Mostrando entradas con la etiqueta Espíritu del Señor. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Espíritu del Señor. Mostrar todas las entradas

jueves, 17 de junio de 2021

Solemnidad del Nacimiento de Juan el Bautista

 


         “Tendrá el Espíritu del Señor y preparará un pueblo para recibirlo” (Lc 1, 5-17). El ángel le anuncia a Zacarías, sacerdote del templo, que nacerá un hijo suyo, Juan el Bautista y le anuncia también cuál es la misión que tendrá el Bautista: “prepararle al Señor un pueblo dispuesto a recibirlo”. Es decir, el tiempo en el que el ángel le anuncia a Zacarías el nacimiento del Bautista, es el inicio de lo que se conoce como “plenitud de los tiempos”, o sea, el tiempo exacto de la historia humana en el que el Mesías debía venir al mundo en su Primera Venida, para cumplir su misterio pascual de muerte y resurrección.

         Es importante tener en cuenta cuál es la misión del Bautista, porque una misión análoga es la que tiene todo bautizado en la Iglesia Católica: de la misma manera que se dice del Bautista, que “tendrá el Espíritu del Señor”, para así “preparar al pueblo para recibirlo”, así se debería decir de todo católico, de todo bautizado en la Iglesia Católica, porque el bautizado debe anunciar al mundo no solo que Jesús vino en carne por primera vez, sino que vendrá por segunda vez, pero ahora en la gloria y vendrá, no como Dios misericordioso, como en su Primera Venida, sino que en esta Segunda Venida vendrá como Justo Juez, para juzgar a toda la humanidad y para dar a cada uno según sus obras. En este sentido, todo católico debe imitar al Bautista, al menos en dos características del Bautista: el Bautista estaba “lleno del Espíritu Santo” y tenía como tarea “preparar al pueblo” para la Primera Venida del Salvador: el bautizado católico debe estar en estado de gracia santificante –por medio de la Confesión Sacramental y de la Sagrada Eucaristía- para así poseer al Espíritu Santo en él, puesto que el Espíritu de Dios mora en el que está en gracia; en el segundo aspecto en el que debe imitar al Bautista, es en su misión de anunciar al Mesías, pero no para su Primera Venida, que ya ocurrió en Belén, sino que el católico debe preparar al mundo anunciando que el Mesías ha de venir en su Segunda Venida, en la gloria de Dios, para juzgar al mundo.

 

sábado, 23 de enero de 2016

“El Espíritu del Señor está sobre Mí"


(Domingo III - TO - Ciclo C – 2016)

         “El Espíritu del Señor está sobre Mí (…) hoy se ha cumplido esta profecía”.  (Lc 1, 1-4.4, 14-21). Estando en la Sinagoga, Jesús pasa a leer las Sagradas Escrituras y lee un pasaje del profeta Isaías, en el cual el Mesías describe su constitución y su misión: sobre el Mesías “está el Espíritu Santo” y el Señor lo ha enviado para “llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor”.
Puesto que en Israel muchos creían que cuando llegara el Mesías, éste conduciría a Israel a liberarse de la opresión de los romanos, es decir, que sería un Mesías cuya misión sería principalmente terrena, Jesús revela que la misión del Mesías será eminentemente espiritual y dentro de esta misión, lo central es el anuncio de la Buena Noticia a los pobres; también dará la libertad a los oprimidos y a los cautivos, dará la vista a los ciegos y proclamará un año de gracia del Señor.
Todo lo que Jesús anuncia, pertenece al orden de lo espiritual y sobrenatural, porque los pobres, objeto de la misión central del Mesías, seguirán siendo pobres materialmente porque no se trata de los pobres materiales, al menos no exclusivamente, sino de los “pobres de espíritu”, tal como dirá luego Él mismo en el Sermón de las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de Dios” (Mt 5, 3). Es decir, el versículo leído por Jesús en la Sinagoga, perteneciente al libro del profeta Isaías, describe cuál es la misión central –podríamos decir exclusiva y excluyente- del Mesías: “anunciar la Buena Noticia a los pobres” y puesto que estos pobres no son los pobres materiales, sino los “pobres de espíritu” y en esa pobreza de espíritu están comprendidos tanto los pobres como los ricos materiales, eso quiere decir que el Mesías no ha venido para acabar con la pobreza material de los hombres, puesto que la pobreza, como dirá el mismo Jesús, siempre existirá: “A los pobres los tendréis siempre entre vosotros” (Mt 6, 11), sino que ha venido para cumplir una misión eminentemente espiritual: dar una “Buena Noticia” a la humanidad, la Buena Noticia de que el hombre no sólo será liberado de sus tres enemigos mortales –el pecado, la muerte y el demonio- porque Él los derrotará a los tres en su sacrificio en cruz, sino que además, le será concedida al hombre la filiación divina por la gracia del Bautismo.
Y contra aquellos que, dentro de Israel, esperaban que el mesías fuera un líder político que liberara a Israel de la opresión del Imperio Romano y también de sus enemigos materiales y terrenos, Jesús revela que la misión del Mesías es ante todo eminentemente espiritual, porque si bien ha venido a “liberar a los oprimidos y a los cautivos”, se trata de quienes están oprimidos y cautivos por el pecado, la muerte y el demonio, es decir, todos los hombres después de la caída de Adán y Eva.
Que la misión sea eminentemente espiritual, está confirmada por el hecho de que el Mesías proclamará “un año de gracia del Señor”, es decir, inaugurará un tiempo nuevo, el año de gracia, en el que Dios derramará su misericordia sobreabundantemente sobre los hombres, para liberarlos de todas las esclavitudes espirituales. De esta manera, Jesús revela que el Mesías cumplirá una misión eminentemente espiritual y que no se limitará al Pueblo de Israel, sino que será universal, porque se extenderá a toda la humanidad. Esto contrasta con las visiones terrenas y reductivas del Mesías, por parte de quienes esperaban en el Mesías, pero un Mesías meramente humano, terreno y político. Es importante esta distinción acerca de la misión del Mesías, porque la misma misión del Mesías, será luego continuada, en la tierra, en el tiempo y en la historia, por la Iglesia. Esto quiere decir que, si bien la Iglesia está obligada, por el mandamiento de la caridad, a atender a los pobres materiales, sin embargo su misión principal son los “pobres de espíritu”, aquellos que están sedientos de la Palabra de Dios, sean ricos o pobres materiales.
Pero hay otro aspecto en la revelación de Jesús, además de la misión del Mesías y es el hecho de que Jesús se atribuye ser Él el Mesías enviado por Dios: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”. Jesús dice que ese pasaje “se ha cumplido hoy”, es decir, en Él, porque es en Él en quien está el Espíritu de Dios. Ahora bien, el Espíritu de Dios puede estar en un hombre y así ese hombre es un hombre santo, porque está asistido por el Espíritu de Dios, pero no es esta la forma en la que el Espíritu está en Jesús: el Espíritu Santo está en Jesús en cuanto Hombre y en cuanto Dios: en cuanto Hombre, el Espíritu está en su Humanidad como unción, desde su Concepción, porque Jesús, en su Cuerpo y en su Alma, en su Humanidad, fue ungido con el Espíritu Santo en el momento de su Encarnación; en cuanto Dios, Él es, junto con el Padre, el Dador del Espíritu, porque siendo Él Dios Hijo, espira el Espíritu junto al Padre –y esto, tanto en cuanto Dios, como en cuanto Hombre-: será Jesús, junto al Padre, quien expirará al Espíritu Santo en Pentecostés, así como es Jesús, junto al Padre, quien expira al Espíritu Santo, que actúa a través del sacerdote ministerial en la Santa Misa, para convertir el pan y el vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, la Eucaristía.   

“El Espíritu del Señor está sobre Mí”. Jesús es el Dios Mesías, que se ha encarnado en el seno de María Santísima para donar al Espíritu Santo, el Espíritu que es “Fuego de Amor Divino”, el Fuego con el que quiere incendiar los corazones: “He venido a traer fuego sobre la tierra, y ¡cómo quisiera ya verlo ardiendo!”; es el Espíritu que nos ha comunicado a los cristianos en Pentecostés; es el Espíritu cuyo fuego debería estar ardiendo en nuestros corazones; es el Espíritu Santo que deberíamos reflejar con nuestras obras de misericordia y por el cual, quien ve a un cristiano, debería decir: “El Espíritu del Señor está sobre él”. 

viernes, 9 de enero de 2015

“El Espíritu del Señor está sobre mí"


Jesús en la sinagoga

“El Espíritu del Señor está sobre mí (…) Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos” (Lc 4, 14-22). En la sinagoga, Jesús pasa a leer la lectura que corresponde al profeta Isaías y luego de haber leído el pasaje, en el que el profeta describe la misión del Mesías, Jesús dice que ese pasaje “se acaba de cumplir”, aplicando directamente el pasaje a su Persona, dando a entender claramente que Isaías estaba hablando de Él o, lo que es lo mismo, que Él es el Mesías del cual habla Isaías, lo refiere . 
Al aplicarse como referido a sí mismo el pasaje del profeta Isaías, lo que nos dice Jesús es que Isaías describe, a cientos de años de distancia, cuál será la misión del Mesías, es decir, en qué consistirá su obra de salvación, una vez venido en carne a la tierra. La misión del Mesías, entonces, está especificada en la visión de Isaías de cientos de años atrás, que se actualiza y se cumple plenamente en Jesucristo, el Hombre-Dios; esta misión consistirá en: “Llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y dar la vista a los ciegos, y dar la libertad a los oprimidos”. Es importante saber en qué consiste la misión del Mesías, porque de esta misión mesiánica, se derivará la misión de la Iglesia, que es la continuación y prolongación, en el tiempo, del Mesías, de su Presencia salvífica y de su obrar en medio de los hombres. Si la misión del Mesías es meramente política y terrena, liberadora de realidades mundanas -tal y como lo pensaba la gran mayoría del Pueblo Elegido, que creía que el Mesías sería nacional y los liberaría, solo a ellos, de una opresión temporal y terrena, como era el Imperio Romano que los había sojuzgado-, entonces la misión de la Iglesia será meramente política y terrena, liberadora de realidades meramente mundanas, y así la Iglesia tendrá como cometido principal el dar techo a los pobres y saciar el hambre corporal de la humanidad, lo cual no la diferenciaría de una ONG terrena, más que en su orientación filantrópica.
Sin embargo, la tarea primordial del Mesías no será de orden terrenal, político y mundano, sino que será de orden espiritual y sobrenatural, por lo que la liberación será ante todo espiritual; esta misión la anuncia Jesús al leer al profeta Isaías y al aplicarse a sí mismo lo enunciado por el profeta siglos antes: su misión, por lo tanto, será el anunciar la “Buena Noticia” a los pobres, y esa Buena Noticia es la liberación a quienes están cautivos por el pecado, el error, la muerte y el demonio; dará la vista a los ciegos, sí, pero si bien Jesús hará milagros de curación física, la luz que hará ver a los ciegos es la luz de la fe, por medio de la gracia, en Él en cuanto Hombre-Dios, Redentor y Salvador de la humanidad; liberará a los oprimidos, sí, pero no a los que están oprimidos por meras enfermedades corporales, ni por problemas psicológicos, morales, espirituales o existenciales: el Mesías liberará a los oprimidos, porque los rescatará, al precio de su Sangre, de las “sombras de muerte” y de las “tinieblas” vivientes, los ángeles caídos, que son quienes oprimen a la humanidad desde la Caída Original.

“El Espíritu del Señor está sobre mí (…) Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos”. La misión del Mesías es eminentemente espiritual y sobrenatural, y por lo tanto, eminentemente espiritual y sobrenatural es la misión de la Iglesia, que es el Cuerpo Místico del Mesías, el Hombre-Dios Jesucristo. 

jueves, 9 de enero de 2014

“El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”




“El Espíritu del Señor está sobre Mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres” (Lc 4, 14-22a). La intervención de Jesús en la sinagoga está signada por el Espíritu Santo, porque es Él quien lo conduce hasta allí y le indica qué pasaje de la Escritura debe leer. En ese pasaje, se habla de Él mismo, de Jesús, en cuanto Mesías e Hijo de Dios enviado a dar la “Buena Noticia a los pobres”. Jesús mismo dice que ese pasaje se refiere a Él. Ahora bien, ni la curación de enfermedades y la expulsión de demonios no son la Buena Noticia en sí, sino un prolegómeno de esta: la Buena Noticia es que Cristo ha venido para derramar su Sangre y dar su Vida en la Cruz y a prolongar este sacrificio y este don de su vida en la Eucaristía, para la salvación de toda la humanidad.
Esto que Cristo dice de sí mismo, también lo debe decir el cristiano al mundo, en cuanto que el cristiano forma parte del Cuerpo Místico de Jesús: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”. Y así como para Cristo el curar enfermos y expulsar demonios son signos que no constituyen en por ellos mismos la Buena Noticia, así también para el cristiano, el tener dones de curación, de profecía, de sanación, no son la Buena Noticia que debe anunciar a sus hermanos. Lo que el cristiano debe anunciar a su prójimo es la salvación de Cristo en la Cruz, como también los “pobres” a los que debe llevar el anuncio no son ni pura ni  exclusivamente los pobres materiales, sino ante todo los pobres de espíritu, los que no conocen a Dios y a su Cristo.
En todo caso, si el cristiano quiere dones –que sean útiles en orden a su tarea específica, el anuncio del Evangelio-, debe pedir configurarse a Cristo, que fue tenido como maldito al ser crucificado, según lo dice la Escritura: “maldito el que cuelga del madero” (Gál 3, 13), y por ese debe pedir el ser “tenido como maldito a favor de sus hermanos”; y también, así como Cristo recibió todos los pecados de todos los hombres para expiar por ellos, así el cristiano debe pedir lo mismo y llevar una vida de penitencia y oración, como los santos que imitaron a Cristo, como la Beata Ángela de Foligno, cuyo proceso de conversión debería hacer suyo todo cristiano. Dice así la Beata, describiendo este proceso: “Tuve que atravesar muchas etapas en el camino de la penitencia o conversión. La primera fue convencerme de lo grave y dañoso que es el pecado. La segunda el sentir arrepentimiento y vergüenza de haber ofendido al buen Dios. La tercera hacer confesión de todos mis pecados. La cuarta convencerme de la gran misericordia que Dios tiene para con el pecador que quiere ser perdonado. La quinta el ir adquiriendo un gran amor y estimación por todo lo que Cristo sufrió por nosotros. La sexta adquirir un amor por Jesús Eucaristía. La séptima aprender a orar, especialmente recitar con amor y atención el Padrenuestro. La octava tratar de vivir en continua y afectuosa comunicación con Dios".
Sólo así, el cristiano podrá decir: “El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha enviado a anunciar la Buena Noticia a los pobres”.