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viernes, 22 de enero de 2016

“Jesús llamó a los que Él quiso (…) para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, con el poder de expulsar demonios”


“Jesús llamó a los que Él quiso (…) para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar, con el poder de expulsar demonios” (Mc 3,13-19). Jesús elige a los Doce apóstoles, constituyendo así a su Iglesia, la Iglesia Católica, como una realidad jerárquica. En el nombre –apóstoles- de este pequeño grupo de hombres que Jesús elige, se revela la misión que Él les encomienda: “apóstol” significa “enviado”; esto significa que son elegidos para ser enviados a cumplir una determinada misión. Es decir, Jesús instituye su Iglesia, que es eminentemente contemplativa –los llamó para que “estuvieran con Él”- pero al mismo tiempo es misionera, porque elige a su Apóstoles, para “enviarlos a predicar” el Evangelio de la Buena Noticia, la salvación traída a los hombres por Cristo Jesús. Esto nos hace ver que desde su máxima jerarquía, la Iglesia nace siendo misionera, porque los Doce Apóstoles, “columnas de la Iglesia” (cfr. Ef 2, 20) son “enviados” por Jesús para que evangelicen al mundo.
Ahora bien, en cuanto a nosotros, simples fieles bautizados –que, obviamente, no somos las “columnas de la Iglesia” como los Doce Apóstoles-, sí compartimos con ellos algunos de los aspectos de su nombre y misión: como los Apóstoles, a quienes llamó porque Él los eligió –“llamó a los que quiso”-, también a nosotros Jesús nos llama y nos incorpora a su Iglesia por medio del Bautismo sacramental porque Él así lo quiso, es decir, somos bautizados porque Jesús nos eligió: si Jesús no hubiera querido llamarnos, no formaríamos parte de su Iglesia, y si lo hacemos, es porque Jesús quiso llamarnos; y también, así como Jesús llama a los Apóstoles para que “estuvieran con Él”, así también nos llama a nosotros para que “estemos con Él”, unidos a Él por el Amor de su Sagrado Corazón y esto se da ante todo en la adoración eucarística; por último, así como los Apóstoles son “enviados para predicar”, así también nosotros somos enviados por Jesús al mundo para predicar la Buena Noticia de la salvación.
“Jesús llamó a los que Él quiso (…) para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Comentando este pasaje, un autor anónimo[1]  del siglo II dice que Jesús, reconociéndolos como “fieles a su palabra”, “les dio a conocer los misterios del Padre” y los “envió al mundo (…) para que todas las naciones creyeran en Él, que era (Dios) desde el principio”. De la misma manera, también nosotros somos llamados por Jesús desde la Eucaristía, para que nos comunique, en el silencio de la adoración y en lo más profundo del alma, los secretos del Padre, que sólo Él, por ser el Hijo Unigénito, conoce; nos llama desde la Eucaristía para que “estemos con Él”, para colmarnos de su gracia y de su Amor de Dios, un amor que es eterno, inagotable e incomprensible; nos llama desde la Eucaristía para que nosotros, saliendo de la adoración y habiendo sido colmados de dones y sobre todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico, comuniquemos a nuestros hermanos, con obras de misericordia, antes que con palabras, el mismo amor misericordioso recibido de Jesús Eucaristía. Como a los Apóstoles, Jesús nos llama desde la Eucaristía, eligiéndonos con amor de predilección, para que transmitamos a nuestros prójimos la Alegre Noticia de la Presencia real y substancial, personal –y no imaginaria o “fantasmática”[2]- de ese Dios de la Eucaristía, al que adoramos y en el que confiamos; nos llama, como a los Apóstoles, para que demos testimonio en el mundo de la religión que nos lleva a despreciar lo mundano, porque “está cerca el Reino de los cielos”[3], que es eterno; nos llama para que anunciemos a nuestros hermanos que sólo Cristo Jesús debe ser amado y adorado en su Presencia sacramental eucarística, y no los falsos ídolos neo-paganos; nos llama para que anunciemos a nuestros prójimos que el Amor entre los cristianos es el Amor de Dios, un Amor que lleva a perdonar “setenta veces siete”[4] y “amar al enemigo”[5] y al prójimo como a nosotros mismos; nos llama desde la Eucaristía para que manifestemos al mundo que ya no somos simples creaturas, sino hijos adoptivos de Dios por la gracia y que viviendo en gracia esperamos serenos y alegres la muerte terrena, para comenzar a vivir en plenitud la alegría de la vida eterna en el Reino de los cielos, en la visión beatífica de Dios Uno y Trino; en definitiva, Jesús nos llama y nos envía, como los Apóstoles, para que anunciemos al mundo la Alegre Noticia de que Él no solo ha resucitado, dejando el sepulcro vacío, sino que está, vivo, glorioso, resucitado, en la Eucaristía.



[1] Carta a Diogneto (c. 200), XI; SC 33, 79ss.
[2] Cfr. Mc 6, 45-52.
[3] Cfr. Mc 4, 17.
[4] Cfr. Mt 18, 22.
[5] Cfr. Mt 5, 44.

jueves, 22 de enero de 2015

“Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios”


“Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios” (Mc 3, 13-19). Desde que inicia la misión encomendada por el Padre, de salvar a la humanidad con su sacrificio redentor en cruz, de modo público, como el Mesías y Salvador, como el “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, Jesús llamó a hombres, a quienes eligió de entre la multitud, con un amor de predilección, y los eligió porque quería, de esa manera multiplicar su presencia y propagar su mensaje por medio de ellos [1]. Es así como llama primero a los cuatro primeros discípulos para que sean “pescadores de hombres” (Mt 4, 18-22) y luego elige a doce para que “estén con Él” y para que, como Él, “anuncien el Evangelio y expulsen a los demonios” (Mc 3, 14). La elección de Jesucristo es, como todas las cosas hechas por Dios, pero esta elección de un modo especial, hecha sobre la base de la decisión de las Tres Divinas Personas, quienes eligen a los discípulos y apóstoles, no por las cualidades humanas, sino por Amor. Una vez elegidos y nombrados, los envía en misión a hablar en su nombre y revestidos de su autoridad; los apóstoles “lo dejan todo” y siguen a Jesús y viven con Él, durante los tres años de la vida pública de Jesús, y es así como, entre otras cosas, colaboran en la distribución de los panes multiplicados milagrosamente en el desierto (Mt 14, 19) y reciben autoridad especial sobre la comunidad que deben dirigir (Mt 16, 18). Es decir, mucho más que simples ayudantes o meros delegados técnicos y consultivos del fundador de una nueva religión, los Doce Apóstoles constituyen los fundamentos del “Nuevo Israel”, cuyos jueces serán en el último día (Mt 19, 28), que es lo que simboliza el número 12 del colegio apostólico. Por otra parte, será a ellos a quienes, ya resucitado, y siempre como una muestra de amor de predilección, Jesús se les aparecerá estando ellos reunidos, dándoles el encargo explícito de “hacer discípulos y de bautizar a todas las naciones” en nombre de la Santísima Trinidad (Mt 28, 18) y con la gracia santificante, conseguida por Él al precio del derramamiento de su Sangre en la cruz. Además de esto, la misión encargada luego de la Resurrección, implica el hecho de que deberán ser “testigos de Cristo”, es decir, deberán atestiguar que el Cristo resucitado es el mismo Jesús con el que habían vivido (Hch 1, 8. 21), lo cual constituye el punto central de la fe católica, porque esto quiere decir que Jesús es Dios, ya que los milagros, señales y prodigios obrados por Jesús y atestiguados en persona por los Doce, solo pueden ser hechos por Dios en Persona. El testimonio de los Doce Apóstoles será por lo tanto esencial para la fe de la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, porque esta fe atestigua que Jesús no es un simple hombre y que por esto, sus milagros y portentos –el primero de todos, la conversión del pan y del vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, en la Última Cena, al instituir la Eucaristía obrando el prodigio de la Transubstanciación-, son todos reales y verídicos, obrados por Dios Hijo encarnado y no inventos fantasiosos de comunidades cristianas primitivas que idealizan a su líder fallecido, pero que en realidad, nunca realizó tales milagros, como pretende el racionalismo y el modernismo. Es por esta razón que los Doce son, para siempre el fundamento de la fe Iglesia: “El muro de la ciudad tenía doce hiladas, y sobre ellas los nombres de los doce apóstoles del Cordero” (Ap 21, 14).
Ante todo, constituyen el fundamento de la fe de la Iglesia por el hecho de que, al haber vivido con Jesús durante los tres años de su vida pública fueron testigos privilegiados de los misterios de la vida terrena del Cordero, de su misterio pascual de muerte y resurrección. Los Apóstoles, al ser llamados por Jesús, vivieron con Él y esto significa que, por lo tanto, recibieron personalmente de Él sus enseñanzas; fueron testigos oculares y presenciales de sus milagros y fueron testigos de sus enfrentamientos con los fariseos y, si bien defeccionaron brevemente en la Pasión, puesto que lo abandonaron, estuvieron con Él en la crucifixión y luego, Jesús resucitado se les apareció estando ellos reunidos, para después enviarles el Espíritu Santo en Pentecostés: toda esta vivencia experiencial de los Doce adquiere un valor trascendental y sobrenatural para la vida de la fe de la Iglesia fundada por Jesucristo, puesto que la fe transmitida por los Doce se convierte en la fe de la Iglesia naciente. Esto explica que, tres siglos más tarde, cuando se redactó el Credo que condensa la fe de la Iglesia, se le llamó “Símbolo de los Apóstoles”, porque la parte esencial del Credo se fundamenta en la enseñanza y el testimonio de los apóstoles, que se basa a su vez en su condición de testigos oculares del Cordero. Con esta designación del Credo como “Símbolo de los Apóstoles”, se quería significar que la fe de la Iglesia universal, es decir, aquello en lo que cree, es la misma fe de los Doce Apóstoles. Es decir, en base al testimonio de los apóstoles, es que se fue redactando el texto de lo que hoy se conoce como el “Símbolo de los Apóstoles”[2] o Credo, que es la profesión de fe oficial y pública de la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica.
El Credo se llama, por tanto, “Símbolo Apostólico” porque sirve de señal de reconocimiento y de unidad de los católicos; porque a pesar de no haber sido escrito de puño y letra por los apóstoles, se fundamenta en sus enseñanzas y porque los apóstoles fueron los primeros que profesaron que Jesús es el Kyrios, el Señor de la gloria[3], y con esto se significa que Jesús no es un hombre cualquiera, sino Dios Hijo encarnado.
“Jesús instituyó a doce para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar con el poder de expulsar a los demonios”. Nosotros, no somos el fundamento de la Iglesia, ni fuimos testigos presenciales de los milagros y de las enseñanzas del Señor Jesucristo; sin embargo, fuimos llamados por el mismo Jesucristo en Persona, el día de nuestro Bautismo, para formar parte de su Iglesia y prolongar la misión de los Apóstoles: así como ellos fueron elegidos para multiplicar la presencia de Jesús y propagar su mensaje, así también nosotros estamos llamados a multiplicar la presencia de Jesús y propagar su mensaje, el mensaje de la caridad, del Amor de Dios derramado por su Sangre en la cruz, y esto por medio, no de discursos ni homilías, sino con la santidad de vida; y así como los Doce Apóstoles, siendo testigos oculares de los milagros de Jesucristo, dieron testimonio de la divinidad de su Persona, así estamos llamados a ver la vida presente con los mismos ojos de los Apóstoles, es decir, con la fe de la Iglesia y si bien no fuimos testigos oculares, presenciales, de Jesucristo, como lo fueron los Apóstoles, sí somos testigos oculares, presenciales, directos, de la Presencia de Jesús en el Santísimo Sacramento del altar, la Eucaristía, que se obra y actualiza cada vez en la Santa Misa por el milagro de la Transubstanciación y por lo tanto nuestra misión consiste, de manera análoga a la de los Doce, en dar testimonio de vida de esta Presencia Eucarística.





[1] Cfr. X. León-Dufour, Vocabulario de Teología Bíblica, Biblioteca Herder, Barcelona 1993, voz “Apóstoles”, 99ss.
[2] http://www.mercaba.org/CREDO/CURSO/credo_01.htm
[3] http://www.mercaba.org/CREDO/CURSO/credo_01.htm