martes, 16 de febrero de 2010

Cuaresma




Adán en el desierto. Quema el sol en el cielo, y en la tierra, Adán lleva el cansancio en sus ojos y en sus manos. El trabajo es arduo, fatigoso, y la tierra es dura y pedregosa, seca y polvorienta. Si se escarba un poco, surgen de la tierra polvorienta alimañas que destilan ponzoña. Adán termina de excavar su propio sepulcro. Todo, como consecuencia de la sentencia divina. Desierto y polvo, calor y sequedad, peligro de muerte. Espíritu árido, la oración de los labios sabe a arena. Antes de ser llevado por la muerte, hacia el Hades, antes de entrar en el sepulcro, Adán mira a sus hijos, que le han sido dados por Eva. Fueron frutos del amor, pero sus hijos van a la muerte. Uno, asesinado, el otro, disperso en el mundo[1].
¿Por qué esta imagen al inicio de la Cuaresma? Es una imagen que evoca la fatiga, el cansancio, el dolor, la muerte, la separación. ¿Cuál es el sentido de esta imagen al inicio de la Cuaresma? Podemos encontrar el sentido de esta imagen, si nos detenemos en el significado de la palabra “Cuaresma”, y en lo que la Cuaresma simboliza.
El Miércoles de Cenizas inaugura el tiempo litúrgico conocido como “Cuaresma”, y la “Cuaresma”, que significa “cuarenta”, y tiene una duración de cuarenta días –finaliza con la Pascua- es un símbolo de la vida humana en la tierra[2]; la Cuaresma, si bien es un período litúrgico, simboliza la vida del hombre en el tiempo, y la vida del hombre en la tierra está signada por el pecado de Adán. La imagen de Adán, cansado, que camina al sepulcro, es imagen del hombre en el tiempo, que camina en el tiempo hacia la muerte, para convertirse en polvo.
La Cuaresma trae, además de esta imagen de Adán, la imagen del ángel caído, el demonio, porque el destino de Adán no fue voluntad de Dios, sino que fue causado por la malicia y la envidia del demonio, que quería arruinar a la criatura creada a imagen y semejanza de Dios. A Dios no podía hacerle nada, entonces buscaría de arruinar su imagen, tentándolo en el Paraíso y haciéndolo caer en su mismo pecado, el pecado de soberbia.
Pero sobre la tumba de Adán se alza la Cruz de Cristo: la Tradición sostiene que la cruz de Cristo fue elevada en el mismo lugar en donde estaba enterrado Adán, y tanto es así, que la sangre de Cristo, que caía desde la cruz, llegó, por los vericuetos de la tierra, hasta el cráneo de Adán, y es esta sangre de Cristo, sangre que contiene y da la vida eterna, la luz de la esperanza para Adán y sus hijos. Es la cruz de Cristo sobre la tumba de Adán la que da sentido a nuestra existencia, a nuestro ser, y a todo lo que acontece en la existencia: dolor, llanto, tribulación, son penitencia por nuestros pecados, y fuente de santificación, porque nuestra tumba, que es la tumba de Adán, está regada con la sangre de Cristo[3].
La imagen de Adán, la figura de Adán al inicio de la Cuaresma, es la imagen y la figura de todo hombre, pues todo hombre es hijo de Adán. Pero así como la historia y el destino eterno de Adán no finalizan en el sepulcro y en la muerte, sino en la resurrección y la vida por medio de la sangre de la cruz de Cristo, así nuestra historia personal y nuestro destino eterno no finalizan en el sepulcro y en la muerte, sino en la resurrección y en la vida que nos comunica Cristo en la Eucaristía.
Con la vista fija en la resurrección de Cristo, inocada en la Eucaristía, es que debemos vivir la Cuaresma.
[1] Cfr. Casel, O., Misterio de la cruz, Ediciones Guadarrama, Madrid 1964, 222-224.
[2] Cfr. Casel, O., Die Quadragesima, eine Rüstzeit für das hl. Pascha, en Abtei v. Hl. Kreuz Vom hl. Pascha (1950), 19ss.
[3] Cfr. Casel, Misterio de la cruz, 224.

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