sábado, 6 de octubre de 2018

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”



(Domingo XXVII - TO - Ciclo B – 2018)

“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido” (Mc 10, 2-16). Los fariseos le preguntan a Jesús acerca de la licitud del divorcio, basándose en el permiso de divorcio que Moisés les había otorgado. Jesús les responde con una negativa, afirmando implícitamente que Él viene a restaurar el antiguo orden creado por Dios: Dios ha querido, desde la eternidad, que el matrimonio esté constituido por el varón y la mujer de forma tal que “formen una sola carne”, es decir, que sean una sola cosa indisoluble o, dicho de otras maneras, uno con una y para siempre. Jesús les aclara que si Moisés había dado permiso para el divorcio, eso era “por la dureza de sus corazones”, pero eso ahora forma parte del pasado porque ahora Él, que es Dios, viene para otorgar la gracia santificante, la cual hará realidad el designio y el diseño de Dios para el matrimonio: que el matrimonio sea entre el varón y la mujer y sea indisoluble.
Jesús, que es el Dios que creó al varón y a la mujer para que se unieran en matrimonio indisoluble ahora viene, encarnado, para prohibir el divorcio y, por medio de la gracia sacramental, restituir el matrimonio al orden querido por Dios desde el inicio: el varón debe unirse a la mujer y entre ambos constituir un vínculo indisoluble, que se disuelve sólo con la muerte de uno de los cónyuges. Es decir, la indisolubilidad del matrimonio y la característica del matrimonio de ser la unión entre el varón y la mujer, provienen de Dios, no es un invento ni del hombre ni de la Iglesia, sino que es Dios quien quiso, desde toda la eternidad -cuando ideó crear al género humano-, que la unión entre ambos fuera indisoluble y fuera entre el varón y la mujer. Cualquier otra unión que no respete estas características, se encuentra fuera de los planes divinos y es por lo tanto pecaminosa.
Ahora bien, Jesús viene a hacer algo todavía más grandioso que el simple hecho de restaurar el orden querido por Dios desde siempre –la indisolubilidad matrimonial y la característica de estar formado por la unión entre el varón y la mujer-: viene a darle al matrimonio una dignidad que antes de su Encarnación no la tenía y esa dignidad consiste en ser el matrimonio de los esposos católicos una imagen del matrimonio místico entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. En efecto, desde su Encarnación Él, en cuanto Hombre-Dios, se une a la Iglesia, su Esposa, constituyendo así la unión esponsal, mística y sobrenatural entre el Cordero y la Iglesia Esposa, formando lo que San Pablo llama “gran misterio” (cfr. Ef 5, 2. 21-33).
Ahora, por medio del sacramento del matrimonio, los esposos católicos quedarán unidos de tal manera a este matrimonio místico entre Cristo y la Iglesia, que el matrimonio será la prolongación, en el tiempo y en el espacio, ante la historia y los hombres, del matrimonio místico, sobrenatural, entre Él y la Iglesia: el esposo participará de la esponsalidad de Cristo Esposo y la mujer de la esponsalidad de la Iglesia Esposa. Cristo es el Esposo de la Iglesia Esposa y este desposorio místico existe antes que cualquier matrimonio humano y a partir de Él, en virtud de la unión de los esposos por el sacramento del matrimonio, todo matrimonio entre los esposos católicos será una prolongación y una imagen visible de este matrimonio entre el Cordero y su Esposa. Por eso Jesús eleva al matrimonio entre el varón y la mujer a una dignidad superior a la de los ángeles y es lo que da el fundamento sobrenatural acerca de la indisolubilidad matrimonial y acerca de la fecundidad esponsal, porque así como Jesús es fiel a su Esposa y la Iglesia es fiel a su Esposo Jesús, así los esposos católicos deben ser fieles entre sí y así como la unión esponsal entre Cristo y la Iglesia es fecunda, porque se incorporan hijos de la Iglesia por el bautismo sacramental, así los esposos cristianos deben ser fecundos en su prole.
“Que el hombre no separe lo que Dios ha unido”. La unión esponsal sacramental entre el varón y la mujer va mucho más allá de sus características naturales, la indisolubilidad, la fidelidad y la fecundidad: cada matrimonio católico es un misterio que hace referencia a un misterio insondable, la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa, siendo los esposos una prolongación, hacia la sociedad y la historia, de la unión esponsal entre Cristo Esposo y la Iglesia Esposa. Ésa es la razón de la altísima dignidad e importancia del sacramento del matrimonio, dignidad e importancia que no son ni comprendidos ni valorados por el hombre que vive sin Dios. Pero no es el mundo sin Dios el que debe comprender, valorar y vivir esta sublime realidad del matrimonio católico, sino los mismos esposos católicos y el modo de hacerlo es viviendo en la santidad esponsal, único modo de responder a la grandeza y majestad con la que Cristo ha dotado al matrimonio sacramental católico.

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