martes, 26 de julio de 2022

“Esta noche morirás, ¿para quién será lo que has acumulado?”

 


(Domingo XVIII - TO - Ciclo C – 2022)

“Esta noche morirás, ¿para quién será lo que has acumulado?” (). Jesús narra la parábola de un hombre que, con su trabajo, acumula bienes materiales, pensando que vivirá largo tiempo y que disfrutará de esos bienes por largo tiempo. Sin embargo, Dios le dice que esa misma noche, la noche del día en el que este hombre planificó su futuro con sus bienes materiales, “le será exigida su vida”, es decir, será llamado al Juicio Particular.

          Esta parábola debe ser interpretada a la luz de la Doctrina de la Iglesia, para no caer en reduccionismos materialistas propios del socialismo o del comunismo ateo.

          Lo primero que hay que tener en cuenta es que es parte de la Doctrina de la Iglesia que el hombre debe trabajar para ganar su sustento y que lo ganado con el fruto de su esfuerzo es algo que le pertenece, esto es, la propiedad privada. En otras palabras, la propiedad privada es un derecho del ser humano, derecho que se deriva de su obligación de trabajar para ganar su sustento, según el Génesis: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Por otra parte, los bienes materiales son necesarios para el sustento diario, puesto que no nos alimentamos de aire, sino que necesitamos de los bienes materiales para lograr el sustento de nuestro cuerpo y los bienes materiales que se ganan con el esfuerzo cotidiano, es un derecho natural primario, lo cual significa que no puede ser arrebatado por nadie, ni por personas, ni sociedades, ni por el Estado. Ahora bien, si esto es así, ¿por qué, luego de que este hombre trabajara duramente para conseguir sus bienes, es llamado ante la Presencia de Dios para recibir el Juicio Particular? Lo que hay que tener en cuenta es que el error del hombre no es, ni trabajar, ni proveer para el futuro con sus bienes; el error del hombre es no pensar en la vida eterna; es no pensar que esta vida es pasajera; que esta vida es una prueba para prepararnos para el Día del Juicio Final; esta vida es una prueba para demostrar si amamos a Dios Trino y si estamos dispuestos a dejar de lado los bienes terrenos para adquirir los bienes eternos; el error está en pensar que esta vida dura para siempre y la realidad es que no tenemos asegurado ni un solo segundo de vida, ya que en cualquier momento, sin que nadie sepa nadie ni el día ni la hora, seremos llamados ante la Presencia de Dios para rendir cuentas de nuestras obras y que de nada nos valdrán los bienes materiales, por muchos que sean, si estos no fueron usados en esta vida terrena teniendo como objetivo la vida eterna, lo cual quiere decir que los bienes terrenos deben ser usados para obrar las obras de misericordia corporales y espirituales que nos enseña la Iglesia Católica, obras que abren las Puertas del Reino de los cielos.

          No debemos poner el corazón en los bienes terrenos, porque estaremos poniendo el corazón en ellos: “Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón”; debemos poner el corazón en los bienes eternos del cielo, la gloria de Dios Trinidad, la contemplación del Cordero y así nuestro corazón estará donde está nuestro tesoro, el Reino de Dios; debemos usar los bienes materiales en tanto y en cuanto nos ayuden a conseguir ese objetivo y no debemos, bajo ningún concepto, colocarlos en los bienes terrenos, porque ése es el camino de la eterna perdición. Si no queremos condenarnos, si queremos salvar nuestras almas, acumulemos tesoros en el cielo y no en la tierra, seamos ricos en obras de misericordia corporales y espirituales y así, salvaremos nuestras almas por toda la eternidad.

martes, 19 de julio de 2022

El Padrenuestro se vive en la Santa Misa


 

(Domingo XVII - TO - Ciclo C – 2022)

          “Recen el Padrenuestro” (Lc 11, 1-13). Jesús nos enseña a rezar el Padrenuestro y por esta razón esta oración es característica del cristiano. Sin embargo, hay otra característica de esta oración, que la hace muy particular y es que esta oración se vive en la Santa Misa. Esto se deduce al meditar en cada una de sus frases. Consideremos brevemente.

          “Padre nuestro que estás en el cielo”: en el Padrenuestro nos dirigimos, con la oración, a Dios Padre que está en el cielo; en la Santa Misa, el altar se convierte en una parte del cielo y en el cielo está Dios Padre en Persona, junto a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.

          “Santificado sea tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos que el Nombre de Dios sea santificado; en la Santa Misa, el Nombre Tres veces Santo de Dios Uno y Trino es santificado y glorificado por el Hombre-Dios Jesucristo, que sobre el Altar Eucarístico renueva el Santo Sacrificio del Altar.

          “Venga a nosotros tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos que venga a nosotros el Reino de Dios; en la Santa Misa, por el misterio de la Eucaristía, viene a nosotros no solo el Reino de Dios, sino algo infinitamente más grande que el Reino de Dios, y es el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía.

          “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo”: en el Padrenuestro pedimos que la voluntad de Dios se haga en la tierra como en el cielo; en la Santa Misa, la voluntad de Dios se cumple efectivamente, porque la voluntad de Dios es que todos nos salvemos y en la Misa Cristo Dios cumple la voluntad de Dios, al renovar sacramental e incruentamente su Sacrificio de la Cruz, sacrificio por el cual nos salvamos.

          “Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padrenuestro pedimos a Dios que nos dé el pan de cada día; en la Santa Misa, ese pedido se cumple, porque Dios Padre nos concede no solo las gracias para conseguir el pan material, sino que nos da algo que ni siquiera nos hubiéramos imaginado que podíamos pedir y es el Pan del Vida eterna, la Sagrada Eucaristía, que alimenta el alma con la substancia divina.

          “Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”: en la Santa Misa esta petición se hace realidad, porque Dios Padre nos perdona aun antes de que le pidamos perdón y el signo de su perdón es el Cuerpo y la Sangre de Cristo, que se nos entrega no solo para perdonarnos, sino para colmarnos con el Amor de Dios, el Espíritu Santo; además, se nos da, con la Eucaristía, el Amor Divino que necesitamos para perdonar a quien nos ha ofendido.

          “No nos dejes caer en la tentación”: por la Santa Misa, obtenemos la fuerza más que necesaria para no caer en la tentación, porque en la Eucaristía Cristo nos dona su propia fuerza, la fuerza misma del Hombre-Dios, que nos permite vencer fácilmente cualquier tentación que se presente, por fuerte que ésta sea.

          “Y líbranos del mal”: en la Santa Misa este pedido se cumple efectivamente, porque Cristo, con su Sacrificio en cruz, que se representa sacramental e incruentamente en el Altar, derrota definitivamente a aquello que es la fuente del mal, el pecado que nace en nuestros corazones y al Demonio, el Príncipe de las tinieblas, el Príncipe del mal y no solo eso, sino que nos concede, con su Sagrado Corazón Eucarístico, todo bien, tanto material como espiritual, en una medida que ni siquiera somos capaces de imaginar.

          Por todo esto, vemos cómo el Padrenuestro, la oración que nos enseñó el Señor Jesucristo, se vive en la Santa Misa.

martes, 12 de julio de 2022

“María ha elegido la mejor parte y no le será quitada”


 

(Domingo XVI - TO - Ciclo C – 2022)

          “María ha elegido la mejor parte y no le será quitada” (Lc 10, 38-42). Jesús va a almorzar a casa de sus amigos, los hermanos María, Marta y Lázaro. Antes de la llegada de Jesús, los tres hermanos acondicionan la casa para recibir a su querido amigo Jesús. Sin embargo, una vez que Jesús llega, María interrumpe sus tareas y se postra a los pies de Jesús, para derramar perfume sobre sus pies y contemplarlo. Al verse sola con su hermano frente a la tarea de preparar el agasajo para Jesús y sus discípulos, Marta se dirige a Jesús para pedirle que le diga a su hermana que la ayude: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me dé una mano”. Jesús le responde pero, lejos de darle la razón, justifica la acción de María: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; sólo una es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada”.

          ¿Qué significado espiritual tiene este episodio del Evangelio?

          Ante todo, no hay que perder de vista quién es Jesús: Jesús no es un hombre más entre tantos, ni siquiera el más santo de entre los santos: Jesús es Dios Tres veces Santo, Dios Increado, Dios Eterno, que se ha encarnado y que vive, camina y habla entre los hombres, pero es Dios Hijo, hecho hombre sin dejar de ser Dios. Esto es lo que María ha recibido como iluminación del Espíritu Santo y es la razón por la cual ella se postra en adoración y en contemplación de Jesús. Sin esta consideración sobre Jesús como la Segunda Persona de la Trinidad encarnada, no se comprenden, ni la acción de contemplación de Jesús por parte de María, ni la respuesta de Jesús.

          Ahora bien, ¿qué representan las dos hermanas? Pueden representar dos cosas: por un lado, los dos estados de vida religiosa, llamados activos o contemplativos; por otro lado, pueden representar dos estados espirituales de una misma persona. Veamos brevemente: si representan los dos estados de vida religiosa, Marta estaría representando a los religiosos llamados “de vida activa o apostólica”, es decir, los sacerdotes diocesanos o los religiosos que desarrollan su actividad evangélica y apostólica en medio del mundo; por su parte, María, que contempla a Jesús en éxtasis de amor, estaría representando a los religiosos que dedican sus vidas a la contemplación y a la adoración eucarística y hay que decir, siguiendo a Jesús, que esta vocación es “mejor” que la apostólica o de vida activa, porque la adoración y el amor a Jesús Eucaristía es un anticipo de lo que el alma hará en la eternidad, es decir, contemplar, amar y adorar al Cordero de Dios por siempre. Así se comprende, tanto la actitud de María, que no es pasiva, sino activa, porque activamente ama y adora a Jesús y se comprende también porqué Jesús dice que lo que ha elegido María –la contemplación y la adoración del Hombre-Dios Jesucristo- es “la mejor parte”.

Pero también las hermanas podrían estar representando a una misma persona, en dos estados espirituales diferentes: Marta, representaría al bautizado que debe ocuparse de los asuntos del mundo, porque hay que trabajar para poder subsistir diariamente; María, estaría representando a ese mismo cristiano que, haciendo un lugar para la oración en medio de sus quehaceres cotidianos, se dedica a contemplar, amar y adorar a Jesús Eucaristía. Los dos estados son, por lo tanto, importantes e imprescindibles, pero la parte que ha elegido María de Betania, contemplar, amar y adorar a Jesús, “es la mejor”. Imitemos a María entonces y adoremos a Jesús en la Eucaristía, aún en medio de nuestras ocupaciones cotidianas, como anticipo de la adoración que, por la Misericordia Divina, esperamos tributarle por toda la eternidad en el Reino de los cielos.

domingo, 3 de julio de 2022

Jesús, el Buen Samaritano

 


(Domingo XV - TO - Ciclo C – 2022)

“¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10, 25-37). Para contestar la pregunta acerca de quién es el prójimo, para el cristiano, para el seguidor de Cristo, Jesús narra la parábola del buen samaritano. En esta parábola, un samaritano socorre a un hombre que ha sido golpeado casi hasta morir por unos asaltantes, habiendo sido dejado de lado previamente por un sacerdote primero y por un levita después. Para entender la parábola, tenemos que reemplazar los elementos naturales por elementos sobrenaturales: el hombre que va caminando y es asaltado por unos bandidos y delincuentes, es el ser humano, que en el camino de la vida y de historia humana va como ese hombre, desprotegido, a causa del pecado original; las heridas que recibe, son las heridas del alma, producidas por el pecado habitual; los asaltantes del camino son los demonios, los ángeles caídos, que atacan al hombre de todas las maneras posibles, para hacerle daño y provocar su eterna condenación, de ser posible, aunque también son los hombres malos, los hombres sin Dios en sus corazones, que provocan daño al prójimo, solo por malicia; la posada en la que el hombre herido encuentra protección es la Iglesia Católica, que con sus Sacramentos, sus Preceptos, sus leyes divinas, su Sabiduría divina, nos protege del daño que nos hacen el mundo, el demonio y los hombres malvados unidos al Demonio; las vendas y el aceite con las que el Buen Samaritano cura al hombre herido, son representación de la gracia santificante y de la Sangre que brotan del Corazón traspasado de Jesús y que por medio de los Sacramentos llega a nuestras almas, sanándolas de todo pecado, quitando el rencor, la envidia, el odio, la maledicencia, el apetito carnal desordenado, es decir, quitándonos todo tipo de pecado; los que pasan de largo ante el hombre herido, primero el sacerdote y después el levita, representan a aquellos católicos que, ante la dificultad, necesidad o tribulación en la que se encuentra el prójimo, pasan de largo, es decir, hacen de cuenta que no lo ven y no lo auxilian: son los católicos que no practican su religión, aunque asistan a Misa, se confiesen y comulguen, porque tiene una fe que no se demuestra por obras y la fe se demuestra por obras, por obras de misericordia, corporales y espirituales; son los católicos que se desentienden tanto de las necesidades del prójimo como de las necesidades de la Iglesia; por último, el samaritano, que auxilia a un hombre malherido, que lo lleva a una posada para que sus heridas sean curadas y que paga todos los gastos que esto conlleva, es Jesús, el Buen Samaritano, el Samaritano por excelencia, Aquel que jamás nos abandona y que con su Sangre cura nuestras heridas.

“¿Quién es mi prójimo?”. La respuesta a esta pregunta nos la da Jesucristo, el Buen Samaritano y no solo nos responde quién es –todo ser humano que atraviesa por una tribulación-, sino que nos enseña qué hacer ante este prójimo, y es el obrar la misericordia. Si no somos misericordiosos para con nuestro prójimo, incluido el enemigo, entonces no podemos llamarnos cristianos; sólo si obramos la misericordia, seremos considerados cristianos e hijos adoptivos de Dios Padre.

 

viernes, 1 de julio de 2022

"Sígueme"

 


“Sígueme” (Mt 9, 9-13). Jesús encuentra a Mateo y le dice que lo siga. Inmediatamente, sin pensarlo dos veces, Mateo se levanta de su puesto de trabajo y lo sigue. Luego cuando Jesús va a casa de Mateo a almorzar, los fariseos, al darse cuenta, critican a Jesús -dicho sea de paso, los que critican maliciosamente al prójimo, como los fariseos, es porque no tienen a Dios en sus corazones-: “¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús les contesta con la sabiduría divina: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Un elemento muy importante a tener en cuenta en este episodio es el oficio de Mateo al momento de ser llamado por Jesús y es el de cobrador de impuestos, lo cual estaba muy mal visto por la sociedad hebrea del momento, ya que significaba una especie de traidor que colaboraba con la potencia ocupante de ese entonces, el Imperio Romano. Con esto se refuerza el llamado de Jesús a Mateo, porque Mateo era doblemente culpable, si podemos decir así: como todo ser humano, era pecador y portador del pecado original y a eso se le sumaba su condición de cobrador de impuestos para el enemigo del pueblo hebreo.

Ahora bien, el llamado de Jesús a Mateo no se limita a Mateo: cada bautizado, en su bautismo, recibe el llamado de seguir a Jesús y cada uno lo hará según su estado de vida y según a qué tipo de seguimiento lo llama Jesús, si al estado de vida laical o al estado de vida consagrada. Por esta razón, todos debemos vernos reflejados en Mateo: todos, como Mateo, somos llamados por Jesús para seguirlo; todos, como Mateo, somos pecadores –de hecho, nos reconocemos públicamente como pecadores al inicio de la Santa Misa-, pero también, como Mateo, somos llamados por Cristo Jesús, no para quedarnos en nuestra condición de pecadores, sino para santificarnos, siguiendo a Jesús por el Camino Real de la Cruz, único camino que conduce al Reino de los cielos. Es verdad, entonces, que no somos perfectos, porque somos pecadores y el pecado es la suma imperfección; pero no somos llamados a quedarnos en la imperfección del pecado, sino que somos llamados para alcanzar la perfección de la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios; estamos llamados a ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto, según las palabras de Jesús: “Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto”. Y esta perfección solo la obtenemos en el seguimiento cotidiano de Jesús por el Via Crucis, por el Camino Real de la Cruz.