(Domingo XVIII - TO - Ciclo C – 2022)
“Esta noche morirás, ¿para quién será lo que has
acumulado?” (). Jesús narra la parábola de un hombre que, con su trabajo,
acumula bienes materiales, pensando que vivirá largo tiempo y que disfrutará de
esos bienes por largo tiempo. Sin embargo, Dios le dice que esa misma noche, la
noche del día en el que este hombre planificó su futuro con sus bienes
materiales, “le será exigida su vida”, es decir, será llamado al Juicio
Particular.
Esta parábola
debe ser interpretada a la luz de la Doctrina de la Iglesia, para no caer en
reduccionismos materialistas propios del socialismo o del comunismo ateo.
Lo primero
que hay que tener en cuenta es que es parte de la Doctrina de la Iglesia que el
hombre debe trabajar para ganar su sustento y que lo ganado con el fruto de su
esfuerzo es algo que le pertenece, esto es, la propiedad privada. En otras
palabras, la propiedad privada es un derecho del ser humano, derecho que se
deriva de su obligación de trabajar para ganar su sustento, según el Génesis: “Ganarás
el pan con el sudor de tu frente”. Por otra parte, los bienes materiales son
necesarios para el sustento diario, puesto que no nos alimentamos de aire, sino
que necesitamos de los bienes materiales para lograr el sustento de nuestro
cuerpo y los bienes materiales que se ganan con el esfuerzo cotidiano, es un
derecho natural primario, lo cual significa que no puede ser arrebatado por
nadie, ni por personas, ni sociedades, ni por el Estado. Ahora bien, si esto es
así, ¿por qué, luego de que este hombre trabajara duramente para conseguir sus
bienes, es llamado ante la Presencia de Dios para recibir el Juicio Particular?
Lo que hay que tener en cuenta es que el error del hombre no es, ni trabajar,
ni proveer para el futuro con sus bienes; el error del hombre es no pensar en
la vida eterna; es no pensar que esta vida es pasajera; que esta vida es una
prueba para prepararnos para el Día del Juicio Final; esta vida es una prueba
para demostrar si amamos a Dios Trino y si estamos dispuestos a dejar de lado
los bienes terrenos para adquirir los bienes eternos; el error está en pensar
que esta vida dura para siempre y la realidad es que no tenemos asegurado ni un
solo segundo de vida, ya que en cualquier momento, sin que nadie sepa nadie ni
el día ni la hora, seremos llamados ante la Presencia de Dios para rendir
cuentas de nuestras obras y que de nada nos valdrán los bienes materiales, por
muchos que sean, si estos no fueron usados en esta vida terrena teniendo como
objetivo la vida eterna, lo cual quiere decir que los bienes terrenos deben ser
usados para obrar las obras de misericordia corporales y espirituales que nos
enseña la Iglesia Católica, obras que abren las Puertas del Reino de los
cielos.
No debemos
poner el corazón en los bienes terrenos, porque estaremos poniendo el corazón
en ellos: “Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón”; debemos poner el
corazón en los bienes eternos del cielo, la gloria de Dios Trinidad, la
contemplación del Cordero y así nuestro corazón estará donde está nuestro
tesoro, el Reino de Dios; debemos usar los bienes materiales en tanto y en
cuanto nos ayuden a conseguir ese objetivo y no debemos, bajo ningún concepto,
colocarlos en los bienes terrenos, porque ése es el camino de la eterna
perdición. Si no queremos condenarnos, si queremos salvar nuestras almas,
acumulemos tesoros en el cielo y no en la tierra, seamos ricos en obras de
misericordia corporales y espirituales y así, salvaremos nuestras almas por
toda la eternidad.