz”. Cuando un alma no tiene paz, es muy probable que haya cometido el mismo error que Jerusalén, ya que la Ciudad Santa es imagen del alma, convertida en Templo del Espíritu Santo por el Bautismo. Si el cristiano expulsa a Jesús de su corazón por el pecado mortal, correrá la misma suerte que la Ciudad Santa, Jerusalén.

 

sábado, 18 de noviembre de 2023

“Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo A – 2023)

“Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu señor” (Mt 25, 14, 25-30). Jesús relata una parábola que tiene todos los ingredientes para ser calificada como una parábola sobre ética o sobre moral. En esta parábola, hay cuatro actores, uno principal, el amo o señor, y sus tres siervos. El amo debe partir para un viaje; antes de hacerlo, reúne a sus siervos para encargarles una tarea: él les dará talentos o monedas de plata, según su capacidad, y estos deberán hacer negocios de manera que, cuando él regrese, deberán entregarle el fruto de sus negocios. De esta manera, al primero, le da cinco talentos de plata; al segundo, dos; al tercero, uno.

El primero hace negocios y gana otros cinco y recibe como premio un cargo importante, además de ser felicitado por su señor por su fidelidad y es invitado al banquete de su señor.

El segundo también hace negocios y gana otros dos talentos y también recibe un cargo importante, además de ser felicitado por su señor, por su fidelidad y es invitado al banquete de su señor.

Hasta ahora, vemos que los dos primeros tienen en común el ser trabajadores, el esforzarse, el ganar según su capacidad, el ser honestos, el ser recompensados por sus méritos -recibir cargos importantes y ser invitados al banquete de su señor-.

Luego entra en escena el tercer siervo, el que había recibido solo un talento: había recibido solo uno porque cada uno recibía “según su capacidad”, de manera que, si recibía más, no habría sabido qué hacer, por eso solo recibe un solo talento. En la parábola, el tercer siervo se muestra perezoso, holgazán, inútil, que pone además pretextos banales para no trabajar: “Sé que eres exigente y por eso enterré mi talento”, es decir, sabe que su amo es exigente, lo cual es un motivo para esforzarse en trabajar y ganar más y él lo convierte en un pretexto para no trabajar, para ser más perezoso, lo cual ya en sí mismo es un pecado mortal. Esto provoca la ira de su señor, quien lo trata de “negligente” y de “holgazán”, retándolo, diciéndole que al menos debía haber puesto el dinero en el banco, para que, a su regreso, él recogiera sus intereses. Les dice a sus otros sirvientes que le quiten su talento y se lo den a otro. Y hacia el final dice algo que llama la atención: “A este empleado inútil echadlo afuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”. ¿Por qué razón Jesús introduce este elemento tan extraño, en una parábola que parece ir en la dirección de enseñanzas de comportamientos éticos y morales? Porque no se trata de una parábola sobre ética y moral; se trata de una parábola sobre el Reino de los cielos y sobre el reino de las tinieblas: los dos primeros siervos se esforzaron, con sus méritos y ganaron el ingreso al Reino de los cielos, viviendo en gracia y obrando la misericordia, siendo invitados al Banquete del Reino, en donde se sirve un manjar exquisito: el Pan de Vida Eterna, la Carne del Cordero de Dios y el Vino de la Alianza Nueva y Eterna; el tercer siervo, por su pereza, se volvió inútil para el Reino de Dios y así se volvió incapaz de entrar en el Reino de los cielos, siendo arrojado al reino de las tinieblas, en donde no hay ningún manjar, sino dolor, “llanto y rechinar de dientes”, para siempre.

domingo, 12 de noviembre de 2023

“Llega el Esposo, salid a recibirlo”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo A – 2023)

         “Llega el Esposo, salid a recibirlo” (Mt 25, 1-13). Para entender la parábola descripta por Jesús, hay que reemplazar los elementos naturales por los sobrenaturales. Así, el esposo que regresa a medianoche, de improviso, es el Señor Jesús, que se hace presente de improviso, sea en la muerte personal de cada uno, sea en el Día del Juicio Final, en el que será juzgada toda la humanidad; la medianoche es el tiempo en el sentido espiritual, ya que tanto el alma en el sentido personal como en el sentido general, estarán alejadas de Dios, en su inmensa mayoría y es esto lo que representan las tinieblas, la ausencia de Dios en la vida de los hombres; las vírgenes representan a las almas humanas; las vírgenes prudentes, representan a las almas que, al momento del regreso de Jesús, tenían fe en Él, estaban deseosas de encontrarse con Él y esta fe operante y viva está representada por el aceite que llevan en las lámparas y también en las alcuzas o en las vasijas de barro de repuesto: aquí puede parecer que las vírgenes prudentes son egoístas, porque cuando las necias les piden un poco de aceite para sus lámparas, las prudentes les dicen que vayan al mercado, que no va a alcanzar para todas, lo cual es verdad, pero lejos de ser un acto de egoísmo, esto significa el carácter personal de las obras de misericordia, que no pueden ser transferidos a otro; en otras palabras, si mi prójimo no quiere salvarse y por eso no hace obras de misericordia necesarias para salvar su alma, no puede recibir dichas obras por parte de nadie, porque las obras se realizan a título personal; el adormecimiento, tanto de las vírgenes prudentes, como de las necias, no es un hecho negativo en sí, sino que sirve para indicar que la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo se producirá de forma repentina y en un momento en el que nadie o casi nadie estará pensando en ello, debido a que la inmensa mayoría de los hombres estarán bajo el influjo del Anticristo; el salón de fiestas es el Reino de los cielos; la oscuridad que se observa fuera del salón del Reino indica la oscuridad del reino de las tinieblas; el desconocimiento, por parte del Esposo, hacia las vírgenes necia –“No os conozco”, les dice-, se corresponde con lo que Jesús dirá a quienes se condenen en el Día del Juicio Final, al no haber realizado obras de misericordia: “Les aseguro que no los conozco”.

         “Llega el Esposo, salid a recibirlo”. En algún momento de nuestras vidas, escucharemos este anuncio, acompañado por las trompetas del Apocalipsis. De nosotros depende si para ese momento, nuestras lámparas iluminan con el aceite de la fe, o si están apagadas.

miércoles, 8 de noviembre de 2023

“Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios”

 


“Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios” (Lc 14, 15-24). Aristóteles, uno de los más grandes filósofos precristianos, afirma que el ser humano nace con el deseo de ser feliz. En otras palabras, según este filósofo, se puede decir que todo ser humano lleva impreso en su naturaleza el deseo de la felicidad, el deseo de ser feliz y que sus acciones están motivadas por este deseo o también que el motor que impulsa sus movimientos es el intento de satisfacer el deseo de ser feliz. San Agustín, tomando como cierta afirmación de Aristóteles, agrega que, debido al pecado original, el ser humano, desea ser feliz, pero al no tener la luz de la gracia, se equivoca en aquello que cree que le dará la felicidad -el dinero, la sensualidad, la fama, etc.- y como estas cosas no pueden nunca concederle la felicidad, el hombre busca en vano ser feliz con estas cosas.

En el Evangelio, Jesús también se refiere al tema de la felicidad del hombre, proporcionando una orientación directa en la cual el hombre puede alcanzar la felicidad total, plena, duradera, eterna: “Dichoso el que coma en el banquete del Reino de Dios”. Esta frase de Jesús es tomada por la Iglesia y es incorporada en el momento inmediatamente posterior a la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor, utilizando prácticamente las mismas palabras del Señor en el Evangelio. Luego de la consagración, cuando el sacerdote ministerial eleva la Hostia consagrada en la Ostentación, dice: “Dichosos los invitados al banquete del Señor”.

¿Cuál es la razón de la dicha de quien comulga, de quien recibe la Eucaristía, de quien acude al banquete del Reino de los cielos?

La razón es que en la Eucaristía se contiene al Rey de reyes y Señor de señores, que es en Sí mismo la Alegría Increada y que comunica de esa alegría a quien lo recibe con fe, con piedad, con amor y sobre todo en estado de gracia. La verdadera dicha del alma no reside en ningún bien temporal, sino ante todo en bienes espirituales y dentro de estos bienes espirituales, el más excelso de todos, es el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía. A eso se refiere la Iglesia cuando, por boca del sacerdote ministerial, al hacer la Ostentación eucarística, dice: “Dichosos los invitados al banquete del Señor”.

domingo, 5 de noviembre de 2023

“Dicen pero no hacen”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo A – 2023)

“Dicen pero no hacen” (cfr. Mt 23, 1-12). Todo el capítulo del Evangelios es un aviso o una advertencia de Jesús hacia sus discípulos, para prevenirlos contra los engaños de los fariseos[1]. Para lograr este cometido, Nuestro Señor los pone en evidencia y lo que hace es advertir que, cuando los fariseos y escribas explican fielmente la Ley, entonces se sientan legítimamente en la cátedra de Moisés y en este caso, deben ser obedecidos: es decir, cuando enseñan bien la Ley de Dios, deben ser obedecidos, pero esta obediencia tiene un límite, en el sentido de que no debe llevar a imitarlos en su comportamiento porque “dicen pero no hacen”, es decir, son hipócritas en su corazón, dicen bien, enseñan bien, pero luego no practican lo que enseñan. Es como cuando alguien explica de forma correcta en qué consiste el Cuarto Mandamiento, Honrar Padre y Madre, pero luego, en su vida privada, no lo cumple, porque no honra a sus progenitores. Es decir, Jesús advierte a sus discípulos y por lo tanto a nosotros, que los fariseos observan la letra de la Ley, saben interpretarla con habilidad, pero no observan su espíritu, porque no la aplican, no la llevan a la práctica y es por esta razón que hay que obedecerlos cuando enseñan, pero no cuando obran, porque no hacen lo que dicen, o hacen lo contrario de lo que dicen.

Los fariseos, para librarse ellos mismos del cumplimiento de la Ley que enseñaban, habían ideado una serie interminable de lo que se denomina “interpretaciones casuísticas”, que son una especie de “excepciones a la regla”, con las cuales, mientras ellos quedaban exentos del cumplimiento de la Ley, al mismo tiempo, agobiaban la conciencia de los demás, exigiéndoles que cumplieran a rajatabla lo que ellos eran incapaces de cumplir mínimamente. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando dice que los fariseos “preparan fardos pesados y difíciles de llevar, para ponerlos sobre los hombros de los demás, pero ellos mismos son incapaces no ya de llevarlos a cuestas un breve trecho con sus propios hombros, sino ni tan solo de moverlos con el dedo”. Esto en sí mismo es hipocresía y es uno de los principales reproches de Jesús hacia los fariseos.

El otro reproche principal de Jesús hacia los fariseos es su vanidad, su ostentación, su vano y superfluo deseo de ser admirados y aplaudidos por los hombres y es en esta vanidad, absolutamente inservible a los ojos de Dios, en la que los fariseos colocan el fundamento de su prestigio. Es decir, para ellos, cuanto más admirados por los hombres eran, cuanto más aplaudidos eran, cuanto más prestigio mundano alcanzaban, tanto más satisfechos se sentían, aunque esto no sirviera de nada ante la Presencia de Dios. Para lograr la admiración vana de los hombres, para tratar de impresionar a los demás haciéndoles creer que poseían un gran celo por la Ley, ensanchaban sus filacterias, que eran pequeñas cajitas ovoides cubiertas de cuero, en las que se contienen cuatro tiras de pergaminos sobre los que están escritos los textos en los que se hace profesión de fe monoteísta (Éx 13, 1-10; 11, 16; Dt 6, 4-9; 11, 13-27). Aquí se incluyen también las cintas o correas con que eran atadas esas cajitas, una en el antebrazo y otra en la frente, en el momento de la oración de la mañana y era una práctica que provenía de una interpretación demasiado literal de Éx 13, 9 y 16, de llevar siempre presente a Dios en la mente y en el corazón. Nuestro Señor no condena ni las filacterias ni las borlas, sino únicamente la piedad ostentosa y vanidosa con las que los fariseos las ponían en evidencia, para ser admirados, según sus pensamientos de vanagloria. Y esto era verdaderamente así, porque los escribas y fariseos en verdad se complacían en el ser saludados públicamente con profundo respeto y que les diesen el título de “rabí” o de maestros especializados en la Ley. Haciendo una traslación y una analogía, el cristiano no debe ser así, es decir, sí debe cumplir, observar, la Ley de Dios, llevando sus Mandamientos no en filacterias, sino en su corazón y en su mente y cumplirla de corazón, con el solo deseo de complacer a Dios y no a los hombres, y tampoco debe tener la vana intención de llamarse “cristiano” por el solo hecho de ser llamado “cristiano” y mucho menos utilizar su condición de tal para ocupar cargos en la Iglesia y mucho menos para ser admirado o aplaudido por los hombres, porque todo eso sería vana ostentación, soberbia y orgullo al estilo fariseo y es de eso de lo que Jesús nos quiere preveer.

Ahora bien, del mismo modo a como no había condenado el uso de las filacterias, en relación a los títulos de “rabí” y de “padre”, tampoco prohíbe el uso de dichos títulos, sino la vana complacencia que se pone en ellos, porque también en ser llamados maestros o padres -en el sentido de poseer sabiduría- se puede caer -y de hecho se cae con frecuencia- en la vanagloria. Lo que Nuestro Señor prohíbe no son los títulos, sino el empleo o la aceptación de cualquier adulación que se interponga entre el hombre y Dios y esto porque todos los títulos humanos son solo reflejo de la autoridad divina de donde todos derivan, es decir, ningún título humano está por encima de ningún título divino y mientras los discípulos no entiendan esto claramente, “no deben llamar padre a nadie en la tierra”, que es el término que a veces se aplicaba a los grandes rabinos. Es lo mismo nuevamente para nosotros, los cristianos: no es que no debemos llamar a nadie “padre”, sino que no debemos llamar de esa manera a quien se arrogue una sabiduría por encima de la sabiduría divina, como ocurre con los fundadores de sectas, por ejemplo, quienes se consideran superiores a Jesucristo o se consideran que son el mismo Jesucristo en Persona o que son Dios en Persona.

Con sus advertencias, Nuestro Señor no es un gramático regulando el uso de los términos: es un doctor del espíritu que prohíbe solamente el reconocimiento de cualquier paternidad que pueda oscurecer la paternidad de Dios; prohíbe cualquier autoridad que pretenda colocarse por encima de la autoridad de Dios, porque esto es soberbia y orgullo fariseo y también luciferino. Si no tuviéramos en cuenta lo concreto y breve de sus frases, o las reduciríamos al absurdo, o le haríamos incurrir en contradicciones. No prohíbe a un hijo usar la palabra “padre”, ni prohíbe el término si va dirigido a uno que es el representante de Dios; en este segundo caso precisamente el uso sirve para recordar a quien lo emplea la paternidad de Dios. Ni tampoco debe el discípulo cristiano presentarse como guía espiritual independiente, ya que él mismo está sujeto a un maestro y a un guía, Nuestro Señor en Persona. Los discípulos tienen un padre que está en los cielos; se mantiene el principio de la autoridad jerárquica, pero el espíritu con que esa autoridad ha de ser ejercida es el de humildad.

“Dicen pero no hacen”. Muchos no cristianos, o muchos cristianos que, por algún motivo, están fuera de la Iglesia, al ver entre los cristianos denominados “practicantes” comportamientos que se contradicen con la doctrina cristiana, critican a dichos cristianos, con justa razón, usando las mismas palabras de Nuestro Señor: “Dicen pero no hacen”. No seamos nosotros los destinatarios de dichas críticas, o al menos tratemos de comportarnos de manera tal que nuestro ser cristiano coincida con nuestro obrar cristiano y esto significa que, ser llamado “misericordioso”, significa “obrar” la misericordia en Nombre de Nuestro Señor Jesucristo.



[1] Cfr. B. Orchard et al., Comentarios al Nuevo Testamento, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1956, 446.