viernes, 1 de julio de 2022

"Sígueme"

 


“Sígueme” (Mt 9, 9-13). Jesús encuentra a Mateo y le dice que lo siga. Inmediatamente, sin pensarlo dos veces, Mateo se levanta de su puesto de trabajo y lo sigue. Luego cuando Jesús va a casa de Mateo a almorzar, los fariseos, al darse cuenta, critican a Jesús -dicho sea de paso, los que critican maliciosamente al prójimo, como los fariseos, es porque no tienen a Dios en sus corazones-: “¿Cómo es que vuestro Maestro come con publicanos y pecadores?”. Jesús les contesta con la sabiduría divina: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”. Un elemento muy importante a tener en cuenta en este episodio es el oficio de Mateo al momento de ser llamado por Jesús y es el de cobrador de impuestos, lo cual estaba muy mal visto por la sociedad hebrea del momento, ya que significaba una especie de traidor que colaboraba con la potencia ocupante de ese entonces, el Imperio Romano. Con esto se refuerza el llamado de Jesús a Mateo, porque Mateo era doblemente culpable, si podemos decir así: como todo ser humano, era pecador y portador del pecado original y a eso se le sumaba su condición de cobrador de impuestos para el enemigo del pueblo hebreo.

Ahora bien, el llamado de Jesús a Mateo no se limita a Mateo: cada bautizado, en su bautismo, recibe el llamado de seguir a Jesús y cada uno lo hará según su estado de vida y según a qué tipo de seguimiento lo llama Jesús, si al estado de vida laical o al estado de vida consagrada. Por esta razón, todos debemos vernos reflejados en Mateo: todos, como Mateo, somos llamados por Jesús para seguirlo; todos, como Mateo, somos pecadores –de hecho, nos reconocemos públicamente como pecadores al inicio de la Santa Misa-, pero también, como Mateo, somos llamados por Cristo Jesús, no para quedarnos en nuestra condición de pecadores, sino para santificarnos, siguiendo a Jesús por el Camino Real de la Cruz, único camino que conduce al Reino de los cielos. Es verdad, entonces, que no somos perfectos, porque somos pecadores y el pecado es la suma imperfección; pero no somos llamados a quedarnos en la imperfección del pecado, sino que somos llamados para alcanzar la perfección de la vida de la gracia, la vida de los hijos de Dios; estamos llamados a ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto, según las palabras de Jesús: “Sed perfectos, como mi Padre celestial es perfecto”. Y esta perfección solo la obtenemos en el seguimiento cotidiano de Jesús por el Via Crucis, por el Camino Real de la Cruz.

 

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