sábado, 6 de enero de 2024

Epifanía del Señor



(Ciclo B – 2024)

          Luego del Nacimiento en Nochebuena y luego de la Solemnidad de la Sagrada Familia, la Iglesia Católica celebra otra fiesta litúrgica, la Fiesta de los Reyes Magos, en la cual se conmemora la visita de unos sabios de Oriente quienes, guiados milagrosamente por la Estrella de Belén, acudieron a presentar sus homenajes y sus dones al Salvador de los hombres, Aquel a quien el Espíritu Santo les había señalado que encontrarían recostado en un pesebre, envuelto en pañales, en los brazos de la Virgen Madre. Los Reyes Magos, hombres sabios y piadosos, aunque paganos, habían recibido la gracia divina de parte del Espíritu Santo, de conocer y amar al Redentor de los hombres, de saber que venía en su Primera Venida como un Niño pequeño, indefenso, pero que ese Niño pequeño e indefenso era Dios y que estaba destinado, cuando fuera adulto, a ofrecerse en el Ara Santa de la Cruz, como sacrificio expiatorio para la salvación de los hombres.

          La visita de los Reyes Magos no es, ni remotamente, una leyenda, ni la guía de la Estrella de Belén una piadosa fábula: son relatos de real y auténtica historia, dirigidas por el Señor de la Historia, Nuestro Señor Jesucristo, que de esta manera hacía conocer a los pueblos paganos la maravillosa y extraordinaria historia de la salvación de los hombres, historia que iniciaba con la Encarnación del Verbo en las entrañas purísimas de la Virgen y Madre de Dios, continuaba con su Nacimiento virginal y milagroso y proseguía ahora con su manifestación o Epifanía -manifestación gloriosa- ante los ojos de los paganos-, para que estos dieran testimonio ante sus respectivos pueblos de que la salvación venía de Israel, venía en forma de un Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, para que los hombres, hechos Dios por la gracia, fueran conducidos como niños al Reino de los cielos.

          Puesto que los Reyes Magos habían sido advertidos por el Espíritu Santo de que el Niño de Belén era el “Emanuel”, esto es, “Dios con nosotros”, traían presentes para el Niño, dignos de un Dios: oro, incienso y mirra: oro, para adorar su divinidad; incienso, para indicar la oración que al Niño Dios se le debe tributar, día y noche, en cuanto Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios; mirra, para indicar su Humanidad Santísima y Purísima, sin rastro alguno, no ya de pecado, sino ni siquiera de ninguna imperfección.

          Éste es entonces el origen piadoso de la hermosa fiesta de los Reyes Magos que la Santa Iglesia Católica tributa a su Rey, el Niño Dios. Hagamos el propósito, no de pedir regalos, sino de ofrecer nosotros, tributos espirituales a nuestro Dios, a imitación de los Reyes Magos: en vez de oro, la adoración de nuestros corazones a su divinidad, que le corresponde en cuanto es Dios Hijo; la oración incesante, día y noche, que le corresponde en cuanto es el Hombre-Dios, nuestro Redentor y Salvador; y mirra, la intención, al menos, con la ayuda de la gracia, de conservar la pureza de cuerpo y alma que Él merece, para así recibirlo, con todo el amor posible, en la Comunión sacramental.

 

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