domingo, 7 de agosto de 2011

Es a Jesús Eucaristía, Dios Vivo y Dador del Espíritu de Vida, a Quien seguimos y en Quien creemos, y no en un fantasma






“Es un fantasma” (cfr. Mt 14, 22-33). Los discípulos confunden a Jesús con un fantasma. Se asustan, al verlo caminar sobre las olas, y lo confunden con un fantasma. La actitud y la percepción de los discípulos en la barca, es paradigmática y representativa de la mayoría de otros discípulos, que también están en una barca, que es la Iglesia, y que perciben a Jesús como a un fantasma. Esos otros discípulos, que están en una barca y confunden a Jesús con un fantasma, somos nosotros, los cristianos; más aún específicamente, los católicos. La gran mayoría de los católicos vemos, casi siempre, a Jesús como a un fantasma, es decir, como a un ser etéreo, que no tiene realidad, o que, si es real, poco o nada tiene que ver con mi vida y con mi ser personal, lo cual equivale a hacer de Jesús un fantasma.
La respuesta de los discípulos podría también muy bien aplicarse, además de a la Iglesia, al ambiente secularizado y desacralizado del mundo de hoy, en donde Jesús aparece –cuando aparece-, en el mejor de los casos, como un fantasma, como un ser de la fantasía, como un producto de la conciencia colectiva de cierta humanidad en cierta época, pero sin existencia real. Tan fantasmagórica es la figura de Jesús, que los países más evolucionados del planeta -superpotencias económicas y políticas, creadores de ciencia y de tecnología de avanzada-, en estos países hipertecnológicos del Primer Mundo, Jesús no es digno de ser incluido –no ya como Hombre-Dios, sino ni siquiera como creador de una cultura específica- en sus constituciones civiles: es el caso de la Constitución Europea, que niega explícitamente –por que no lo mencionan- a Jesucristo y a todo el enorme movimiento cultural que surgió de Él. No quiere decir que la cultura sea la novedad que el cristianismo aporta a la humanidad, ni mucho menos, ya que la novedad del Evangelio trasciende infinitamente a cualquier movimiento cultural, aún al mismo movimiento cultural cristiano, pero desconocer la cultura cristiana, es desconocer a Quien está en su origen, Jesucristo. La constitución masónica de Europa niega a Jesucristo y el consiguiente aporte cultural y humanitario del cristianismo. Es propio del laicismo cientificista el desconocer la soberanía divina y endiosar la razón humana.
Pero no sólo el racionalismo de corte iluminista –cientificista y laicista-, que predomina entre los gobernantes más poderosos del mundo, deforma la imagen de Jesús como un fantasma. También la otra vertiente de la desacralización, la religiosidad irracional de la Conspiración de Acuario, la Nueva Era, contribuye a ver a Jesús como a un ser de fantasía. La secta de la Nueva Era contribuye también a la percepción de Jesús como un fantasma, ya que lo presenta como a un personaje extraño, que, lejos de ser Dios encarnado, es un personaje que está asociado a extrañas teorías acerca de la vida en este mundo y en el otro: para algunos, sería Maitreya, una especie de encarnación de una energía divina; para otros, sería un profeta, para otros, un simple hombre, que no viene a traer la vida divina, ya que todos somos dioses, todos somos una partícula, una chispa de la divinidad .
Entre estos dos polos entre los cuales se desarrolla la cosmovisión de la humanidad –cientificismo laicista por un lado y religiosidad irracional por otro-, la historia humana –y los hombres que están inmersos en la historia- ve en estos momentos a Jesús como a un fantasma. Una visión muy alejada de la sociedad y de la historia teocrática del Medioevo, en donde, tanto fieles como herejes, coincidían al menos en algo: Jesús es Dios.
La historia humana de nuestros días –escrita por los acontecimientos producidos por los hombres de nuestros días- pareciera querer desdibujar la imagen de Jesucristo, transformándolo en un fantasma, que no tiene mayor trascendencia en las vidas individuales y personales de los individuos de la especie humana. De ahí que la expresión de los discípulos atemorizados –“Es un fantasma”- se corresponda y se traslade y se aplique a la sociedad y a los hombres de nuestros días.
La visión desacralizadora del racionalismo cientificista del democratismo partidocrático y de la religiosidad irracional de la Nueva Era, hacen de Jesús un fantasma que no puede comunicar la vida divina, o porque no la posee, o porque ya somos todos dioses y por lo tanto no hace que nadie nos la comunique.
Y sin embargo, Jesucristo, ignorado o deformado por la historia y por los hombres, como dice el Santo Padre Juan Pablo II, es el centro y el Señor de la historia humana y la fuente de vida eterna y divina para los hombres que viven en el tiempo.
Jesús no es un fantasma, es Dios encarnado, y se ha encarnado precisamente para hacernos como Dios, como dice San Agustín: “Dios se ha hecho hombre para que el hombre se haga Dios”. Y la manera que tiene el hombre de hacerse Dios, es poseyendo su mismo Espíritu, y es para esto para lo cual Jesucristo se encarna: para comunicar su propio Espíritu de vida divina. Este Espíritu podría ser comunicado al hombre sin la encarnación del Hijo, pero sólo por medio de la Encarnación puede Dios comunicar al hombre su Espíritu de manera que este Espíritu de Dios sea su propio Espíritu. Por la encarnación del Verbo, el Espíritu de Dios se convierte en Espíritu del hombre. El Espíritu de vida divina viene desde el Padre, que es la fuente, pasando por el Hijo, al alma y al Cuerpo Místico de Cristo, la Iglesia, y esto por la unión del alma con el cuerpo de Dios humanado. Este es el sentido de las palabras de Jesús: “... el que coma de Mí vivirá de Mí” . Alimentándonos de la carne de Cristo –la Eucaristía-, nos unimos a Él del modo más íntimo, y formamos con Él un solo cuerpo y recibimos de Él su Espíritu, y formamos un solo Espíritu con Él .
Este Dios encarnado, que se encarna para comunicarnos la vida divina desde su misma fuente, y para convertirnos en transformarnos en un solo cuerpo y en un solo espíritu con Él, para hacernos Dios como Él, es el Jesucristo de la Iglesia Católica, lo cual dista mucho de ser un fantasma.
Todo lo contrario de un fantasma, Jesucristo es un Dios que, sin dejar de ser Espíritu puro y perfectísimo, se hace materia, al asumir la naturaleza humana, al entrar dentro de un cuerpo y de un alma humanos. “Un fantasma no tiene carne y huesos como tengo Yo”, le dice Jesús a Tomás el Incrédulo, cuando se le aparece resucitado, y le ordena introducir sus dedos y sus manos en su costado y en sus heridas, para que compruebe la materialidad –ahora glorificada- de su cuerpo. Un fantasma no da a comer su cuerpo y su sangre, como lo hace Jesús en cada Eucaristía; un fantasma no comunica la vida, como sí lo hace Jesús, al comunicar la vida divina por medio de su cuerpo y de su sangre: su carne y su sangre son portadores y dispensadores de vida divina .
Jesús, Dios encarnado, prolonga su Encarnación en la Eucaristía, de ahí que la Eucaristía sea para nosotros el medio sacramental de unión espiritual y mística con ese Dios encarnado, y que sea por lo tanto la fuente de vida divina.
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