miércoles, 20 de noviembre de 2024

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo


 


(Ciclo B – 2024)

         “Pusieron una inscripción encima de su cabeza: ‘Éste es el rey’”” (Lc 23, 35-43). La Iglesia Católica finaliza el ciclo litúrgico con Solemnidad de Cristo Rey, es decir, reconociendo al Hombre-Dios Jesucristo como Rey del universo, tanto visible como invisible. Por esta razón nosotros, los católicos, que reconocemos a Cristo como Rey, debemos preguntarnos: ¿Dónde reina nuestro Rey? Porque allí donde esté nuestro Rey, allí debemos ir los católicos a rendirle el homenaje de nuestro corazón, el amor de nuestra adoración. La respuesta es que Cristo, al ser Dios, al ser el Cordero de Dios, ante quien se postran en adoración los ángeles y santos (cfr. Ap 5, 6), reina en los cielos eternos; Cristo también reina en la Eucaristía, porque la Eucaristía no es un simple trocito de pan bendecido, sino que es ese mismo Cordero de Dios, el mismo que es adorado por ángeles y santos, que está oculto en la apariencia de pan, para ser adorado por quienes, lejos de estar en el cielo, se encuentran en la tierra, en el tiempo y en el espacio, reconociéndose pecadores, y sin embargo aun así, con su nada y su pecado, lo aman y se postran en adoración ante su Presencia Eucarística; Cristo reina en el leño de la Cruz, según la inscripción mandada a escribir por Poncio Pilato: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos” (Lc 23, 35-43), y así también lo canta y proclama, con orgullo, la Santa Iglesia Militante: “Reina el Kyrios en el madero”, “Reina el Señor en el madero”, “Reina Cristo en el madero, en el leño de la Santa Cruz”. Cristo reina también en la Santa Misa, cuando desciende con su Cruz gloriosa en el momento de la consagración, acompañado de la Virgen y rodeado de legiones de ángeles y santos, para dejar su Cuerpo en la Eucaristía y su Sangre en el Cáliz y es por eso que la Santa Misa es el lugar y el tiempo de la adorar a Nuestro Rey, Cristo Jesús. Por último, Cristo Jesús quiere reinar en los corazones de los hombres, de todos los hombres del mundo, de todos los tiempos, y es por eso que quiere ser entronizado en sus corazones. Siendo Él el Rey del universo visible e invisible y teniendo todo en sus manos, habiendo salido toda la Creación de sus manos, lo único que desea sin embargo es el corazón de cada ser humano; desea amar y ser amado por el corazón de cada hombre y así se lo manifestó a Santa Gertrudis: “Nada me da tanta delicia como el corazón del hombre, del cual muchas veces soy privado. Yo tengo todas las cosas en abundancia, sin embargo, ¡cuánto se me priva del amor del corazón del hombre!”[1]. Cuando contemplamos la Creación, nos asombramos por la perfección con la que fue hecha y podríamos pensar que a nuestro Rey le basta con tener bajo sus pies a toda la Creación, pero no es así: Cristo Dios no se deleita con los planetas, con las estrellas, y tampoco con los ángeles, sino con el amor de nuestros corazones, y así viene a Encarnarse en el seno de la Virgen, viene a morir en la Cruz del Calvario, derrama su Sangre en el Cáliz, deja su Cuerpo y su Sagrado Corazón en la Eucaristía, para que lo recibamos con amor y para que recibamos su Amor, pero sin embargo, a causa de nuestra ceguera y de nuestra indiferencia y frialdad, Nuestro Rey Jesús se ve privado de ese deleite cuando su trono, que es nuestro corazón, está ocupado por alguien o algo que no es Él; cuando nuestro corazón, que solo tiene espacio para un amor, o Cristo o el mundo, prefiere al mundo y a sus banalidades en vez de a Cristo y al Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Jesús quiere ser entronizado como Rey en nuestros corazones para así darnos el Amor de su Sagrado Corazón, pero para que seamos capaces de entronizar a Cristo Jesús y de amarlo exclusivamente a Él y solo a Él, debemos antes humillarnos ante Jesús y reconocerlo como a nuestro Dios, nuestro Rey y Salvador, como único modo de poder desterrar de nuestro corazón a los ídolos mundanos, el materialismo, el hedonismo, el relativismo, y el propio yo, que ocupan el lugar que en el corazón humano le corresponde solamente a Cristo Rey. Es necesario “morir a nosotros mismos”, es decir, es necesario reconocer que necesitamos ser regenerados por la gracia, nacer de nuevo por la gracia, para que estemos en grado de entronizar a Cristo Jesús como a Nuestro Rey y de amarlo y de adorarlo como solo Él se lo merece.

         Nuestro Rey, Cristo Jesús, el Hombre-Dios, el Cordero de Dios, reina en los cielos, reina en la Cruz, reina en la Eucaristía, reina en la Santa Misa y quiere venir a reinar en nuestros corazones, pero para que Él pueda reinar en nuestros corazones, debemos ante todo desalojar y destronar a los falsos ídolos entronizados en nuestros corazones por nosotros mismos y que ocupan el lugar que le corresponde a Jesucristo, y de todos estos falsos ídolos, el más difícil de destronar es nuestro propio “yo”. Este falso ídolo, que somos nosotros mismos, ocupa en nuestros corazones el puesto que sólo le corresponde a Cristo Rey. Cuando no reina Cristo, reina nuestro “yo” y nos damos cuenta de que reina ese tirano que es nuestro propio “yo” cuando, a los Mandamientos de Cristo –perdona setenta veces siete; ama a tus enemigos; sé misericordioso; carga tu cruz de cada día; vive las bienaventuranzas; sé manso y humilde de corazón-, le anteponemos siempre nuestro parecer, y es así que ni perdonamos ni pedimos perdón; no amamos a nuestros enemigos; no cargamos nuestra cruz de todos los días, no somos misericordiosos, no vivimos las bienaventuranzas, somos soberbios y fáciles a la ira y el rencor. De esa manera, demostramos que quien reina y manda en nuestros corazones somos nosotros mismos, y no Cristo Rey, que por naturaleza, por derecho y por conquista, es nuestro Rey.

         Al conmemorar por medio de la Solemnidad litúrgica a Cristo Rey del Universo, para asegurarnos de que verdaderamente nuestros labios concuerdan con nuestro corazón, destronemos a los falsos ídolos que hemos colocado en nuestros corazones, el más grande de todos, nuestro propio “yo” y luego sí postrémonos delante de Cristo Rey en la Cruz y en la Eucaristía, adorándolo, dándole gracias y amándole con todo el amor del que seamos capaces. Sólo así daremos a Nuestro Rey, Jesús Eucaristía, el honor, la majestad, la alabanza, la adoración y el amor que sólo Él se merece.

 



[1] http://www.corazones.org/santos/gertrudis_grande.htm


viernes, 15 de noviembre de 2024

Concilio de Trento: "La Santa Misa es «un sacrificio verdadero y real»; la oblación de la Misa es la misma que la del Calvario; la inmolación sacramental perpetúa este sacrificio y nos aplica sus frutos"

 


El Concilio de Trento es el que, entre todos, ha fijado con mayor amplitud y precisión la doctrina tradicional sobre el Santo Sacrificio.

Los principios establecidos por el Concilio fueron, principalmente, éstos: 

1. La Santa Misa es «un sacrificio verdadero y real»: verum et propium sacrificium [Sess. XXII, can.1].

Saliendo al paso de lo que enseñaban los reformadores del siglo XVI, definió que la Misa es algo más que un recuerdo de la Cena del Señor, que no es un simple rito en el que se ofrece a Cristo oculto bajo las especies sagradas, ni solamente una representación simbólica de su muerte, sino «un sacrificio verdadero y real».

2. En segundo lugar, la oblación de la Misa es la misma que la del Calvario. La única diferencia que existe entre ambos sacrificios consiste en la diversa manera en que se ofrecen: sobre nuestros altares, declara el Concilio, «el mismo Cristo se ofreció en el altar de la cruz de una manera sangrienta, se hace presente y se ofrece incruentamente» [Sess. XXII, cap. 2].

3. Es verdad que la Misa no renueva la redención, pero también es cierto que, por medio de la inmolación sacramental, perpetúa a través de los tiempos la oblación de este único sacrificio y «nos aplica ubérrimamente sus frutos»: 

Oblationis cruentæ fructus per hanc incruentam uberrime percipiuntur [Ibid.].

“Cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca”

 


(Domingo XXXIII - TO - Ciclo B - 2024)

“Cuando vean ustedes que suceden estas cosas, sepan que el fin ya está cerca” (Mc 13, 24-32). Los discípulos preguntan a Jesús sobre cuándo será la destrucción del templo y en la respuesta Jesús no solo describe las señales que precederán a la destrucción del templo, sino que además habla de su Segunda Venida en la gloria; es decir, en una misma respuesta, revela dos profecías distintas. Por esta razón, hay que diferenciar, en la respuesta, a qué parte de las profecías corresponden cada uno de los sucesos revelados por Jesús. Para algunos estudiosos, Jesús hace una división importante entre los dos hechos: por un lado, el templo sería destruido pero los discípulos tendrían tiempo para escapar gracias a una serie de señales previas a la destrucción; esta primera calamidad, de orden local, de la cual los discípulos podrían escapar “huyendo a otra parte, tendría lugar “antes de que pase esta generación”. Por otro lado, con relación a la Segunda Venida, Jesús no da ninguna información sobre el tiempo de ese suceso, el cual sería repentino e inesperado y no habría señal alguna de aviso. Es por esto que Cristo advierte repetidamente sobre la necesidad de estar siempre preparados: “Estad alertas, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo” (33). Entonces, Jesús da una señal cierta para la destrucción del templo, una indicación de tiempo, “antes de que pase esta generación”, mientras que para la Segunda Venida solo advierte acerca de la necesidad de estar permanentemente preparados –“Estad alertas, porque no sabéis cuándo será el tiempo”- y esto lo hace Jesús para separar bien los dos hechos, la destrucción del templo y la Segunda Venida, porque en la mente de los apóstoles, se asociaba, en forma errónea, la destrucción del templo y el fin del mundo (cfr. 13, 4). De esta manera, Jesús disipa esta confusión y revela con claridad estas dos profecías, la destrucción del templo y la Segunda Venida en la gloria.

Con respecto a la Segunda Venida de Cristo, hay un dato más, que está contenido proféticamente, no en la Sagrada Escritura, sino en el Catecismo de la Iglesia Católica -lo cual significa que para nosotros, los católicos, tiene el mismo nivel de autoridad que la Sagrada Escritura- y ese dato es la Iglesia Católica, fundada por Nuestro Señor Jesucristo, que fue perseguida desde su misma fundación, que fue perseguida a lo largo de los siglos y que sigue siendo perseguida en la actualidad, sufrirá una última persecución sangrienta, y esta última persecución será el preludio que indicará la aparición Anticristo, el vicario de Satanás. El Anticristo perseguirá de forma cruenta a la Iglesia Católica, obligándola a ocultarse en las catacumbas, como al inicio de los tiempos y cuando lo logre, establecerá su propia iglesia, una falsa iglesia católica, una iglesia que parecerá católica externamente, pero que no lo será en su interior porque no tendrá sacramentos, ya que el Anticristo suprimirá el Santo Sacrificio del Altar, la Santa Misa, reemplazándola por una misa falsa y por una eucaristía falsa, reemplazando también a los sacramentos por sacramentos falsos. La eucaristía será falsa, porque algo sucederá con ella: o se cambiarán las palabras de la consagración, con lo cual no habrá Transubstanciación, es decir, conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús, o bien se cambiará la materia del sacramento, con lo cual tampoco habrá sacramento válido y esto podría suceder si se implementa uno de los objetivos de la Agenda 2030 que es, por ejemplo, el control total de la política alimentaria, para no solo determinar qué cantidad de alimento consumirá cada individuo -tal como se hace en los países comunistas en la actualidad-, sino también para determinar qué tipo de alimento modificado consumirá la población, que es lo que están intentando hacer, como por ejemplo, las harinas de insectos, las cuales pretenden que reemplacen a la harina de trigo: si en un hipotético caso, no se produjera más harina de trigo en el futuro y esta harina de trigo fuera reemplazada en su totalidad por la harina de insectos, y la eucaristía se confeccionara con este tipo de harina, con harina de insectos, como la harina de insectos que ya se vende en supermercados la Unión Europea, de Estados Unidos, de Rusia y de China, esta eucaristía no sería nunca el Cuerpo de Cristo, porque para que sea Cuerpo de Cristo, se necesita que sea harina de trigo. Esta es la razón última por la cual están tan empecinados en reemplazar a la harina de trigo por la harina de insectos: para que no se pueda confeccionar el Sacramento de la Eucaristía y esto será obra del Anticristo. También cambiará la Ley de Dios y eliminará el pecado, estableciendo falsamente que el pecado ya no existe más, llamando “derecho humano” a lo que antes se llamaba “pecado”, como por ejemplo ya se llama ahora, en la legislación civil, al aborto: en nuestro país, la ley que permite el aborto establece que el aborto es un “derecho humano”, cuando en realidad es un asesinato. La profecía sobre el reinado del Anticristo y la última persecución a la Iglesia Católica se enuncia así en el Catecismo, en su número 675, en el apartado titulado “La última prueba de la Iglesia”: “Antes del advenimiento de Cristo, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes (cfr. Lc 18, 8; Mt 24, 12). La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra (cfr. Lc 21, 12; Jn 15, 19-20) desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne (cfr. 2 Ts 2, 4-12; 1 Ts 5, 2-3;2 Jn 7; 1 Jn 2, 18.22)”. Entonces, según el Catecismo, la Iglesia Católica sufrirá una última persecución sangrienta, antes de la Segunda Venida de Cristo; se suprimirá la Santa Misa, el Santo Sacrificio del Altar, dando cumplimiento a la profecía de Daniel; al mismo tiempo se impondrá la adoración obligatoria de un ídolo pagano, un falso dios, un demonio oculto en un fetiche idolátrico, la “abominación de la desolación”; el Anticristo declarará que lo que la Iglesia Católica consideraba como “pecado” ahora ya no lo es más, porque de ahora en más es “derecho humano”, algo de lo cual lo estamos padeciendo en nuestro país, a partir de la aprobación de la ley genocida del aborto, que declara al aborto, al asesinato del niño por nacer, como un “derecho humano”[1] (dicho sea de paso, esta ley infernal está provocando un verdadero holocausto a Moloch, el demonio al cual se le ofrecen niños en el Antiguo Testamento: según datos oficiales, solo en el sector público, se produjeron 250.000 abortos o asesinatos de niños por nacer, llamados eufemísticamente “IVE”, “Interrupción voluntaria del Embarazo” o también “ILE”, “Interrupción Legal del Embarazo”; si a esto le sumamos el sector privado, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que desde la implementación de esta nefasta ley, desde el año 2021, en solo tres años, han sido masacrados 500.000 niños argentinos y la cuenta sigue subiendo. Esto es algo que provoca la Justa Ira de Dios, porque cada niño es una obra maestra de sus manos, que es masacrada y destrozada por el hombre, a través del aborto y que por el aborto, el hombre, en este caso nosotros, los argentinos, nos atraemos el Justo Juicio y Castigo Divinos). Al surgimiento del Anticristo como falso mesías le seguirá un abandono masivo de la verdadera fe católica, fenómeno que se conoce como “apostasía”, caracterizado por el rechazo al Verdadero y Único Cristo, el Cristo Eucarístico y a esta apostasía la caracterizará la adoración falsa a la tríada satánica de la Nueva Falsa Iglesia formada por el Anticristo, la Bestia y el Dragón. Todo esto es lo que profetiza Jesús que sucederá antes de su Segunda Venida en la gloria.

Entonces, de las dos profecías reveladas por Jesús, se cumplió la primera, la relativa a la destrucción del templo, cuando este fue arrasado por las tropas del emperador romano en el año 70 d. C., por lo cual queda por cumplirse la segunda profecía, relativa a la Segunda Venida en la gloria de Nuestro Señor Jesucristo, cuando vendrá a juzgar a vivos y a muertos, sentenciando a unos al horror eterno del Infierno y a otros, a la eterna felicidad en el Reino de los cielos. Es para esta Segunda Venida, para la cual debemos estar “vigilantes, atentos, con las túnicas ceñidas y las lámparas encendidas”, porque nadie sabe cuándo será el Día de la Ira del Señor.

 

        

 


jueves, 7 de noviembre de 2024

“La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir”

 


(Domingo XXXII - TO - Ciclo B - 2024)

         “La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir” (Mc 12, 38-44). Sentado frente a la sala del tesoro del Templo, Jesús observa con atención a la gente que se acerca a depositar la limosna. La mayoría deposita mucha cantidad, “en abundancia”, dice el Evangelio, pero Jesús se detiene en una pobre viuda, de condición muy humilde, la cual deja como ofrenda solo “dos pequeñas monedas de cobre”. Luego de ver la ofrenda de la viuda, Jesús llama a sus discípulos para darles una enseñanza, diciéndoles que mientras los demás, los que dejan una ofrenda en apariencia abundante, la viuda ha dejado una ofrenda todavía mucho más valiosa, porque ha dejado algo que, si bien en apariencia es algo muy pequeño, dos monedas de cobre, eso representaba para ella “todo lo que poseía”. Esto hace que la ofrenda de la viuda sea, cualitativamente, mucho más valiosa, a los ojos de Dios, más valiosa que la ofrenda materialmente costosa de cualquier otro oferente, porque mientras los ricos “han dado de lo que les sobraba”, la viuda en cambio “ha dado de lo que tenía para vivir”.

De esta manera Jesús nos enseña cómo la viuda del Evangelio es un ejemplo para nosotros, tanto en generosidad hacia el templo -cumpliendo con el deber que tiene todo fiel católico de sostener materialmente el templo-, como de gratitud, de amor y de confianza hacia Dios, manifestada en la ofrenda. La razón por la cual la viuda es ejemplo para nosotros es la ofrenda que hace porque si bien materialmente es muy poco dinero, en realidad es bastante, ya que se trata de todo lo que tiene para subsistir, es decir, para alimentarse. Traducido en nuestra cultura, sería como si nosotros diéramos como limosna el dinero que tenemos para comprar el alimento del día: puede ser mucho o poco, dependiendo de qué es lo que fuéramos a comprar para alimentarnos, pero siempre sería mucho en términos cualitativos, porque sería todo lo que tendríamos para alimentarnos. Y también en nuestros días, si alguien diera como ofrenda todo lo que tiene para alimentarse, por ejemplo, en un día, si lo comparase con la ofrenda de otro que pone como ofrenda una cantidad muy superior, se da el mismo caso de la viuda: parecería que el segundo da mucho más que el primero, pero a los ojos de Dios el primero da más, porque da de lo que tiene para subsistir, en cambio el segundo da de lo que le sobra. En el fondo, el valor de la ofrenda de la viuda está en el hecho de que, al dar de lo que tiene para subsistir, está dando de lo que tiene para vivir, es decir, está dando su vida y ahí es en donde radica su valor: está dando su vida a Dios. En este sentido, la viuda del Evangelio es ejemplo de amor al templo de Dios, porque contribuye al sostenimiento material del templo, lo cual es un deber de todo fiel y es además un ejemplo de amor a Dios, porque da a Dios la totalidad de lo que tiene, como muestra de que su vida le pertenece a Dios, es decir, como muestra de que es Dios quien le da la vida y el ser y por ello se muestra agradecida con Él dándole una ofrenda significativa, una ofrenda que significa su propia vida, como si le dijera a Dios: “Tú me diste la vida; yo en agradecimiento te doy lo que tengo para vivir”. La viuda del Evangelio, entonces, nos enseña no solo a desprendernos de los bienes materiales, sino también a contribuir, con estos bienes materiales, al sostenimiento del culto católico, el único culto verdadero del Único Dios Verdadero y nos enseña también cómo debemos agradecerle por lo que nos da y sobre todo por lo que Dios Es, Dios de infinito Amor, Justicia y Misericordia.

Por último, existe un aspecto sobrenatural que debe ser considerado en la donación de la viuda y que va más allá de los bienes materiales en relación al templo y a Dios: cuando la viuda da de lo que tiene para vivir, da con eso, simbólicamente su propia vida y esto en realidad es una imitación y una participación a otro don, el don de Jesucristo, que ofrece a Dios en la cruz el Don Preciosísimo de su Vida Divina, algo que obviamente es mucho más que ofrecer algo que lo que se tiene para vivir, porque Jesucristo ofrece Su propia Vida Divina en el Sacrificio de la Cruz, por la salvación de todos los hombres. En otras palabras, la generosidad de la viuda que simbólicamente ofrece el don de su vida, es una participación a otro acto de oblación y de donación, y es el don de la propia vida a Dios, por el rescate de la humanidad, como lo hace Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz, don que se renueva incruenta y sacramentalmente cada vez en el Santo Sacrificio del altar, en la Santa Misa.

“La viuda ha dado más que nadie, porque ha dado de lo que tenía para vivir”. A imitación de la viuda del Evangelio, no demos al templo de Dios lo que nos sobra, sino incluso lo que necesitamos para vivir y a ejemplo de Cristo crucificado, que ofreció a Dios su propia vida en la cruz para nuestra salvación, ofrezcamos nuestra propia vida, por la salvación propia y la de nuestros hermanos, a Cristo crucificado en el Calvario y el Altar Eucarístico.


jueves, 31 de octubre de 2024

“El primer mandamiento: es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser; el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”

 


(Domingo XXXI - TO - Ciclo B - 2024)

“El primer mandamiento: es amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser; el segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mc 12, 28b-34). Le preguntan a Jesús cuál es el primer mandamiento entre todos y la respuesta de Jesús es: “amar a Dios y al prójimo” (Jn 13, 34), tal y como lo conocían los hebreos. Sin embargo, en relación al prójimo, Jesús le agrega un nuevo aspecto, que no se encontraba en la Ley de Moisés y este nuevo aspecto determina que el mandamiento de Jesús sea totalmente nuevo en relación al de Moisés. Jesús dice así, en relación al prójimo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como Yo os he amado”. La novedad que introduce en relación al prójimo es la de amar al prójimo “como Él nos ha amado”, una condición que no se encontraba en la Ley de Moisés. Y con esta condición, también se modifica, implícitamente, el Primer Mandamiento, el de amar a Dios por sobre todas las cosas, aun cuando no lo diga implícitamente, porque en el amar al prójimo como Él nos ha amado, se encuentra el amar a Dios como Él lo ha amado.

De esta manera, los Mandamientos se dividen en antes de Jesús y en después de Jesús, porque aunque la formulación sea idéntica, Jesús introduce una condición que de ninguna manera se encontraba en la Ley de Moisés y es la que hace que los Mandamientos adquieran un sentido substancialmente distintos a los que eran antes de Jesús. En otras palabras, no es lo mismo “amar a Dios y al prójimo” según el Antiguo Testamento, es decir, antes de Jesús, que “amar a Dios y al prójimo” según el Nuevo Testamento, es decir, después de Jesús. Por esta razón, el cristianismo constituye una novedad radical en lo que respecta a los Mandamientos, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento.

En el Antiguo Testamento se mandaba amar a Dios “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”, es decir, se manda amar con las fuerzas de la naturaleza humana, mientras que se consideraba como “prójimo” solo a aquel que compartía la misma raza y religión. En el Antiguo Testamento se hace hincapié en que es el hombre quien debe esforzarse en amar a Dios con las solas fuerzas de su amor humano, y lo mismo debe hacer con su prójimo, cuyo concepto de “prójimo” es muy limitado.

En el Nuevo Testamento, las cosas cambian radicalmente, tanto en relación a Dios como en relación al prójimo. El cambio lo introduce Jesús cuando dice que el cristiano debe amar al prójimo -y se entiende que a Dios, porque no se puede amar al prójimo si no se ama a Dios-, “como Él nos ha amado”; es esta nueva cualidad, esta nueva condición, “como Él nos ha amado”, la que cambia radical y substancialmente el Primer Mandamiento de la Ley de Dios y hace que el Mandamiento cristiano sea substancialmente distinto al Mandamiento de hebreo. Para entender la razón de la importancia de esta cualidad, es decir, para entender cómo nos amó Cristo, porque así es como debemos amar a Dios y al prójimo, todo lo que debemos hacer es arrodillarnos ante el Crucifijo y contemplar a Cristo crucificado, porque Cristo nos amó hasta la muerte de Cruz.

Allí nos damos cuenta de que el Amor con el que nos amó Nuestro Señor Jesucristo no es un amor humano sino Divino, Sobrenatural, Celestial, porque es el Amor de Dios, el Espíritu Santo, el que lo lleva hasta la cima del Monte Calvario, para dar su vida por nosotros, para entregar su Cuerpo y derramar hasta la última gota de su Sangre por nuestra salvación y para aplacar la Ira de Dios Padre. Es en la Cruz en donde Cristo nos ama hasta el extremo de dar su Vida divina de Hombre-Dios, para lavar nuestros pecados con su Sangre, para aplacar la Ira de la Justicia Divina y para abrirnos las Puertas del Reino de los cielos. Entonces, si queremos saber cómo es que nos amó Cristo, solo debemos contemplarlo en la Cruz, para así poder amar a nuestro prójimo y a Dios “como Él nos amó”, hasta el extremo de la Cruz: “Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Y Cristo nos ha amado hasta dar la vida en la Cruz por todos y cada uno de nosotros y si nosotros no amamos a nuestros prójimos -incluidos nuestros enemigos personales- hasta el extremo de la Cruz, entonces no podemos llamarnos verdaderos cristianos.

Por último, Cristo nos ama también desde la Eucaristía, porque si nos ama desde la Cruz, continúa amándonos desde la Eucaristía, donde se encuentra en Persona, con su Sagrado Corazón Eucarístico, vivo, glorioso, resplandeciente de la luz y de la gloria divina, esparciendo los rayos de Amor de su Sagrado Corazón, esperando por nuestra visita para colmarnos del Amor de su Sagrado Corazón.

“Ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Si queremos vivir el Mandamiento más perfecto de la Ley de Dios, que manda amar a Dios Trino por sobre todas las cosasy al prójimo como a uno mismo y si queremos vivir este Mandamiento “como Cristo nos ha amado”, puesto que carecemos en absoluto del Divino Amor necesario para vivirlo, debemos acudir a la Fuente Increada del Amor de Dios, que nos permitirá cumplir este mandamiento, el Sagrado Corazón de Jesús, que se encuentra en la Cruz y que late de Amor en la Sagrada Eucaristía.

 

 

domingo, 27 de octubre de 2024

“Maestro, que pueda ver”

 


(Domingo XXX - TO - Ciclo B - 2024)

         “Maestro, que pueda ver” (Mc 10, 46-52). En este Evangelio, Jesús obra la curación milagrosa de un ciego llamado “Bartimeo”. Según el relato evangélico, es el ciego quien, al “oír que era el Nazareno”, de inmediato se puso a gritar, para llamar la atención de Jesús, diciendo: “Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí”. Al escucharlo, Jesús lo hace llamar, le pregunta qué es lo que quiere que haga por él y el ciego le pide poder ver: “Maestro, que pueda ver”. Apenas dice esto Bartimeo, Jesús le concede lo que le pide, haciéndole recobrar la vista, agregando finalmente: “Ve, tu fe te ha curado”.

         En el relato evangélico podemos considerar dos hechos: por un lado, podemos considerar al milagro de la curación de la ceguera en sí mismo; por otro lado, podemos reflexionar sobre lo que el milagro simboliza. En lo que se refiere al milagro en sí mismo, es de un milagro de curación corporal, mediante el cual Nuestro Señor Jesucristo restituye la capacidad de ver a quien no la poseía, es decir, a un no vidente. Por el relato evangélico no podemos saber si era no vidente desde el nacimiento o no; pero a los fines prácticos, era un no vidente, es decir, el Evangelio deja bien en claro que era una persona ciega, alguien que no poseía la facultad de la visión, con toda seguridad, a causa de graves lesiones en su aparato ocular. Sin importar la gravedad de las lesiones anátomo-fisiológicas, Jesús restituye en un solo instante la capacidad plena de visión del ciego, restableciendo los tejidos oculares dañados y devolviéndoles su total funcionalidad, con lo cual el cielo puede ver con absoluta normalidad. Esto lo puede hacer Jesús con su omnipotencia divina, con lo cual demuestra que es Dios Hijo encarnado, ya que, si hubiera sido simplemente un profeta o un hombre más entre tantos, jamás hubiera podido hacer este milagro. Entonces, esta es una primera consideración que nos deja el milagro en sí mismo y es el contemplar a Jesús como Dios omnipotente, a quien le basta, con su solo querer, restablecer la anatomía y la funcionalidad de los tejidos oculares dañados, para así restablecer la vista de un no vidente. Si bien es un milagro asombroso, ya que Jesús restituye el tejido dañado y le devuelve su funcionalidad con el solo querer de su Divina Voluntad, es en realidad nada, para un Dios que ha creado, literalmente de la nada, a todo el universo visible e invisible. Sin embargo, no deja de ser un milagro de curación corpórea y como tal, su estudio científico proporcionaría material para decenas de doctorados en Medicina. Antes de considerar la simbología del milagro, no se puede pasar por alto un elemento muy importante que se destaca en el momento previo al milagro y es la fe en Jesús de Bartimeo, del no vidente: Bartimeo, con toda seguridad, había escuchado los relatos asombrosos de los milagros de curación, de resurrección de muertos, de multiplicación de panes y peces, de expulsión de demonios con su sola voz que había hecho Jesús y había deducido, correctamente, que si Jesús hubiera sido un simple hombre, no habría podido hacer todos estos milagros; por lo tanto, ese Jesús del que tanto había oído hablar y del que tantas maravillas se decían, no podía ser otro que Dios encarnado; no podía ser otro que Dios oculto en la naturaleza humana de Jesús de Nazareth. Es esta fe la que motiva a Bartimeo a acudir a Jesús, es la fe de la Iglesia Católica, la fe de los Apóstoles, que afirma sin lugar a dudas que Jesús es la Segunda Persona de la Trinidad, el Verbo de Dios, encarnado en la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth. Es esta fe en Jesús como Dios encarnado, la que lo lleva a Bartimeo a confiar en que Jesús le devolverá la vista, porque tiene el poder divino de hacerlo y es por esta razón que se postra ante Jesús, en señal explícita de reconocimiento de su divinidad, ya que la postración es señal externa de adoración. Y es a esta fe a la que se refiere Jesús cuando, luego de realizar el milagro, le dice: “Ve, tu fe te ha curado”. Bartimeo nos enseña cuál es la verdadera fe de la Iglesia Católica, Apostólica, Romana, en Jesús de Nazareth: Jesús es Dios.

         El segundo elemento que podemos considerar en el milagro es el simbolismo sobrenatural que conlleva: el ciego, que por definición vive en tinieblas, sin ver la luz, representa a la humanidad caída en el pecado original y que por causa del pecado original se encuentra envuelta en una triple ceguera, en una triple tiniebla: la tiniebla del pecado o malicia del corazón; la tiniebla de la ignorancia o dificultad de la mente para llegar a la Verdad y por último, las tinieblas vivientes, las sombras vivas, los ángeles caídos, los habitantes del Infierno. Las tinieblas espirituales en las que se ve envuelta la humanidad desde Adán y Eva están descriptas por el Evangelista San Lucas, en el Cántico de Simeón, las tinieblas que serán disipadas por el Mesías: “Nos visitará el Sol que nace de lo alto, para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte”. Las tinieblas y sombras de muerte en las que vive la humanidad son el pecado, la ignorancia y los demonios y para destruir a estas tinieblas con su Luz Eterna, es que nos visitará “el Sol que nace de lo alto”, Jesucristo, “la Lámpara de la Jerusalén celestial”. Sin la gracia santificante, que hace partícipe al hombre de la luz divina de la Trinidad, el hombre vive en la triple ceguera de su naturaleza y en las triples tinieblas del pecado, del error y de las tinieblas vivientes, los ángeles caídos o demonios; solo Jesús, Luz Eterna, el Cordero que es la Lámpara de la Jerusalén celestial, la Gloria Increada que procede eternamente del seno del Padre, puede disipar para siempre a las tinieblas que ensombrecen al hombre y no le permiten ver la luz divina. Sin Jesús, Luz Eterna, el hombre vive “en tinieblas y sombras de muerte”. Puesto que Jesús, Luz del mundo, es el Único que puede disipar las tinieblas de la ignorancia y del pecado y derrotar para siempre a las tinieblas del Infierno, es a Él y sólo a Él a quien debemos recurrir si queremos no vernos libres de las tinieblas del pecado, del mal y de la ignorancia, sino además poseer la visión sobrenatural que nos permita contemplar los misterios de la nuestra santa fe católica para así no caer en los errores del cisma y de la herejía. Y debido a que Jesús se encuentra en la Cruz y en la Eucaristía es allí adonde debemos acudir, con el corazón contrito y humillado, postrados de rodillas, para ser iluminados por el Cordero, la Lámpara de la Jerusalén celestial.

         “Maestro, que yo pueda ver”. Al igual que el ciego Bartimeo, también nosotros le decimos a Jesús: “Jesús, Luz Eterna, disipa las tinieblas espirituales que ensombrecen mi alma y concédeme que pueda contemplar el misterio de tu Presencia Eucarística, para poder ir detrás de Ti en el Via Crucis en la tierra y así alcanzar el Reino de Dios en la vida eterna”.


miércoles, 16 de octubre de 2024

“¿Sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?”


 

(Domingo XXIX - TO - Ciclo B - 2024)

         “¿Sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?” (Mc 10, 35-45). La madre de los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, pide para Jesús “sentarse a la derecha y a la izquierda” de Jesús en el cielo y esto es lo que motiva la pregunta de Jesús: “¿Sois capaces de beber el cáliz que Yo he de beber?”. La razón es que Santiago y Juan no están pidiendo cargos terrenos; no están pidiendo cargos mundanos; no están pidiendo poder político; a diferencia de episodios anteriores, en los que los discípulos sí discutían por banalidades y por disputas terrenas, Santiago y Juan, iluminados por el Espíritu Santo, saben bien qué es lo que quieren: quieren sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en el Reino de Dios, pero saben que antes de eso, deben participar de la amargura de amargura de la Pasión y esto porque ven con claridad sobrenatural que Jesús no es un líder político, un simple líder terreno, sino el Mesías de Dios, el Hijo de encarnado, que por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección, ha de salvar a la humanidad de la eterna perdición por medio de la Cruz y ellos quieren participar de su misterio pascual, de su Cruz.

         Precisamente, para trazar una clara diferencia entre el modo de obrar de los líderes humanos y del Mesías, Jesús les recuerda cómo es que obran los hombres cuando suben al poder, movidos por ideologías anticristianas y antihumanas -en nuestros días, el comunismo, la masonería, el sionismo, el ateísmo, el socialismo-: “Los jefes de los pueblos los tiranizan y los oprimen” y esto es verdad, porque las ideologías anticristianas, ateas y materialistas solo buscan el poder y el dinero, despreciando radicalmente el valor de la vida humana, tal como queda expresado en la frase del genocida comunista Stalin: “Es lo mismo asesinar a una persona que a un millón”. El Mesías se ubica en las antípodas de los líderes terrenos: mientras estos buscan mostrar poderío político, militar, financiero, social, y para eso dominan a las masas tiránicamente, Jesús muestra su omnipotencia divina en la Cruz, porque es ahí, en donde en apariencia se muestra en el máximo estado de debilidad, en donde vence a los más grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, el Pecado y la Muerte. Es en la Cruz en donde Jesús, que aparece vencido a los ojos humanos, triunfa, de una vez y para siempre, sobre los poderosos enemigos del hombre. Al ser elevado en la Cruz, Jesús atrae a todos hacia Él: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”, pero lo hará no con ejércitos y cadenas, como lo hacen los líderes de la tierra, no con la violencia y la tiranía, como lo hacen los hombres, sino con la fuerza del Amor de su Sagrado Corazón. Si los hombres buscan el poder para dominar con tiranía a sus semejantes, Jesús por el contrario ejerce el poder, sí, pero el poder del Amor de su Sagrado Corazón traspasado, el Espíritu Santo. Es esto lo que han entendido Santiago y Juan y es la razón por la cual quieren beber la amargura del Cáliz de la Pasión, una gracia que Jesús les ha concedido: “Ustedes han de beber el cáliz que Yo he de beber”. De esta manera Santiago y Juan demuestran que han entendido que Jesús es Dios y que su omnipotencia es la omnipotencia de un Dios que es Amor y Justicia infinitos.

         Por otra parte, los que siguen sin comprender nada sobre el misterio pascual de muerte y resurrección de Jesús son el resto de los Apóstoles y esto lo demuestran porque al enojarse con Santiago y Juan lo hacen porque creen que Santiago y Juan están pidiendo puestos de poder terreno y porque siguen viendo a Jesús como a un líder al estilo de los líderes humanos; el resto de los Apóstoles todavía siguen sin entender que deben buscar salvar el alma propia y la de los prójimos por medio de la Cruz de Jesús, pero no, ellos siguen buscando las miserias del poder económico, militar, político, social, propios de la sociedad humana, poder que cuando no está subordinado a Dios, se ejerce de forma tiránica para dominar sobre el resto de los hombres. El resto de los Apóstoles todavía no ha llegado a comprender que Jesús, al ser Dios encarnado, no gobierna con injusticia y tiranía como lo hacen los hombres, sino con el Amor de su Sagrado Corazón. Solo ven el poder terreno y solo quieren el poder y la vanagloria que el poder consigue y quieren estar con Jesús solo por eso, no les interesan ni la Cruz, ni el Cielo, ni la salvación eterna de las almas. Es por esto que Jesús debe marcar la diferencia entre Él y el resto de los líderes humanos: siendo Dios, Él gobierna con la fuerza de su Amor, pero no desde un costoso sillón de emperador, sino crucificado con gruesos clavos de hierros a la Cruz de madera y si alguien quiere reinar con Él, debe hacerlo como Él, unido a Él y junto a Él, desde el leño de la Cruz, desde el Monte Calvario.

         En la Iglesia, muchos se encuentran como los Apóstoles antes de su conversión: no les interesa la Cruz ni el Cielo ni la salvación eterna, sino el prestigio, el poder e incluso el dinero. Otros, muy pocos, son los que entienden lo que entendieron Santiago y Juan: que la Iglesia es Arca de Salvación y que fuera de la Iglesia no hay salvación y que solo con Cristo crucificado se encuentra la salvación y que solo bebiendo del amargo Cáliz de la Pasión en esta vida terrena se llega a la dulzura del Reino de los cielos en la vida eterna. Cada uno de nosotros puede libremente elegir de qué lado quiere estar: si del lado mundano de una iglesia mundana, que ejerce un poder tiránico, que no busca la salvación de las almas sino solo el poder y el dinero y que no busca hacer la voluntad de Dios, o del lado de Jesús y su Cruz, en la cima del Monte Calvario, preludio del Reino de los cielos. Si somos hijos de la Virgen, estaremos donde está la Virgen: al pie de la Cruz, en la cima del Monte Calvario, bebiendo del amargo Cáliz de la Pasión, única forma de beber luego del dulce néctar de la Sangre del Cordero en el Reino de Dios.