(Ciclo C – 2025)
“Uno de ustedes me entregará (…) Es
aquél a quien Yo le dé el bocado (…) En cuanto recibió el bocado, Satanás entró
en él (Judas)” (Jn 13, 21-33. 36-38).
En este Evangelio es necesario aclarar el episodio de la traición de Judas Iscariote,
porque muchos piensan que hay como una especie de “determinismo fatal”, según
el cual Judas estaba irremediablemente condenado a traicionar a Jesús y por lo
tanto, a condenar su alma. Por otra parte, según este pensamiento ilógico, Jesús
sería cruel porque, sabiendo que Judas Iscariote lo iba a traicionar, según sus
mismas palabras –“Haz pronto lo que debes hacer”-, sin embargo, de igual manera
le da el bocado y así permite la consumación de la traición y la posterior
condenación de Judas.
Al respecto, es necesario considerar que se trata de
dos situaciones completamente distintas, que convergen en el tiempo y en el
espacio: por un lado, la omnisciencia de Jesús que, en cuanto Hombre-Dios, sabe
exactamente todo lo que ha de suceder, hasta el fin de los tiempos, sin que nadie
se lo revele, pues todo está ante Él como “un eterno presente”; por otro lado,
está el libre albedrío de Judas Iscariote quien, pudiendo elegir entre no traicionar
y traicionar a Jesús, elige la traición, porque elige el dinero en vez del
Sagrado Corazón de Jesús. Teniendo en cuenta esto, la omnisciencia de Jesús por
un lado y el libre albedrío de Judas Iscariote por otro, queda claro que Jesús
no es responsable de las libres decisiones tomadas por Judas Iscariote y que el
hecho de que Él las conozca por anticipado, no modifica en nada la situación,
porque Él no violenta el libre albedrío humano, en este caso, el libre albedrío
de Judas Iscariote. Permanece en cambio el misterio de porqué Jesús, en cuanto
Dios, crea a Judas Iscariote, sabiendo desde toda la eternidad que él se iba a
condenar por su traición y esto se responde con Santo Tomás de Aquino, diciendo
que es más perfecto el acto de ser actual que la mera existencia sin acto de
ser y como Dios crea las cosas perfectas, era más perfecto que creara a Judas,
antes de que no lo creara.
Otro elemento a tener en cuenta en este momento de la
Pasión del Señor, ya que es mencionado por el Evangelista, es la presencia y
actuación de la persona angélica del ángel caído, Satanás, quien influye, con
su voluntad pervertida, sobre las malas inclinaciones de Judas Iscariote, ayudándolo,
es un decir, a traicionar a Jesús por las treinta monedas de plata. Es decir,
si bien Nuestro Señor, por un lado, entrega libremente su vida en la Pasión por
nuestra salvación, por otro lado, también intervienen, no menos libremente, las
voluntades pervertidas de los hombres malvados -los fariseos, Judas Iscariote- que
obran en común acuerdo con el ángel caído, Satanás, para lograr el objetivo
común que los une en el odio y es el de crucificar a Jesús. El Evangelio narra
cómo el Príncipe de las tinieblas actúa no solo por fuera del círculo íntimo de
los discípulos de Jesús, sino incluso hasta en el interior mismo, llegando a atreverse
a tentar y lograr desviar en la fe en Jesús nada menos que al Primer Papa, a
Pedro, siendo desenmascarado su obrar demoníaco de rechazo de la Cruz por el mismo
Jesús en Persona, cuando después que Pedro negara la Pasión, Jesús conjura al
Demonio a retirarse: “Vade retro, Satan!”. Y si usa a Pedro, pero Pedro logra
ser rescatado por Jesús en Persona, mucho más lo usa a Judas Iscariote, el cual
persiste en su endurecimiento de corazón y en su rechazo del Sagrado Corazón,
prefiriendo escuchar el duro y frío tintineo metálico de las monedas de plata,
antes que el suave y reconfortante latido del Sagrado Corazón de Jesús. Este actuar
conjunto entre el Demonio y los hombres perversos, que desean ver destruida a
la Iglesia Católica, continúa en el misterio de los tiempos, puesto que no solo
no se ha detenido desde que comenzó, en el mismo inicio de la Iglesia Naciente,
sino que continúa y todavía continuará más, hasta desencadenar la última
persecución sangrienta, antes de la Segunda Venida de Nuestro Señor Jesucristo,
según lo atestigua proféticamente el Catecismo de la Iglesia Católica (cfr. n.
675). Todavía más, esta última persecución será tan cruenta y despiada y de alcance
tan universal, que todo parecerá humanamente perdido, al punto que Nuestro
Señor Jesucristo tuvo que prometer su asistencia divina y su protección divina
para su Iglesia, de manera que el recuerdo de sus palabras diera ánimo a
quienes vivieran en esos tiempos de suma oscuridad: “Las puertas del infierno
no prevalecerán contra mi Iglesia”. En otras palabras, así como el demonio y
los hombres -fariseos, Judas Iscariote- actuaron en forma conjunta para
crucificar a Jesús, así continúan haciéndolo en la actualidad a través de
distintas ideologías anti-cristianas -comunismo, masonería, liberalismo,
socialismo, gnosticismo, etc.-.
Esta actuación conjunta entre el
Príncipe de las tinieblas y los hombres malvados se describe en el Evangelio,
en orden cronológico.
El final de los cuarenta días de ayuno
es descripto así en el Evangelio de Lucas: “Cuando terminó de poner a prueba a
Jesús, el diablo se alejó de Él hasta el momento oportuno” (Lc 4, 13). Ese “momento oportuno” del
Demonio será la “hora de las tinieblas” –“Es vuestra hora”, dirá Jesús-, es el
tiempo de la Pasión, en donde Satanás y el Infierno parecerán controlar todo y
en donde las tinieblas vivientes parecerán haber triunfado por encima de los
planes de Dios.
Al final del capítulo en el cual se
habla de la institución de la Eucaristía, Jesús dice directamente de Judas:
“uno de vosotros es un diablo”. El párrafo dice así: “Jesús replicó: ¿No os
elegí Yo a los Doce? Y, sin embargo, uno de vosotros es un diablo. Se refería a
Judas, hijo de Simón Iscariote. Porque Judas, precisamente uno de los Doce, lo
iba a entregar” (Jn 6, 70-71). No
puede haber mayor precisión en describir el estado espiritual de un ser humano
que se ha aliado al demonio con todo su ser. Y este ser humano se une al Ángel
caído para traicionar al Hombre-Dios, no desde fuera, sino desde el seno mismo
de la Iglesia y así es como la traición surge del seno mismo de la Iglesia
Naciente: quien traiciona a Jesús es Judas Iscariote, llamado “amigo” por
Jesús, y nombrado por Él sacerdote y obispo. Esto nos debe hacer ver que
debemos “estar atentos y vigilar”, porque “el diablo ronda como león rugiente,
buscando a quien devorar”, y busca devorar el corazón del hombre, destruyendo
en él todo resquicio de bondad, de piedad, de amistad, de compasión, de amor,
para inocularle el veneno letal del odio deicida.
Lucas advierte en las horas de la Pasión que Judas no
está movido simplemente por su amor al dinero, su egoísmo, su amor a la
mentira, su frialdad, su desprecio por Jesús y sus enseñanzas, sino que está
movido y guiado por Satanás: “Entonces Satanás entró en Judas, llamado
Iscariote, que era uno de los doce, y éste fue a tratar con los jefes de los
Sacerdotes y las autoridades del templo la manera de entregárselo” (Lc 22, 3). Los signos de la presencia
del ángel de las tinieblas en una persona son la traición, el deseo homicida,
cainita, el corazón oscuro y no transparente, con doblez, y todavía peor aún,
el deseo deicida, el deseo de matar a Dios Encarnado. Judas obra con un corazón
doble, porque delante de Jesús y de los demás Apóstoles se muestra como uno más
entre todos, pero cuando no se encuentra con ellos, va en busca de los enemigos
de Jesús, para planear su entrega y su muerte. La codicia del dinero es para Judas
su perdición, porque como dice Jesús, “no se puede servir a Dios y al dinero”.
En la Última Cena, se narra cómo el
diablo ha desplazado todo pensamiento de piedad y de amor hacia Jesús y ocupa
por completo la mente de Judas Iscariote, guiando sus pensamientos hacia la
traición y el odio: “Estaban cenando y ya el diablo había metido en la cabeza a
Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de traicionar a Jesús” (Jn 13, 2).
En el transcurso de la Última Cena, se describe
la posesión demoníaca de Judas Iscariote, ocurrida en el momento en el que
Judas “toma el bocado” que le da Jesús. A partir de aquí, la obsesión demoníaca
pasa a ser posesión perfecta en Judas, porque desde este momento, hasta su
voluntad queda sometida al demonio, de modo que para Judas ya no hay retorno
posible: su voluntad queda indisolublemente fijada en la voluntad del ángel caído
y queda asociada por lo tanto a su destino eterno, la eterna perdición. Jesús
le da el bocado y con el bocado entra Satanás, que lo posee en el cuerpo y le
domina el alma a través de los pensamientos y la voluntad, lo cual constituye
la posesión perfecta, de la cual es imposible la liberación porque el hombre se
entrega sin reservas al Príncipe de las tinieblas, al tiempo que rechaza por
completo a su Redentor, Cristo Jesús.
La posesión perfecta se completa en el
momento en el que Judas toma el bocado que le da Jesús: “Cuando Judas recibió
aquel trozo de pan mojado, Satanás entró en él… Judas, después de recibir el
trozo de pan mojado, salió inmediatamente. (Afuera) Era de noche” (Jn 13, 27. 3). La terrible consecuencia
de elegir al demonio en vez de Cristo: Judas no recibe el Cuerpo y la Sangre de
Jesús, sino un “trozo de pan mojado” en salsa, símbolo de los bienes materiales
mal habidos y de las pasiones sin control; es decir, Judas no se alimenta en el
alma con la Eucaristía, como el resto de los Apóstoles, sino con un manjar
terreno; en consecuencia Jesús no entra en su alma para inhabitar en él por la
gracia y el amor, como sucede en la comunión eucarística, sino que el que
“entra en él” es Satanás, quien lo domina en el cuerpo y guía su mente y su
voluntad, por el odio y por la fuerza, con lo que se ve que la posesión es la
parodia demoníaca que la “mona de Dios” hace de la inhabitación trinitaria; la posesión
demoníaca es la anti-inhabitación trinitaria. Las tinieblas cosmológicas que
reciben a Judas Iscariote –“Afuera era de noche”- cuando sale del Cenáculo y de
la compañía del Sagrado Corazón de Jesús, son un símbolo de las siniestras
tinieblas espirituales en las que su alma se sumerge voluntariamente, al
comulgar con el demonio. Obrar las obras del demonio y no las de Dios, tienen
esta terrible consecuencia: el demonio se apodera de la persona, y las
tinieblas lo engullen literalmente, como le sucedió a Judas al salir del
Cenáculo.
La acción del demonio no termina aquí,
y no se limita a Judas, sino que continúa con Pedro y los discípulos, los
cuales superarán la prueba sólo por la fe inquebrantable en Cristo Jesús:
“Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo.
Pero Yo he rogado por ti, para que tu fe no decaiga; y tú, una vez convertido,
confirma a tus hermanos” (Lc 22,
31-32).
Después del beso de la traición en el
Huerto de los Olivos, Jesús declara que todo cuanto sucede se debe a que a los
ángeles caídos y a los hombres a ellos asociados, se les ha concedido un
momento de poder contra Él[1]:
“Cada día estaba con vosotros en el templo, y no me pusisteis las manos encima;
pero ésta es vuestra hora: la hora del poder de las tinieblas” (Lc 22, 53).
Al meditar sobre la Pasión del Señor en Semana Santa,
es necesario considerar que la Pasión es llevada a cabo libremente por nuestro
Señor, pero que libremente también nosotros debemos asociarnos a su Pasión, por
medio de la oración, la penitencia, las obras de caridad y la recepción de la
gracia sacramental. También, tener en cuenta que cuando no se viven en el amor
los Mandamientos de Dios, se cumplen en el odio los mandamientos de Satanás,
tal como lo hace Judas Iscariote. La Semana Santa debe servir entonces para
hacer el firme propósito de no obrar nunca las obras de las tinieblas, sino las
obras de Dios, que son las obras de misericordia y de asociarnos al Sagrado Corazón
de Jesús en su Hora más amarga, la Hora de la Pasión.