viernes, 29 de enero de 2010

La Misa es el sacrificio de Cristo en la cruz


La Misa es el sacrificio de Cristo en la cruz, que es el sacrificio de la Nueva Alianza: “La Eucaristía es principalmente un sacrificio: sacrificio de redención y sacrificio de la Nueva Alianza”[1]. Es el mismo sacrificio, realizado hace dos mil años, renovado bajo las especies sacramentales, en manera mística.
En la Misa, sacrificio del altar, se verifica la misma inmolación de Cristo sobre la cruz, es decir, la separación sacrificial de la Sangre del Cuerpo. La separación sacrificial de su Cuerpo real de su Sangre real, verificada en la cruz, está significada, en la Misa, por la doble consagración, separada, del pan y del vino.
Fue el mismo Señor Jesucristo quien instituyó una doble consagración, del pan y del vino, con el objeto de hacernos ver que, sobre el altar, se verifica su sacrificio, como en la cruz. El pan y vino se consagran separadamente porque en la cruz el Cuerpo y la Sangre se separan.
Es la Palabra Omnipotente del Verbo del Padre, que obra con su virtud divina en la consagración, la que hace, del pan, el Cuerpo de Cristo y del vino, su Sangre.
En virtud de las palabras de la consagración –"Tomad y comed... bebed... Este es mi Cuerpo... Este es el cáliz de mi Sangre"- se hacen presentes, separadamente, sobre el altar, por la potencia infinita del Verbo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo: bajo las especies, bajo las apariencias del pan, se hace presente sólo el Cuerpo; bajo las especies, bajo las apariencias del vino, se hace presente sólo la Sangre.
En el altar Jesucristo realiza la misma acción sacrificial que realiza sobre la cruz, porque el sacrificio del altar no es otra cosa que este mismo sacrificio de la cruz, realizado en el tiempo, renovado a lo largo de la historia de manera incruenta, sacramentalmente.
Por eso, por ser la Eucaristía la renovación sacramental incruenta de la muerte cruenta de Cristo en la cruz, es decir, por se la Misa el mismo sacrificio y muerte en Cruz, en la Eucaristía vige una misteriosa separación, del Cuerpo y de la Sangre, es decir, una inmolación mística actual, presente –hoy, en pocos minutos, sobre el altar, en esta Misa. Y por esta separación sacramental del Cuerpo de la Sangre de Jesús, la Misa es un verdadero sacrificio, que actualiza, sobre el altar, la inmolación del Calvario.
En la Misa, es la Palabra Omnipotente y Eterna del Salvador, pronunciada a través de la débil voz humana y temporal del sacerdote ministerial, la que hace del pan la Carne de Jesús y del vino su Sangre.
Por esta acción de la omnipotencia divina del Verbo, sobre el altar se encuentran el mismo Cuerpo y la misma Sangre donados en sacrificio para nuestra salvación; sobre el altar, por la Palabra del Padre eternamente pronunciada, se encuentra el mismo Cuerpo ofrecido por nosotros, la misma Sangre versada por nosotros, místicamente separados, substancialmente presentes, asombrosamente reales.
En cada Sacrificio Eucarístico, en cada Misa, bajo nuestros ojos, bajo el signo sacramental, participamos del mismo acto del sacrificio del Calvario[2].

[1] Cfr. Juan Pablo II.
[2] Cfr. A. Piolanti.

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