viernes, 20 de agosto de 2010

Cristo en la cruz y en la eucaristía es la Puerta que da acceso al Reino de los cielos


“Entrad por la puerta estrecha” (cfr. Lc 13, 22-30). Un discípulo pregunta a Jesús si los que se salvan son pocos. Jesús no responde directamente a la pregunta, sino que dice que al Reino debemos entrar por una “puerta estrecha”.

Todo el Evangelio de hoy, aunque no lo parezca en un primer momento, se refiere al Día del Juicio Final: el dueño de casa que se levanta y cierra la puerta, es Jesucristo en el Último Día; los que quedan afuera pidiendo que se les abra –“Señor, ábrenos”- son los que se condenarán en el infierno, porque serán desconocidos por Dios: “No sé de dónde son ustedes”. De nada les valdrá el haber sido cristianos, el haber venido a misa, el haber sido sacerdotes, el haber celebrado misas, el dueño de casa les dirá: “Apártense de mí, no sé de dónde son ustedes”. Muchos de los que quedarán afuera del Reino en el Día del Juicio, serán cristianos, católicos, bautizados, que rezaban, que decían a Jesús: “Señor, Señor”, pero aún así, quedarán afuera, en las tinieblas, en los abismos del infierno –no es otra cosa que el infierno, porque Jesús dice que en ese lugar habrá “llanto y rechinar de dientes”, y el llanto y el rechinar de dientes se da no en el cielo, sino en el infierno-. La causa de haber quedado fuera, y de que el dueño de casa les haya cerrado la puerta, es el haber obrado el mal: “¡Apartáos de Mí, todos los que obráis el mal!”. No entrarán en el reino de los cielos los que obren el mal: la mentira, el adulterio, la fornicación, la maledicencia, la maldad hacia el prójimo y hacia Dios.

Jesús nos advierte que al Reino de los cielos no se entra por cualquier lugar, sino por una puerta, y una puerta “estrecha”. Si es una puerta, por la cual todos queremos entrar, nos preguntamos: ¿cómo es esta puerta de la cual habla Jesús? ¿De qué material está hecha? Y si es una puerta, como toda puerta, debe dar paso de un lugar a otro; ¿adónde conduce esta puerta?

Ante todo, hay que decir que no es una puerta material, porque no es de bronce, ni de madera, ni de oro, ni es una puerta que se pueda encontrar en algún lugar de la tierra, y si no es una puerta material, esta puerta es una puerta espiritual, y como no es una puerta de la tierra, cuando se la atraviesa, debe dar acceso a algo desconocido, sobrenatural, supra-humano; esta puerta, debe estar en conexión con el mismo Dios; debe ser una puerta que dé acceso inmediato al cielo; debe ser una puerta difícil de encontrar y más difícil todavía de trasponer, porque es “estrecha”.

Si sólo por esta puerta se puede entrar al Reino de los cielos, y si sólo por ella se evitan las tinieblas del infierno: ¿cuál es esta puerta tan especial? ¿Dónde encontrarla? Y si la encontramos, ¿qué hay que hacer para pasar por ella?

Es en la Escritura en donde tenemos las respuestas a estas preguntas: Jesús es la puerta espiritual que permite acceder a los cielos, porque Él dice de sí mismo: “Yo Soy la Puerta” (Jn 10, 7). Jesús dice de sí mismo que Él es la Puerta, y como Puerta, debe dar paso a algún lugar, y debe dejar pasar a alguien, en uno y en otro sentido. Jesús es la Puerta de las ovejas, de los bautizados, de los hijos adoptivos de Dios, que por Él pasan de este mundo a la vida eterna. Jesús en la cruz es la Puerta Abierta que permite el ingreso a la Jerusalén celestial, la Iglesia triunfante en el cielo, la ciudad de luz, que no necesita la luz del sol, porque está alumbrada por la luz divina del Cordero: “El Cordero es su lámpara” (cfr. Ap 21, 23).

Él en la cruz es la Puerta que da acceso al seno de Dios Padre; Él en la cruz, con los brazos abiertos, es la Puerta abierta que conduce a algo más grandioso que las mansiones eternas del Reino: conduce a la unión del alma con las Personas de la Trinidad; Él en el Calvario es esa puerta espiritual que conduce a un lugar más allá del universo creado: conduce al seno de Dios Padre, y a la unión con Dios Hijo y con Dios Espíritu Santo; Jesús en la cruz, con su Corazón traspasado, es la Puerta Abierta de los cielos, que comunica el cielo con la tierra: desde el cielo, al abrirse esta Puerta, que es su Corazón traspasado, deja pasar, como un torrente incontenible, el mar infinito del Amor eterno de Dios, que se derrama sobre la humanidad, inundándola con la Misericordia Divina; desde la tierra, esta Puerta Abierta que es Jesús crucificado permite el paso de los hombres al seno mismo de Dios Uno y Trino, el ingreso a algo más grande y hermoso que el mismo Reino de los cielos, la comunión de vida y de amor con las Tres Personas de la Santísima Trinidad.

Jesús es la Puerta en la cruz, pero es la Puerta también en la Eucaristía , porque por la comunión eucarística nos permite acceder al Padre. El Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús es la Puerta celestial, sobrenatural y mística, por medio de la cual ingresamos en el seno de Dios Padre y entramos en comunión con Él y con el Espíritu Santo.

La “Puerta estrecha” por la cual se entra en el Reino de los cielos, es Cristo en la cruz y Cristo en la Eucaristía, y es estrecha, porque no nos podemos unir a Cristo con un corazón egoísta, con un corazón oscuro, con un corazón miserable, lleno de rencor, de enojo y de soberbia. La puerta estrecha es Jesús en la cruz y Jesús en la Eucaristía, y no se puede entrar por esta Puerta estrecha con un corazón hinchado por la vanidad, el orgullo y la soberbia: el mal, el pecado, cualquiera sea, hincha al corazón, lo aumenta de tamaño y lo deja de color oscuro, y maloliente, y un corazón así no puede pasar por esta puerta estrecha, porque es muy angosta. Sólo pasa el corazón pequeño, el corazón humilde, el corazón necesitado de Dios, el corazón que se une al Sagrado Corazón y al Corazón Inmaculado de María.

Es una puerta estrecha, porque por esta puerta no se puede pasar con los bienes de la tierra: por el vano de esta puerta sólo hay lugar para que pase el alma, con su carga: las obras de misericordia, de caridad y de compasión.

No se entra al Reino de los cielos por esta Puerta estrecha con bienes materiales, porque en la cruz no hay lugar ni para el oro ni para la plata, ni para ningún atractivo de esta tierra: los únicos bienes materiales que se pueden llevar para atravesar esta puerta son la corona de espinas, los clavos, y el leño de la cruz de Jesús.

Jesús es la Puerta de la grey de Dios, y la oveja que entre por Él se salvará del abismo insondable del infierno, y no sólo eso: encontrará alimento, los pastos verdes y el agua fresca y pura de la Eucaristía, y recibirá la vida eterna, la unión beata y feliz con Dios Trino por la eternidad: “El que entra por mí se salvará (...) encontrará alimento (...) he venido para que las ovejas tengan vida” (cfr. Jn 14, 6).

Este párrafo, en donde Jesús habla de sí mismo como puerta –el que entre por Él-, se está refiriendo a su Presencia Eucarística: el que entra por la puerta, que es Él en la Eucaristía, se salva, porque sólo en Cristo Jesús se encuentra la salvación; el que entra por Él encuentra alimento, que es su Cuerpo y su Sangre, y además, recibe la vida eterna, porque Él es Dios encarnado, que comunica de su vida divina a quien lo recibe en la comunión, la vida nueva que da el Espíritu de Dios; quien entra por la Puerta que es Jesús Eucaristía, encuentra el alimento super-substancial, el Cuerpo y la Sangre del Cordero de Dios, embebidos e impregnados de la substancia divina, y quien se alimenta de Jesús Eucaristía, recibe su luz, su paz, su alegría y su amor.

Vamos a recibir a Jesús en la Eucaristía, vamos a traspasar místicamente el umbral de la Puerta que es Jesús, vamos a entrar en esa Puerta abierta que es su Corazón traspasado, por eso debemos preparar nuestros corazones, recordando que sólo un corazón humilde y pequeño podrá entrar. ¿Estamos en condiciones de atravesar esa Puerta?

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