viernes, 15 de marzo de 2024

“Los judíos querían matarlo porque blasfemaba haciéndose Dios”

 


“Los judíos querían matarlo porque blasfemaba haciéndose Dios”. A medida que se acercan los días de la Pasión, se acrecientan los intentos y los deseos de los judíos de matar a Jesús y así lo dice explícitamente el Evangelio: “Para los judíos esta era una razón más para matarlo, porque no solo violaba el sábado, sino que se hacía igual a Dios, llamándolo su propio Padre” (Jn 5, 5-18); “Jesús recorría la Galilea; no quería transitar por Judea porque los judíos intentaban matarlo” (Jn 7, 25-30). Desde el comienzo de su vida pública, los judíos intentan detener y matar a Jesús, ya sea porque el pueblo lo prefiere a Él y no a ellos, ya sea porque por su necedad y malicia rechazan voluntariamente creer en los milagros que hace Jesús y que demuestran su divinidad. Al actuar de esta manera, los judíos se cierran a la Revelación completa y definitiva de Dios como Uno y Trino: ellos habían sido elegidos por Dios -por eso eran el “Pueblo Elegido”- para que dieran testimonio de la unicidad divina en medio de naciones paganas; por esta razón, eran el único pueblo de la Antigüedad que creía en un Dios Uno; pero ahora, cuando son elegidos para recibir la auto-revelación definitiva de Dios como Uno y Trino en Cristo Jesús, se niegan voluntariamente a reconocer en Jesús a Dios Hijo encarnado y no solo lo rechazan, sino que lo acusan falsamente de blasfemo –“se hace pasar por Dios”, “llama a Dios su Padre”- y esa acusación se castigaba con la muerte y es la razón por la que, prácticamente desde el inicio de su aparición pública, los judíos “buscaban a Jesús para matarlo”, como lo dice el Evangelio.

“Los judíos querían matarlo porque blasfemaba haciéndose Dios”. Ahora bien, no solo los judíos buscan matar a Jesús; también nosotros, miembros de Nuevo Pueblo Elegido, volvemos a crucificar y a dar muerte de Cruz a Jesús, toda vez que lo negamos por el pecado y rechazamos su gracia. La Pasión de Jesús, su Muerte y Crucifixión, reviven místicamente con cada pecado, sobre todo el pecado mortal. En nuestra libertad está el acompañar a la Virgen por el Camino del Via Crucis, consolando a Jesús mientras luchamos por vivir la vida de la gracia, o formar parte de sus verdugos, los que con martillos clavaron sus manos y pies con clavos de hierro a la Cruz.

jueves, 14 de marzo de 2024

“Cuando Yo sea levantado en alto atraeré a todos hacia Mí”

 




(Domingo V - TC - Ciclo B – 2024)

“Cuando Yo sea levantado en alto atraeré a todos hacia Mí” (cfr. Jn 12, 20-33). Jesús está revelando proféticamente qué es lo que sucederá cuando Él sea crucificado en el Monte Calvario. Es verdad que cuando Él sea crucificado, todos los que asistan a la crucifixión en ese momento, levantarán sus cabezas para contemplarlo a Él crucificado, pero Jesús no se está refiriendo a este hecho solamente. El momento de la crucifixión de Jesús es un hecho inédito en la historia de la humanidad, en donde Aquel que es crucificado no es un hombre bueno o santo, sino Dios Tres veces Santo y esto supone el desencadenamiento de fuerzas divinas, celestiales y sobrenaturales que, desprendiéndose de la Cruz, se irradian sobre toda la humanidad, traspasando el espacio y el tiempo, extendiéndose desde Adán y Eva hasta el Día del Juicio Final y atravesando toda la historia humana, desde el Génesis hasta el Apocalipsis. La crucifixión del Hombre-Dios Jesucristo es un acontecimiento pleno de sucesos sobrenaturales que la humanidad ni siquiera puede imaginar: mientras exteriormente todos ven a un hombre crucificado, en la realidad del mundo espiritual, se desprende del Corazón traspasado del Cordero de Dios una fuerza divina, celestial, que atrae literalmente a toda la humanidad hacia Sí mismo, como si de un poderoso imán de almas se tratase: “Cuando sea levantado en alto, atraeré a todos hacia Mí”, y en ese ser atraídos todos hacia Él, como el que los atraerá será el Espíritu Santo, que iluminará las mentes de los hombres, todos los que sean atraídos hacia Jesús sabrán que Él es Dios: “Cuando hayan levantado en alto al Hijo del hombre sabréis que Yo Soy”: el “Yo Soy” es el nombre propio de Dios con el que los judíos conocían a Dios; por lo tanto, Jesús está diciendo claramente que Él es Dios y que cuando sea crucificado, atraerá a todos hacia Él y todos sabrán que con sus pecados crucificaron a Dios.

“Cuando Yo sea levantado en alto atraeré a todos hacia Mí”. Todos los hombres de todos los tiempos serán atraídos, porque su Corazón traspasado será como la compuerta de un dique que se abre, para dejar pasar al Espíritu Santo, el Espíritu del Amor divino, que en un doble movimiento de descenso desde el Corazón de Jesús y luego de ascenso hacia Él, llevará hacia Jesús, atraerá hacia Jesús, y de Jesús al Padre, a toda la humanidad, sin exceptuar a ninguno y todos sabrán que Jesús es Dios, porque Jesús se aplica a sí mismo el nombre con el que los judíos conocían a Dios: “Yo Soy”. Pero el hecho de que Jesús los atraiga para que sepan que Él es Dios y que los hombres crucificaron a Dios con sus pecados, no es para que permanezcan en ese estado, sino para que movidos por el Espíritu Santo, se arrepientan de sus pecados y por la oración, la penitencia y el amor, vuelvan al seno del Padre, por el Amor del Espíritu Santo, en el Corazón de Jesús.

Ambos efectos de la crucifixión -la atracción de los hombres y el subsecuente arrepentimiento y contrición- están anticipados en el profeta Zacarías, en donde se describe proféticamente el Viernes Santo, día de la crucifixión del Cordero de Dios –“me mirarán a Mí, a quien traspasaron”-, día que será de luto para la humanidad, pero también será día de gracia y de bendición, porque del Corazón traspasado del Cordero se derramará sobre los hombres “un espíritu de gracia y de oración”, es decir, se derramará la Sangre del Cordero, y con la Sangre del Cordero, el Espíritu Santo, el “Espíritu de gracia y de oración” que penetrando en los corazones de los hombres, les concederá la gracia de la contrición del corazón, profetizada en el llanto. Dice así admirablemente, la profecía de Zacarías, profetizada VI siglos antes de Cristo: “Derramaré sobre la casa de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de oración. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén (Za 12, 10-11)”. No puede ser más clara y directa la referencia a la crucifixión del Señor Jesús: “Me mirarán a Mí, a quien traspasaron (…) llorarán como se llora al primogénito”. El llanto y el luto de saber que dimos muerte al Cordero de Dios, debe dar paso a la alegría de saber que el mismo Dios a Quien traspasamos con nuestros pecados, nos perdona y derrama sobre nosotros su Divina Misericordia: “derramaré un espíritu de gracia y de oración”.

Por esto, las palabras de Jesús podrían quedar: “Cuando sea traspasado, desde mi Corazón traspasado derramaré sobre ustedes un Espíritu de gracia y de oración, que los atraerá hacia Mí, su Dios y así arrepentidos de sus pecados recibirán el Fuego del Divino Amor, el Espíritu Santo”. En otras palabras, en el momento de la crucifixión, se derramará sobre los hombres el Espíritu Santo, que concederá la gracia de la conversión a quien contemple a Jesús crucificado, tal como le sucedió por ejemplo a Longinos, el soldado romano que atravesó al Sagrado Corazón con su lanza. Por último, debemos agregar que la Misericordia Divina es infinita y eterna, no tiene tiempo ni espacio y actúa en todo tiempo y espacio y también llega a nosotros a través de la liturgia eucarística de la Santa Misa: puesto que la Santa Misa es la renovación incruenta y sacramental del sacrificio del Calvario, sacrificio en el cual se derrama el Espíritu Santo a través de la Sangre del Corazón traspasado, también en la Santa Misa, en la elevación de la Hostia consagrada, se repite el mismo prodigio de la elevación del Señor en la Cruz, y es así como la Iglesia dice: “Cuando sea levantada en alto la Eucaristía, Jesús Eucaristía derramará desde su Sagrado Corazón Eucarístico el Espíritu Santo, espíritu de gracia, de conversión, de oración, de piedad, de amor”.

 


sábado, 9 de marzo de 2024

“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna”


 


(Domingo IV - TC - Ciclo B – 2024)

         “Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna” (Jn 3, 14-21). Jesús recuerda el episodio del Pueblo Elegido en el desierto, cuando fueron atacados por serpientes venenosas y, por indicación divina, Moisés construyó una serpiente de bronce y la levantó en alto, de modo que todo el que la miraba, quedaba curado de la mordedura venenosa de las serpientes. Este episodio de Moisés y del Pueblo Elegido, en el que el Pueblo Elegido es atacado por serpientes venenosas en su peregrinación hacia la Tierra Prometida, es figura y anticipación de la crucifixión de Jesús y esa es la razón por la que Jesús trae a colación el hecho. Para entender la analogía, debemos reflexionar sobre el episodio de Moisés y las serpientes en el desierto: las serpientes son los demonios, los que peregrinan en el desierto somos los integrantes del Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica; el desierto es esta vida terrena, es el tiempo y el espacio de la historia humana, que desemboca en final del vértice espacio-tiempo, en la convergencia del espacio-tiempo, en la eternidad divina; la Jerusalén terrena  a la que se dirige el Pueblo Elegido en su peregrinar por el desierto es imagen de la Jerusalén celestial a la que nos dirigimos nosotros, el Nuevo Pueblo Elegido, los bautizados en la Iglesia Católica, la Jerusalén del Cielo, cuya Lámpara es el Cordero de Dios; el veneno de las serpientes es el pecado mortal; las mordeduras de las serpientes son las tentaciones demoníacas; la serpiente de bronce que Moisés eleva y que sana milagrosamente a quien la ve, es representación de Jesús crucificado, quien desde la Cruz da la vida eterna a quien arrodillado ante la Santa Cruz lo contempla con fe, con amor y devoción, recibiendo de Él la Vida divina, la Vida de la Gracia, la Vida Eterna, que se comunica por la Sangre que brota de sus heridas abiertas en manos y pies por los clavos y de las heridas de su Costado traspasado por la lanza del soldado romano.

         Así como los miembros del Pueblo Elegido, por un milagro divino, eran curados de las mordeduras de las serpientes venenosas por la serpiente de bronce que elevaba Moisés en lo alto, así, de manera análoga, es desde la cruz de donde el alma obtiene la vida divina, la vida eterna, el perdón de los pecados y la santificación del alma, por medio de la Gracia Santificante que brota junto con la Sangre de Jesús crucificado, elevado en lo alto en el Santo Sacrificio del Calvario y es por esto que debemos postrarnos ante Jesús crucificado, cuando sintamos el ardor de las pasiones y la acechanza o incluso la mordedura de las serpientes, los ángeles caídos, los demonios.

“Es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todo el que cree en Él, tenga vida eterna”. Quien se arrodilla ante Jesús crucificado con un corazón contrito y humillado, obtienen de Él su Gracia, que se derrama sobre su alma a través de la Sangre Preciosísima del Cordero que se derrama desde sus heridas abiertas y sangrantes. Pero Jesús, además de estar en la Cruz, se encuentra también en la Eucaristía y en la Eucaristía está en Persona y es por esta razón que, quien contempla a Jesús Eucaristía, recibe también de su Sagrado Corazón Eucarístico la vida divina, la vida eterna, la vida de su Sagrado Corazón Eucarístico, la vida misma de la Santísima Trinidad. Adoremos a Jesús, tanto en la Cruz como en la Eucaristía y así no solo seremos curados de las tentaciones y protegidos de las acechanzas del demonio, sino que ante todo obtendremos la vida eterna, la vida de Dios Uno y Trino, la Vida divina, eterna y gloriosa del Cordero de Dios, Cristo Jesús en la Eucaristía.


jueves, 7 de marzo de 2024

“Si expulso demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios”


 


“Si expulso demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios” (Lc 11, 14-23). Jesús expulsa a un demonio mudo -el exorcista P. Fortea clasifica a los demonios en “mudos” y “hablantes”-, el cual provocaba que el hombre no hablara (no es que el hombre fuera mudo, sino que el demonio hacía que el hombre no hablara). Los fariseos le piden a Jesús una señal que les indique que expulsa demonios con el poder del Espíritu de Dios y no con el poder del espíritu maligno. En su respuesta, Jesús les hace ver que Él expulsa a los demonios con el poder divino, ya que si lo hiciera con el poder de Satanás, sería como si Satanás se debilitara a sí mismo; como esto no es posible, es obvio que Él expulsa a los demonios con el poder de Dios. Esto, a su vez, se vuelve una grave acusación contra los fariseos: si ellos se han colocado contra Jesús cuando arroja un demonio y si Jesús es Dios que con su poder arroja un demonio y así indica la llegada del Reino de los cielos, ¿no es esto una señal de que los fariseos se han puesto del lado de Satanás, cuyo reinado Nuestro Señor ha venido a destruir? Es por esto que Jesús les dirá luego: “raza de víboras” y “Sinagoga de Satanás”, y esto último no en un sentido figurado sino real, porque los fariseos, habiendo rechazado al Único y Verdadero Dios, Cristo Jesús, se han puesto del lado de Satanás y lo han convertido en su dios.

Entonces, Jesús es Dios y expulsa a los demonios con el poder de Dios; los fariseos, al ponerse en contra de Jesús, demuestran que se ponen en contra de Dios y del lado de Satanás y por eso Jesús les dice “Sinagoga de Satanás”, una gravísima acusación para quienes públicamente afirmaban y se mostraban como siendo hombres de Dios.

“Si expulso demonios, es porque ha llegado el Reino de Dios”. El episodio del Evangelio se traslada hasta nuestros días, hasta nuestra Iglesia, por el siguiente motivo: el poder exorcístico de la Iglesia, ejercido a través del sacerdocio ministerial, el cual participa del sacerdocio del Sumo y Eterno Sacerdote Jesucristo, es señal de que el Reino de Dios ha llegado a nosotros y es señal de que la Iglesia Católica es la Única Iglesia Verdadera del Único Dios Verdadero. Pero es señal entonces de lo opuesto, de que todo lo que no es la Iglesia Católica, no es de Cristo y pertenece al Maligno, a Satanás, al Ángel caído, como todo lo que integra la Nueva Era, la Religión del Anticristo y esto lo deben tener muy en cuenta sobre todo los católicos que practican yoga, reiki, channeling o canalización de espíritus, que no es otra cosa que el antiguo espiritismo, esoterismo, Wicca o brujería “moderna”, coaching, constelaciones familiares, etc.-, porque quienes esto hacen -los católicos que practican estas cosas-, al igual que hacían los fariseos en tiempo de Jesús, que se ponían del lado del maligno, quienes practican -los católicos que practican estas cosas- las prácticas neo-paganas de la Nueva Era, se ponen del lado del Adversario de Cristo, Satanás.


“No he venido a abrogar la ley, sino a perfeccionarla”

 


“No he venido a abrogar la ley, sino a perfeccionarla” (Mt 5, 17-19). Puesto que Jesús ha venido a fundar un nuevo movimiento religioso -que es la Iglesia Católica-, y es nuevo en relación al movimiento religioso existente, la religión judía, se ve en la obligación de explicar cuál es su posición en relación con la ley mosaica: Él “no ha venido a abrogarla, sino a perfeccionarla” y no podría ser de otra manera, puesto que Él es el Legislador Divino que ha sancionado primero, la primera parte de la Ley Divina, a través de Moisés y ahora, a través de Él mismo en Persona, viene a sancionar la segunda parte de esa misma Ley Divina y por eso es que no ha venido a abrogarla, a suprimirla, sino ha darle su pleno cumplimiento, ha venido para perfeccionarla, para hacerla perfecta. Este “perfeccionamiento” no se limita a los dos ejemplos que da Jesús –“no matarás” y “no cometerás adulterio”-, sino a toda la Ley, a toda la voluntad de Dios expresada en el orden antiguo y por eso dice “la Ley y los Profetas”[1].

Con los ejemplos que Jesús da -que se extienden a todos los Mandamientos-, Jesús quiere demostrar que el orden moral antiguo no pasará, sino que surgirá a una nueva vida, que le será infundida con un nuevo espíritu. Es decir, no se inventarán nuevos mandamientos, sino que, a los mismos mandamientos, se les infundirá un nuevo espíritu, el espíritu de Cristo, por medio de la gracia santificante. Esto se ejemplifica con el mandamiento de “No matar”, tal como el mismo Jesús lo explica: si antes, para ser justos ante Dios, bastaba con el hecho de “no matar”, literalmente, es decir, con no cometer un homicidio, ahora, a partir de Jesús, ya no es suficiente con eso, porque el solo hecho de desear venganza o de guardar rencor contra el prójimo, es susceptible de castigo y esto porque por la gracia santificante, concedida por los sacramentos, el alma está ante la Presencia de la Trinidad de manera análoga a como los ángeles y santos lo están en el Cielo. En otras palabras, un ligero mal pensamiento o sentimiento de hostilidad hacia el prójimo, es un pensamiento proclamado delante de Dios, que es Bondad y Justicia infinitas y que por lo tanto, no tolera a los injustos e hipócritas que mientras claman misericordia para sí mismos, no son capaces de guardar la más mínima misericordia para con el prójimo, ni siquiera con el pensamiento.

A partir de Jesús, la observancia de los mandamientos en el Amor de Dios será mucho más rigurosa, tanto, que no pasará ante la Justicia Divina ni la letra más pequeña, la “i”, ni tampoco una coma, pues todo, hasta el más mínimo pensamiento, será purificado por el Fuego purificador del Divino Amor. Esto es lo que quiere decir Jesús cuando dice que “ha venido a perfeccionar” a la Ley de Dios; es una perfección en el Amor, tanto hacia Dios como hacia el prójimo: “Sean misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso” (Lc 6, 36).



[1] Cfr. B. Orchard et al., Verbum Dei. Comentario a la Sagrada Escritura, Tomo III, Editorial Herder, Barcelona 1957, 685.

martes, 5 de marzo de 2024

“Perdona setenta veces siete”

 


“Perdona setenta veces siete” (Mt 18, 21-35). Para comprender el alcance de la respuesta de Jesucristo, debemos considerar antes cómo era el perdón entre el Pueblo Elegido. Para los judíos, el siete era el número perfecto y esto explica el hecho de que Pedro le preguntara a Jesús si se debía perdonar “hasta siete veces”, como si a la octava vez, ya se estuviera en libertad de aplicar la “ley del Talión”, es decir, “ojo por ojo y diente por diente”. Otra característica del perdón antes de Cristo es que se trata de un perdón que surge del propio corazón humano y por eso mismo es limitado, parcial, condicionado por factores como el paso del tiempo, como, por ejemplo, alguien perdona una ofensa porque ha pasado ya mucho tiempo y ha quedado en el olvido. Nada de esto forma parte del perdón cristiano, del perdón en Cristo, porque cuando el cristiano recibe una ofensa, no debe perdonar al modo del Pueblo Elegido, que no conocía a Cristo, sino que debe perdonar precisamente al modo de Cristo, como Cristo lo dice y como Cristo nos perdona.

Ahora entonces estamos en condiciones de reflexionar acerca de cómo debe ser el perdón en Cristo, el perdón cristiano, el perdón que debe ser “hasta setenta veces siete”. Una primera consideración a tener en cuenta es que el perdón en Cristo adquiere nuevas dimensiones, que trascienden el plano humano: ya no es solamente el hecho de que se extiende en el tiempo –“siempre”-, sino que se trata de un perdón que no surge propiamente del corazón humano; es un perdón que es una participación al perdón divino que Dios Padre, en el Amor del Espíritu Santo, nos otorga en Cristo Jesús, por medio del Santo Sacrificio de la Cruz. Esto último es lo que hace distintivo al perdón cristiano: es un perdón que se ofrece luego de haber reflexionado sobre el perdón recibido por el propio cristiano, por parte de Cristo, desde la Cruz: Cristo nos perdona con el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo y lo hace desde el Trono Supremo de la Cruz, al precio de su Sangre y de su Vida y nos perdona desde siempre, por siempre y para siempre; por esta razón, el perdón que el cristiano debe ofrecer a su prójimo, tiene su origen en el Amor del Corazón de Jesús, que nos perdona sin límite de tiempo y con una sola condición, que estemos arrepentidos de nuestros pecados. El cristiano debe perdonar con el mismo perdón con el que ha sido perdonado por Cristo desde la Cruz, un perdón que se origina en el Amor Misericordioso de Dios y que nos perdona siempre, “setenta veces siete”. Solo si perdonamos de esta manera a nuestro prójimo que nos ha ofendido, obtendremos al mismo tiempo perdón y misericordia para nuestras almas.

sábado, 2 de marzo de 2024

“No hagan de la Casa de Mi Padre una casa de comercio”

 


(Domingo III - TC - Ciclo B - 2024)

         “No hagan de la Casa de Mi Padre una casa de comercio” (Jn 2, 23-25). Jesús expulsa a los mercaderes del Templo, a aquellos que habían convertido un lugar sagrado en un lugar profano; expulsa a aquellos que habían olvidado al Verdadero Dios y lo habían intercambiado por el dios falso, el dios dinero. Jesús los expulsa y lo hace de modo violento, contrariando la imagen dulzona, bonachona, caricaturesca y falsamente pacifista que el modernismo eclesiástico ha introducido en el seno de la Iglesia Católica. El episodio de la expulsión de los mercaderes del Templo nos deja varias enseñanzas, una de ellas es que el cristianismo es pacífico, pero no pacifista, es decir, no es pacífico a ultranza, no busca la paz a cualquier precio, y mucho menos al precio de traicionar a la Verdad Revelada.

         Los judíos le piden a Jesús que les dé un signo para que justifique su obrar y Jesús les anticipa el signo de su Resurrección: “Destruyan este Templo -el templo que era su Cuerpo- y en tres días lo reconstruiré”. Jesús estaba hablando del Templo Sacratísimo de su Cuerpo, Morada Santa de la Trinidad: si ellos lo destruían, tal como lo iban a hacer por medio de la Pasión y la Crucifixión, Él, Jesús, con su Divino Poder, lo iba a reconstruir, con un esplendor divino, sobrenatural, visible, en tres días, al resucitar glorioso, al salir triunfante, vivo y glorioso, luego de derrotar para siempre a los tres grandes enemigos de la humanidad, el Demonio, la Muerte y el Pecado.

         Otro elemento que podemos observar en esta escena es el significado sobrenatural que tiene para la vida espiritual: el templo representa al cuerpo y el alma humanos, convertidos en Templo del Espíritu Santo por el Bautismo, pero el cual ha sido desfigurado y desnaturalizado por el hombre a causa del pecado y por haber perdido la gracia: así, las bestias irracionales -los bueyes, las palomas, las ovejas, etc.-, representan a las pasiones humanas -ira, envidia, gula, pereza, lujuria, etc.- que, sin el control de la razón y mucho menos de la gracia, toman el control e invaden el templo del Espíritu Santo, expulsando al Espíritu Santo; las necesidades fisiológicas de los animales -el excremento, la orina-, como así también el olor que emanan y los sonidos que emiten -balidos, mugidos, etc.-, todo lo cual afea y provoca repugnancia en un lugar sagrado como el templo, son una representación de la fealdad del pecado, tal como lo percibe Dios en su santidad y también de la repugnancia que a Dios le provoca el pecado en el alma del cristiano, de aquel a quien Él había elegido para ser su morada santa en la tierra y ahora, por propia decisión, lo expulsó de sí mismo para dar lugar al pecado; el dinero de los cambistas representa a la avaricia, al amor por el dinero, por el lujo, por la ostentación, por la riqueza material, todo lo cual ahoga al espíritu y lo vuelve incapaz del amor espiritual tanto hacia el prójimo como hacia Dios, contrariando el diseño original divino, de ahí la furia de Jesús, que ve cómo el corazón humano, creado por Él en unión con el Padre y el Espíritu Santo para que sea trono de Jesús Eucaristía, se convierte en la sede inmunda de un dios falso, el dios mamón, el dios dinero, el dios fabricado por el hombre, un dios que es falso pero que en su falsedad es tan poderoso para el hombre débil, que es capaz de doblegar al hombre y hacer que este lo adore, en lugar de que adore al Verdadero Dios, Jesús Eucaristía, por eso la advertencia de Jesús: “No se puede servir a Dios y al dinero”, porque el corazón humano es un trono que está hecho para un solo señor: o está en él Dios, Jesús Eucaristía, o está el dinero; no pueden coexistir los dos al mismo tiempo, porque como dice Jesús, se amará a uno y se aborrecerá al otro y viceversa. Las bestias y la fealdad que representan que las mismas estén en un lugar sagrado, dedicado a Dios, profanando el lugar sagrado y desacralizándolo, es decir, invirtiendo su cometido original que es adorar a Dios para adorar al Demonio, representan también el consumo de substancias nocivas -alcohol, drogas-, como la impresión de tatuajes en la piel, porque los tatuajes son un modo de consagración al demonio, aun cuando el que se realiza el tatuaje no tenga la intención ni el deseo de hacerlo, por eso es que el cristiano no debe realizarse ningún tatuaje, ni siquiera con motivos religiosos.

“No hagan de la Casa de Mi Padre una casa de comercio”. La expulsión de los mercaderes del Templo debe hacernos reflexionar en la condición de nuestros cuerpos y de nuestras almas como templos del Espíritu Santo y de nuestros corazones como altares y tronos de Jesús Eucaristía. No nos pertenecemos a nosotros mismos, somos propiedad de la Santísima Trinidad, no profanemos lo que es sagrado, lo que es propiedad de la Trinidad, la morada santa, conservemos nuestros corazones en gracia, para que sean en el tiempo y en la eternidad lo que Jesús, desde la eternidad, quiso que fueran: tronos de la Sagrada Eucaristía.