(Domingo XVII - TO - Ciclo C - 2025)
“Señor, enséñanos a rezar…” (Lc 11, 1-13). Los
discípulos le piden a Jesús que les enseñe a rezar y Jesús les enseña el
Padrenuestro, con lo cual, esta oración se convierte en una oración muy
particular, por un doble motivo: por ser precisamente una oración enseñada por
el mismo Señor Jesucristo en Persona y por tener una característica que no la
tiene ninguna otra oración y esta característica es que, si bien es una oración
que puede ser recitada en cualquier momento, tiene la particularidad de que es
una oración que se vive, se actualiza, en la Santa Misa. En otras palabras, el
Padrenuestro no solo se recita, sino que se actualiza, se hace realidad, se
hace vida, en cada Santa Misa. Veamos de qué manera el Padrenuestro se vive en
la Santa Misa, analizando cada una de sus oraciones.
“Padre nuestro, que estás en el cielo”: en el
Padrenuestro nos dirigimos, con la mente y el corazón, a Dios, nuestro Padre,
que está en el cielo; en la Santa Misa, mucho más que nosotros dirigirnos a
Dios, que está en el cielo, es Dios Quien, por la liturgia eucarística, viene a
nosotros, porque en la Santa Misa el altar material desaparece y se convierte
en el majestuoso cielo eterno en donde reside la divina majestad.
“Santificado sea tu Nombre”: en el Padrenuestro pedimos
que el Nombre de Dios sea santificado; en la Santa Misa, el Nombre Tres veces
Santo de Dios es santificado por Dios Hijo en Persona, el cual glorifica a Dios
por medio de su Sacrificio en cruz, renovado incruenta y sacramentalmente en el
altar eucarístico.
“Venga a nosotros tu Reino”: en el Padrenuestro pedimos
que el Reino de Dios venga a nosotros; por la Santa Misa, esta petición se hace
realidad, porque mucho más que venir a nosotros el Reino de Dios, por la
liturgia eucarística viene el Rey del Reino de Dios, Cristo Jesús en la
Eucaristía.
“Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo”:
en el Padrenuestro pedimos que la voluntad de Dios se cumpla; en la Santa Misa,
esta petición se hace realidad, porque la voluntad de Dios es que todos los
hombres se salven y Quien cumple esta voluntad divina es el Cordero de Dios,
Jesucristo, al entregar su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad en la
Sagrada Eucaristía, para la salvación de todos los hombres.
“Danos hoy nuestro pan de cada día”: en el Padrenuestro
pedimos a Dios que nos asista con su Divina Providencia, para que no nos falte
el alimento cotidiano; en la Santa Misa, esta petición se hace realidad y de
una manera tal que supera todo lo que podemos siquiera imaginar, porque Dios no
solo nos concede el sustento material, es decir, el alimento del cuerpo, sino
que nos concede algo que no podríamos jamás ni siquiera imaginar si no fuera
revelado y es que por la Santa Misa Dios nos concede el sustento del espíritu,
aquello que alimenta nuestra alma con la substancia divina trinitaria, el
Verdadero Maná bajado del cielo, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad
de Nuestro Señor Jesucristo, la Sagrada Eucaristía.
“Perdona nuestras ofensas, como nosotros perdonamos a los
que nos ofenden”: en el Padrenuestro pedimos a Dios que perdone nuestros
pecados y al mismo tiempo hacemos el propósito de perdonar a quien nos haya
cometido algún mal; en la Santa Misa, todo esto se hace realidad por
Jesucristo, porque Dios nos perdona nuestros innumerables pecados gracias a la
Sangre de Jesús, derramada en el Calvario y recogida en el Cáliz del altar y
así se cumple la primera parte de la oración; pero además de esto, Jesucristo
nos concede la fuerza de su Amor, la Sangre de su Sagrado Corazón, para que
nosotros seamos capaces de perdonar a quien nos ofende, con el mismo perdón y
el mismo Amor con el cual Cristo nos perdona y nos ama desde la Cruz y desde el
Altar eucarístico.
“No nos dejes caer en la tentación”: en la Santa Misa
pedimos a Dios la fuerza para no caer en la tentación; en la Santa Misa, esta
petición se cumple con creces, porque no solo recibimos la gracia santificante,
que nos da la fuerza necesaria para no ceder ante ninguna tentación, por fuerte
que esta pueda ser, sino que además, al recibir la Sangre de Cristo, recibimos
al mismo tiempo la gracia de participar de su vida trinitaria y de sus virtudes
divinas, lo cual es infinitamente más grandioso que solamente no caer en la
tentación.
“Y líbranos del mal”: en el Padrenuestro pedimos a Dios
que nos libre del mal y esta petición se cumple con creces en la Santa Misa,
porque Jesús por la Misa nos libra de un triple mal: del mal en persona, que es
Satanás; del mal del alma, que es el pecado y del mal de la inteligencia, que
es el error y la ignorancia, que conducen a la herejía y a la apostasía. Por
este motivo, la petición que hacemos a Dios en el Padrenuestro, de que nos
“libre del mal”, se cumple sobradamente, porque como dijimos, Jesús no solo nos
libra del mal personificado, que es Satanás, el Demonio, el Ángel caído, porque
Jesucristo derrota para siempre al Demonio en la Cruz y renueva este triunfo
sobre el Demonio en cada Santa Misa, sino que nos concede su Bondad Infinita y
Eterna, el Amor de su Sagrado Corazón que late en la Eucaristía. Pero además de
librarnos del mal en persona, que es el Ángel caído, Jesús nos libra del mal
que es el pecado, el mal raíz de todos los males, porque por el pecado se nos
quita la gracia y el alma se ve envuelta en las tinieblas de la negación
voluntaria de Dios, que es el pecado; Jesús nos libra también del mal que es el
error, la ignorancia y la herejía, porque Él es la Sabiduría Divina, la
Sabiduría del Padre, que se carne en Jesús de Nazareth y prolonga esta
encarnación en la Eucaristía, colmándonos de la luz de su sabiduría divina cada
vez que lo recibimos en gracia, con fe y con amor en la Sagrada Eucaristía.
Por todo esto, vemos entonces cómo el Padrenuestro es una oración que se vive,
se actualiza, en la Santa Misa, en cada Santa Misa y es esta la principal
enseñanza que nos deja Jesús en el Evangelio de hoy. Pero el Evangelio de hoy
también se refiere a otros aspectos de la oración, como por ejemplo, el hecho
de que, siendo Dios infinitamente bueno, solo obtendremos de Él cosas buenas,
ya que es imposible que nos dé cosas malas y para que nos demos una idea de
esto, Jesús hace la comparación de un hombre que está acostado con sus hijos y
que es importunado por un amigo a altas horas de la noche, pidiéndole pan; solo
para que no lo importune, le dará el pan, significando a Dios Padre que nos da
el Pan de Vida eterna, la Sagrada Eucaristía; el otro ejemplo es el de un padre
que no da cosas malas a sus hijos: mucho menos Dios, que es infinitamente
bueno, y en el que no hay la más mínima sombra de maldad, no solo no dará cosas
malas a nosotros, sus hijos, sino que nos dará algo que ni siquiera podemos imaginar,
nos dará el Amor de su Corazón Divino, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
Pidamos a Dios, por medio de la Santa Misa, por medio del Sacrificio del
Cordero, por medio del Padrenuestro, que venga a los corazones de los hombres
de todo el mundo, el Amor de la Trinidad, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.
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